Heridas en el alma - Melanie Milburne - E-Book

Heridas en el alma E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

Su matrimonio estaba perdido… ¡Pero entonces él regresó a su vida!Juliette estaba decidida a olvidar su corto matrimonio con el magnate italiano Joe Allegranza. Todo había empezado con un intenso deseo, y terminó con un gran dolor. Ahora había llegado el momento de que siguieran cada uno por su lado… ¿o no?Al reencontrarse en una boda de unos amigos, Juliette fue incapaz de esconderse de su deseo, ni de la certeza de lo poco que sabía de su marido. Unidos por su conexión, Juliette se sentía confusa: reavivar la llama podría terminar en desastre, o podría hacerlos más fuertes que antes…

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Seitenzahl: 201

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Melanie Milburne

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Heridas en el alma, n.º 2809 septiembre 2020

Título original: The Return of Her Billionaire Husband

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-697-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

HABÍA algo de irónico en llegar a la boda de tu mejor amiga como dama de honor con los papeles del divorcio en el bolso. Pero Juliette estaba decidida a no estropear el día de la boda de Lucy y Damon. Bueno, no solo el día de la boda, sino todo el fin de semana. En Corfú.

Y el marido del que se había separado era el padrino.

Juliette aspiró con fuerza el aire y trató de no pensar en la última vez que estuvo en un altar al lado de Joe Allegranza. Trató de no pensar en la cortísima ceremonia en la iglesia del pueblecito inglés frente a un puñado de testigos, el embarazo bastante obvio bajo el traje de novia vintage de su madre. El vestido que le picó durante todo el tiempo que lo llevó puesto. Trató de no pensar en la expresión de decepción de sus padres al ver a su única hija casarse con un completo desconocido tras haberse quedado embarazada en una aventura de una noche.

Trató de no pensar en su hija, la bebé que no llegó a respirar ni una sola vez…

Juliette se bajó del minibús y entró en el vestíbulo de la lujosa villa privada en Barbati Beach. La supereficiente organizadora de bodas, Celeste Petrakis, había planeado que la comitiva nupcial se alojara en la villa para que el ensayo general y otras actividades planeadas fueran lo más cómodas posibles. Juliette había pensado preguntar si podía quedarse en otro hotel cercano, porque no le apetecía encontrarse con Joe más de lo estrictamente necesario. Socializar educadamente con su exmarido durante el desayuno, la comida y la cena no era precisamente su escenario ideal. Pero la idea de enfadar a la organizadora de bodas, que lo tenía todo planeado al milímetro, le daba terror.

Juliette había pensado incluso en algún momento declinar el honor de ser la dama de honor de Lucy, pero eso habría hecho pensar a todo el mundo que no había superado lo de Joe.

Y desde luego que lo había superado. De ahí los papeles del divorcio.

–Bienvenida –la azafata elegantemente vestida la saludó con una sonrisa deslumbrante–. ¿Su apellido, por favor?

–Branco… digo… Allegranza –Juliette lamentó no haber cambiado oficialmente su apellido para recuperar el de soltera.

¿Por qué no lo había hecho? De hecho, seguía sin entender por qué había adoptado el de Joe en un principio. Su matrimonio no había empezado de forma normal. No hubo citas, ni cortejo, ni manifestaciones de amor. Nada de declaraciones románticas. Solo una noche de sexo salvaje y luego el hasta luego y gracias por los recuerdos. Ni siquiera se habían dado los números de teléfono. Cuando Juliette reunió el valor para buscar a Joe y decirle que estaba embarazada, él había insistido en casarse con ella. Solo habían vivido juntos como marido y mujer un total de tres meses. Tres meses de matrimonio y luego todo terminó… como el embarazo.

Pero cuando Joe firmara los papeles y se completara el divorcio, podría librarse por fin de su apellido. Sería libre de seguir con su vida, porque estar atrapada en aquel limbo era un asco. ¿Cómo iba a superar alguna vez el proceso de duelo sin tachar con una gruesa línea negra su tiempo con Joe?

Tenía que seguir adelante.

La recepcionista tecleó algo en el ordenador.

–Aquí está. J. Allegranza–. ¿Y la J corresponde a…?

–Juliette.

¿Por qué Lucy no le había dicho a la organizadora de la boda que Joe y ella estaban separados? ¿O acaso Damon y ella confiaban en que volverían a estar juntos por arte de magia?

Nada más lejos de la realidad. No tendrían que haber estado juntos desde un principio.

Si su amor de la infancia, Harvey, no hubiera optado por dejarla en vez de declararse, como Juliette esperaba, nada de todo aquello habría sucedido. Sexo de rebote con un guapo desconocido. ¿Quién habría pensado que ella era así? No era la clase de chica que se acercaba a hablar con hombres guapos y desconocidos en los bares pomposos de Londres. No era chica de aventuras de una noche. Pero aquella noche se había convertido en otra persona. Las caricias de Joe la habían convertido en otra persona.

Nota para sí misma: no pensar en las caricias de Joe. No hacerlo.

Su corta relación no iba a tener un final de cuento de hadas. ¿Cómo iba a tenerlo, si la única razón por la que se habían casado ya no existía?

Estaba muerta y enterrada, eternamente dormida en un pequeño ataúd blanco en un cementerio de Inglaterra.

–Su suite está preparada –dijo la recepcionista–. Spiros le bajará el equipaje del minibús.

–Gracias.

La recepcionista le dio una llave de tarjeta y le señaló los ascensores que estaban al otro lado del inmenso suelo de mármol.

–Su suite está en la tercera planta. Celeste, la organizadora de la boda, se reunirá con la comitiva nupcial para tomar una copa hoy a las seis de la tarde en la terraza y hablar del ensayo y el horario de la boda.

–Entendido –Juliette asintió educadamente con la cabeza y curvó ligeramente los labios, que era lo que más se acercaba a una sonrisa para ella en aquellos días.

Agarró la llave, se colocó la bolsa de viaje al hombro y se dirigió a los ascensores. Los papeles del divorcio asomaban por la parte superior de la bolsa, recordándole su misión de matar dos pájaros de un tiro.

Dentro de siete días, aquel capítulo de su vida habría terminado por fin.

Y no tendría que volver a pensar nunca en Joe Allegranza.

 

 

Solo había una cosa que Joe Allegranza odiara más que una boda, y era un funeral. Ah, y los cumpleaños… el suyo, en particular. Pero no podía rechazar la invitación de ser el padrino de su amigo, aunque eso significara encontrarse cara a cara a su mujer, de la que estaba separado, Juliette.

Su mujer…

Resulta difícil creer que aquellas dos palabras todavía tuvieran el poder de abrirle un agujero en el pecho, un agujero doloroso que nada podía llenar. No podía pensar en ella sin sentir que había fallado de todas las maneras posibles. ¿Cómo había permitido que su vida se escapara a su control tan rápidamente?

A él, que era el rey del control. La mayor parte del tiempo podía tenerla lejos de su mente. La mayor parte del tiempo. Se refugió en el trabajo como algunas personas lo hacían en el alcohol o la comida. Había construido su carrera de ingeniería global gracias a su habilidad para arreglar fallos estructurales. Analizar pericialmente puentes y estructuras rotas y, sin embargo, no fue capaz de hacer nada para reparar su matrimonio roto.

Quince meses de separación, y no había seguido adelante con su vida. No podía. Era como si un muro invisible hubiera surgido delante de él, bloqueándolo. Miró el anillo de boda que todavía llevaba en el dedo. Podría habérselo quitado y haberlo guardado en la caja fuerte, como hizo con los anillos que Juliette dejó atrás. Pero no lo hizo.

No tenía muy claro por qué. Evitaba a toda costa pensar en el divorcio. La reconciliación era igual de desalentadora. Estaba atrapado en tierra de nadie.

Joe entró en la zona de recepción de la lujosa villa donde se iba a celebrar la boda y fue recibido por una sonriente recepcionista.

–Bienvenido. ¿Su nombre, por favor?

–Joe Allegranza –se quitó las gafas de sol y las guardó en el bolsillo de la camisa–. La organizadora de la boda hizo la reserva.

La recepcionista escudriñó la pantalla y fue bajando con el ratón.

–Ah, sí. Ahora la veo. Me la había saltado porque pensé que la reserva era solo para una persona –la mujer sonrió todavía más–. Su esposa ha llegado hace una hora.

Su esposa. Joe sintió una losa en el pecho y le costó trabajo volver a respirar. Más que su esposa, habría que llamarla «su fracaso». ¿No le había llegado a la organizadora el correo sobre su separación?

La idea se le filtró a través de una grieta de la mente como una fisura en una roca, amenazando con desestabilizar su decisión de mantener las distancias.

Un fin de semana compartiendo suite con la mujer de la que se había separado.

Durante un segundo consideró la posibilidad de señalar el error de la reserva, pero primero dejó que su mente vagara… Podría volver a ver a Juliette. En persona. A solas. Podría hablar con ella cara a cara sin que ella se negara a responder a su llamada ni bloqueara sus mensajes. No le había respondido ni una sola vez. Ni una. La última vez que la llamó para decirle que había organizado un evento solidario para la fundación Muerte fetal, escuchó un mensaje informando de que no se podía conectar con aquel número.

Lo que significaba que Juliette ya no quería conectar con él. Su conciencia se despertó y le señaló con un dedo acusador.

«¿En qué diablos estás pensando? ¿No has causado ya suficiente daño?».

Ya era bastante locura estar allí para la boda, y mucho más pasar tiempo con Juliette, especialmente a solas. Le había arruinado la vida, igual que había hecho con su madre. ¿Tenía una maldición en lo que se refería a las relaciones? Una maldición que le había caído el día que nació: el mismo día que su madre había muerto. Su cumpleaños: el día de la muerte de su madre. ¿Acaso no era aquello una maldición?

Joe se aclaró la garganta.

–Debe haber algún error. Mi… mujer y yo estamos separados –odiaba decir aquella palabra tan fea. Odiaba admitir que era básicamente culpa suya que su mujer hubiera puesto fin a su matrimonio.

La recepcionista frunció el ceño.

–Oh, no… quiero decir, que siento lo de su separación. Y también tener que decirle que no nos quedan habitaciones libres…

–No pasa nada –Joe sacó el móvil–. Reservaré en otro sitio.

Empezó a bajar el dedo por las opciones del servidor. Tenía que haber hoteles de sobra disponibles. Dormiría en un banco del parque o en la playa si era necesario. De ninguna manera iba a compartir habitación con Juliette. Demasiado peligroso. Demasiado tentador. Demasiado todo.

–No creo que encuentre nada disponible –dijo la recepcionista–. Hay varias bodas en esta zona de Corfú durante el fin de semana, y además, Celeste quiere que todo el mundo esté cerca para darle a la boda un ambiente familiar. Se llevará un gran disgusto al saber que ha cometido un error con su reserva. Está trabajando muy duro para que la boda de su primo resulte realmente especial.

Joe recordó algo que Damon le había dicho sobre su joven prima, Celeste. Aquella boda era su primera incursión en el mundo laboral tras una larga batalla contra la leucemia. Y él no quería ser quien lo estropeara.

–De acuerdo, no le diga nada a Celeste hasta que encuentre un alojamiento seguro. Daré una vuelta y veré qué puedo encontrar.

Él se dedicaba a arreglar problemas, ¿verdad? Esa era su especialidad, arreglar problemas que nadie más podía arreglar.

Y arreglaría este o moriría en el intento.

Joe volvió a salir al sol y pasó casi una hora frustrándose más y más cada vez al ver que no había ningún alojamiento libre. Le resbalaban gotas de sudor por la frente y la espalda. Durante un momento sopesó incluso la posibilidad de hacer una oferta para comprar una propiedad para no enfrentarse a la alternativa de compartir habitación con su exmujer. Desde luego, tenía dinero para comprar todo lo que quisiera.

Excepto la felicidad.

Excepto la paz de espíritu.

Excepto la vida de su hijita…

El teléfono estaba casi sin batería cuando finalmente reconoció la derrota. No había nada disponible en un radio razonable. El destino había decidido que Joe compartiera habitación con Juliette.

Pero tal vez había llegado el momento de hacer algo respecto a su matrimonio. Mantener las distancias no había solucionado nada.

Tal vez aquella fuera una oportunidad para ver si había algo que él pudiera hacer o decir para poner un broche definitivo a su situación.

Joe volvió a la zona de recepción y la joven recepcionista le dedicó una sonrisa de «ya te lo dije».

–¿No ha habido suerte? –le preguntó.

–No –la suerte y Joe nunca habían sido buenos amigos. Enemigos, más bien

–Aquí tiene su llave –la recepcionista se la dio–. Espero que disfrute de su estancia.

–Gracias –Joe agarró la llave y se dirigió al ascensor.

¿Disfrutar de su estancia? Le daba terror volver a ver a Juliette sabiendo que era en gran medida responsable de su dolor, de su enorme tristeza. Pero al menos así, en la intimidad de su suite podría hablar con ella sin público. Le diría lo que tenía que decirle… y así los dos podrían seguir adelante con sus vidas.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

JULIETTE se dio una ducha refrescante y se puso un esponjoso albornoz y un toalla a modo de turbante en el pelo. El albornoz tenía sus iniciales bordadas en la pechera derecha: J.A. Y era una pena, porque el albornoz era divino y odiaba la idea de tener que regalarlo. Pero a lo mejor cuando volviera a casa podría quitarle las letras y bordarle J.B.

Estaba claro que la organizadora de la boda había tirado la casa por la ventana. Había bombones artesanos con los nombres de los novios en la mesilla de noche, además de botellas de agua con la foto de la feliz pareja. Resultaba difícil mirar la sonrisa feliz de su amiga en la foto y no sentir envidia. ¿Por qué no pudo encontrar ella un hombre que la amara como Damon amaba a Lucy?

Juliette había creído que su ex, Harvey, la había amado. ¿Cómo había podido estar tan ciega tanto tiempo? Harvey había dicho tantas veces aquellas dos palabras y, sin embargo, no habían significado nada.

Ella no había significado nada.

Y Joe tampoco la había amado, pero al menos no le había mentido al respecto. Su relación no había sido por amor, sino una solución conveniente al problema de su embarazo accidental. Un matrimonio por deber. Un acuerdo sin amor para ofrecerle un hogar seguro y un futuro a su hijo. Juliette lo supo desde el principio, pero de todas formas se casó con él porque no podía soportar la expresión de decepción de sus padres. La decepción que había visto en sus rostros durante toda su vida, en cada informe del colegio, cada resultado de los exámenes, cada vez que no conseguía su aprobación… Cada vez que no conseguía alcanzar los estándares de sus hermanos mayores. Y sus padres, con sus múltiples carreras universitarias. Su misma existencia había sido un error. Era la hija de un matrimonio de edad media que creía que sus días de crianza habían terminado. Y realmente habían terminado, así que entregaron el cuidado de Juliette a una variedad de niñeras.

Juliette se llevó la mano al vientre plano y sintió una punzada de dolor al pensar en la preciosa vida que había alimentado allí durante siete meses. Tal vez su bebé hubiera sido un accidente, pero jamás pensaría en Emilia como un error. Dios, no debería decir su nombre ni en la mente. Le producía demasiado dolor, demasiado angustia pensar en su cuerpecito arrugado sus bracitos que nunca la abrazarían…

Juliette se centró en lo que tenía que hacer, decidida a controlar sus emociones. Tenía que seguir adelante, procesar el dolor de la mejor manera posible. Parte del proceso era superar aquel fin de semana y darle los papeles del divorcio a Joe.

Seguía pensado qué vestido ponerse para la copa y el ensayo y tenía las opciones desplegadas sobre la cama. Una cama muy grande con almohadas suaves y sábanas de algodón egipcio. Se parecía a la cama en la que Joe y ella habían tenido aquella aventura que había desafiado la escala de Richter del sexo.

Una noche que no podía borrarse de la cabeza ni del cuerpo.

Se apartó de la cama y agarró la bolsita de maquillaje de la maleta abierta. Necesitaba una armadura, y no solo del tipo cosmético. Necesitaba una armadura de rabia. La rabia era ahora su amiga. Su constante compañía. Bullía en su pecho como la lava de un volcán en erupción. La rabia era su manera de atravesar la capa de desesperación que casi acabó con ella tras perder a su bebé al séptimo mes de embarazo. Una desesperación tan profunda que había arrancado de su vida hasta la última partícula de luz. La felicidad era algo que vivían los demás. Ella no. Nunca. Una parte de ella había desaparecido.

Estaba rota. Hecha añicos.

Y nada ni nadie podría recomponerla.

Juliette iba de camino al baño desde la habitación para maquillarse cuando escuchó que llamaban a la puerta de la suite con energía. Pensó que se trataría del servicio de habitaciones que traía el té que había pedido hacia un rato.

–Adelante –dijo en voz alta–. Déjelo sobre la mesa. Gracias.

Y volvió a entrar en el baño y cerró la puerta.

Escuchó cómo se abría la puerta de la suite y el sonido de lo que parecía un carro. Luego la puerta volvió a cerrarse con fuerza.

¿Tendría que haberle dado una propina al camarero? Seguramente no, porque iba vestida con un albornoz, aunque fuera la tela más suave que le había rozado jamás la piel. Y tampoco es que tuviera mucho dinero para andar repartiendo propinas. Se negaba por principio a tocar la obscena cantidad de dinero que Joe ingresaba cada mes en su cuenta bancaria. ¿Dinero culpable?

No. Aquellos eran fondos de alivio. Del alivio de Joe. No había llegado a tiempo para el parto, pero cuando llegó media hora más tarde, Juliette no vio a un padre afligido por la muerte de su hija. Vio el alivio reflejado en sus facciones. Vio a un hombre aliviado porque la farsa de su matrimonio ahora tenía una excusa para terminar.

Su bebé había muerto, y con ella toda esperanza de seguir juntos.

Habían sido una mala pareja desde el principio. ¿No lo había sabido Juliette a cierto nivel? Joe era sofisticado y superinteligente. Un hombre hecho a sí mismo que solo rendía cuentas ante él. Su frío distanciamiento la había atraído peligrosamente como una polilla a la luz de una vela.

Y al final la había quemado. Incluso después de tres meses viviendo juntos como marido y mujer, Joe siempre mantenía una distancia emocional, lo que había reforzado todos los miedos que Juliette albergaba respecto a sí misma. Reflejaba la distancia emocional que había vivido con sus padres cuando era niña. La sensación de no ser suficiente para ellos, ni lo bastante inteligente ni lo bastante guapa. Siempre sintió que la mantenían a cierta distancia.

Juliette agarró el botecito de maquillaje, le quitó la tapa y suspiró. Joe había hecho lo mismo. Había viajado al extranjero la mayor parte del tiempo que estuvieron casados, dejándola sola en su villa de Positano. No había visto que hiciera ningún reajuste en su vida al casarse con ella. Había esperado que fuera Juliette quien los hiciera todos. Se había cambiado de país, había dejado a su familia y amigos atrás para vivir en una villa gigantesca sin otra compañía que el personal de servicio que enviaba una agencia de trabajo y por tanto rotaba constantemente. Ninguno se había quedado el suficiente tiempo para que Juliette pudiera aprenderse sus nombres.

Juliette volvió a suspirar. Por supuesto, ella siempre estaba allí esperando a Joe cuando regresaba, y no podía echarle la culpa a su relación física. Era tan excitante y placentera como siempre, pero Juliette no podía evitar la sensación de que Joe pasaba más tiempo fuera que en casa. ¿Qué decía eso de ella? ¿No había sucedido lo mismo con sus padres? Tantos viajes, congresos, dejándola sola en el internado.

Juliette se puso un poco de maquillaje para cubrir las oscuras sombras que parecía tener de forma permanente bajo los ojos.

Se puso después un poco de rímel, pero dejó el lápiz de labios para después del té. Se quitó la toalla de la cabeza y sacudió el cabello. Al mirarse en el espejo, no descubrió ninguna señal de que había tenido un embarazo de siete meses. Había recuperado su peso… bueno, su nuevo peso, porque su apetito no podía considerarse precisamente envidiable en aquella época. Le había crecido el pelo y lo tenía más fuerte tras caérsele mucho debido al estrés y las hormonas.

Parecía la misma persona… pero no lo era.

Juliette salió del baño y se dirigió a la zona de estar. Al instante vio el carrito del té al lado de una mesa, junto a la ventana. Exhaló un profundo suspiro de alivio. Una tetera como era debido con colador de plata. Nada de bolsitas de té rancias y agua tibia para los invitados a la boda.

Juliette podía aspirar los matices de bergamota del té Earl Grey de gran calidad… y algo más. Algo que le tocó una fibra sensible de la memoria e hizo que un escalofrío le recorriera la espina dorsal.

Se giró y se encontró con su exmarido, Joe Allegranza, sentado en el sofá. Abrió la boca para gemir, pero el sonido se le quedó retenido en la garganta. Se llevó la mano al pecho para mantener a raya su agitado corazón.

–¿Qué diablos haces en mi habitación? –preguntó en un hilo de voz con el pulso latiéndole en las sienes.

Joe se levantó del sofá con expresión imposible de descifrar.

–Al parecer es nuestra habitación –su tono de barítono con acento italiano le provocó un nudo en el estómago.

Juliette frunció el ceño.

–¿Nuestra habitación? ¿Qué quieres decir con eso?

–Ha habido un error con la reserva.

Ella entornó los ojos hasta convertirlos en dos rayas.

–¿Un error?

Lo sabía todo sobre errores. Joe era el mayor de los que había cometido. Se abrazó a sí misma y lamentó estar desnuda bajo el albornoz. Ojalá tuviera una mayor protección contra aquel hombre alto y prácticamente desconocido que tenía delante. Necesitaba unos tacones altos para acercarse a su más de metro noventa de altura. Necesitaba tener la cabeza preparada para asumir lo guapo que estaba con aquellos vaqueros oscuros y la camisa azul cielo abierta a la altura del cuello que acentuaba su tono aceitunado.

Se quedó embobada viendo sus facciones, odiándose por ser tan débil. La mandíbula fuerte, los pómulos aristocráticos, las cejas negras como la tinta que enmarcaban unos ojos del color del carbón. La boca sensual que había provocado tal caos en sus sentidos desde el momento en que la sonrió, y más aún cuando la besó.

Pero no iba a pensar en sus besos.

No. No. No.