Jolubor y las protectoras de lo oculto - Cristian Acevedo - E-Book

Jolubor y las protectoras de lo oculto E-Book

Cristian Acevedo

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Beschreibung

Enfrentar nuestros miedos es la clave para superarlos, pero el verdadero secreto es no olvidar nunca que una vez los enfrentamos.          Jolubor y las protectoras de lo oculto cuenta la historia de Cris, un hombre que debe batallar con los temores y la angustia de la reciente pérdida de su querido perro Tango. Es desde ese lugar, que viaja en el tiempo para revivir un momento clave de su niñez. Así como Tango fue su compañero en el presente, su conejo Jolubor lo fue en el pasado. La diferencia es que aquel peludo amigo fue el portal hacia un mágico universo que le abriría la mente para siempre. Esta breve pero intensa novela no es solo para jóvenes de 12 años; es también para ese niño que todos llevamos dentro, ese que aun hoy no se anima a mirar debajo de la cama.

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Acevedo, Cristian

Jolubor y las protectoras de lo oculto / Cristian Acevedo. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Bärenhaus, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-8449-49-4

1. Narrativa Infantil y Juvenil. I. Título.

CDD A863.9283

© 2023, Cristian Acevedo

Diseño de cubierta e interior: Departamento de arte de Editorial Bärenhaus S.R.L.

Todos los derechos reservados

© 2023, Editorial Bärenhaus S.R.L.

Publicado bajo el sello El guardián literario

Quevedo 4014 (C1419BZL) C.A.B.A.

www.editorialbarenhaus.com

ISBN 978-987-8449-49-4

1º edición: abril de 2023

1º edición digital: marzo de 2023

Conversión a formato digital: Libresque

No se permite la reproducción parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446 de la República Argentina.

Sobre este libro

Enfrentar nuestros miedos es la clave para superarlos, pero el verdadero secreto es no olvidar nunca que una vez los enfrentamos.

Jolubor y las protectoras de lo oculto cuenta la historia de Cris, un hombre que debe batallar con los temores y la angustia de la reciente pérdida de su querido perro Tango. Es desde ese lugar, que viaja en el tiempo para revivir un momento clave de su niñez.

Así como Tango fue su compañero en el presente, su conejo Jolubor lo fue en el pasado. La diferencia es que aquel peludo amigo fue el portal hacia un mágico universo que le abriría la mente para siempre.

Esta breve pero intensa novela no es solo para jóvenes de 12 años; es también para ese niño que todos llevamos dentro, ese que aun hoy no se anima a mirar debajo de la cama.

Sobre Cristian Acevedo

Cristian Acevedo nació en Junín en 1977, y actualmente vive en General Rodríguez.

Ha publicado Matilde decide vivir (2021, Bärenhaus), que sigue la historia de la protagonista principal de Matilde debe morir (2016, Bärenhaus), novela que a cuatro años de su publicación se convirtió en un éxito en ventas y sentó las bases de lo que hoy se conoce como “El fenómeno Matilde”. En 2021 publicó también Todas las vidas de Eva Ki.

Parte de su obra literaria ha sido premiada en diversos certámenes: Finalista del Premio Marco Denevi de Novela 2017, y del Premio Clarín de Novela 2018. Segundo premio en el Concurso de Cuentos de la Fundación Victoria Ocampo, y primer puesto en el Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Bs. As. (bienio 2013-2015) con una antología de relatos que muy pronto verá la luz.

Jolubor y las protectoras de lo oculto es su primer libro infantil/juvenil. Una saga que promete cautivar tanto a lectores jóvenes como a adultos.

Índice

CubiertaPortadaCréditosSobre este libroSobre Cristian AcevedoNota del autorAcerca de las Protectoras123456789101112131415161718192021EpílogoAlgunas palabras y sensaciones sobre este libroAgradecimientos

Nota del autor

El lector frecuente tal vez note, a medida que vaya leyendo las primeras páginas de Jolubor, que esta es mi primera novela, que la escribí incluso antes de que Bärenhaus publicara Matilde debe morir. Es correcto, querido lector: este relato surgió de la nada, tal cual lo estoy contando, el 20 de enero de 2013. Así es: diez años pasaron ya.

Imagino que hubo muchas y muy legítimas razones por las que, en una década, esta historia no se convirtió en un libro. Quisiera encontrar esas razones. Pero no puedo dar con ellas. Lo único que sé es que le mandé el documento tres veces a Pedro Bucaff, mi editor, y en ninguna de las ocasiones le llegó el mail.

La primera vez que se lo envié fue el 24 de enero del 2013, cuatro días después de haberla garabateado. Mi intención era justificar por qué no había podido entregarle ningún avance de Matilde debe morir. Le conté detalladamente lo que me había pasado con mi perro Tango, y todo lo que había sucedido a raíz de su muerte. Pero ese correo no le llegó nunca.

Eso fue hace diez años.

Hace dos o tres meses, Pedro y yo lo hablamos y llegamos a la conclusión de que, seguramente, el problema había sido por nuestra inexperiencia en el manejo del correo electrónico. Para que el lector entienda que hablo de tiempos prehistóricos, basta mencionar que por aquel entonces yo tenía mi cuenta en Yahoo.

No recuerdo cuándo fue la segunda vez, creo que en 2018, no estoy seguro, le mandé el correo (en esta oportunidad desde mi actual Gmail) y me desentendí del asunto. Al ver que pasaban los meses y mi querido Pedro no me había respondido, comencé a sospechar que el silencio se debía a que la historia no le interesaba. Para no ponerlo en la disyuntiva de tener que decirme de forma explícita lo que el silencio muy bien sugería, decidí no tocar el tema.

Volví a mandarle una versión corregida allá por 2020, pero el lector recordará que ese fue un año atípico: no solo porque la pandemia y el aislamiento habían cambiado las reglas de todo el mundo, sino porque ese año —de la mano de Matilde debe morir— surgía lo que hoy conocemos como “El fenómeno Matilde”.

Fenómeno que permitió que la novela se convirtiera en un éxito en ventas, al mismo tiempo que le abría las puertas a la continuación: Matilde decide vivir, y provocando también que Jolubor volviera al ostracismo, al que parecía estar condenada.

Creí en esta ocasión que Pedro no me respondía porque las manos no alcanzan cuando se está en medio de una situación semejante y se dirige una editorial independiente, que hace todo a pulmón.

Nada de eso: por tercera vez, el correo con el borrador de esta historia jamás llegó. Sí le llegaban mis sugerencias al respecto de la portada de la nueva Matilde, sí recibía los tantos correos que yo le escribía con correcciones de ultimísimo momento, jurándole (y nunca cumpliendo) que la que le mandaba era la versión definitiva de Matilde decide vivir, que no habría ningún cambio más.

Todos mis correos le llegaron durante estos diez años. Pero nunca recibió ninguno de los tres que le mandé adjuntándole esta historia. Seguramente habrá una explicación, algo relacionado con el tipo de archivo, con el tamaño o el peso del documento, o con la dirección a la que yo lo mandaba. El adulto experto en estos asuntos encontrará muy pronto una razón lógica, un motivo obvio.

La cuestión es que en 2022 decidí darle una nueva oportunidad a Jolubor. De manera que imprimí las más de cien páginas (una versión otra vez corregida y revisada: tamaño A4, tipografía Verdana, a espacio y medio), la mandé a anillar y me fui a la casa de Pedro, un día de sol según recuerdo, ya sin pandemia, sin distanciamiento y sin barbijos.

Almorzamos, hablamos mucho de Matilde (llegará el día en que ya no sea así, pero de momento es inevitable), prometimos repetir pronto y le dejé el manuscrito. Recién ese día Pedro supo de los correos que le mandé durante esos diez años. Recién ese día supe yo que no los había recibido.

Esa misma noche, recibí un mensaje de mi querido Pedro:

—¿Te puedo llamar?

Y me llamó. Acababa de terminar la novela.

No voy a reproducir textualmente lo que me dijo, pero eran todas palabras elogiosas. La historia lo había conmovido. No hubiera hecho falta que lo dijera: podía percibirlo en su tono de voz, en el tiempo que demoraba en elegir las palabras. De verdad, la historia le había llegado. Había algo en todo este palabrerío que le hacía evocar su infancia, que le traía a la memoria a su gran amigo de entonces, que creo recordar se llamaba Jack.

En resumen, a mi editor le había gustado, lo que significaba que… ¡Bärenhaus iba a publicarla!

Ese día, después de diez largos años, me tocó celebrar que una historia que nunca supe de dónde vino, pero que hoy es la más sincera y la más espontánea, se convertiría en mi próximo libro. Pronto la vería en todas las librerías y, con suerte, estaría donde está hoy: en manos de un lector dispuesto a dejarse conmover por estas páginas.

Un lector que, como yo, quizás intuya que esta historia nació donde sospechamos que nació: exactamente un día antes de mi cumpleaños número nueve, con Vicky cocinando verduras al mismo tiempo que piensa la manera de mostrarme ese otro universo… ese otro mundo que hoy ya no puedo recordar.

 

Cristian Acevedo

Mar del Plata, 3 de marzo de 2023

—¿Qué clase de gente vive por aquí?

—En esta dirección —dijo el Gato, haciendo un gesto con la pata derecha— vive un Sombrerero. Y en esta dirección —hizo un gesto con la otra pata— vive una Liebre de Marzo. Visita al que quieras: los dos están locos.

—Pero es que a mí no me gusta tratar a gente loca —protestó Alicia.

—Oh, eso no lo puedes evitar —repuso el Gato—. Aquí todos estamos locos. Yo estoy loco. Tú estás loca.

—¿Cómo sabes que yo estoy loca? —preguntó Alicia.

—Tienes que estarlo —afirmó el Gato—, o no habrías venido aquí.

 

Lewis Carroll,

Alicia en el País de las Maravillas

Acerca de las Protectoras

A diferencia de los cuentos de hadas, que se empeñan en mostrar a las brujas como personajes malignos, siempre o casi siempre los villanos del cuento, esta historia se centra exclusivamente en las Protectoras que, me atrevo a arriesgar, son algo así como el lado amable de las brujas.

No tengo muy claro si las Protectoras también son brujas o qué, pero a ojos de quien lo desconoce todo sobre ese mundo extraordinario, creo que una Protectora bien puede incluirse dentro del amplio catálogo de brujas, magos, adivinos y hechiceros.

Si pertenecieren a una categoría diferente, intuyo que no sería una muy alejada a alguna de las antes mencionadas.

No estoy seguro de que las Protectoras sean del todo buenas, pero en vistas de los hechos que podrás leer a continuación, me siento en condiciones de aventurar que sus propósitos no son a priori malévolos.

En tal caso, habiendo conocido fehacientemente a una minúscula cantidad de Protectoras, y habiéndolas olvidado durante algo así como tres décadas, no me considero apto para calificarlas, mucho menos para juzgarlas.

A aquellos que lean estas páginas y, como yo, no sean capaces de recordar todo aquello, los invito a ejercitar la memoria: hay quienes dicen que actividades como leer dos o tres páginas al día, completar crucigramas o armar rompecabezas pueden ayudarnos a evocar esos y otros sucesos olvidados.

Si todavía no cumpliste los nueve años, quisiera decirte una única cosa: aunque no lo creas, yo también tuve nueve, yo también fui capaz de superarlo. No estás solo: además de las Protectoras, que seguramente tenés sin que sepas que lo son, encontrarás en mí a un amigo.

He aquí alguien con quien podrás compartir, al menos durante un rato, la memoria de aquel mundo fantástico y secreto. Y olvidado.

 

Cristian Acevedo

1

Derramado en la silla de mi escritorio, desde hacía quién sabe cuánto tiempo, procuraba ocupar la mente en otra cosa. Desentenderme de la horrorosa tarea que me había mantenido ocupado hacía minutos.

Me sacudí la tierra de las manos contra el jean, a la altura de las rodillas, me sequé la frente con el brazo, carraspeé y solté una tos que me hizo advertir que se me había espesado la voz y secado la garganta.

Encendí mi Asus y di unas cuantas vueltas por Internet: nada interesante en Facebook, poco y nada en Twitter, ningún mail nuevo tampoco. El último era de [email protected].

Se trata de Pedro Bucaff, mi flamante editor: me recordaba que la fecha de entrega de Matilde debe morir era el mes próximo. Me aseguraba que la sinopsis le había resultado más que interesante, pero no había tenido novedades de la novela y eso le preocupaba porque la fecha límite estaba cada vez más cerca: quedaban unos quince días. El mail era de hacía una semana. Sí: me encontraba en serios aprietos.

Sabía que tendría que pedirle una prórroga, porque la construcción de esa novela había resultado ser más complicada de lo que había creído.