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Industriales contra Yanquis de Nueva York derrumba los muros de la realidad, para adentrarnos en un espacio donde reconocidos escritores cubanos y norteamericanos, sin obviar las diferencias históricas entre ambas naciones, comparten la afición por el béisbol y juegan en un terreno de una Habana detenida. Novela original que transfigura los hechos conocidos, dejando al descubierto el lado humano, irreverente y oculto de autores trascendentes de una época de lujo para las letras del continente americano. Testimonio fantástico de que en el juego de la vida y en un partido de nueve innings se liberan vicios y pasiones. Carlos Esquivel descorre los velos de la formalidad para mostrarnos los mundos interiores de sus protagonistas, con un lenguaje rico en datos reales y toques de humor cubano, que revela sus profundos conocimientos de literatura y béisbol.
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Veröffentlichungsjahr: 2023
Título
INDUSTRIALES
contra YANQUIS
de NEW YORK
Carlos Esquivel
© Carlos Esquivel, 2021
© Sobre la presente edición:
Editorial Letras Cubanas, 2021
ISBN: 9789591024657
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Tomado del libro impreso en 202 - Edición y corrección: Taimyr Sánchez Castillo / Dirección artística y diseño de cubierta: Suney Noriega Ruiz / Ilustración: María Fernanda Mariño Conde / Emplane: Aymara Riverán Cuervo
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Instituto Cubano del Libro / Editorial Letras Cubanas
Obispo 302, esquina a Aguiar, Habana Vieja.
La Habana, Cuba.
E-mail: [email protected]
www.letrascubanas.cult.cu
Autor
Carlos Esquivel Guerra (Elia, 1968). Poeta, narrador y ensayista. Ha obtenido múltiples premios nacionales e internacionales. Ha publicado, entre otros libros, Perros ladrándole a Dios (premio a la Mejor Ópera Prima del año en Cuba), Tren de Oriente (México, 2001), Los animales del cuerpo (2001), El boulevard de los Capuchinos (2003), La Segunda Isla (2004), Bala de cañón (2006), Matando a los pieles rojas (2008), Los hijos del kamikaze (2008), Un lobo, una colina (2010, Cuba, y 2018, España), Cuarteaduras (2013), Hablando mal de los otros (2014), Once (2014), Diario de Caín (España, 2016), Café Lumiére (2016), La autopista cero (2016), La historia del lobo contada otra vez (2018), Los elefantes las prefieren rubias (2019), 69. La sexualidad vigilada (2019) y Diez cuentos que estremecieron a Cuba (Estados Unidos, 2019).
Industriales contra Yanquis de Nueva York derrumba los muros de la realidad, para adentrarnos en un espacio donde reconocidos escritores cubanos y norteamericanos, sin obviar las diferencias históricas entre ambas naciones, comparten la afición por el béisbol y juegan en un terreno de una Habana detenida.
Novela original que transfigura los hechos conocidos, dejando al descubierto el lado humano, irreverente y oculto de autores trascendentes de una época de lujo para las letras del continente americano. Testimonio fantástico de que en el juego de la vida y en un partido de nueve innings se liberan vicios y pasiones.
Carlos Esquivel descorre los velos de la formalidad para mostrarnos los mundos interiores de sus protagonistas, con un lenguaje rico en datos reales y toques de humor cubano, que revela sus profundos conocimientos de literatura y béisbol.
Dedicatoria
A mi padre y a Roberto González Echevarría.
Exergo
Desandando mis días hacia otra niñez,
cambiando, mientras voy,
Nueva York y Cuba por Tu Galilea.
Thomas Merton
Exergo
Si todo tiempo es eternamente presente todo tiempo es irredimible.
T. S. Eliot
Los ritmos estallan
más variados y sutiles que cualquier danza;
el movimiento se acelera o se retarda. La bola sale
disparada
en trayectorias recias, angulares, o en largos y despaciosos
arcos,
regresa otra vez controlada y con dirección;
los jugadores giran sobresímismos o arrancan, corren, se
agachan, se resbalan, se paran,
se cambian imperceptiblemente a nuevas posiciones,
atentos a las señas, según el bateador,
la cuenta, la entrada. Todo es cuestión de tiempo.
Rolfe Humphries
Exergo
Escribo porque puedo permitirme la irrealidad.
Primer inning
*
Todo es real. Me digo, o lo intento. El tiempo debe reprobarlo.
Hay algo peor que el tiempo encima de nosotros y es el tiempo que huye de nosotros. A ese tiempo llamaremos La Habana y Nueva York. Estamos en La Habana y en La Habana ninguna cosa es como parece ser. Quiero que el tiempo se detenga, es decir, que La Habana y Nueva York se detengan. Y más o menos ocurre así.
Porque hay dos puntos conectados hacia otros tiempos que aún no existen. Ni existirán. Un juego de béisbol y un misil Dvina R-12.
Del juego de béisbol hablaremos ahora.
Yogi Berra conversa por un micrófono en las alturas del majestuoso estadio del Cerro: «Esto no se termina hasta que no se termina». Su frase, por ingeniosa y absurda, excede el lugar común que nadie evita. Minutos más tarde, Bobby Salamanca y Felo Ramírez distienden sobre asuntos del clima en la profunda noche habanera. Luego recitan los nombres que representarán a dos teams gloriosos: «Industriales y Yanquis de Nueva York en pugna».
Una Habana detenida. Un juego de béisbol.
De Dvina R-12, nombre bello, duélale a cualquiera, hablaremos algún día.
El equipo neoyorquino colocará en primer turno al jardinero derecho Jerome David Salinger; William Burroughs, shortstop, bateará segundo, y después en su sitio el jardinero izquierdo Henry Miller; el cuarto lugar corresponde al tercera base William Faulkner; como quinto, Truman Capote, defensor de la almohadilla número uno; sexto, Bernard Malamud, center fielder; luego John Dos Passos, bateador designado; John Ernst Steinbeck, segunda base; y al final el receptor Norman Mailer. Ernest Hemingway lanzará rectas y curvas (más lo que su técnica de lanzador le permita), y el manager Edmund Wilson guiará a la novena del país del Norte.
En el equipo habanero: llegará primero el jardinero central Virgilio Piñera, segundo al bate, y shortstop, Severo Sarduy; en el tercer turno aparece de righ fielder Reinaldo Arenas, y cuarto y defendiendo el primer cojín, un toletero de lujo, Alejo Carpentier. Más tarde, los puestos cinco y seis son para el left fielder Guillermo Cabrera Infante, y para quien representa como bateador designado, Lino Novás. En el séptimo sitio se encuentra Calvert Casey, que fungirá como tercera base; octavo, de catcher, Carlos Montenegro, y cerrará el segunda base Ezequiel Vieta. El pitcher elegido por el manager Fernando Ortiz para abrir este juego es José Lezama Lima.
En el banco del home club posan Enrique Labrador, José Soler Puig, Edmundo Desnoes, entre otros, y, en el de los norteños, Raymund Chandler, James Baldwin, y el envejecido Francis Scott Key Fitzgerald.
La luna es rojiza como la luna de un trazo escolar torpe. Como cualquier sueño, pero no lo es.
Cecilio Valdés, primer jugador no blanco en llegar a un terreno de las Grandes Ligas, realiza el simbólico primer lanzamiento. Siempre estuvo rapado, y su tonalidad resulta ambigua, por lo que evade barreras de color impuestas por los controladores-discriminadores del béisbol en las Ligas Mayores. Lanza y un hombre de guerrillas, héroe barbudo, batea ese primer lanzamiento.
El público aplaude. Los jugadores a sus posiciones, también los árbitros. Bobby Salamanca le comenta a Felo Ramírez sobre la habilidad de Orestes Miñoso, Felo asiente y tararea una pegajosa musiquilla dedicada al recio bateador de los White Sox.
El juego comienza. José Lezama Lima mira directamente a los ojos de Salinger. Este es el primer desafío. ¿Ve a un turista de Nueva York bañado por el sol del trópico? ¿A un oso peleando contra un oso? ¿Al vaquero perdido en un tropel de nubes húmedas? ¿Al tendero californiano vendiendo pescados frescos cerca de un muelle abarrotado de inmigrantes irlandeses?
Y al lanzar termina sesgado por el rumbo de un juego que significa mucho más que eso. Una bien lejos del home, y después algo que parecía strike pero no lo era, al menos para el umpire.
José Lezama Lima lo desafió aunque contuvo la fiereza de su mirada, el juego apenas comenzaba, no armaría escarceos por detalle tan simple. El siguiente lanzamiento se transformó en un suave rolling por la segunda base.
«El primer out», dijo Casey Stangel entre el público. «El segundo», exclamó minutos después Yogi Berra, apesadumbrado y, sin embargo, sonriente.
El tercer bateador, Henry Miller, no esperó mucho para hundirse en conteos, realizó un espasmódico swing a una ligeramente alta y hacia el centro y la pelota fue a dar contra las cercas del right field. Pudo llegar a segunda base y con un viril gesto entusiasmar a fanáticos de su equipo.
«Comienza bien para los Yanquis», se dijo emocionado el ilustre Derek Jeter. A su lado también celebraban Bernie Williams, Don Mattingly y Roger Clemens.
Lezama Lima escarbó con una pajusilla sus dientes. Henry Miller avanzaba mucho en la segunda base. Hizo un gesto para prevenirlo. Buscó en uno de sus bolsillos y extrajo un pañuelo. Para qué. Para limpiar un sudor que no existía, y supo que el nerviosismo rondaba, la noche seducía más allá de unas cercas dibujadas con múltiples arengas. Olió el viento que llegaba, presumiblemente, de algún lugar cercano a la costa. Más allá habría otros vientos, más allá estaría el país que enfrentaban.
Ahora rivaliza con el cuarto bate, y William Faulkner golpea con brutalidad un alevoso roletazo que rueda a escasos centímetros de la tercera base. Los nervios de José Lezama Lima vuelven a ser nervios. Más tarde un inofensivo roce de bate y pelota.