Hernani Drama en cinco actos - Espanol - Victor Hugo - E-Book

Hernani Drama en cinco actos - Espanol E-Book

Victor Hugo

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Beschreibung

«Soy una fuerza que impulsan, soy el agente ciego y sordo de los misterios fúnebres, soy el alma de la desgracia impregnada de tinieblas. ¿Dónde voy? No lo sé. Sólo sé que me impulsa con soplo impetuoso un destino insensato».España, 1519. La bella doña Sol de Silva es amada apasionadamente por el desterrado Hernani, quien al no poder vivir sin ella rompe todo vínculo social y se reúne en el monte de los Bandidos. La intensidad de esta pasión desgarra el corazón del héroe, quien además deberá luchar con el pérfido Don Carlos. Con sus elementos góticos, su carácter excesivo y sus muchas intrigas, Hernani, estrenado en el Théâtre Français de París el 25 de febrero de 1830, es el nacimiento mismo del drama romántico.

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«Soy una fuerza que impulsan, soy el agente ciego y sordo de los misterios fúnebres, soy el alma de la desgracia impregnada de tinieblas. ¿Dónde voy? No lo sé. Sólo sé que me impulsa con soplo impetuoso un destino insensato».

España, 1519. La bella doña Sol de Silva es amada apasionadamente por el desterrado Hernani, quien al no poder vivir sin ella rompe todo vínculo social y se reúne en el monte de los Bandidos. La intensidad de esta pasión desgarra el corazón del héroe, quien además deberá luchar con el pérfido Don Carlos. Con sus elementos góticos, su carácter excesivo y sus muchas intrigas, Hernani, estrenado en el Théâtre Français de París el 25 de febrero de 1830, es el nacimiento mismo del drama romántico.

Victor Hugo

Hernani

Drama en cinco actos

Título original: Hernani

Victor Hugo, 1830

Prefacio

El autor de HERNANI decía hace poco tiempo, a propósito de la prematura muerte de un poeta:

«… En los actuales momentos de lucha y de borrasca literaria, no sabemos si son más dignos de compasión los que mueren que los que viven peleando; triste es que pierda la vida un poeta a los veinte años, y que vea desvanecido un porvenir risueño; pero, en cambio, el que muere reposa. Séales permitido volver algunas veces con envidia los ojos hacia los que duermen en el sepulcro, a los hombres en quienes se ceba la calumnia, la injuria y el odio; a los hombres leales, que tienen que sufrir guerra desleal; a los hombres llenos de abnegación, que tratan de dotar a su patria de una libertad más, de la libertad del arte; a los hombres laboriosos, que perseveran en realizar su obra de progreso y son víctimas de las viles maquinaciones de la censura y de la policía, por una parte, y por otra de la ingratitud de los hombres por quienes trabajan. Invideo, decía Lutero en el cementerio de Worms, invideo quia quiescunt.

»Pero eso nada debe importaros; ¡jóvenes, valor y adelante! Por trabajoso que nos sea el presente, será hermoso el porvenir. El romanticismo, que se ha definido mal muchas veces, mirándolo sólo bajo su aspecto militante, sólo significa la libertad en la literatura. La mayoría de los hombres pensadores lo van comprendiendo de este modo, y dentro de breve tiempo la libertad literaria será tan popular como la libertad política. La libertad, tanto en el arte como en la sociedad, debe ser el doble objetivo a que aspiren los espíritus consecuentes y lógicos; debe ser la doble bandera que reúna a toda la juventud, tan fuerte y tan paciente ahora, y al frente de esa juventud lo más selecto de la generación que nos ha precedido, a esos sabios ancianos, que, pasado el primer momento de desconfianza y después de concienzudo examen, han reconocido que lo que hacen sus hijos es consecuencia de lo que ellos hicieron y que la libertad literaria es hija de la libertad política. Éste es el principio que prevalecerá en el siglo actual. Los ultras de todas clases, ya sean clásicos o ya monárquicos, en vano se ayudarán unos a otros para reconstruir el antiguo régimen social en la sociedad y en la literatura porque cada progreso, cada desenvolvimiento de las inteligencias, cada paso que dé la literatura, irán arruinando su edificio, y sus esfuerzos para volver a establecer la reacción serán inútiles. En la revolución todo movimiento hace adelantar. La verdad y la libertad tienen la excelencia de que todo lo que se hace en pro o en contra de ellas les sirve de igual modo. Después de los grandes esfuerzos que practicaron nuestros padres y que nosotros hemos presenciado, hemos conseguido salir de la antigua forma social, y tenemos que salir también de la antigua forma poética. A pueblo nuevo, arte nuevo. La Francia actual, admirando la literatura de Luis XIV, que tan bien se adaptaba a su monarquía, llegará a tener, sin embargo, literatura propia personal y nacional, porque a la Francia del siglo XIX dio Mirabeau su libertad y Napoleón su poderío».

Perdónesele al autor del drama citarse a sí mismo; como sus palabras no tienen el don de grabarse en los espíritus, tendrá con frecuencia necesidad de repetirlas; además de que cree oportuno recordar a los lectores las ideas que acaba de transcribir. No por eso abriga la creencia de que esta obra pertenezca al arte nuevo, a la nueva poesía; pero sí que consigna el principio de que la libertad en literatura acaba de dar un paso y de realizar un progreso, si no en el arte, porque este drama vale poco, al menos en el público; y bajo este concepto, una parte de los pronósticos anunciados en las anteriores líneas hace algún tiempo que acaban de realizarse.

Había realmente peligro en cambiar bruscamente de auditorio, en arriesgar en el teatro tentativas que hasta ahora sólo se habían confiado al papel, que lo sufre todo; el público de los libros es muy diferente del de los espectáculos, y era de temer que el último rechazase lo que el primero aceptaba; pero no ha sucedido así. El principio de libertad literaria, comprendido y aceptado por los que leen y meditan, lo acepta también la inmensa multitud que, ávida de las puras emociones del arte, inunda todas las noches los teatros de París. La poderosa voz del pueblo, semejante a la de Dios, quiere que desde hoy en adelante la poesía ostente la misma divisa que la política: tolerancia y libertad. Ahora que hay ya público, puede venir el poeta.

El público quiere esta libertad como debe ser, conciliándola con el orden en el Estado y con el arte en la literatura. La libertad posee cierta prudencia, que le es propia, y sin la cual no es completa. Las antiguas reglas de Aubignac deben morir con las antiguas costumbres de Cujas, y a la literatura cortesana debe suceder la literatura popular, pero debe existir una razón interior en el fondo de estas novedades. El principio de libertad debe hacer su negocio, pero hacerlo bien. En la literatura como en la sociedad, no deben existir ni la etiqueta ni la anarquía, sino las leyes.

Esto es lo que justamente desea el público. Nosotros, por deferencia a dicho público, que con tanta indulgencia ha recibido este ensayo dramático, se lo presentamos hoy impreso tal como se ha representado. Acaso llegue el día de publicarlo tal como lo concibió el autor, indicando y discutiendo las modificaciones que tuvo que hacer para ponerlo en escena. Estos pormenores de crítica, que hoy parecerían minuciosos, quizá no carezcan de interés ni de enseñanza. Pero estando ya admitida la libertad en el arte, se ha resuelto la principal cuestión, y no hay por qué detenerse en cuestiones secundarias. Volveremos algún día a tratar de este asunto detalladamente, y combatiremos entonces, con la fuerza del raciocinio y de los hechos, la censura dramática, que es ya ahora el único obstáculo que se opone a la libertad del teatro. A nuestro cargo y riesgo, y por el afecto que profesamos a todo lo que se relaciona con el arte, combatiremos el sinnúmero de abusos que caracterizan a esa especie de inquisición del espíritu, que tiene, como el Santo Oficio, jueces secretos, verdugos enmascarados, torturas, mutilaciones y pena de muerte; y si nos es posible, desgarraremos la tenebrosa envoltura de esa policía, que para nuestra vergüenza amordaza aún al teatro en el siglo XIX.

Hoy el autor sólo debe manifestarse reconocido al público y dirigirse a él, dándole las gracias desde lo más hondo de su corazón. Esta obra, no por ser de gran mérito, sino por ser de conciencia y de libertad, fue generosamente protegida por el público contra sus muchas enemistades, porque el público es siempre concienzudo y libre. Reciba, pues, nuestra gratitud, y la hacemos extensiva también a esa poderosa juventud, que prestó ayuda y socorro a la obra de un joven sincero e independiente como ella. Para esa juventud principalmente trabaja el autor, y su mayor gloria sería merecer los aplausos de esa pléyade de brillantes jóvenes, ilustrados, consecuentes y lógicos, que son verdaderamente liberales, tanto en literatura como en política, y que constituyen esa noble generación que no rehúsa abrir ambos ojos a la verdad y recibir la luz por los dos lados.

El autor no hablará de esta obra: acepta las críticas severas y las benévolas, porque cree que de todas se puede sacar provecho. No está seguro de que todo el mundo haya comprendido a primera vista este drama, cuya verdadera clave es el Romancero general, y ruega de buen grado a las personas a las que choque la obra, que vuelvan a leer el Cid y Don Sancho y Nicomedes, o por mejor decir, todo lo escrito por Corneille y por Molière, que son grandes y admirables poetas. Su lectura les hará menos severos al juzgar ciertas cosas que hayan podido extrañar en el fondo o en la forma de HERNANI, que acaso no ha llegado aún el momento de juzgarle. HERNANI sólo es hasta ahora la primera piedra de un edificio, que existe enteramente construido en la imaginación del autor, y la apreciación de su conjunto es la que ha de dar algún valor a este drama. Quizá no parezca que es un mal paso la idea que le ocurrió de poner, como el arquitecto de Bourges, una puerta casi morisca en su catedral gótica.

Hasta entonces lo que ha hecho es muy poco, y el autor lo sabe. ¡Quiera Dios que no le falten las fuerzas para terminar su obra, que no tendrá valor hasta estar terminada! No pertenece al número de los poetas privilegiados que pueden morir o interrumpir su trabajo antes de concluirle, sin peligro para su memoria; no pertenece al número de los que permanecen siendo grandes, dejando incompletas sus obras; de los afortunados mortales, de los que se puede decir lo que decía Virgilio de Cartago: Pendent opera interrupta, minoeque murorum ingentes

9 de marzo de 1830

Personajes

HERNANI

D. CARLOS

D. RUYGÓMEZ DESILVA

D.ª SOL DESILVA

EL REY DEBOHEMIA

EL DUQUE DEBAVIERA

EL DUQUE DEGOTHA

EL BARÓN DEHOHEMBURGO

EL DUQUE DELUTZELBURGO

YÁGUEZ

D. SANCHO

D. MATÍAS

D. RICARDO

D. GARCISUÁREZ

D. FRANCISCO

D. JUAN DEHARO

D. PEDROGUZMÁN DELARA

D. GILTÉLLEZGIRÓN

D.ª JOSEFADUARTE

UN MONTAÑÉS - UNA DAMA - TRES CONJURADOS - CONJURADOS DE LALIGASACROSANTA - ALEMANES Y ESPAÑOLES - MONTAÑESES - SEÑORES - SOLDADOS - PUEBLO - PAJES - etc.

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