Juntos por venganza - Maisey Yates - E-Book
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Juntos por venganza E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

Empezó como una venganza, pero ¿podría redimirlo un heredero real? Eloise St. George no se sentía alegre. Había amado al príncipe Vincenzo toda su vida y no pudo resistirse cuando él la arrastró a sus planes de venganza. Sin embargo, se quedó embarazada con su heredero después de haber pasado solo una noche con el príncipe de sus sueños. Vincenzo, dispuesto a castigar como fuera a su despiadado padre, había jurado no casarse nunca... hasta que Eloise se quedó embarazada y tuvo que convertirla en su esposa. Podía sentirse deshecho, pero ¿ese bebé podría ser el milagro que lo rehiciera?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2021 Maisey Yates

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Juntos por venganza, n.º 190 - agosto 2022

Título original: Crowned for His Christmas Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-022-9

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Prólogo

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

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Prólogo

 

 

 

 

 

ERA EL grupo de libertinos más disolutos y escandalosos que habían pisado las aulas de Oxford, y eso era mucho decir dados los muchos años de historia de la universidad.

Naturalmente, ni el príncipe Vincenzo Moretti, heredero al trono de Arista, ni sus amigos el jeque Jahangir Hassan Umar Al Hayat, el príncipe Zeus y Rafael Navarro, hijo bastardo del rey de Santa Castelia, dirían lo mismo de sí mismos, y tampoco hacía falta.

Sus famas los precedía con todo tipo de adjetivos dichos por hombres que los envidiaban y que deseaban llegar a disfrutar, aunque fuera mínimamente, de tantas mujeres como ellos o de las desmesuras que conseguían solo con chascar los dedos… o por mujeres que se declaraban inservibles para los demás hombres y que suspiraban melancólicamente por el placer que habían recibido de sus reales manos y no volverían a recibir jamás.

Ningún hombre vivo podía igualar las proezas de esos implacables miembros de la realeza. El propio Vincenzo no tenía reparos en deleitarse con las ventajas de esa reputación.

Naturalmente, su padre creía que daría la cara en público mientras él se buscaba sus propios placeres y se enriquecía aunque su pueblo vivía con penurias. Vincenzo había empezado a combatirlo creando distintas organizaciones benéficas fuera de su país y que conseguían introducir dinero que su padre no podía tocar, un dinero que parecía ayuda extranjera y que su padre no tocaba para no dañar las relaciones entre los países.

Sin embargo, no era el único plan que tenía Vincenzo. Era una jugada a largo plazo, no podía hacer nada en ese momento, cuando la salud de su madre, física y mental, era frágil desde el escándalo que conmocionó a Arista hacía tres años, después de… Eloise.

El fin de la monarquía también sería el fin de su madre y él no lo soportaría, protegería a su madre por encima de todo. Su madre llegó a amar el palacio y… Arista y lo único que le complacía en la vida era su papel como reina. Él no podía permitir que viera lo que pensaba hacer con la familia real y su dinastía. No iba a tener herederos, iba a acabar con la dinastía de los Moretti, iba a permitir que su país cambiara de manos, que pasara a manos del pueblo. Además, se ocuparía de que su padre lo supiera antes de que se muriera. Ese legado era lo único que le importaba a su padre y él iba a liquidarlo.

Efectivamente, su reputación de libertino escandaloso haría que la más curtida de las rameras se llevara las manos a la cabeza, pero si supiera quién era de verdad y lo que pensaba hacer, se moriría del pasmo.

–Un brindis.

Vincenzo miró alrededor de la habitación que les servía de club social, donde se reunían. Todos ganaban ya dinero a manos llenas y buscaban su sitio en el mundo al margen de los legados de sus cuestionables padres.

–Por que seamos imprevisibles.

–Podría decirse que tu rebelión a lo mejor es muy previsible –replicó Rafael.

–No lo será nunca para nuestros padres, que son tan soberbios que creen que nadie podrá sorprenderles nunca, pero yo no tengo inconveniente en que sea una jugada a largo plazo.

–Me parece bien –intervino Zeus mirando la copa de whisky–, pero comprobarás que no tengo paciencia. Prefiero el corto plazo. Contundente e implacable.

–Yo también estoy a favor de ser implacable, pero es mucho más efectivo cuando se es con cierta estrategia.

–No he dicho que no tenga estrategias –Zeus sonrió–, he dicho que no tengo paciencia. Ser implacable ahora, más tarde y todo el rato.

–Admiro tu forma de pensar –reconoció Jag, repantingado en el sofá.

–Por mi parte, pienso dejar el reino de mi padre… –Vincenzo dio un sorbo de whisky–. No pienso tener un heredero.

–Es algo que no se espera de mí –comentó Rafael–. Como soy hijo bastardo, el trono lo heredará mi hermano pequeño y él tiene la responsabilidad de continuar la dinastía, no yo.

–A mi padre lo que más le importa es la reputación del país –Jag levantó la copa de whisky–. Me encantaría encontrar una mujer que le parezca completamente inadecuada.

–¿Solo una? –preguntó Zeus–. Yo pienso tener un montón, pero nada de herederos.

–Brindemos –Vincenzo también levantó su copa–. Por las mujeres inadecuadas, por la venganza servida fría o caliente y por no seguir nunca lo establecido.

Capítulo 1

 

 

 

 

 

ELOISE ST. George no se sentía ni feliz ni contenta. La nieve que caía la parecía una agresión, como la chimenea crepitante, los adornos y los villancicos. Aunque ella era la responsable de todo, menos de la nieve. Era una rebelión contra la depresión que amenazaba con tragársela.

Era Nochebuena y no tenía árbol de Navidad, seguía en Arista… con él.

Había colgado todo tipo de adornos, había hecho galletas y se había preparado una cena fantástica, pero no sentía nada de todo eso. Durante todos esos años se había sentido feliz de celebrar sola la Navidad, en contra de sus orígenes, en su pintoresca casa de piedra en Virginia, pero ese año se sentía profundamente sola.

La nieve se amontonaba en el exterior y había conseguido que Skerret, su gata callejera, hubiese entrado en la casa y ronroneaba hecha un ovillo gris junto a la chimenea de ladrillo rojo.

Debería ser maravilloso, pero no lo era. Se llevó las manos al abultado vientre. Habría sido maravilloso de no haber sido por Vincenzo Moretti y de no haber estado esperando el heredero que él había jurado que no tendría nunca.

 

Siete meses antes…

 

Esa era la dirección que le habían dado, pero esa casa destartalada no le encajaba con la Eloise St. George que recordaba el príncipe Vincenzo Moretti… y la recordaba muy bien.

Ella había vivido en el palacio desde que tenía seis años y a él le había parecido un incordio. Él era cuatro años mayor que ella y a los diez años era muy serio. También había sospechado que su presencia indicaba que algo iba mal en el palacio, y había acertado. La madre de Eloise había ido al palacio para ser la amante de su padre. Naturalmente, el íntegro y honorable rey Giovanni Moretti no lo había… publicado, le había dado un cometido oficial para disimular el cometido real, pero él lo había sabido aunque tuviese diez años.

Podía notarlo en la salud cada vez más menguante de su madre.

Al principio, había detestado a Eloise, la había considerado la encarnación de la vileza de su padre y de los pecados de la madre de ella. Sin embargo, poco a poco, a lo largo de los años, se había hecho su amigo. Algo asombroso para el arrogante principito que no hacía amigos.

Entonces, fue a la universidad y conoció a Zeus, Jag y Rafael… y cuando volvió a casa, Eloise era una mujer y las cosas dieron un giro. Le había parecido hermosa y cautivadora, le había parecido frágil y todavía inocente, pero cuando ella… le había dicho que lo deseaba, él la había rechazado por deferencia a su juventud e inocencia.

Ella no había elegido la vida en el palacio, no había elegido tener que conocerlo y él creyó que tenía que conocer la vida y los hombres que eligiera ella.

Sin embargo, más tarde se mostró como era, ni inocente ni amiga ni… Daba igual porque podía serle útil en ese momento, podía enriquecer su plan.

Su padre solo se había visto implicado en un escándalo: Eloise. Se había convertido en el símbolo de la locura del anciano, de un hombre que no podría haberse resistido a las tretas de una belleza de dieciocho años dispuesta a seducirlo. Era el único pecado de su padre.

Él, en cambio, había cometido muchos. Era una decepción a ojos de todo el mundo, un hombre que se concedía todo lo que le apetecía, un hombre que hacía abiertamente lo que su padre hacía en privado. Sin embargo, y en secreto, era quien estaba salvando Arista, aunque no se sabría hasta que su padre hubiese muerto.

Aunque no lo salvaría como habría querido su padre. No tendría herederos y dejaría que la monarquía se extinguiera, y se alegraría infinitamente.

Su padre ya era mayor y había llegado el momento de desmantelar su legado, su fachada, porque quería que pudiera verlo, quería que se conociera su prevaricación y el maltrato a su esposa, la querida reina de Arista. Al final, había deshonrado a su madre. El rey había comunicado al país que su esposa había caído en la depresión y lo había achacado a su debilidad de espíritu, no a todo lo que le había hecho él.

Su padre había manchado la memoria de su madre y él aniquilaría la del rey.

Iba a empezar en ese momento, pero no se había esperado ese montón de piedras con hiedra ni la verja de hierro cubierta de madreselva. Había esperado que Eloise St. George viviera en un piso ultramoderno pagado por su última conquista, cerca de clubs nocturnos y tiendas, pero no en ese sitio dejado de la mano de Dios. No podía imaginarse a la chica que había conocido ajándose en el campo, y menos en un sitio así.

Abrió la verja, que chirrió. Ese sitio daba miedo. Volvió a cerrar la verja y tomó el camino con cuidado de no tropezarse con alguna de las piedras sueltas. Parecía como si la naturaleza se hubiese adueñado de ese sitio. Había setos y árboles enormes cubiertos de hiedra. El jardín estaba en sombra y el resplandeciente sol de mayo solo entraba cuando la brisa movía las hojas.

Hacía demasiado calor para llevar el traje que se había puesto, pero él no cedía ante los elementos, los doblegaba.

No podía entender por qué había elegido ella ese rincón rural de Estados Unidos. Era un misterio porque Eloise no debería ser sencilla. Su madre no lo había sido y ella, en la medida que la había conocido él, era igual. Su madre, al amparo de su título de ayudante personal, había gastado a manos llenas y había impuesto su posición a los empleados domésticos. Él había estado seguro de que Eloise hacía lo mismo. Quizá hubiese pensado que era distinta en un momento dado, pero era igual y por eso creía que podía contar con sus servicios. Fuera mediante el chantaje o el soborno, eso no le importaba.

Se quedó delante de la puerta azul con una guirnalda en el centro. No podía imaginarse a Eloise dedicándole ni un minuto a colgar una guirnalda en la puerta. Quizá tuviera empleados y eso fuera la pieza que faltaba del rompecabezas, quizá su protector la hubiese instalado allí, lo bastante cerca de él, pero también lo bastante lejos de su esposa y sus hijos. Eloise era el tipo exacto de mujer que sería la amante de un hombre casado y adinerado.

Llamó a la puerta y no contestaron. Empezó a rodear la casa para buscar señales de vida. No era una casa muy segura e, incluso, podría meterse para comprobar cuál era la situación de Eloise.

Entonces, oyó que alguien tarareaba algo. Lo hacía muy mal y no podía reconocer la canción, pero tenía una alegría curiosamente atractiva… y eso era muy raro porque ya no se acordaba cuándo le atrajo algo y mucho menos algo alegre.

Dobló la esquina y se quedó estupefacto. Vio la espalda más cautivadora que había visto… desde no se acordaba cuánto. La mujer estaba inclinada, haciendo algo en el jardín, y los pantalones se le ceñían al trasero de una forma muy sensual. Se incorporó y vio que la mujer tenía unas caderas anchas y una cintura estrecha, y se moría de ganas de verla de frente.

Entonces pensó que se había equivocado de casa porque la Eloise que él recordaba, como su madre, era muy delgada, le preocupaba más ser atractiva en las fotos que en persona, con más ángulos que curvas.

Esa mujer tenía que ser la jardinera, pero si había una jardinera, ¿qué había hecho hasta ese momento? Ese sitio estaba asilvestrado y a él le gustaban los sitios bien cuidados.

De repente, la mujer se calló y dio un respingo como si se hubiese dado cuenta de que estaban mirándola. Se dio la vuelta y se quedó boquiabierta con los ojos azules como platos. Tenía un tiesto con una flor roja en las manos, pero lo dejó caer y se hizo añicos contra el suelo de piedra.

–Vincenzo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

ELOISE NO podía sosegar los traicioneros latidos del corazón. Era como un sueño. Un sueño que tenía todas las noches aunque rezara para no tenerlo. No lo había olvidado.

Ese hombre con ojos oscuros hacía que sintiera lo que no había sentido con ningún otro hombre. Le había despertado el deseo cuando ella solo tenía quince años y la había tenido atenazada desde entonces. Aunque su intento de seducción había terminado en un rechazo, que podía entender en ese momento como no lo entendió a los dieciocho años, el recuerdo de la única vez que estuvo a punto de tocarlo todavía hacía que se estremeciera dormida.

Sin embargo, ese no era el recuerdo más doloroso de Vincenzo. Lo era cómo se había deshecho de ella, cómo se había creído… todo. Todo menos lo que le había dicho ella. Había estado segura de que habían sido amigos, de que él la quería, pero aquel momento final entre ellos… Le había dejado muy claro que no la había querido nunca.

¿Eso impedía que su cuerpo reaccionara por las noches a la borrosa imagen que conservaba en el subconsciente? No. Él dominaba sus sueños y sus fantasías…

–Eloise…

Eloise comprendió que él no había sabido que era ella. Se avergonzó, pero solo un instante. Ya estaba aceptando que su cuerpo había cambiado desde que se marchó del palacio, y le gustaban los cambios que se habían producido cuando por fin pudo tener las riendas de su vida, cuando no tuvo que vivir a la sombra de su madre y de sus inflexibles criterios.

Aun así, le dolía un poco darse cuenta de que había cambiado tanto que era irreconocible.

–Sí… Soy yo… pero tú no puedes estar aquí por casualidad. Esta casa no está en el camino de nada, y menos de un camino de los que tú tomarías.

–No, claro que no.

Él se quitó la chaqueta oscura y la dejó en una silla de hierro blanco. Era como una metáfora de su presencia allí. El objeto muy viril sobre el delicado y femenino.

Se desabotonó un puño de la camisa y se la remangó hasta mostrar el musculoso antebrazo antes de hacer lo mismo con la otra manga. Ella parpadeó aunque intentaba no sentir interés, y menos que se le notara.

–¿Qué haces aquí?

Él la miró a los ojos y el corazón quiso salírsele del pecho. Seguía siendo la imagen perfecta de la belleza masculina y se temía que lo fuera siempre para ella. La piel bronceaba la resplandecía a la luz del sol, la misma luz que destellaba en los ojos como una llamarada. Sus ojos siempre le habían parecido cautivadores. Eran casi negros y ella quería dejarse arrastrar por ellos.

Se había puesto en evidencia cuando era una adolescente que lo miraba todo el rato, aunque, en realidad, él no se había fijado. Actuaba como si ella fuera invisible, y, visto desde ese momento, se alegraba. No se habría fijado nunca en ella si no hubiese dado un traspiés, pero lo dio y seguía abochornada tantos años después por haber creído que lo amaba y que él la amaba a ella.

Intentaba ser indulgente consigo misma. Había intentado cambiar su vida y salir del sendero que le había marcado su madre, averiguar quién era de verdad Eloise St. George, no la chica que vivía en un palacio a la sombra de la terrible belleza de su madre, no la chica que había aprendido que la única virtud que tenía era su belleza, la chica que había creído que, a pesar de todo, podría encontrar un cuento de hadas.

Cuando se marchó de Arista, lo hizo mientras todas las revistas del mundo publicaban mentiras sobre ella y decían que eran verdades contrastadas.

Le habían dolido profundamente, como que Vincenzo se las creyera. Sin embargo, había encontrado una vida al margen del palacio, de su madre, de su padre y de Vincenzo.

Tenía más perspectiva, se había dado cuenta de todas las cosas irreales que había vivido en ese palacio. Los ideales de su madre eran irrelevantes allí, a la luz del sol y entre las flores. Allí no sentía la mirada de rey y si bien la prensa había intentado transmitir que no tendría ni paz ni posibilidades de encontrar un trabajo, ya había pasado bastante tiempo y había conseguido labrarse una buena reputación en su terreno y no le faltaba el trabajo. La realidad era cálida, profunda y satisfactoria lejos de las gélidas piedras de Arista, que le parecía un espejismo.

Aunque sabía que lo que había sentido por Vincenzo era muy real. No se había basado en las ganas de buscarse un protector rico. Se había basado en que la había cautivado desde la primera vez que lo vio, cuando tenía seis años. Naturalmente, era un disparate y no había tenido ningún componente sexual. Sencillamente, le había parecido maravilloso. Tenía algo que le recordaba a un caballero andante con su resplandeciente armadura. Había sido amable con ella, una de las pocas personas que lo habían sido, y todavía tenía ese aire mitológico a pesar de cómo habían acabado las cosas.

Sin embargo, su mirada en ese momento no tenía nada de heroica y estaba segura de que no había ido a salvarla… y tampoco hacía falta que la salvaran.

–He venido para llevarte conmigo, Eloise.

Él no apartó la mirada y ella notó que se estremecía por dentro.

–¿A Arista?

La idea de ir a Arista la dejaba helada. Además, ¿por qué iba a querer que volviera cuando fue el primero en pagarle para que se marchara?

–Sí –contestó él.

–Vincenzo, ¿ha pasado algo en tu familia?

–No, pero te necesito para algo muy concreto. No vas a volver conmigo para nada que puedas imaginarte. Eres una pieza muy importante para vengarme de mi padre.

–¿Yo? –preguntó ella parpadeando.

–Sí. Además, creo que comprobarás que hay motivos suficientes para que vuelvas conmigo, lo quieras o no.

–Vincenzo –ella intentó sonreír porque, al fin y al cabo, habían formado parte de sus vidas durante mucho tiempo–. Si necesitas mi ayuda, solo tienes que pedírmela.

Sin embargo, no sabía qué estaba impulsándole. Podía intentar convencerse de que lo quería a pesar de todo lo que había pasado o de que quería hacer algo para aliviar ese aire sombrío que brotaba de él a oleadas, pero no de que tuviera algo que ver con las punzadas de placer que sentía solo de pensar en la venganza. Era una imagen irresistible, como un ángel vengador que le pedía lo más bajo de sí misma.

Sin embargo, no sentía ni ese dolor ni esa rabia y lo mejor sería que no se metiera.

Tomó aire y olió las lilas, y pensó un poco en la venganza.

–¿Solo tengo que pedírtelo?

–Claro –ella esbozó una sonrisa forzada–. Seguro que podemos hablar de lo que estás planeando. No hay ningún motivo para que vengas enojado y amenazante. ¿Te importaría ir al cobertizo?

–¿Cómo dices?

–Él cobertizo. La escoba estás ahí y has hecho que rompiera el tiesto.

–Tú has roto el tiesto.

–Porque me has asustado –Eloise estaba empezando a irritarse–. ¿Te importaría traer la escoba?

–A lo mejor te has olvidado de quién soy.

–No. Me parece que tú eres el que no sabías quién era yo. Yo dije tu nombre sin dudarlo. ¿Cómo no iba a reconocerte? Sería imposible y creo que lo sabes. Por favor, trae la escoba.

–Y…

–Y después hablaremos de tu conspiración.

–No es una conspiración.

–A mí sí me lo parece, y mezclada con intriga. Vincenzo, no soy una admiradora de tu padre y mi madre tampoco me cae especialmente bien. Hay un motivo para que no haya vuelto a Arista durante todos estos años. Te ayudaré según lo que tengas pensado.

–¿Así de sencillo?

–Claro.

–Traeré la escoba y luego me contarás qué has hecho durante estos diez años y medio.

–Muchas cosas –comentó ella siguiéndole al cobertizo.

Él abrió la puerta, rebuscó y agarró la escoba.

–¿Por qué me has seguido? Para eso, podrías haberlo hecho tú.

–Sí, supongo. No quería haberte seguido, pero sucedió así. Estoy intrigada. ¿Qué ha pasado? ¿Qué planes tienes?

–No ha pasado nada que no haya pasado desde que mi padre subió al trono. Es un corrupto. Ha mantenido a tu madre en secreto como su amante mientras aparentaba ser un líder dominante y religioso que imponía una falsa moral a todo el país que él mismo no cumplía. Como sabes, soy su gran vergüenza, pero lo que él le hecho a mi madre es inconmensurable y voy a sacarlo a la luz, y voy a hacerlo de tal manera que acabaré con él.

Eloise se sintió un poco mareada al oírselo decir sin hablar de ella.

–¿Y qué tengo que ver yo en todo esto?

–No estaré de acuerdo contigo, Eloise, pero la… aventura de mi padre contigo es un ejemplo más de por qué hay que hacer algo. Solo tú saliste perjudicada, no él. ¿No te parece injusto?

Más injusta todavía si se tenía en cuenta que no lo había tocado ni lo tocaría jamás, pero la verdad no le había interesado a la prensa… ni a Vincenzo.