Historia de San Pascual Bailón - Ignacio Beaufays - E-Book

Historia de San Pascual Bailón E-Book

Ignacio Beaufays

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Beschreibung

La "Historia de San Pascual Bailón" escrita por Ignacio Beaufays es un relato conmovedor que nos sumerge en la vida de uno de los santos más queridos de la Iglesia Católica. Esta obra nos presenta la vida y las hazañas de San Pascual Bailón, un humilde fraile franciscano del siglo XVI.

San Pascual Bailón es conocido por su profunda devoción y amor a la Eucaristía. A lo largo de su vida, experimentó numerosos milagros y prodigios que están detallados en este relato. La historia nos lleva a través de su infancia, su ingreso a la orden franciscana y sus innumerables actos de caridad y humildad.

A medida que avanzamos en la lectura, descubrimos cómo San Pascual Bailón se convirtió en un ejemplo de santidad para su comunidad y para el mundo. Su conexión especial con la Eucaristía y su habilidad para realizar milagros lo convirtieron en un símbolo de fe y devoción.

La "Historia de San Pascual Bailón" nos invita a reflexionar sobre la importancia de la humildad, la caridad y la fe en nuestras propias vidas. A través de la vida de este santo, somos inspirados a buscar una relación más profunda con Dios y a servir a los demás con amor y compasión.

Si buscas una historia que te inspire y te llene de esperanza, este relato de San Pascual Bailón es una elección excepcional. A medida que te sumerjas en las páginas de este libro, te verás inmerso en la vida de un santo cuya devoción y amor a Dios continúan tocando los corazones de las personas en la actualidad.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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Historia de San Pascual Bailón, Patrono de las Asociaciones Eucarísticas

Fr. Ignacio Beaufays, O. F. M.

Traducido de la segunda edición francesa por Fr. Samuel Eiján, O. F. M.

1906

 

El libro presente reproduce, abreviándola, la obra del P. Fr. Ignacio Beaufays, O. F. M., Historia de San Pascual Bailón, de la Orden de Frailes Menores, Patrono de las Asociaciones Eucarísticas, traducido de la segunda edición francesa por Fr. Samuel Eiján, O. F. M., en Barcelona, Tipografía Católica, calle del Pino, nº 5, 1906, 265 páginas.

 

Esta edición de 1906 fue publicada con Licencias de la Orden, dadas por Fr. Cælestinus Fraga, Miss. Apost. et Discretus Terræ Sanctæ Censor deputatus, y por Fr. Robertus Razzoli, Custos Terræ Sanctæ. La Licencia del Ordinario era del Vicario General de la Diócesis de Barcelona, +Ricardo, Obispo de Eudoxia, actuando de Secret. Sust. Lic. Manuel Fernández.

 

Venía la obra precedida por una Carta dirigida al autor por el Cardenal Rampolla, Secretario de Estado de S.S. León XIII (Roma, 24 de junio de 1903); por otra Carta, también dirigida al autor, de Mons. TomásLuis Heylen, Obispo de Namur y Presidente perpetuo de los Congresos Eucarísticos (Namur, 22 de marzo de 1903); y por un Prólogo del Traductor, Fr. Samuel Eiján, O. F. M. (Jerusalén, 17 de mayo de 1906).

Índice

 

Introducción

1. Los primeros años de San Pascual Bailón

2. El pastorcillo

3. Entre jóvenes

4. Ejemplar

5. Tierra de Promisión a la vista

6. El ideal de San Francisco de Asís

7. La vida religiosa

8. Pidiendo limosna

9. Grandes penas

10. Historia de una vocación

11. A través de Francia

12. Prolongado martirio

13. El corazón de un Santo

14. De un convento a otro

15. Sabiduría espiritual

16. Apóstol y bienhechor de Villarreal

17. Acercándose al cielo

18. Vida íntima

19. Milagros después de la muerte

20. Los golpes de San Pascual

21. Gloria póstuma

 

Introducción

Debemos tener para con Dios corazón de hijo; para con el pró­jimo, de madre; y para con nos­otros mismos, de juez (San Pascual).

En ciertos lugares se legisla hoy para decretar la muerte de una religión que se califica de contraria a las leyes del progreso... y a los instintos del placer.

Sus «obras», se dice, vienen a ser una especula­ción ruinosa para la sociedad. Sus «predicaciones» no hacen sino fomentar la superstición popular. Su «enseñanza» implica una competencia desleal a la enseñanza del Estado preceptor. Su «contemplación» es el desgaste de toda ener­gía, la paralización de toda actividad.

¿De estas diatribas llegará a librarse esa «caridad» que ejerce su benéfica influencia al lado de los po­bres enfermos, desamparados por el mundo?... Tal vez, pero a condición de que se haga laica y de que trate a los individuos como seres privados de razón.

Tanto el hombre como la mujer son considera­dos como un capital perdido cuando se consagran a «la vida religiosa»; y no faltan tampoco legisladores que se propongan evitar esta pérdida. Como consecuencia de ello, las vírgenes deben continuar en medio de su familia y los clérigos alis­tarse en el ejército.

A una tal teoría, que se empeñan en llamar pro­gresista, nosotros responderemos con los hechos, mostrándoles a un hombre consagrado a Dios y transformado por tanto en bienhechor de la humanidad, es a saber, a un verdadero «progresista», alguien que se esforzó para perfeccionar la condición humana.

La vida de Pascual viene a resumirse en estas tres frases: él tuvo para Dios un corazón de hijo; para consigo mismo, un corazón de juez; para la humanidad, un corazón de madre.

Pascual practicaba ese desprecio de sí mismo que sacrifica sin miramiento el egoísmo, fuente de todos los males sociales. Él estaba animado de ese amor que con­duce junto a la humanidad doliente, que la con­suela, que la alivia, que no permanece insensible ante la menor de sus desgracias.

Dios, al tomar dominio de su corazón, no lo con­fisca sino para que de él redunden beneficios para los hombres, abriéndole a toda bondad y a toda grandeza e inclinándole ante todos los infor­tunios.

Pascual nos muestra por medio de los hechos, en referencia sobre todo a la Eucaristía, «su centro y su foco», lo que es realmente la religión cristiana bien comprendida y fielmente practicada.

El adorable Misterio no es para nuestro Santo un rito realizado maquinalmente, ni un medio para una utilidad vulgar. Pascual acepta el Misterio y sus consecuencias sin rebelarse contra un dogma que está sobre él, que le habla en nombre de Dios. Él sabe que su fe debe inspirar toda su vida, debe regular todas sus accio­nes e informar todas sus energías. Él sabe ver a Dios en todo y no ver en todo sino a Dios, y así emprende una ascensión sublime hacia la perfec­ción, elevando la naturaleza sobre sí misma, sin rebajar nunca lo sobrenatural hasta el nivel de la razón.

La Eucaristía, Jesucristo Dios y hombre, presente en medio de nosotros para enseñarnos, para condu­cirnos, para aliviarnos, ése es el principio del que fluyen to­das las acciones de su vida.

Pascual ha vivido de su Dios, presente y oculto en este adorable Sacramento. Ha vivido para su Dios, presente y oculto en la Hostia santa, y se ha convertido así el mismo en hostia para sus hermanos, por cuyo bien trabajó siempre.

Ya he escrito en otra ocasión la vida del Santo. Ahora lo hago de nuevo apoyándome en los documentos originales, en los Procesos de canonización, en los testimonios de sus contemporáneos, con frecuencia conmovedores, siempre veraces y garantizados por el juramento de los testigos.

Las Actas del Proceso forman ocho volúmenes in folio, manuscritos todos y de unas mil páginas cada uno. Las declaraciones están escritas casi todas en español, con un extracto de las mismas en latín. En latín están los análisis de los milagros y las fórmulas de juramento. En italiano se leen algunas partes del Proceso apostólico.

Las Actas del Proceso se guardan en los archivos de la Procuración de los Franciscanos españoles, en el Con­vento de Santi Quaranta, Roma (Transtevere).

Yo me he esmerado en seguir con la mayor cuidado el orden cro­nológico tal como se deduce de los testimonios mis­mos, de la naturaleza de los hechos y de las indica­ciones que nos suministran los dos más antiguos biógrafos del Santo, que son los siguientes:

1º.– Juan Ximénez, amigo y superior del Santo. Su obra se dedica en parte a consignar sus recuerdos personales, en parte a refe­rir las actas del Proceso, y, por último, a transcribir el testimonio de los religiosos amigos del Bien­aventurado.

El autor es fiel bajo el punto de vista histórico, si bien no deja de rendir tributo al gusto literario de su época, abusando con frecuencia de la retórica y del estilo. Su relato, en vez de mostrarnos al San­to, nos muestra a veces a su panegirista.

La obrita, escrita en 1598, seis años después de la muerte de San Pascual, está dedicada a Felipe III, rey de España, y fue impresa en Valencia el año 1600. Forma parte de la Crónica de Ximénez, y está re­dactada en lengua española.

Los Bolandistas nos dan la traducción latina de la misma en el tomo IV del Acta Sanctorum maji; los continuadores de Wadingo, en Annales minorum, tomos XIX y XX; y los autores de las Croniche di S. Francesco, en esta obra suya, comenzada por Mar­cos de Lisboa.

El mérito principal del libro de Ximénez es el de habernos conservado los mejores fragmentos de los escritos del Santo. Dichos escritos no vienen a ser otra cosa que dos modestos libritos, con sentencias recogidas en di­versas fuentes, y sazonadas con reflexiones y plega­rias personales. Se conservaban, como precio­sas reliquias, en el archivo del convento franciscano de Elche, pero no pudieron sobrevivir a la tormenta revolu­cionaria de 1835, que destruyó o dispersó asimismo tantos otros preciosos manuscritos.

A pesar de lo dicho, lo que de ellos ha llegado hasta nosotros basta y sobra para reconstruir la doctrina espiritual del Santo, en lo que ésta tiene de original.

2º.– Cristóbal de Arta, religioso español, escri­bió una nueva vida, más completa que la anterior, singularmente por lo que respecta a los milagros. Sus fuentes de información fueron las Actas del Pro­ceso.Tiene un estilo más sencillo que la de Ximé­nez.Compilador escrupuloso, incluye todos los su­cesos y los refiere con exactitud, aunque sin poner empeño en hacer revivir su héroe. La lectura de esta obra facilita la consulta de las Actas del Pro­ceso.

Los Bolandistas atribuyen además a este autor un Supplementum biográfico y la relación de nume­rosos milagros, que figuran a continuación de la tra­ducción de la vida de Ximénez.

La obrita de Arta fue vertida al italiano e impre­sa en Venecia por los años de 1673 y 1691 con el título: Vita, virtú e miracoli di S.Pasquale Baylon.También se han hecho más tarde otras ediciones de la misma.

El Geestelickem Palmboom, de Frèmant, reim­preso en el Seraphicusche Palmboom, sigue las vi­das escritas por Ximénez y Arta.

La Auréole séraphique hace un hermoso resu­men de estas mismas vidas, como también lo hacen Antonio del Lys en su trabajo reciente: Vie de Saint Pas­cal, editada en Vanves en 1898 y en 1900; el P. Juan­Capistrano Schoof, en el no menos reciente: Ges­chiedenis van den H. Paschalis Baylon, Turnhout, 1899; y la traducción alemana de Antonio del Lys: Leben des U. Paschalis Baylon, 1902.

Por último, el P. Luis Antonio de Porrentruy ha publicado en París, en la editorial Plon, el año 1899, con el título: Saint Pascal Baylon, patron des ouvres eucharisti­ques, una historia escrita según los originales del proceso y enriquecida con muchos artísticos gra­bados.

Los documentos diplomáticos, tales como la Bula de canonización y los diversos Decretos que la pre­cedieron, me han sido también muy útiles bajo el punto de vista de la interpre­tación que se debe dar a ciertos detalles de la vida del Santo.

La presente obrita es, pues, una recomposición de la que hace años he editado, ya agotada. Me ha parecido indispensable reescribirla, toda vez que, estudiados los documentos originales, es decir, las Actas del Proceso, he podido apreciar la vida y he­chos de nuestro Santo con mayor exacti­tud que en sus antiguos biógrafos, únicas fuentes de mi primer estudio.

9 de Marzo de 1903

1. Los primeros años de San Pascual Bailón

España, a mediados del siglo XVI, acaba de poner término a su larga cruzada contra los musulmanes; y enriquecida con un nuevo mundo, toca al apogeo de su grandeza. «Cuando ella se mueve, solía decirse, Europa tiembla».

Sus monarcas, dueños de Estados sobre los cua­les «no se pone el sol», tienden a introducir en ella el centralismo. Y para ello es preciso acabar con los fueros, que eran un legado de las costumbres antiguas, sagradas e inviolables. Provincias entonces, que antes habían sido reinos, deseosas de conservar su autonomía, luchan repetidas veces, y no siempre sin éxito, por esta causa.

Con todo, en ninguna parte fue tan viva la lucha como en el Norte, en Vizcaya, Navarra y Ara­gón. Los aragoneses llegaron a insultar a los comi­sarios e inquisidores madrileños al pie de la ciudadela de Zaragoza, que fue residen­cia de éstos y les sirvió más de una vez de lugar de refugio. Les recordaban la fórmula dirigida por los nobles de antaño al que era constituido como nuevo jefe: «Cada uno de nosotros vale tanto como vos, y reunidos todos valemos más que vos».

El estilo de vida que entre ellos se observaba contribuía no poco a vigorizar este amor a la independencia y esta constancia en defenderla. Los niños, por ejemplo, eran destinados a conducir los rebaños des­de su tierna infancia, y erraban a la ventura, sin dis­frutar apenas de la dulzura del hogar paterno. Más tarde, emprendían largas peregrinaciones, y recorrían con sus merinos, a semejanza de los árabes, las llanuras de Castilla y de Extremadura. Pasaban los años del crecimiento en sus estepas inmensas de desairados horizontes, perdidos en medio de una naturaleza austera y silvestre, y llegaban así a adquirir un carácter firme como el suelo que pisa­ban, y áspero como la brisa que sopla en las montañas.

Aún en la actualidad los campesinos aragoneses, sobrios y enérgicos, prefieren la caza a la agricultu­ra, y la existencia nómada a la vida sedentaria. In­sensibles a la fatiga y contentos con lo necesario, inclinados a la violencia y fogosos por temperamen­to, nadie como ellos para llevar a cabo la realiza­ción de grandes proyectos y para desempeñarlos con constancia rayana en el heroísmo.

Tal es el pueblo en medio del cual tuvo la cuna nuestro Santo. Torre Hermosa, su patria, es una pequeña población reclinada al pie de los montes Ilirianos, que dependía, a la sazón, en lo temporal de Aragón, y en lo espiritual de la diócesis de Si­güenza, aneja a Castilla.

«Diríase, observa el anti­guo Cronista, que el Señor quería que nuestro Bien­aventurado llegase a ser un sujeto con el que pudieran, a un propio tiempo, vanagloriarse dos reinos».

Sus padres, que eran unos modestos inquilinos del monasterio cisterciense de PuertoRegio, se enor­gullecían, no obstante, de la nobleza de su sangre, ya que no figuraban en la lista de sus antepa­sados «ni moros, ni judíos, ni herejes».

Martín Bailón, creyente de buena cepa e íntegro hasta el rigor, habíase unido en segundas nupcias con una dulce y piadosa criatura, llamada Isabel Ju­bera. El sentimiento cristiano que informaba su al­ma, le movía a profesar una veneración sin límites hacia el augusto Sacramento de nuestros altares. Por eso, antes de emprender el viaje de la eternidad, quiso recibir de rodillas el santo Viático.

Isabel, por su parte, amaba a los pobres. Y no faltó quien más de una vez dijera a Martín, refiriéndose a ella:

–Concluirá por arruinaros con sus limosnas. Pen­sad, pues, en el porvenir de vuestros hijos.

–No importa, replicaba el buen esposo, la medida de trigo que ella dé por amor de Dios nos será por Dios devuelta más colmada aún y llena hasta los bordes. Y dejaba a su mujer en el ejercicio de su obra ca­ritativa.

Siguiendo esta norma, Bailón y Jubera, no por no ser ricos, llegaron nunca a conocer la indigencia. Dios bendijo sus trabajos e hizo fructificar su unión. Gra­cias a su hijo, su nombre está destinado a perpetuar­se en la posteridad.

Este hijo, que es su mayor gloria, vio la luz del mundo el 16 de mayo de 1540, día de Pentecostés. Y había de morir también en un día de Pentecostés, el 17 de mayo de 1592.

Pues bien, en España, al día de Pentecostés se le solía llamar «Pascua florida» o «Pascua de Pentecostés». Y todo niño nacido en Pascua debía llamarse Pas­cual: tal era entonces la costumbre.

Pascual tuvo por madrina a su propia hermana Juana, primer fru­to del primer matrimonio de Martín Bailón. Y son pocas las noticias que han llegado hasta nos­otros acerca de los primeros años de la vida de nuestro santo. Sí sabemos que el niño creció al lado de sus hermanitas Ana y Lucía y de su pequeño hermano Juan, vástagos del segundo matrimonio.

Pascual prefiere, ya desde un principio, la compañía de su madre a toda di­versión infantil. Puesto sobre las rodillas de ésta, o bien sentado junto a ella, se complace en escuchar de sus labios las conmove­doras historias de Jesús, de María, de los santos mártires y de los espíritus angélicos. Este mundo de la fe tiene para él un especial atractivo y se ofre­ce a su imaginación de niño con los más brillantes colores. Sus entretenimientos infantiles los consti­tuyen piadosas imágenes, más bien que los juegos bulliciosos de su tierna edad.

«Poned atención, so­lía decir Isabel, en lo bien que hace mi pequeñuelo la señal de la cruz y en la devoción con que recita sus oraciones».

Una vez llevado nuestro niño al templo, toda su atención se reconcentra en seguir con ojo atento el curso de las sagradas ceremonias de los ministros del Señor. ¿Cuáles fueron entonces sus relaciones para con el Dios de la Eucaristía? He aquí una cosa imposible de averiguar.

Lo que sí resulta indudable es que, a partir de aquella época, Pas­cual se siente atraído irresistiblemente hacia la igle­sia. ¡Cuántas veces, en que le dejaban solo en su casa, huía Pascual, y, volando más bien que corrien­do, se encaminaba al pie del sagrado Tabernáculo, permaneciendo allí como abismado en oración fer­viente!... Su madre, inquieta por la fuga del niño, le buscaba por todas partes, lo descubría al fin jun­to al altar, y le obligaba a regresar a casa.

Y en vano Isabel, al igual del padre, se esforzaba por retenerle dentro de casa, echando mano ya de las caricias, ya de las amenazas, pues no había medio alguno de conseguirlo.

Hubo, no obstante, un día en que Pascual puso término a estas escenas.... el día en que, habiendo llegado a la edad de la razón, se dio cuenta de la obli­gación que tenía de obedecer a sus padres.

«Pro­fundamente respetuoso para con ellos, se dice, ja­más resistió sus órdenes, ni dejó de prestarles obediencia».

No tiene nada de extraño, pues, que un niño como Pascual sintiera deseos de abrazar la vida religiosa. Estos deseos se patentizan claramente ya a sus siete años de edad. Un testigo ocular refiere esta anécdota, entre otros sucesos relativos a su infancia:

«Mis padres, que eran muy devotos de San Francis­co de Asís, me habían consagrado a él. Siendo yo como de ocho años de edad, ostentaba ya sobre mi cuerpo el hábito, la capilla y el cordón franciscano. Era un fraile en miniatura.

«En ocasión en que me hallaba postrado por la enfermedad en el lecho del dolor, vino a visitarme mi pequeño primo Pascual.

«No bien éste penetró en la habitación vio sobre una silla la religiosa librea, corrió a cogerla y se la puso en un abrir y cerrar de ojos. Una vez vestido, nuestro improvisado fraile principió a contemplarse a sí propio con admiración y a parodiar todas las acciones y actitudes de los reverendos Padres.

«Llegó, luego, el momento de despojarse de su nueva vestimenta. Entonces asaltóle una inmensa tristeza, prorrumpió en lágrimas y gemidos, y opuso una resistencia desesperada... Fue preciso que Isa­bel interviniese en el litigio. El niño se sometió a la voz de su madre, y llorando como un sinventura y sollozando amargamente fue dejando una a una todas las piezas de su uniforme, no sin dirigirles antes una mirada llena de lágrimas y de una santa envidia.

–No importa, exclamó al fin Pascual, cuando yo sea grande me haré Religioso. Quiero vestir el há­bito de Francisco.

«Estas palabras las repetía desde entonces con mu­cha frecuencia; así que su hermana Juana le designó, a partir de aquel día, con el calificativo de fraileci­to, cosa que hacía sonreír al Santo,

Más tarde, cuando ésta lo vio convertido en Re­ligioso franciscano:

«Pascual, mi ahijado, excla­mó con muestras de regocijo, se ha portado como hombre de palabra. ¡Ah! ¡Cuán orgullosa estoy de ello!»

Y no le faltaba, en verdad, razón para enorgulle­cerse, ya que estaba persuadida, quizás no sin motivo, de haber contribuido en parte a formar su vocación.

2. El pastorcillo

 

A los siete años comienza la enseñanza de la vida.

 

«Hijo mío, dice a Pascual su padre Martín Bailón, es preciso que de hoy en adelante te dediques al trabajo, según lo hacen también tus hermanos y compañeros. Tú quedas encargado de guardar los rebaños».

 

Y con aquella voz firme, que hacía temblar al ni­ño, el hombre íntegro le inculca el cuidado con que debe procurar que sus rebaños no ocasionen destrozos en las heredades ajenas.

 

«Pon grande atención en que tus bestias no causen daño en los campos veci­nos. A ti te toca vigilar sobre este punto con suma di­ligencia».

 

El muchacho escucha estas palabras y se aleja. Días después vuelve deshecho en lágrimas al lado de su madre y exclama:

 

«Os pido por favor que no me obliguéis a guardar juntamente las cabras y las ovejas; pues aquéllas son tan tercas, que todos mis esfuerzos resultan inútiles al objeto de evitar que vayan a pastar en los campos de los vecinos».

 

Isabel entonces le quita las cabras, y el niño que­da únicamente pastoreando las ovejas.

 



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