Hombre en la orilla - Miguel Briante - E-Book

Hombre en la orilla E-Book

Miguel Briante

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«Conocí los relatos de Hombre en la orilla mientras Briante los estaba escribiendo. El libro incluye tres extensos relatos y una nouvelle que reconstruyen la vida de un pueblo de la provincia de Buenos Aires; cada relato es autónomo, pero cada uno de ellos modifica o complementa una historia anterior. El joven que llega al pueblo después de varios meses de ausencia en dos de los mejores cuentos del volumen puede ser visto como el cronista secreto que instaura la leyenda y la mitología del lugar. La presencia desviada y elíptica de alguien que es y no es de ahí –que recibe y soporta el rumor malicioso y los dichos hostiles que forman parte de su vida– define el aire altivo y la trama letárgica del libro. La ira, el odio y el rencor subyacen como una maldición bajo el estilo sosegado y elegante de Hombre en la orilla. Difícil encontrar en nuestra literatura la furia corrosiva y la calidad de estas historias inolvidables» (Del prólogo de Ricardo Piglia).

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Briante Miguel

Hombre en la orilla

“Conocí los relatos de Hombre en la orilla mientras Briante los estaba escribiendo.

El libro incluye tres extensos relatos y una nouvelle que reconstruyen la vida de un pueblo de la provincia de Buenos Aires; cada relato es autónomo, pero cada uno de ellos modifica o complementa una historia anterior. El joven que llega al pueblo después de varios meses de ausencia en dos de los mejores cuentos del volumen puede ser visto como el cronista secreto que instaura la leyenda y la mitología del lugar. La presencia desviada y elíptica de alguien que es y no es de ahí –que recibe y soporta el rumor malicioso y los dichos hostiles que forman parte de su vida– define el aire altivo y la trama letárgica del libro.

La ira, el odio y el rencor subyacen como una maldición bajo el estilo sosegado y elegante de Hombre en la orilla. Difícil encontrar en nuestra literatura la furia corrosiva y la calidad de estas historias inolvidables.”

Del prólogo de Ricardo Piglia

BRIANTE MIGUEL (General Belgrano, provincia de Buenos Aires, 1944-1995 )

Fue escritor, crítico de arte y periodista. Escribió para Confirmado, Primera Plana, Panorama y La Opinión. Fue jefe de redacción de las revistas Confirmado y El Porteño y desde 1987 hasta su muerte tuvo a su cargo la sección de artes plásticas del periódico Página/12. Fue director del Centro Cultural Recoleta entre 1990 y 1993. Publicó la novela Kincón (1975, nueva versión en 1993) y los libros de relatos Las hamacas voladoras (1964) y Ley de juego (1983). Su libro Hombre en la orilla fue publicado en 1968. Luego de su muerte se publicaron Al mar y otros cuentos (2003) y Desde este mundo. Antología periodística 1968-1995 (2004).

Índice

CubiertaPortadaSobre este libroSobre el autorPrólogoDedicatoriaHabrá que matar los perrosHombre en la orillaLa VascaA lo largo de esa calle que da al ríoCréditos

Serie del Recienvenido

dirigida por

RICARDO PIGLIA

La Serie del Recienvenido propone al lector grandes obras de la literatura argentina de las últimas décadas del siglo XX, seleccionadas y prologadas por Ricardo Piglia. Los libros que conforman la serie han sido elegidos de acuerdo a la presencia –y la actualidad– que estas obras tienen en la literatura del presente. En un sentido estos libros han anticipado –o promovido– temas y formas que tienen un lugar destacado en la narrativa contemporánea. Siempre recién venidos, los títulos de la colección están en diálogo y en sincronía con las propuestas más novedosas de la literatura actual.

Prólogo

Conocí los relatos de Hombre en la orilla mientras Briante los estaba escribiendo. En aquel tiempo leíamos los textos en voz alta, como si buscáramos ajustar el ritmo y la entonación de la prosa. El tono dependía de la sintaxis, de los silencios y las pausas; la oralidad no estaba en el léxico, ni en el uso costumbrista de las palabras, sino en la cadencia y el fraseo que identificaba –imaginábamos– los usos del lenguaje en las llanuras del Plata.

Recuerdo muy bien el comienzo del primer relato de esta serie con su escansión tranquila y enigmática (“La Inglesa dijo que habrá que matar los perros, pero no sé”). El verbo en futuro anterior anuncia algo que está por pasar y la adversativa marca la incertidumbre del narrador. La narración está como suspendida entre el pasado y el futuro, siempre a punto de ser actualizada por un narrador que trata de revivir una trama que no conoce del todo –o no comprende–. Pero esa incomprensión lo obsesiona y lo implica (misteriosamente, diremos) como si se tratara de una venganza personal: cuenta entonces lo que sabe y lo que imagina con excesiva pasión, mientras busca descubrir lo que ignora con nuevas versiones y nuevos testimonios.

Ese modo de narrar viene de Faulkner (o mejor, de la manera de narrar que Faulkner aprendió de Conrad): no se narra los hechos sino el efecto de los hechos. Las historias tienen un doble fondo que remite a un violento mundo social y a un conjunto oscuro de prejuicios y estereotipos de clase. Los relatos tienden al melodrama: buscan transmitir la emoción de la experiencia y no su sentido; se apoyan en una épica altiva y plebeya que está siempre al borde de la locura y del crimen.

El libro incluye tres extensos relatos y una nouvelle que reconstruyen la vida de un pueblo de la provincia de Buenos Aires; cada relato es autónomo, pero cada uno de ellos modifica o complementa una historia anterior. El joven que llega al pueblo después de varios meses de ausencia en dos de los mejores cuentos del volumen puede ser visto como el cronista secreto que instaura la leyenda y la mitología del lugar. La presencia desviada y elíptica de alguien que es y no es de ahí –que recibe y soporta el rumor malicioso y los dichos hostiles que forman parte de su vida– define el aire altivo y la trama letárgica del libro.

La ira, el odio y el rencor subyacen como una maldición bajo el estilo sosegado y elegante de Hombre en la orilla. Difícil encontrar en nuestra literatura la furia corrosiva y la calidad de estas historias inolvidables.

 

Ricardo Piglia

Marzo de 2013

A mi padre,

a quien, como a aquel personaje de Thomas Wolfe, le “parecía que sólo él debía morir, que debía destrozar su propio corazón y triturar sus huesos, quedar vencido, ebrio, magullado y sin conocimiento, hacer zozobrar su razón, perder su cordura, destruir su talento, y morir como un perro rabioso aullando en la inmensidad”; a los gusanos de la tumba de mi padre, que un día avanzarán sobre el pueblo que transcurre en estas páginas, para borrarlo definitivamente.

Habrá que matar los perros