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Era sexy, atrevido… y solo jugaba para ganar. Los planes de reforma que Candice Hammond había hecho para el restaurante eran perfectos, o eso parecía, hasta que apareció el guapísimo millonario Derek Reeves. Discutían por todo y Candice estaba utilizando toda su habilidad negociadora para evitar que su proyecto de decoración acabara convertido en humo. Derek Reeves sabía qué hacer para vencer siempre; no debía perder nunca la concentración, ni dejar que nada lo distrajera. Pero la estrategia empezó a resultarle muy difícil de cumplir cuando se quedó a solas con Candice. Fue entonces cuando ambos se vieron obligados a poner todas sus cartas… y toda su ropa sobre la mesa.
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Seitenzahl: 141
Veröffentlichungsjahr: 2016
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2005 Barbara Dunlop
© 2016 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Infierno y paraíso, n.º 6 - junio 2016
Título original: High Stakes
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Publicado en español en 2007
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-687-8418-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
–Siempre eres el padrino, pero nunca el novio… –dijo Tyler, el hermano de Derek Reeves, apoyándose en la barandilla de la terraza que había junto a la pista de baile del hotel Quayside.
Su hermanastro Striker había elegido aquella tarde de septiembre para casarse y estaban en mitad de la celebración. De hecho, se oía la música de la orquesta y las risas de los invitados.
Derek sonrió para sí mismo. Debía admitir que se sentía algo confuso al ser el único miembro de la familia Reeves-DuCarter que seguía soltero. Se giró, dando la espalda a la rosaleda, a la fuente de mármol y al lago Washington, y miró a su hermano.
–¿Envidioso? –le preguntó.
Tyler miró hacia adentro, donde su esposa Jenna, con la que se había casado hacía tres meses, hablaba con otras damas de honor.
–En absoluto –contestó con convicción.
Derek dio un trago al agua con hielo que tenía en la mano. Lo cierto era que su cuñada Jenna era una mujer excepcional. También lo era Erin, la recién estrenada esposa de Striker. Sí, eran dos mujeres maravillosas, pero eran esposas y eso significaba que tenían necesidades, demandas y agendas propias, y Derek tenía planeado continuar soltero durante mucho tiempo.
–¿Tienes que conducir? –le preguntó Tyler señalando el vaso de agua que estaba tomando su hermano.
Derek negó con la cabeza.
–Estoy esperando una llamada de Tokio.
–¿Te has venido a la boda de tu hermano con el teléfono móvil?
–Sí, pero lo he apagado durante la ceremonia.
–Desde luego, a ver si conseguimos que vuelvas a la vida un poco y que tengas una vida normal y corriente.
–Si por vida normal y corriente entiendes ponerme un grillete en el tobillo, la respuesta es «no, gracias». Si tu condena te resulta demasiado pesada y la quieres compartir, búscate a otro.
Tyler levantó su vaso de whisky y brindó con sorna.
–Soy feliz estando solo –insistió Derek.
–¿Cómo lo sabes?
Derek frunció el ceño.
–¿Qué clase de pregunta es esa?
–¿Cuándo fue la última vez que tuviste una novia seria?
–Define «seria».
–Que te durara más de ocho horas.
Derek sonrió. Hacía ya tiempo. Eso significaba que su vida iba exactamente como él quería.
–Unos cuantos meses, puede que un año –contestó.
–Te vamos a tener que buscar una chica que le puedas presentar a mamá.
Derek no pudo evitar reírse.
–Te lo digo completamente en serio –insistió su hermano.
–Si quiero encontrar una mujer, ya me la busco yo. No te ofendas, hermanito, pero no necesito que me ayudes en los temas del amor.
–¿Amor? –se burló Tyler–. Querrás decir aventuras de una noche.
–¿Y?
–Y que no sales con las mujeres correctas.
–Te aseguro que una mujer correcta no querría salir conmigo.
Derek había ido a Europa tres meses durante el último mes y tenía que viajar a Japón el día cinco del mes en que estaban. Además, si no encontraba la manera de recuperar el contrato que Hammond Electronics le había arrebatado, tendría que irse a Brasil a desarrollar el negocio de Internet sin cable en las zonas suburbanas.
De alguna forma, se le antojaba que a la mayor parte de las mujeres correctas no les gustaría estar con un hombre así, porque seguro que ellas preferirían una pareja que pasara, por lo menos, la mitad de su vida en América del Norte.
–Nunca se sabe –insistió su hermano–. A lo mejor, consigues que se fije en ti.
–Muchas gracias, pero no creo.
Aquello hizo reír a Tyler.
–Lo cierto es que vosotros, los demás accionistas, deberíais estar agradecidos de que yo haya permanecido soltero.
–¿Por qué?
–Porque, si viviera con una mujer, mi trabajo se resentiría.
Tyler miró a su hermano con pena.
–No me mires así. Sabes perfectamente que las mujeres te hacen perder el norte porque lo único que quieren es que estés pendiente de ellas, que les hagas regalos y que hables de sus sentimientos.
–No todas las mujeres son así. Jenna no es así.
–¿Ah, no? ¿Cuándo fue la última vez que pasasteis una noche separados?
Su hermano volvió a mirar hacia la pista de baile.
–¿Una semana? ¿Un mes? –insistió Derek–. ¿Te has separado de ella desde que te casaste?
–No, pero eso no quiere decir que no pueda hacerlo…
–Ya –se burló Derek, consciente de que se había llevado el gato al agua y decidiendo que había llegado el momento de cambiar de tema de conversación–. Por cierto, ¿te ha comentado Jenna algo sobre la reforma del Lighthouse?
Aquel era el Lighthouse que estaba situado en la última planta del hotel Quayside, que era propiedad de su familia y que estaba siendo reformado por la empresa de Jenna y Candice Hammond, Canna Interiors.
–Lo único que me ha contado es que Candy y tú habéis vuelto a pelearos –contestó Tyler.
–¿Cómo me iba a pelear con ella si he estado en Londres los tres últimos días?
–Debe de ser que ella no se ha dado cuenta de que te has ido, porque ha seguido peleándose contigo.
–Esa es la única manera que tiene de ganarme –murmuró Derek.
–Espero que os deis cuenta de que entre los dos estáis volviendo loca a mi mujer.
–Pues dile a tu mujer que hable con Candy.
No era culpa de Derek que aquella mujer fuera imposible.
–Según Candy, lo quieres controlar todo.
–No es que lo quiera controlar todo, pero me quiero asegurar de que Candice Hammond no dilapida tres millones y medio de dólares.
–La empresa de Candy es una empresa que tiene muy buena fama.
–Lo único que quieren es vengarse de nosotros.
–¿Por qué?
–Porque les mentimos.
–Jenna y yo nos hemos casado y su hermana ya no está enfadada.
–Puede que no esté enfadada contigo, pero conmigo sí lo está.
–Estás paranoico.
La paranoia había sacado a Derek de los problemas varias veces, y era una cualidad que él estimaba muchísimo en un ejecutivo.
–Puede que yo esté algo paranoico, pero eso no quiere decir que ella no quiera vengarse de mí.
–¡Agárralo, Candy! –gritó Jenna mientras Erin tiraba su ramo de novia en la pista de baile del hotel.
Candy hizo una mueca de disgusto al comprobar que el ramo de novia iba directamente hacia ella. Inmediatamente, intentó pasar inadvertida entre las demás mujeres, diciéndose que, cuando tuviera oportunidad de hablar a solas con Jenna, no debía olvidar decirle que, por favor, no llamara más de lo estrictamente necesario la atención sobre su estatus de mujer soltera.
Candy observó cómo el delicado ramo de rosas color crema y orquídeas blancas describía un amplio arco y pasaba de largo sobre el grupo de mujeres que tenía delante.
Desde luego, Erin lo había lanzado con mucha fuerza.
Candy dio otro paso atrás y, luego, otro y otro. Las mujeres que tenía delante estiraron los brazos todo lo que pudieron. Incluso algunas consiguieron rozar con las yemas de los dedos el lazo del ramo, que pasó volando sobre sus cabezas.
Candy se quedó mirando el ramo con los ojos muy abiertos. Aunque se había esforzado en esquivarlo, el enorme ramo iba directamente hacia ella. De hecho, la golpeó en el pecho y Candy no tuvo más remedio que agarrarlo.
–¡Muy bien! –exclamó Jenna acercándose a ella.
–Gracias –contestó Candy.
–Ahora lo único que nos queda es encontrar un hombre para ti.
Candy se puso el ramo en una mano y lo medio escondió detrás del muslo, pues tenía la incómoda sensación de que todo el mundo la estaba mirando. Era como si alguien le hubiera puesto en la frente un cartel en el que se leyera «pringada».
Candy no tenía ningún interés especial en casarse. No era ella la que tenía aquella idea de sí misma, pero los demás parecían tenerla porque, en general, una chica de veintisiete años iba camino de convertirse en solterona si no tenía pareja, como era su caso.
–Veamos –insistió Jenna mirando a su alrededor–. No demasiado alto… mmm… con buena proyección profesional, con paciencia y que tenga sentido del humor, porque tú, desde luego, eres algo… –añadió callando de repente.
–¿Algo qué? –dijo Candy mirando a su amiga y socia.
Jenna no contestó.
–¿Me estás queriendo decir que soy una cascarrabias?
–No, solo un poco… bueno, tienes la habilidad de poner a prueba la paciencia de los demás.
–¿Ah, sí?
En aquel momento, los hombres invitados a la ceremonia se alinearon, pues el novio iba a proceder a lanzar el liguero de la novia.
–Ven, vamos a ver –dijo Jenna agarrando a Candy del brazo.
Candy agradeció inmensamente dejar de ser el centro de atención y pensó que, con un poco de suerte, podría abandonar el ramo de novia en cualquier mesa.
–Yo no creo que sea así.
–Estaba pensando en Derek –contestó Jenna.
Candy puso los ojos en blanco. Jenna y ella llevaban tres meses haciéndose cargo de la reforma del Lighthouse y, desde el principio, aquel hombre se había convertido en su sombra. Era evidente que no la tenía por una profesional en la que se pudiera confiar. Y lo más irónico era que había sido él quien había mentido, y no ella.
–Él sí que es inaguantable.
–Solo cuando tú estás cerca.
Vaya, ahora iba a resultar que era culpa suya.
–Es arrogante, marimandón, altivo y creído.
–Sí, tienes razón, pero todo eso en él es positivo, le ha servido de mucho.
En aquel momento, se oyó un rugido y, al mirar, comprobó que el liguero de Erin estaba volando por los aires. En un abrir y cerrar de ojos, se levantó un brazo y una mano fuerte y potente agarró el liguero en pleno vuelo. El hombre en cuestión no tuvo reparo en darle varias vueltas alrededor de su dedo índice.
Candy pensó que era una suerte que alguien exhibiera con tanta naturalidad su deseo de ser el próximo en casarse.
–A lo mejor lo que te pasa es que necesitas mantener relaciones sexuales –comentó Jenna observando al hombre que había agarrado el liguero.
–¿Cómo dices?
–Después de tres meses casada, te lo recomiendo.
Candy miró estupefacta a su amiga, que señaló con la cabeza al grupo de hombres.
–Estoy segura de que cualquiera de ellos se acostaría contigo encantado…
Candy dio un paso atrás.
–Voy a subir a ver qué tal va el Lighthouse.
–No hay nada que ver. Estamos de fiesta y, además, te estamos buscando pareja.
Eso era lo que Candy no estaba dispuesta a soportar bajo ningún concepto.
–Quiero asegurarme de que han traído los paneles –contestó intentando zafarse de la mano de su amiga, que la tenía bien agarrada del brazo.
–No vas a poder hacer nada antes del lunes –insistió Jenna agarrándola más fuerte.
Candy le quitó los dedos uno a uno.
–Me quedo más tranquila si subo un momento. Anda, vete mirando tú a ver quién te gusta para mí mientras yo subo y bajo.
–¿De verdad? ¿Lo dices en serio? –se emocionó su amiga.
–Claro –contestó Candy.
Lo cierto era que no tenía ninguna intención de volver a la fiesta, así que no tenía problema en que Jenna rastreara el lugar en busca de pareja para ella. En realidad, tampoco tenía intención de subir al restaurante. En cuanto pudiera, saldría del hotel, se montaría en un taxi y se iría a casa.
–Luego nos vemos –se despidió yendo hacia el ascensor.
Por el rabillo del ojo, tenía vigilada a su amiga. En cuanto dejara de mirarla, enfilaría hacía la salida. Todavía no. Su marido se acababa de unir a ella. Los dos la estaban mirando. Tyler parecía encantado. Era obvio que Jenna le había contado que Candy estaba dispuesta a ligar.
Qué humillante.
Candy sonrió y les dijo adiós con la mano. Al llegar frente al ascensor, hizo como que apretaba el botón. Por desgracia, el ascensor estaba allí, así que no tuvo más remedio que montarse.
Las puertas se cerraron y Candy dejó de oír la música de la orquesta y el murmullo de las conversaciones, lo que la hizo suspirar aliviada. Allí dentro, a solas, se estaba muy bien.
Mientras el ascensor subía, Candy se quedó mirando el cielo estrellado de Seattle. Le encantaba aquel hotel. Era cierto que Derek, el mayor accionista, era un terrible dolor de muelas, pero eso no significaba que el lugar no fuera precioso.
Jenna y ella acababan de abrir en la ciudad y no tenían más remedio que aceptar cualquier trabajo de interiorismo que les ofrecieran, pero Candice tenía la esperanza de que, con el tiempo, pudieran especializarse en edificios históricos como aquel, porque tenía muy claro que los inmuebles con historia eran el alma de la ciudad.
Las puertas se abrieron al llegar al piso catorce y Candy decidió hacer un poco de tiempo, así que recorrió el restaurante comprobando que, efectivamente, habían llegado los paneles nuevos.
Desde allí, la vista de la ciudad era espectacular.
Candy paseó la mirada por la estancia, deteniéndose en todos los detalles de la renovación. Todo estaba maravillosamente bien. Puertas antiguas, ventanas de arco, interruptores de luz antiguos, cuadros de época de principios de siglo, manteles blancos, lámparas de araña y vajillas de porcelana.
De repente, se dio cuenta de que algo no estaba bien y se acercó a toda prisa. Al llegar al lugar, consultó los planos de las estanterías de madera que tenían que contener las botellas de vino y leyó la nota a mano que había en una esquina. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no gritar de rabia.
Había dado instrucciones muy precisas sobre las dimensiones de aquel mueble, pero Derek se había saltado su autoridad de nuevo.
Candy arrugó el papel y lo apretó en la palma de la mano. Tenía que pararle de una vez los pies a aquel hombre.
En aquel momento, Candy oyó las puertas del ascensor abrirse y unas pisadas masculinas prudentes y lentas andar por el pasillo. Fenomenal. Jenna le había mandado una pareja. Aquello iba de mal en peor.
Candy avanzó hacia la puerta con la idea de mandar al infortunado al garete, pero, al ver a Derek, dio un paso atrás. Aquel hombre alto, de espalda ancha, complexión atlética, mandíbula prominente, nariz aristocrática y ojos azules y penetrantes conseguía siempre todo lo que se proponía.
Pero no aquella vez.
No con ella.
–¿Qué haces aquí? –le preguntó mirándola con recelo.
–De momento, intentar dilucidar la cuantía de los daños que has ocasionado.
–¿De qué me estás hablando? ¿Qué daños? –se indignó Derek avanzando hacia ella.
Candy se alegró de llevar zapatos de tacón, echó los hombros hacia atrás con la intención de no dejarse intimidar, se cruzó de brazos y señaló con la cabeza el botellero.
–Mira.
Derek así lo hizo.
–Miro y no veo ningún daño.
Candy se tensó.
–Claro que no lo ves. Eso es porque no tienes ni idea de lo que estamos haciendo.
–Sé perfectamente lo que estáis haciendo. Estáis reformando mi restaurante.
Candy se acercó al botellero y tocó la base.
–¿Por qué quieres gastar más dinero de la cuenta?
–Te equivocas, lo que estoy intentando es ahorrar dinero.
–Pues te has equivocado.
Derek sonrió con sorna.
–¿Tú crees que me van tan bien los negocios porque no sé cuándo ahorrar y cuándo gastar?
–Yo creo que tienes problemas a la hora de confiar en la gente.
–Confío en la gente.
–Ya.
–Te aseguro que confío en la gente. Por supuesto, siempre y cuando estén bajo mi atenta mirada.
–Te recuerdo que fuiste tú quien me mintió.
–Y te recuerdo que tú amenazaste con gastarte mi dinero.
–Porque nos dijiste que eras Derek Reeves…
–Soy Derek Reeves.
–Una cosa es ser Derek Reeves y otra ser Derek Reeves-DuCarter.
–Tú tampoco me dijiste en ningún momento que fueras Candice Hammond.
Lo cierto era que era extraño que hubieran pasado dos semanas sin que ninguno de los dos se hubiera dado cuenta de quién era el otro. Candy se había pasado toda la vida oyendo hablar de la familia Reeves-DuCarter, había sabido desde siempre que eran los peores enemigos de su padre en los negocios e incluso había coincidido con el padre de Derek en una o dos ocasiones.
Aun así, no se había dado cuenta de que era su hijo.