Isla Rubí - Nari Springfield - E-Book

Isla Rubí E-Book

Nari Springfield

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Beschreibung

Dos años después de haberse convertido en reina, Jacky se siente encerrada en una jaula de cristal. Echa de menos las largas jornadas bajo el sol con la compañía de las olas del mar. El peso de La Hermandad ha caído sobre ella y además debe mantener la paz en Isla Rubí para tener una fortaleza en la que reagruparse en caso de que la inquisición intente volver a atacarlos. Con la ayuda de su padre y del resto de los capitanes se ha convertido en toda una mujer, ha aprendido a controlar una parte de sus impulsos y a pensar como una auténtica capitana. Bueno, o eso quiere pensar. Siente que no tardará mucho en derrumbarse cuando llega a Isla Rubí una enorme flota de barcos luones encabezado por la enorme embarcación del hermano de la Emperatriz de Luoyang: Shang Fon. Y como los problemas nunca vienen solos, la aparición de unos cuantos malhechores con la marca de los Schiavone reabrirá heridas no solo en la joven capitana, sino en el resto de los miembros de La Hermandad, quienes encima parecen guardar algún que otro secreto que se niegan a rebelar. Todo esto hará que Jacqueline vea las puertas del cielo abiertas y se lance a una nueva aventura al lado de DeLion, quien parece crispar sus nervios cada vez que se acerca a ella. ¿Descubrirá el secreto que tan celosamente guarda la Hermandad? ¿Qué nuevos tesoros hay escondidos dentro de la pequeña isla en la que viven?

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Índice de contenido
Portada
Entradilla
Créditos
Dedicatoria
Mapa
Prólogo
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Epílogo
Glosario de personajes
Carta al lector
Agradecimientos
Más nowevolution

.nowevolution.

EDITORIAL

Título: Isla Rubí: Las reliquias de La Hermandad.

© 2017 Nari Springfield.

© Ilustración de portada: Silvia Caballero (Hart-Coco).

© Diseño Gráfico: Nouty.

© Mapa por Kaoru Okino.

Colección:Volution.

Director de colección: JJ Weber.

Primera edición octubre 2017

Derechos exclusivos de la edición.

© nowevolution 2017

ISBN: 978-84-16936-31-1

Edición digital diciembre 2017

Esta obra no podrá ser reproducida, ni total ni parcialmente en ningún medio o soporte, ya sea impreso o digital, sin la expresa notificación por escrito del editor. Todos los derechos reservados.

Más información:

nowevolution.net/ Web

[email protected] / Correo

nowevolution.blogspot.com / Blog

@nowevolution/ Twitter

A Álvaro, por inspirarme esta aventura

Y dejar que dé vida a nuestros pequeños.

A mi tripulación, por su apoyo incondicional.

A mis padres por nunca cortar mis alas.

Y a todos los soñadores que me acompañan

 

 

 

 

 

Prólogo

 

 

El sonido de sus pasos resonó por el largo pasillo que llevaba directamente hacia el despacho de Tullio Mazzoni, un obispo de Gubbio, muy ambicioso, que había llegado a Inquisidor general de Venettia a la temprana edad de cuarenta años, cosa que en el caso de miembros del clero no era tan común. Sin embargo sus contactos en el mar y su vasto conocimiento sobre leyendas de la piratería le habían dado un gran empujón a su camino. Eso y un poco de cianuro en las copas de aquellos que se interponían en su ascenso.

La mujer se detuvo delante de la puerta, recolocándose los galones de su chaqueta y echando bien hacia atrás la capa para evitar que se enredara con la empuñadura de su espada. No hacía mucho que la habían ascendido a ella también, nada más y nada menos que a Alguacil, y pese a ello había tenido que continuar haciendo trabajos sucios para su tío. No podía quejarse, desde luego, porque tenía vía libre para quitarse de en medio a quien creyera oportuno, pero no le había sido muy agradable tener que mezclarse con chusma como pescadores, contrabandistas y piratas. Alzó el puño y llamó un par de veces a la puerta.

—Adelante —dijo una voz al otro lado. Ella alargó la mano, posándola en el pomo, y lo giró hasta que pudo abrir el portón. La tenue luz de la lámpara de aceite que reposaba sobre la mesa del Inquisidor apenas conseguía disipar la oscuridad de la sala. Lanzó una rápida mirada hacia el ventanal, a través del cual no se podía ver absolutamente nada. Era noche cerrada y los nubarrones tapaban por completo la luna. Sabía que estaba lloviendo por el incesante repiqueteo de las gotas de lluvia golpeando el cristal.

—Con vuestro permiso, su excelencia. —Cogió aire, dando un par de pasos dentro y cerrando a su espalda. Olía a pergamino, a tinta y a cera quemada. Posó su mirada en sus negros ojos, tan oscuros e impenetrables como la noche tras el cristal, que la observaban tras las pequeñas gafas. Lo único que no le gustaba de su tío era que nunca podía adivinar qué pasaba por su cabeza.

—Adelante, querida —la animó él, moviendo la mano ligeramente antes de dejar la pluma sobre la mesa y reclinarse hacia adelante. Pese a su invitación, ella se quedó estática entre las sombras, sin moverse. No hacía falta que la viera—. ¿Y bien? ¿Traes noticias?

—Si no las tuviera no os habría importunado —contestó con cautela tras unos segundos. Lo vio sonreír, acentuándose las arrugas que poseía a los lados de los ojos y sobre el labio al hacerlo. La tenue luz que se reflejaba en su rostro y las sombras que dibujaban sus arrugas remarcaba aún más los estragos de la edad y el ritmo de vida que llevaba. Incluso las sombras que proyectaba más allá de sus sienes hacían que las entradas de su cabello parecieran menos profundas al mezclarse perfectamente con su pelo negro como el carbón.

—Estamos en privado, querida, puedes tratarme con normalidad —dijo él, recostándose sobre la silla—. Eres mi sobrina.

—A veces se me olvida —contestó algo más relajada.

—¿Hace mucho que regresaste de Hispania? —Escuchar el nombre de aquella nación hizo que un desagradable escalofrío recorriera su espalda. Había estado viviendo en la inmundicia, infiltrada en una banda de traficantes de armas, durante unos cuantos años. Y cuando pensó que por fin podría irse, su tío había pedido que no dejara de lado la investigación de la supuesta muerte de Angelo quien, según decía, podía ser vital para que todo su plan saliera a la perfección. Y aquello la había metido de lleno en un barco pirata, capitaneado por una de las mujeres más embaucadoras de los siete mares.

—Hace un par de días. Por fin he dado con él. Está vivo y creo que busca lo mismo que nosotros.

—Lo dudo mucho. —Su afirmación hizo que arqueara una ceja. ¿Cómo podía estar tan seguro de ello? Tullio pareció leer a la perfección su gesto, porque dejó escapar una pequeña risa de superioridad que consiguió hacerla sentir tan ilusa como cuando era una niña y comenzó a vivir en su casa—. Te recuerdo que esa información no está al alcance de cualquiera. Y aunque no me agrada saber que esa sabandija sigue viva, podría ayudarnos a dar con él antes de que lo haga Schell.

—¿Por qué es tan importante para ti? —preguntó curiosa. De puertas para fuera, la Inquisición era una organización sólida y leal a sus mandatarios, pero la realidad era que, como siempre, los que ostentaban los cargos más altos querían llegar aún más allá.

—Porque no quiero que Schell encuentre antes el tesoro que ando buscando. ¿Te imaginas a esos gestelios con un ejército mayor que el nuestro? Conoces a Schell, fue militar antes que Inquisidor y no le importa mancharse las manos como a los salvajes. A ninguno nos gustaría que tuviera más poder del que puede manejar.

—Entonces… ¿quieres que vaya a por él?

—Oh, no querida, no te preocupes. —La voz de Tullio se volvió dulce, casi paternal—. Déjalo en mis manos. Voy a guiarlo exactamente hacia donde quiero. Un poco de información, un par de ubicaciones muy golosas y Angelo estará comiendo de la palma de mi mano. Sin embargo… —Hizo una pausa mientras la miraba fijamente. No había sido casualidad que la mandara llamar nada más saber que había llegado a Pompei.

—¿Sin embargo? —preguntó, impaciente, instándole a continuar. Comenzó a dar pequeños golpes con su bota en el suelo, como si de aquel modo, inconscientemente, consiguiera que su tío hablase más deprisa y se dejara de rodeos.

—Hay alguien que quiere conocerte en persona. Ese hombre que, muy amable, te envió tantas sedas estos últimos meses. —Puso los ojos en blanco. Como tuviera que viajar desde allí hasta Luoyang se pasaría de nuevo más de un año fuera de su tierra natal. Ser Alguacil y además persona de confianza del Inquisidor podía llegar a ser agotador. Y más aún cuando todas las misiones pasaban por seducir y estar al lado de hombres cuyo respeto por las mujeres era más bien nulo. Ella había llegado hasta allí por puro esfuerzo, por sus capacidades, y aun así había seres inmundos que la consideraban una moneda de cambio o un arma con suficiente atractivo como para llevar a alguien a la perdición. Entre ellos su tío.

—Estoy cansada del viaje —dijo tajante, girándose sobre sí misma. Había escuchado bastante.

—Querida, sé que todo esto no te gusta y que te he pedido demasiado en estos últimos años. No creas que lo hago porque no te valore o porque crea que no puedes hacer nada más. Lo hago porque confío en ti y porque es necesario para tu ascenso. —Fue a abrir la boca tras girarse nuevamente hacia su tío, pero este alzó la mano antes de que pudiera decir una palabra—. La recompensa no es un puesto más alto, querida. Venettia se queda pequeña para tu luz. Tú, una Mazzoni, has nacido para lucir, para mandar, para ser alabada.

—Tío, no sé… —Él se levantó, carraspeando para dejar claro que aún no había terminado de hablar. Se acercó hacia ella, adentrándose en las sombras como un fantasma, dejando que la oscuridad se lo tragara como una sombra maligna. La misma que rodeaba su frío corazón.

—Quiero que vayas a la cita. Que te lo cameles. Que consigas hacerle creer que nadie podrá darle lo que tú le prometes. —Su voz sonaba cada vez más cerca. No podía ver más que una sombra caminando hacia ella. Sintió unos fríos dedos tomar su mentón y hacerla levantar la cabeza hacia donde supuso que estaban sus ojos—. Tu cabeza, querida niña, necesita una corona. Y yo, como tío, mentor y superior que soy pienso dártela. Tú, querida, serás Emperatriz.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Capítulo 1

El linaje de He Long

 

 

La extraña y perturbadora visión de una rosa y una calavera hizo que abriera los ojos de golpe. En sus sienes podía sentir el acelerado ritmo de su corazón mientras un sudor frío recorría su desnudo cuerpo. No recordaba si había soñado algo más, ni siquiera había tenido miedo antes de despertar, y sin embargo se sentía inquieta. Había algo en aquella calavera, algo maquiavélico, un mensaje oculto a la espera de ser desvelado. O quizá tan solo habían sido imágenes aleatorias que su cerebro había decidido juntar. Fuera lo que fuese estaba despierta, los primeros rayos del sol comenzaban a colarse por las rendijas de los ventanales de madera que mantenían a oscuras su cuarto y, pegado a su espalda, Patrick dormía plácidamente. Cerró los ojos, perdiéndose en la tranquila respiración del albiense mientras sentía el calor de su cuerpo contra el suyo. Uno de los brazos del pirata rodeaba su cintura mientras el otro reposaba sobre el colchón, bajo la almohada, rozando suavemente el brazo que la pelirroja también tenía allí. Habían pasado más de dos años desde la primera vez que se habían visto y casi desde entonces había conectado con él. No de manera romántica, ni mucho menos, sino de un modo más espiritual, tan íntimo que a veces le resultaba hasta extraño. Patrick ejercía en ella un efecto relajante, como si el simple hecho de tenerlo a su lado hiciera que una voz susurrase en su oído que todo iba a ir bien. Cuando los asuntos de Isla Rubí conseguían superarla era él quien, con paciencia, se sentaba a su lado y escuchaba sus quejas, quien la apoyaba y quien se había convertido, en poco tiempo, en su mayor confidente. Si se sentía triste, él conseguía animarla con sus historias o con tan solo abrazar su cuerpo. Era un gran amigo. Aunque aquello no quitaba, desde luego, que le gustara pasar alguna que otra noche de pasión entre sus brazos. Sus labios sabían cómo recorrer su cuerpo, sus dedos la llevaban al cielo y sus palabras conseguían que se perdiera por completo en ellas. Era el bálsamo que necesitaba para ahuyentar sus pesares. Y en aquel momento tenerlo justo a su lado estaba consiguiendo que esa intranquilidad con la que se había despertado se fuese esfumando poco a poco.

Mientras su cabeza no paraba de dar vueltas a la imagen de la calavera, con la que ya había soñado alguna que otra vez, sintió cómo su compañero se removía, apretándola un poco contra sí, y sonrió. Lentamente giró entre sus brazos para quedar cara a cara con el pirata y observó en silencio su rostro relajado, sus labios entreabiertos y su desordenado cabello desparramado sobre la almohada. Le gustaba cómo su rostro, pese a ser fino, tenía los rasgos bien marcados, resaltando en ellos sus labios y sus brillantes y dulces ojos. Hasta durmiendo parecía mantener su aire elegante y señorial. A veces le costaba creer que no fuera descendiente de nobles. Por lo poco que había contado de sí mismo, había nacido en un barco pirata, ya que su madre, de origen hispano, había sido secuestrada por el capitán —quien supuso que era su padre— durante un asalto a una ciudad costera. Con cuidado le echó un mechón de pelo hacia atrás y se reclinó a besar la comisura de sus labios, provocando que Patrick, finalmente, entreabriera los ojos.

—Perdón, no quería despertarte —susurró ella con una sonrisa. Él, aún medio adormilado, no dudó en devolvérsela mientras alzaba la mano para acariciar su mejilla. El pirata se estiró a la vez que bostezaba, atrayendo a la pelirroja contra su cuerpo con el otro brazo, antes de devolverle el beso que le había arrancado de sus más profundos sueños.

—Da igual, ya ha amanecido. ¿Dormiste bien?

—De lujo, para variar. —Soltó una pequeña risa antes de apoyar la cabeza en su pecho en cuanto él se giró para quedar boca arriba. Cerró los ojos y escuchó el tranquilo latir de su corazón, perdiéndose en él. Este junto a su acompasada respiración terminaron de disipar toda la intranquilidad con la que había amanecido. No había sido más que un mal sueño, seguro que sí.

—Sabes que deberías levantarte, ¿verdad? —Sintió los dedos de Patrick enredarse entre sus cabellos para acariciar su cabeza. No pudo evitar dejar escapar un leve gemido de gusto. De ser un gato habría empezado a ronronear.

—No me lo recuerdes, que no tengo ganas —se quejó, moviendo un poco la cabeza contra él, como si en su pecho pudiera esconderse de sus responsabilidades. Aunque sabía que no era así. Tras una pequeña risa, el pirata besó sus cabellos y golpeó una de sus firmes nalgas.

—Venga, Jacqueline, con suerte terminarás pronto todas las tareas, podrás escaparte unos días en la Zorra y se te quitará esa desgana.

Tras asumir el mando de la isla, había dejado a Íñigo al mando de la Zorra, al menos por el momento, con la esperanza de poder navegar de nuevo una vez pusiera en orden algunas cosas en Isla Rubí. Pero cada vez que conseguía terminar algo, surgía otro problema, y otro, y otro, y nunca llegaba el momento de subir de nuevo sobre ella y navegar durante meses por alta mar al lado de los suyos. Como era lógico, no quería que sus chicos mantuvieran aquella vida: no soportaba ver sus miradas de melancolía cada vez que se acercaban al puerto. Así que tras pensarlo mucho, había decidido darles vía libre para viajar con la Zorra siempre y cuando regresaran de vez en cuando a la isla y la mantuvieran informada de sus pillerías. Partieron por última vez hacía ya más de cuatro meses y habían regresado dos días atrás, y durante su ausencia no había amanecer que no mirase hacia el puerto con la esperanza de ver a sus chicos. Los echaba tanto de menos cuando no estaban allí…

—Oye, no me pongas esa cara tan larga —dijo Patrick, tomándola de la barbilla y obligándola a alzar el rostro. Pero para sorpresa del pirata, Jacky alzó una de sus manos y, con los dedos, apretó sus mejillas, obligándole así a poner morritos y poder besar sus labios, entre risas.

—Una cosa es que eche de menos el mar, y otra muy distinta que vaya a ponerme a llorar cual doncella. Anda, saca ese culito de mi cama antes de que me plantee cerrar con llave y no dejarte salir en todo el día —bromeó entre risas mientras se incorporaba.

—¿Ese tipo de cosas no debería decirlas yo de ti, mi reina?

—Parece mentira que no sepas cómo soy teniendo los padres que tengo. Lo que aún no tengo muy claro es cómo eres tú. ¿Prefieres ser el cazador o el cazado? —Patrick besó nuevamente sus labios, esa vez apasionadamente para acallar sus palabras, antes de bajar de la cama en dirección a la pequeña estancia donde tenía la tina de agua, seguido de la pelirroja. Ambos se quitarían el olor a sexo de la noche anterior y comenzarían, por fin, un nuevo día de trabajo.

Isla Rubí había crecido tanto que parecía un pequeño pueblo pesquero como otro cualquiera, salvo porque de no ser pirata se corría el riesgo de perder hasta los calzones antes de bajar al puerto. Tenía sus leyes, claro estaba, y se castigaban los delitos mayores con penas de encarcelamiento, pero mucho ruido había que hacer para que el cuerpo de guardia, capitaneado por Daphne DeLion, moviera un solo músculo. A veces Jacky tenía la sensación de que tan solo reaccionaban si estaba cerca alguno de los grandes capitanes. La creciente cantidad de habitantes de la isla había propiciado la creación de un mercado en una plazoleta cercana al mal llamado palacio, pero el negocio más floreciente allí eran las tabernas, ya que el noventa por ciento de los piratas pasaban sus días comiendo, bebiendo y gozando de la compañía de las bellas y pícaras jovencitas, y de los atractivos y fornidos muchachos que habían decidido ejercer allí el más viejo de los oficios.

Alrededor de todos estos negocios se habían levantado pequeñas casas de piedra y adobe donde se habían asentado aquellos a los que la vida en el mar no les satisfacía, e incluso algún que otro descendiente de antiguas familias nobles que se habían visto obligados a huir por su relación con la magia. Allí, en Isla Rubí, eran libres. No se penaba el uso de la magia, siempre y cuando no se utilizara para atacar o herir a alguien. La Inquisición no podía meter mano en sus asuntos, como no lo podía hacer en el mar pese a sus muchos intentos. No debían vivir ocultos, temiendo ser descubiertos y sentenciados por el simple hecho de poseer un don. Los primeros en dejar a la vista sus capacidades habían sido algunos de los tripulantes de Alewar que, al igual que Eitlim, habían desarrollado la capacidad de convertirse en animales, lo cual no dejaba de sorprender a la joven reina. El barco del varego parecía un circo ambulante más que una tripulación de rudos marineros.

Por otro lado sus padres mantenían una relación cordial, pero era bastante extraño verlos juntos —al menos en público—. Había descubierto alguna vez a su padre con la mirada fija en el horizonte y con una expresión entre seria y melancólica, como si navegara por sus recuerdos. Sin embargo Sasha se pasaba más tiempo con Adelinne que con cualquier otra persona. Parecían llevarse mejor que bien, y cuando a aquella pareja se le unía Gloria era mejor andar lejos, y más si se era un rudo y apuesto pirata. Tenían más peligro que tres ardientes y jóvenes cortesanas, ya que a la elegancia y sensualidad natural de Gloria, había que unirle la poca vergüenza de la que hacían gala Sasha y Adelinne. Aunque Jacky tenía que reconocer que sabían divertirse mucho más que ella, Elaine. Sin embargo, prefería mantenerse en sus asuntos o dar largos paseos por la playa acompañada de la joven reina o su segundo de abordo. Pese a la calma de la isla, parecía estar siempre alerta, a la espera de que los tiempos cambiaran de algún modo. No era extraño escucharla decir que la Inquisición atacaría algún día, que buscaría la forma de mantener el mar y las naciones libres bajo su yugo.

A Jacky aquella calma no terminaba de tranquilizarla tampoco. Desde el incidente con DiLoup, dos años atrás, la pelirroja había estado dándole vueltas al asunto pese a las continuas charlas con Patrick, el cual no dejaba de intentar que se relajara y cerrara ese amargo capítulo de su vida. Era cierto que Leonardo le había guiado hasta allí para vengarse por lo sucedido, pero no dejaba de resultar curioso que ese bastardo hubiera tenido la suerte de ser rescatado por el cazador. ¿Y si DiLoup no los buscaba a ellos? En más de una ocasión se había preguntado si en verdad había ido hasta la isla porque supiera que todos estaban allí o por algún otro motivo. Habían pasado dos años y, pese a algún que otro encontronazo con aspirantes a cazadores de piratas y algún marinero perdido en alta mar, no había habido indicios de que otros renombrados cazadores, o incluso alguna partida de soldados enviados por la Inquisición, estuvieran buscándolos a ellos. Entonces… ¿por qué DiLoup tenía tanta fijación con la isla?

 

Jacky salió de sus aposentos una vez se hubo vestido. Pese a pasar gran parte de sus días encerrada entre aquellas paredes, nunca descuidaba su atuendo. Seguía realzando sus atributos con ajustados corsés, escotes de infarto y pantalones que remarcaban sus sinuosas curvas. Había cortado su pelo, dejando atrás aquella larga melena que le daba un aire más juvenil para lucir una corta melena capeada, algo despeinada, manteniendo el flequillo al lado tapando ligeramente su ojo derecho. Y aunque aún tenía aquella mirada pícara y traviesa, y los arranques emocionales que la hacían actuar antes de pensar, había algo en su rostro y en su porte que dejaba ver que la joven pelirroja que una vez les hizo vencer casi sin querer, había empezado a madurar. Su vida había tomado por fin rumbo. Quizá no el que ella hubiera querido o pensado en un principio, pero al menos sí uno bastante claro. Como capitana de la isla, de aquella gigantesca tripulación, quería mantener su libertad y dejar todo bien atado para poder salir a conocer mundo, para coger su preciada Zorra algún día y llegar hasta las tierras orientales, probar sus especias, vestir sus sedas y perderse entre sus idílicos paisajes. Long siempre le había contado cómo era su nación, los grandes campos de arroz, las edificaciones de madera, los jardines que se perdían en el horizonte y sus altas murallas. Algún día, deseaba constantemente, viajaría tanto como lo había hecho su madre.

—¡Jacky! —Apenas hubo terminado de bajar los últimos escalones hacia la entrada del edificio, Eitlim se lanzó a los brazos de la mujer, tan efusiva como siempre. Acostumbrada ya a ella y a Ytzria, la pelirroja la acogió entre sus brazos, manteniendo el equilibrio pese a la fuerza con la que la joven pajarita se había precipitado contra ella.

—Buenos días, Eitlim. ¿Dormiste bien? —Acarició suavemente su cabeza, sintiendo el sutil y placentero cosquilleo de su cabello y las pequeñas plumas entre sus dedos. La muchacha apartó el rostro de su cuello, donde lo había hundido de manera mimosa, para poder mirarla a los ojos con aquella curiosidad tan similar a la de los jóvenes pajarillos. Asintió con efusividad, esbozando una amplia y feliz sonrisa en sus labios.

—¡Muy bien! —exclamó con entusiasmo, dando un par de palmaditas tras soltarse de la reina, alegremente—. ¿Sabes dónde está mi capitán? Porque llevo un rato buscándolo y no lo veo. Aunque claro, si lo hubiera visto no te lo habría preguntado. ¡Menuda cabeza la mía si no! —Jacky no pudo evitar soltar una pequeña risita. Eitlim no había cambiado nada desde que la había conocido, y aquello le gustaba. Tenerlas a Ytzria y a ella cerca conseguía ponerla de buen humor. Era como tener a dos niñas pequeñas llenando las salas de alegría, alboroto y pequeñas travesuras. Cuando aparecían por alguna de las habitaciones, le daban un toque de color a esos días tan grises y monótonos en los que el trabajo le salía por las orejas.

—¿Has salido a ver si está cortando leña en la parte de atrás del palacio? Sabes que le gusta mucho ir ahí.

—¡Es verdad! Si me dijo ayer que iba a cortar leña y a cazar cuervos.

—Querrás decir ciervos.

—¡Eso es! Jolín, el idioma común es muy complicado. Todas las palabras se parecen —se quejó, hinchando un poco los mofletes de manera infantil. Jacky sonrió, le apretó los mofletes para que soltara el aire y luego besó uno de ellos, lo que hizo a la varega soltar una risita.

—Vete a buscarlo y dile que venga, que tengo un par de cosas que comentar con él.

—¡A tus órdenes! ¡Luego te veo, Jacky! —Con un salto y un elegante movimiento, se transformó en un precioso halcón blanco en el aire, girando sobre sí misma y saliendo por uno de los grandes ventanales de la entrada, perdiéndose poco después al ascender hacia el cielo. «Ojalá pudiera volar tan libre algún día», pensó la pelirroja antes de dirigirse hacia la sala de reuniones.

Cuando terminó de bajar los últimos escalones, concienciada de que tendría un nuevo y aburrido día de trabajo, los portones del palacio se abrieron de par en par, entrando un par de soldados a las órdenes de Daphne. Por lo agitado de sus respiraciones, habían llegado hasta allí corriendo. Por un segundo sintió su corazón detenerse.

—¡Mi señora! ¡Hay una flota de barcos a varios kilómetros de la costa! ¡Son al menos un centenar! —exclamó uno de ellos tras cuadrarse delante de Jacky. La mujer frunció el ceño, descolocada. Era bastante normal que llegaran grandes capitanes seguidos de sus aliados, pero nunca una flota tan grande.

—¿Reconocéis la bandera?

—No, señora, aunque la capitana DeLion afirma que parecen barcos luones. —Barcos de oriente. A la pelirroja aquello consiguió descolocarla más. Si fuera Long no habrían ido a buscarla, y hacía al menos un año que no habían tenido noticias de ella. ¿Era acaso un mal augurio?—. Mi señora…

—Tú vuelve al puerto. Si mandan un emisario con una petición formal para atracar tráela aquí. Pero dile a la capitana DeLion que no baje la guardia y que ante cualquier movimiento extraño no dude en dar la voz de alarma. Y que preparen el Atronador por si hiciera falta abrir fuego desde la muralla —le dijo al primero que había hablado, el cual, tras hacer una reverencia un tanto exagerada, se giró y salió de nuevo a la carrera—. Y tú —continuó, dirigiéndose al segundo—, ayúdame a buscar a los capitanes. Quiero reunirlos en la sala antes de salir ahí fuera.

—Sí, señora —dijo el soldado, haciendo también una reverencia y saliendo en busca de todos aquellos que pudieran estar en las inmediaciones. Lo más probable, pensó Jacky, era que fuera del edificio tan solo estuvieran Alewar y Sasha, pero prefería no tener que ir buscando uno por uno a todos ella sola.

 

Minutos después los capitanes ya estaban sentados alrededor de la mesa de la sala de reuniones, con la mirada fija en una gran cesta de mimbre, toda ella adornada por cojines, telas de seda y encajes, que reposaba en medio de la misma. Dentro de esta había un pequeño cachorro de Shih Tzu1 que miraba a todos con sus grandes ojos oscuros, moviendo el rabito e intentando salir de la enorme cesta. De repente Alewar, que miraba intensamente al cachorro, emitió un pequeño gruñido que llamó la atención del animal, el cual, animado, se lo devolvió de manera tierna.

—Sabes que te han regalado el que iba a ser el almuerzo de hoy, ¿verdad? —dijo convencido, mirando fijamente a Jacky a los ojos, la cual le devolvió la mirada cansada de sus chiquilladas.

—Qué agradable, Alewar.

—¡Pero si va en serio! —se quejó el hombretón, gruñendo de nuevo al perrito, el cual le devolvió un ladrido mientras intentaba salirse del cesto una vez más—. ¿Lo ves?

—Lo de hablar con los animales como broma bien, pero hace mucho que ya no cuela, Alewar —dijo Adelinne entre risas, tamborileando sobre la mesa para llamar la atención del cachorrito. Este, en cuanto consiguió salir de la cesta, corrió hacia ella para intentar mordisquearle los dedos, corriendo tan emocionado que al frenar cayó de lado, quedando patas arriba y moviendo nerviosamente las patitas mientras gruñía.

—Mierda —murmuró el varego, burlón, mientras se reacomodaba sobre su asiento—. En fin, ¿qué hacemos con esos barcos?

—Aún tenemos el cañón Eiseno que le quitamos a DiLoup —dijo Alastair, cruzándose de brazos y mirando fijamente a Jacky. Esta, incómoda, dejó escapar un largo suspiro. Aunque había mandado que lo prepararan, no quería ponerse en lo peor y menos después de que el capitán de la flota enviara una petición formal para acercar el navío principal a la isla junto con un presente como aquel. Pero toda precaución, tras lo de DiLoup, era poca.

—Ya pedí que lo tuvieran preparado —dijo por fin, mirando después hacia Alewar y Robert—. Vosotros dos, preparad a vuestros mejores hombres para que protejan los alrededores del palacio. Intentad que todo parezca normal, no me gustaría que cundiera el pánico. Si ya hay incidentes cuando ocurre en una taberna portuaria, imaginad si lo hace en una isla plagada de rufianes.

—¿Qué le digo al emisario entonces, cielo? —preguntó Sasha, jugueteando con el pergamino enrollado entre sus dedos sin quitarle ojo al pequeño cachorrito, el cual parecía haber hecho buenas migas con Adelinne.

—Que tienen mi permiso y que iremos a recibirles al puerto. —La mujer asintió y salió tranquilamente de la sala, momento en el cual Jacky se levantó, instando al resto a que hiciera lo mismo—. Vamos a ver qué se traen entre manos esos luones.

 

Cuando por fin llegaron al puerto vieron una enorme fragata que se acercaba lentamente hacia ellos, virando su rumbo hacia el único lugar donde aquel monstruoso barco podía atracar. Era mucho más grande que el Therion e incluso que el barco de Alewar —de hecho ambos parecían simples carabelas a su lado—, y donde el primero era oscuro y tan regio como su capitán, el que se acercaba gozaba de unas preciosas y carísimas velas, coronadas por la bandera con el emblema del emperador dibujado en ella. El mascarón de proa tenía la forma de un extraño león que Jacky no pudo identificar, de vivos colores y con lo que parecían cristales engarzados en algunos de los detalles más llamativos, haciéndolos brillar con la luz del sol. Tenía cuatro largas filas de escotillas, cerradas en ese instante, para sacar los cañones tanto a babor como a estribor, y sobre cada una de ellas había una fina línea dorada con letras luonas de un vibrante color rojo. Era ostentoso, colorido y la mar de llamativo: un barco que no podría pasar desapercibido en un puerto.

—¿Crees que se han perdido y por eso han venido a parar aquí? —preguntó Jacky en un susurro a su padre, quien simplemente se limitó a encogerse de hombros sin apartar la vista de sus nuevos visitantes.

—Ni idea, pero… ¿has visto la cantidad de barcos que vienen con él? Hay por lo menos un centenar. Sea lo que sea, si han salido de Luoyang es por algo gordo. Y quien vaya en ese barco tiene que ser alguien muy importante. —Jacky escuchaba atentamente a su padre, pero tampoco perdía detalle de lo que ocurría en el puerto. Al atracar el barco no tardó en bajarse la pasarela por la que descendió una enorme tropa de soldados, todos en formación y con trajes que Jacky jamás había visto, caminando al unísono y con la mirada puesta al frente. Con un simple golpe del que parecía el cabecilla, todos se detuvieron a pocos metros de Jacqueline y los capitanes, separándose en dos filas para formar un largo pasillo por el cual comenzó a desfilar un nutrido grupo de jovencitas, todas ellas vestidas con finas sedas y cubriendo todo el suelo con pétalos de flores frescas. El aroma de las mismas no tardó en llegar hasta ellos, alzándose incluso por encima del olor a mar.

—No sé quién será este tío, pero espero que esas muchachas vengan hambrientas, porque tengo un buen… —Adelinne golpeó con fuerza el estómago de Alewar antes de que pudiera continuar.

—Cierra la puta boca, oso. No es momento para empezar con tus tonterías —le regañó la mujer. Jacky les miró un instante y no pudo evitar una pequeña risa ya que, si quisiera, Alewar podría mandar a volar a su madre de un solo manotazo. Sin embargo él asintió y alzó las manos como un chiquillo inocente.

—Jacqueline, mira al frente —susurró Alastair a su izquierda, lo que hizo que se tensara y se girase de nuevo, adelantándose un par de pasos para quedar a la cabeza del resto de los capitanes.

El grupo de muchachas se había apartado del camino, dejando paso al que parecía ser el responsable de tanto teatro. Descalzo y cubierto con más sedas que cualquier luon que hubiera conocido, descendió un hombre que pocos años parecía sacarle a la pelirroja. Su cabello negro, lacio, caía a los lados de su rostro y por su espalda hasta la mitad de su torso, contrastando con la palidez de su piel. Su rostro era mucho más fino que el de los hombres que solía frecuentar y más pálido, por lo que estaba segura de que no pasaba muchas horas bajo el sol. Era esbelto, de porte regio y, pese a la cantidad de ropa que llevaba encima, su andar era tan firme como el de Alastair o su padre. Como contraste a todo aquello, sus rasgados ojos castaños miraban todo con curiosidad, como un niño que descubre por primera vez una sala de juegos. A medida que se acercaba, caminando sobre los pétalos de flores, su mirada se paseó por los capitanes hasta que, por fin, se cruzó con la de ella. Por un momento pensó que se estaban mirando con la misma curiosidad y fascinación, lo que hizo que esbozara una media sonrisa que él no dudó en devolverle. Hasta que algo más captó su atención: detrás de él, vestida casi con la misma cantidad de ropa, con un peinado tan recargado como el que llevaba la primera vez que la vio y con la cara tan roja como un tomate estaba Long. Y eso los descolocó por completo a todos.

—Así que vos sois la soberana. —La suave voz del luon volvió a atraer la atención de Jacqueline, que asintió con un leve movimiento de cabeza, volviendo a esbozar una relajada y cordial sonrisa. Hablaba a la perfección la lengua común, como Long, pero su acento luon era mucho más remarcado—. Me alegra ver que no sois tan bárbaros como dicen los mercantes.

—Yo no hablaría tan rápido —bromeó ella, casi sin pensar, lo que provocó que Alastair carraspeara a modo de leve regañina—. Disculpad mis malos modales —dijo recomponiéndose—. Soy Jacqueline Laurent, capitana de Isla Rubí, y estos son los miembros de La Hermandad y mis más fieles consejeros. —Pasó su mirada del nuevo invitado hacia la luona, que permanecía en un discreto segundo plano, dedicándole a ella una tierna sonrisa—. Capitana Long, bienvenida a casa. —La muchacha dio un respingo al escuchar su nombre y asintió, tímida, mirando hacia otro lado.

—Yo soy Shang Fon, hermano de su ilustrísima iluminada Emperatriz de Luoyang. —Hizo una reverencia, muy leve, la cual la pelirroja le devolvió sin dudar—. Ya veo que conocéis a mi sobrina. Espero que no os haya dado ningún problema. —Todos contuvieron la respiración al escucharle, Jacky incluida, mientras que Long se llevaba las manos al rostro, totalmente avergonzada. Shang, entre sorprendido y divertido por la reacción de los presentes, dejó escapar una leve risa, girándose para mirar a su sobrina—. Vaya, ¿no lo sabían? Creo que he arruinado la sorpresa.

—Long… es decir, vuestra sobrina nunca ha dado ningún problema, alteza —dijo Jacky tras recomponerse un poco de la impresión. Hacía dos años que conocía a Long y había pasado muchas horas a su lado. Por sus maneras, su forma de hablar y su altivez al dirigirse a sus hombres suponía que era descendiente de una familia de nobles, como muchos de los miembros de La Hermandad, pero jamás pudo imaginar que aquella pequeña pirata, que aquella chiquilla pálida de mirada fiera pudiera ser la hija de la Emperatriz. Eso significaba que, de ser hija única, era la heredera de todo un Imperio.

—Mi sobrina es un orgullo para nuestra familia. Tan joven y tan capaz —dijo Shang con cariño, volviendo la atención a la pelirroja—. Nos ha hablado mucho de este lugar, aunque admito que no me lo imaginaba tan pintoresco. Tiene un aire… rústico muy curioso.

—Supongo que esto no es algo que acostumbréis a ver en vuestras tierras. —Sonrió la mujer—. Viendo que Long viene con vos, supongo que habréis venido a hacer una pequeña escala antes de continuar hacia vuestro destino. Si me lo permitís, os acompañaré al palacio y allí prepararemos una estancia para vos.

—En realidad, capitana Laurent, acabamos de llegar a nuestro destino.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1- El Shih Tzu es una raza de perro originaria de China, a los cuales se les arreglaba para que se parecieran a los leones (de ahí su nombre «perro-león»)

 

 

 

 

 

Capítulo 2

La magia del rubí

 

 

Shang había aceptado la invitación de quedarse en el palacio con unos cuantos sirvientes y soldados pese a la insistencia de sus hombres de confianza para que regresara a sus aposentos en el barco. El luon parecía más que encantado de cambiar sus lujosas sedas y su ostentosa ornamentación por una sencilla habitación de invitados, tan grande como la de cualquiera de los demás capitanes, pero sin apenas decoración. Aquel primer día entre ellos todo parecía divertirlo y fascinarlo, preguntaba por todo aquello que le resultaba interesante e incluso se mezclaba en alguna que otra ocasión con la gente del servicio perdiéndose de vista, algo que a Long no parecía agradarle —cada vez que su tío desaparecía, la jovencita bufaba hastiada— y que sin embargo a Jacqueline le parecía divertido. Había algo que preocupaba a la pelirroja: el luon había dicho que habían llegado a su destino, y eso le daba a entender que estaban buscando algo en Isla Rubí.

—¿Y qué crees que busca? —preguntó Soren, dándole un largo trago a una botella de ron. Sabía que aquella noche iba a tardar horas en dormirse, así que para no pasarlas sola dando vueltas en la cama o volver a molestar a Patrick, Jacky había decidido bajar a la Zorra y estar con los suyos, sentir que, por un segundo, volvía a ser la que fue. Allí, sentada en la cubierta del barco con una botella de ron en la mano y con Ytzria recostada sobre su regazo, se sentía más libre y más ella que nunca.

—No lo sé —contestó la pelirroja, acariciando la larga melena de la muchacha, que dormitaba felizmente. El tirador estaba sentado a su derecha, ensamblando piezas de a saber dónde para fabricar otra de aquellas armas chapuceras que solía utilizar y que se desarmaban tras el primer disparo. Karen escuchaba la conversación en silencio sentada sobre unos barriles vacíos, compartiendo su bebida con Nadhir. Viktor y Tabitha se habían quedado en el palacio aquella noche, ya que desde que la pelirroja había decidido que la varega fuera su médico de confianza, los dos se habían mudado a una pequeña habitación, permaneciendo en el edificio siempre y cuando la Zorra estuviera anclada en el puerto—. Es obvio que el rubí no. Long conoce toda la historia, así que…

—¿Crees que hay algo más allí abajo, capitana? —preguntó Karen antes de que Soren pudiera hacerlo, dejando al pobre tirador con la palabra en la boca y una expresión de lo más cómica.

—Yo ya me espero cualquier cosa. Con la cantidad de leyendas que hay en el mar… —resopló la pelirroja.

—Pues el rubí debía de llevar siglos ahí. Quizá haya alguna cosa más. Eso sí, si el volcán ha estado inactivo tanto tiempo, cualquier día de estos se tira un pedo y nos vamos todos a la mierda —se burló Karen, ligeramente nublada ya por el alcohol. Jacky, al escucharla, sintió un escalofrío de terror. ¿Y si de verdad llegaba a pasar eso?

—Joder, Karen, no digas esas cosas, que ya conoces lo susceptible que es la capitana —apuntó Nadhir.

—¡Eh! ¡Que estoy delante, joder!

—Perdón, capitana, pero no me puedes negar eso. Ya te has imaginado lo que ocurriría si pasara. —Jacqueline soltó un resoplido como respuesta, lo que hizo que Nadhir riera—. ¿Lo ves?

—Bueno, vale, que sí, pero ese no es el tema, joder.

—¿Y por qué no esperas a mañana y le preguntas al pintamonas ese? —preguntó Karen, balanceando tranquilamente las piernas—. De nada te sirve estar preguntándotelo aquí, con nosotros, mientras te pones ciega a ron. Solo vas a acabar muy borracha y sin respuesta alguna. Disfruta de la noche, bebe, folla si quieres, y mañana montas una de tus reuniones y que cante delante de todos. —La gala miró fijamente a su tripulante entrecerrando los ojos, como sopesando sus palabras. El alcohol ya empezaba a nublar un poco sus pensamientos, por lo que tardó unos segundos de más en ver que era la opción más lógica. Asintió levemente, esbozando una amplia sonrisa después.

—Si es que… No sé qué haría sin vosotros, chicos.

—Madurar más lento de lo que ya lo haces —bromeó Nadhir, lo que provocó que Jacky se quitara una de sus botas y se la lanzara a la cabeza. El iskando la esquivó fácilmente, rompiendo a reír a carcajadas junto con Karen mientras la bota se perdía en la oscuridad de la cubierta. Al momento los demás se unieron a las carcajadas. Karen tenía razón. ¿Por qué desperdiciar el tiempo cavilando si podía pasar aquellos preciados minutos sintiéndose libre al lado de su familia? Ya habría tiempo de saber qué se traían los luones entre manos.

Entre risas y anécdotas estaban cuando por la pasarela subió Íñigo. Al principio, cuando le vio tambalearse, pensó que regresaba de pasar una buena noche en una de las tabernas rodeado de alcohol y mujeres. Alzó la botella de ron hacia él, sonriendo, invitándolo así a unirse.

—¿Qué, Íñigo? ¿Has clavado bien tu estoque esta noche? —preguntó entre risas la pelirroja, risas a las cuales no tardaron en unirse los demás. Pero en cuanto el hispano entró en la zona más iluminada de la cubierta, donde se encontraban ellos, las risas se congelaron y sus expresiones pasaron a ser de sorpresa. Su camisa blanca estaba teñida de rojo y se sujetaba el brazo izquierdo con la mano. Tenía manchas de sangre dispersas por el resto de la ropa e incluso le habían partido el labio, del cual caía un pequeño reguero de sangre que manchaba su desarreglada barba—. ¡Joder, Íñigo! —Jacky se levantó rápidamente, apartando a Ytzria del regazo. Toda la alegría y el subidón que le habían provocado el ron y las bromas de sus compañeros se esfumaron de golpe. Karen se bajó de un salto del barril, corriendo hacia la pasarela para ver si alguien le había seguido hasta allí, pero por su expresión dedujo que no había nadie más.

—¿Qué ha pasado? —preguntó Nadhir, el cual se acercó también con rapidez, agarrándolo con cuidado de los brazos, cosa que Jacky aprovechó para ir quitándole la camisa.

—Karen, por favor, ve corriendo a buscar a Tabitha y dile que venga. La necesitamos aquí —ordenó la pelirroja. La joven pícara asintió y bajó por la pasarela a la carrera, perdiéndose en la oscuridad.

—Me han tendido una trampa, joder… —gruñó el hispano, dejándose caer sobre una ajada silla que Soren había acercado—. Un mocoso me dio una nota cuando salía de la taberna para venir aquí. Me citaban en el callejón que hay tras el Cachalote borracho.

—¡Tú eres gilipollas! —exclamó Jacky, frunciendo el ceño—. ¿A quién cojones se le ocurre ir en plena noche a una cita como esa? ¡Íñigo, joder!

—¡Querían hablarme de Nuño! —exclamó el hispano, alzando la mirada, rabiosa, hacia su compañera—. ¡En la puta nota hablaban de él! —Por un instante se hizo el silencio mientras capitana y segundo de a bordo se sostenían las miradas en una lucha silenciosa. Apretó los puños para aguantarse las ganas de cruzarle la cara de un guantazo, como haría con un niño, pero al final resopló largamente, terminando de quitarle la camisa y provocando que él se quejara de dolor.

—¿Aún sigues con eso? Leonardo murió, y Nazzaro también. ¿Qué más quieres?

—¡No lo sé, joder! Fui con la intención de averiguar… No sé, algo. Quizá algo que de verdad me hiciera sentir que vengué su muerte. Pero ese hideputa se me lanzó y me metió una cuchillada en el hombro. Por suerte apenas me clavó el arma, fui rápido y acabé con él. Parecía un simple ratero al que contrataron para el trabajo.

—¿Y conseguiste averiguar algo? ¿Llevaba alguna cosa encima que te diera una pista sobre quién le envió? —preguntó Jacky, arrancando una manga de la camisa del hispano y empapándola en ron. En cuanto rozó la herida para limpiarla, este soltó un alarido seguido de varias maldiciones—. Venga, hombretón, no te me quejes ahora que de peores has salido.

—Bruta —gruñó, recuperando el aliento perdido por la impresión—. No encontré nada, estaba limpio. Tan solo me llamó la atención el tatuaje que llevaba en el brazo: Una rosa con una calavera. —Jacky sintió un escalofrío y, por un instante, se quedó blanca y completamente estática. ¿La marca del sueño? Tenía que estar bromeando.

—¿Te suena, capitana?

—¿Eh? —Escuchar la voz de Nadhir hizo que volviera en sí, negando a la vez que fruncía ligeramente el ceño—. No, no me suena. Al menos sé que no pertenece a ninguna tripulación que haya pisado esta isla. —Aquello no terminó de convencer a Íñigo, que miró a la pelirroja con las cejas arqueadas—. Escucha, mañana intentaré enterarme de algo. Tengo una reunión con los capitanes y el inesperado invitado, así que cuando acabe le consultaré a alguien. Quizá podamos sacar algo de esa marca.

Tabitha y Karen no tardaron mucho en regresar al barco, así que en cuanto la varega se puso manos a la obra para terminar de desinfectar y coser la herida de Íñigo, con una buena regañina de por medio por no quedarse quieto, Jacky decidió regresar al palacio con Soren como escolta. La rosa y la calavera. Haber soñado con esa desconocida marca y que alguien con ella tatuada hubiera atacado a uno de los suyos no podía ser una coincidencia. ¿Y si su subconsciente intentaba decirle algo? ¿Y si en verdad conocía la marca, pero no lograba recordar de qué? Fuera lo que fuese lo averiguaría.

 

Al día siguiente y tras desayunar copiosamente, como siempre, la pelirroja se dirigió hacia la sala de reuniones donde había citado a Shang y al resto de los capitanes. Cuando abrió la puerta se encontró con que su padre y Alastair ya estaban allí sentados. Tanto Robert como él se habían puesto las mejores galas para aquella reunión tan formal, lo cual dejaba el aspecto de Jacky, mucho más modesto, más cercano al de una campesina que al de una reina. Cosa que, por otro lado, le daba exactamente igual. Los pocos segundos que los dos hombres tardaron en girarse hacia ella los aprovechó para detenerse en Alastair, en su perfil, en su mandíbula cuadrada y su postura regia. El cabello, perfectamente peinado hacia atrás, dejaba a la vista su ojo, de mirada gélida como el hielo, y su rostro enmarcado por una fina barba de dos días. Esbozó una leve sonrisa cuando la mirada del gestelio se cruzó con la suya, dedicándole un coqueto pestañeo que el hombre pasó por alto. Casi con desgana volvió la mirada hacia Robert, quien no tardó en hacer amago de salir corriendo hacia su hija.

—Ni se te ocurra. Hay que guardar las formas, papá. —El gesto del capitán, cercano al de un perro apaleado, hizo que sonriera. Se acercó hacia él y besó su mejilla tras abrazarlo antes de continuar su camino hasta su asiento—. ¿Vosotros sabíais lo de Long? —preguntó en cuanto se acomodó, cruzando las piernas bajo los faldones. Los dos capitanes hicieron lo mismo, tomando posición en sus habituales asientos: cada uno a un lado de la reina.

—A ver, hija, una luona chupa arrozales no llevaría esas sedas, desde luego, pero no me esperaba… coño, que no me esperaba que fuera hija de la Emperatriz —contestó Robert.

—Mira que eres animal —gruñó Alastair, negando—. Yo algo me olía por sus habilidades. Antes de reunirnos por primera vez en Isla Rubí y que deshiciera la mesa por un golpe de rabia, ya me había cruzado con ella en un par de ocasiones —comenzó a narrar. Jacky se acomodó en su asiento, escuchando atentamente al capitán, que parecía tener la cabeza inmersa en sus recuerdos, con la mirada perdida en algún punto por encima del hombro de Robert—. Cuando nos encontramos en Sofía hace casi cuatro años, uno de los cazadores de la Inquisición nos encontró e intentó atraparnos. Fue la primera vez que vi a una muchacha de la edad de mi hija lanzar por los aires a una decena de hombres a la vez, sin apenas tocarlos.

—¿En serio? —Jacky abrió los ojos como platos. Sí, ella la había visto desintegrar una mesa en segundos, y estaba segura de que podría hacer mucho más que eso, pero jamás imaginó algo semejante.

—Eso sí, parecía sorprendida de sí misma, como si nunca antes lo hubiera hecho. Creo que reaccionó por miedo.

—Aun así me parece impresionante —susurró la pelirroja.

—Siempre ha habido rumores sobre la Familia Imperial y su comunión con la magia, pero no tenía nada seguro. Tampoco me extraña que la Familia Imperial esté dentro de La Hermandad teniendo en cuenta que el último miembro es el Rey de Iskandaria. La familia real iskanda siempre ha tenido voz entre los nuestros.

—¿En Luoyang e Iskandaria no está prohibida la magia? —preguntó Jacky, bastante sorprendida.

—La Inquisición no ha llegado a poner sus zarpas allí, por lo que el terror por la magia y las leyes que condenan a quienes hacen uso de ella no existen —explicó Alastair—. Y por el bien de Luoyang e Iskandaria, espero que jamás lleguen a eso.

—Pueden usar la magia sin miedo… —susurró ella, más para sí que para Alastair y su padre. Cuando ella había nacido la magia ya estaba prohibida. Y cuando lo hicieron sus padres, y sus abuelos… El uso de la magia era castigada con la muerte en occidente desde hacía siglos, y las personas que habían nacido con ese don o lo ocultaban o vivían en el mar. Pensar en que había lugares en el mundo, tierra firme, donde la magia se consideraba un don y no una maldición era como un sueño.

No a mucho tardar el resto de capitanes fueron entrando en la sala, incluyendo Adelinne y, como era lógico, el noble luon, el cual reía las bromas de algunos capitanes durante la espera. En silencio, Jacky lo observó desde su asiento, siempre manteniendo su media sonrisa formal y su pose relajada. Sus ropajes, aunque elegantes y exóticos para ella, ya no eran tan ostentosos como los del día anterior, y pudo observar mucho mejor lo que había bajo todas aquellas carísimas sedas. Su piel era casi tan pálida como la de Long, y ahora que se paraba a observarlo, pudo ver el parecido entre ambos. Al contrario que el resto de capitanes, sus facciones eran finas y su mandíbula más bien afilada, al igual que su nariz. Sus ojos almendrados parecían dos pozos de oscuridad que, aunque hacían juego con su largo cabello, contrastaban con su amplia sonrisa. Un par de veces sus miradas se cruzaron y se dedicaron sendas sonrisas cordiales, pero había algo que a la pelirroja le escamaba, y es que había una pregunta que no había parado de rondarle por la cabeza, y sería la primera que formularía en cuanto comenzara la reunión.

En cuanto todos los capitanes estuvieron en sus asientos, las puertas de la sala quedaron cerradas y flanqueadas desde fuera por un nutrido grupo de soldados de DeLion. Poco a poco las voces de los capitanes fueron perdiendo fuerza, dejando la sala en silencio en cuanto Jacqueline carraspeó, llamando así la atención de todos. Era su turno de hablar.

—Bien, alteza, vuelvo a darle la bienvenida a nuestra pequeña isla. Espero que su estancia aquí sea agradable. No acostumbramos a tener personas de vuestra escala social por aquí. —Esbozó una sonrisa que el noble le devolvió, inclinando la cabeza un poco—. Pero como capitana de este gran navío debo preguntaros qué os ha traído hasta aquí exactamente.

—Hemos hecho este largo viaje buscando un antiguo artefacto mágico de Luoyang —explicó Shang, sosteniendo la mirada de la mujer—. Hace muchos siglos nuestros antepasados lo dejaron aquí, y he venido a recuperarlo.

—¿Aquí? ¿En esta isla? —Por el rabillo del ojo pudo ver cómo Long se removía en su asiento ligeramente mientras el ambiente de la sala se volvía mucho más tenso.

—Así es. En esta isla, sostenido en el centro del durmiente volcán y protegido por distintas trampas para evitar que alguien llegara hasta él. Seguro que sabéis a qué me refiero. —Todos en la sala contuvieron el aliento, incluida ella, que se giró hacia Long. La capitana se encogió en su asiento, haciéndose más pequeña, como si quisiera desaparecer de allí. ¿Es que no le había contado nada?—. Veo preocupación en vuestros ojos, mi señora. ¿Qué sucede?

—Hace más de dos años, cuando llegué por primera vez a esta isla, lo hicimos buscando una reliquia, una joya tras la cual iba alguien despreciable. Si ese artefacto es el conocido Rubí de Sangre lamento deciros que fue destruido durante la revuelta. —Pudo escuchar a DeLion revolviéndose a su lado y por un momento sintió el impulso de alargar la mano para posarla sobre la de él. Sin embargo, en vez de hacerlo cogió aire, conteniéndose y apretando los puños para mitigar el cosquilleo de sus dedos. Aquel gesto podría ser visto como una debilidad y era lo que menos les convenía en ese momento.

—Oh, pues sí… debe ser ese, sí. —Asintió el luon, manteniendo la sonrisa. Pese a los carraspeos y la notable incomodidad de los presentes, Shang permanecía tranquilo, frotándose la barbilla, pensativo, como si estuviera intentando comprender del todo las palabras de la pelirroja. De repente estalló en sonoras carcajadas, lo cual descolocó por completo a todos los presentes—. Oh, lo occidentales, sois tan ilusos en lo referente a la magia.

—No entiendo…

—Si he entendido bien —cortó a la pelirroja, manteniendo una burlona sonrisa en los labios—, decís que el rubí se rompió. ¿Es correcto? De ser así he de admitir que es toda una hazaña. Tuvo que ser una persona con una habilidad desmedida.

—Más bien alguien con una gran pena en su corazón, alteza —contestó ella. Aún podía escuchar el grito de Daphne en su cabeza, su voz rota por la tristeza y la rabia. Si cerraba los ojos podía ver su rostro marcado por el dolor de la pérdida de su padre, su miedo a quedarse sola en un mundo tan cruel.

—A ver cómo explico todo esto a alguien que no ha estudiado asuntos relacionados con la magia en su vida —dijo, cruzándose de brazos—. ¿Tendrían un vaso o una copa de cristal, de la que pudieran prescindir, y un poco de agua?

—Sí, claro. —Se levantó de su asiento, caminando hacia el fondo de la sala donde siempre tenía varios vasos y una jarra de agua para las largas jornadas de trabajo. Cogió uno de los vasos y la jarra, y se los acercó a Shang antes de volver a su sitio.

—Imaginad que este vaso es el Rubí de Sangre. Es solo un vaso, nada más, y los vasos por sí solos no obran milagros, no hacen nada especial. Puede ser hermoso, de delicada manufactura, pero nada más, ¿verdad? —Jacky asintió, y por la sonrisa de Shang adivinó que los demás lo habían hecho también. Sin prisa alguna el luon llenó el vaso de agua, retomando la explicación—. Ahora el vaso está lleno de agua. ¿No es más valioso que antes? Ahora tiene un propósito, un valor, ahora puede saciar la sed de alguien sediento, puede limpiar una herida, puede servir de base para el té. —No esperó a que nadie asintiera aquella vez y, con un sencillo movimiento, tiró el vaso por encima de su hombro, haciéndolo pedazos contra la pared. Jacky dio un pequeño respingo en su asiento y escuchó el chascar de la lengua de su madre. Los cristales se desperdigaron por el suelo mientras parte del agua formaba un gran charco en el suelo y otra parte se deslizaba lentamente por la pared—. ¿Qué tenemos ahora?

—Un vaso roto y el agua derramada —contestó ella tras carraspear.

—Exacto. El vaso se ha roto, pero… ¿Se ha roto el agua?

—Un momento —dijo la pelirroja cuando creyó comprender lo que estaba diciendo—. ¿Queréis decir, alteza, que aunque se destruyera el rubí, la magia residía dentro de él y se ha derramado dentro del volcán?

—¿Es hacia abajo hacia el único lugar al que pudo ir la magia? —preguntó, enigmático, sin perder la sonrisa, a la vez que se encogía de hombros—. Y de ser así, ¿no habría que preguntarse qué hay bajo las entrañas del volcán?

—Los pasadizos… —susurro la pelirroja bajo la atenta mirada de los capitanes y el hermano de la Emperatriz—. Así que el rubí ya no está, pero su magia, aquello que muchos piratas han ansiado durante siglos, sigue ahí. —Shang y ella se sostuvieron las miradas unos instantes, pero ver por el rabillo del ojo como algunos de los capitanes cuchicheaban por lo bajo o se miraban entre ellos preocupados, aumentando la tensión, hizo que cortara el contacto visual para mirarles a todos—. ¿Ocurre algo? —Se quedaron en silencio al instante, volviendo las miradas hacia ella—. Vamos, ahora no os quedéis callados. ¿Qué ocurre?

—Si me lo permitís, majestad, creo que por hoy ya es suficiente —dijo Torin, levantándose de su asiento—. Por mucho que haya dormido, su alteza estará cansado y no creo que quiera pasar su primer día en tierra encerrado en una sala de reuniones hablando de magia, conjeturas y leyendas. —No le gustó aquella interrupción. No por el hecho de que Torin hubiera sugerido terminar la reunión sin su permiso, si no por el ambiente que se respiraba en la sala: se había enrarecido. Pasaba algo entre ellos, había algo que no le habían contado. Algo que tenía que ver con la historia que dos años atrás creyó zanjada y que había sido el comienzo de una nueva era. Se quedó en silencio unos segundos, hasta que finalmente asintió. Sí, era mejor dar por zanjada la reunión, al menos por el momento. Conocía a los capitanes y sabía que, a la hora de soltarles la lengua, era mejor si los pillaba a solas.

—Está bien, tenéis razón, capitán. Creo que ha sido precipitado hablar de algo tan importante sin tener en cuenta a nuestro invitado. —Se giró hacia Shang, levantándose de su asiento, cosa que hicieron también los demás capitanes—. Long, por favor, enseñadle la isla a vuestro tío. Lamento no poder ir con vos hoy, alteza, pero aún tengo muchos asuntos que atender aquí. Espero poder charlar con vos de manera distendida durante la comida.

—Por supuesto, mi señora. Sobrina, maravilladme con los secretos de esta isla.