Inevitable - Stuart G. Yates - E-Book

Inevitable E-Book

Stuart G. Yates

0,0
4,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

El agente inmobiliario Ryan Chaise vive una vida tranquila en el sur de España con su hermosa novia. Todo en su vida parece perfectamente normal.

Excepto que Ryan tiene un secreto.

Chaise, ex agente del Servicio de Inteligencia Secreto Británico, se ve envuelto en un mundo de traficantes de drogas y gánsteres después de matar accidentalmente a un delincuente menor que se fugó con un paquete de cocaína. Obligado a protegerse a sí mismo y a su familia, las viejas habilidades de Chaise pasan a primer plano a medida que aumentan el peligro y el número de muertos.

En quién confiar, a quién ignorar, a quién matar. Chaise tiene muchas opciones y tendrá que tomar las correctas para sobrevivir. Va a ser un acto de equilibrio difícil.

¿Pero todavía tiene las herramientas para hacerlo?

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



INEVITABLE

STUART G. YATES

Traducido porNERIO BRACHO

Derechos de autor (C) 2021 por Stuart G. Yates

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2021 por Next Chapter

Publicado 2021 por Next Chapter

Editado por Elizabeth Garay

Arte de portada por CoverMint

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se utilizan de forma ficticia. Cualquier parecido con eventos, lugares o personas reales, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de ninguna forma o por ningún medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopias, grabaciones o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

CONTENIDO

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Querido lector

A Mike, que hubiera disfrutado de esta historia,

y a Nan, a quien le hubiera gustado aún más.

Y a Janice, por supuesto, por hacer mejor la vida.

Encendiendo las brasas…

No debes recoger a extraños en la carretera.

¿Has visto alguna vez la película “Carretera al Infierno” (The Hitcher), protagonizada por Rutger Hauer? Una persona que pide aventón, un verdadero psicópata, reparte la muerte como un jugador lo hace con las cartas. Desdeñoso. Un consejo dado libremente: no se arriesgue a relacionarse intimamente con extraños. No vale la pena.

Esto es lo que sucede cuando se ignora ese consejo…

UNO

El plan no se había elaborado por completo en su cabeza y por ello casi todo había salido mal desde el principio. Conoció a la chica en un bar. Había estacionado su Suzuki Samuray, entró, decidió comprar una cerveza y algunos bocadillos antes de continuar. Diez minutos después, ella entró y él no podía apartar los ojos de ella. Ella emanaba sexo. Llevaba un ceñido top azul que acentuaba la curva de sus senos y una delgada falda blanca, abierta casi hasta la parte superior del muslo para revelar sus miembros inferiores brillantes, no dejaba nada a la imaginación. Estaba seguro de que ella no llevaba ropa interior. Finalmente, ella notó su mirada y le gustó lo que vio. Lo sabía por la forma en que ella sonrió y volvió la cabeza para mirar de nuevo.

Cuando él le devolvió la mirada, ella se pasó la lengua por el labio inferior. Eso lo hizo sentir bien.

Estaba con unos amigos y se reían mucho. Le gustaba eso en una chica, odiaba que algunas mujeres fueran tan serias. Te miraban fijamente e intentaban hacerte sentir como si no estuvieras en condiciones de caminar por el planeta. Pero esta vez era diferente. Su nombre era Sarah. Así la llamó una de sus amigas cuando se acercó a la barra para pedir una ronda de bebidas. No esperó ni un momento antes de acercarse sigilosamente a ella.

"¿Sarah?".

Sus ojos brillaron. "¿Cómo tu…?". Ella captó su mirada y sonrió de nuevo.

Hicieron el amor en las colinas que rodeaban el pequeño pueblo. Era una noche fresca y los mosquitos no picaban tanto. Ella era gloriosamente delgada, su cuerpo bronceado, los dedos de él se deslizaban sobre ella como si tuviera crema en la piel. Pensó que tal vez podrían pasar más tiempo juntos, para conocerla adecuadamente. Cuando yacían en el suelo, agotados, sus pechos subiendo y bajando con cada respiración, estudió sus líneas y se dio cuenta de que allí había una chica que podía darle todo lo que siempre había querido.

Si tan solo tuvieran tiempo.

Caminaron un rato y él la abrazó y la besó. Lo miró a los ojos y ella gimió: "¡Dios, me alegro mucho de que nos hayamos conocido!". A él le gustó eso, le gustó la forma en que ella se rindió a él.

Desde donde se encontraban, la pequeña aldea brillaba en la hondonada de las colinas circundantes, una imagen perfecta de una guía turística. Encanto rústico simple. Ella suspiró y estudió su contorno en la oscuridad y le preguntó: "¿Por qué no estás casado?".

"¿Quién dijo que no lo estoy?".

Ella pasó sus dedos por la mano izquierda de él, colocándolos alrededor del nudillo. "Pensé que la mayoría de los hombres usaban anillos hoy en día".

"¿Seguro? No lo sabría, no estoy casado".

Ella se echó a reír, a él le sonaba como un alivio, y se besaron de nuevo. El fuego se reavivó, volvieron al lugar donde habían estacionado sus respectivos vehículos e hicieron el amor por segunda vez en el asiento trasero del Audi de ella.

"Ven a casa conmigo", dijo ella, acariciando su rostro.

"Entonces, ¿tú tampoco estás casada?".

Él está afuera, en Inglaterra. Negocios. Estará allá unos días más”.

"¿Y te dejó sola, para caer en la tentación? Eso fue una tontería”.

"Él confía en mí".

"Eso lo convierte en un verdadero tonto".

Ella lo apartó, un poquito enojada cuando trato de besarla, pero dolida, no obstante. "No, no es tonto. Tiene mucho éxito, incluso ahora, cuando las cosas no van tan bien. Pero…". Ella se encogió de hombros, se reajustó la ropa, "...no me satisface si sabes a qué me refiero”.

Asintió y sonrió. "Ya veo. Así que de eso se trataba todo esto: ¿estás satisfecha?".

"Parcialmente. ¿Por qué? ¿Te molesta eso?".

Pensó en eso por un momento, la idea de ser utilizado. Un escalofrío recorrió sus entrañas. Para su sorpresa, la idea lo entusiasmó. "Tengo curiosidad por saber qué diría cuando se entere".

Sin dudarlo un momento, ella dijo: "Oh, él lo sabe. Y él está perfectamente de acuerdo con eso. De hecho, se podría decir que me anima".

"¿Qué, a salir con otros hombres?".

"Para cogerte a otros hombres. Es lo único que no puede darme, así que hicimos un trato. No lo dejaría y él se haría de la vista gorda".

"Puede que estemos casados, pero tenemos diferentes apellidos. Sencillo". Ella se inclinó hacia adelante y lo besó. "No digas que no lo disfrutaste, no digas que no te excita… ¿solo un poco?".

El trató de negarlo, pero ¿cómo podía hacerlo? Cada palabra que había dicho era verdad. Entonces, en cambio, sonrió.

"¿Te quedarás a pasar la noche?",

Tenía que admitir que la idea de no solo compartir su cama, sino también de despertar de nuevo en una cama cálida era tentadora. El plan había sido conducir durante la noche, llegar a Benidorm por la mañana. Pero qué diferencia habría en unas pocas horas, se decidió, y nadie pensaría en buscarlo aquí. Sonrió y la atrajo hacia él, la besó y dijo: "Eso sería genial".

Partieron hacia las montañas, él la siguió en el pequeño Suzuki, avanzando con facilidad por el sinuoso camino que conducía a su villa.

Pero estaba muy oscuro. Una inclinación. No vio el giro y su Suzuki cayó en un amplio y enorme desnivel. Por lo general, él podía manejar mejor que esto, pero la inclinación era amplia y profunda, y golpeó el fondo con fuerza, sacándolo de su asiento. Apagó el motor, temiendo que estallara en llamas. Sin embargo, el horrible crujido por debajo le causó mayor preocupación.

La luz de una linterna atravesó la oscuridad. Ella regresó por él, con las manos en las caderas. "Oh, cielos", dijo.

Estaba agachado, tanteando en la oscuridad, tratando de juzgar la magnitud del daño. "Por lo que parece, creo que el eje podría estar roto".

"No te preocupes, llamaremos a alguien por la mañana. Intenta no preocuparte por eso hasta entonces". Poniéndolo en el fondo de su mente, no se preocupó en absoluto.

Tampoco durmió mucho.

Ya hacía un calor abrasador cuando se metió debajo del Suzuki abandonado a la mañana siguiente para ver mejor. Fue como había temido. El eje se había roto. El agujero en el que descansaba el Suzuki era grande y profundo, cortado a un costado de la carretera y salpicado de rocas irregulares. Tuvo suerte de no haber sido herido de gravedad. Sin embargo, esa no era su mayor preocupación, el tiempo sí lo era. Pasarían días, si no semanas, antes de que repararan el coche, tiempo que él simplemente no tenía. Dejó a Sarah durmiendo y salió de la villa antes de que el sol se elevara por completo sobre las cimas de las montañas, esperando contra toda esperanza que su pronóstico original fuera incorrecto. Ahora, cuando la enormidad de la situación lo golpeó, sintió las primeras punzadas de pánico en su estómago.

No había elección. Tendría que llevarse el coche de Sarah. Maldiciendo, volvió a subir la colina, su camisa ya pegada a su espalda por el calor que se hizo sentir. Se deslizó hacia el interior de la enorme villa y fue directamente al lugar donde ella había dejado su bolso y su abrigo. Rebuscó en varios bolsillos y encontró las llaves. Recogió sus propias maletas de la puerta y salió. Mientras cruzaba el pasillo que llevaba al automóvil, abrió las puertas del auto con el control remoto. Metió las maletas en el maletero y se dirigió a la puerta del conductor, con el bolso de mano colgado en el hombro como siempre.

"¿Qué demonios estás haciendo?".

Su voz sonaba más como un grito y él miró hacia arriba para verla asomada en el balcón, con el rostro contorsionado en una especie de máscara de gárgola. Volvió al dormitorio y apareció unos momentos después en la puerta principal. Salió volando por el patio delantero como una tigresa, con la boca abierta y los dientes al descubierto. Se apoyó contra el auto y suspiró. Genial, justo lo que necesitaba.

Ella estaba sobre él. "Bastardo", dijo con voz ronca, jalando de él para mirarlo, "¿estás tratando de robar mi auto?".

Sus manos agarraron la pechera de su camisa y lo sacudió, ahora con el rostro cerca.

"¡Dame mis llaves!".

Él la atacó salvajemente y la golpeó con el revés de la mano. El golpe la alcanzó debajo del ojo izquierdo y cayó, la cadera crujió contra el duro suelo. Gritó de nuevo, pero esta vez menos agudo. Un grito de dolor.

"Lo siento", dijo sin emoción, sabiendo lo que tenía que hacer. Ella estaba tratando de arrastrarse por el suelo, lloriqueando un poco, probablemente dándose cuenta del lío en el que se había metido. Él se acercó, la levantó por el cuello con la mano izquierda y la golpeó de nuevo. En el último momento, ella logró apartar la cara y él lo hizo todo mal, pego su nudillo en la mandíbula. El gritó, dejándola caer como una piedra, agitando su mano como si fuera una bandera atrapada en el viento. De repente, un dolor sorprendentemente intenso hizo que a él se le llenaran los ojos de lágrimas y maldijo. Quería golpearla de nuevo, pero ella se había ido, como un apagón, un gran hematoma ya se estaba desarrollando a lo largo de su cara. El ojo también había explotado cuando golpeó el duro suelo. No tenía sentido volver a golpearla, así que la dejó y se subió al volante. Haciendo caso omiso del dolor, flexionó la mano varias veces y, para su alivio, descubrió que no había nada roto. Sin embargo, los nudillos ya estaban hinchados. Duele como una mierda también. Se tomó un momento para regular su respiración, se calmó y calculó que probablemente tenía unos treinta minutos para escapar antes de que ella se recuperara y llamara a la policía. Otros treinta minutos antes de que la Guardia incluso se molestara en llamar a la villa. En ese momento, habría llegado al siguiente pueblo, abandonaba el Audi y pediría un aventón. No era perfecto, pero posiblemente más seguro. Nadie podría rastrearlo. Puso el coche en marcha y se alejó.

Por el espejo retrovisor, pudo verla poniéndose de pie, una mano temblorosa limpiando la sangre de su rostro. Ella era fuerte. Él la admiraba. Notó cómo sus piernas largas y delgadas brillaban bajo el sol de la mañana y una pequeña emoción le recorrió. Era hermosa y él le había hecho el amor hasta que se agotó. Quizás, en una vida diferente…

Levantó la mano en señal de despedida y sacó el Audi del camino de acceso de la casa, a lo largo del camino dejó atras su Suzuki. Extrañaría ese auto. Extrañaría a Sarah. Pero bueno, vendrán muchas más como ella, y los autos mucho mejores que el jeep. Le dolía la mano, pero se permitió una sonrisa de autosatisfacción. Quizás las cosas iban a estar bien después de todo.

Todo lo que necesitaba era suerte.

DOS

A medida que avanzaba la mañana, el calor se volvía lo suficientemente intenso como para freír huevos en el pavimento. No era broma. Ryan Chaise lo había visto hacer una vez, en Eilat. Esto era España, la Costa del Sol. Tierra adentro, más caliente que el infierno en la noche de fiesta con los hornos recién avivados con las almas de los pecadores. Gracias a Dios que hay aire acondicionado, el cual puso al máximo.

La oficina había concertado la cita en este ridículo momento, pero ¿qué podía hacer? Las oportunidades eran pocas y espaciadas hoy en día, y cualquier cosecha era mejor que nada. Chaise recibió con gratitud las sobras de la mesa del rey, pero si eso era todo lo que había, que así fuere. No tenía intención de morir de hambre.

Los vio de inmediato. Una pareja, entrada en los sesenta años de edad, piernas blancas como el lirio expuestas, ambos luciendo sombreros de paja de ala ancha, escandalosas camisas multicolores y pantalones cortos beige con ruedo. Accesorios sensatos, pero no los más atractivos para los británicos exigentes en el extranjero. Chaise se sonrió entre dientes y estacionó su auto junto a la acera, bajó la ventanilla y les gritó: "¿El señor y la señora Smithson?".

El hombre se quitó el sombrero y se inclinó hacia el interior del coche. De cerca, su carnoso rostro rezumaba sudor. "¿Siempre hace tanto calor?".

Chaise sonrió con complicidad. "Solo en los días más fríos. Entre, no nos queda mucho camino por recorrer""

Riogordo gritaba del calor, la luz del sol se reflejaba en las paredes blancas de las casas agrupadas juntas en las calles laterales.

"Esto es pintoresco", dijo la Sra. Smithson mientras todos estaban parados en el pasillo de la casa que habían arreglado para ver.

Chaise sonrió pero permaneció en silencio. Pudo haberles contado sobre la falta de aire acondicionado, el techo que necesitaba ser reemplazado, la humedad en el garaje y el baño. Él no dijo nada. Las ventas eran pocas y no quería perder esta.

La casa, sin embargo, tenía una buena relación calidad-precio para lo que era. Nada especial, pero estaba al lado de una casa adosada bellamente restaurada, un testimonio de lo que se podía lograr con un poco de imaginación y mucho dinero. Chaise hizo todo lo posible para detallar todas las cosas que los Smithson podrían hacer para mejorar esto, su propia casa, si decidían comprarla. Lo que sería una compra ventajosa, especialmente ahora que las cosas no se movían.

"No es exactamente…". La voz de la esposa se fue apagando y cuando entró en la cocina, soltó un pequeño grito de desesperación y regresó casi al instante, con la mano sobre la boca. "¡Hay algo muerto ahí!".

Chaise cerró los ojos. Maldita sea la oficina por no enviar a alguien a revisar la propiedad primero. Se metió en la cocina, vio un gato muerto y volvió a salir.

"Obviamente, se lo limpiaremos todo antes de que se mude".

"Se necesitaría mucho trabajo para hacerlo habitable", dijo Smithson.

Ahora, él era el más realista. Tenía los pies en el suelo. Sabía que tiene que gastar un poco para hacer realidad el sueño. Pero ella, ella sería un hueso mucho más duro de roer.

"Cocina nueva", dijo Chaise. "Y un baño mejorado. Tal vez haga el patio. El techo es bueno. Entonces, ¿quizás varios miles? No mucho para ser honesto".

"No, no mucho". Smithson miró a su esposa, que todavía parecía sorprendida por el descubrimiento del gato. "Es lo mejor que hemos visto".

Ella asintió con la cabeza, pero no hablaba.

"¿Cuántas habitaciones?".

"Tres. Lo mejor es el garaje, podría convertirlo en un estudio. Oportunidades de alquiler, o simplemente déjelo como es. El almacenamiento es un bien muy escaso aquí. La gente mataría por un garaje".

Smithson asintió y luego sonrió. "Escuché que les gusta matar".

"Oh, sí", dijo Chaise con malicia. "Ciertamente les gusta".

Salieron a la azotea. La vista hacia las montañas circundantes nunca dejaban de impresionar. El río, de donde el pueblo recibió su nombre, se había secado y probablemente no volvería a experimentar agua hasta que las lluvias primaverales se apoderaran de él. Diciembre era húmedo, pero nada como marzo. Bueno, esa era la teoría. A veces no funcionaba así. Recordó el año pasado cuando la lluvia comenzó en diciembre y no se detuvo hasta finales de marzo. Las peores lluvias que se recuerdan. Los techos se derrumbaron, los ríos se desbordaron, los automóviles se alejaron flotando. Y ahora, en julio, los mismos ríos estaban secos. Calentamiento global. Loco.

"Esas casas de allí no parecen estar terminadas".

Chaise frunció el ceño, se acercó a Smithson y observó los edificios de enfrente. Muchos de ellos tenían pisos superiores que no se habían terminado. "Sí, creo que tiene algo que ver con los impuestos. Solo pagas impuestos sobre una propiedad terminada. Algo como eso".

"Entonces, ¿son ilegales?".

"No, no exactamente. Solo otra escapatoria. España tiene muchos de ellos. Y luego está la corrupción. Es una forma de vida aquí, siempre lo ha sido. Pero, por fin, están tomando medidas enérgicas. Muchos alcaldes en prisión".

"¿Alcaldes?". La señora Smithson se agarró del brazo de su marido. "Dios mío. Nunca lo supe".

Chaise se encogió de hombros. "Rara vez aparece en el folleto de Tui. No sirve bien al turismo".

"Pero no es peligroso, ¿verdad?".

Chaise se sonrió. "¿Peligroso? ¿España?". Sacudió la cabeza. "No, España está bien. Uno de los lugares más seguros de Europa".

"¿No hace mucho tiempo aquí fue asesinado un gánster a tiros?".

"Eso fue más abajo, en la costa. Drogas, como siempre. Pero no, los gánsteres están desapareciendo. Nuevos acuerdos entre gobiernos, mayor apertura, más intercambio de información. Pronto todo será como Disneylandia. Apto solo para familias y niños".

Por eso Chaise había venido aquí, por su ‘familia’ y había dejado atrás su antigua vida. La vieja vida que todavía venía a hacerle compañía por la noche, los recuerdos que tanto había intentado olvidar. Él pensó que empezar de nuevo podría ayudar y por un tiempo eso había funcionado. Decidió irse muy, muy lejos, Sudamérica o Nueva Zelanda. Un lugar donde nadie podría encontrarlo. Pero su novia era medio española y ya tenía ofertas de trabajo allí. Parecía lo más obvio, la mudanza, por lo que se lanzaron a hacerlo. Eso fue hace cinco años, y los años habían pasado. Se instalaron en una especie de felicidad doméstica. Chaise amaba a Angelina. Pasara lo que pasara, lo superaban juntos. Afortunadamente, no había pasado nada, por lo que todos estaban felices.

Desafortunadamente, como Chaise sabía muy bien por experiencia, la felicidad no duró mucho.

TRES

Después de dejar a los Smithson en la oficina y presentarles a Leanne, quien los guiaría con el papeleo, Chaise regresó a su casa en las montañas. Odiaba la ciudad y pasaba el menor tiempo posible allí. Ciertamente, en esta época del año, el calor atrapado entre las calles opresivas y sofocantes hacía que el lugar fuera simplemente insoportable para trabajar.

La autopista estaba tranquila y él avanzaba bien; rápidamente estaba tomando la carretera secundaria. Mientras atravesaba las diversas aldeas y contemplaba las onduladas colinas, una vez más suspiró de satisfacción, como siempre hacía cuando lo golpeaba la real belleza del lugar. La España que pocas personas veían pocas veces. No solo las playas y el mar, España tenía mucho más que ofrecer. Estos paisajes para uno eran como si fuera un bosquejo de las páginas de una novela de Larry McMurtry; las altas sierras dolían con una belleza virgen y desgarradora.

Tomó el auto por la sinuosa y tortuosa pista que conducía a su villa situada en las colinas que rodean Vélez Málaga. A medida que reducia la velocidad para salir a la rampa en las afueras de Benamargosa, vio a un hombre al borde de la carretera, con unos bolsos en los pies, camisa abierta hasta el estómago, empapado en sudor. De pronto. ¡Idiota! Cuando el tipo sacó su pulgar, Chaise lo ignoró al principio, pero pronto la culpa se apoderó de su nuca y se detuvo.

"Oh, hombre", dijo el extraño, jalando con entusiasmo de la manija de la puerta trasera. "Muchas gracias".

"¿A dónde te diriges?".

"Nerja".

"No voy tan lejos".

"Está bien… bueno, en cualquier lugar cercano. Vélez estaría bien. Podría hacer otro viaje desde allí con bastante facilidad".

Vélez Málaga no estaba tan lejos, pero supondría un desvío. Cansado, con la necesidad de darse un chapuzón en la piscina seguido de una siesta, a Chaise no le apetecía un desvío de treinta minutos, pero el tipo parecía cansado, deshidratado, así que suspiró y dijo: "Está bien, súbete, yo te dejaré en Trebiche".

Sonriendo en agradecimiento, el extraño arrojó su bolso en la parte trasera y se sentó en el asiento del pasajero. Chaise notó cómo se aferraba a una pequeña bolsa de lona con dibujos intrincados, presionándola contra su pecho como si temiera que se la arrebataran.

"Soy Ricky Treach", dijo, extendiendo la mano.

Chaise miró la mano que le ofrecían, empapada de sudor, y mantuvo las manos en el volante. Ryan Chaise. ¿Treach? ¿No era un pirata?".

"Ese es Teach, más conocido como Barbanegra. Treach es el nombre de un artista de rap de Estados Unidos".

"Oh".

Chaise reflexionó sobre eso mientras atravesaba el camino agrietado y lleno de baches. El tipo parecía educado, sabía un poco de historia. ¿Cuánta gente sabía que el verdadero nombre de Barbanegra era Edward Teach? Quizás un estudiante universitario en un recorrido a pie por La Axarquía, pero quienquiera que fuera por su aspecto, recientemente había atravesado tiempos difíciles. Por el rabillo del ojo, lo vio desenvolver su vendaje improvisado y masajear los nudillos hinchados. ¿Causado por un puñetazo? Chaise se preguntó quién era la víctima. Viejas agitaciones tintineaban en su cerebro, su radar de problemas, que lo había mantenido con vida durante tanto tiempo en el Medio Oriente. Los sentimientos nunca necesarios aquí, creía que se habían ido. La vida tranquila. Y ahora, este tipo… Algo no estaba bien.

Sintiendo el ceño interrogante de Chaise, Treach dejó de masajear su mano y volvió a agarrar la bolsa. "La golpeé contra la pared. No estaba mirando hacia dónde iba". Soltó una risa breve que sonó incómoda.

Chaise se encogió de hombros, hizo a un lado su malestar y se concentró en la carretera. "¿A dónde te diriges después de Vélez? Nerja, ¿fue lo que dijiste?".

"Más abajo en la costa, pero no demasiado lejos. Mi coche se averió. Tengo que ir a la casa de un amigo, luego volveré y lo recogeré".

¿Se averió? pensó, ¿Por qué no llamó simplemente a la grúa? Para eso está el sistema y funciona bien. Todos los que contrataban un seguro de automóvil recibían los servicios de una camioneta pick-up en la carretera si alguna vez se averiaba. Entonces, dejar un auto al costado de la carretera, no se suponía que sucediera.

"Hace mucho calor", dijo Treach, interrumpiendo los pensamientos de Chaise. "Honestamente, creí que iba a morir allí".

"Este es el peor momento del día. Deberías haberte puesto un sombrero. O encontrar algo de sombra".

"¡Me habría perdido este aventón si lo hubiera hecho! Y...", negó con la cabeza, el cabello largo caía sobre su frente, "...creo que esto me protegerá".

"Sí". Inconscientemente, Chaise se pasó una mano por el cabello corto. El gesto del hombre que rápidamente va quedando calvo, pelo rapado. Mejor que un Bobby Charlton, eso era seguro.

Bueno, esa era su opinión y se apegaba a ella.

Al doblar la siguiente curva, vio por primera vez el pueblo asentado junto al cauce seco del río, que daba nombre al pueblo.

"¿Cómo se llama este lugar?".

"Benamargosa".

"¿Tú vives aquí?".

"Cerca".

"¿Lo suficientemente cerca para caminar?".

Chaise frunció el ceño. Pregunta rara. Giró la cabeza hacia la derecha. Lo vio y se maldijo por no seguir sus instintos iniciales. Estúpido. Perdía la ventaja. Una de las penas de elegir la vida suburbana. Esa mirada en los ojos de Treach, la mirada que Chaise conocía tan bien. Se preparó, su voz adquirió un tono duro. "Tal vez. ¿Qué tienes en mente?".

Hubo una larga pausa. Chaise siguió volviendo la cabeza hacia la carretera, todo el tiempo listo para lo que sabía que iba a suceder.

Pensó que podría ser un puño, tal vez incluso un cuchillo. Pero el Sig-Sauer P220 fue algo sorprendente. La mejor pistola automática del mundo, dicen los expertos. Y Chaise también era un experto. En este momento, estaba en la mano de Ricky Treach, sacado de ese hermoso bolso bordado y apuntando directamente a él.

"Voy a tener que pedirte que detengas el coche y salgas".

"¿Te importaría decirme por qué haría eso?".

"Bueno", sonrió Treach, "hay varias razones. Lo más urgente es que dejé algo en el primer coche que me recogió. No me di cuenta hasta que se marchó. Tengo que recuperarlo. Usaré este auto para regresar y encontrarlo".

"Ok. Debe tener algo valioso dentro".

"Podrías decirlo".

"¿Cualquier otra razón?".

"Sí. Te mataré si no lo haces".

Chaise asintió. La mayoría de la gente ya se habría salido de la carretera con miedo, las manos no podrían controlar el volante. El miedo era así, hacía estragos en el sistema nervioso. Chaise nunca sufrió tal reacción. Incluso en los días muy oscuros, cuando estaba pintando el palacio en Bagdad, nunca mostró ninguna emoción en absoluto, incluso cuando Saddam entró de repente, sonriendo como el mono gordo que era. Reggie Lawrence solía maravillarse con eso, el exterior imperturbable de Chaise. "¿Cómo es que nunca sudas, muchacho?". Reggie Lawrence, un habitante de Liverpool sin trabajo, pintando el palacio de Saddam Hussein con media docena de personas más, incluido Ryan Chaise, Special Boat Service (unidad de fuerzas especiales de la Royal Navy del Reino Unido). Oficial de Inteligencia. Asesino. Si Reggie supiera.

"¡Oye! Te estoy diciendo que detengas el maldito auto, chico duro, o te volaré la cabeza.

"Eso está muy claro, Ricky".

Treach quedo boquiabierto. "¿Qué?".

"La línea que dice Eastwood en Dirty Harry. Te imaginas a ti mismo como Clint, ¿no? ‘Te volaré la cabeza, eso está claro’.

"¿Estás loco o algo así?".

"Sí, algo así".

Sin previo aviso, Chaise frenó bruscamente, tirando con fuerza del volante al mismo tiempo. El coche patinó salvajemente, el polvo y los escombros se levantaron en una nube ondulante. Treach, que como la mayoría de la gente en esos lugares, no se había molestado en abrocharse el cinturón. Golpeó el tablero con un golpe discordante, lleno hasta el pecho. Gritó, el arma casi se le cae de los dedos, pero no del todo.

En el momento que el automóvil se detenía en seco, mientras los neumáticos se deslizaban a través del suelo, Chaise agarró el brazo donde estaba la pistola de Treach y lo retorció brutalmente. Antes de que Treach pudiera reaccionar, Chaise le dio un codazo en la cara al hombre. Chaise escuchó el satisfactorio chasquido de un hueso roto, el chorro de sangre y el grito de Treach. Sus dedos, sin embargo, aguantaron. Estaba aprisionado contra la parte delantera del auto, no había suficiente espacio para que Chaise se agarrara fuertemente. Casi lo tenía, pero Treach era más fuerte de lo que parecía. Probablemente causado por la desesperación. Se pegó contra tablero con un golpe discordante, lleno en el pecho. Gritó, el arma casi se le cae de los dedos, pero no del todo.

Cuando el automóvil se detuvo con un chirrido, luego que los neumáticos se deslizaron por el suelo impactado, Chaise agarró el brazo de la pistola de Treach y lo retorció brutalmente. Antes de que Treach pudiera reaccionar, Chaise golpeó con el codo la cara del hombre. Chaise escuchó el satisfactorio chasquido de otro hueso roto, el chapoteo de la sangre al brotar y el grito de Treach. Sus dedos, sin embargo, aguantaron.

Estaba aprisionado en la parte delantera del coche, no había suficiente espacio para que Chaise se agarrara firmemente. Casi lo tenía, pero Treach era más fuerte de lo que parecía. Probablemente provocado por la desesperación. Lucharon y Treach de alguna manera logró poner su brazo libre alrededor para arañar la cara de Chaise. Otro golpe de codo acabó con eso. Chaise tiró un poco más del brazo, doblando la muñeca hacia abajo y hacia atrás. Un sonido como el de un trozo de cartón al romperse. Treach gritó de nuevo.

Entonces el arma se disparó.

El ruido de la explosión en ese espacio confinado fue enorme, lo que hizo que los oídos de Chaise zumbaran dolorosamente. Siguió un terrible silencio y Treach quedó inerte.

"Mierda".

El humo de la pólvora se disipó, pero Chaise ya sabía exactamente lo que había sucedido. No necesitó mirar demasiado de cerca el agujero en el pecho del hombre, o los ojos bien abiertos para darse cuenta de que el pobre Ricky Treach estaba muerto.

CUATRO

La esposa de Alex Piers estaba fuera. Eso no era nada extraño, siempre sucedía. Casi todas las mañanas y prácticamente todas las noches. Amy, su hija de ocho años, había ido a la escuela de verano. La casa resonaba con el sonido de sus zapatos mientras cruzaba el amplio vestíbulo de entrada y se dirigía directamente a la cocina. Una casa vacía y solitaria. Se sirvió un poco de agua helada de una botella en la nevera, se reclinó en la encimera y miró hacia la piscina a través de las grandes ventanas del patio.

Se quedó mirando. Su mente era como un caparazón vacío. Durante mucho tiempo había estado pensado dónde fue que había resultado todo mal, cómo podía cambiarlo todo, hacer que ella lo amara de nuevo. Pero sabía que esto nunca sucedería. El desgaste era demasiado profundo. El engaño. Las mentiras. Se habían dicho demasiado para que todo pudiera volver a estar bien.

Dos semanas atrás, cuando Amy comenzó la escuela de verano, su esposa trajo la noticia. "Vamos a volver". Alex se sintió como si lo hubiera atropellado un autobús. Toda la fuerza abandonó sus piernas. Se dejó caer en una silla. Entumecido, la escuchó. "No está funcionando, sabes que no. Y no es bueno para Amy escucharnos discutir todo el tiempo". Casi nunca discutimos, perra, ¡nunca estás aquí! Escuchó las palabras en su cabeza pero de su boca solo salió silencio. "Por lo tanto, será mejor para todos si regresamos al final del verano. Veré a mi abogado, haré todo el papeleo. Todo lo que necesitarás hacer es firmar".

Con la mente dando vueltas, logró hacer la pregunta a la que ya sabía la respuesta: "¿Con él?".

"¿Qué?", ella preguntó. Su voz, siempre tan cortante, tan aguda. Lo trataba como a un imbécil. Quizá lo era.

Respiró hondo y tembloroso. "¿Te vas a mudar de nuevo con él?".

"Sí. Pero esa no es la razón".

Aunque sabía que esta sería la respuesta, escucharlo de sus labios dolía profundamente. Se inclinó hacia adelante, puso su rostro entre sus manos. "No puedo permitirlo, Diane. No puedes simplemente salir de mi vida con Amy, para irte a vivir con él". Se había recuperado un poco ahora. Pánico, mezclado con ira, todo pasó a primer plano. Descontrolado, mal pensado, mal juzgado.

"¿No puedes permitirlo? ¿Qué diablos vas a hacer, Alex? ¿Encerrarnos en el sótano?".

Sus manos cayeron. “¡Maldita perra! ¿Qué te da el derecho? …".

"¡Detente ahí mismo, no tienes moral para hablarme de derechos, anciano pomposo! ¡Renunciaste a todos tus derechos cuando te fuiste con ella!".

Ella siempre usaba ese contragolpe a cualquier acusación. Había estado con otros hombres, él dudaba que alguna vez supiera con cuántos, pero había uno, hace unos años, del cual se enamoró. Ella echó a Alex y llevó a este chico nuevo a su cama. Entonces, Alex se perdió. Nada buscado, nada planeado. Se puso a hablar con una mujer en un bar y eso fue todo. Como era Alex, tuvo que decírselo a Diane y ella se destapó. ¿Cómo es eso justo, incluso explicable? Cuando le suplicó que regresaran, Diane cedió, con una condición: que la dejara seguir viendo al otro hombre.

Había perdido algunos buenos amigos cuando se enteraron de su decisión.

Al principio funcionó, hasta que la esposa del hombre obtuvo su número, llamó a Diane en medio de la noche, la amenazó con abogados y más. Diane retrocedió y dejó de ver al tipo, pero durante semanas pisoteó la casa como una adolescente engreída. Alex no se atrevía a preguntarle nada. Al final ella salió y encontró otro amante. Parecía feliz, las discusiones se detuvieron. ¿Pero la vida familiar? Eso nunca ocurrió. No hacían nada juntos y la pequeña Amy que se sentaba en el sofá, para ver a Tiny Pop decía: "Vengan a ver esto conmigo, mamá, papá". Alex sonrió pero su corazón estaba desecho y deseaba más que nada poder retroceder el reloj, desaparecer todo el dolor y la culpa. Todo para hacer que la vida de Amy fuera lo más perfecta posible.

Entonces, completamente de la nada, el otro tipo regresó. Había dejado a su esposa y quería intentarlo con Diane.

Ella aprovechó la oportunidad. Diablos, ella lo amaba. Alex ya no figuraba en nada. Todo lo que podía hacer era proveer.

Ahora iba a estar solo. Diane regresaría al Reino Unido y Amy se iría con ella. Alex tendría que acostumbrarse a mirar por esta ventana, a mirar la piscina, a escuchar el silencio. No más estallidos de risitas de su Amy, sus pequeñas piernas impulsándose como un pistón, lanzándose hacia él, arrojándose sobre él. "¡Mi papá!". Este era el comienzo del resto de su vida.

Podía sentir que sus ojos se humedecían. Tenía que endurecer su corazón, fortalecer su resolución, seguir todos los consejos de mierda que los sabios y omniscientes decían sobre las rupturas, y cómo aún podía verla, y que ella siempre sería ‘su Amy’. ¿Qué diablos sabían ellos? ¿Alguna vez, en sus vidas tan perfectas, habían experimentado dolor real? El pensamiento lo enojó, lo cual era mucho más deseable que sentirse deprimido.

"Maravilloso", dijo en voz alta, apuró su vaso y respiró hondo, tratando de olvidarse antes de que salieran las lágrimas. Subió las escaleras para cambiarse. Tenía la camisa pegada a la espalda y estaba ansioso por ponerse el traje de baño y darse un chapuzón. El dormitorio estaba perfecto como siempre. Todo cuidadosamente doblado, el edredón hacia abajo, las almohadas bien mullidas. Por costumbre, echó un vistazo al interior de la habitación de Amy. Reflejaba su edad, los carteles de su banda de chicos favorita en las paredes, mezclados con un par de Miley Cyrus. El orgullo del lugar era una foto de ella con su padre, grandes sonrisas, flanqueando a Mickey Mouse. Disneyland Paris, tomada el año pasado. Siempre se detenía y la miraba fijamente, especialmente en momentos como este. Recuerdos. Buenos recuerdos. Para Amy también, esperaba. Avanzó y besó su rostro sonriente en la foto. Entonces vino la primera lágrima, a pesar de sus mejores esfuerzos.

Entró al baño, se lavó la cara y miró su reflejo. Podía ver las líneas, marcadas profundamente en la piel color teca. Solía ​​decir que eran líneas de risa y recordaba cómo, cuando era un adolescente con granos, pasaba horas entrecerrando los ojos para parecer rudo y duro. Luego, más tarde, se convirtieron en esas ‘líneas de risa’. Dudaba que alguien fuera engañado. Arrugas. Eso es lo que eran. Estaba envejeciendo y cuando miró más de cerca, pudo ver dónde las líneas blancas corrían por sus sienes, el área donde habían estado sus lentes de sol.

Las líneas lo hacían lucir un poco ridículo. De pronto la memoria llegó, se palpó los bolsillos del pantalón y se maldijo por dejar los lentes de sol en el automóvil. Si iba a pasar una o dos horas agradables junto a la piscina, tendría que ir a buscarlos, de lo contrario, el resplandor del agua sería demasiado brillante. Se quitó los pantalones, se los cambió por un traje de baño y de dirigió al auto descalzo.

Las baldosas del patio estaban al rojo vivo y le quemaban las plantas de los pies. Saltó y se acercó al auto y abrió la puerta del pasajero, se inclinó para alcanzar los lentes de sol arrojados descuidadamente en el tablero.

De pronto, se detuvo. Algo atascado debajo del asiento del pasajero le llamó la atención. Cogió el borde que sobresalía. Un paquete envuelto en papel marrón y montones de cinta negra. Lo sacó. Era pesado, como una bolsa de azúcar, pero más plano y más blando, como si lo que hubiera dentro fuera arena o polvo.

Entonces cayó el centavo. No solo un centavo, más como la proverbial tonelada de peso de Monty Python. Directamente a través de su cráneo.

Drogas.

Por alguna razón que no podía comprender, rápidamente miró a su alrededor. No había nadie allí y ninguna cámara de vigilancia grababa sus acciones. Este era la via de entrada de su casa, pero oye, quién sabe, tal vez el escuadrón de drogas estaba cerca, al acecho, listo para lanzar el gran zarpazo. Estúpido.

No obstante, se guardó el paquete en el traje de baño y volvió corriendo al interior. En el pasillo, cayó contra la fría pared por un momento para recobrar sus sentidos. Antes de darse cuenta de que había olvidado sus lentes de sol. "¡Maldición!".

Consideró ir a buscarlos, pero pensándolo bien, ya no importaban. Cualquier idea de un relajante baño en la piscina había perdido repentinamente todo su atractivo.

CINCO

El policía no sonrió. Se sentó detrás de su escritorio en la oficina con aire acondicionado, ligeramente inclinado hacia adelante, repasando el informe que la Guardia Civil había hecho después de su llegada al lugar. Muy pronto llegaron otros. Tarea pesada. Policía Nacional. Chicos grandes, de aspecto malo. Incluso más cruel que la Guardia.

Después del asesinato, Chaise salió del coche y se sentó a un lado de la carretera, marcó el número en su móvil. Su español era bueno y no hubo malos entendidos. A los cinco minutos llegaron. En la pausa, Chaise hizo otra llamada a Angelina. Sin ningún preámbulo, lo expresó simple y llanamente: “Hola. Tengo un problema".

"Oh Dios, no me digas que es el auto".

"No. Peor. Mucho peor". Trató de mantener su voz plana, vacía de emoción. Se estaba volviendo más difícil. La conmoción empezaba a hacer efecto ahora y le temblaba la mano. "Recogí a un tipo. Él está muerto".

Un silencio, mientras que las palabras daban en el blanco. "¿Muerto? ¿Qué quieres decir? ¿Como un ataque al corazón o algo así?".

"No. Quiero decir que lo maté. Le disparé. Y está muerto. Tieso".

"Oh, Dios mío".

Esa vocecita, envuelta en un terror total, se quedaría con él durante mucho tiempo.

La puerta de la oficina se abrió, sacando a Chaise de su ensueño. Un cazador de hombres entró nerviosamente con los ojos muy abiertos, vio a Chaise, sonrió y se sentó. Extendió su mano pequeña y pegajosa. "Leonard Phelps. Funcionario consular. Lo siento, me pidieron que entrara. Usted es…". Estudió una página en un pequeño cuaderno negro, "¿El Sr. Chaise?", Chaise asintió. "Bien". Abrió su maletín y, como si notara por primera vez al oficial de policía que lo esperaba detrás del escritorio, lo saludó con un brusco, "Buenos Días, Señor Domingo". Domingo gruñó, pero no levantó la vista de sus papeles. Phelps suspiró y miró a Chaise. "No es bueno, esto". Sacó un trozo de papel y lo leyó. "Me enviaron un correo electrónico con los detalles. Pensé que lo dejaría todo, ya que es un poco, ya sabe, difícil".

"Maté a un hombre, señor Phelps".

"Sí. Precisamente". Phelps forzó una sonrisa de nuevo, pero parecía más como si estuviera sufriendo. "Estoy aquí para brindarle asesoramiento, asistencia, traducir cualquier jerga técnica que no comprenda, pero no para representarlo legalmente. ¿Entiende?". Chaise asintió. "¿Tiene abogado aquí en España?".

"Tengo al tipo que hizo el trabajo para la compra de nuestra casa".

"Ah. Bueno, sí. Supongo… tendrá que darme su número. Puedo llamarlo por usted".

"No me han acusado formalmente de nada, señor Phelps. No me han arrestado".

"No". Volvió a mirar su hoja. "¿Realmente no? Ya veo… Bueno, en ese caso…".

Con una repentina explosión de movimiento, Domingo arrojó su carpeta y se reclinó en su asiento, con los ojos fijos en Chaise. "Entonces, señor Chaise. Dice que este hombre lo detiene y se sube a su auto. Luego saca una pistola y luchan. Entonces le dispara".

Chaise fue directamente a la explicación, sin pausa. "Se disparó en la lucha. Bien pude haber sido yo quien recibiera un disparo".

"Sí, lo entiendo. Pero, ¿por qué tenía un arma?".

"No tengo idea".

"Creo que hay un problema con el arma".

Chaise frunció el ceño. "¿Un problema? No entiendo".

Los ojos de Domingo se posaron brevemente en Phelps. "¿Cómo se dice forense en inglés?".

Phelps tragó saliva y le dio a Chaise la traducción.

Chaise parpadeó. "Era su arma, si ese es el problema".

Domingo sacudió la cabeza, la sonrisa persistió. "No. No es eso. El problema es esta pistola, creo. Puede que me equivoque, ¿comprende ?, y los forenses me dirán si lo estoy, pero esta pistola se usó hace unos siete u ocho días en el tiroteo de otro hombre, Daniel Leary. ¿Lo conoce?".

"No, no puedo decir que sí".

"¿No lee los periódicos, el ‘Sur’ en inglés, quizás?".

"Rara vez".