Justicia sin Ley - Annemarie Nikolaus - E-Book

Justicia sin Ley E-Book

Annemarie Nikolaus

0,0
1,99 €

oder
-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

¿Cuándo santifica el propósito los medios?
Asesinato y robo - sí, por supuesto...
Pero en aquellos días las circunstancias eran completamente diferentes a los actuales. ¿O no lo eran?   

En Cornualles, en 1072, la joven Caitlin salva su herencia de los conquistadores normandos.
En 1754, en Suabia, Hildegard, una de los "errantes" sin derechos, se encarga de la cena de Navidad de su familia.
En París, en 1795, el gendarme Michel castiga personalmente a un panadero fraudulento.  
En Lucerna en 1824, la  vagabunda Clara se convierte en el peón de una intriga política.
Autodefensa, autojusticia, o simplemente un crimen común – todo prescrito  hace siglos...

He añadido notas históricas a cada historia.

 

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Annemarie Nikolaus

Justicia sin Ley

Breves relatos históricos

Copyright © 2023 Annemarie Nikolaus

Cornualles 1072 – Suabia 1754 – París 1795 – Lucerna 1824

¿Quién es el criminal, en realidad? ¿Cuándo santifica el propósito los medios?

Autodefensa, autojusticia, o simplemente un crimen común – todo prescrito hace siglos...

Licencia

Este E-book está destinado a uso privado. Queda prohibida su reventa o divulgación en Internet. Por favor, respete el trabajo de la autora. Si quisiera regalar este libro, compre un ejemplar para cada destinatario. Si lee este libro, aunque lo haya comprado otra persona, acuda a su comercio de libros electrónicos y adquiera su propio ejemplar.

La Duodécima noche

Treganna, Cornualles, Nochebuena 1072

Una poderosa tormenta rugió alrededor de la Gran Sala de Treganna, ahogando una y otra vez el ruido de los celebrantes sirvientes del castillo. Entonces la risa se atragantara en unos, otros se persignaron y mirasen a su alrededor, asustados. Los perros, que otros días se peleaban por huesos, yacían tranquilamente debajo de la mesa, sólo llamaban la atención con un gemido ocasional.

El fuego en las dos enormes chimeneas luchaba contra la constante presión del viento para imponerse. El humo llegó hasta la Mesa Alta, donde Sir Geoffrey, el nuevo señor de Treganna Castle, estaba sentado con su familia.

El joven Amis, su hijo, tosió mientras respiraba el humo. Cuando la lucha del niño por el aire se intensificó, Caitlin le dio unas palmaditas en la espalda y luego le ofreció un vaso de agua.

Ella había preocupación en sus ojos, y sonrió con simpatía. “Bebe, te hará sentir mejor.” Ojalá se haya asfixiado. Cómo lo odiaba a él, su hermanastro, incluso más que al normando que había obligado a su madre a casarse con él. Que Dios impida que Treganna sea entregada un día a este débil, lo que pero era la herencia de ella.

Un escalofrío atropelló a Amis cuando la tormenta silbó de repente en un registro más agudo .

“¿Tienes frío?” Sir Geoffrey lo envolvió más apretado en su cálida coperta de lana.

“No, padre. Simplemente estaba asustado.”

“¿Por este pequeño trozo de viento?” Sir Geoffrey ahora sonaba un poco molesto. “Tan cerca del océano, tiene más energía de la que estás acostumbrado... en nuestra casa.”

“No, mi Señor.” Caitlin volvió a poner una expresión de preocupación. “Esa no es la tormenta que canta allá afuera... Esos son...” Dejó que su voz se desvaneciera.

Amis palideció y la miró fijamente, sus ojos se abrieron de par en par.

“¡Caitlin! No debes alimentar tal superstición.”

“¡Cómo puedes decir tal cosa, mi Señor! ¿Qué sabes de nuestra tierra?” Caitlin se levantó indignada, sin dejar que ni siquiera el grito iracundo de su madre la detuviera.

Poco tiempo después, Amis entró en la habitación de Caitlin. “Hermana, ¿qué es lo que te está prohibido decirme?”

Caitlin puso los ojos en blanco al saludo que tanto odiaba. “¿Qué es esto? Tu padre no quiere que te diga cosas que no puedes aprender de él.” Ella le hizo un gesto para que se acercase al fuego y bajó la voz. “Viento, sí, se podría llamar así. Pero no viene del mar. Es la Caza Salvaje la que busca su venganza en las noches hasta la Epifanía.”

El niño se aclaró la garganta y trató de hablar con una voz más profunda y adulta. “Caitlin, en realidad, eso es sólo superstición.”

Ella lo atrajo a su lado en el alféizar de la ventana y susurró: “¿No has visto el miedo en las caras de los sirvientes?” Caitlin reprimió una sonrisa triunfal cuando la mirada del chico empezó a agitarse con incertidumbre. “Pero no debes tener miedo. Eres sólo un niño pequeño. No tienes nada que ver con lo que ha pasado.”

Amis se levantó enfadado.

“Esos son nuestros guerreros masacrados.” Caitlin sonrió. “Y mi padre los dirige. Nos robaste nuestras tierras. Y su esposa.”

“Pero no deberás tener miedo.” Se puso de pie y abrió su arcón. “Por eso te daré mi regalo hoy, ya.” Le tendió una cinta roja con una gema de piedra oscura colgando de ella.

Amis extendió la mano. “¿Qué es eso?”

“Protección más poderosa que la cruz de los cristianos.” Caitlin puso el amuleto en su mano.

“Otra superstición.” Sonriendo, sacudió la cabeza, pero su voz tembló de miedo. “Pero es bonito. - Lo usaré, porque es un regalo tuyo.”

El tiempo rara vez mejoró en los siguientes días. Amis se arrastraba con miedo. Un día, Caitlin le mostró frente al castillo un campo de nieve devastado por las huellas y el niño cayó en un temblor incontrolable, jadeando por aire. Apresuradamente, cogió el amuleto de Caitlin alrededor de su cuello.

“¿Qué tienes ahí?”, Sir Geoffrey le increpó.

Amis miró a Caitlin, pidiendo ayuda. “Esto...” Se aclaró la garganta nerviosamente. “Es sólo un regalo de Caitlin.” Sus ojos le rogaron que no dijera una palabra.

Pero Caitlin miró radiantemente a Sir Geoffrey como si todo estuviera perfectamente bien. “Su hijo ha entendido lo que cuenta en nuestra tierra, mi Señor.”

“¿Qué cuenta?” Sir Geoffrey levantó el látigo y abofeteó a Caitlin directamente en el pecho. “¡Te enseñaré lo que cuenta!”

El dolor provocó lágrimas de los ojos de ella, pero ella apretó los labios y mantuvo la cabeza con orgullo. El triunfo de que Sir Geoffrey le arrancó inmediatamente el amuleto del cuello a Amis hizo que el tormento valiera la pena.

En otra ocasión, Caitlin y Amis encontraron huellas de cascos en la playa, que luego se perdieron en el fondo rocoso bajo una cueva en los acantilados. Caitlin asintió significativamente a Amis y debajo de los párpados rebajados observó cómo palideció cuando ella le sugirió explorar la cueva. Cuando él se negó y ella quiso ir sola, se aferró a ella aterrorizado, suplicándole que no lo dejara atrás. Ella observó con interés cómo él respiraba frenéticamente y parecía que apenas atrapaba el aire. ¿No dicen que uno puede morir de miedo?

La víspera de Epifanía, una narea viva se unió a la tormenta de nieve y amenazaba los establos de la cala donde invernaban los caballos de cría de Treganna. Sir Geoffrey le dijo a Amis que ayudara a los caballerizos a rescatar los caballos; Caitlin se ofreció como voluntaria. Para proteger a los animales de la tormenta, los llevaron a las cuevas más altas en los acantilados.

Más tarde, al atardecer, Caitlin dirigió a Amis lejos de los demás, hacia donde supuestamente sabía de una cueva diferente. El sendero se adentraba sobre la cresta del acantilado durante un rato. Cuando salieron de la zona de sotavento, algo poderoso se abalanzó hacia ellos en la silbante tormenta, irreconocible entre la espesa nevada. Con un grito, Amis soltó su caballo y corrió. En la pendiente hacia el mar, tropezó y cayó varias veces antes de poder detenerse en una cornisa.

Inmediatamente después, Caitlin se arrodilló a su lado y le ayudó a sentarse.

Amis jadeó vehementemente. “¿Qué... qué fue eso?”

“¿Qué se nos acaba de venir encima?” Eran arbustos que el viento había arrancado; para Caitlin era un espectáculo familiar. Pero puso cara de preocupación. “¿No te dije que nuestros guerreros asesinados buscarían venganza? Hoy – esta es su noche o tendrán que esperar otro año.”

Los ojos de Amis se ensancharon de terror.

Un ruido resonó por encima; luego las piedras cayeron en su proximidad y rodaron por la ladera.

“Alguien está ahí arriba”, tartamudeó Amis con labios pálidos. En su temor, parecía haber olvidado que habían dejado sus caballos en la cresta.

Caitlin asintió. “Oigo latidos de pezuñas. Jinetes.”

Amis respiró con dificultad y se tomó el pecho. Su mirada se vidrió.

“¡Treganna es mía!” Caitlin miró con desprecio al niño muerto.

***

Notas históricas:

La batalla de Hastings 1066, que se considera la fecha de la conquista normanda de Inglaterra, fue en realidad una batalla por los derechos de herencia entre un descendiente normando del anglosajón Etelredo II El Indeciso y un nieto noruego del rey danés Canuto el Grande. Ambos habían gobernado Inglaterra y habían tenido sucesivamente la misma esposa.

El victorioso Normando Guillaume le Conquérant (Guillermo I) impuso la cultura y el sistema de feudos de los normandos y una pequeña clase alta normanda reemplazó completamente a la nobleza autóctona: Los anglosajones tenían, pues, razones contundentes para odiarlos.

Inglaterra fue cristianizada en el siglo IX. Pero durante muchas décadas las viejas creencias continuaron junto al cristianismo, y fueron especialmente poderosas en las áreas de influencia celta.