Instituciones Cenobíticas - Juan Casiano - E-Book

Instituciones Cenobíticas E-Book

Juan Casiano

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Beschreibung

Las "Instituciones" fueron escritas por Juan Casiano a instancias de Cástor, obispo de Apt, a quien las dedicó. La fecha puede situarse entre 420 y 425. En realidad, de los doce libros que las componen, solo los cuatro primeros están dedicados a las instituciones de los cenobitas. En esta parte Casiano va de lo exterior a lo interior. Trata del hábito monástico (1º), las vigilias nocturnas en Egipto (2º), la oración diurna según se acostumbraba en Palestina y Mesopotamia (3º), y de la formación para la vida común (4º). Los libros 5º al 12º, se centran en los ocho vicios principales contra los que el monje, que aspira a la pureza de corazón, debe luchar. En cuanto al catálogo de vicios, es el mismo de Evagrio Póntico. En esta parte de las Instituciones es manifiesta la intención de Casiano de ofrecer una introducción a «la doctrina interior» que expondrá con más detalle en las Colaciones. Los vicios de los que trata son: gula o gastrimargia (5º), lujuria (6º), avaricia o philargyria (7º), ira (8º), abatimiento o tristeza (9º), acedia (10º), vanagloria o kenodoxia (11º) y orgullo (12º).

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Seitenzahl: 704

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Casiano, Juan  Instituciones cenobíticas / Juan Casiano; Editado por Enrique Contreras Boerr. - 1a ed - Munro: Surco Digital, 2024..  Libro digital, EPUB  Archivo Digital: descarga y online  ISBN 978-987-82955-2-7  1. Monasterios. 2. Espiritualidad. 3. Vida Comunitaria. I. Contreras, Enrique, ed. II. Título.  CDD 248.4

© 2024 SURCO Digital

Munro – Prov. Buenos Aires – Argentina

www.surco.org

Primera edición digital, Julio 2024

ISBN: 978-987-82955-2-7

Introducción, traducción y notas: Enrique Contreras, osb (Monasterio Santa María, Los Toldos, Pcia. de Bs. As., Argentina).

© Diseño de tapa: SURCO digital

Imagen de tapa: Johannes Cassianus, Vitae et Collationes. Hacia 960-970. Einsiedeln, Suiza.

Hecho el depósito que prevé la ley 11.723

Todos los derechos reservados.

Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin la previa autorización escrita de los titulares del “Copyright”, la reproducción total o parcial de esta obra, incluido el diseño de tapa e imágenes interiores, por ningún medio o procedimiento de grabación electrónica o impresión física, bajo las sanciones establecidas por la ley.

Índice

Presentación

Introducción

1. Para una “biografía” de Juan Casiano

2. Obras de Juan Casiano

Siglas

Obras de Casiano citadas de forma abreviada

Bibliografía sumaria

JUAN CASIANO,

Instituciones cenobíticas

PREFACIO

Comentario al prefacio de las “Instituciones”

LIBRO I

Comentario al libro primero

LIBRO II

Comentario al libro segundo

LIBRO TERCERO

Comentario al libro tercero

LIBRO IV

Comentario al libro cuarto

SOBRE LOS REMEDIOS DE LOS OCHO VICIOS PRINCIPALES

(

De octo principalium vitiorum remediis

) SEGUNDO VOLUMEN DE LAS

INSTITUCIONES

: LIBROS 5 - 12

LIBRO V: DEL ESPÍRITU DE GULA

Ayuda para profundizar la lectura del libro quinto

LIBRO VI: SOBRE EL ESPÍRITU DE FORNICACIÓN

Ayuda para profundizar el libro sexto

LIBRO VII: EL ESPÍRITU DE AVARICIA

Ayuda para profundizar la lectura del libro séptimo

LIBRO VIII: DEL ESPÍRITU DE IRA

Ayuda para profundizar la lectura del libro octavo

LIBRO IX: DEL ESPÍRITU DE TRISTEZA

Ayuda para profundizar la lectura del libro noveno

LIBRO X: DEL ESPÍRITU DE ACEDIA

Ayuda para profundizar la lectura del libro décimo

LIBRO XI: DEL ESPÍRITU DE VANAGLORIA

Ayuda para profundizar la lectura del libro undécimo

LIBRO XII: DEL ESPÍRITU DE ORGULLO

Ayuda para profundizar la lectura del libro duodécimo

Landmarks

Cover

Presentación

La presente publicación retoma la edición impresa que apareció en el año 2000, en la que colaboré con el P. Mauro Matthei, osb, y las Hermanas benedictinas del Monasterio Mater Ecclesiae de Uruguay1.

En la versión digital que ahora presentamos son varias las modificaciones que se han introducido respecto de la mencionada edición: se ha actualizado en buena parte la introducción; se han efectuado cambios en la diagramación de la traducción, como así también algunas modificaciones menores en la versión castellana; se han introducido comentarios para los libros primero al cuarto; y se han añadido “ayudas para profundizar la lectura” al final de los libros quinto al duodécimo.

Deseo expresar mi especial agradecimiento a Madre María Inmaculada, osb, y a las Hermanas del Monasterio Benedictino de Zamora por la gentil autorización concedida para poder publicar esta obra en formato digital.

No pretendemos grandezas que superan nuestra capacidad, solo aspiramos a ofrecer una versión que invite a leer esta importante obra de la tradición monástica cristiana. Y que, en la medida de lo posible, haga amable la tarea.

Enrique Contreras, osb

1Juan Casiano. Instituciones Cenobíticas, Zamora, Eds. Monte Casino / ECUAM, 2000 (Colección de Espiritualidad Monástica, 50).

JUAN CASIANO, Instituciones cenobíticas

Texto

PREFACIO

En este prefacio Casiano presenta la descripción del método y las finalidades de su escrito.

Divide en dos partes su obra: en la primera tratará de las instituciones y reglas de los monasterios (libros 1º al 4º; son las instituciones propiamente dichas); y luego, en la segunda, se dedicará al estudio del origen y las causas de los ocho vicios principales (libros 5º al 12º; cf. § 7).

El sabio Salomón y el artesano Hiram (cf. 1 R 7,13-14)

1. Narra la historia del Antiguo Testamento que el sapientísimo Salomón, recibió de Dios sabiduría y prudencia sin medida, y amplitud de corazón como la arena incontable del mar (1 R 4,29 [5,9 LXX]), hasta tal punto que, según el testimonio del Señor, se dice que no existió nadie semejante a él en los siglos precedentes, ni lo habrá después24. Deseando construir aquel magnífico templo para el Señor, pidió ayuda a un extranjero, el rey de Tiro25. Le fue enviado Hiram, hijo de una viuda; y todo lo espléndido que la divina sabiduría le sugería realizar en el templo del Señor o en los vasos sagrados, lo ejecutó bajo su dirección26.

El obispo Castor y Casiano

2. Si aquella dignidad real más sublime que todos los reinos de la tierra, aquel descendiente tan noble y eminente de la raza de Israel y aquella sabiduría divinamente inspirada que superaba las disciplinas y enseñanzas de todos los Orientales y Egipcios, no despreció en absoluto el consejo de un hombre pobre y extranjero, del mismo modo también tú, instruido por estos ejemplos, beatísimo papa Castor, te has dignado llamarme a mí, carente de todo y desde todo punto de vista paupérrimo, para participar de una obra tan grande. Te dispones de este modo a edificar para Dios un templo verdadero y racional, no con piedras insensibles, sino con la reunión de varones santos; no temporal y corruptible, sino eterno e inexpugnable. Y también deseas consagrar al Señor vasos preciosísimos fundidos no con metales mudos de oro y plata, que después de robados, el rey de Babilonia los entregó al placer de sus concubinas y príncipes27, sino con almas santas, resplandecientes por la integridad de su inocencia, justicia y castidad, que llevan en sí mismas a Cristo Rey que mora en ellas y lo difunden por todas partes.

Castor le pide a Casiano que exponga las instituciones de los monasterios de Egipto y Palestina

3. En una provincia que no tiene cenobios deseas que sea organizada la manera de vivir de los Orientales, y sobre todo la de los egipcios. Aunque tú mismo seas perfecto en todas las virtudes y en la sabiduría, de tal modo lleno de todas las riquezas espirituales, que no sólo tu palabra sino tu vida, por sí sola, sería más que suficiente como ejemplo para los que buscan la perfección; sin embargo, me pides a mí, que no soy elocuente y soy pobre en sabiduría, que contribuya a la realización de tu deseo con la pobreza de mi entendimiento; y me mandas que explique, aunque sea en un estilo carente de pericia, las costumbres de los monasterios que vimos observadas en Egipto y Palestina, tal como allí nos fueron trasmitidas por nuestros padres. No buscas palabras llenas de elegancia, en las que eres perfectamente versado, sino que deseas que sea explicada la vida simple de los santos con palabras sencillas a los hermanos de tu nuevo monasterio.

Casiano expone sus límites: es un pecador; hace ya mucho tiempo que ha dejado aquellas regiones (Egipto y Palestina)

4. Para realizar esto, tanto me incita a obedecer el piadoso ardor de tu deseo, cuanto me disuade, aún queriéndolo hacer, las múltiples barreras de mis escrúpulos. Primero, porque los méritos de mi vida no alcanzan como para confiar en que podré abarcar dignamente con mi espíritu y entendimiento cosas tan difíciles, oscuras y santas. Segundo, porque aquellas cosas que, viviendo desde nuestra adolescencia entre aquellos monjes tratamos de poner por obra, ya estimulados por sus cotidianas exhortaciones y ejemplos, o bien lo que aprendimos y vimos con nuestros ojos, de ningún modo podemos todavía retenerlo, apartados totalmente tantos años de la convivencia e imitación de sus vidas. Máxime que era absolutamente imposible transmitir, comprender o recordar el sentido de esas realidades por una meditación abstracta o una enseñanza verbal.

Importancia de la experiencia. Otros límites de Casiano: un discurso poco hábil; además, los santos Padres han escrito numerosas obras sobre las instituciones monásticas

5. En efecto, todo consiste únicamente en la experiencia y en la práctica. Del mismo modo que estas realidades no pueden ser transmitidas sino por alguien que las ha experimentado, tampoco pueden ser percibidas ni comprendidas, sino por aquel que uniendo la dedicación al esfuerzo haya trabajado para captarlas. Estas cosas si no fueran frecuentemente discutidas y pulidas en la conversación asidua con varones espirituales, pronto se desvanecerían nuevamente por la negligencia del espíritu. En tercer lugar, porque esto mismo no lo puede explicar adecuadamente un discurso inexperto, no por causa de la cosa en sí, sino porque en virtud de nuestra situación actual nosotros no lo podemos recordar. A esto se agrega que varones ilustres por su vida y preclaros por su palabra y enseñanza, ya elaboraron muchos opúsculos sobre esta materia. Me refiero a Basilio, Jerónimo y algunos otros. De éstos, el primero respondió a los hermanos que lo interrogaban sobre diversas instituciones y cuestiones, no solamente con palabra elocuente sino con abundantes testimonios de las divinas Escrituras. El segundo, no sólo editó libros elaborados por su ingenio, sino que tradujo al latín libros escritos en griego.

Casiano pide que su obra sea leída con benevolencia

6. Después de tan exuberantes ríos de elocuencia, podría ser calificado de presuntuoso en mi afán de agregar algunas gotas de agua, si no me animara la confianza de tu santidad y tu promesa de que estas simplezas, cualesquiera sean, serán aceptadas por ti y que las destinarás solamente a la comunidad de hermanos, que habitan el nuevo monasterio. Pero, si tal vez, les llegamos a exponer algo menos adecuado, que lo lean con bondad y que lo soporten con mayor indulgencia, buscando en mis palabras más bien la fe que la elegancia del lenguaje.

Método y primera finalidad de la obra

7. Por lo cual, beatísimo papa, modelo único de religión y de humildad, animado por tus ruegos, emprendo según la capacidad de mi inteligencia, la obra que tú me encargas; y lo que ha quedado sin tratar absolutamente por nuestros predecesores, ya que intentaron describir más bien lo oído que lo experimentado; y lo expondré como para un monasterio en sus comienzos, y para hombres sedientos en verdad. Aclaro que no trataré de componer una narración de las maravillas y de los milagros de Dios. Aunque no sólo oímos contar, sino que vimos con nuestros propios ojos muchas cosas grandes e increíbles, realizadas por nuestros ancianos; sin embargo, dejadas de lado cosas que, para los lectores, fuera de la admiración, no contribuyen con nada más para su aprovechamiento en la vida perfecta, me esforzaré por explicar fielmente, cuanto me sea posible con la ayuda del Señor, las instituciones y reglas de sus monasterios. Y, sobre todo, los orígenes y las causas de los vicios principales, que ellos consideran ser ocho, y la forma de curarlos, según la enseñanza que nos han transmitido.

Otras finalidades de la obra

8. Lo que me propongo, pues, es hablar no de las maravillas de Dios, sino de la corrección de nuestras costumbres y de la culminación de la vida perfecta, según aquello que recibimos de nuestros ancianos. En este punto, también trabajaré con empeño en satisfacer tus deseos. Si, tal vez, en estas regiones encontrara algo no bien fundado según el ejemplo de los ancianos en una antiquísima tradición, sino que hallara algo suprimido o agregado según el juicio de cada fundador de un monasterio, fielmente lo agregaré o suprimiré de acuerdo a aquella regla de los monasterios que vimos fundados antiguamente en Egipto y Palestina. Creo, pues, que, de ningún modo, una nueva fundación puede encontrar en la parte occidental de las Galias algo más razonable o más perfecto que aquellas instituciones según las cuales permanecen los monasterios fundados por los Padres santos y espirituales, desde el comienzo de la predicación apostólica hasta nuestros días.

Necesidad de adaptar al Occidente latino las instituciones de los egipcios

9. Trataré de introducir en este opúsculo una prudente moderación. Suavizaré, hasta cierto punto, recordando las costumbres de los monasterios que hay en Palestina y Mesopotamia, aquellas cosas que según la regla de los egipcios compruebe que son impracticables, duras y arduas en estas regiones, ya sea por el rigor del clima, ya sea por la dificultad y diversidad de costumbres. Porque si se practica una medida razonable en las cosas posibles, la perfección de la observancia es la misma con medios diferentes.

Comentario al prefacio de las “Instituciones”

Método y finalidad

La obra está dedicada a Castor, obispo de Apt en la Galia (pr. 2), quien al parecer ya ocupaba dicha sede en el año 419. Este obispo desea tener en su diócesis monasterios o cenobios organizados a la manera de los de Egipto28. Con esa finalidad es que le pide a Casiano una exposición sobre las instituciones que vio en los monasterios de Egipto y de Palestina, según el modo en que las han transmitido los Padres29.

Casiano le señala a Castor que hombres ilustres por su vida y su enseñanza ya han elaborado numerosas obras sobre la materia, tal el caso de San Basilio, de Jerónimo y de algunos otros30.

En la sección central del prefacio Casiano explica el método y la finalidad de su obra (pr. 6-9).

a. Método: Lo presenta con tres afirmaciones negativas, valga la paradoja. En primer lugar, dice que “no busca la elegancia del lenguaje sino la fe”31. Evidentemente se trata de un lugar común, pero que de todos modos conviene tener presente. Luego, afirma que hablará únicamente de aquello que haya visto, lo que él ha podido experimentar32. Por último, en tercer lugar, sabiendo que escribe para un monasterio en formación (rudi monasterio; pr. 7), aclara que no narrará milagros o prodigios, a pesar de que él vio personalmente gran número de ellos. Esos hechos asombrosos sirven para la admiración, pero no aportan nada más para la instrucción de la vida perfecta (pr. 7). Su método, por tanto, se centrará en lo siguiente:

“Me esforzaré por explicar fielmente, cuanto me sea posible con la ayuda del Señor, las instituciones y reglas de sus monasterios” (instituta ac regulas; Inst Pr. 7).

Sin embargo, agrega también que no se limitará sólo a eso, sino que además explicará los orígenes y causas los ocho vicios principales, como asimismo el modo de curarlos, según la enseñanza recibida33.

De lo expuesto se sigue que Casiano adopta un método que podríamos llamar de instrucción, no de edificación. Así se coloca en el extremo opuesto a la producción literaria de Sulpicio Severo34.

b.Finalidad: en cierto modo ya la adelantó en el pasaje antes citado (Inst Pr. 7), pero la desarrolla con mayor amplitud y claridad en el siguiente párrafo:

“Lo que me propongo es hablar no de las maravillas de Dios, sino de la corrección de nuestras costumbres y de la culminación de la vida perfecta, según lo que recibimos de nuestros ancianos. En este punto, también trabajaré con empeño para satisfacer tus deseos. Si, tal vez, en estas regiones encontrara algo no bien fundado según el ejemplo de los ancianos en una antiquísima tradición, sino que hallara algo suprimido o agregado según el juicio de cada fundador de un monasterio, fielmente lo agregaré o suprimiré de acuerdo a aquella regla de los monasterios que vimos fundados antiguamente en Egipto y Palestina. Creo, pues, que de ningún modo una nueva fundación puede encontrar en la parte occidental de las Galias algo más razonable o más perfecto que aquellas instituciones según las cuales permanecen, los monasterios fundados por los Padres santos y espirituales, desde el comienzo de la predicación apostólica hasta nuestros días” (Inst Pr. 8).

La finalidad de las Instituciones es cimentar la vida monástica, que está naciendo en Occidente, sobre las tradiciones recibidas de los ancianos (a senioribus nostris accepimus). Todo aquello que no provenga de la antiquísima constitución fijada por ellos (secundum typum maiorum antiquissima constitutione fundatum), será denunciado y puesto en evidencia, agregado o suprimido (vel adiciam vel recidam), según las palabras del mismo Casiano.

Por tanto, si un método instructivo hacía esperar una finalidad del mismo tipo, sin embargo, aparece que la obra tiene más bien una finalidad instructivo-polémica, con un cierto acento en este segundo aspecto.

Hay asimismo una segunda finalidad:

“Trataré de introducir en este opúsculo una prudente moderación. Suavizaré hasta cierto punto, recordando las costumbres de los monasterios que hay en Palestina y Mesopotamia, aquellas cosas que según la regla de los egipcios compruebe que son impracticables, duras y arduas en estas regiones, ya sea por el rigor del clima, ya sea por la dificultad y la diferencia de las costumbres. Porque si se practica una medida razonable en las cosas posibles, la perfección de la observancia es la misma con medios diferentes” (Inst Pr. 9).

Se trata de adaptar (sane moderationem... interserere... aliquatenus temperem... rationabilis possibilium mensura servetur) las instituciones de Egipto, demasiado rudas y austeras (vel dura vel ardua) para Occidente (in his regionibus), recurriendo para ello a las costumbres de Palestina y Mesopotamia (institutis monasteriorum, quae per Palestinam vel Mesopotamiam habentur).

Resumiendo, Casiano se propone en su obra enseñar las tradiciones de los antiguos monjes, sobre todo de Egipto, para salir al paso de peligrosas innovaciones. Y, al mismo tiempo, adaptar lo que sea necesario, recurriendo para ello a las instituciones de Palestina y Mesopotamia35.

24 Cf. 1 R 3,12-13.

25 Cf. 1 R 5,15 ss.

26 1 R 7,13-14.

27 Cf. Dn 5,2.

28 Inst Pr. 3.

29Ibid.

30 Inst Pr. 5.

31 Inst Pr. 6.

32 Inst Pr. 7: “uptote qui audita potius quam experta describere temptaverunt”. Casiano opone su método al de sus predecesores (anterioribus nostris), los cuales, según él, parece que muchas veces hablaron sobre lo que no conocían directamente. ¿A quiénes se refiere? Muy probablemente alude, como lo señalara el P. Guy, a Sulpicio Severo (SCh 109, p. 29, nota 2).

33 Inst Pr 7.

34 Cf., por ejemplo, el prefacio a la Vida de San Martín: “Me parece pues que haré una obra importante si escribo detalladamente la vida de un varón santísimo, para que esto sirva de ejemplo a otros y mueva a los lectores a la verdadera sabiduría, a la milicia celestial y a la virtud divina” (1,6; trad. del P. Pablo Saenz, osb, en CuadMon nº 91 [1989], p. 480).

35 Será necesario comprobar en qué medida Casiano recurre realmente a las tradiciones de estas regiones, o si solamente se trata de una forma elegante de justificar la necesidad de adaptar las instituciones egipcias a la realidad del Occidente latino.

LIBRO I

Convendría leer el cap. 11 a continuación del cap. 1.

El desarrollo apunta no a la descripción externa de las diversas prendas de la vestimenta monástica, sino a su simbolismo interior o espiritual, esto es lo que Casiano desea subrayar.

Por lo tanto, hay que prestar atención al método que sigue Casiano en la presentación de cada prenda.

Los caps. 2 y 10 son diversos de los restantes.

Observar ante todo los textos de la Sagrada Escritura aducidos por Casiano.

Capítulo 1. Breve introducción; el cinturón; varones santos que lo usaron

1. Ya que tenemos que hablar de las instituciones y reglas de los monasterios, ¿qué más adecuado que escoger como introducción, con la ayuda de Dios, el mismo hábito de los monjes? Recién entonces podremos exponer su belleza interior, cuando hayamos descrito a los ojos (de todos) su ornato exterior.

Es necesario que el monje, como un soldado de Cristo, esté con la cintura constantemente ceñida, siempre dispuesto para entrar en combate36.

2. Se puede comprobar por la autoridad de las divinas Escrituras que aquellos que pusieron los primeros fundamentos de esta profesión (monástica) en el Antiguo Testamento se vestían así, Elías, Eliseo. Y sucesivamente los jefes y autores del Nuevo Testamento, Juan Bautista, Pedro y Pablo, y los demás de su grupo sabemos que vistieron así.

El primero de ellos, Elías, que ya prefiguraba en el Antiguo Testamento las flores de la virginidad y los ejemplos de continencia y castidad, fue enviado por el Señor a reprochar a los mensajeros de Ocozías37, el rey sacrílego de Israel, quien, postrado por su enfermedad, había mandado a consultar al dios Baal Zebub de Ecrón sobre su estado de salud. Por esto, al encontrarlos el mismo profeta les anunció que el rey no bajaría del lecho en que yacía postrado. Y fue reconocido por el rey que estaba en cama, cuando sus enviados le describieron su modo de vestir.

3. En efecto, cuando a la vuelta sus mensajeros le transmitieron la sentencia del profeta sobre él, el rey preguntó cuál era el aspecto y la vestimenta del hombre que fue a su encuentro, y que les habló de esa manera. Respondieron ellos: Era un hombre cubierto de pelo y ceñido con un cinturón de cuero (2 R 1,8). Por esta manera de vestir, dijo enseguida el rey, al venirle a la mente (la imagen) del hombre de Dios: Es Elías el Tesbita (2 R 1,8), reconociéndolo sin duda por la señal del cinturón y por su apariencia ruda y tosca. Porque este signo del género de vida que había adoptado, viviendo entre tantos miles de israelitas, fue como cierta impronta especial que lo distinguió siempre.

4. Acerca de Juan, que aparece como un sagrado límite entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, como fin de uno y comienzo del otro, sabemos, tal como lo narra el Evangelista que el mismo Juan llevaba un vestido de piel de camello y un cinturón de cuero alrededor de su cintura (Mt 3,4).

También a Pedro, puesto en custodia en la cárcel por Herodes y debiendo ser condenado a muerte al día siguiente, se le apareció un ángel que le ordenó: Cíñete y cálzate las sandalias (Hch 12,8). De ninguna manera le hubiera mandado el ángel de Dios hacer esto, si no hubiera visto que, para restablecerse, durante el reposo nocturno había distendido un poco sus miembros fatigados, aflojando el cinturón.

5. También el profeta Agabo al encontrar en Cesarea a Pablo, que subía a Jerusalén, para ser enseguida encadenado por los judíos, le quitó el cinturón y atándose las manos y los pies, para prefigurar por este gesto corporal las injurias de su pasión, le dijo: Esto dice el Espíritu Santo: así atarán los judíos en Jerusalén al hombre a quien pertenece este cinturón, y lo entregarán en manos de los gentiles (Hch 21,11). De ninguna manera hubiera podido ser anunciado y dicho esto por el profeta: El hombre a quien pertenece este cinturón, si Pablo no hubiese tenido la costumbre de usarlo continuamente ceñido a su cintura.

Capítulo 2. La vestimenta de los monjes, sus características generales. Casiano se opone al uso del vestido de piel de cabra

1. La vestimenta del monje será tal que baste para cubrir el cuerpo, impida la vergüenza de la desnudez y amortigüe las inclemencias del frío, sin alimentar gérmenes de vanidad y de altivez. Así lo enseña el mismo Apóstol: Teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estemos contentos con eso (1 Tm 6,8). Dice con qué cubrirnos, y no con qué vestirnos, como aparece impropiamente en algunos ejemplares latinos. Es decir que se trata de vestidos que cubran el cuerpo sin lisonjearlo por su elegancia. Que sean tan comunes que ni por la novedad del color ni por la originalidad del corte, se distingan de los que llevan los demás hombres, que siguen este género de vida. Que por un lado eviten estudiados arreglos; y por el otro, la afectada negligencia de hábitos descoloridos y manchados. En fin, que de tal modo se aparten de la elegancia de este mundo, que el modo de vestir sea el común de los siervos de Dios.

2. En efecto, todo lo que entre los siervos de Dios es mantenido por uno o por pocos, y no universalmente por el conjunto de los hermanos, debe ser considerado superfluo o pretencioso y por eso mismo perjudicial, ya que es indicio de vanidad más que de virtud. Por esto conviene que cortemos como algo superfluo e inútil, todo lo que no vemos como ejemplo, sea en los antiguos santos, que pusieron los fundamentos de este género de vida, sea en los Padres de nuestro tiempo, que conservan hasta ahora, de generación en generación, las instituciones de aquellos.

3. Por esta causa, ellos rechazaron absolutamente los vestidos de piel de cabra, que se distinguen y llaman la atención a todo el mundo, y por esta misma razón no sólo no producen ningún provecho espiritual, sino que más bien provocan la vanidad del orgullo. Además, este tipo de vestido es incómodo e inadaptado para emprender el trabajo necesario, para el cual el monje debe estar siempre dispuesto y preparado. Y si bien hemos oído que algunos, usando estos vestidos, fueron de vida meritoria, no por eso, ha de ser establecido su uso como regla en nuestros monasterios. Ni han de ser descartados los antiguos decretos de los santos Padres por el hecho de que algunos, en consideración a otras virtudes, no sean considerados dignos de reprensión, ni siquiera en aquello que no practican según la regla común. La opinión de unos pocos no debe prevalecer ni perjudicar la constitución general válida para todos.

4. En efecto, las instituciones y reglas a las que debemos prestar segura confianza y obediencia sin discusión en todas las cosas, no son las que han introducido la voluntad de unos pocos, sino aquellas que la antigüedad y el acuerdo concorde de la multitud de los santos Padres han transmitido unánimemente de una generación a otra. Tampoco debe motivarnos como ejemplo de nuestra conducta cotidiana, el que Joram, rey sacrílego de Israel, rodeado de una multitud de enemigos, al rasgar sus vestiduras, haya mostrado que usaba cilicio por debajo38; ni el que los Ninivitas para mitigar la sentencia de Dios, lanzada contra ellos por el profeta, se cubrieran con la aspereza del cilicio39. Pues resulta que el primero estaba vestido de cilicio ocultamente, de tal modo que si no hubiera rasgado la vestidura exterior nadie lo hubiera sabido. En cuanto a los Ninivitas, ellos estaban cubiertos de cilicio cuando todos lloraban la inminente ruina de la ciudad y vestidos de la misma manera; y ninguno de ellos, podría haber sido acusado de ostentación por otro, porque si la diversidad no es cosa de algunos, la igualdad de todos no perturba.

Capítulo 3. La capucha

Además, hay ciertas prendas en el hábito de los monjes egipcios destinadas no tanto a proteger el cuerpo, cuanto a significar su género de vida, de modo tal que se observe la práctica de la simplicidad y de la inocencia, hasta en la manera de vestir.

Por eso usan siempre, día y noche, pequeños capuchones, que cubren sólo la cabeza y caen sobre el cuello y los hombros; para que se sientan exhortados a guardar continuamente la inocencia y la simplicidad de los niños, imitándolos también con ese mismo vestido. Y así, haciéndose como niños cantan a Cristo, a todas horas, con fervor entusiasta: Señor, mi corazón no se ha exaltado, ni mis ojos se han engreído; no pretendo grandezas que superan mi capacidad. Si no han sido humildes mis sentimientos, y me he exaltado, (trátame) como a un niño apartado del seno de su madre (Sal 130 [131],12).

Capítulo 4. La túnica

Vestidos con túnicas de lino, que apenas descienden por debajo de los codos, llevan el resto del brazo al descubierto, de modo que la cortedad de las mangas, sugiera que ellos han renunciado a todas las acciones y obras de este mundo. Por otro lado, la túnica de lino que los recubre les enseña que han muerto a todo trato mundano, oyendo al Apóstol que cada día les dice: Mortifiquen sus miembros terrenos (Col 3,5); y eso es lo que proclama el mismo hábito: Porque han muerto y su vida está oculta con Cristo en Dios (Col 3,3); y: Vivo, pero ya no yo, sino que Cristo vive en mí (Ga 2,20); y: El mundo está crucificado para mí y yo estoy crucificado para el mundo (Ga 6,14).

Capítulo 5. El escapulario (analaboy)

Llevan también dos cordones tejidos de lana, que los griegos llaman analaboy, y que nosotros podemos llamar ceñidores, fajas o cintas. Estas descienden de la nuca, se separan en dos, alrededor del cuello, rodean el pecho, pasando por debajo de los brazos y lo ciñen por ambos lados; de esta manera, al sujetar la amplitud del vestido, lo aproximan y lo ciñen al cuerpo. Estando los brazos así mantenidos, los monjes están preparados y disponibles para todo trabajo. Es entonces que pueden dedicarse con todas sus fuerzas, a cumplir cabalmente aquel precepto del Apóstol: Estas manos no sólo proveyeron a mis necesidades, sino también a las de mis compañeros (Hch 20,34). Y no comimos gratis el pan de nadie, sino que día y noche con fatiga y cansancio trabajamos para no ser una carga para ninguno de ustedes (2 Ts 3,8); y si alguno no quiere trabajar, que no coma (2 Ts 3,10).

Capítulo 6. El manto

Se cubren el cuello y los hombros con un pequeño manto, buscando armonizar la humildad del vestido con su bajo precio. En nuestra lengua como en la suya, este manto se llama mafors. Con este abrigo evitan, al mismo tiempo, el precio (elevado) y la suntuosidad de los mantos de lana y de las capas de lujo.

Capítulo 7. La melota

La última prenda de su vestimenta es una piel caprina, que llaman melota o pera, y el báculo. Esa piel la llevan a imitación de aquellos que en el Antiguo Testamento ya prefiguraron los rasgos de este género de vida. De ellos habla el Apóstol: Anduvieron errantes, cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, afligidos, hombres de los que no era digno el mundo; errantes por desiertos, montañas, grutas y cavernas de la tierra (Hb 11,37-38).

Sin embargo, ese hábito de piel de cabra significa que, después de haber aplacado la arrogancia de las pasiones, los monjes deben permanecer inquebrantables en las más altas virtudes, y nada debe quedar en su cuerpo de los ardores y atrevimientos juveniles, ni de su inestabilidad pasada.

Capítulo 8. El bastón

Que estos mismos hombres usaban bastón, nos lo da a entender Eliseo que era también uno de ellos, cuando dice a su criado Giezi, al enviarlo a resucitar al hijo de la mujer: Toma mi bastón y vete corriendo. Ponlo sobre el rostro del niño y vivirá (2 R 4,29). Ciertamente el profeta no le hubiese dado el bastón, para que lo llevase, si no hubiera tenido la costumbre de tenerlo siempre en su mano. El hecho de llevar el bastón advierte a los monjes espiritualmente, que no deben andar nunca desarmados entre tantos perros que los acosan ladrando, como son los vicios; y entre tantas bestias invisibles, como son los malos espíritus, de quienes el bienaventurado David ruega verse libre cuando dice al Señor: Señor, no entregues a las bestias el alma del que confía en ti (Sal 73 [74],19 LXX). Pero a los que irrumpen deben rechazarlos y arrojarlos bien lejos con el signo de la cruz. Y a los que se enfurecen contra ellos, deben vencerlos con el recuerdo continuo de la Pasión del Señor y con la imitación de su humillación.

Capítulo 9. Las sandalias

1. Rechazan el calzado, como cosa prohibida por el precepto evangélico40. Sólo cuando lo exige la enfermedad, el rigor matutino del invierno, o el calor del verano al mediodía, protegen sus pies únicamente con sandalias. Este uso que el Señor les permite41, lo interpretan así: ya que, permaneciendo en este mundo, no podemos liberarnos totalmente del cuidado y solicitud por esta carne, ni pretender ser liberados de ella completamente, por lo menos atendamos las necesidades del cuerpo sin extremada preocupación ni refinamientos. No debemos tolerar que los pies de nuestra alma sean avasallados por las preocupaciones transitorias de este mundo, poniendo toda nuestra atención en satisfacer las necesidades de nuestra naturaleza, no en consentir al apetito superfluo y nocivo. Estos pies de nuestra alma deben estar siempre dispuestos para la carrera espiritual y listos para predicar la paz del Evangelio. Con ellos corremos tras el perfume de los ungüentos (Ct 1,3-4) de Cristo, y sobre ellos dice David: Corrí sediento (Sal 61 [62],5), y Jeremías: