Inesperada luna de miel - Donna Alward - E-Book
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Inesperada luna de miel E-Book

DONNA ALWARD

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Beschreibung

Tras perder a su prometida, Tomás Mendoza abandonó la ciudad para retirarse a vivir a un tranquilo rancho argentino que hacía las veces de hotel rural. Hasta que llegó Sophia Hollingsworth con sus zapatos de tacón y se acabó la calma. La joven quería pasar allí la semana y no iba a aceptar un "no" por respuesta. Sophia estaba de luna de miel sin un marido que la acompañara. Estaba tratando de ser valiente y demostrarle a todo el mundo que podía valerse por sí misma. Pero un apuesto ranchero estaba poniendo en peligro su plan y temía no ser lo bastante fuerte para resistirse a sus muchos encantos

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Seitenzahl: 208

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2011 Donna Alward

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Inesperada luna de miel, n.º 1 - enero 2019

Título original: Honeymoon with the Rancher

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Este título fue publicado originalmente en español en 2012

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imágenes de cubierta utilizadas con permiso de Dreamstime.com

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-508-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

–SEÑORITA, ya hemos llegado.

Sophia se incorporó en su asiento y miró por la ventanilla. Estaban en medio de una gran llanura. Frunció el ceño al verlo, estaba algo confusa. Antoine le había dicho que el rancho se llamaba Vista del Cielo. Le había encantado el nombre. Se había imaginado contemplando un cielo azul con nubes esponjosas y blancas desde el porche de una casa. Era tal y como se lo había imaginado, pero no había nada más alrededor, solo hierba y un camino de tierra flanqueado por árboles.

–No puede ser. Creo que no es aquí.

–Sí, señorita –respondió el taxista con su fuerte acento–. Estamos en Vista del Cielo –agregó mientras señalaba una señal de madera que así lo indicaba.

Se le hizo un nudo en el estómago. La pampa argentina se extendía hasta el infinito. Era una inmensa llanura en tonos verdes y marrones. Se acercó a la otra ventanilla del coche, la vista era la misma. Mirara donde mirara, solo había prados, nada más. A su derecha, vio un enorme y solitario árbol, tenía el tronco retorcido y parecía el guardián de todo aquello. Y, un poco más adelante, vio una casa. Estaba bien, pero se dio cuenta de que no era un hotel. El edificio era grande y de una sola planta. Estaba construido en forma de letra «u» y el patio que formaba estaba cubierto con un tejado que le daba un aire acogedor a la casa. Grandes y coloridas macetas con plantas y flores decoraban el exterior. Se fijó en que a un lado de la casa había otro árbol similar al que acababa de ver. La vivienda era muy agradable, pero le quedó muy claro que no se trataba de un hotel de cuatro o cinco estrellas, el tipo de alojamiento que Antoine solía elegir.

El taxista detuvo el coche frente a un cobertizo y apagó el motor.

–No se vaya –le ordenó ella–. Estoy segura de que no es aquí.

Pensando que quizás no la había entendido, trató de comunicarse con el poco español que hablaba. No recordaba demasiado bien la gramática, pero esperaba que le hubiera quedado claro lo que quería.

–Sí, señorita –repuso el conductor.

Quería hablar con alguien para poder aclarar las cosas. En cuanto le dieran la dirección del hotel, pensaba decirle al conductor que la llevara hasta allí.

Porque estaba convencida de que aquel no podía ser el lugar. Creía que allí no podía haber lujosas habitaciones, zona de balneario o gimnasio. Y vio que tampoco iba a encontrar un restaurante a su gusto.

Por un momento, sintió que se quedaba sin fuerzas y sin la valentía que la había llevado hasta allí. Había decidido hacer ese viaje sola, tenía la necesidad de demostrarse a sí misma que podía hacerlo. Era su manera de vengarse después de que Antoine la hubiera humillado como lo había hecho. Creía que ir sin él a su luna de miel era la mejor manera de demostrárselo.

Pero no se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que algo no saliera como lo había planeado. Se dio cuenta de que debería haber estudiado con más detenimiento sus acciones y su decisión. Lamentó no haberse parado a mirar un mapa para asegurarse de que estaba en el lugar adecuado. Sobre todo, cuando estaba viajando sola.

No sabía qué hacer. Pero recordó en ese momento por qué estaba allí y se enderezó un poco más.

Había sido un error desde el principio. No debería haber accedido a casarse con él y la indiscreción de ese hombre no había hecho si no recordarle hasta qué punto había estado equivocada. De todos modos, creía que debía estar agradecida. Al menos había descubierto cómo era antes de la boda. A ese hombre le había entregado tres años de su vida, había dejado que sus amables palabras y sus sonrisas la sedujeran. Cuando comenzó a salir con él, se había sentido la mujer más afortunada del planeta. Después de unos años juntos, el matrimonio le había parecido el siguiente paso en su relación. Todos parecían estar de acuerdo con ellos y creían que estaban hechos el uno para el otro.

Pero había descubierto, muy a su pesar, que Antoine solo había estado interesado en ella porque necesitaba una esposa que proyectara al resto del mundo la imagen que quería dar. Pero ella necesitaba más. Era algo de lo que no había sido consciente hasta el fatídico instante en el que lo sorprendió en la cama con su amante. No estaba dispuesta a conformarse con ser una mujer florero y no tener ningún otro objetivo en su vida que el club social y las obras de caridad. Esas cosas eran muy importantes para su madre, pero ella quería algo más. Quería respeto, amor y tolerancia. No estaba dispuesta a soportar más traiciones ni a perder su tiempo al lado de alguien que no la amaba.

Había sido lo suficientemente valiente como para rechazar su destino.

Por eso estaba allí en esos momentos. Aun así, estaba segura de que debía de haber algún error. Se acercó a la casa para poder leer la placa que había junto a la puerta. Era bastante vieja y estaba en español, pero pudo distinguir las palabras Vista del Cielo y el año en el que había sido construida, 1935.

Se sobresaltó al oír el rugido de un motor. Se dio la vuelta y vio que el conductor había sacado su equipaje y se alejaba ya por el camino.

–¡Espere! –exclamó mientras corría hacia el coche.

Pero los zapatos de tacón que llevaba no eran el calzado más adecuado para correr en ese tipo de terreno.

El taxista no se detuvo, ni siquiera disminuyó la velocidad. No tardó en desaparecer, dejándola abandonada en medio de la nada.

El corazón comenzó latirle con fuerza. No había salido nadie de la casa para recibirla. El sitio parecía no estar ni siquiera habitado. Inspiró profundamente y trató de calmarse. Esperaba poder encontrar la manera de salir de ese lío.

Pero lo único que tenía claro era que no debía perder los nervios. No podía llorar ni dejarse llevar por un ataque de pánico. Abrió su bolso y sacó el teléfono móvil, pero no lo utilizó. No quería llamar a su madre para que le sacara las castañas del fuego. Le había dolido mucho que su progenitora no la apoyara cuando decidió suspender la boda.

Frunció el ceño al notar que uno de sus tacones se hundía en la tierra. Llevaba sus zapatos favoritos y no quería estropearlos. Para una vez en su vida que hacía algo impulsivo, todo parecía estar saliéndole mal. Se sentía como la protagonista de una comedia de Hollywood. Reconocía que su situación era cómica, pero no tenía humor en esos momentos para reírse de sí misma. Aunque su aspecto era impecable, desde los zapatos hasta la manicura, nunca había estado tan asustada.

Llevaba semanas indignada, había conseguido sobrevivir gracias a la energía que sacaba de esa indignación. Pero la situación en la que se encontraba en esos momentos, sola y en el extranjero, era demasiado incluso para ella.

–Hola –dijo alguien en español.

Se giró para ver quién había hablado y su sensación de alivio fue inmediata. Era una suerte que al menos hubiera allí alguien a quien pudiera explicarle lo que le había pasado. Antoine le había dicho que iban a pasar la luna de miel en una especie de hotel rural, que en realidad era un rancho argentino que alquilaba habitaciones. La idea le había gustado, le había parecido algo muy bucólico. Pero conocía muy bien a su exprometido y sabía que no se conformaba con cualquier cosa. Se había preparado para ese viaje con eso en mente y acababa de darse cuenta de que había cometido un error. Últimamente, le daba la impresión de que todo en su vida había dado un giro de ciento ochenta grados y nada era en realidad como había creído.

Vio a un hombre saliendo del granero y tragó saliva.

No sabía qué tipo de persona había esperado encontrar en un lugar tan remoto como aquel, pero no a alguien como ese hombre. Se le acercó lentamente, dando grandes zancadas y vio que no se había equivocado. Era el hombre más apuesto que había visto en su vida. Llevaba pantalones vaqueros algo desgastados, botas y una camiseta vieja. Lo que más le sorprendió fue su cara. Tenía el cabello oscuro y algo rizado. Le llamaron la atención sus ojos castaños, rodeados de espesas pestañas, que habrían conseguido que cualquier mujer se derritiera. Su piel tenía un tono dorado y exótico. No entendía qué podía hacer un hombre como aquel en un sitio como ese.

–Hola –repuso ella en inglés mientras trataba de calmarse–. ¿Habla inglés? –agregó con el poco español que sabía.

Se había jurado a sí misma que no volvería a dejarse engañar por ningún hombre y, en esos momentos de su vida, solo quería estar tranquila, pero no estaba muerta y su corazón reaccionó latiendo con fuerza al ver a ese hombre.

–Espero que pueda ayudarme –le dijo con una sonrisa.

–Por supuesto. ¿Qué problema tiene? –le preguntó el hombre entonces.

Vio que miraba sus maletas y que después la estudiaba a ella de arriba abajo, fijándose especialmente en los zapatos de tacón. No parecía aprobar su atuendo, pero ella consiguió controlarse y pensar solo en que necesitaba la ayuda de ese hombre. Poco le importaba si le gustaban o no sus zapatos.

–Me temo que el taxista me ha dejado en el lugar equivocado. No hablaba inglés y mi español tampoco es demasiado bueno. Ha sacado las maletas del coche y me ha dejado aquí. Espero que me pueda ayudar.

–Por supuesto.

Sonrió aliviada al ver que tenía un aliado, alguien que iba a solucionar el error.

–Tengo una reserva en el rancho Vista del Cielo. El taxista me dijo que era aquí, pero sé que es imposible…

–Bueno, está en el lugar adecuado. Este rancho es el Vista del Cielo, pero la verdad es que no esperaba a nadie.

Sus palabras solo consiguieron asustarla más aún.

–¿Hay otros ranchos que se llamen igual? –preguntó ella mientras trataba de que su voz no reflejara sus nervios–. Tengo una reserva para pasar en ese sitio una semana.

Vio que el hombre fruncía el ceño.

–No, este es el único rancho que tiene ese nombre. Pero no tenemos ninguna reserva para esta semana. De hecho, la teníamos, pero la cancelamos el mes pasado.

–Entonces, esto es un hotel.

–Sí, un hotel rural.

Angustiada, se dio cuenta de que estaba en el lugar adecuado. Recordó entonces las palabras de Antoine cuando le habló del lugar en el que iban a pasar su luna de miel. Le dijo que iba a ser algo muy distinto a lo que estaban acostumbrados y que iba a llevarla al sitio perfecto para una pareja de recién casados que estaría deseando pasar una semana a solas.

No pudo evitar sonrojarse al pensar en ello. Después de todo lo que había pasado durante esas últimas semanas, no podía imaginarse pasando una semana en ese rancho con Antoine.

Aun así, no terminaba de entender que alguien como su exprometido, amante del lujo y la comodidad, hubiera elegido un lugar como aquel. Parecía muy tranquilo y apartado. Eso le gustaba, pero no tenía nada que ver con lo que había esperado.

–¿Dónde está la piscina? ¿Y el balneario? –preguntó ella.

Después del largo viaje, le habría encantado poder darse un refrescante baño. Tampoco habría estado mal dejarse mimar en una bañera con burbujas o que alguien le diera un masaje. Ese rancho era mucho más rústico de lo que había esperado, pero sabía que no podía estar tan mal.

–Por eso tuvimos que cancelar las reservas que teníamos. Hubo un fuego que destruyó el edificio del balneario y otros más. Afortunadamente, no llegó a la casa.

Se quedó perpleja al oírlo y se le borró la sonrisa del rostro.

–¿Un fuego?

–Sí. Hemos cancelado todas las reservas hasta que podamos reconstruir lo dañado y reparar algunas cosas. A la piscina no le pasó nada, pero hemos tenido que vaciarla. Estaba llena de cenizas y escombros.

Cada vez sentía más desesperación. Miró a su alrededor. No entendía cómo las cosas podían estar saliéndole tan mal. Se quedó con la vista perdida en el árbol que había visto junto al camino, solitario y vigilante. Ella estaba igual. Nunca se había sentido tan sola.

–¿Por qué no me dice su nombre para que podamos aclarar las cosas? –le preguntó el hombre con algo de impaciencia.

–La reserva estaba a nombre de Antoine Doucette.

Él asintió con la cabeza.

–Es verdad, la luna de miel –murmuró el hombre–. ¿Y dónde está su flamante esposo? –agregó algo confundido.

Sophia levantó con orgullo la cara. Creía que podía hacerlo, tenía que hacerlo. Durante las últimas semanas, había pasado por situaciones semejantes. Era doloroso, pero creía que podía explicar lo que había pasado con frialdad, como si no fuera con ella. Después de todo, había sido mucho más duro contárselo a su familia, sus amigos e incluso a la prensa.

–He venido sola. Me temo que el matrimonio no se celebró.

–Entiendo… Lo siento mucho, señorita.

Su tono no reflejaba lo que decían sus palabras. Le pareció que era bastante frío y que se estaba limitando a ser educado.

–No lo sienta. Yo no lo hago.

Pero no era del todo cierto. No lamentaba haberse echado atrás y haber suspendido la boda, pero había sido el peor momento de su vida. Sabía que sus heridas iban a tardar mucho tiempo en curarse.

El hombre murmuró algo en español al oír sus palabras. No pudo entenderlo y eso le molestó. Hizo que se sintiera fuera de lugar y no era la primera vez que le pasaba algo parecido.

–¿Por qué no nos informaron de que la estancia había sido cancelada? –preguntó enfadada.

–No lo sé –repuso él–. María se encarga de las reservas y de la parte administrativa. La verdad es que me extraña que haya cometido un error de ese tipo.

–Pues está claro que alguien lo hizo, ¿no le parece? Después de todo, estoy aquí.

Estaba allí y tenía que convencer a ese hombre para que le permitiera quedarse.

Antoine le había echado en cara que cancelara todos sus planes. Le dijo que no había contratado un seguro de viaje y que iba a perder mucho dinero si ella se empeñaba en suspender la boda. Le parecía increíble que le hubiera hablado de ese modo, para conseguir que se sintiera culpable. Después de todo, ella no había sido a la que había sorprendido en la cama con otra persona.

Ella también se había gastado mucho dinero. Había pagado las invitaciones, el vestido, el banquete de boda, las flores, el magnífico pastel y todos los demás gastos que suponían una boda de cierto rango como la que estaban preparando. Para ella solo era dinero, no le preocupaba no poder recuperar el importe que Antoine había pagado por la luna de miel. Le iba a costar recuperarse económicamente, pero más difícil iba a ser borrar las heridas de su corazón. Había estado tan equivocada con ese hombre que no se veía capaz de volver a fiarse de su propio criterio.

Por culpa de Antoine, estaba en Argentina y sin un sitio en el que hospedarse.

Supuso que podría volver a Buenos Aires y tratar de cambiar su billete de vuelta. También podía quedarse en algún otro hotel durante esa semana. No le gustaba la idea de gastar más dinero aún, pero no estaba preparada para volver a casa y que todos vieran que su plan había fracasado.

Creía que Antoine ya se había reído bastante de ella. No pensaba darle ese gusto. Y a su madre le faltaría tiempo para recordarle lo que le había dicho antes de salir de viaje, Margaret Hollingsworth estaba convencida de que era una mala idea.

Le habían dolido mucho sus palabras. A su madre le había parecido una locura que suspendiera la boda y que renunciara a una vida cómoda y segura. No entendía por qué era tan importante para ella que su madre estuviera de su lado.

Recordó en ese instante algo que había marcado su niñez. Sus padres acababan de separarse y ella echaba mucho de menos a su padre. No quería que su madre la viera llorar y se escondió en el sótano. Alguien cerró la puerta y no pudo salir. Paso horas allí, hasta que un vecino la oyó. A pesar de los años que habían pasado, aún podía sentir la soledad, la oscuridad y el miedo. Y también recordaba las palabras de su madre, que había estado furiosa, cuando ella había necesitado un abrazo más que nada en el mundo.

Pero sabía que no merecía la pena pasar el resto de sus días esperando un apoyo y un cariño que no llegaba. Era algo que había aprendido con el tiempo. Había llegado el momento de librar sus propias batallas y conseguir ser feliz por sí misma. Respiró profundamente y levantó aún más la barbilla.

–Lo siento, pero tengo que insistir. Quiero quedarme aquí una semana, tal y como estaba convenido –le dijo al hombre–. No he recibido aviso de la cancelación y he venido desde Ottawa, en Canadá. No pienso volver a casa sin disfrutar de mis vacaciones –agregó con seguridad.

Pero en realidad, estaba temblando. Esperaba que le permitiera quedarse allí. Tenía unos ahorros que pensaba usar para poder mudarse a un apartamento más pequeño y sencillo. Ya no podía contar con los ingresos que había tenido mientras había estado trabajando para Antoine. Pero tenía que pensar en su dignidad. Eso era lo más importante para ella en esos momentos.

El hombre apretó los labios y frunció aún más el ceño. Vio que no le había gustado el tono que ella había usado.

–Yo también lo siento, pero no estamos preparados para recibir huéspedes. Si quiere, puedo llevarla a San Antonio de Areco. Allí hay un hotel. O, si lo prefiere, a Buenos Aires.

Era una solución, pero no se decidía. Volvió a fijarse en el solitario árbol. Sin saber por qué, le transmitía seguridad. Creía que ese sitio no estaba tan mal como le había parecido en un principio. Allí podría tener tiempo para relajarse, aclarar sus ideas y fortalecer su espíritu. Además, no le gustó que ese hombre le dijera lo que tenía que hacer. Estaba decidida a tomar las riendas de su vida, llevaba demasiado tiempo haciendo lo que los demás querían que hiciera y creía que había llegado el momento de cambiar.

–Pero quiero quedarme aquí –insistió con firmeza.

–No, no quiere –repuso el hombre–. Me di cuenta nada más ver su cara. Y lo entiendo, la vida en un rancho no es para cualquiera –añadió mientras miraba con algo de desprecio sus zapatos de tacón y su caro bolso.

Apretó los dientes al oírlo. Le molestó que ese hombre creyera que ella no podría soportar vivir en un rancho durante una semana. Si la hubiera visto tratando a los paparazzi frente al edificio del parlamento o esquivando a los fotógrafos, no opinaría lo mismo.

–Insisto –le dijo ella–. A no ser que pueda demostrarme que ya han devuelto el dinero de la reserva. En ese caso, no me importará hacerme cargo del pago.

Cada vez parecía más consternado. Lo último que quería era dejarse sus ahorros en aquel sitio, pero no estaba dispuesta a dar su brazo a torcer. Estaba haciendo todo lo que podía para mostrarse fuerte. Quería que ese hombre le permitiera quedarse allí. Era la manera en la que podría probarle a Antoine de lo que era capaz, aunque estaba segura de que a él ya no le importaba. También necesitaba demostrarse a sí misma que era más fuerte de lo que pensaba.

Pero, más que nada, estaba deseando poder llegar a su habitación, cerrar la puerta y relajarse. Le temblaban las piernas y tenía ganas de llorar. Estaba muy cansada y no solo por culpa del largo viaje. Sabía que, tarde o temprano, acabaría por derrumbarse y esperaba estar a solas cuando ocurriera. Sin saber por qué, sintió de repente toda la presión que había estado sufriendo durante las últimas semanas, pero no quería llorar delante de un desconocido.

El hombre se quedó mirándola con intensidad.

–Intentaré aclarar las cosas. De momento, será mejor que pase –le dijo el ranchero.

Habría preferido que fuera un poco más educado, pero se sentía demasiado aliviada como para echárselo en cara. Esperaba que saliera alguien de la casa para ayudarla con sus maletas. Supuso que ese hombre volvería al trabajo. Si aquello era un hotel rural, tenía que haber más personal que se encargara de la comida, la limpieza y otras cosas. No necesitaba nada lujoso ni extravagante. Un plato de comida caliente y una copa de vino era todo lo que necesitaba.

–Soy Sophia Hollingsworth –le dijo ella mientras le ofrecía la mano.

–Tomás Mendoza –repuso él.

Algo en su interior se estremeció cuando tocó su mano. Fue una sensación inesperada, pero deliciosa. Era firme y algo callosa. También era cálida y fuerte, mucho más grande que la de ella. Era la mano de un hombre trabajador, honesto y capaz.

–Señorita Hollingsworth, no sé si es consciente de lo que me está pidiendo. El hotel va a seguir cerrado durante varias semanas y no están las personas que lo dirigen.

No entendió bien sus palabras.

–María y Carlos Rodríguez están en Córdoba, visitando a su hijo Miguel. Tendré que revisar la información que tenemos sobre las reservas para ver qué ha pasado en su caso. Lo que tiene que quedarle claro es que, mientras continuemos con las obras, no están a su disposición todos los servicios que tenemos normalmente.

No podía creerlo. Iba a pasar una semana en aquel lugar con el hombre encargado de las reparaciones. Pero no podía echarle la culpa a nadie, sino a ella misma. Lamentó no haber llamado antes de hacer el viaje. Era un error más que tenía que añadir a su larga lista.

–¿Y de qué se encarga usted?

–Hago un poco de todo. Ayudo a Carlos con el ganado, arreglo cosas y organizo las excursiones. Uno de los encantos de este lugar es que ofrecemos a los huéspedes la posibilidad de experimentar durante unos días la auténtica vida en un rancho argentino. Tratamos de convencer a los turistas para que trabajen con nosotros.

Tragó saliva al oírlo. No podía echarse atrás, no quería dar su brazo a torcer. Sobre todo porque así le habría dado la razón a ese hombre. Necesitaba enfrentarse a sus miedos y hacer aquello, aunque fuera un gran reto para ella. Pero, de momento, necesitaba entrar y descansar. No soportaba seguir allí, con el sol de la tarde acalorándola aún más.

–¿Podría acompañarme a una de las habitaciones, por favor? Tengo mucho calor. No había aire acondicionado en el taxi. Y necesito descansar y aclarar un poco mis ideas.

–Por supuesto.

Tomás agarró las dos maletas grandes y dejó la bolsa más pequeña para ella. Se la colgó del hombro y lo siguió.

Entró tras él. Para bien o para mal, allí iba a pasar toda la semana.

Pensaba que su situación solo podía mejorar. Eso era al menos lo que esperaba. Trató de tranquilizarse mientras seguía a Tomás por el pasillo hasta un dormitorio. Ya no sonreía con educación, parecía algo más frío y su rostro no expresaba lo que sentía.

–Creo que aquí estará cómoda –le dijo mientras abría la puerta y se apartaba para que ella pudiera entrar.

Le bastó con verse allí para que empezara a desaparecer el estrés de los últimos meses.

–Es preciosa, gracias.

Era un dormitorio sencillo, no había lujos, pero estaba limpio y cuidado. Las paredes eran blancas, parecían recién pintadas y fue directamente hasta la ventana. Estaba abierta y desde ella se contemplaba la gran planicie que se extendía hasta donde alcanzaba a ver. El aire era limpio, sin rastro de contaminación. Y lo que más le gustaba era estar alejada de todo, sin tener que soportar las miradas ni la curiosidad de los demás.

Le encantó el cabecero de la cama. Era de hierro forjado y hacía que destacara aún más la colcha de algodón azul. Estaba deseando tumbarse en esa cama y olvidar todo lo que había pasado ese día.