Historia de la Educación Física argentina - Jorge Saraví Riviere - E-Book

Historia de la Educación Física argentina E-Book

Jorge Saraví Riviere

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Beschreibung

En este libro, Jorge Saraví Rivière analiza la evolución histórica de la Educación Física argentina en los siglos XIX y XX, rescatando hechos, personalidades e instituciones que marcaron un camino en el desarrollo de la disciplina. El autor realizó un vasto trabajo de investigación que lo condujo a la escritura de sus dos libros sobre la temática, que en esta ocasión son reeditados juntos en un solo ejemplar. El carácter pionero de sus textos, en un área que hasta ese momento tenía tan sólo escasos y fragmentarios estudios, mantiene sin lugar a dudas y hasta el día de hoy su fuerza y su vigencia, en una escritura comprometida y decididamente política, tal como lo fue la vida del autor.

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Jorge A. Saraví Rivière

Historia de la Educación Física argentina

La presencia de China en el hemisferio occidental : consecuencias para América Latina y Estados Unidos . - 1a ed. -

Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2012.

E-Book.

ISBN 978-987-599-292-4

1. Ciencias Políticas.

CDD 320

© Libros del Zorzal, 2012

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escríbanos a: <[email protected]>

Asimismo, puede consultar nuestra página web:

<www.delzorzal.com>

Índice

Prólogo a la nueva edición | 5

Prólogo-Advertencia | 8

PRIMERA PARTE

1Era independientePeríodo: desde 1810 hasta la organización nacional (1852) | 15

2Era independiente Período: 1852-1898 | 21

3Corolario | 114

4Apéndice | 116

5Bibliografía | 128

SEGUNDA PARTE

1Sociedad Sportiva Argentina | 136

2Alejandro Jorge Newbery | 175

3Pablo Antonio Pizzurno | 182

4Dr. Enrique Romero Brest | 190

5Federico W. Dickens | 219

6Jorge Eduardo Coll | 227

7César Sotero Vázquez | 231

8Francisco Torino | 237

9Consejos nacionales de educación física | 240

10Enrique Carlos Romero Brest | 245

11Dos extranjeros en la educación física | 255

12Dos protagonistas argentinos | 259

13Consideraciones finales | 267

14Bibliografía | 269

Prólogo a la nueva edición

Jorge Saraví Rivière se encargó de hacer investigación histórica cuando nadie en la Educación Física escolar argentina lo hacía. Nunca tuvo una formación específica más allá de la que se procuró como autodidacta. Nunca accedió a una beca, ni a un grado de investigador, ni tuvo una cantidad de artículos publicados en revistas indexadas. Quizás lo suyo siempre estuvo voluntariamente desnivelado hacia la acción pedagógica.

En 1985, cuando este libro dio a luz su primera parte, Saraví Riviere podría haber reclamado para sí un reconocimiento particular por su labor pero, lejos de esto, sólo creyó que su texto Historia de la Educación Física argentina. Siglo xix era merecedor del acápite “Notas para su elaboración”.

Durante 25 años recogió datos de una historia perdida y menospreciada por muchos de sus colegas y que sigue siendo hoy un proyecto a desplegar.

Su trabajo intentó lo que parecía una herejía en la década de 1990: construir una identidad, decir que había una historia local que no necesariamente era un desprendimiento mecánico de la historia universal europea o norteamericana. Esta historia aficionada, esta proto-historia o esta historia naif como algunos denominaron luego a este texto, sigue siendo en la actualidad la que permite a muchos iniciarse, con otras posibilidades, en el trajín del relato histórico. No es la fuerza de una ciencia neutral la que está detrás de este texto, es la potencia de un hombre que dedicó su vida a la Educación, una práctica que consideró siempre “situada”, siempre comprometida, decididamente política.

Al contrario de muchos académicos actuales, nunca su obra se desacopló de su vida. Cualquiera puede seguir su trayectoria, sus logros y sus fracasos, pero siempre verá una línea ética humanista a la que nunca renunció.

Por eso a este texto no le son pertinentes las críticas sobre su positivismo, su apoyo al normalismo sarmientino, a la generación del 80 o a su exaltación de Enrique Romero Brest. Este texto debe ser apreciado en su cualidad de brecha a ensanchar, de consolidación de datos que iniciaron una explicación histórica de lo que la Educación Física escolar fue y es. No es un texto escrito para académicos, fue su forma de pararse ante el devenir de la época que le tocó vivir y poner las primeras ideas sin que haya otras a disposición.

La historia no describe el pasado, la historia está siempre entreverada en el presente. Es un campo de disputa siempre jugado en la actualidad, y entre una Educación Física Escolar anodina, desinformada, donde cada profesor parece sostener sus prácticas en un eterno presente sin linajes ni antecesores que lo determinen, Saraví Rivière eligió darnos algunas pistas sólidas sobre hechos pasados que la habían conformado. Nada más (ni nada menos).

Algunos por primera vez repararon en que había pueblos originarios que eran “antecedentes” de una corporeidad luego mestizada con la española y más tarde con la inmigración. Otros oyeron con asombro inaugural que el deporte inglés entró a los países como parte de la política de una cultura imperial en expansión o que los movimientos políticos del país golpearon, modelaron y dieron forma a la Educación Física escolar y no sólo con ideas, también con persecuciones, con exilios y con otras peligrosas incomodidades. He sido testigo de caras azoradas de alumnos y profesores ante tales revelaciones en el estilo agudo de sus clases que superaron siempre a su producción escrita.

El segundo texto, centrado sobre personajes del siglo xx y que vio la luz en 1998, fue parte de un esfuerzo inaudito que le permitió terminar su trabajo apoyado en el amor familiar que lo sostuvo en medio de una dura enfermedad. A esta segunda sección le caben las mismas bondades que a la primera.

Y no más palabras, Jorge Saraví Rivière no las hubiese querido; transfórmense ahora ustedes en lectores del primer y valioso intento de reconstruir un intenso tramo de la historia de la educación argentina.

Patricio Calvo1

La Plata, septiembre de 2012

1 El autor del prólogo se desempeñó como Adjunto en la cátedra Metodología de la Investigación en Educación Física durante el período en que el Profesor Saraví Rivière fue su Titular, en la Facultad de Humanidades de la UNLP. También compartieron experiencias en el seno de AVNE (Asociación Vida en la Naturaleza y Educación). Actualmente Calvo es Director del Programa de Fortalecimiento de Políticas Sociales Locales en la Universidad Nacional de Moreno.

Prólogo-Advertencia

La historia de la Educación Física argentina, en relación con los escasos y fragmentarios estudios que se le han dedicado, podría creerse que no existe: tan poco es lo que se ha publicado al respecto. Este trabajo intenta llenar parte de ese vacío, porque creemos que es necesario hacer un esfuerzo para trazar un panorama de la evolución de nuestra Educación Física. No sólo porque hay numerosos hechos y personajes que vale la pena conocer, sino porque es necesario esbozar una relación para informar a nuestros estudiosos y para conocimiento de todos los alumnos de los institutos y escuelas de Educación Física que se están formando, en el orden nacional y provincial de nuestro sistema educativo. Porque carecer de una historia de la Educación Física argentina ha significado, hasta ahora, que en casi todos los casos se conozca y se estudie bien la evolución de nuestra disciplina en los países de Europa y de los Estados Unidos de Norteamérica, pero que se desconozca casi en absoluto si en el pasado hubo aquí hechos o ideas de algún valor.

Como resultado de ello tenemos una Educación Física argentina sin conciencia histórica. Como en los cuentos de hadas, pareciera surgir de la nada: sin raíces ni referentes históricos.

¿Cómo podemos pretender alcanzar proyecciones serias si para forjar un proyecto que apunte a un futuro (cercano o lejano) comenzamos con nacimientos espurios –siempre extraños a nuestro país– que nos dan ya un arranque falso? ¿No es esta una de las formas de dependencia cultural? Creemos resueltamente que sí. Negarnos a nosotros mismos para impostar artificialmente orígenes que no son los propios, ¿no es acaso negar desde un principio la posibilidad de entender el presente y la realidad con que contamos como inicio?

No queremos con ello sobrevalorar los hechos del pasado de la Educación Física argentina: no hay razones para exagerar ni para magnificar ideas o trabajos que pueden encontrarse, como tampoco para negar lo que se debió a los grandes centros europeos o norteamericanos. Por eso se hace necesario tratar de hallar los gérmenes iniciales y otorgarles su justo valor. Escribir una historia de la Educación Física argentina implica palabras mayores, en la medida en que exige un acopio de datos, una correlación de épocas, de hechos e investigaciones que no están en estos momentos sistemáticamente organizados. Este trabajo no pretende cubrir por completo ese vacío, sino al menos una parte, dando a conocer algunas informaciones que disponemos y algunas reflexiones elementales sugeridas por el hallazgo de datos que consideramos de interés. Trabajos posteriores permitirán ampliar lo expuesto, cubrir interrogantes, disipar dudas y rectificar información. Por eso, estas son, simplemente, notas.

Mas estas notas son ambiciosas en su intención de ayudar a crear incentivos, a dar el estímulo para rectificar, ampliar y superar lo escrito, de modo que sean muchas las contribuciones, de distintos orígenes, que se agreguen, a fin de establecer una base firme para una buena historia de la Educación Física argentina. Cuando contemos con estudios e investigaciones en todas nuestras provincias –si fuera posible en cada zona de nuestro país, en cada escuela o colegio– estaremos en condiciones de conocer bien el pasado de esta disciplina.

Sabemos que hay provincias como Tucumán, con un rico pasado, que hay colegios (el Nacional de La Rioja es uno de ellos) que cuentan con ideas y hechos pioneros.

Mientras llegan estos aportes, bienvenidas son las ampliaciones y correcciones de lo poco que tenemos.

Cuando como título elegimos Historia de la Educación Física argentina, lo hicimos con toda intención, porque no hemos tomado el desarrollo del deporte, excepto en los párrafos que dedicamos a su relación con la Educación Física de las escuelas. Por nuestra parte entendemos que la Educación Física es un aspecto de la educación que sólo puede comprenderse con respecto a esta última como totalidad; que usa como elemento específico el movimiento y que se realiza a través de varios agentes: la gimnasia, el juego, la vida en la naturaleza, el deporte. Por eso, el deporte que nosotros consideramos sí es uno de los “integrantes del proceso educativo”. Se trata de un deporte subordinado a principios esencialmente pedagógicos.

No obstante, el deporte de nuestros días, el que llama la atención en los medios masivos de comunicación a diario y se ha convertido en un hecho que mueve a hombres, instituciones y recursos en cifras impresionantes, no es el deporte al que aludimos en el párrafo anterior. El de las enormes masas y recursos es el deporte-institución, el deporte que ya es de por sí un complejo fenómeno cultural de nuestro tiempo, de formas proteicas y muchas veces contradictorias, que no está subordinado a principios educativos, y que cada vez (según nuestra opinión) está más alejado de ellos. El deporte-educación que nos interesa es un socio, quizá menor, del otro (menor por la valoración que se le da en general, así como por el desarrollo más reducido que ha tenido y que presumiblemente tendrá), pero rico en potencialidades de perfeccionamiento humano y que mantiene siempre en estado germinal todas las excelencias que conlleva una actividad humana de raíz educativa, esperando un ambiente adecuado y la acción de un educador para llegar a florecer. El deporte-institución tiene una dimensión y un crecimiento arrolladores, pero de carácter descontrolado, con resultados cada vez más negativos. Ambos guardan en común el origen y los reglamentos que rigen su práctica1.

Nos ocuparemos, entonces, en estas páginas, de la historia de la Educación Física en la República Argentina, pero con una limitación más: ya que sólo trataremos la Educación Física escolar, es decir, en el ámbito de la escuela, ya sea primaria o secundaria. Porque ella es, a nuestros ojos, la esencial: la escuela fue, y seguirá siendo (a pesar de los agoreros que hablan de su muerte), el núcleo de una educación orgánica, complementaria de la hogareña y fundamental para inculcar hábitos, formas de pensar, conocimientos, así como modos de sentir y aun de vivir. En ella, la Educación Física, integrada con los demás elementos que conforman una educación sistemática, siempre está llamada a desempeñar un papel fundamental.

Y a pesar de que, tal como otras áreas escolares (que tradicionalmente sufren postergaciones y se subestiman), ha experimentado variantes en su consideración, también cuenta con una larga tradición poco conocida. Ese pasado nos interesa: en sí mismo, como relación de nuestra asignatura y también como un integrante de ese ámbito escolar al cual contribuye a caracterizar y conferir un sentido determinado.

PRIMERA PARTE

Introducción

Eras de la Educación Física argentina

La historia de la Educación Física argentina puede estudiarse a través de tres grandes eras:

1. La era indígena, autóctona o precolombina

En ella cabe considerar las actividades físicas y los juegos de nuestros indígenas en los tiempos en que aún no se había descubierto América, antes de la llegada de los conquistadores europeos.

De este período es poco lo que se conoce en forma sistemática, razón por la cual registramos antecedentes dispersos.

2. La era colonial o de dominación hispánica

Se extiende prácticamente de 1492 a 1810 y comprende las actividades y juegos que se practicaban durante la colonia, tiempos en que predominó la influencia española.

3. La era independiente

Consideramos aquí todas las actividades llevadas a cabo desde la Independencia hasta nuestros días, o sea desde 1810 hasta el presente. Es este el período en el que encontramos mayor y más variado acopio de juegos, deportes, teorías y realizaciones de diversa índole.

• En las dos primeras eras, la indígena y la colonial, no se puede hablar con propiedad de “Educación Física”, aunque se registran actividades físicas, juegos, entretenimientos y diversiones. Tampoco se puede hablar en ese tiempo de “deporte”, porque este es un producto sociocultural propio de la era industrial, es decir, que recién surge a partir de 1764, año en que se inventó la máquina a vapor, que marca el inicio de la Revolución Industrial.

• Al entrar en el período independiente ya es posible hablar de Educación Física escolar, aunque en realidad, el término “Educación Física” no se usaba en los comienzos de esta época, sino que se la denominaba “gimnástica” o simplemente “ejercicios físicos”. La terminología empleada en los comienzos es bastante imprecisa; y no es hasta a principios de este siglo que comienza a hacerse habitual la que hoy se usa.

• La eraa independiente presenta variantes considerables en su evolución, de modo que, con criterios siempre provisorios, puede subdividirse en varios períodos. Con el objeto de ordenar de manera didáctica su análisis, tomaremos en primer término el siglo xix (desde 1810 hasta 1898) y luego el siglo xx.

1

Era independientePeríodo: desde 1810 hasta la organización nacional (1852)

En todo el período independiente se producen distintas manifestaciones y formas de la Educación Física escolar, pero para el lapso correspondiente al subtítulo que antecede sólo pueden registrarse como antecedentes dispersos, ya que no poseen carácter orgánico ni continuidad, ni están sustentados por una clara concepción teórica. Ello no puede sorprender, ya que en esa época la atención de funcionarios y gobernantes estaba absorbida por problemas de mucha más urgencia. La organización de la educación, en sus distintos niveles, era entonces embrionaria. No se la olvidaba, pero tampoco se podían trazar planes que cubrieran sus necesidades ni las aspiraciones de nuestro pueblo.

El primer antecedente de valía corresponde al pensamiento de Juan Hipólito Vieytes, publicado en el periódico que dirigió, el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio. Si nos ajustamos estrictamente a las fechas, esta documentación debería incluirse como cierre del período colonial. Pero creemos justo iniciar con él el período independiente, pues Vieytes fue precursor y actor de la Revolución de Mayo. El Semanario se editó desde 1802 hasta 1807, pero sus páginas fueron una expresión clara del pensamiento de los hombres desvelados por la liberación de nuestro país. Juan Hipólito Vieytes, para decirlo con las palabras de uno de sus biógrafos, Félix Weinberg, “era abiertamente un militante de la vanguardia de la Revolución en marcha”. De ello no cabe la menor duda: de ahí nuestra decisión de incluirlo como punto inicial de este período.

En un artículo publicado en el N.º 157, del miércoles 18 de septiembre de 1805, continuación de uno anterior (del 4 de septiembre) en que se expusieron algunas ideas generales sobre educación, escribe Vieytes:

No exige menos atención el acrecentamiento de las fuerzas físicas de un niño, pues que estas le preparan una robustez que no conoció jamás el hombre que se crió entre la delicadeza y el mimo. Los niños deben ejercitarse en la carrera, en la lucha y en todos aquellos ejercicios que, al mismo tiempo que sirven para su desarrollo y crecimiento, los alejan de una constitución flaca y enervada que abreviaría sus días. Unas lecciones de natación los haría vigorosos y los pondría a cubierto del inminente peligro que experimenta a cada paso el hombre que, por un defecto de educación, carece de estos principios esenciales.

Continúa luego desarrollando su pensamiento sobre otros aspectos de la educación y, casi al terminar, completa su idea, ubicando a la Educación Física dentro de un contexto mayor:

El amor a nuestros semejantes es obra de la naturaleza, pero el dirigirlos hacia los deberes de verdaderos ciudadanos es una sagrada obligación que nos impone la sociedad. Si aquel queda en parte satisfecho con sólo la Educación Física, esta no le puede quedar sin la moral y la política: ¡admirable unión que hace a un mismo tiempo a los hombres sensibles, honrados y laboriosos!

Poco tiempo después, en el Semanario N.º 167, del 27 de noviembre de 1805, inicia una serie de artículos en los que, con el título de “Arte de nadar”, se da un curso breve de natación. Va apareciendo en los ejemplares N.º 170, del 18 de diciembre; N.º 171, del 25 del mismo mes, y en los N.º 174, 175 y 176 correspondientes a las ediciones del 15, 22 y 29 de enero de 1806. No se aduce originalidad en el curso; previendo que haya dudas, se remite a consultar el Tomo 14 del Semanario de Agricultura de Madrid, y al comenzar se cita como autor de las lecciones a Oronzio de Bernardi, Canónico de Terlizzi en Nápoles. Nuestro Semanario no deja de expresar el deseo de que: “Ojalá se estableciese en nuestro país una escuela de natación” y que los padres envíen a ella a sus hijos. En el N.º 170 lamenta no poder publicar “la estampa que el autor acompaña a sus reglas” por “no hallarse gravador que la execute, como se ha dicho ya otras veces”2.

Otro antecedente lo aporta la Escuela de Dibujo dirigida por el profesor Francisco Castañeda (1716 - 1852). En su reapertura3, el 10 de agosto de 1815, Castañeda pronunció una alocución patriótica, en la que figura un párrafo, por demás interesante, donde afirma:

No basta que los niños aprendan los rudimentos de la religión católica, no basta que sepan leer, escribir y contar, pues todas estas habilidades pueden aprenderlas de día, preciso es también que la noche se emplee en su instrucción y enseñanza: el dibujo o grafidia, la geografía, la historia, la geometría, la náutica, la arquitectura civil, militar y naval, los artefactos de todo género deben entrar también en el plan de su buena y bella educación; la esgrima, la danza, la música, nadar y andar a caballo, pronunciar correctamente el idioma nativo y mil otras particularidades que, aunque no prueban sabiduría en quien las posee, arguyen mucha ignorancia y muy mala crianza en quien las ignora (Gutiérrez, 1915:210).

Respecto de la misma institución, en el libro Vida y escritos del P. Castañeda, de Adolfo Saldías, se explica que “cuando comenzaba a funcionar la academia de dibujo, el Cabildo hubo menester de locales apartados para alojar algunos escuadrones de caballería y los solicitó del convento de los Recoletos. El padre Castañeda inmediatamente respondió que había desalojado las clases y la cancha que servía para recreo de la comunidad”.

• En Mendoza, por inspiración del general don José de San Martín, se creó el Colegio de la Santísima Trinidad de Mendoza, siendo gobernador el Coronel Luzuriaga. Era este un colegio de ciencias, especialmente exactas y práctica, que se procuró que fuese modelo en su género. Lo describe el Dr. Vicente E. López en su Historia argentina, donde cuenta que, aparte de procurarle los mejores profesores, se trató –puso en ello su influencia el Gral. San Martín– de proveerle el mejor edificio posible. Dice Vicente E. López: “En el jardín y en el huerto, además de la labranza entregada al cuidado y trabajo de los alumnos bajo competente dirección, tenían ellos los mejores juegos gimnásticos, la barra, la pelota, los bolos y el billar por la noche”. Este colegio, con internado, funcionaba ya en noviembre de 1818 con 100 estudiantes de todas las provincias y de Chile.4

• En mayo de 1823, por acuerdo superior del Gobierno, se fundó el Colegio de Ciencias Morales, sobre la base del Colegio de la Unión –pero cambiando su organización y fines sociales–, “La gimnástica, la música, el baile, se ejercitaban en el interior del Colegio, bajo la dirección de maestros especiales. […] bajo la dirección del prefecto de estudios, estaba también confiada la conducta de los jóvenes en las horas de juego y recreo” (Gutiérrez, 1915:187). En la Reglamentación del Colegio de Ciencias Morales, bajo el subtítulo “Ventajas del Colegio” figura como punto 1: “Se atiende en él a la Educación Física, moral, civil y científica de todos los alumnos sin preferencia ni distinción alguna” (Gutiérrez, 1915:191). El punto 4 añade: “Se les facilita los útiles para todos los juegos gimnásticos y demás que preside el prefecto de estudios”.

• En el proyecto del 10 de marzo de 1830, expedido por una comisión de la Universidad de Buenos Aires (fundada en 1821) se da “fundamental importancia a la educación moral y física, para el desarrollo intelectual del niño”5.

• Un poco más adelante, en 1839, en el “Colegio de niñas pensionadas de Santa Rosa”, fundado el 9 de julio de ese año en San Juan por Domingo F. Sarmiento, en el proyecto de las materias de enseñanza se incluía “baile y juegos gimnásticos”6.

• En el Colegio Republicano Federal de Buenos Aires, que abrió sus puertas el 18 de abril de 1843, ya en 1847 se incluía “clases de esgrima” en la tercera clase de primeras letras. Y en un Boletín de conducta y adelantos del mismo establecimiento (también de 1847) figuraban notas de “dibujo, pintura, música, esgrima y baile.7

Consideramos necesario aclarar que para ninguno de los casos citados se pudo hallar mayor información; así, no se sabe quién se encargaba de dar las clases respectivas ni los métodos o técnicas puestos en práctica. Esto no significa que tales datos no estén consignados en algún lado; simplemente es uno de los tantos temas que requieren investigaciones más exhaustivas.

Todos estos casos presentan algo en común: se habla de una formación dentro de la cual se incluye como expresión de Educación Física “esgrima”, ‘’baile”, “equitación”, “nadar”. Esto nos trae a la memoria, inmediatamente, a la “educación del caballero” o “gentil-hombre” de la que habla John Locke8 en su obra Algunos pensamientos sobre educación (1693). Aparentemente estos fueron los modelos o fuentes inspiradoras que gravitaron. ¿Habrá habido algún difusor reconocido de tales ideales pedagógicos en nuestro medio?

2

Era independiente Período: 1852-1898

1. Las realizaciones

Bajo este título –siempre discutible– exponemos lo cumplido dentro del país, en el orden escolar, con respecto a la Educación Física, desde Caseros hasta casi finalizar el siglo xix.

Puede haber interpretaciones y juicios distintos sobre las orientaciones y las formas de extender la educación en el país a partir de Caseros, pero es innegable que de ahí en adelante los sucesivos gobiernos nacionales se preocuparon de manera continua y constante por llevar a cabo una acción sistemática. Ello permite exponer un panorama en el que se observa cierta persistencia y coherencia.

1.1 En la enseñanza secundaria9

Podemos decir que nuestro Colegio Nacional nace a partir de 1863, con el decreto del presidente Mitre en marzo de ese año, con el que crea, sobre la base del Colegio Seminario y el de Ciencias Morales, el primero del nuevo tipo en la ciudad de Buenos Aires con la esperanza de que dicho modelo se difunda en todo el país, como uno de los instrumentos aptos para consolidar la unión. Esto no implica desconocer otros valiosos antecedentes en el país. En efecto, entre 1852 y 1862, varias provincias se destacan “por la entusiasta dedicación a fundar establecimientos de enseñanza secundaria y normal” (Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, 1903:124). Entre tales antecedentes provinciales no puede dejar de mencionarse a Tucumán, Catamarca, Buenos Aires, Salta, San Juan, Corrientes, Concepción del Uruguay; pero la nota que se repite en casi todos ellos es la falta de continuidad, las diferencias de criterios pedagógicos que registran (a veces dentro de un mismo establecimiento, en cuestión de pocos años) y las rupturas frecuentes de los esfuerzos.

El Colegio Nacional se extendió con rapidez por el país, y el ideal de crear uno en cada provincia se fue cumpliendo, hasta quedar satisfecho en 1874. A partir del plan de estudios inicial de 1863 (llamado “Plan Costa”) hubo una sucesión de variantes en el orden nacional que, en casi todos los casos, se conocen con el apellido del respectivo Ministro de Educación que los impulsó. Son ellos los planes de estudio de 1870, 1873, 1876, 1879, 1884, 1886, 1891, 1895 y 1898.

El Plan de 1863, dictado durante la presidencia de Mitre y siendo Ministro de Justicia, Culto e Instrucción Pública el Dr. Eduardo Costa, da las pautas sobre las que se trazaron los planes subsiguientes, con mayores o menores diferencias en algunos aspectos, aunque no en las orientaciones básicas. En ese plan no figuran, de ningún modo, materias o actividades relativas a Educación Física, El de 1870 (presidente: Domingo F. Sarmiento; ministro: Nicolás Avellaneda), tiene igual característica.

El Plan Albarracín, de 1873 (presidente: Domingo F. Sarmiento; ministro: Juan C. Albarracín), estipula, de acuerdo con su Art. 6.°: “En una de las horas destinadas al recreo, habrá diariamente ejercicios gimnásticos, y la asistencia a ellos será obligatoria en dos días de la semana para los alumnos de cada una de las secciones de 1.°, 2.° y 3.° año alternativamente, y facultativa para todos los demás”. Es decir, que para 4.°, 5.° y 6.° año, los ejercicios gimnásticos no eran obligatorios, aparte de que los recreos tenían una duración de “quince minutos por lo menos”, lo cual da una idea de lo exiguo del tiempo que se les dedicaba.

El Plan de 1876 (presidente: Nicolás Avellaneda; ministro: Onésimo Leguizamón) establece que “en una de las horas destinadas al recreo habrá diariamente, durante todo el curso, clases de ejercicios gimnásticos y militares, de música vocal y de dibujo natural”.

El Plan Lastra, de 1879 (presidente: Nicolás Avellaneda; ministro: Bonifacio Lastra), determina que “cada Rector […] procurará que en los recreos los alumnos practiquen ejercicios gimnásticos” (Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, 1903:216-218).

El Plan Wilde, de 1884 (presidente: Julio A. Roca; ministro: Eduardo Wilde) expresa en su Art. 3.° que “los cursos regulares, además de las materias designadas en el artículo anterior, comprenderán el dibujo natural, la música, gimnasia y ejercicios militares, cuya enseñanza se dará fuera de las horas marcadas para las demás asignaturas” (Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, 1903:275).

En 1893, el Plan De la Torre (presidente: Sáenz Peña; ministro: Calixto S. de la Torre), veinte años después de que Albarracín introdujera la práctica de la gimnasia, suprime por completo la Educación Física (Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, 1903:456).

Tal como vimos, entre 1863 y 1893 la atención prestada a la Educación Física dentro de los planes de estudio de los colegios nacionales fluctuó de no tomarla en cuenta ni mencionarla a incluirla –aunque no dentro de los horarios regulares de clase– o a integrarla a los ejercicios militares.

Esta última forma es la que más nos mueve a reflexiones, pues creemos que es más preocupante que omitirla, ya que implica una confusión, conceptual y pedagógicamente grave, que durante décadas enteras enturbió nuestra Educación Física escolar tiñéndola de ribetes impropios. Ello le quitó prestigio, ante los docentes no bien seguros de ciertos principios educativos, y llegó a generar conflictos y forcejeos con poderes totalmente extraños a la acción que le compete a la escuela.

Pero en esta ligera revista de los planes de estudio de los colegios nacionales aún falta, en ese sentido, la consideración del Decreto del 20 de abril de 1895 (presidente: José E. Uriburu; ministro: Antonio Bermejo) que en su Art.1.° establece: “Declárase obligatoria la enseñanza de las ordenanzas militares y tácticas de infantería en los tres cursos superiores de los establecimientos de educación secundaria normal y especial, de acuerdo con el reglamento de maniobras militares que rige para el ejército nacional”.

En consecuencia, se crean siete puestos de profesores de ordenanza y táctica de infantería para escuelas secundarias de la Capital, y llega a establecerse que, en caso de vacancia de esas cátedras en todo el país, “se propondrán oficiales del ejército y sólo en su defecto a particulares”.

Evidentemente, este decreto de 1895 marcó el grado máximo de distorsión de lo que algunos rectores veían como una forma de ejercicios físicos. En la Memoria del Ministerio de 1896, el ministro Bermejo asegura el cumplimiento que se está dando al Decreto mencionado: “Con muy raras excepciones, la enseñanza está a cargo de oficiales del ejército. Se han remitido ya a los establecimientos dependientes de este Ministerio algunos fusiles Mauser y sus respectivos accesorios”. Más adelante señala los “resultados benéficos de estos ejercicios prácticos […] complemento indispensable de la instrucción del ciudadano”.

En los Antecedentes sobre enseñanza secundaria y normal en la República Argentina, presentados por el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública al Congreso de la Nación e impresos en 1903, se afirman estos conceptos que compartimos totalmente:

“Sólo la situación excepcional que atravesaba la República, ante los temores de una guerra internacional, podía dar fundamento a una medida que, con la amplitud proyectada, transformaba el carácter de los institutos civiles en escuelas militares”.

En ese período, de 1852 en adelante, se produce también la difusión y el desarrollo de las escuelas normales: sus lejanos antecedentes son la Escuela Normal dependiente de la Universidad de Buenos Aires, fundada en diciembre de 1825, y la fundada por el Poder Ejecutivo, después de Caseros, el 15 de abril de 1852. Pero el mayor impulso se genera a partir de la fundación, en junio de 1870, de la Escuela Normal de Paraná, que en su plan de estudios del Curso Normal (en los 4 años) incluía “ejercicios gimnásticos”, y en el curso de Aplicación incluía “ejercicios físicos en todos los grados”.

En mayo de 1873, el entonces gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Mariano Acosta, envía a la Legislatura de la provincia un proyecto de ley para crear dos escuelas normales. El 16 de junio de 1874 suscribe con su ministro de Gobierno, Dr. Amancio Alcorta, el Decreto de creación de la Escuela Normal de Maestros, hoy denominada Escuela Normal Superior N.° 2 “Mariano Acosta”, que en ese entonces comienza a funcionar en una casa situada en Balcarce y Alsina conocida como la “casa de Cambaceres” (Otero, 1998). El 30 de julio de 1874, por el Decreto de N.° 428 suscripto por Mariano Acosta y Amancio Alcorta, se funda la Escuela Normal de Maestras, hoy denominada Escuela Normal Superior N.° 1 “Pte. Roque Sáenz Peña”, que inicia sus actividades en la quinta de Cambaceres sita en la Av. Montes de Oca 9 en el barrio de Barracas.

En 1875 se pone en funcionamiento la Escuela Normal de Tucumán, y en enero de 1876 se anexa “a los Colegios Nacionales de Corrientes y de San Luis, como departamento especial, una Escuela Normal para maestros de instrucción primaria”; a ellas se les fija, en el plan de asignaturas, “ejercicios gimnásticos y militares” en 1.º, 2.º y 3.º año (no en 4.º) Por otro decreto, de marzo del mismo año, en el plan de materias de la Escuela Normal de Maestras del Uruguay “y las demás que en adelante se establezcan en las condiciones de la referida ley”, se incluyen “ejercicios físicos (gimnasia de sala)” en 1.º año y “ejercicios físicos en 2.º año (no en 3.º), y en la respectiva Escuela de Aplicación: “ejercicios físicos en 1.º y en 2.º año”.

Estas características se repitieron con pequeñas variantes en las demás escuelas y cursos normales, pero en las primeras hubo más regularidad en lo referente a la Educación Física que en los colegios nacionales, y nunca se suprimieron las clases respectivas.

¿Quiénes estuvieron a cargo de las cátedras, tanto en los colegios nacionales como en las escuelas normales? Las referencias concretas que hemos podido recopilar, permiten formarnos una idea al respecto. El primer profesor, cuyos datos hemos encontrado bastante completos, es designado por el Decreto del 5 de febrero de 1872, que dice: ‘’Nómbrase para el Colegio Nacional de Santiago del Estero profesores de [cita varias asignaturas] y de Dibujo Natural y Gimnasia a Augusto Helman”. Lo firman Sarmiento y Avellaneda. Esta información consta en la página 101 de la Memoria del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública de 1871/2.

En la misma Memoria (pág. 200-201), al exponer la distribución horaria de las clases, se indica que Gimnasia se da en 1.º año los miércoles y viernes, y en 2.º año, los mismos días, en la última hora. En el Informe final del colegio, que tal como el anterior está firmado por Juan Milburg (pág. 181), se elogia la atracción que ejercen los ejercicios, dirigidos por una persona “muy competente, según el sistema alemán”. Y en la Memoria de 1874 (pág. 397), el Director consigna: “Augusto Helman, maestro de Gimnasia, alemán”.

De acuerdo con nuestra investigación, estos son los primeros profesores designados en escuelas secundarias:

• Por Decreto con fecha 9 de enero de 1873 (según la Memoria de 1873/74, pág. 232): “Desígnase profesor para la Escuela Graduada y la clase de Gimnasia del Colegio Nacional de La Rioja a Víctor Esturpá, quien devengará desde el 1.º de mes los sueldos correspondientes”. Firmado por Sarmiento y Albarracín.

• 14 de enero de 1873 es la fecha del Decreto firmado por Sarmiento y Avellaneda que designa a Francisco Aubert, con sueldo desde ello de enero de ese año, profesor de Gimnasia del Colegio Nacional de Tucumán.

• El Decreto del 27 de enero de 1873 designa a Juan Laveggio profesor de Gimnasia del Colegio Nacional de Concepción del Uruguay.

• El Decreto del 28 de enero de 1873 designa profesor de Gimnasia del Colegio Nacional de Corrientes a Manual Parras a partir del 10 de marzo.

Otra variante (no única) es la que se puede leer en el Informe final del Colegio Nacional de Buenos Aires del año 1873, que firma el Rector, y donde figuran en la lista del personal docente los doctores Andrés Cesario, como profesor de Esgrima; don Carlos Laveggio, como profesor de Gimnástica. En general, es difícil conocer las nacionalidades y el estilo de trabajo de dichos profesores. No es aventurado afirmar que la mayor parte de ellos son extranjeros, por cuanto de los pocos que encontramos referencias casi siempre resultan ser de origen europeo (de los antes mencionados, Juan Laveggio, del Colegio Nacional del Uruguay, figura en una Memoria de 1874 como “italiano”).

De ellos no hemos hallado más que menciones muy aisladas, pero no es de extrañar, pues en esa época no había orientaciones oficiales sobre la materia ni una Escuela argentina que formase a los profesores del ramo. Por lo tanto, es lógico que los criterios y las formas de trabajo fuesen muy disímiles. Este es el panorama que, con escasas variantes, se extiende hasta el año 1898, año que hemos elegido como límite de este período.

1.2. En la enseñanza primaria

“Aunque parezca una paradoja, se sabe que la educación primaria, como organismo que obra sobre la masa social con imperialismo indiscutido, fue la última en nacer, a mediados del siglo xix”, afirma el profesor J. Alfredo Ferreyra (Campobassi, 1942:320).

Lo mismo expresa, con otras palabras, José B. Zubiaur: “Universidades, colegios Nacionales y escuelas primarias, he ahí el armazón de nuestro organismo escolar, hasta en el orden cronológico de su formación. Nuestro edificio escolar ha empezado por el techo, las universidades, y estamos fabricando recién los cimientos, la escuela primaria”10. Por eso este análisis se ubica en segundo lugar, después de ver lo ocurrido en la enseñanza secundaria.

Nuestra escuela primaria nace en 1881, ya que el 28 de enero de ese año el Poder Ejecutivo (presidente: Julio A. Roca; ministro de Instrucción Pública: don Manuel Dídimo Pizarro) crea el Consejo Nacional de Educación. Sin embargo, ello no significa que esa fecha inaugure la historia de la escuela primaria en nuestra evolución pedagógica: sabido es que desde los albores de nuestra independencia, los hombres que forjaron la nacionalidad se preocuparon por su desarrollo. Pero hay algo cierto, y es que en toda esa etapa que culmina en 1881 no mostró índices de crecimiento.

Basta ver el Art. 8.º del Decreto de fundación del primer Colegio Nacional, del 14 de marzo de 1863, que establece textualmente: “Será condición precisa para ingresar al Colegio saber correctamente leer, escribir y las cuatro operaciones fundamentales de la aritmética”. No menciona a la escuela primaria ni grados, etapas o algo equivalente, porque prácticamente no existían.

En la década del setenta, la mayoría de las provincias se ocuparon de forma activa de la organización de su enseñanza primaria, cada una de acuerdo con su capacidad financiera y según sus posibilidades de contar con personal competente.

En su mensaje presidencial de 1870, Domingo F. Sarmiento es portavoz de este pensar cuando expresa: “La empresa gloriosa de nuestro siglo es la de difundir en toda la masa de los habitantes de un país cierto grado de instrucción, para que cada uno pueda abrirse honorablemente acceso a la participación de las ventajas sociales y tomar su parte en el Gobierno de todos para todos. No hay república sino bajo esta condición, y la palabra democracia es una burla donde el Gobierno que en ella se funda pospone o descuida formar el ciudadano moral e inteligente”.

El primer censo general de población se realizó en 1869, bajo la presidencia de Sarmiento, y arrojó, entre otros resultados, que de una población total de 1.743.352 habitantes, el 20,7 % de la población (360.683 habitantes) sabía leer; el 17,9 % (312.011) sabía escribir; el 79,3 % (1.382.669) no sabía leer, y el 82,1 % (1.431.301) no sabía escribir.

El ministro de Instrucción Pública, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, Dr. Onésimo Leguizamón, sostenía en la Memoria que presentó al Congreso Nacional en 1875: “nuestra educación primaria está muy distante de alcanzar un rango satisfactorio. Se echa de menos un impulso homogéneo, una ley común, un plan superior […] Nuestra enseñanza primaria sigue todavía el método primitivo, si es que lo hubo alguna vez. Una ley general de educación podría dar bases uniformes que comunicaran homogeneidad al impulso y eficacia al propósito”.

No creemos necesario aportar más datos para constatar que la creación del Consejo Nacional de Educación, en 1881, marca el fin de una etapa de vacilaciones y abre un período de sostenido desarrollo de nuestra enseñanza primaria. El 1.º de febrero de ese mismo año fue designado Presidente del Consejo Nacional Domingo F. Sarmiento, pero renunció al cargo el 1.º de enero de 1882, por desinteligencias con algunos de los integrantes del organismo. Aceptada la renuncia y la de los demás miembros, el 9 de enero fueron designados los señores Benjamín Zorrilla como presidente, y Miguel Goyena, Emilio Lamarca, Marcos Sastre y Julio Fonrouge como vocales. Estos nombramientos marcaron el comienzo de un largo período de acción del Consejo Nacional de Educación sin cambios en su conducción: en efecto, el Dr. Benjamín Zorrilla lo presidió en forma ininterrumpida hasta febrero de 1895.

Quien desee tener datos completos, semana a semana, sobre cómo trabajó el Consejo Nacional de Educación, cuenta con información de primera mano, en El Monitor de la Educación Común, publicación oficial, mensual, que se comenzó a editar puntualmente a partir de septiembre de 1881. Allí figuran editoriales, artículos sobre temas varios de educación, informaciones, actos resolutivos y resúmenes de las actas de las reuniones semanales que con toda regularidad hacía el Consejo.

Esta información nos permite captar al detalle la enorme tarea que requirió el montaje de la organización y el funcionamiento de nuestra escuela primaria: la responsabilidad de solucionar los problemas de los locales (ya fuera por alquiler, refacción o compra), el esfuerzo por cubrir las necesidades en lo que hace a elementos imprescindibles para la tarea escolar; la designación de maestros y su movimiento; los inspectores y sus informes; las directivas técnicas; la selección de textos; la provisión de libros; los ascensos de personal; la constitución y funcionamiento de los Consejos Escolares; el apoyo a las especialidades; y en general, la marcha de la educación primaria en la Capital Federal, en el territorio nacional y en las provincias acogidas al sistema de apoyo nacional. En verdad, una labor extraordinaria, cumplida sin estridencias, que se inició con la casi absoluta carencia de maestros, escuelas y normas, y llegó a montar una estructura que fue orgullo del país y que cumplió con sacrificio y eficacia su misión alfabetizadora.

Entre el cúmulo de problemas afrontados figuró, naturalmente, el de la Educación Física. Los primeros “profesores de gimnasia” nombrados (sesión del Consejo del 16 de febrero de 1883) fueron Antonio Miralles y Carlos Laveggio, a quienes les siguen José Rossotti (quien fue designado el 14 de noviembre de 1883 y renuncia por problemas horarios el 13 de setiembre de 1884); Pablo Lecci (designado en sesión del 12 de marzo de 1884); Maximino Rondon, nombrado el 17 de marzo de 1885. La primera “profesora de gimnasia” fue la señora María C. de Wernike (nombrada el 17 de mayo de 1884).

Los nombres de los profesores que actuaron a partir de 1883 son: Varones: N. Pinelli, N. Costas, José Corso, Jacinto Reldon y Manuel Baragiole. Damas: Josefina Durbec, N. Dupret y Catalina Montagner y Guirson.

No debemos olvidar que el 8 de julio de 1884 se promulga la Ley 1420, producto de intensos debates, y que, en su articulado viene a consolidar la acción cumplida por el Consejo Nacional de Educación. En fechas subsiguientes siguen designaciones que creemos innecesario agregar a las ya citadas.

¿Qué más sabemos de estas clases, en esos tiempos?

• Las clases de Educación Física parecen haberse dado dos veces por semana, de acuerdo con lo estipulado en la sesión del 18 de julio de 1884, que además resolvía que “cada Director de los establecimientos llevará nota de las faltas de los profesores especiales, incluyéndolos en la planilla mensual”. Las clases se daban en la primera hora del turno.

• Conocemos los programas que se habían establecido para los distintos grados: los que figuran en El Monitor N.º 37 (agosto de 1883) son iguales a los vigentes un año después. Son todos ejercicios gimnásticos, que buscan la uniformidad, con muchas ejercitaciones rígidas, tomadas evidentemente del orden castrense; tanto que, en 6.º grado, la mitad final del programa especifica: “Ejercicio de las principales marchas y evoluciones militares. Manejo de armas con fusiles de madera o carabinas de reforma”. En ninguna parte se mencionan juegos o actividades similares.

• Como ya vimos, numerosas citas demuestran que la mayoría de los profesores eran extranjeros.11 Algunos de ellos pueden haber cursado estudios específicos en su país de origen, pero, al no citarse sus títulos en el acta de su designación, es fácil suponer que los haya habido con pésima preparación o incluso sin ella.

Lo cierto es que, a pesar de estas fallas, el Consejo Nacional de Educación evidenció una firme preocupación por asegurar el dictado regular de las clases de Educación Física, por lo menos en las escuelas de la Capital. Así lo señaló la prensa del momento en artículos que específicamente atribuían el mérito a la preocupación especial del Dr. Benjamín Zorrilla. Recorriendo las páginas de El Monitor, se advierte que tal reconocimiento no era exagerado, porque el interés por nuestra área no se limitó a proveer personal que cubriera los cargos de “gimnasia”, sino que se extendió a la compra de libros (cuyos títulos, lamentablemente, desconocemos casi por completo), compra de material, reacondicionamiento de gimnasios, solución de expedientes de cuestiones, específicas (de los que a veces sólo sabemos el número).

Cerramos este rubro –en el que queda aún tanto por investigar– con los párrafos de un curioso documento que el azar colocó en nuestras manos. Se trata de un trabajo escrito por el profesor José Rossotti, que lleva fecha 10 de marzo de 1898, publicado en un Boletín de Enseñanza y de Administración Escolar de la Provincia de Buenos Aires