Historia prohibida de América - Dario Fo - E-Book

Historia prohibida de América E-Book

Dario Fo

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Beschreibung

La historia no oficial de la conquista de Norteamérica, narrada por un ilustre rebelde de nuestro tiempo. Las películas del Hollywood clásico contaron una y mil veces la historia de los indios derrotados. Pero siempre ignoraron la de la única tribu que nunca se rindió: los seminolas, una sociedad pacífica y matriarcal de la que emergieron figuras inolvidables como John Horse —aguerrido líder que incitaba a la rebelión y a la huida a los esclavos negros—, Mae Tiger —primera mujer de su estirpe con estudios superiores y que llegaría a presidir la nación india— o James Billie —veterano de Vietnam que derrotó al imperio del narcotráfico tras su regreso a casa—. A medio camino entre el ensayo y la recreación novelística, el nobel italiano nos ofrece una visión alternativa de la historia americana, rescatando episodios y personajes poco conocidos de la resistencia india para confeccionar un heroico relato temporal: desde los primeros asentamientos en Florida y el desembarco de los españoles, hasta las batallas contra las tropas británicas y el Ejército estadounidense. Una versión diferente de los hechos que sirve en realidad como telón de fondo para la esperanzadora idea que alienta el texto: otras comunidades, más justas e igualitarias, con ideas distintas sobre la propiedad o las relaciones humanas, fueron posibles alguna vez.

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Índice

Cubierta

Portadilla

Historia prohibida de América

Prólogo. El corazón libre de los pieles rojas

Los primeros hombres eran pescadores

Vinieron a civilizar. Causaron una masacre

El discurso del jefe de los acueras a los conquistadores

No hay películas para los triunfos de los indios

Jefes indios blancos

La increíble historia de Alexander McGillivray

El rey republicano

El relato de William Augustus Bowles

La peste como arma

Los invencibles seminolas

¿No queríais a los negros? ¡Pues tomad asiento!

John Horse, negro libre, incita a los esclavos a sublevarse

Nadie imprimirá nuestra historia

Epílogo. Ricos como estadounidenses

Galería

Notas

Créditos

Historia prohibida de América

Prólogo

El corazón libre de los pieles rojas

«Los blancos no se comportaron de manera correcta conmigo. Acudí a verlos, tras haber sido invitado a un encuentro de paz. Ninguno de los hermanos que me acompañaban llevaba armas escondidas a la espalda. Íbamos desarmados tanto en las manos como en los pensamientos. Cuando nos sentamos alrededor de una mesa para hablar, me encontré atado con cuerdas en las muñecas y alrededor de los tobillos. Ahí fue cuando entendí que la traición es parte fundamental de su forma de vivir. Yo amo la tierra en la que vivo, mi cuerpo está hecho de su arena; el Gran Espíritu me dio piernas para recorrer esta tierra; me dio manos para sobrevivir aquí; me dio ojos para ver sus estanques, los ríos, los bosques y los animales que he de cazar; y, por último, una cabeza con la que pensar. El sol, que es cálido y luminoso como mis sentimientos, reluce para calentarnos y dar fuerza a nuestras cosechas; la luna nos trae los espíritus de los guerreros que nos han dejado, de nuestros padres, de nuestras mujeres e hijos.

»El blanco que viene aquí crece pálido y enfermo. ¿Por qué no podemos vivir en paz? Yo soy el enemigo del hombre blanco. Podría haber vivido en paz con él, pero primero nos robó caballos y ganado, y después nos engañó y se apoderó de nuestras tierras. Los hombres blancos son delgados como los juncos de las ciénagas y pierden peso cada año. Pueden dispararnos, secuestrar a nuestras mujeres e hijos, pueden encadenarnos los brazos y las piernas, pero el corazón del piel roja siempre será libre».

Los primeros hombres eran pescadores

Las primeras huellas humanas encontradas en Florida se remontan a hace 25.000 años.

En esta península hay restos de asentamientos humanos organizados desde el V milenio a. C., es decir, hace 7.000 años, y de aldeas sedentarias, datadas con anterioridad al año 3500 a. C., habitadas por poblaciones que vivían sobre todo de peces y moluscos. Esto es evidente por la gran cantidad de conchas y pinzas encontradas. A partir del análisis de restos animales hallados en un lugar costero, Wightman, en la isla de Sanibel, se ha descubierto que más del 93 por ciento de las calorías de la alimentación de los nativos americanos provenía de criaturas acuáticas y caracoles; menos del 6 por ciento, de mamíferos, y menos del 1 por ciento, de aves y reptiles.

Pueblo sabio, sin duda, dado que por lo general recoger cangrejos es mucho menos peligroso y cansado que dar caza a los caimanes.

La pesca siguió siendo la principal fuente de nutrición de estas poblaciones durante siglos. Los testimonios de los primeros colonizadores europeos también lo indican. Por ejemplo, Hernando de Escalante Fontaneda, que naufraga allí a principios del siglo XVI, describe así los hábitos alimentarios de las poblaciones que lo acogen: «La alimentación más común consiste en peces, tortugas, caracoles, atunes y ballenas, que capturan en sus respectivas estaciones».

En 1566, cuando Pedro Menéndez de Avilés se encuentra con los calusas, las poblaciones que habitaban esas tierras, ellos le ofrecen pescado y ostras.

Este es un aspecto de particular importancia, porque explica la honda diversidad existente entre la cultura de los antiguos habitantes de Florida y la de las demás poblaciones de cazadores nómadas de la época.

La vida del cazador se basa en el valor individual. Y algunos no tardan en descubrir que puede ser conveniente matar para robar las presas. Otros intentan evitar que los vecinos cacen en sus territorios. De esta manera, se desatan la violencia y la venganza; se exacerban el individualismo y la competencia entre guerreros, y se genera un sistema social basado en el poder de los varones más hábiles en la lucha. Algunas tribus eligen el saqueo de bienes como fuente primaria de riqueza. Se apoderan de comida, armas y personas, practicando formas primitivas de esclavitud y dominación feudal sobre otras tribus.

La vida de los pescadores-agricultores es, en cambio, muy distinta. La exigencia de excavar canales y de construir presas para capturar y criar peces y mariscos, la necesidad de hacer cercados para proteger los criaderos y estanques de pesca de otros animales, la opción de vivir en palafitos para defenderse de los depredadores, y la necesidad de afrontar la amenaza de los grandes felinos y de los cocodrilos induce a estas poblaciones a unirse en grupos, que pueden superar las tres mil personas. Se crean de esta manera aldeas rodeadas por murallas de madera y de piedra, así como por canales.

Entre los pescadores-agricultores resulta fundamental la capacidad de actuar en grupo compartiendo proyectos complejos y grandes obras, una situación que no favorece el desarrollo del individualismo ni la propensión a la guerra.

Por otro lado, cuando estos pescadores matriarcales empiezan a chocar con los cazadores nómadas, sufren una profunda transformación y se convierten a menudo en terribles guerreros. Su punto fuerte en la batalla es precisamente la de ser capaces de emprender un esfuerzo conjunto, sobre todo mediante el uso de embarcaciones ligeras y veloces, con lo que obligan a los enemigos a meterse en el agua.

Por todas partes hay historias que documentan el choque de civilizaciones que desde el año 3500 a. C. ensangrentó las grandes llanuras del mundo. En Florida se encuentran restos cerámicos de los calusas desde el año 500 a. C.

Los calusas sabían manejar el flujo de las aguas y, como ya hemos mencionado, habían aprendido a excavar canales que les servían tanto de trampas para atrapar peces como de embalses para criarlos. Los canales que rodeaban las aldeas proporcionaban también una notable barrera contra las agresiones externas.

Al igual que sus vecinos, vestían con telas de cáñamo y cuero, telas que confeccionaban con la parte interior de la corteza de la morera, después de curtirla bien. Los guerreros llevaban en la batalla una especie de coraza de algodón fuertemente entretejido capaz de detener las flechas. Tenían una organización social muy compleja y encabezaban la confederación de todas las tribus del sur de Florida. Su actividad comercial marítima se extendía desde el Caribe hasta el norte de los actuales Estados Unidos.

Tanto los calusas como sus vecinos más patriarcales, los apalaches, compartían la misma estructura de aldeas, con grandes casas colocadas sobre gigantescos montículos de tierra y piedras.

Este tipo de estructura respondía a tres necesidades diferentes. En primer lugar, ofrecía refugio contra las inundaciones a personas y alimentos. Además, permitía filtrar el agua durante los periodos de inundación, a través de un pozo excavado en el centro del montículo (esos territorios se transformaban de manera periódica en ciénagas y era imposible encontrar agua limpia a no ser que se recurriera a pozos; la masa de terreno que formaban esas pequeñas colinas artificiales en medio de la llanura inundada permitía obtener agua potable al retener las impurezas). Por último, proporcionaba una barrera defensiva válida en caso de ataques desde el exterior del territorio: si los atacantes rebasaban los canales y las empalizadas, los habitantes de las aldeas podían retirarse a lo alto de las colinillas artificiales, empinadas en extremo, y desde allí lanzarles piedras y dejar caer troncos erizados de puntas.

En Pineland, a veinte millas al oeste de Cabo Coral, se conserva uno de los mayores montículos de los calusas, rodeado por obras de canalización. Se encuentra cerca de la desembocadura del río Caloosahatchee.

Las aldeas se levantaban a menudo en las proximidades de los lagos. Un ejemplo se encuentra hoy en el parque arqueológico de los Mounds (túmulos) del lago Jackson, donde hay también más de doscientas casas de reducidas dimensiones.

Esta peculiaridad arquitectónica de los túmulos de los calusas no es una característica rara.

El uso de túmulos de distintos tipos, siempre coronados por una estructura habitable, se encuentra en todas las culturas que se han desarrollado en las llanuras pantanosas: en Camboya, India, China, América Central y América del Sur. Y habría que hacer un capítulo aparte sobre las pirámides egipcias, que podrían tener el mismo origen1.

La presencia de túmulos en Florida confirma la pertenencia de las poblaciones de esa zona a la cepa cultural matriarcal, radicalmente diferente de la de los cazadores nómadas (apaches, siux, cheyenes) y de la de los ganaderos y guerreros nómadas de las estepas euroasiáticas que invadieron las grandes llanuras a partir del año 3500 a. C.

En Florida, además de los calusas, como hemos dicho, vivían los apalaches, un pueblo floreciente que también formaba parte de una vasta red comercial.

Había además un tercer pueblo que vivía en la parte norte de la península, los timucuas, que se estima que eran el grupo más numeroso y llegaban a alcanzar las doscientas mil personas. Tenían costumbres patriarcales, pero no estaban organizados en un Estado centralizado; eran una especie de asociación de treinta y cinco tribus distintas que carecían de origen étnico homogéneo y hablaban diferentes idiomas.

El español Juan Ponce de León fue el primer europeo en llegar a Florida, en mayo de 1513, a la cabeza de un grupo de conquistadores, después de algunas experiencias victoriosas de los españoles, que, en otras zonas, con unas pocas docenas de hombres armados con fusiles, habían aterrorizado y dispersado a ejércitos indígenas formados por miles de guerreros con arcos y lanzas.

Los conquistadores desembarcaron en la costa occidental, probablemente en la desembocadura del río Caloosahatchee, justo en el territorio de los calusas.

Una vez arrojadas las anclas de los barcos, Ponce de León intentó proponer a los nativos algunos trueques. Diez días más tarde se presentó ante él, como intérprete de los nativos, un hombre calusa que hablaba español y le dijo que tenían que esperar a su jefe. Poco después, veinte canoas de guerra, con mamparos de protección de madera, atacaron a los barcos españoles lanzando cientos de flechas. Al día siguiente los calusas volvieron a atacar con ochenta canoas.

No hubo muchos caídos, pero la reacción de los calusas indujo a Ponce de León a retirarse de regreso al Caribe.

Es indudable que los españoles quedaron muy sorprendidos al entrar en contacto con indígenas que sabían español, pero lo que les causó mayor sorpresa fue constatar que, por primera vez, unos nativos no mostraban terror ante los disparos producidos por las armas de fuego y ante la vista de los caballos.

¿Cómo era eso posible? ¿Qué era lo que los hacía tan diferentes de los demás nativos americanos?

No sabemos qué responder. Solo podemos imaginar que ya se habrían encontrado con españoles que desembarcaran años antes en aquellas mismas tierras.

Vinieron a civilizar.

Causaron una masacre

La primera fase de la conquista de América, en el siglo XVI, resultó bastante caótica. Probablemente hubo bastantes náufragos que, arrastrados por las tormentas, arribaron aquí y allá a lo largo de la inmensa costa atlántica, entrando en contacto con las poblaciones nativas antes de la llegada de las expediciones oficiales de los conquistadores. Y hay quienes sostienen que por los territorios indios vagaban algunos soldados desperdigados, hombres que habían escapado de la destrucción y de las batallas, renegados que habían desertado del Ejército español, y esclavos que habían huido de los primeros asentamientos europeos fortificados.

De estos primeros blancos que entraron en contacto con los nativos, de forma individual o en pequeños grupos, sabemos muy poco. El primer caso documentado es el del español Gonzalo Guerrero, que naufragó en las costas de Yucatán en 1511. Luego vinieron Álvar Núñez Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes de Carranza, Alonso del Castillo Maldonado y el esclavo de Dorantes de Carranza, Esteban, de origen marroquí, quienes, después de sobrevivir al hundimiento de uno de los barcos de la expedición de Pánfilo de Narváez en 1527, desembarcaron en Florida.

Capturados inicialmente por una tribu esclavista, los cuatro hombres fueron vendidos más tarde a los calusas, que los tratan de manera amigable. Fingen ser curanderos y se convierten en mercaderes, emprendiendo un dificilísimo viaje para regresar con los blancos. Se las arreglan para recorrer a pie cientos de kilómetros, y, después de ocho años de permanencia entre los indios de la costa, llegan a una colonia española.

Otros supervivientes han dejado diarios escritos en idiomas que oscilan entre el catalán y el castellano, con fragmentos redactados en idiomas utilizados por los marineros provenientes de los distintos países del Mediterráneo.

En pocas palabras, no estamos aquí ante testimonios de almirantes o capitanes, sino ante las memorias de la chusma que participó en el descubrimiento de las Américas. Y a través de esta clase de escritos precisamente construimos la historia en forma de monólogo que nuestra compañía puso en escena hace unos años, en Italia y luego en toda Europa. En dicha historia representamos el viaje de uno de esos desesperados que acabó como prisionero de los nativos.

La historia empieza con la descripción de un naufragio en el que, como siempre, los que se salvan no son muchos. Los supervivientes acaban en manos de una tribu que los acoge casi se diría que con amor, pero, ay, al cabo de unos días, descubren que esa tribu tiene por costumbre criar a los prisioneros como animales de granja, para acabar sacrificándolos una vez que hayan alcanzado un peso adecuado. Será otra tormenta la que salve a la tripulación de acabar asada, puesto que el protagonista, un grumete procedente de Chioggia, pronostica la llegada de una borrasca de fuerza inaudita. Con gestos y palabras inventadas, el grumete convence a la tribu para que se refugie dentro de una cueva situada en la cima de una grandiosa colina, y, cuando el huracán alcanza la costa destruyéndolo todo, los nativos, con sus familias y prisioneros, se salvan de milagro. A partir de ese momento el grumete pasa a ser considerado un chamán. La tribu no toma decisión alguna sin obtener el previo consentimiento de su salvador. Y aquí comienza el viaje hacia el sur, en busca de una costa que la tormenta no haya arrasado. Al final la encuentran, pero las tribus que se han librado del huracán han sido esclavizadas por los conquistadores españoles. A esas alturas, los marineros han optado por alinearse al lado de los nativos y, gracias a su experiencia, consiguen organizarse de manera que ponen en jaque a los colonizadores. El lugar del que toman posesión se llama Florida, y es allí donde los supervivientes del huracán se encuentran por primera vez con los calusas, con quienes colaborarán en la expulsión de los españoles a las órdenes de Fernando de Aragón.

El discurso del jefe de los acueras

a los conquistadores

En 1539, Hernando de Soto, navegante y conquistador español, intentó conquistar la Florida. Tras remontar un río, desembarcó en las proximidades de un pueblo. Al ver a los blancos, los habitantes huyeron, abandonando todas sus pertenencias.

Se trataba de una localidad bastante grande llamada Anhaica, la actual Tallahassee. De Soto encontró allí una considerable cantidad de comida, hasta el punto de que pudo alimentar a sus seiscientos hombres y doscientos veinte caballos durante cinco meses. Evidentemente se había topado con una sociedad floreciente y bien organizada.

De Soto pasó allí el invierno de 1539-1540. Después de haber consolidado y mejorado las defensas del pueblo, conminó a un jefe local a que se sometiera a la Corona de Castilla, alegando haber venido en son de paz. Pero se encontró de frente con el jefe de los acueras, una tribu de la confederación timucua, quien le respondió con una dureza y una claridad espectaculares.

Recogemos su discurso tal como fue transcrito por un cronista del séquito de De Soto.

«Por medio de aquellos de vosotros que ya han venido por aquí, he aprendido a conocer a los castellanos. Para mí, sois unos depredadores que vais de sitio en sitio y os ganáis la vida robando, saqueando y matando a gente inocente. No quiero entablar amistad con vosotros de ninguna de las maneras. Lo que deseo más bien es una enemistad mortal y perpetua. No os tengo miedo [...]. Y os prometo que voy a luchar contra vosotros mientras permanezcáis en nuestro territorio. No os combatiremos a campo abierto, sino que os acosaremos con emboscadas. He ordenado a mis jefes que me traigan dos cabezas cristianas cada semana. Soy el rey de mi tierra [...] y considero despreciable a quien vive sometido a otro cuando podría vivir como hombre libre. Mi gente y yo estamos dispuestos a morir cien veces con tal de seguir siendo libres. Esta es nuestra respuesta para el presente y para siempre. Os estimo menos aún porque no sois más que unos siervos que estáis trabajando para conquistar reinos de cuyos frutos podríais disfrutar. Dado que en esa empresa padecéis a menudo hambre, fatiga y penalidades de todo tipo, sería más honorable y rentable para vosotros adquirir vuestras conquistas para vosotros y vuestros descendientes en lugar de para otro. Y, porque soy muy consciente de lo que venís a hacer a esta tierra, sé bien cómo comportarme con vosotros.

»Marchaos lo más rápido que podáis si no queréis morir a manos mías».