Historia de un Ejercicio - Rosalía Berón de la Calle - E-Book

Historia de un Ejercicio E-Book

Rosalía Berón de la Calle

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Beschreibung

La autora, abogada independiente sin fueros especiales, "patrulló" durante cincuenta años largos, los tribunales de la Ciudad de Buenos Aires y de la Provincia de Buenos Aires. Su mirada es nostálgica, amable y a veces piadosa. Otras, muy crítica. En definitiva y en virtud de la pandemia y de la tecnología aplicada como consecuencia de aquélla, esas miradas están agotadas y perimidas. Porque la presencialidad tornó en virtualidad. No obstante, el mensaje es esperanzador.

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Rosalía Berón de la Calle

Historia de un Ejercicio

(o Memorias de despachos y sus accesorios)

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Libro digital, EPUB

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EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

Prefacio

¿Por qué?

I: Facultad de Derecho de Buenos Aires

II: Inscripciones varias posteriores para franquear las Puertas del Ejercicio

III: Palacio de Justicia de la Capital Federal y edificios relacionados con la Justicia

IV: Provincia de Buenos Aires Ciudad de La Plata

V: Colegio Público de Abogadosde la Capital Federal

VI: Ejercicio

VII: Apreciaciones más que personales

VIII: Circunstancias (Relatos basados en casos reales)

IX: Desvelos

Prefacio

“Para emprender

pleitos es necesario

caja de banquero

pierna de ciervo

paciencia de ermitaño

tener razón

saberla exponer

un juez que se encuentre

y que te quiera dar

y deudor que pueda pagar.”

–Alfonso X El Sabio.

Año 1284

¿Por qué?

“Serás lo que debas ser o no serás nada.”

–José de San Martín (1778-1850).

En Buenos Aires, declarada distrito federal en el año 1880, como parte segregada de la Provincia de Buenos Aires, doscientos kilómetros cuadrados para ser Capital del país, situados en la orilla derecha del estuario del Río de la Plata, en virtud de la Constitución Nacional desde 1994.

Buenos Aires, su verdadero nombre castizo: “Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre”, así bautizada por don Pedro de Mendoza, Primer Adelantado por Capitulación firmada el 21 de mayo de 1534, fue fundada el 3 de febrero de 1536.

Buenos Aires, la Reina del Plata, necesitó de dos fundaciones: la primera en 1536 y cuarenta y cinco años después, la segunda, en 1580. En 1776 fue capital del Virreinato del Río de la Plata. Tras la independencia de la República en 1816 y posteriores y sucesivas guerras civiles hasta mediados del siglo XIX, arranca su desarrollo en 1860.

Más que bella ciudad de notables monumentos, anchas avenidas, parques y plazas a semejanza de edificaciones de España, Italia y Francia con las mejores expresiones de la arquitectura de aquéllas en sus años de oro, es centro comercial, industrial, financiero y administrativo. Su Universidad fue fundada en 1821, al mejor modelo de las escuelas catedralicias o episcopales, y desde sus comienzos ejerció y ejerce un cierto monopolio del saber.

Desde las escuelas secundarias, públicas, privadas y/o confesionales y como volcándose desde una enorme olla a presión, se derrama en su universidad ubicada en la Ciudad de Buenos Aires, cuna de cinco Premios Nobel, la Universidad de Buenos Aires.

Yo también “caí” y en esa gran olla efervescente y en la carrera de Derecho y Ciencias Sociales, decurso que hoy rememoro por obra de las circunstancias.

En este contexto de país y ciudad, nací, estudié y viví yo.

Así, de pronto, “de repente” -como suelen decir los uruguayos-, Buenos Aires, en este año bisiesto 2020, se pobló de un insólito y profundo silencio.

Y yo quedé inmersa en un vértigo de tiempo libre y “viviendo en un pueblo fantasma” (al mejor decir y cantar de los Rolling Stones, su último estreno a propósito de la pandemia).

Al quedarme yo también vacía, sin urgencias, sin “atención al cliente”, sin subtes, sin juzgados, sin audiencias, sin citas, sin viajes, sin cenas con amigos, sin domingos de familia, sin rutinas, en una palabra: sin destino; con algo debía llenar mi existencia ajustándose a una nueva realidad, tratando de superar un melancólico desaliento.

Ante esta desgracia mundial, quizás de sesgo bíblico, no resignada a los básicos: comer, dormir, ver televisión, así como tampoco al sugerido “mandato” de ordenar placares, estando ya las mascotas y las plantas muy bien atendidas, me veo haciendo esta simple semblanza teñida de surrealismo.

Subyace la incógnita si es que estas líneas serán más o menos extensas de acuerdo a las circunstancias.

Y descubrí en este encierro un pensamiento crítico que me impulsa a poner de manifiesto lo que considero injusticias.

Antes, y por múltiples causas, nunca dispuse de tiempo: por la familia, por los hijos, por el trabajo, y/o por la urgencia y necesidad de atender a la subsistencia.

Ahora, relajada a la fuerza, escribo estas líneas:

Y apresuradamente las dedico:

A mis padres.

Particularmente a mi madre, de espíritu exquisito, maestra de escuela pública de acendrada vocación (que, en época de epidemia de poliomielitis en Argentina en el año 1956, llevaba las tareas diarias a sus alumnitos que se encontraban inmovilizados en sus domicilios distantes, caminando por las calles de tierra del Gran Buenos Aires).

Recuerdo esos tiempos en que la provincia de Buenos Aires distribuía gratuitamente a los chicos de las escuelas públicas cuadernos con la imagen en su tapa de Domingo Faustino Sarmiento.

A ella, quien me inculcó estudio y justicia -que siempre le prometí-, y paciencia y templanza -que nunca logré.

A mi compañero inseparable de ruta: cariño, cultura, paciencia -la suya- y proyecto común,

A mis queridos hijos,

A mis adorados nietos, portadores de diferentes estilos, sensibilidad y personalidades.

A mis muchos, muchísimos compañeros de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, de historias compartidas. Amigos de estudio, estudiantes y luego colegas, muchos de los cuales ahora anónimos -sin nombres y apellidos- son todavía memorias de rostros, los que al cruzarlos por las calles aledañas a los tribunales, me son inmediatamente ubicados en el Aula Magna, en los Institutos, en las bibliotecas llamadas “Jurisprudencia”, “Silenciosa”, “Parlante” o ”Mesitas”, poseyendo afortunadamente y todavía, un gran espejo retrovisor que los enmarca en esa Facultad, casa de estudios de una currícula de profesores de excelencia y brillante oratoria y de saber bien transmitido.

También para los que “supieron” –en juventud- de nuestros noviazgos, de nuestros casamientos, y para aquellos cuyos nombres no recuerdo, pero que aún hoy, al presentarse ocasionalmente sus rostros, me provocan una sonrisa de ternura atada a sus fisonomías y a recuerdos imborrables.

A mis colegas y socios en el ejercicio, algunos circunstanciales, otros muy duraderos y entrañables, con quienes compartimos juicios y estrategias, cada cual dentro de sus especialidades en distintas ramas y con quienes esperé meses o años el resultado de las sentencias, las de primera instancia, las de segunda, en algunas oportunidades de la tercera; cobrando honorarios a veces y otras veces no, siempre entre el juego del vértigo y el cúmulo de juicios “olvidando tan rápido el éxito como la derrota” (humm… noveno mandamiento de Couture).

A mis amigos juristas oriundos o habitantes de distintas partes del mundo con quienes compartí durante años jornadas y cursos de derecho especializadas y fantásticas y fraternales reuniones de clausuras de congresos.

A Mariana Andrea por su valiosa colaboración.

A los demás -quienes accidentalmente lean estas líneas o tengan o hayan tenido similares vivencias- y a los que incluyo en un gran universo resumido en aquella frase que siempre me ha identificado y a modo de disculpa por la adopción de un pensamiento perteneciente al genial Enrique Santos Discépolo, expresado en un tango que hasta el día de hoy se escucha: “Yo quise hacer más, pero sólo fue un ansia, que Dios le perdone a mi vida su intento mejor”.

Recuerdos en vívidos colores, otros en sepia y algunos pocos relegados al blanco y negro.

Memorias de rostros, memoria de objetos, memorias de tiempos.

Simple crónica atada a aquella Facultad entre los años 1960-1965 y prolongada por un vínculo más o menos estrecho hasta los años 1967 y quizás 1968.

Y del ejercicio ininterrumpido de la profesión por los posteriores cincuenta y pico de años, con el tránsito forzoso o forzado por los juzgados y pasillos de los tribunales -mayoritariamente civiles- de la Capital Federal Argentina y por los civiles y comerciales de la Provincia de Buenos Aires.

¿Cómo pudo pasar tanto tiempo? Misterio insondable que pregunta estéril no puede responder.

Nacimiento, tiempo y olvido de una era determinada.

Quiero vivir para contarla.

Conservo el orgullo y la emoción de ser egresada de aquella Universidad “semidorada” libre de pensamiento y de acción bajo el paraguas de la autonomía universitaria legada en 1918. Académica, ilustrada, con vocación y pasión y, muchas veces, puesta al servicio de utopías, pero siempre esmerada y brillante.

Profesores aquellos que conocí siendo “personas” y que por el paso implacable del tiempo ahora y hoy son textos o libros de consulta.

Fue una época hermosa, también volátil, versátil, vulnerable, en el marco de un país intenso y, en los últimos años agrietado, de profundas diferencias y desigualdades, de etnias arcaicas y de descendientes de inmigrantes de toda laya, de gran vocación europeísta, hermanada en aquella época en una casa de estudios sin distinción de credos ni condición, con estudiantes venidos de todas las provincias y también del exterior.

Pero antes, debo ubicar el contexto mundial existente en el año 1960- en apretada síntesis-, año de mi ingreso a la Facultad de Derecho.

En ese año 60, se despierta un continente: África, con Patrice Lumumba como su líder negro. En Argelia el general Massu se levanta contra De Gaulle. Eisenhower y Khushcher recorren distintos y ajenos territorios. Fidel Castro en Cuba acapara todas las miradas. Se realiza una Conferencia de Desarme en Ginebra. Serias fricciones fronterizas entre India y China. En el Sahara, Francia hace explotar su primera bomba atómica y Chile sufre un violento terremoto. Menderes, Presidente de Turquía cae, y Adolf Eichmann es secuestrado en la provincia de Buenos Aires por el servicio secreto israelí Mossad en el marco de la llamada “Operación Garibaldi” y se ejecuta en Estados Unidos al ladrón Caril Chessman. Mientras tanto en Corea renuncia su Presidente Rhee y en Venezuela se produce un violento atentado contra Betancourt. Nuestro país ya tiene 5.961.000 pobres y Alsogaray habla de “pasar el invierno” y que después seremos felices. Arturo Frondizi recorre Europa en procura de apoyos y salidas económicas. La única alegría del año es la celebración del Sesquicentenario de la Revolución de 1810 con la presencia de representantes de los países de todo el mundo. Sigue vigente el “Plan Conintes”. Triunfa la Unión Cívica Radical del Pueblo y fallece Amadeo Sabattini, político radical cordobés, el “último caudillo” o “Don Amadeo” o el “Peludo Chico”. Recibimos la visita del Gral. Eisenhower. Asume la Presidencia en Estados Unidos John Fitzgeral Kennedy. En nuestro país son premiados Batlle Planas con el premio Balanza en pintura y Raúl Russo en el Salón Nacional. En cine hay un gran homenaje a Alfredo Alcón por “El Guapo del 900” y a Lautaro Murúa por “Shunko” como el mejor film del año. Siguiendo con ese clima “festivo” llega el “London’s Ballet” y una argentina, Norma Nolan es proclamada “Miss Universo”.

Acerca de tres hitos significativos – y sus circunstancias- va el relato:

Facultad de Derecho de Buenos Aires, Palacio de Justicia de Buenos Aires, Palacio de Justicia de La Plata.

I

Facultad de Derecho de Buenos Aires