Iqbal Farooq y el Pierrot siniestro - Manu Sareen - E-Book

Iqbal Farooq y el Pierrot siniestro E-Book

Manu Sareen

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Beschreibung

"Ah, rayos, ¿qué pasa? Si son los terroristas que aparecieron en la televisión", gritó Sjoko de la novena clase, al ver a Iqbal y su hermano menor en el patio de la escuela. Es el día después de la gran explosión que sacudió al barrio de Nørrebro. Iqbal jamás ha sido una lumbrera en la clase de física, pero con la ayuda de su hermano Tariq, además de un poco de goma de borrar, pegamento y un manojo de agujas de árbol navideño, logró que el experimento de la clase de física resultara más intenso de lo previsto. La explosión hizo noticia y se discutió en el telediario nocturno. Mientras la vida parece seguir como siempre para la familia Farooq en su piso en la calle de Blågårsgade, unas fuerzas malvadas se interesan más de lo normal en la supuesta fórmula secreta que provocó la explosión. Cuando, unos días después, la familia sale de vacaciones de camping por Jutlandia en su viejo pero fiel Mazda y con una tienda del Circo Benneweis embalada en su remolque, corren un peligro más grande del que suponen.

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Seitenzahl: 190

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Manu Sareen

Iqbal Farooq y el Pierrot siniestro

Translated by Javier Orozco

Saga Kids

Iqbal Farooq y el Pierrot siniestro

 

Translated by Javier Orozco

 

Original title: Iqbal Farooq og den sorte pjerrot

 

Original language: Danish

 

Copyright © 2012, 2023 Manu Sareen and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728272664

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Así se pronuncian los nombres de la familia Farooq:

Iqbal Farooq: ik’bal fa’ruk Tariq: ta’rik Rafig: ra’fik Nazem: na’sim Fatima: ’fatima Nasrin: nas’rin Dindua: ’dindua

—Iqbal, puedes entrar.

Respiré hondo y miré una vez más el letrero. En una de sus esquinas colgaba un pequeño corazón navideño ligeramente ladeado y, en el centro, con letras muy nítidas:

Jeannete Ølholm - Psicóloga Escolar

Abrí la puerta. La oficina era amplia y luminosa. Detrás del escritorio marrón encontré sentada una mujer de pelo rojo tejiendo corazones de Navidad.

—Buenos días, Iqbal, me llamo Jeannete y soy la psicóloga de la escuela. Tú y yo vamos a charlar, ¿no es genial?

Ella sonreía.

—Sí, la Navidad se acerca, así que tengo bastantes decoraciones por hacer —dijo a manera de explicación señalando una enorme pila de corazones. Tras su comentario, me miró seriamente.

—Bueno, Iqbal, ha sido un periodo intenso para ti. ¿Por qué no te tumbas y me cuentas lo que de verdad sucedió en el Tivoli? Es importante conversar con un adulto sobre estas cosas.

Si sigue hablando tanto, pensé, va a ser todo un reto pronunciar una palabra. Tampoco sabía bien por dónde comenzar, quizás porque no soportaba la idea de tener que hablar con ella.

—¿Qué es lo primero que recuerdas del asunto, Iqbal?

Jeannete Ølholm asintió animada, sonrió y se puso a trenzar más corazones. Cerré los ojos y pensé detenidamente.

—Me viene a la mente el árbol de Navidad —dije—. Supongo que todo comenzó ahí, con el árbol de Navidad.

Capítulo 1

El árbol de Navidad

— ¡Iqbal! ¡Fatima! ¡Venid ahora mismo! Tariq ya nos está esperando en la calle.

Papá, aún vistiendo solamente sus pantalones verdes, saltaba por el salón cepillándose los dientes con tanto vigor que el dentífrico salía volando de su boca.

—Seremos la familia con el árbol de Navidad más grande y bonito del edificio, incluso de todo el barrio de Nørrebro.

—Pero papá, sabes que a unos metros de aquí, en la plaza Blågårdsplads, venden árboles —comentó Fatima acurrucándose bajo el cálido edredón.

—No compraremos un árbol en la plaza —contestó papá—. Los venden carísimos. Hablé con vuestro tío Rafig y me aseguró que puede conseguir un árbol más grande y por menos dinero. Un antiguo compañero de escuela vive en el bosque y nos lo deja a cincuenta coronas, eso sí, tienes que llevarte tu propia sierra.

Fatima se espabiló de golpe.

—¡No caigas, papá! —gritó Fatima precipitándose en el salón—. No escuches al tío Rafig, ya sabes cómo es y siempre sale algo mal cuando él está involucrado.

—Venga Fatima, anda, anda, mi niña —dijo papá haciendo un baile de la India alrededor de ella mientras cantaba una canción de su tierra natal—. ¡Tendremos el árbol más espectacular de toda Dinamarca!

Fatima es la hermana mayor más genial que uno podría desear. Ella se atreve a decirle cosas a mamá y papá que los demás ni siquiera tenemos el valor de soñar. Supongo que no es casualidad que quiera ser oficial de policía cuando sea grande. Además es cinturón negro en karate y no teme los enfrentamientos. Papá lo considera un tanto inadecuado, aun así, está orgulloso de ella. Fatima está cursando el primer año de bachillerato en la Escuela Metropolitana. El mundo entero piensa que es guapa y todos mis amigos están enamorados de ella.

Papá estaba en el séptimo cielo, acariciando la ilusión de convertirse en el centro de atención de nuestro edificio en Nochebuena, por lo que, poco después, íbamos en nuestro coche camino al lugar que Rafig nos había recomendado. Fatima ocupó el asiento del copiloto, Tariq y yo nos sentamos en el asiento trasero. Tariq es sin duda el más listo de la familia. Apenas está en quinto año pero puede resolver los deberes de Fatima, es tan superinteligente que resolvió las pruebas de Mensa en tiempo récord. A papá le encanta repetir que heredó la inteligencia de su familia, aunque mamá lo desdice asegurando que proviene de la suya. No obstante, ambos están de acuerdo en un punto más importante que la vida misma: Tariq va a ser médico. El primer problema es que Tariq se desmaya al ver una gota de sangre y el segundo es que su sueño es estudiar Física.

—¡Rafig, ese hijo de asno! Cómo se le ocurre dibujar un mapa en una servilleta grasienta —maldijo papá al equivocarse de ruta por veinteava vez.

Afortunadamente, las melodías de Bollywood del casete salían rugiendo de los altavoces, lo que impedía que se pusiera de malhumor. Finalmente encontramos el sitio, ubicado en medio de un bosque bastante alejado de la autopista principal. Entramos en un aparcamiento. Papá, algo nervioso, miró alrededor al apagar la música.

—¿Creéis que será aquí?

Papá les tiene pavor a los perros. Él jamás lo diría con esas palabras, prefiere aclarar que es cuidadoso porque en la India los perros son como leones enormes y hambrientos. La última vez que visitamos la India buscamos esos perrazos por todas partes, pero no vimos ni uno solo, a pesar de que papá nos aseguraba que estarían en alguna parte.

—Iqbal, baja e investiga si hay perros en el área.

Me bajé para verificar que el camino estuviera despejado.

—Puedes bajar, papá.

Pero en cuanto puso un pie en el suelo no pude resistirme y grité:

—¡Oh no! ¡Un perro! ¡Corred por vuestras vidas!

—¡Dios mío, lo sabía! —gritó papá subiendo al coche de un brinco y golpeó el claxon con la cabeza. Soltó un aullido que hubiera ahuyentado a cualquier manada de perros. Cuando papá se atrevió a salir de nuevo, clavó sus ojos en Tariq, ese pequeño diablo, que estaba tumbado en el suelo muerto de la risa con lágrimas corriendo por sus mejillas:

—Era un león, papá, ¡un león!

—Qué gracioso, Iqbal, qué gracioso —dijo papá bajando del coche como si nada hubiera ocurrido—. Y tú Tariq, ¿te gustaría mudarte a un internado en Calcuta?

Miramos alrededor. Había una casa grande y roja con césped en el techo, similar a las que usan en las postales de Suecia o Bornholm. Detrás había algo, una construcción que parecía una estrecha letrina y al lado un viejo cobertizo.

Papá llamó a la puerta de la casa, pero nadie respondió. Luego se arrodilló para asomarse por la ranura para las cartas, después acercó la boca y gritó:

—¡Hoooooolaaaaa!

Nadie acudió, por lo que decidimos que lo mejor sería coger un árbol y regresar a Nørrebro a toda prisa. Papá descubrió un hacha y una gran chaqueta naranja para trabajos rudos colgada junto a la puerta.

—¡Vaya! —exclamó—. Seguramente el antiguo compañero de estudios de Rafig preparó esa chaqueta para que no me ensuciara la ropa al hacer el trabajo de un hombre de verdad.

Papá se puso la chaqueta. ¡Sí que tenía una pinta peculiar! La prenda tenía al menos diez tallas más que la suya, le llegaba hasta las rodillas y sus brazos parecían no existir. Aunque más bien recordaba a un orangután, papá se sentía orgulloso como un antiguo labrador. Así que, armado con el hacha y escudado por la chaqueta, se adentró valerosamente en la naturaleza. Fatima, Tariq y yo intentamos seguirle el paso.

Papá se desvió entre unos arbustos y, de pronto, rugió:

—¡Encontré al elegido!

Seguimos sus sonidos guturales y lo encontramos arrodillado frente a un árbol

 

como si fuera el mismísimo Tanweer Star, su actor favorito de Bollywood. Y no, no se trataba de un árbol cualquiera, sin duda era el más alto en varios kilómetros a la redonda, de hecho era uno que bien podría haber servido para adornar la plaza del ayuntamiento de Copenhague. Una vez más nos quedó claro que nuestro padre no se llama Nazem Farooq, hijo de Jaspal Farooq, en vano.

—Es una cuestión de honor, soy de la India y bajo ninguna circunstancia voy a conformarme con un arbolillo cualquiera.

—Se le ha ido la cabeza—susurró Tariq—. Podríamos llamar al psiquiátrico para que pasen a por él de una vez, simplemente no es normal que tu padre se comporte como un mono que acaba de ver a su actor predilecto de Bollywood en un campo recién arado.

—Pero papá —dije—. Ni siquiera va a caber en nuestro piso…

—...Mide mínimo seis metros —comentó Fatima.

—Sí, como mínimo seis metros —repetí.

—No, no, querida, solo hay que recortar un poco la parte de abajo y ya verás que queda perfecto —añadió papá.

Fue todo un reto arrastrar el árbol hasta nuestro Mazda 626 del año 1986 y atarlo sobre el techo. Mientras nos subíamos escuchamos una voz que venía desde la letrina de esa casa salida de una postal:

—¿Qué demonios estáis haciendo?

Nos dimos la vuelta y vimos a un hombre enorme, vestido con una camisa de leñador con las mangas recogidas hasta los hombros. Venía hacia nosotros. Sus brazos estaban cubiertos de tatuajes de un montón de barcos, pero yo solo pensaba en cómo ese tipo colosal podía entrar y salir de la letrina.

—¿Estáis sordos o necesitáis que os lo deletree? ¿O es que os habéis escapado de uno de esos campos para refugiados? —gritó.

—Oh… —tartamudeo Tariq pero papá lo interrumpió.

—Saludos, mi buen humano —pronunció papá.

—Papá, no se dice «mi buen humano» —susurró Fatima.

—Sí, mira, lo que pasa es que vamos a celebrar la Navidad y le hemos comprado un árbol de Navidad danés a mi hermano, que es tu viejo compañero de clase y, bueno, ahora tenemos que volver a casa y…

—¡Cierra el pico, Mustafa! Yo jamás fui a la escuela contigo ni con tu hermano —interrumpió el leñador.

—Mi nombre no es Mustafa, sino Nazem —dijo papá cordialmente.

Sin embargo, el leñador ya se había percatado de que el frondoso árbol estaba sobre nuestro coche.

—¡Joder, que cierres la boca! Esta es la octava vez esta semana que alguien aparece para cortar mis árboles, y a ti no solo te ha bastado con eso, también me has robado mi chaqueta. Dime, ¿quién te crees que eres, Mustafa?

Papá no entendía nada de lo que estaba sucediendo.

—Buen hombre, no me llamo Mustafa, y mi hermano, tu antiguo camarada de estudios, ha dicho que…

—¡Me cago en tu hermano! —gritó el leñador, que estaba colorado como tomate—. Habéis derribado el mejor de mis árboles, justo el que había prometido a la plaza del ayuntamiento para el año que viene. ¡Maldición! Y además me habéis robado mi chaqueta mientras cagaba. ¡Os va a salir muy caro!

El leñador hizo una larga pausa mientras respiraba con visible agitación. Siendo francos, yo tenía miedo de que explotara de verdad. Seguramente hubiera sido perfecto para la portada de uno de esos periódicos amarillistas: la imagen de un leñador iracundo y mi padre bañado en sangre y tripas de palurdo, metido en esa chaqueta colosal y con una sierra en la mano. Probablemente esa pausa era necesaria, aunque eso no le quitó el susto a mi padre.

—Ese árbol cuesta cinco mil, Mustafa, y no dátiles sino coronas.

—¿Cin… cin… cinco mil coronas? —tartamudeo papá.

 

Volvimos a casa sumidos en un silencio sepulcral. Lo único que se escuchaba era la presión cardiaca de mi padre —a más de ciento ochenta— y sus farfulleos sobre el tío Rafig y su presunto compañero de clase, obviamente un subnormal que merecía ser amado por varios asnos y algunas cabras de monte. El ambiente no mejoró cuando Tariq sacó la cabeza por la ventana para gritar: —¡Hasta nunca, hincha paleto de Brøndby!

Solo a la mitad del camino, papá se dio cuenta de que no se había quitado la chaqueta naranja del leñador. Pisó el freno del Mazda hasta el fondo, haciéndolo chirriar y derrapar hacia un costado. Entonces bajó, se quitó la chaqueta a tirones, la arrojó a la autopista y saltó sobre ella maldiciendo tan fuerte en punjabi que ni siquiera escuchó las sirenas del oficial en motocicleta, que en medio de su rabieta, había aparcado al lado de nuestro coche.

—¿Tiene usted carnet de conducir? Pero, sobre todo, ¿qué está haciendo? —preguntó el oficial mirando curiosamente a papá, al coche y al árbol.

—Yo… el loco de Rafig, mi hermano, me prometió un árbol por cincuenta coronas, pero terminé pagando cinco mil gracias a ese imbécil leñador; además, esta es la primera vez que celebraremos Navidad a la danesa desde que nos mudamos a este país y probablemente será también la última —señaló papá socarronamente mientras sacaba su carnet de conducir.

—Sabes Nazem —dijo el oficial tras presentarse como Mikkel—. Os voy a escoltar a casa, conduciré delante de vosotros para asegurarme que ese árbol llegue a Nørrebro sano y salvo.

Al entrar en el barrio, Papá parecía endiosado. Además, las personas en las calles se quedaban boquiabiertas al ver al oficial motorizado avanzando con las luces intermitentes encendidas y a papá justo detrás de él con un enorme árbol de Navidad sobre el coche. Todos estaban atónitos: los de las tiendas de verduras, los del quiosco y los vecinos, así como los clientes del supermercado Netto que se detuvieron para mirar por la ventana.

Antes de despedirnos de Mikkel mi padre lo invitó a subir para tomar un poco de té acompañado por un típico barfi, sin embargo el oficial declinó la oferta indicando que tenía delincuentes por atrapar.

—Ah, ¿y no podría meter a mi hermano Rafig en la cárcel de una vez, al menos unas dos semanas? —preguntó papá—. Me ha estafado con lo del árbol de Navidad, así aprendería una buena lección.

 

Con trabajo nos las arreglamos para subir el árbol al piso. Hasta Dindua tuvo que ayudar. Él estaba jugando con Lelix, que vive en el piso debajo de nosotros. Dindua en realidad se llama Ali, pero solo quiere que le llamen Dindua. Un día, él y Lelix tomaron prestado uno de los esquemas de numerología de la madre de Lelix y dedujeron que Ali debería llamarse Dindua, de lo contrario sufriría un horrible accidente. Desafortunadamente ese cálculo lo hicieron al mismo tiempo que se producía un tsunami en Asia, por lo que las dos criaturitas lo tomaron como una señal divina y, como él es un niño malcriado con mucho morro, pues todos hicimos caso de su loca ocurrencia. He intentado varias veces lograr que cambie de nombre, convencerlo de adoptar un nombre ridículo como Bobo o Tonto, pero la posibilidad parece remota. Además, él va por ahí diciéndoles a todos que la vida y el destino están marcados por los números que nos rodean, que nuestra misión es encontrar nuestro propio número y permitir que el amor defina nuestra existencia. No tiene ni idea de lo que pregona, lo cual no lo hace menos insoportable.

—El árbol debe estar listo antes de que vuestra madre vuelva del trabajo —resopló papá—. Ve a buscar la sierra, Dindua.

Papá estaba tumbado en el suelo junto al árbol, que ocupaba todo el salón y una parte del pasillo.

—Pero papá, ya no se le puede serrar más de la parte baja —dije.

Papá nos miró primero a todos y luego al árbol.

—Tranquilos, queridos hijos, no perdáis la calma. Papá está con vosotros. Serraremos solo un poquitín de la corona —explicó.

Minutos después el árbol ya no tenía copa y, con lo que papá le cortó del tronco, tampoco cabía nada debajo, parecía que hubiera crecido a través del suelo y continuara más allá del techo. ¿Qué le pasa a mi familia? Ni siquiera somos daneses, nunca antes hemos celebrado la Navidad y ahora un monstruo verde navideño había conquistado nuestro salón.

A mi padre ni se le había pasado por la cabeza que hay que decorar el árbol con luces y demás, así que ahora estaba poniendo el piso patas abajo en busca de adornos.

—Mirad hijos, se pueden usar tenedores —dijo mientras colgaba algunos utilizando unas gomas.

Fatima, Tariq y yo lo mirábamos muy callados desde el sofá, mientras él y Dindua zumbaban de un lado a otro buscando todo tipo de trastos. Tocamos fondo cuando Dindua, ese pícaro, pidió colgar calcetines del árbol.

—Cuelgan calcetines en todas las caricaturas que he visto y luego ahí aparecen regalos —comentó.

—Sí, Dindua, calcetines también tendremos. Yo también lo he visto, no es una mala idea.

Papá le dio unas palmadas en la cabeza y dos minutos después estaba en el salón con sus calcetines deportivos (blancos con dos franjas rojas). Había comprado cincuenta pares en una oferta en el supermercado Bilka.

—Ahora sí parece un auténtico árbol de Navidad —dijo orgulloso cogiendo la mano de Dindua; luego dio un paso atrás para admirar el árbol con unos ojos grandes y húmedos, como los de un perro.

Mamá soltó un gritó cuando entró en el piso tras regresar del trabajo:

—¡Nazem! ¿Pero qué es eso? El salón está ocupado por un árbol del que cuelgan calcetines y tenedores. Explícame ahora mismo qué está sucediendo.

Allá en la India, donde nacieron mi padre y mi madre, solo hay árboles en los exteriores y jamás dentro de las casas.

—Nunca había visto algo así, no puedo esperar para contarle a mi familia en la India que tenemos un árbol justo en el salón, ¡con calcetines y todo!

Mamá no podía dejar de reír, aunque se notaba que se esforzaba por recomponerse y ponerse seria.

—Es un árbol hermoso, Nazem —seguía intentando.

Pero el daño estaba hecho. El honor de papá había sido mancillado. Y este es generalmente el orden de los eventos cuando el honor de mi padre queda herido: primero se vuelve infantil, después, terco y en la terquedad se le ocurren las cosas más insólitas.

—Sí, sí, sí, puede que así lo veas tú —le dijo a mamá—. Pero hay algo que no sabes, este es uno de los árboles más excepcionales de Dinamarca, un árbol de Navidad cultivado bajo encargo con ramitas preciosas y exquisitas. Ha sido criado con modificaciones genéticas muy especiales en los laboratorios más avanzados, además de que se ha podado a mano y se ha plantado en una tierra supernutritiva producida específicamente para este árbol sin precedentes. Por eso mismo nos ha costado cinco mil coronas.

Mamá no hizo ningún comentario. Así fue como papá se convirtió en el gran tema de conversación del bloque de apartamentos durante aquella Navidad, la primera que celebrábamos. Todos querían venir a ver el árbol. Los inmigrantes nos visitaban para ver ese árbol cultivado con mil cuidados y genéticamente diseñado. Desde luego, se iban bastante impresionados. Ahora comprendían por qué el árbol había sido escoltado por un policía y, a sus ojos, papá era un hombre importante y de peso. Los daneses pasaban para ver el árbol más caro y maltratado de Copenhague y, aunque no se iban igual de impresionados, al menos lo encontraban divertido. Además, nadie había visto jamás un árbol con tenedores y calcetines deportivos.

Capítulo 2

Nuestra casa

—¡Iqbal! Encárgate de deshacerte de ese árbol de Navidad, ¿no te das cuenta de que ya estamos en mayo? Te lo he repetido mil veces, ya no quiero seguir limpiando las espinas y demás.

—No se llaman espinas, sino agujas, papá —corrigió Fatima sin despegar su mirada del periódico; el árbol no le interesaba lo más mínimo.

Papá tenía razón, habían pasado seis meses desde la odisea de arrastrar el árbol por las escaleras y meterlo en el salón. Además, ahora parecía un esqueleto desdeñado y no el árbol de Navidad que había sido la sensación de todo el barrio de Nørrebro.

Por supuesto, todos tuvimos que ponernos manos a la obra para deshacernos del árbol. Sí, mamá, papá, Fatima, Tariq, Dindua y yo. Y eso fue antes de llamar a la puerta de los vecinos, pues la escalera no permite grandes maniobras.

Nuestros vecinos son egipcios. En su puerta se lee Ali Nour, él también es el conserje de la propiedad. Ali vive en compañía de sus dos hijos, Hassan de veintiún años y Kaseem de dieciséis. Ali mide como mucho un metro sesenta, pero lo que no tiene de altura lo tiene de anchura, pues carga con una buena panza en el centro de su cuerpo. Fatima siempre se refiere a él simplemente como «panza» cuando aparece con su mono verde, que viste todos los días. De hecho se lo quita solo para dormir y ni siquiera de eso estamos seguros. Ali y sus hijos son cariñosos y amables con nosotros, en cierta manera son nuestra pequeña familia aquí en Dinamarca.

—Cuando uno vive a mil kilómetros de la familia, tiene que encontrar otras personas que estén en la misma situación —dice papá a menudo.

En la casa de Ali y sus hijos siempre suceden cosas peculiares. El año pasado, cuando regresaron de sus vacaciones de verano en Egipto, apenas habían abierto la puerta de su piso cuando empezaron a escucharse gritos. Nos apresuramos para ver qué sucedía.

—Ali, ¿por qué le gritas así a tu hijo? —preguntó papá lanzándole una mirada glotona a la montaña de frutas exóticas y golosinas que habían traído de Egipto.

—Ah, Nazem, mi amigo, acabamos de llegar a casa para descubrir que Kaseem se ha traído un animal desde allí. No conozco ese tipo de animales y siento que Kaseem intenta engañarme.

Ali miraba desahuciado a papá.

—No pierdas la calma, un bicho no puede hacer ni tanto mal ni tanto bien, deja al chico en paz —dijo papá—. Además, es bueno que jueguen con animales.

—¡No me gusta ese animal repugnante! En mi tierra uno no tiene animales en la casa, o están en la naturaleza o en la parrilla; además, Kaseem ha guardado la comida del animal en la nevera. Es asqueroso —aseveró Ali señalando el frigorífico.

—Pero papá —interrumpió Kaseem—. Si no me lo hubiera llevado estaría muerto; además es silencioso, tranquilo y pequeño, Henrikito no crecerá más de quince centímetros.