Hibridismo cultural - Peter Burke - E-Book

Hibridismo cultural E-Book

Peter Burke

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Beschreibung

"El periodo en que vivimos está marcado por encuentros culturales de todo tipo, encuentros cada vez más frecuentes e intensos. Sin embargo, reaccionamos ante ello; es imposible ignorar la tendencia hacia la mezcla y la hibridación: del judaísmo Zen a la comida occidental con soja, las religiones New Age, el kung fu nigeriano, las películas de Bollywood o la música reggae o raï. Hay quien celebra estos fenómenos, mientras que otros los temen o los condenan. No es de extrañar, pues, que teóricos culturales como Homi Bhabha, Stuart Hall, Paul Gilroy o Ien Ang se hayan ocupado de este tema en sus trabajos e investigaciones y hayan tratado de analizar y comprender estos complejos desarrollos, o que una gran variedad de disciplinas dedique más atención a las obras de estos teóricos y los procesos de encuentro, contacto, interacción, intercambio o hibridación cultural. En este conciso y brillante ensayo, el celebérrimo historiador Peter Burke examina estos fascinantes y controvertidos fenómenos culturales, hilando teorías, prácticas, procesos y acontecimientos de una manera amena y vibrante. La presente edición cuenta, además, con un estudio preliminar sobre la obra de Peter Burke, a cargo de María José del Río Barredo, especialista en historia cultural."

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Akal / Universitaria / Historia moderna / 353

Peter Burke

Hibridismo cultural

Traducción: Sandra Chaparro Martínez

Estudio preliminar: María José del Río Barredo

El periodo en que vivimos está marcado por encuentros culturales de todo tipo, encuentros cada vez más frecuentes e intensos. Sin embargo, reaccionamos ante ello; es imposible ignorar la tendencia hacia la mezcla y la hibridación: del judaísmo Zen a la comida occidental con soja, las religiones New Age, el kung fu nigeriano, las películas de Bollywood o la música reggae o raï. Hay quien celebra estos fenómenos, mientras que otros los temen o los condenan. No es de extrañar, pues, que teóricos culturales como Homi Bhabha, Stuart Hall, Paul Gilroy o Ien Ang se hayan ocupado de este tema en sus trabajos e investigaciones y hayan tratado de analizar y comprender estos complejos desarrollos, o que una gran variedad de disciplinas dedique más atención a las obras de estos teóricos y a los procesos de encuentro, contacto, interacción, intercambio o hibridación cultural.

En este conciso y brillante ensayo, el prestigioso historiador Peter Burke examina estos fascinantes y controvertidos fenómenos culturales, hilando teorías, prácticas, procesos y acontecimientos de una manera amena y vibrante.

La presente edición cuenta, además, con un estudio preliminar sobre la obra de Peter Burke a cargo de la profesora María José del Río Barredo, renombrada especialista en historia cultural.

Peter Burke es Emeritus Professor de Historia Cultural en la University of Cambridge y Life Fellow del Emmanuel College, de Cambridge. Historiador mundialmente reconocido, es autor de más de una decena de importantes estudios, entre los que se encuentran Historia social del conocimiento (2002), El Renacimiento europeo (2002), ¿Qué es la historia cultural? (2006) e Historia y teoría social (2008). En Akal ha publicado Lenguas y comunidades en la Europa moderna (2006) y La traducción cultural en la Europa moderna (con R. Po-Chia, 2010).

Diseño de portada

RAG

Motivo de cubierta

Alfonso Domínguez González

Director de la serie

Fernando Bouza Álvarez

Reservados todos los derechos. De acuerdo a lo dispuesto en el art. 270 del Código Penal, podrán ser castigados con penas de multa y privación de libertad quienes sin la preceptiva autorización reproduzcan, plagien, distribuyan o comuniquen públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, fijada en cualquier tipo de soporte.

Nota editorial:

Para la correcta visualización de este ebook se recomienda no cambiar la tipografía original.

Nota a la edición digital:

Es posible que, por la propia naturaleza de la red, algunos de los vínculos a páginas web contenidos en el libro ya no sean accesibles en el momento de su consulta. No obstante, se mantienen las referencias por fidelidad a la edición original.

Título original

Cultural hybridity, Cultural Exchange, Cultural Translation: Reflections on History and Theory

© Peter Burke, 2010

© María José del Río Barredo, del estudio preliminar, 2010

© Ediciones Akal, S. A., 2010

para lengua española

Sector Foresta, 1

28760 Tres Cantos

Madrid - España

Tel.: 918 061 996

Fax: 918 044 028

www.akal.com

ISBN: 978-84-460-4970-8

ESTUDIO PRELIMINAR

HISTORIA Y TEORÍA. NOTAS PARA UN ESTUDIO DE LA OBRA DE PETER BURKE

M.ª José del Río Barredo

Universidad Autónoma de Madrid

La idea de realizar un estudio de conjunto de los escritos de Peter Burke surgió en el marco de un seminario de historiografía e historia de la ciencia, celebrado en la sede madrileña del CSIC en enero de 2008. El encuentro se presentó como homenaje al reconocido historiador británico, que acababa de cumplir setenta años y de jubilarse como docente universitario. En él se puso de manifiesto la dificultad de dar cuenta completa de la amplia y variada obra debida a uno de los autores más destacados de la historia cultural reciente. Un estudio acabado de sus principales aportaciones resultaría en todo caso incompleto, puesto que la obra sigue en construcción y a muy buen ritmo. Más modesto, el objetivo de las páginas siguientes es proporcionar algunas ideas en esa dirección, partiendo de la lectura detenida de los principales escritos publicados por este historiador hasta la fecha, en especial los quince libros más importantes que ha elaborado como autor único [ver apéndice final][1].

A la hora de examinar y presentar la obra del profesor Burke consideré, en principio, adecuado seguir un criterio temático y tipológico. Por un lado, la misma variedad de sus investigaciones sobre el Renacimiento, las elites urbanas, la cultura popular, la imagen de Luis XIV, las formas de comunicación, el conocimiento y el lenguaje –entre otros temas– habla por sí sola de la contribución notable de este historiador a distintos aspectos de la cultura europea en la época moderna. Por otro, las aportaciones teóricas de carácter más general quedan agrupadas en un conjunto de trabajos claramente diferenciados del resto: los escritos dedicados a la historiografía contemporánea y a la reflexión sobre los métodos y teorías procedentes de otras disciplinas, en particular, la sociología, la antropología y la historia del arte. No obstante esta distinción inicial, es importante tener en cuenta que los trabajos teóricos constituyen nada menos que un tercio de la obra de Burke y que resultan esenciales para comprender su trayectoria en conjunto, pero también los escritos que, por contraste, podemos denominar empíricos. En éstos incluye regularmente aclaraciones más o menos extensas sobre los fundamentos teóricos y los métodos empleados (a menudo reformuladas con mayor amplitud en sucesivas ediciones y traducciones), mientras que las obras teóricas propiamente dichas pueden verse como reflexiones sistemáticas sobre su trabajo como historiador y, de forma más amplia, sobre el marco teórico (historiográfico y más allá) en el que se inscribía. En mi opinión, esta imbricación de la reflexión teórica y los estudios empíricos es, precisamente, uno de los rasgos más característicos de la obra de este historiador, que, de forma poco habitual, ha demostrado considerar igualmente indispensables las dos dimensiones –teórica y empírica– propias del oficio.

En consecuencia, he optado finalmente por seguir un criterio cronológico, en buena medida guiado por los escritos teóricos, considerados como hitos de una larga trayectoria: exposiciones sistemáticas de los problemas y soluciones que el autor ha ido enfrentando y de las posiciones que ha ido tomando durante más de cuatro décadas de intensos debates y giros de gran trascendencia. Así, enumeradas someramente, podemos distinguir tres etapas principales: la primera, comprensiva de la producción principal en las décadas de los setenta y ochenta, está caracterizada por la inspiración predominante de los historiadores de la Escuela francesa de Annales, «compañeros de viaje» a los que dedicó un estudio al final de esta etapa. La segunda, definida como de exploración de las nuevas formas de historia cultural, comprende fundamentalmente la década de los noventa, aunque su punto de arranque se encuentra en la colección de ensayos recogidos en el volumen dedicado a la antropología histórica de la Italia moderna, el libro más importante de Burke en los años ochenta. Esta obra «bisagra» y la colección de ensayos que cierra el final de la etapa (Formas de historia cultural) enmarcan y definen unos años de exploración de nuevos territorios y teorías, hasta entonces poco habituales entre los historiadores. La reflexión más importante de esos años, y posiblemente la más sofisticada que haya elaborado hasta aquí, la constituye Historia y teoría social, un libro publicado en 1992 y sustancialmente actualizado en la edición de 2005. Desde un eclecticismo consciente, en este trabajo se perfilan las posiciones a las que Burke se ha inclinado con firmeza creciente en la última década. La tercera etapa, comenzada con el cambio del siglo y quizás aún abierta en el momento actual, se define por la búsqueda de una práctica de historia total en la que el predominio de la historia cultural se combine con una atención similar a la historia social. La «venganza» de esta última constituye uno de los puntos finales de ¿Qué es la historia cultural?, un trabajo teórico susceptible tal vez más que otros de una lectura biográfica y posiblemente el más importante de esta etapa, junto con la elaboración más reciente de sus reflexiones sobre las mezclas, el hibridismo y la traducción cultural, que el lector tiene entre sus manos.

EL COMPROMISO CON LA HISTORIA SOCIAL Y LA INSPIRACIÓN DE ANNALES

En una distendida entrevista reciente, Peter Burke comentaba el entusiasmo que le había producido el descubrimiento de la historiografía francesa de la Escuela de Annales a principios de los años sesenta, cuando aún era estudiante en la Universidad de Oxford. El programa de estudios de Historia en este tradicional centro académico era muy conservador; se limitaba básicamente a la historia política nacional y se caracterizaba por un enfoque esencialmente empírico, desprovisto de preocupaciones teóricas. El joven estudioso se identificó fácilmente con el combate de los fundadores de la Escuela de Annales, a favor de una historia problematizada, que se inspiraba en la teoría social y que favorecía el análisis de las estructuras sobre la descripción de los acontecimientos. Aunque el entusiasmo no bastó para lanzarle a estudiar junto a Fernand Braudel, el principal representante de la Escuela en esos años, el nombre de este influyente historiador reaparece a lo largo de la entrevista como uno de sus principales «héroes» o «modelos», y como «interlocutor imaginario» mientras escribía alguno de sus primeros libros[2]. En 1962, Burke se incorporó como profesor en la moderna Universidad de Sussex, donde inicialmente continuó trabajando en sus primeras investigaciones sobre la escritura de la historia en los siglos XVI y XVII, comenzadas en Oxford bajo la dirección de Hugh Trevor-Roper. En algunas de las publicaciones más tempranas sobre este tema se detecta vagamente la influencia de los planteamientos franceses, por ejemplo en el recurso a la historia comparativa (entre China y Europa) y en la aspiración a un enfoque social de la historia de las ideas[3]. Pero el modelo de Annales se hizo verdaderamente influyente en la siguiente década. Como apuntaba en la citada entrevista, su libro sobre el Renacimiento italiano, publicado en 1972, combinaba los planteamientos de la historia cultural asociada con los estudiosos del arte (Jacob Burckhardt, Aby Warburg y Erwin Panofsky) con una histoire sérielle, basada en el análisis de varios centenares de biografías de artistas y escritores. Ese mismo año, el historiador británico editaba la traducción al inglés de una colección de artículos originalmente publicados en la revista Annales, colección que encabezaba el famoso ensayo de Braudel sobre la longue durée. Poco después publicó una selección de artículos de Lucien Febvre, con una introducción sobre su obra y sus principales aportaciones, que en su opinión merecían ser conocidas por los lectores ingleses tanto como los escritos de su colega Marc Bloch[4].

Ciertamente, además de Annales hubo otras influencias importantes en la primera etapa de la carrera profesional de Burke. En una breve relación de los mentores que más le han marcado, nuestro autor citaba a Christopher Hill y Lawrence Stone, ambos profesores en el Oxford de los cincuenta, a Keith Thomas, uno de sus primeros tutores, y a Eric Hobsbawm y Raphael Samuel, con los que tuvo más contacto a partir de los años sesenta y setenta. Este grupo de historiadores constituye un ejemplo excelente del empuje que la historia social, aunque todavía minoritaria, comenzaba a tener en la Inglaterra de esos años. El principal impulso para la renovación de esta disciplina era de inspiración marxista y estuvo vinculado a los primeros años de la revista Past and Present, en la que colaboraron activamente Hill y Hobsbawm, mientras que Samuel fue uno de los principales impulsores del History Workshop, un grupo de investigación y discusión políticamente muy comprometido y vinculado a una escuela para adultos de la ciudad de Oxford, que también publicó una revista del mismo nombre[5]. Por su parte, y de maneras distintas, en la historia social de Stone y Thomas tenía más peso la obra de Max Weber. Prácticamente contemporáneo de Thomas y Samuel, con los que ha tenido una relación más intensa, Burke no fue ni mucho menos ajeno a las fuentes de inspiración y problemáticas de estos, sus interlocutores directos. Sus primeros trabajos no fueron elaborados al margen de las preocupaciones principales de la historia social británica y tanto el marxismo como las ideas de Weber tienen en ellos un peso sustancial, sea como elemento de discusión o de inspiración. Con todo, el interés decidido y pionero por la historiografía francesa de Annales no sólo convirtió a Burke en su promotor en Inglaterra, supuso también que esta temprana influencia impregnara algunos aspectos notables de sus primeras obras de relieve y marcara algunas de sus posiciones historiográficas más características a largo plazo. Empecemos viéndolo a través del comentario de los libros con los que alcanzó un renombre internacional.

El Renacimiento italiano. Cultura y sociedad en Italia (1972), tenía como objeto estudiar las bases sociales de la creatividad colectiva en un momento en el que ésta se manifestó con especial intensidad. El punto de partida evidente era la primera interpretación importante sobre el tema, la realizada a mediados del siglo XIX por el historiador suizo Jacob Burckhardt, que buscaba atender a la relación entre la cultura y otros aspectos de la realidad histórica. Su tratamiento insuficiente de la sociedad y su desatención a la economía hacían esta interpretación incompleta en términos de la pujante historia social de principios de los años setenta. Más sugerentes a primera vista eran las propuestas procedentes de los estudios sociológicos sobre el tema de Alfred von Martin y de la tradición marxista de historia social del arte, representada por Frederick Antal y Arnold Hauser. Burke apreciaba en estos autores el intento de establecer una relación entre las innovaciones culturales y una nueva visión del mundo, racional, calculadora, pero le parecía escasamente fundamentada –y en buena medida anacrónica– la interpretación del Renacimiento italiano como cultura asociada al ascenso de la burguesía urbana. De ahí que hiciera suyas las críticas del historiador del arte Ernst Gombrich a un planteamiento que trataba el arte como un reflejo crudo de la sociedad y que recogiera también su propuesta de considerar ésta no en un sentido genérico, sino desde la investigación concreta de las condiciones materiales (sociales, institucionales y económicas) de la creación artística. Así, Burke se sirvió de las posibilidades que la informática entonces emergente ofrecía a los historiadores sociales interesados en el tratamiento estadístico de sus fuentes para preparar varios centenares de fichas de artistas, músicos y escritores de distintas ciudades italianas entre 1420 y 1540, para cuantificar grosso modo variables como los orígenes geográficos y sociales, o la formación y el estatus social de estos innovadores culturales. Apoyándose en los trabajos de Erwin Panofsky y en proximidad con Michael Baxandall, que entonces comenzaba a despuntar, trató también a fondo asuntos como las motivaciones de los artistas al realizar sus trabajos, las exigencias de sus patronos y clientes, los usos de las obras de arte y los gustos, las ideas y las tradiciones iconográficas y literarias de la época.

Sobre la base de esta reconstrucción de la cultura renacentista en su entorno social, Burke quiso ir más lejos de los planteamientos microsociológicos para volver a suscitar en los últimos capítulos cuestiones de carácter más general. Buscaba, además, corregir tanto la visión excesivamente homogénea y estática de la sociedad renacentista esbozada por Burckhardt, como las simplificaciones y los anacronismos de las interpretaciones marxistas. Para eso trazó un cuadro socialmente diversificado de las visiones del mundo, el marco social y los cambios a corto y largo plazo. Karl Mannheim y Max Weber le aportaron categorías útiles –como la misma «visión o concepción del mundo» y las formas de ejercer el poder– y estimularon la atención a los estilos de vida y las diferencias generacionales. Pero sobre todo, resulta en esta última parte muy notable la influencia de Annales. Braudel (además de Antal) sustanciaba la discusión sobre el proceso de «refeudalización» como tendencia de cambio social caracterizada por el predominio creciente de estilos de vida nobiliarios entre las elites urbanas y de actitudes cada vez menos innovadoras, más «rentistas» que «empresariales», mientras que Bloch inspiraba la propuesta de comparación de la Italia del Renacimiento con otras sociedades creativas, una cercana (los Países Bajos) y otra de fuera de Europa (Japón). Tanto o más importante, la noción de l’outillage mental, fundamental en el trabajo de Febvre sobre la religión de Rabelais, no sólo está muy presente en la reconstrucción de las concepciones del mundo renacentistas, atentas a las creencias, sentimientos y conocimientos existentes, sino que además impregna uno de los principales fundamentos del libro: la idea de que la tradición (el entorno, la estructura) limita a la vez que posibilita la innovación[6]. No sorprende que en la introducción de la segunda edición del libro, el propio autor insistiera en la importancia de Annales en la que denomina interpretación de vía media entre la historia cultural clásica y la historia social del arte[7].

Continuación y complemento del libro anterior fue, en cierto modo, Venecia y Ámsterdam: un estudio sobre las élites del siglo XVII (1974). La obra resultó de una apuesta firme por la historia social comparativa, en la que el autor pasaba del estudio de las elites creativas italianas a las elites políticas de dos importantes ciudades europeas entre 1580 y 1720. Siguiendo la propuesta metodológica de Bloch, se trataba de comparar sociedades similares, en este caso coincidentes en su economía predominantemente comercial y en su sistema de gobierno republicano. De nuevo, el historiador británico recurría a la biografía colectiva o prosopografía, en este caso de unos seiscientos personajes que ocupaban puestos en el senado veneciano y en el ayuntamiento de Ámsterdam. Este material, en buena medida archivístico, le permitió atender a sus papeles políticos, sus bases económicas, sus formas de reproducción social y su cultura, entendida ésta en términos de estilo de vida, actitudes, valores, educación y aficiones literarias y artísticas. El peso sustancial que tiene la cultura en la obra lleva a caracterizar este trabajo como una aproximación cultural a la historia social, a diferencia del libro anterior, que era una historia social de la cultura. Ambos coincidían, sin embargo, en la pretensión de valorar los elementos que favorecían o frenaban el cambio, en este caso las transformaciones sociales, planteadas en términos cercanos a los utilizados en el estudio de las elites culturales italianas. Se trataba aquí de analizar si en el siglo XVII las elites comerciales de Venecia y Ámsterdam siguieron arriesgando como «empresarios» o bien se convirtieron en «rentistas».

Como estudioso de las elites, Burke sigue las interpretaciones y categorías de los especialistas en el tema, en particular la teoría sobre la circulación de las elites del sociólogo Vilfredo Pareto, corregida por teóricos actuales como C. Wright Mills y R. A. Dahl. El novedoso tema resultaba además especialmente adecuado para intervenir en algunos debates importantes en la historia social del momento, tales como la Crisis del siglo XVII y el proceso de refeudalización. Considerando la selección de artículos de historia económica y social, publicados en la revista Annales por destacados historiadores de esa escuela y también marxistas, que el historiador británico acababa de editar, no sorprende que en Venecia y Ámsterdam dialogara con Carlo Cipolla (sobre la Revolución de los precios) y con Pierre Chaunu, Eric Hobsbawm y Fernand Braudel, sobre la crisis. Este último le proporcionó además la noción de cambio «inconsciente», es decir, el cambio no intencionado o basado en un cálculo de consecuencias, que pasó a formar parte del bagaje teórico característico del historiador cultural. En este sentido, el libro que comentamos resultó tremendamente rico, pues, a pesar de sus limitadas pretensiones teóricas, está salpicado de nociones procedentes de la antropología y la psicología social que acabaron ocupando un lugar de peso en su trabajo posterior. Así, encontramos referencias ocasionales a Max Gluckman, para discutir el conflicto y la cohesión social, a Erik Erikson, para una comparación lejana de los valores holandeses de frugalidad y limpieza con los de los iroqueses, y, sobre todo, a Erving Goffman, inspirador de unas páginas memorables sobre el vestido y los gestos de los patricios venecianos en términos de «fachada» o presentación social del yo, que constituyen un espléndido preludio de exploraciones futuras sobre el consumo ostentoso y el retrato.

El empleo de teorías procedentes de otras disciplinas, la inspiración de Annales y los intereses dominantes en la historia social británica estuvieron muy presentes también en La cultura popular en la Europa moderna (1978), el libro más importante publicado por Burke hasta el momento. En este nuevo trabajo el autor pretendía ampliar su aproximación a la cultura y la sociedad, yendo más allá del estudio de las grandes obras artísticas y literarias y de los grupos sociales dominantes para atender también a los valores y las producciones culturales de la gente corriente, los artesanos y campesinos, que constituían la gran mayoría de la población europea en la Edad Moderna. En El Renacimiento italiano había llamado ya la atención sobre la necesidad de conocer mejor determinados aspectos de la cultura popular, como la religión, la danza y la literatura oral, con objeto de tener una noción más completa y heterogénea de las concepciones del mundo existentes en la época. Evidentemente, el referente de los historiadores culturales clásicos (Jacob Burckhardt y Johan Huizinga), que constituyeron el punto de arranque de aquel libro, no era ya apto para éste, sustentado desde la primera página en una definición de cultura tomada de la antropología y, en consecuencia, mucho más amplia que la de aquéllos.

Al incidir en las actitudes y los valores de las clases populares, y en su expresión y encarnación en formas simbólicas que incluían cuentos, canciones y rituales de diverso tipo, Burke se situaba de lleno en el ámbito de preocupaciones de los historiadores sociales británicos, que desde posiciones más o menos cercanas al marxismo, se esforzaban en la elaboración de una historia más democrática, o lo que pronto se conocería con el nombre de «historia desde abajo». No es extraño que en La cultura popular, mucho más que en los libros anteriores, el autor estableciera un diálogo fructífero con estudiosos punteros en la historia de los movimientos sociales como Christopher Hill, Eric Hobsbawm, George Rudé y también E. P. Thompson, cuyos estudios sobre el charivari y otros temas relacionados con la moral de la multitud resultaban particularmente cercanos a este trabajo. Los escritos y personalidad de este último historiador, que trabajaba en buena medida al margen del mundo académico oficial, constituían en esos años un estímulo central para los historiadores más jóvenes del History Workshop, grupo del que Burke formaba parte, si bien él, en contraste con otros integrantes, prefería no utilizar la historia como arma de lucha política. Con el tiempo las diferencias con Thompson quedaron fijadas: básicamente, nuestro autor era más tajante en el rechazo de un modelo teórico que subordinaba la superestructura cultural a la base económica, mientras que Thompson reprochaba a los estudiosos de la cultura popular que pusieran excesivo énfasis en los aspectos simbólicos, desatendiendo la «morada material» en la que se inscribía[8]. De hecho, Burke mostraba más proximidad con otro influyente intelectual británico, el marxista Raymond Williams. Su libro más famoso había inspirado el título original de El Renacimiento italiano(Culture and society in Renaissance Italy) y Burke reconocía ahora expresamente su deuda intelectual con este estudioso de la literatura y los medios de comunicación de masas[9].

En todo caso, los interlocutores de La cultura popular en la Europa moderna eran muy numerosos y no debemos olvidar que para Burke el más importante fue Braudel. Esto puede resultar chocante para quien pretenda medir su impacto recorriendo las notas a pie de página y la bibliografía citada. La influencia del historiador francés difícilmente podía depender de intereses temáticos comunes y tampoco se limitó a la aportación de unos cuantos conceptos. En realidad fue de carácter mucho más amplio y general. Para empezar, estimuló que una investigación inicialmente concebida para un contexto regional (Italia, de nuevo) se ampliara hasta abarcar todo el continente europeo (Rusia incluida) y la época moderna completa, desde el siglo XV al XVIII (de hecho hasta el XIX, si consideramos que el libro empieza y acaba con «el descubrimiento del pueblo» en el Romanticismo). A este ir más allá de las fronteras previstas y al enfoque de la larga duración, se unió una organización de algún modo reminiscente de la que seguían entonces las tesis dirigidas por Braudel: después de una amplia primera parte destinada a discutir términos, fuentes y metodología (esta parte tal vez más de estilo tradicional británico), el grueso de la obra se dividía en una sección dedicada a las estructuras de la cultura popular y otra a los cambios a lo largo del tiempo. Esta última parte, dedicada a las transformaciones de la cultura popular, motivadas tanto por las pretensiones reformadoras de las elites como por la influencia de cambios producidos en otros ámbitos, como la expansión del comercio y la politización del pueblo, es donde mejor se observa la ambición de escribir una historia total, capaz de establecer conexiones entre las distintas dimensiones de la realidad –la cultura, la sociedad, la política y la economía.

La amplitud temporal y geográfica cubierta por La cultura popular, las cuidadosas discusiones metodológicas y la formulación de un marco teórico general hicieron que este libro se convirtiera rápidamente en una obra de referencia, capaz de inspirar otras investigaciones y de tener un impacto bastante más duradero de lo que suele ser habitual en un trabajo de historia. Eso no excluye que también estuviera sujeto a algunas críticas y controversias, como el propio autor ha recogido en las introducciones de las ediciones sucesivas[10]. Las más sustanciales estuvieron relacionadas con la misma noción de cultura popular, planteada en términos explícitamente gramscianos, como la cultura de las «clases subordinadas», y caracterizada de forma residual frente a la de las elites. Este modelo dicotómico era constantemente enriquecido con aspectos que destacaban las interrelaciones –como la insistencia en el biculturalismo inicial de las elites– y resultó particularmente adecuado para analizar la «reforma de la cultura popular», esto es, los intentos de transformación de la misma por parte de las elites. Como el autor indicaba en nota, en este tema seguía la tradición historiográfica francesa, marcada por los estudios de Jean Delumeau sobre el catolicismo contrarreformista y de Yves-Marie Bercé sobre la fiesta y la revuelta. La interpretación ofrecida por Burke no llegó, sin embargo, tan lejos como la de otros historiadores galos, concretamente Robert Muchembled, que precisamente el mismo año publicó un libro en el que ponía especial hincapié en la represión de la cultura popular francesa por el naciente estado centralizado en la época moderna[11]. El historiador británico no mostró especial interés por esta cuestión, ni tampoco empleó el modelo de hegemonía cultural de Antonio Gramsci, que inspiró a otros historiadores de la cultura popular más empeñados en demostrar la existencia de estrategias conscientes de represión cultural. Si bien es cierto que «El triunfo de la cuaresma» –título sugerente del capítulo que comento– insinuaba la derrota completa del carnaval (la cultura popular), las conclusiones subrayaban claramente las diferencias entre los objetivos y los logros de los reformadores y destacaban más bien las consecuencias no intencionadas de sus ataques. Interesado sobre todo en la dinámica de las relaciones entre la cultura popular y la de las elites, Burke puso de manifiesto en varios trabajos sobre religión popular publicados en los años ochenta su preocupación por otras nociones útiles para el estudio de las influencias de doble dirección, como «negociación» o «intercambio»[12].

En este sentido, La cultura popular está más próximo a las obras de la historiadora norteamericana Natalie Z. Davis y del italiano Carlo Ginzburg, quienes, en torno a esas mismas fechas, publicaban también sus respectivos y originales estudios sobre el tema[13]. Las relaciones entre los tres historiadores merecerían un estudio separado, pero podemos destacar aquí su coincidencia en el diálogo con la historiografía marxista y la Escuela de Annales, el interés común por la antropología y la teoría social y, más allá de intereses temáticos compartidos (como la literatura popular, los rituales), su coincidencia en interpretaciones muy matizadas, que subrayaban, más que los contrastes, las interacciones y las influencias de doble dirección entre la alta cultura y la popular. Las diferencias entre ellos son así mismo importantes, notablemente por la preferencia de Burke por los tratamientos de la larga duración y los enfoques telescópicos sobre las aproximaciones micro, como veremos más adelante. Pero durante los años ochenta los tres historiadores se convirtieron en puntos de referencia inexcusables para los estudiosos de la cultura popular y, de forma más general, para quienes, como resultado del giro antropológico iniciado en las décadas anteriores, se inclinaban cada vez más hacia las aproximaciones de la antropología histórica.

Mientras que en los años ochenta tenía lugar un intenso debate sobre la cultura popular –con el libro de Burke como uno de los elementos puntales–[14], nuestro autor se encaminaba al estudio de otros temas y comenzaba a buscar nuevos enfoques para su tratamiento. Su siguiente trabajo de relieve, The Historical Anthropology in Early Modern Italy (1987) –hasta ahora no traducido al castellano–, constituye una espléndida ilustración de estas nuevas investigaciones que miraban a la antropología para obtener conceptos, herramientas de análisis e hipótesis de trabajo, algo que en cierto modo estaba ya presente en La cultura popular pero que ahora se hacía de forma más sistemática y se dirigía a exploraciones de escala más reducida. Esta colección de estudios centrada en el estudio de diversas formas de percepción y comunicación en la Italia de la época moderna –como recoge el subtítulo–, reunía trabajos realizados desde finales de los años setenta, acompañados de una introducción dedicada a definir los rasgos principales de esa nueva forma de hacer historia que tanto interés suscitaba dentro y fuera de la profesión. A partir del ejemplo de monografías importantes como El queso y los gusanos (1976) de Carlo Ginzburg, Montaillou, una aldea occitana (1975), de Emmanuel Le Roy Ladurie y Religion and the decline of magic (1971) de Keith Thomas, Burke señalaba que, aun no siendo un movimiento homogéneo, la antropología histórica se caracterizaba por el interés común en los escritos de autores clásicos como Émile Durkheim y Marcel Mauss, o contemporáneos como Victor Turner y Clifford Geertz. La antropología influía a estos historiadores de varias maneras: la elección de temas relacionados con la vida cotidiana y su simbolismo, el empleo de categorías propias de la cultura estudiada, en vez de las contemporáneas del historiador, y la preferencia por el análisis cualitativo de casos concretos, con tendencia a un enfoque microhistórico.

Los casos de estudio reunidos por Burke incluían, además de una sugerente discusión sobre las fuentes procedentes de fuera (viajeros extranjeros) o de dentro (memorias, diarios, autobiografías), más de una docena de ensayos sobre temas variados, que iban desde religión popular y el consumo ostentoso de las elites, a la santidad y los insultos, pasando por la alfabetización, el retrato y los rituales. Prácticamente todos ellos se situaban en el contexto local de alguna ciudad italiana y se apoyaban en documentación primaria, a menudo archivística. Es posible que al autor le tentara entonces la idea de explorar el método microhistórico, pero lo que hizo finalmente fue utilizar sus materiales empíricos para valorar el potencial de análisis de diversas teorías antropológicas y sociológicas y esbozar propuestas de posibles investigaciones más amplias. Así, mostraba que para el estudio de una sociedad tan teatralizada como la italiana de la Edad Moderna resultaban particularmente aptas las teorías de Erving Goffman y Pierre Bourdieu sobre la escenificación de la persona y la distinción, las primeras ya empleadas en el estudio de las elites de Venecia y Ámsterdam. Las formas de consumo como expresión de los valores y estilo de vida de estos grupos sociales le permitían ahora mostrar la racionalidad del consumo ostentoso en el marco de unos valores que asociaban el decoro y la magnificencia de las clases privilegiadas con las prácticas habituales de presentación en sociedad y manifestación del estatus social. La tendencia del autor a tratar estos temas con la lente más amplia posible quedó demostrada en un artículo posterior, en el que retomaría el tema a una escala intercontinental, comparando el consumo ostentoso de las elites europeas y las asiáticas en la época moderna[15]. De hecho, como veremos en el próximo apartado, algunos de los ensayos de este libro fueron el embrión de las monografías más extensas en tamaño y tratamiento temporal o espacial que Burke publicó en la década de los noventa. Como en Historical Anthropology, la inspiración de Goffman y Bourdieu estuvo unida a la de Norbert Elias, cuya noción de umbral de la vergüenza se aplicaba también al estudio de la sociedad italiana moderna, obsesionada por el honor. De forma similar, otros ensayos de este libro muestran la importancia creciente de las teorías de Mijail Bajtin, procedentes no tanto de su famoso estudio sobre Rabelais, utilizado ya en La cultura popular,