Intercambio de gemelos - Jessica Lemmon - E-Book

Intercambio de gemelos E-Book

Jessica Lemmon

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Beschreibung

Deseo 2169 El Intercambio de gemelos salvaría su negocio, siempre y cuando no se volviera algo personal. Kendall Squire quería triunfar en Hollywood como representante de actores, pero de momento solo tenía como cliente a Isaac Dunn. Y cuando por un malentendido cerró un acuerdo para un anuncio que este no podía grabar, decidió presentarse en casa de su hermano gemelo y proponerle que lo sustituyera. Max Dunn sería el sustituto perfecto, pero cuando Kendall fue a su cabaña en la montaña para proponerle la idea, acabaron atrapados en una tormenta de nieve. Pero convencer a Max para que se hiciera pasar por su hermano dio paso a una negociación mucho más íntima.

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Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Jessica Lemmon

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Intercambio de gemelos n.º 2169 - marzo 2023

Título original: Million-Dollar Mix-Up

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción.

Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411416559

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Kendall Squire no iba vestida para la temperatura que hacía.

Mientras subía con cuidado por la nevada Montaña del Millón de Dólares, «por cierto, ¿quién pone esos nombres?», quitó una mano del volante para ajustar la rejilla de ventilación y que el calor le diera en los dedos de los pies. Unas botas de tacón con puntera abierta eran perfectas para Los Ángeles. En cambio, para las montañas nevadas de Virginia no lo eran tanto.

Repitió lo que iba a decir cuando estuviera frente al hombre que iba a ver. Él no sabía que iría; tras debatirlo mucho en la soleada California, había optado por no avisarlo. Y no porque quisiera tenderle una emboscada, sino porque en persona era mucho más persuasiva que por teléfono.

Había estado haciendo jornadas de dieciséis horas en la agencia de talentos desde que Lou, su mentor y dueño de la agencia Legacy, se había retirado sorprendiendo a todos, ya que apenas tenía cincuenta años. Había vendido la empresa y se había despedido de ella y del resto del equipo, no sin antes legar su exclusiva cartera de clientes.

La parte que le había correspondido a ella era impresionante, pero cuando había contactado con sus nuevos clientes, había recibido toda clase de respuestas, hostiles en el peor de los casos y de disculpa en el mejor. Uno a uno la habían despedido, ya que por contrato podían irse de la agencia si Lou los cedía a otro agente. Parecía que nadie se fiaba de que una «cría» supervisara sus ilustres carreras. Tenía treinta y cuatro años, así que de cría nada, pero ese comentario se lo había guardado.

Su última llamada, hecha con manos temblorosas y miedo en el cuerpo, había sido a Isaac Dunn. Isaac era una mitad de los gemelos que habían interpretado a Danny Brooks en la popularísima serie de televisión Brooks sí que sabe, emitida veinte años atrás. Desde los cinco a los quince años, Isaac y su gemelo, Max, habían crecido en la pantalla interpretando al hijo de Samuel y Pauline Brooks, que vivía con el resto de su familia, una tropa de primos simpáticos, divertidos y alborotadores. Acababan de reponer la serie en una plataforma de streaming y en un año se estrenaría una miniserie para celebrar su aniversario. Los admiradores de la serie ya estaban hablando de posibles argumentos y volviendo a mostrar interés y amor por Danny. Max se había retirado de la interpretación hacía años, así que Isaac retomaría solo el papel. Su respuesta para volver a la serie había sido un «no» rotundo. Y era la misma respuesta que Kendall había temido que le diera Isaac al ofrecerse como su nueva representante.

Pero la llamada había salido mejor de lo esperado. Después de presentarse y enterarse de que Lou había llamado a Isaac para avisarlo del cambio, había prometido ser la mejor representante que él podría tener y había jurado no decepcionarlo. Y por eso, para cumplir su promesa, ahora se dirigía a ver a su gemelo en lo alto de esa montaña.

No fallaría a su único cliente.

El teléfono le sonó desde el bolso, sacándola de sus rumiaciones. El coche de alquiler activó los altavoces, lo que le permitió responder sin apartar las manos del volante mientras conducía por la resbaladiza carretera.

–Hola, Meg –le dijo a su hermana.

–¡Hooooooola! –respondió Meghan con tono cantarín. Su hermana era una explosión de alegría la mayoría de los días, pero hoy su voz sonaba aún más alegre–. ¿Ya has llegado?

–Parece que se te corta la respiración. ¿Estás bien? –preguntó Kendall sonriendo.

–¡No me dejes con la incógnita! ¡Me muero por saberlo!

–Aún no he llegado.

–Pues date prisa en subir ahí y luego hazme una videollamada en secreto para que pueda ver al solitario y misterioso Max Dunn. ¿Crees que podrás convencerlo para que me dé una entrevista en exclusiva? Por favor, por favor, poorfiiiiiiii.

Meghan tenía un pódcast de lo más popular llamado Superfán TV. Cada episodio trataba sobre series de televisión antiguas y Brooks sí que sabe resultaba ser su favorita.

–Te prometo que lo mencionaré si me surge la oportunidad. No sé si a Max le va a hacer gracia que la representante de su hermano le suplique salir en un anuncio, ¡así que como para pedirle directamente que haga una entrevista sobre una serie en la que no va a salir!

–Ya, claro.

Kendall oyó la desilusión de su hermana.

–Aunque puede que Isaac sí lo haga –no tenía ni idea, pero por lo que había leído en Internet, Isaac era más accesible que Max.

–¿En serio? –preguntó Meghan esperanzada.

–Dame una semana más o menos. Tengo que convencer a Max de que me ayude, volver a Los Ángeles, grabar un anuncio y luego intentar que Isaac vuelva a California. Me espera un mes movidito.

–Qué vida tan glamurosa tienes, hermanita. Y yo aquí sentada sola en una granja viendo a un gato perseguir algo entre la hierba.

–No me lo restriegues. Yo estoy aquí enfrentándome al hielo y a la nieve.

Meghan se rio.

–Te he llamado por otra cosa más.

Kendall se lo había imaginado.

–Quería saber si estás bien. Hoy es su cumpleaños –añadió en voz baja.

–Ya –Kendall respiró hondo y el paisaje blanco que tenía delante se desdibujó mientras imaginaba a su hermano mayor con su enorme sonrisa y su pelo rubio y ondulado. Tenía veinte años cuando murió y ella nunca lo había perdonado por dejar a la familia de ese modo tan brusco. Lo necesitaba. Lo necesitó entonces y lo necesitaba ahora–. Y sí, estoy bien. ¿Cómo estás tú?

–Bien. Es que me gusta recordarlo especialmente este día. Hablo un rato con él y luego sigo con mis cosas. Tú deberías hacer lo mismo.

Para Meghan era más sencillo. Tenía once años cuando Quinton murió, mientras que Kendall tenía dieciséis. No es que Meg lo hubiera querido menos, pero Quin había estado más unido a ella y su marcha le había dejado una herida enorme en el alma que nunca había llegado a cerrarse del todo.

–Buen consejo –dijo forzando una sonrisa. Ella también hablaba con Quin a veces, pero sus palabras siempre estaban llenas de preguntas como «¿Por qué tuviste que ir a ese viaje?» o «¿Por qué no pudiste quedarte conmigo en casa?».

–Saluda a Max de parte de tu adorable hermana, que además es la mayor fan de Brooks sí que sabe. Ten cuidado y llámame ¡en cuanto puedas!

–Vale.

Kendall le dijo que la quería, algo que siempre intentaban decirse desde que había muerto su hermano, y colgó.

Justo en ese momento vio una cabaña. Dos kilómetros atrás el GPS la había desviado de su destino. Ya que el pueblo no estaba bien recogido en las imágenes por satélite, no había sabido cuándo, o si, daría con alguna residencia por allí.

Pero era difícil no verla. La gigantesca cabaña tenía dos plantas, tres si contabas lo que parecía un desván, y tres buhardillas. Al acercarse más y ver los modernos apliques luminosos de hierro y el estilazo de la propiedad, supo que sin duda sería la casa de Max.

Max se había marchado de Los Ángeles con mucho dinero y se había instalado en Virginia, aunque no se había mudado a ese pueblo en concreto hasta diez años después. Al poco tiempo el pueblo había pasado a llamarse Dunn, por el hombre que lo había comprado en su mayor parte.

Estaban los hombres solitarios y luego estaba Max Dunn. Según los rumores que corrían por internet, había huido a las montañas de Virginia para esconderse y había comprado un pueblo para hacerlo.

Aparcó junto a un garaje de tres plazas que tenía el mismo estilo de cabaña que la mansión. El número de la placa le confirmó que estaba en el lugar correcto: 102 Brooks Boulevard. ¿Le habrían puesto ese nombre a la calle por la serie que había protagonizado Max o sería una coincidencia bestial? Su hermana diría que era cosa del destino.

Ella, en cambio, no era tan susceptible a creer que la vida tenía un plan.

Bajó del coche, dejó el bolso dentro y se llevó el móvil en el bolsillo. Cruzó la nieve soltando grititos cada vez que se le metía un poco en las botas abiertas. Desde luego, no era el calzado adecuado para esa excursión, pero eran sus zapatos de la suerte. Se los había comprado con su primer aumento de sueldo en la agencia.

Preparándose para ver por primera vez al gemelo idéntico de Isaac, se puso recta y llamó a la puerta.

Y esperó.

Después de lo que le pareció un rato muy largo, oyó movimiento dentro. Se lo imaginó desaliñado, con el pelo largo y descuidado, una buena panza y tal vez una camiseta manchada. Pero entonces la puerta se abrió e hizo añicos esa imagen.

Max llenaba el umbral de la puerta con su presencia descomunal e imponente. Tenía el pelo un poco largo, pero bien arreglado, y una barba poblada y oscura. Estaba en forma y llevaba una camiseta azul oscura que se ceñía a su plano abdomen. El resto del atuendo era el típico de leñador, camisa de franela y vaqueros, y le sentaba muy pero que muy bien, por cierto.

Kendall dejó de sonreír y lo miró de arriba abajo antes de volver a centrarse en su rostro como si se hubiera quedado congelada. Parpadeó, sin palabras, al verse ante la réplica ruda de Isaac Dunn. Se había esperado que se parecieran, pero no que al verlo la sacudiera semejante golpe de atracción.

Aunque no había duda de que Isaac era un tipo atractivo, también lo eran muchos otros hombres en Hollywood. Ver un espécimen masculino atractivo no era una rareza en Los Ángeles.

Pero Max emitía feromonas como un fuego voraz despidiendo humo.

Él seguía ahí en la puerta, con los labios apretados bajo esa barba perfecta. Resultaba peligroso y misterioso, y ya que ella llevaba seis meses desatendiendo a su libido, también sexy a rabiar.

Debía de estar más cansada de lo que pensaba si estaba mirando en silencio al hermano de su cliente. Un golpe de viento gélido cruzó el porche abierto y le rodeó las piernas, sacándola del estado de conmoción. Forzó una sonrisa.

–¿Max Dunn? Ho-hola. Kendall. Squire. Soy la representante de Isaac.

«Cálmate».

Max frunció aún más el ceño. Ahora sí que parecía un hombre de montaña hosco y furioso, aunque no por eso resultaba menos sexy. La miró de arriba abajo.

–¿Todo bien?

Ya fuera por la franqueza de su mirada azul o por lo cansada que estaba del largo viaje, respondió a la pregunta con sinceridad:

–He pasado unos meses duros. Años, en realidad –dijo mirando unos troncos apilados contra un lateral de la casa–. Pero siempre he creído en seguir adelante. Paso a paso.

–Siento mucho que hayas tenido problemas, pero te preguntaba si todo iba bien con Isaac.

–Ah, claro, sí –respondió colorada. Tragó saliva, lo cual era difícil cuando le castañeteaban tanto los dientes–. Sí, está bien. Genial. Bueno, genial tampoco. A ver, él está genial, aunque a su carrera no le vendría mal un… eh… Lo necesitamos en Los Ángeles, pero está en una isla. Una isla suya. No tenía ni idea de que tuviera una isla. Bueno, el caso es que está allí atrapado.

–¿Atrapado?

–A propósito. Su piloto está de vacaciones, pero eso es algo que Isaac ya sabía. Así que está en una cabaña. O en una mansión. No sé qué clase de vivienda tiene –frunció el ceño al darse cuenta de que no sabía casi nada sobre su cliente. Mejor ir al grano–: Lo necesito en Los Ángeles dentro de dos días, pero no puede llegar a tiempo. Y por eso estoy aquí. Esperaba que pudiéramos hablar. ¿Tiene un momento?

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

La última vez que había tenido delante a una mujer preciosa preguntándole si tenía un momento había sido… En realidad, había sido hacía una hora.

Pero esta no era su exasperante exmujer, Bunny, pisoteándole el suelo de madera de diseño con sus botas. Esa mujer no llevaba botas; bueno, sí las llevaba, pero eran las botas menos prácticas que había visto en su vida. Estaba claro que había llegado desde la Costa Oeste, con ese pelo moreno con mechas rubio caramelo, su piel dorada y perfecta y el resto del atuendo: vaqueros de diseño y una cazadora de cuero pensada más para lucir que para calentar.

Suponía que estaba allí para pedirle que se hiciera pasar por Isaac. Llevaba toda la vida oyendo a gente pedirle que se hiciera pasar por su hermano. Lo había hecho siempre que Isaac no había podido estar en dos lugares a la vez y su hermano había hecho lo mismo por él en alguna ocasión.

Estaba a punto de decirle que no, pero entonces se lo pensó mejor. La mujer estaba ahí, en su porche, temblando. Joder, no podía decirle que se marchara así por mucho que viniera del lugar que menos le gustaba del planeta. Max había dejado la tierra de las fantasías con veinte años jurando no volver nunca ni a Los Ángeles ni a su antigua profesión, pero no tenía nada en contra de esa mujer. Dejaría que pasara para que entrara en calor.

–Pasa, California.

Pareció quedarse sorprendida con el apodo y luego le sonrió.

–¿En serio? Gracias.

Él dejó la puerta abierta para que entrara en su no tan humilde morada. La cabaña le ofrecía espacio y privacidad, dos de las cosas que más valoraba en el mundo. Tenía ventanales y puertas que daban a un balcón con vistas a las colinas y las montañas, y estaba metida entre los árboles como si fuera parte del paisaje. Le encantaba ese sitio.

Cuando ella pasó por su lado, captó un aroma a limpio y a sol, como si se hubiera llevado hasta Virginia un poco de la Costa Oeste.

Una vez los dos estuvieron dentro, se dirigió a la cocina. Encendió el fuego y puso una tetera. Al girarse, vio a Kendall quitándose las botas de tacón. Estaba pisando su suelo descalza, todo lo contrario a Bunny, que lo había pisoteado mientras se quejaba una vez más de que no estaba ayudándola a «alcanzar sus sueños». Había oído quejas similares montones de veces durante su matrimonio y había esperado que el divorcio acabara con esas charlas sobre su vínculo con el mundo de la actuación. Pero no. Bunny había vuelto pidiéndole que llamara a su hermano y le consiguiera un cameo en el regreso de la serie.

–Qué casa tan bonita –dijo Kendall situándose frente a la chimenea. Iba a encenderla justo cuando ella había llamado a la puerta–. Qué vida tan distinta de la de Isaac.

–No tanto. A los dos nos gusta estar solos.

Pero eso no era verdad en el caso de Isaac y no sabía por qué lo había dicho. Tal vez porque hablar de su hermano lo ponía nervioso. Max era el mayor por setenta y dos segundos y, exceptuando sus rasgos físicos idénticos, por lo demás no podía parecerse menos a su hermano.

Se había alejado de la fama encantado, pero Isaac había permanecido en ella obligándolo a seguir haciendo cosas durante varios años después de que se hubiera emitido el último episodio de la serie. Con veinte años Max les dijo a su hermano y a su representante que ya estaba harto de toda esa mierda promocional que acompañaba a la fama y que se habían acabado los eventos. Punto. Isaac le había dicho que nadie quería ver «solo a un Dunn», que si él se negaba a hacer acto de presencia, las invitaciones a los eventos acabarían para los dos.

Su distanciamiento no había durado para siempre, pero cinco años habían parecido una eternidad. Y para cuando los dos habían accedido a pasar la Navidad en casa de sus padres, el daño ya estaba hecho. Sí, se habían mostrado cordiales y habían charlado mientras se tomaban una copa junto a la chimenea, pero ya no estaban tan unidos como antes. Y Max suponía que jamás volverían a estarlo.

No le guardaba rencor a su hermano; tan solo eran dos personas distintas con objetivos distintos. Uno quería huir de los focos y el otro estar rodeado de ellos.

–Bueno, al menos usted no está atrapado aquí.

Kendall tenía una sonrisa preciosa. Le temblaban los labios, ya fuera por el frío que había pasado o por los nervios. No parecía tímida, pero desde luego parecía tensa.

–Aún no –le diría que ella sí podría quedarse allí atrapada si se quedaba demasiado rato, pero esperaría a que entrara un poco en calor–. Siéntate.

Llenó dos tazas de agua caliente y le ofreció una selección de tés.

–Gracias –respondió ella superagradecida. ¿Quién agradecía tanto un té?–. ¡Ay, de regaliz!

–Buena elección.

Kendall, sin quitarse el abrigo, se sentó en una de las sillas hechas a mano. Tenía que entrar en calor, pero también tenía que irse pronto. Al ritmo que estaba nevando, no podría salir de allí si se quedaba mucho más.

–La razón por la que estoy aquí, señor Dunn…

–Max.

Ella volvió a esbozar esa sonrisa preciosa que se le reflejó en los ojos, marrones chocolate.

–Max. La razón por la que estoy aquí es que tengo una oportunidad para ti y creo que te resultará bastante interesante.

Max contuvo la risa. Lo que para ella era una oportunidad para él sería una molestia. Aun así, la dejó hablar.

–Como sabes, tu hermano va a volver a la serie y va a interpretar solo el papel de Danny –dijo con mirada compasiva.

Parecía como si Kendall no entendiera por qué había rechazado la oportunidad de interpretar un pequeño papel en la serie. A los fans les habría encantado, pero ahora él estaba viviendo su vida a su modo y no quería hacer cosas solo por ganar dinero o complacer a sus seguidores. Ya no.

–Bueno, el caso es que a Isaac le han hecho una oferta buenísima para grabar un anuncio para relojes Citizen, pero por desgracia no puede llegar a tiempo para grabarlo. Solo te llevaría unas horas y no hay que memorizar ningún guion. Se grabará en un estudio cerrado dentro de dos días. Y luego puedes volver a este precioso mundo nevado y hacer como si no hubiera pasado nunca –dijo señalando afuera antes de dar una palmada con una sonrisa amplia y cargada de esperanza.

Joder. Por un lado no quería decirle que no; había ido hasta allí ilusionada con ese plan brillante. Pero debía decirle que no por muchísimas razones.

–Me estás pidiendo que me haga pasar por Isaac.

–Te estoy pidiendo que salgas en un anuncio en el que los dueños de relojes Citizen darán por hecho que eres Isaac –evitó mirarlo a los ojos y se centró en meter la bolsita de té en la taza–. Fingir es actuar al fin y al cabo, ¿no?

Era mucho más que eso, pero se guardaría el sermón para otro día. Ahora mismo estaba demasiado agotado por haber discutido con Bunny y no le quedaban energías para Kendall.

–He dejado el negocio de la interpretación y no voy a hacerme pasar por Isaac en un anuncio. Lo siento. Has perdido el tiempo.

–Citizen me ha enviado un montón de relojes para promocionarlos –continuó ella, ignorándolo–. Para hombre y para mujer. Me los he traído. Te puedes quedar alguno o todos. Por si no la conoces, es una marca de calidad y muy lujosa.

–Mira a tu alrededor, California. ¿Para qué puñetas voy a necesitar yo un reloj?

Ella respiró hondo, lo miró y le lanzó esa impactante sonrisa.

–Entonces hazlo por Isaac. Está a punto de hacer un regreso por todo lo alto. La prensa está deseando saber detalles de la reunión. Sé que has rechazado ofertas de hacer un cameo y entrevistas, pero esta es tu oportunidad de contribuir manteniendo las distancias. Puedes ayudarlo y pasar desapercibido a la vez.

–Ayudé a mi hermano a navegar por esas aguas infestadas de pirañas durante quince años. Ya he tenido bastante. Mi respuesta es «no».

Ella esbozó una sonrisa temblona y dio un trago de té. Después resopló y dijo: