Al ritmo del deseo - Jessica Lemmon - E-Book
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Al ritmo del deseo E-Book

Jessica Lemmon

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Beschreibung

Deseo 2164 Le pidió que le enseñara a romper las reglas. Hallie Banks se había hartado de ser la gemela buena y de vivir a la sombra de su hermana, una superestrella de la música country. Pero ¿qué sabía ella acerca de dejarse llevar y divertirse? Necesitaba un profesor y, por suerte, el guapísimo Gavin Sutherland estaba dispuesto a aceptar la tarea de enseñarla. Hallie salió del cascarón enseguida y se perdió entre las caricias ardientes de Gavin. Sin embargo, vivir al límite siempre tenía un coste ¡y, ahora, el momento de pagar el precio iba a llegar pasados nueve meses!

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2021 Jessica Lemmon

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Al ritmo del deseo, n.º 2164 - octubre 2022

Título original: Good Twin Gone Country

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-237-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Capítulo Veintitrés

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

«Maldito seas, Brené Brown».

Hallie Banks tiró del escote de su vestido hacia arriba. Se arrepentía de haberlo elegido para aquel evento. Con el impulso de la segunda copa de chardonnay que se había tomado la noche anterior, había escrito una lista con varios propósitos para el año venidero, incluyendo el que había inspirado su atuendo de aquella noche: Destacar en medio de una multitud.

Llevaba un vestido sin tirantes, de color morado, y un moño que se había hecho ella misma después de ver varios tutoriales en internet. Claramente, había conseguido el propósito de destacar, pero su determinación estaba empezando a flaquear.

–Si te vuelvo a ver tirándote del vestido, Hallie, te voy a atar las manos a la espalda –le dijo su abuela, Eleanor.

–No estoy haciendo nada de eso –respondió ella, sin poder darle otro tirón a la tela.

–Claro que sí. Y yo no te he traído aquí para que mis famosos amigos te vean con una crisis por culpa de un vestido en mitad de su fiesta.

Eleanor Banks pertenecía a la realeza de la música country de la nación, así que sus amigos eran muy famosos. Amigos que podían ayudarla a ella con otro de los puntos de su lista: Ampliar el cupo de clientes.

–Tenía que haberme puesto el vestido negro –murmuró en tono de derrota.

–¡Tonterías! Ya era hora de que te pusieras algo más acorde con tu personalidad.

Eleanor llevaba un elegante vestido, plateado y blanco, decorado con miles de abalorios brillantes, y no tenía ningún problema en ser el centro de atención. Hallie tenía mucha menos experiencia que su abuela, que era una superestrella, y que su famosa hermana gemela. Ella estaba más a gusto entre bambalinas y, hasta que la segunda copa de chardonnay y el ingenio de Brené la convencieran de lo contrario, estaba perfectamente a gusto alejada del centro de atención.

–¡Ahí está! –exclamó Eleanor, mientras rodeaba a su nieta con un brazo y la atraía hacia sí–. Bernard Merriweather, Bernie para los amigos. Por favor, gánatelo, porque su hija es Martina Merriweather y, en este momento, está buscando un nuevo representante.

Hallie se olvidó de su errónea elección de vestido y se concentró en los negocios. Se fijó en Bernie. Su hija Martina tenía veinticuatro años, seis menos que ella, y acababa de divorciarse de su representante. El matrimonio de la joven estrella con aquel hombre mayor que dirigía su carrera había sido discreto, pero complicado. Su abuela le había contado muchos detalles al llevarla a aquella fiesta como acompañante.

Hallie entendía perfectamente la presión que suponía representar a un artista. Tenía una perspectiva única, puesto que dirigía la carrera de su hermana gemela, Hannah, desde hacía mucho tiempo, incluso antes de que Hannah Banks fuera famosa. Antes de que tuviera estilista, peluquero y un número de fans tan amplio como la población de un país pequeño.

Hallie se había puesto a cargo de la exitosa carrera de su hermana, defendiéndola en todas las situaciones necesarias. Ahora, Hannah estaba casada con Will Sutherland y ella, aunque se alegraba mucho por ellos, se sentía un poco perdida. Seguía representando a Hannah, pero había llegado el momento de que ampliara su cuota de clientes.

–Ven, te lo voy a presentar –le dijo su abuela–. Toma una copa de champán de la bandeja de algún camarero. Así tendrás algo que hacer con las manos.

–Estoy bien –dijo Hallie.

Hallie sonrió cuando su abuela le presentó a Bernie. El señor se dio la vuelta e inclinó la cabeza para saludar a Eleanor. Justo cuando le tendía la mano a ella, Hallie vio el ala de un sombrero Stetson proyectando su sombra en la cara de un hombre que estaba al otro extremo de la barra. Aquello hizo que su sensación de seguridad se desvaneciera.

Gavin Sutherland.

Si había un hombre en el mundo que pudiera convertirla en una persona balbuceante y aturullada, ese era el hermano pequeño de Will. Hacía años que lo conocía, pero, ahora que Will y Hannah eran pareja, ella había visto a Gavin más a menudo. Como habían mantenido varias conversaciones para hacerse consultas sobre contratos recientes, había empezado a notar cosas de él en las que antes no se había fijado.

Sus ojos azul grisáceo le recordaban a una tormenta sobre Beaumont Bay. Tenía el pelo un poco largo y un poco ondulado y, en aquel momento, lo llevaba un poco revuelto, como si acabara de levantarse de la cama. Y tenía una barba incipiente que a ella le hacía pensar en un granuja encantador, a pesar de que llevase un traje elegante y hecho a medida. Los playboys encantadores como Gavin le daban miedo. Por eso, en pleno ataque de fanfarronería, la noche anterior había añadido a su ambiciosa lista tomar una copa con Gavin.

Sin embargo, al ver que le sonreía a otra mujer cuya risa tintineó en el aire, Hallie volvió a acobardarse.

–Hallie –le dijo su abuela insistente, y ella se dio cuenta de que se había distraído.

–Encantada de conocerte, Bernie –le dijo, y sonrió al tiempo que le estrechaba la mano con firmeza, mirándolo a los ojos.

Él también sonrió.

–¡Hoyuelos! –exclamó–. Me encantan los hoyuelos. Me recuerdan a mi difunta esposa, Cheryl, que en paz descanse.

–Era una bendición –dijo Eleanor. Tomó a Bernie de la mano y estuvieron recordando a su mujer.

Después, Eleanor retomó con delicadeza el asunto del trabajo, y Hallie se olvidó de Gavin. Su tarea más importante de aquella noche era encontrar uno o dos clientes más. Así pues, se concentró en el hombre que tenía delante, y habló de lo que sabía de la carrera de Martina, sin mencionar, por supuesto, ningún detalle escandaloso. Eleanor, a su vez, vinculó el éxito de Hannah con el buen hacer de Hallie como representante.

–Y las dos sois exactamente iguales. Qué divertido ha debido de ser crecer juntas –comentó Bernie.

Hallie sonrió forzadamente. Adoraba a su hermana, pero crecer siendo exactamente iguales también había tenido su lado difícil. Había tenido que aprender a desarrollar su personalidad desde muy pequeña. Ella era un ratón de biblioteca y tenía un carácter reservado. Era extrovertida en el ámbito del trabajo, pero, durante los eventos sociales, prefería mantenerse al margen. La presencia más imponente de Hannah siempre se lo había facilitado, porque su hermana estaba muy cómoda en el primer plano, sobre el escenario y fuera de él. A medida que se hacían adultas, Hallie se concentró más en los negocios y Hannah en el entretenimiento. Para Hallie era un orgullo trabajar mucho y, a menudo, se quedaba trabajando los sábados por la noche, mientras que Hannah prefería salir a divertirse.

Sin embargo, últimamente, tenía ganas de hacer algo escandaloso, aunque solo fuera para demostrarse a sí misma que podía. Había vivido la vida como con miedo de incumplir las normas para no sufrir las consecuencias y, a los treinta años, aquello le parecía una tontería.

Bernie le hizo una llamada por vídeo a su hija Martina y le presentó a Hallie. Mientras charlaba con su posible clienta, pensó que no debía alejarse demasiado de su zona de confort. Concertó una cita con Martina para mantener una segunda conversación, y fue el logro de aquella noche. Ya tendría otra oportunidad de tomar una copa con Gavin. No tenía por qué sobrepasar todos los límites en la misma noche.

Al aire libre, en la barra de la azotea del local, Hallie pudo admirar las estrellas, aunque las luces de la ciudad disminuyeran un poco su brillo. En Nashville, Beaumont Bay estaba considerada como una ciudad residencial; era una zona animada y pija, pero, también, preciosa y acogedora. A ella le encantaba.

***

 

 

–Bueno, cariño, me voy a casa. Buen trabajo el de esta noche –le dijo su abuela, mientras se ponía el abrigo. Le dio un abrazo y añadió–: Aquí fuera hace frío, así que no te quedes mucho. No quiero que te pongas mala.

Tenía los labios perfectamente maquillados, la cara llena de frescura y los ojos, brillantes. ¿Cómo lo hacía? Ella llevaba en aquella fiesta unas pocas horas y estaba agotada, solo por el gentío y la conversación.

–Yo también me voy a casa. Te acompaño.

–No, no –le dijo su abuela–. Quédate y diviértete. Esta noche has hecho buenos contactos, pero los mejores son los que se hacen más tarde, porque todo el mundo sigue bebiendo.

Eleanor le guiñó un ojo y le dijo adiós moviendo la mano. Fue despidiéndose de todo el mundo al pasar, sin permitir que nadie la distrajera. Era fabulosa. Hallie tenía la esperanza de haber heredado sus genes.

–Ojalá –dijo, mirando a las estrellas.

Oyó un ruido a su espalda, las pisadas de alguien que se acercaba por el patio de cemento.

–Bonita noche –dijo su visitante, a modo de saludo.

La voz de Gavin era suave y cálida. Le recordaba al chocolate negro, y hacía que deseara algo aún más delicioso. Tomó aire y se giró para saludarle. Vaya… De cerca estaba más guapo incluso. Sin embargo, su sonrisa se apagó un poco al ver el vestido y los zapatos de tacón de Hallie.

–Hola, Hannah.

El saludo fue como un jarro de agua fría. Se había creído que era su hermana. Eso le dejaba dos opciones: podía sacarlo de su error y mantener una conversación incómoda, con nerviosismo, mientras intentaba disimular la admiración que sentía por él… o podía seguirle la corriente y fingir que era su hermana gemela.

Por supuesto, hacerse pasar por Hannah era una cobardía, pero no sería la primera vez que lo hacía para salir airosa de una situación desagradable, y aquella noche no contaba con la energía suficiente como para ser encantadora con el pequeño de los Sutherland.

Irguió los hombros y bajó la voz, imitando la cadencia suave de su hermana.

–Hola, Gav. ¿Qué tal estás?

Él enarcó las cejas un segundo, como si dudara, pero se tragó la mentira. Se metió las manos en los bolsillos del pantalón, y contestó:

–Bien, gracias. Creía que Will y tú teníais planes esta noche.

–Sí, bueno, los tenemos. Es que, al final, he venido a acompañar a mi abuela. Antes de salir con Will.

–Ah –murmuró él–. Pensaba que Hallie iba a venir. Este es el sitio perfecto para conseguir clientes nuevos.

–Sí, ¿verdad? En cuanto salga, la voy a llamar y a decirle que se pase por la fiesta.

–Ya –dijo él, y miró hacia atrás para observar el gentío que había dentro del local–. Supongo que, de todos modos, es mejor así. Yo no le caigo bien.

–¿Cómo? –preguntó Hallie con la voz muy aguda.

–Bah, no te preocupes, Hannah. Sé que no quieres herir mis sentimientos, pero está claro que tu hermana no es mi mayor admiradora.

Vaya… qué equivocado estaba. Si hubiera un club de fans de Gavin, ella sería la presidenta.

–Casi no me dirige la palabra, ni me mira. Creía que quizá fuese porque, durante los conciertos y las actuaciones, está absolutamente centrada en el trabajo, pero ni siquiera en vuestra boda quiso hablar conmigo. Es extraño que, siendo familia como somos ahora, no esté dispuesta ni a mirarme a la cara.

Ella no sabía qué decirle. En la boda, Gavin estaba flirteando con una de las damas de honor, y la había ignorado. Además, Gavin y ella no eran familia. Hannah era la que se había casado con su hermano.

–Entre tú y yo –prosiguió él–, seguramente es mejor que Hallie y yo nos mantengamos a distancia. ¿Quién necesita complicaciones? Tengo razón, ¿no te parece?

Aquella pregunta, y la sonrisa de Gavin, irritaron a Hallie, que frunció los labios. No, no tenía razón. De hecho, estaba equivocado en todo.

–Quizá lo que ocurre es que está demasiado ocupada dirigiendo toda mi carrera como para aparecer en una fiesta como esta –le espetó. Después, trató de suavizar la respuesta–. Bueno, ya conoces a Hallie.

–Sí, claro. Siempre está trabajando. No tiene tiempo para divertirse.

A ella no le gustó cómo sonaba eso, así que se cuadró de hombros y dijo:

–A lo mejor tiene una cita esta noche.

–¿Hallie? ¿Conseguir una cita Hallie?

Al oír su risa, ella enrojeció. ¿Acaso creía de verdad Gavin que ella era incapaz de conseguir una cita? Tomó aire y pensó qué respondería Hannah en aquella situación.

–Hallie es una gran profesional, es muy astuta, y no permitiría que la vieran durante una cita en un evento de trabajo, flirteando en la barra del bar.

–Vaya, Hannah, lo siento –dijo él, frotándose la nuca con consternación–. No quería ofenderte. Lo que haga Hallie en su tiempo libre no es asunto mío.

Ella asintió.

–Pero, entre tú y yo –prosiguió Gavin–, creo que debería seguir más tu ejemplo. Romper unas cuantas reglas. Divertirse más.

–Divertirse más –repitió ella, enarcando una ceja.

–Sí, creo que sí –dijo él. Después, le dio una palmadita amistosa en el brazo, y añadió–: Dile hola a Will de mi parte.

Se marchó y desapareció entre la gente, y ella se mordió el labio. Al ir a aquel evento, tenía la intención de hablar con Gavin y tomar algo con él. Desde luego, no pensaba que él la tuviera por alguien incapaz de conseguir una cita con un hombre.

Dejó su copa de champán, sin terminar, en una mesa, y fue a buscar su abrigo. Cuando apretó el botón del ascensor para bajar al portal, lo último que vio fue a Gavin sonriéndole afectuosamente a una chica morena en la barra.

Hallie le clavó su mirada más severa, con la intención de corregir su lista en cuanto llegara a casa.

Tal vez el punto número uno de aquella lista debiera ser evitar para siempre a Gavin.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

–¿Una amiga tuya? –le preguntó Alex Lockwood a Gavin, mientras seguía su mirada y veía a Hannah desaparecer detrás de las puertas del ascensor.

–Es mi cuñada –le dijo él.

La muchacha acababa de firmar un contrato con Elite Records, y él era su abogado especializado en contratos de publicidad, lo cual eran buenas noticias para ella. Alex estaba llena de vida y tenía mucho talento. Y era joven. Muy joven. Movió el pelo y sonrió.

–Creía que habías salido con ella, o algo por el estilo, por cómo te estaba mirando.

–¿Quieres decir como si quisiera estrangularme? He mencionado a su hermana gemela y se ha tomado mal lo que le he dicho.

O, más bien, él había dicho algo que no debía.

–Sabes quién es Hannah Banks, ¿no? Es la famosísima esposa de mi hermano Will, que es el dueño de la casa de discos que te ha fichado.

Alex abrió unos ojos como platos.

–¿Esa era Hannah Banks? Oh, Dios mío. Me encantaría conocerla. No la había reconocido sin uno de sus vestidos de lentejuelas y sin el pelo hasta aquí –dijo, haciendo un gesto con la mano por encima de su cabeza–. La gente famosa es muy diferente cuando no está en su elemento, ¿verdad?

–Sí –dijo él, distraídamente.

Era cierto; aquella noche, Hannah estaba muy diferente. Por un momento, él había pensado que, en realidad, era Hallie, y que las había confundido, pero nunca había visto a la hermana de su cuñada con un vestido sin tirantes y de un color fuerte. Además, había sentido una descarga de atracción por ella, y eso era muy extraño. Había visto a Hannah arreglada muchas veces para algún evento, y nunca había sentido algo así.

Por el contrario, sí había experimentado esa reacción varias veces al ver a Hallie. Nunca había hecho nada al respecto, porque sabía que, si trataba de coquetear con la más seria de las hermanas Banks, le pararía los pies al instante. Y, aunque no lo hiciera, ella no era para él. Era una buena chica, y él prefería que sus relaciones fueran fáciles y cortas. No creía que Hallie aceptara aquellas condiciones si accediese a salir con él. Además, Hannah era su cuñada, así que cualquier relación con Hallie era algo vetado. Si las cosas acababan mal, no podría escapar de ella.

Se rio suavemente. ¿De dónde había sacado la ridícula idea de que tenía que escapar de Hallie? Ella ni siquiera le dirigía la palabra. Casi nunca se acercaba a él. Al decirle a Hannah que su hermana gemela lo evitaba, no había exagerado.

Ahora, Hannah había fichado por Elite, y Hallie, su representante, iba con ella. Gavin había negociado con Hallie varios contratos para la superestrella, sobre todo por medio del correo electrónico. En las pocas ocasiones que había ido al estudio, miraba por encima de la montura negra de las gafas que llevaba algunas veces y, enseguida, volvía a concentrarse en el iPad. Después, se marchaba y le enviaba los detalles por correo electrónico, en vez de hablar con él.

No sabía lo que le había hecho para que lo odiara.

–Ya te presentaré a Hannah cuando no esté… eh… ocupada –le dijo a Alex.

O cuando no estuviera enfadada con él. No quería burlarse de Hallie diciendo que no era capaz de conseguir que alguien la invitara a salir. Eso sería engañarse a sí mismo. Hallie era una rubia deslumbrante que, si bajara la guardia dos segundos, conocería fácilmente a varios tipos que querrían invitarla a cenar. Sin embargo, él no la había visto jamás con ningún hombre.

Le habría gustado verla allí aquella noche, relajada y animada. Él la habría invitado a una copa. La idea de seducirla le resultaba muy apetecible, a pesar del peligro que conllevaba. Era una pena que las aventuras pasajeras no pudieran pactarse con un contrato que protegiera a ambas partes cuando las cosas, al final, salían mal.

–Te tomo la palabra –le dijo Alex, y le tocó el brazo con el dedo índice, sacándolo de su ensimismamiento.

«Hablando de seducción». Parecía que su joven clienta estaba desplegando sus encantos ante él. Conocía a bastantes granujas en aquella industria que, a la menor oportunidad, estarían dispuestos a acostarse con aquella muchacha morena tan joven. Él no era uno de ellos. Se sentía halagado, pero sabía que no podía mezclar el placer con los negocios. Tenía que rechazar a Alex sin herir sus sentimientos.

Difícil.

Se apartó su mano del brazo y la miró a los ojos.

–Hay muchos canallas en este mundo, Alex. La primera regla que tienes que cumplir es la de no ofrecerte a ninguno de ellos. Si yo hubiera respondido a tu gesto ofreciéndote algo más, deberías haberme abofeteado.

Ella pestañeó tres veces mientras asimilaba aquella poderosa advertencia.

–Yo no estaba…

–Ah, lo sé –respondió él para librarla de la vergüenza–. Solo quería advertirte cómo son los hombres de esta industria. La mayoría son un billete directo a Troubletown, la ciudad de los problemas –dijo él, y ella sonrió al oír cómo usaba el título de su último sencillo–. Soy tu abogado, y mi deber es protegerte. En este mundo de la música hay muchos depredadores, sobre todo, de jóvenes talentos que no tienen demasiada experiencia. Por ese motivo, yo voy a estar aquí para cerciorarme de que nadie se aproveche de ti. Estoy de tu lado. Mis hermanos y yo estamos de tu lado, con todo Elite Records. Puedes contar con nosotros.

Ella sonrió con gratitud, y él se despidió amablemente y se alejó, pensando en que, aunque solo tuviera diez años más que Alex, se sentía como si ya hubiera vivido toda una vida antes que aquella. Era el pequeño de cuatro hermanos y, a menudo, se había sentido como si tuviera que alcanzarlos. Ahora, todos ellos estaban casados o a punto de estarlo y, por primera vez, él no quería seguir sus pasos. No tenía nada contra Hannah, Presley ni Cassandra, eran estupendas, pero no quería tener una mujer ni una familia. Estaba contento, le divertía tener relaciones cortas. Dejaba la seriedad para su carrera profesional.

Al igual que sus padres, los hermanos Sutherland estaban enfocados en el éxito profesional, pero no habían continuado el trabajo en la agencia inmobiliaria de la familia. En vez de eso, se habían abierto camino en la industria musical.