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En noviembre de 1912, poco tiempo después de haberse conocido, Sigmund Freud le escribe a Lou Andreas-Salomé: «Ayer la extrañé en la conferencia (…) He adoptado la mala costumbre de siempre dirigir mi exposición a una persona en particular de la audiencia y ayer, absorto, me la pasé mirando la silla vacía destinada a usted». Una confesión que marcará el tono de las cartas que continuarían intercambiando durante años, interrumpidas por la muerte de Lou en 1937. Freud encuentra en ella no sólo una interlocutora excepcional a quien dirigirle su palabra y su pensamiento, sino también una especie de complemento intelectual: se deja asombrar, interpelar, maravillar, e incluso confundir, por las perspectivas innovadoras que Lou le ofrece sobre su trabajo psicoanalítico en pleno proceso de elaboración. Pero no solamente se habla de psicoanálisis en esta correspondencia –aunque ese diálogo ya de por sí contiene una riqueza inmensa. Aquel tono inicial, de confianza y admiración mutua, inaugura una intimidad en la que ambos se permiten compartir experiencias ligadas a las penurias del cuerpo y la vejez, los tormentos de la guerra y la pérdida de seres queridos. Esta nueva traducción de Carolina Previderé, que además incorpora fragmentos inéditos, logra transmitirnos la partitura de una música compuesta por dos voces que, tocando cada una su propia melodía, se entregan a la alegría propia de un verdadero encuentro.
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Seitenzahl: 450
Veröffentlichungsjahr: 2025
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Andreas-Salomé, Lou
La alegría propia de un verdadero encuentro. Correspondencia Lou Andreas-Salomé – Sigmund Freud / Lou Andreas-Salomé; Sigmund Freud; editado por María Magdalena y Nicolás Cerruti. 1a edición. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Las Furias, 2025.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
Traducción: Carolina Previderé
ISBN 978-631-90587-5-8
1. Correspondencia. 2. Psicoanálisis. I. María Magdalena, ed. II. Nicolás Cerruti, ed. III. Carolina Previderé, trad. IV. Título.
CDD 150.195
EDICIÓN: María Magdalena / Nicolás Cerruti
TRADUCCIÓN Carolina Previderé
DISEÑO: Romina Luppino
ISBN: 978-631-90587-5-8
Conversión a formato digital: Numerikes
No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio electrónico, mecánico, fotocopia y otro método, sin el permiso del editor.
Escritora y psicoanalista rusa, nació en San Petersburgo en 1861. Su obra incluye poesía, novelas, autobiografía y diversos ensayos. Como psicoanalista, participó del Círculo de Psicoanalistas de Viena, ejerció su práctica en Alemania y escribió numerosos artículos sobre el narcisismo y la sexualidad femenina, destacándose El erotismo (1910). Murió en Gotinga, Alemania, en 1937. Días después, la Gestapo confiscó y quemó su biblioteca.
Inventor del psicoanálisis, nació en 1856 en Moravia. En 1881 se doctoró en medicina interesado en las enfermedades nerviosas, y continuó su formación en el hospital de la Salpêtrière, en París, donde J. M. Charcot ofició de maestro y lo introdujo en el estudio de la hipnosis y la histeria. Luego, ya orientado por la brújula de sus propias investigaciones, elaboró conceptos claves para la fundación del psicoanálisis, que quedaron plasmados en obras fundamentales como Estudios sobre la histeria (junto a J. Breuer, 1895) y La interpretación de los sueños (1900). No abandonó la investigación, la clínica y la escritura hasta su muerte, en el exilio londinense, en 1939.
Las cartas son, invariablemente, textos que no fueron concebidos para ser publicados y que, por mucho que su autor haya meditado su contenido, llevan en todo momento la marca de lo espontáneo. De este modo, se prestan más que cualquier otro tipo de texto a transgresiones formales o incorrecciones estilísticas tales como repeticiones, intercalaciones, sobreentendidos, etc. Otras veces, son testigos privilegiados de ideas que van tomando forma en el preciso momento de su redacción.
Mientras que Freud se caracteriza por una escritura clara y concisa, las cartas de Lou Andreas-Salomé, cuya lengua materna es el ruso y no el alemán, reúnen de manera sistemática varios de los rasgos antes mencionados, extremando su estilo de enunciados complejos que sobreexigen —o directamente transgreden— la sintaxis y cuyo sinuoso transcurso da lugar a imprecisiones en la expresión que, por momentos, tornan imposible tener certeza sobre lo que dice, afectando así la traducibilidad.
La presente edición incluye partes inéditas1 de la correspondencia. Se trata de numerosos fragmentos que fueron omitidos en la edición original, reinsertados ahora en su contexto correspondiente. Este material fue recuperado desde los manuscritos originales, conservados actualmente en la Manuscript Division of the Library of Congress, en Washington.
CAROLINA PREVIDERÉ
1 N. de los E.: para evidenciar los textos inéditos se utiliza el recurso de cambio de fuente tipográfica.
27 de septiembre de 1912
Muy estimado profesor:
Desde el otoño pasado que asistí al congreso en Weimar, el estudio del psicoanálisis se apoderó de mí, y cuanto más profundizo en él, más atrapada me tiene. Ahora se cumplirá mi deseo de poder ir unos meses a Viena: ¿cierto que podré hablar con usted, asistir a su curso y también solicitar acceso a las reuniones de los miércoles? Dedicarme a este asunto en todos sus aspectos es el único objetivo de mi estadía allá.
Con la mayor estima
Lou Andreas-Salomé
Viena, IX, Berggasse 19
Distinguida señora
Cuando esté en Viena nos esforzaremos para hacerle accesible lo poco que se deja mostrar y comunicar del psicoanálisis. Ya en el congreso de Weimar interpreté su participación como un buen augurio.
Devotamente
su Freud
Muy estimado profesor:
El miércoles a la noche, durante el debate, usted me preguntó si conocía el libro de A. Adler. Me hubiera gustado detallarle en qué sentido y hasta qué punto, a juzgar por lo estimulante y confirmatorio, fue sustancial para unos escritos en los que estuve trabajando años atrás, unos textos ajenos al psicoanálisis propiamente dicho. Y resulta que ahora el señor Dr. Adler me pide que asista a sus reuniones de los jueves. No lo hice todavía, porque sentía la imperiosa necesidad de asimilar con calma las impresiones recibidas de usted en los días previos. Y ahora, antes de finalmente ir, me urge hacerle saber cuán prioritarias son dichas impresiones respecto de todo lo concerniente a mi estadía en Viena —incluso de aquello que parece no venir al caso—, y el sentido crucial que le otorgan.
Con agradecimiento
Lou Andreas-Salomé
Viena, IX, Berggasse 19
Distinguida señora
Si ya su interés por nuestro psicoanálisis había sido para nosotros una señal entusiasta, la aguda comprensión que revelaron sus observaciones fueron, lisa y llanamente, una satisfacción para nuestro círculo. Creo que lo mejor será anticiparle que los redactores de la Imago tienen intención de pedirle una contribución para la revista, quizás podría ser algo acerca de la relación del Ψα2 con la vida femenina, un tema tan caro a usted.
Ya que menciona su propósito de asistir a las reuniones del grupo de Adler, me tomo la libertad de decirle por mi cuenta unas palabras que la orienten en la desagradable situación. La relación entre ambos círculos no es la que debería resultar de esfuerzos análogos aunque divergentes. Además del Ψα, las personas también hacen otras cosas. Nos vimos en la necesidad de impedir todo contacto entre nuestro grupo y los disidentes adlerianos, es más, les pedimos a nuestros médicos invitados que elijan a cuál de ambos quieren asistir. No es grato, pero el comportamiento personal de los que se fueron no nos dejó otra opción.
No se me ocurriría imponerle a usted, distinguida señora, semejante limitación. Nada más le pido que considere la situación y que —como en una división psíquica artificial, por así decir— no haga mención allá sobre su forma de existencia acá y viceversa. Lamento realmente no poder ocultarle mejor los trasfondos del movimiento científico.
Espero que algún día me conceda la posibilidad de una conversación privada,
su respetuoso y devoto
Freud
Muy estimado profesor:
En su carta usted mencionó amablemente la posibilidad de debatir en persona; yo misma muchas veces siento que me gustaría contarle por dónde ando —qué preguntas me hago y qué busco— en relación a tal o cual punto; quizás mejor podría expresar algo de todo eso por escrito, si logro no extenderme demasiado. ¿Me permite mencionar un detalle y probar? El otro día en la penúltima reunión, cuando ya se estaba yendo, usted discutía con el Dr. Federn el caso del niño que, aun con defectos físicos, puede considerarse perfectamente íntegro, mientras que el neurótico, incluso de apariencia física sana, se siente inferior; al respecto, el Dr. Federn estaba alineado con la opinión divergente de Adler según la cual el sentimiento de inferioridad siempre tiene fundamento orgánico y que por esa razón, al compararse con los demás, conduce a la envidia, al odio y a un ideal del yo exacerbado. A mí, por el contrario, siempre me parece que la primera reacción sería la de una marcada necesidad de protección, la de un deseo reducido de destacarse entre los demás como persona, y que recién al cabo de múltiples ofensas —experimentadas o imaginadas— y del desaire sufrido por esa exigencia de simpatía sobrevendría la exaltación del yo, es decir, como consecuencia de la represión de lo que en un sentido muy amplio (tan general como usted entiende el término) podemos llamar sexualidad. En la teoría de Adler (teoría que, en tanto responde no sólo a hechos fisiológicos sino también al acontecer psíquico, es una pura teoría ambientalista) esa necesidad originaria reprimida también se manifiesta, porque me parece que es justo eso lo que se oculta en sus «protecciones», en las «secundarias» y demás; mientras que la protección primaria contra el sentimiento de inferioridad es el ambicioso ideal del yo compensatorio, es evidente que luego, en las protecciones posteriores y sus medidas precautorias contra las peligrosas intromisiones del sentimiento de inferioridad, las intenciones pulsionales originarias vuelven a colarse en tales formaciones de compromiso. Ahora bien, se supone que estos son meros recursos femeninos para el objetivo final, invariablemente masculino, y sólo una observación superficial los consideraría independientes; el tema es si entenderlos como meros recursos no será también superficial, de modo que en vez de ser máscaras ya son máscaras de máscaras; es decir, si no será que mientras el ideal del yo cree servirse de ellos de forma simbolizante, ellos, por su parte, se sirven de él como parábola e imagen para imponerse. − Tomar lo sexual simbólicamente, como lo explica Adler, me resulta esclarecedor − en cuanto lo considero de manera recíproca, quiero decir, como un proceso equivalente desde lo sexual, de modo que seguimos construyéndonos hacia ambos lados con ayuda de imágenes plásticas, como no podríamos hacerlo de otro modo, ya que parte de profundas raíces inconscientes. Me parece que lo que se suele llamar «normalidad» es el proceso psíquico en el que ambas partes se ayudan y se fomentan la una a la otra con sus simbolizaciones; enfermedad, en cambio, es todo aquello donde se perturban y se abusan una de otra. Por eso me puso muy contenta cuando usted el otro día me dijo (con un puñado de palabras tenues, cuando conversábamos después de su exposición) que su última formulación sobre estos temas iba más allá del conflicto entre sexualidad y pulsión del yo. Sus anteriores formulaciones también lo hacían, pero daba la sensación de que el acento estaba puesto casi exclusivamente en lo sexual: cuando, en realidad, siempre estuvo puesto en lo «reprimido», o sea, en también poner de relieve el factor represor y, por lo tanto, en el conflicto en tanto tal. Lo que pasa es que claro, las primeras investigaciones partieron más que nada de la histeria, o sea, de una enfermedad totalmente gobernada por las formas sexuales sustitutivas, y hasta diría más, de la enfermedad donde la represión más fracasa y en la que aun así, con todas las distorsiones habidas y por haber, la sexualidad todo el tiempo se sale con la suya. No así en la neurosis obsesiva, donde la inhibición es más visible en tanto que odio y amor luchan cuerpo a cuerpo y por momentos a veces triunfa uno, a veces otro; y en las psicosis propiamente dichas, por «neurosis del yo» en realidad sólo podemos entender que el yo permaneció más triunfante que la sexualidad; en la paranoia sigue habiendo una postura frente al mundo exterior, es cierto que odiando y temiéndole al odio, pero la hay; y en la demencia, en el fondo, se acabó la lucha, y los puentes que sólo la simpatía sabe construir se rompieron. La actividad sexual, donde todavía acontece, apenas puede tener lugar al servicio del sí mismo pero nada más, si bien la regresión a las formas infantiles autoeróticas significa casi lo opuesto de lo que significa en el niño: porque lógicamente no es lo mismo no poseerse todavía como sujeto que la circunstancia posterior de haber perdido el objeto, y con él, todos los límites distintivos. Por eso quizás haya que ser cauto al comparar el hombre hundido en su enfermedad con el hombre «primitivo» de tiempos antiguos, aun cuando su pensamiento produzca representaciones análogas; el enfermo arriba a esas representaciones inmerso en un estado de descomposición interna, mientras que para el primitivo —a pesar de la estructura ilógica, plástica, «onírica»— son el resultado vital de la sana interacción entre sexualidad y espíritu. Creo que esa interacción, más allá de sus formas profundamente diversas, siempre fue igual de típica que ahora, más sana o más enfermiza, más conflictiva o más equilibrada en términos productivos. Y por eso tampoco creo que lo que llamamos «sublimación» sea un simple producto de la cultura, un mero alejamiento gradual de la sexualidad para dirigirse a lo intelectual, sino que siempre existió como fecundo equilibrio entre ambos. Así como de la perturbación recíproca surge la neurosis, la «sublimación» bien podría ser una palabra para la salud y sin ninguna connotación negativa, quiero decir, una palabra que nombre la cooperación creadora de los dos. No creo que las concesiones mutuas hechas por ambas partes durante el proceso sean esenciales; ya que toda creación intelectual y cultural es irreal y sombría sin la conexión al calor vital del que brota en lo profundo de su ser, aparte de que (tal como usted menciona en el artículo3 del último Anuario) toda sexualidad tiene un ansia innata (que la separa de otras ansias de placer) de ir más allá de su respectivo objeto y también más allá de una mera transferencia: el objeto es al mismo tiempo y continuamente sólo una transferencia de un ansia dirigida a lo intelectual. − ¡Ay pero basta de escribir! ya me extendí demasiado; sólo será de vez en cuando y breve, si usted me lo permite.
Hoy ya sabía de antemano que no iba a poder ir al curso, ¡lo lamenté mucho!
Lou Andreas-Salomé
Viena, IX, Berggasse 19
Distinguida señora
¡Qué trabajoso debió ser llevar al papel esas cosas difíciles de las que sería tanto más fácil charlar! Si le entendí bien, usted quisiera conversarlo personalmente. Hace rato que le hubiera propuesto algo por el estilo si no fuera porque en el último tiempo, aparte de mis actividades cotidianas, se agregó también el esfuerzo de la fundación de la nueva revista4 de Ψα.
Ignoro si sus hábitos son compatibles con una discusión luego de las 10 de la noche; recién entonces comienza mi tiempo libre. Si se decide a regalarme el honor de su visita a horas tan avanzadas, con mucho gusto me comprometo a acompañarla sana y salva de regreso a su casa. El miércoles a la noche podemos acordar el día.
Ayer la extrañé en la conferencia y me alegra saber que su asistencia al campamento de la protesta masculina5 no tiene nada que ver con la causa de su ausencia. He adoptado la mala costumbre de siempre dirigir mi exposición a una persona en particular de la audiencia y ayer, absorto, me la pasé mirando la silla vacía destinada a usted.
Atentamente
su devoto Freud
Muy estimado profesor:
No sé si es un pedido lícito, pero por si acaso lo pronuncio, porque me toca de cerca: ¿podré tener por 1 día el manuscrito de la exposición del Dr. Rank? Tengo entendido que se publicará en la Imago recién a fin de febrero y me encantaría repasarla completa, ahora, que todavía la tengo fresca, ya que durante la conferencia no pude seguirle el ritmo en todo momento. Lo que también me distrajo fue que en la discusión nadie hablara de las verdaderas preguntas nodales del asunto (excepto Ferenczi, que lo hizo de forma indirecta con su ingenioso suplemento); es cierto que tampoco era tan simple ponerse a hablar enseguida de semejante cúmulo de cosas, formalmente aglomeradas con tanta certeza y sagacidad, pero también es verdad que la efervescencia generalizada no dio lugar al silencio y dispersó los pensamientos.
Y como yo sólo sé callar, quisiera al menos agradecerle por escrito.
Lo saluda cordialmente
Lou Andreas-Salomé
[Tarjeta de visita]
Prof. Dr Sigm. Freud
¡Por supuesto!
IX, Berggasse 19
[Tarjeta de visita]
Lou Andreas-Salomé
¡Gracias!
Lamenté muchísimo no haber podido estar entre ustedes esta noche. Pero calculo que para el sábado ya estaré bien.
Saludos devotos
su Lou Andreas-Salomé
Miércoles a la noche.
Querido profesor:
anoche quedé debiéndole una respuesta cuando me preguntó por escrito «qué me había parecido la exposición del domingo»; pero lo que se podía responder con unas pocas palabras usted ya lo sabía: pensé mucho en la exposición, empecé una carta extensa, no sólo alusiva al tema sino referida también a otros de los tópicos conversados el domingo, hasta que al final terminé riéndome de mí misma. Porque lo que yo recibo de usted es tantísimo más de lo que podría expresarle como retribución, por mucho que lo frecuente o lo atosigue con cartas, y está bien que así sea; que esas cosas lleguen a mí viniendo directo de usted fue el gran regocijo de este invierno, y apropiármelo será el regocijo del próximo verano. Y me refiero a lo siguiente: tener la posibilidad de ir más allá del libro y acceder a lo viviente. Por lo personal, por eso es que le estaré eternamente agradecida y por todo lo que se reveló ante mí. Pero por esto mismo que le digo tendrá que concederme algo más: permitirme la certeza de que no es nada convencional que usted me dé parte de su tiempo libre. Preferiría no ir, porque de verdad no esperaba nada más allá de lo que recibo junto a los demás, y con eso alcanza; sin embargo, mi propia relación con usted es completamente libre de las consideraciones o galanterías habituales, y así quiero conservarla. Yo misma ignoro qué me lleva a decir esto − algo anoche despertó en mí el temor de que usted lo interpretara distinto o que me convocara sólo porque pronto partiré, etc. Pero donde sea que me encuentre, tenga o no tenga este invierno una continuación en Viena, permítame por favor acompañarlo con total sinceridad y franqueza y estar segura de que para usted está bien así.
Puede que no me haya expresado muy bien, pero tenía que decirlo para que no me importe tanto tener que irme y pueda seguir contenta.
Lou AS.
[Membrete de «Imago»]
Distinguida señora
Lamento mucho tener que responder su afectuosa carta por escrito, me refiero a que no haya estado conmigo el sábado durante la conferencia6. Me vi privado de mi punto de anclaje y hablé titubeante. Pero por suerte esa era la última.
Fue acertado de su parte interpretar que mi petición del miércoles escondía otra cosa. Acababa de enterarme de que Ferenczi vendría a Viena el sábado a la noche, de modo que las horas que me hubiera gustado pasar conversando con usted tendrán que ser destinadas a una reunión de redacción. No había más deshonestidad que esa.
Uno, que siempre está tentado de quejarse de la gente, se malacostumbra con usted, porque es dueña de una comprensión que va más allá de lo comunicado y lo continúa con acierto, cosa que, a su vez, conlleva la advertencia de no dejarse malacostumbrar demasiado para no verse tan privado después. Más sensato sería disponerse a disfrutar del presente sin pensar en las inevitables consecuencias. Por eso mismo espero poder verla y conversar mucho durante el mes de marzo, antes de su partida. ¿Le parece, en principio, el miércoles?
Mis más devotos saludos
su Freud
Querido profesor:
Mil gracias por su carta. Todavía no me perdono haber tenido que faltar el sábado7 y quedarme en cama con fiebre en vez de asistir al cierre de las conferencias junto con todos los demás. Espero el miércoles poder salir. Pero lo que me perdí me lo perdí, esa es la verdad.
Lou AS.
[Postal: Vista panorámica de Gotinga]
¡Muchísimas gracias, saludos!
Lou Andreas-S
Le habría dedicado una carta entera a la alegría que me da tener los tres cofrecitos que me perdí aquella vez.
Querido profesor:
Días atrás vi en casa del Dr. Eitingon un retrato suyo, grande y muy bien logrado, sacado por uno de sus hijos. Y ahora no puedo abstenerme de hacerle una consulta y un pedido: ¿habrá alguna posibilidad de que su hijo me dé una copia de esa foto? Me encantaría tenerla y le estaría sumamente agradecida.
Espero que ande bien allá en la Viena que a usted tan poco le agrada y a mí tanto. Ahora, después de haber pasado una buena temporada en Múnich y de haber hecho senderismo con Rainer M. Rilke por las Montañas de los gigantes, estaré un tiempo en Berlín, Margarethenstr. 12 (en lo de la baronesa Seidlitz).
¡Los más cordiales saludos!
Su Lou Andreas
Viena, IX, Berggasse 19
Estimada señora
Me ocuparé de su propósito (con una modificación) siempre y cuando hagamos un buen trato, quiero decir, si por mi retrato a cambio recibo el suyo.
Según tengo entendido, ese retrato tomado por mi hijo hace 7 años y que hoy se ve tan anacrónico, ya no se consigue. Lo había hecho un fotógrafo de Zúrich, y vendía unas ampliaciones, pero la situación actual con Zúrich no está como para que ande averiguando su nombre. Por otra parte, quizás este mismo mes me entreguen unos grabados en cobre hechos en base a una foto de 1909. Si usted me confirma que sí lo quiere y me pasa su dirección actual, una de esas obras viajará donde usted.
No andan bien las cosas desde lo de Múnich9. Hay crisis en puerta. ¡Ojalá estalle pronto y se lleve el tufo!
Mi hijo menor10, el que estudia en Múnich, el mismo que adora a Rainer Maria Rilke, me comentó que finalmente no se vieron.
Espero que le vaya muy bien y que su fe en la vida le dé buen resultado donde sea que se encuentre.
Con sincera devoción
su Freud
11 de noviembre de 1913
Querido profesor:
Al volver de un breve paseo me encontré con su carta; ¡le agradezco de todo corazón! Me alegra muchísimo lo del nuevo retrato; este mes todavía estaré en Berlín como para recibirlo, después en Gotinga (Loufried). Yo, mientras, anduve haciendo algunas averiguaciones por mi cuenta sobre el nombre del fotógrafo de Zúrich, así que lo tendré a usted por duplicado. Lo que en su opinión «se ve anacrónico» en esa foto, a mí, en cambio, me parece muy pero muy actual; sin embargo, eso mismo que usted dice vale perfectamente para las únicas fotos mías que existen, tanto, que dudo poder hacerme pasar por mí misma en esas imágenes: ¡tienen más de doce años!
Yo también, desde lo de Múnich, pienso mucho en las cosas turbias y confusas que usted menciona – porque, lejos de ocuparme menos, me ocupo casi más que en Viena de las cosas por las que le estoy agradecida únicamente a usted. Y muchas veces tengo el fuerte deseo de encontrar una forma de transmitir algo de todo lo que me fue transmitido a mí: la propia potencia del deseo terminará por encaminarlo. Pero, sin importar en qué terreno y de qué manera, si llegara a manifestarse de tal modo que me permita serle mínimamente útil a su causa o beneficiarla y usted lo supiera, quiero creer que me ayudará a que esa alegría no me pase inadvertida, ¿cierto?
Mis más cordiales saludos
su Lou Andreas
Viena, IX, Berggasse 19
Muy estimada señora
Reciba mis más sinceros deseos de felicidades para este año 1914 que se aproxima y ayúdeme a resolver una injusticia que he descubierto. Es probable que por estas épocas ya cuente con dos fotos mías en su haber, pero suya yo no tengo ninguna. ¿Le parece equitativo? De más está decir que no creo que la solución sea enviarme una de esas dos fotos.
Su más devoto
Freud
Querido profesor:
Gracias de corazón por sus saludos de año nuevo. Mis mejores deseos para usted y los suyos. Para mí acaba de irse un año cuyas mejores cosas están tan ligadas a usted que nunca lo rememoraré sin internamente decir otra vez «¡gracias!».
Le envío en adjunto a esa joven muchachita11 de la que ya en noviembre, estando en Berlín, le comenté que no me unía más que un vínculo lejano. Pero bueno, ya que aun así la quiere tener, acá va – no sin sentimientos encontrados. Pero sí con muchos y afectuosos saludos
de su
Lou Andreas
Viena, IX, Berggasse 19
Estimada señora
La joven que ahora ha aceptado la invitación es claramente una pariente suya muy cercana, si es que no se trata de usted misma. De cualquier modo, este vínculo le asegurará a la joven un lugar de honor.
También quiero darle las gracias por su colaboración para la Imago12, que espero pronto poder leer. Hay paro de tipógrafos, así que por desgracia no podemos imprimir.
De momento estoy abocado a redactar las contribuciones a la historia del movimiento Ψα para publicarlo en nuestro Anuario, y tengo la esperanza de que este pronunciamiento mío pondrá fin a todas las medias tintas y llevará a cabo las ansiadas rupturas.
Días atrás recibí una carta de Bjerre donde dice que quiere disimular nuestras diferencias. No comparto.
Le mando un saludo cordial y envíeme noticias directas
su devoto Freud
Querido profesor:
¿Habrá alguna posibilidad de leer esa carta de Bjerre que usted acaba de mencionar (supongo que estará escrita en un tono puramente objetivo)? De más está decir que se la reenviaría de inmediato. Ahora, si lo considera un pedido fuera de lugar, discúlpeme, ni hace falta que me responda. Lo que pasa es que me gustaría saber con más precisión a dónde debería ubicar a Bjerre, por ejemplo con respecto a los suizos. Nosotros ya no nos escribimos.
Todos estos asuntos sobre los que usted está escribiendo me dan las mil y un vueltas en la cabeza y me ocupan por completo. ¡Este año que comienza sin duda traerá claridad y más de una guerra acalorada!
Mis más cordiales saludos
su Lou Andreas
Querido profesor:
con qué placer acabo de leer «Sobre la historia del movimiento psicoanalítico» (¡y qué maldad la suya no haberle escrito una dedicatoria a la separata!). Cuántas cosas que me gustaría charlar mano a mano con usted, ahora estoy más cerca que antes de esas cosas, y lo bueno de las luchas y divisiones en la asociación fue que cada uno reflexionara y se diera cuenta de dónde estaba parado, y así ser más conciente de lo que le debe a usted.
Espero que después de todo el trabajo y el esfuerzo pase unas vacaciones de verano rebosantes de sol, frescura y tranquilidad.
Los más cordiales saludos
su Lou Andreas
Viena, IX, Berggasse 19
Estimada señora
Aunque lo parezca, esta carta mía de hoy no es la reacción a la pequeña provocación intentada en la suya. El buen Rank se encargó de la distribución masiva de la separata, y yo, luego de una pausa prudencial, me proponía pedirle a usted una opinión crítica al respecto.
Su juicio es tantísimo más amable de lo que me esperaba. Aunque supongo que la medalla tiene un reverso que usted aún me oculta. Porque sí, el asunto no es para nada grato. Acusar y denunciar, desenmascarar e increpar no son cosas agradables ni tampoco tareas a las que me consagre con especial simpatía. Es propio de la vida forzarlo a veces a uno a enfrentarse a lo que aborrece profundamente. La solución a dicha tarea insoslayable me fue posible recién cuando, en cierto modo, me puse a escribir para mí mismo como única autoridad, abstraído de la idea de un tribunal cuyo favor debía conquistar. De ahí que tuviera algún tipo de descortesía intencional para con todos, y a mis amigos más cercanos, a quienes no había necesidad de conquistar, les dediqué todas las bondades que se me antojaron. Sin embargo, bien oculta en algún lugar habita en mí una necesidad de saber qué le parecería a un otro, un juez o una jueza, y confieso que le habría confiado a usted esa función.
No ignoro, desde luego, que los opositores, los adulteradores y los tergiversadores cumplen también una importante misión al condimentar el plato que, de no hacerlo, a la gran mayoría le parecería desabrido. Pero uno no debe reconocerlo a viva voz, únicamente los apoyo en el correcto cumplimiento de esa misión quejándome de la contaminación con que afectan a la cosa pura mediante ese procedimiento.
Espero que se encuentre bien,
su devoto Freud
Querido profesor:
no: no quise guardarme objeciones – creo que hasta la franqueza más atroz habría manado irrefrenable de la negrura de la tinta, así de ínfimo es, y más en este caso, el crédito que le doy a la enemistad causada por la honestidad. Sólo que el hecho de que la distribución masiva de este importante escrito suyo provocara necesariamente respuestas también masivas, me hizo suponer suficiente espanto en su alma y me llevó a expresarme de forma tan escueta.
Mientras leía exultante su artículo, pensaba en que toda subversión genuina es agraviada, pero que lo específico del psicoanálisis freudiano tiene que ver con permitir que eso le ocurra a uno, ahí está lo novedoso, que uno mismo se vea forzado a todos los «desenmascaramientos», las «increpaciones» y las discusiones más incómodas. Porque sus hallazgos vuelven sistemática y progresivamente a quedar ocultos detrás de resistencias (¡las de todos nosotros!), y ya no recordamos nada de aquella antigua satisfacción del niño cuando, en el juego de las escondidas, justo aquel que quiere estar oculto sale de pronto de su escondite diciendo ¡hola! con total despreocupación. Uno no puede convencer a nadie que no tenga ya de antemano una predisposición interna a convencerse – pero esa conjunción de experiencia vivida y discernimiento que implica la nueva disciplina es precisamente su mayor atractivo y lo más grandioso que tiene, y es lo que reviste de peculiar dramatismo a todas las luchas contra ella.
Claro que nadie puede prever si más allá del ámbito psicoanalítico en sentido estricto, en sus implicaciones más vastas —como las filosóficas, por ejemplo— los puntos de vista coincidirán siempre: porque es justo en esos ámbitos que las personas están muy influenciadas por razones personales, por mucho que pretendan despojarse de ellas. Pero mientras que siempre habrá puntos en disputa en la periferia del psicoanálisis, y acaso nunca deba dejar de haberlos, creo que los malentendidos de las diversas «fracturas» provienen casi siempre de dislocar de su centro el problema principal y tomar como punto de partida algo completamente distinto: y hacen esto movidos, una vez más, por razones personales. Hace un año me escribí con Adler al respecto; en aquel momento me hubiera gustado mostrarle la carta y la respuesta; creo que todavía estoy a tiempo de hacerlo, aunque hoy esperaría poder debatirlo con mayor objetividad.
Este verano tuve la osadía de escribir un trabajo al que llamé «Anal y sexual»; pero no sé si es publicable, por ahora sólo me lo cuento a mí misma.
¡Nos vemos en los previsiblemente tormentosos días de fines de septiembre14! A lo mejor pida la admisión de un invitado15 que quizás alguna vez resulte útil.
Su Lou Andreas
Viena, IX, Berggasse 19
Estimada señora
Estoy tan ocupado que lo mejor será no postergar la respuesta.
Le agradezco sinceramente su carta. Me dio mucha alegría enterarme de que ya hace un año supiera distinguir como tales los intentos de desplazar el problema de su centro. De modo que sólo resta discutir los motivos por los cuales eso ocurre.
El gesto de permitirme ver la correspondencia con Adler es para mí signo de una enorme confianza. La carta muestra su toxicidad característica, tan típica de él, y no creo que desmienta la imagen de sí que él mismo se encargó de darme. Digámoslo con todas las letras (así será más fácil continuar): es una persona repugnante.
Jamás combatí las discrepancias dentro del ámbito de la investigación Ψα, máxime cuando yo mismo suelo tener más de una opinión sobre algún tema, sólo que las tengo antes de elegir cuál publicar. No obstante, hay que ceñirse a la coherencia del núcleo, de lo contrario se convierte en otra cosa.
Todavía no sabemos bien cómo se desarrollará el congreso. Es probable que transcurra de manera pacífica si, llegado el momento, los suizos deciden no participar. Pero de no ser así, no quisiera apostar nuestro reencuentro a esa carta.
El misterioso invitado que me anuncia será bienvenido para todos. Y si se contó «Anal y sexual» a sí misma, sepa que sus hermanos16 también querrán escuchar.
Un saludo cordial
su Freud
[Postal]
Estimada señora
¿Qué anda haciendo por estos tiempos, tan difíciles para todos? ¿Esperaba que fuera así, se lo imaginaba de esta forma? ¿Sigue creyendo que los hermanos mayores son todos tan buenos?
Espero una palabra suya de consuelo
su devoto
Freud
Querido profesor:
Qué lindo recibir hoy un saludo suyo. Justo el otro día preguntaba en lo del Dr. Abraham cuál de sus hijos era el que estaba en el frente, y ahí supe que el Dr. Ferenczi también estaba reclutado.
Sí: ¡qué tema los «hermanos mayores»! se volvieron todos locos. (Pero eso es porque los países no se pueden psicoanalizar).
Nos levantamos cada día debiendo enfrentar una y la misma tarea: comprender lo incomprensible; uno transita estos tiempos terriblemente lacerantes como si atravesara un tupido matorral espinoso. Yo no recuerdo, ni remotamente siquiera, un solo destino personal que me hiciera sangrar de esta forma. Tampoco creo que después de esto podamos algún día volver a estar alegres de verdad.
La última vez que nos escribimos, en el verano, ambos teníamos en mente otro tipo de combates. Igual, me imagino que las reuniones de los miércoles siguen en pie, ¿no? (aunque no estén todos). Si las circunstancias hubieran sido otras que las actuales, habría vuelto a asistir al curso este invierno.
¿Quiere enviarme una copia de «Introducción del narcisismo»? ¿Y escribirle una dedicatoria?
Mis mejores deseos para usted y todo su hogar
su Lou Andreas
Viena, IX, Berggasse 19
Estimada señora
Ahora que una carta entre Viena y Gotinga tarda 6 días en llegar, puedo responderle al instante sin caer pesado. El texto que me pidió está en camino libre de censura, calculo que ya le habrá llegado.
Eso que escribe me anima a intervenir como segunda voz. No tengo dudas de que la humanidad superará también esta guerra, pero estoy seguro de que ni yo ni mis coetáneos volveremos a ver alegre al mundo. Es demasiado monstruoso; pero lo más triste es que, en virtud de las expectativas despertadas por el Ψα, exactamente así es como deberíamos imaginarnos a los hombres y su comportamiento. Es por esa postura suya respecto de los seres humanos que jamás he podido acompañar su alegre optimismo. Mi decisión secreta fue: al ver que la más elevada cultura actual está aquejada de una enorme hipocresía, nosotros no le seremos funcionales de manera orgánica. Hay que desistir, y el o lo gran desconocido detrás del destino alguna vez volverá a repetir el experimento cultural con otra raza.
La ciencia sólo aparenta estar muerta, lo sé, pero la humanidad parece estarlo realmente. Es un consuelo que nuestro pueblo alemán sea el que mejor se ha comportado en este sentido; quizás porque tiene certeza de la victoria. El comerciante ante la quiebra siempre es un estafador.
Nuestras reuniones de los miércoles, depreciadas ahora por comunicarme que de haber sido otras las circunstancias habría venido, sí, siguen en pie, pero sólo dos veces al mes. Todo marcha de manera pacífica y un tanto superficial. Muchos están muy ocupados por el servicio, otros no están. Estoy trabajando en secreto en cosas muy vastas y hasta diría trascendentales, después de pasar unos dos meses paralizado recuperé el interés y percibo con mucha nitidez que mi cabeza está bien descansada.
Dos de mis hijos están en el ejército, ambos en etapa de formación como artilleros en ciudades de provincia.
Le mando mis cariños y me agrada pensar que después de la guerra irrumpirá incontenible la necesidad de reencontrarse.
Su devoto
Freud
Querido profesor:
Entre todo lo lúgubre, usted menciona algo maravilloso: haber recuperado el interés por su causa (y la de todos nosotros), y creo que el descanso involuntariamente prolongado no hará sino beneficiarla. Para cuando llegue a mis manos ya será tarde y estará «listo para la imprenta». Tal fue mi impaciente ocurrencia al leer en la revista de septiembre sobre su exposición de abril en la asociación acerca del narcisismo, hasta que después pude leerlo en el nuevo Anuario. Desde que recibí la separata y su última carta, por la cual le estoy muy agradecida, no es esta la primera vez que le escribo: lo que pasa es que me puse demasiado minuciosa con el tema del narcisismo y terminé rompiendo la carta porque me parecía como un atrevimiento. Pero calculo que tarde o temprano se lo haré llegar de una u otra forma, porque es un tema que me persigue de larga data; circunstancia cuyo fundamento es sin duda de índole personal, como todo, pero que ojalá no me desoriente en términos prácticos.
Toca en un punto tanto la postura suya como la mía sobre la gravedad de nuestro tiempo y sobre lo que usted llamó mi optimismo, ese que por desgracia parece estar fracasando. Porque yo siempre pienso que detrás de las actividades humanas individuales y de aquello que todavía es accesible en términos psicoanalíticos, hay sin duda un abismo donde los impulsos más valiosos y los más repugnantes codependen de forma indiscernible tornando imposible un juicio definitivo. Esta extraña unidad es un hecho fáctico, no sólo de la más temprana etapa de la vida (de la humanidad y del individuo) alguna vez superada, sino que es un hecho que sistemáticamente se renueva, para todos y cada uno – apto para derribar cualquier altanería pero también para erigir cualquier cobardía. Es verdad que no afecta nuestro repudio o nuestro embelesamiento por una forma de expresión humana —y por eso una época como la nuestra puede ser letal para la alegría y la esperanza—, no obstante, sabemos muy bien que nuestra vida se sostiene en esa confianza última, y así debería ser para todos. Debería pero no lo es, no hoy, pero debería si uno profundizara en sí mismo lo suficiente – es lo único que me da un poco de aliento.
Pero bueno, ya voy cerrando porque si no volveré a caer en la misma minuciosidad del otro día.
¡Los más cordiales saludos!
Su Lou Andreas
Qué bien quedó el Anuario y qué interesante, incluso las ponencias, sobre todo la de Ferenczi y la de Rank. Excelentes los trabajos de Jones y Abraham como acompañamiento a los dos temas suyos17.
Dirección a partir de ahora:
Berlín-Charlottenburg
Suarezstraße 22
(Klingenberg)
Querido profesor:
no es intención de esta carta, quizás un poco ardua, importunar su momento de trabajo; puede ya mismo escabullirse en algún cajón y quedarse ahí tranquilita esperando. Aparte tampoco estoy segura de si será capaz de plantear bien lo que me aflige del narcisismo ni si está pensado con la suficiente claridad. Así y todo, ansía llegar a usted. Algo aunque sea, porque pretender «todo» sería muy jactancioso; da casi lo mismo qué parte elija.
En las pp. 3/4 de su texto está resumido lo que yo ya sabía por comentarios suyos, orales y escritos, sobre el concepto de narcisismo: «finalmente, para la distinción de las energías psíquicas inferimos que al comienzo están juntas en el estado del narcisismo y son indiferenciables para nuestro análisis grueso, y que recién con la investidura de objeto será posible distinguir una energía sexual, la libido, de una energía de la pulsión del yo». No consigo librarme de la impresión de que hay que diferenciar un poco el narcisismo ahí descripto como narcisismo propiamente dicho de aquel otro que representa una fase específica del desarrollo en la que el yo se elige concientemente a sí mismo como objeto, es decir, que presupone ya un objeto y lo prefiere a los demás, como en el caso de la autocomplacencia, la vanidad, etc.; porque ahí lo que tenemos es una desunión, un daño en la unidad del ser, mientras que el narcisismo tiene sus raíces en la inocencia más profunda que podamos imaginar. Siempre me pareció que para las dos posibilidades se podían considerar diferentes tipos de persona, distintos períodos y estados de ánimo de la vida para cada uno, donde a veces domina uno y a veces el otro. En un caso no somos del todo concientes de nuestros propios sentimientos, o mejor dicho: donde más sensibles somos es, a la vez, donde más involucrados estamos en términos prácticos, y no somos muy concientes ni del dolor ni del placer; en el otro caso, los sentimientos están por delante y, en cierto modo, los saboreamos y paladeamos. Así, no es lo mismo aquel que disfruta de la fama o del amor que aquel otro a quien esto le gusta; no es lo mismo que alguien añore, que el hecho de que lo conmueva su propia añoranza, y así sucesivamente. Ahora, las personas de un tipo de narcisismo pueden a veces inclinarse hacia el otro tipo, por ejemplo los artistas, pero en ellos ambos tipos difieren bastante, casi tanto como difieren sus períodos productivos e improductivos. Porque convengamos que el artista se entrega a la creación con una objetividad suprema, sin sospechar siquiera los personalísimos y decisivos vínculos entre su obra y su ser más íntimo e infantil, y recién cuando despierta de ese arrebato de «inconsciencia» —o por no haberse sumergido en él lo suficiente—, vuelve a caer en la infatuación, en la sobreabundancia de libido dirigida a él como persona. Por supuesto que ambos tipos son un estado del yo, de esa persona, pero sólo para el espectador, por así decirlo; porque para la persona misma, el yo es objeto de la libido sólo en el segundo caso; en cambio, el primer caso podría describirse tanto diciendo que el yo desdibuja por completo sus contornos permitiéndole esto escapar de su subjetividad, de la oposición entre el yo y el mundo, como también diciendo lo contrario, a saber, que refiere a sí mismo todo lo encantador. Esta distinción, y también la concepción suya del narcisismo en general, son importantísimas para mí, sobre todo porque en ellas ya se plasma mi verdadera separación respecto de A. Adler. La responsable principal de la ceguera de Adler respecto de la facticidad de lo sexual es una confusión entre pulsión de poder y pulsión sexual; su pulsión de poder no es otra cosa que el narcisismo de la segunda clase: la sobreinvestidura libidinal del yo. Y, a propósito, siempre me pareció que mientras el concepto de narcisismo tome como punto de partida la prioridad del yo «al cual» está ligada la libido, se le sigue concediendo a Adler cierto derecho a justipreciar todo el asunto desde el yo – como si la libido fuera algo que el yo puede maniobrar, orientar de tal o cual forma, utilizar o adaptar a sus propias metas – mientras que para nosotros el yo, en tanto producto del desarrollo, primero se diferencia de aquella vida uniforme sujeto-objeto que más tarde reencontramos como «libido» en el yo en desarrollo; vida que, partiendo de aquel hogar originario, sigue surtiendo efecto en nosotros en la «omnipotencia de los pensamientos», etc.: tanto en el tipo realmente inconsciente de borramiento sujeto-objeto como en el de infatuación conciente. De más está decir que el primero, en particular, no puede seguirse de manera empírica, y acá es donde el análisis directamente se detiene – tal como le escuché decir a usted en más de una oportunidad: «el concepto de narcisismo es un concepto límite que no debe emplearse como clave para todo, sino funcionar como un reservorio para todos aquellos problemas aún no resueltos, y hasta quizás insolubles». En efecto, no podemos convertirlo en algo misterioso ya que, después de todo, designa un hecho accesible y, en mi opinión, delimita con claridad la esencia específica del «inconsciente» freudiano respecto de eso que Adler (con su «ficción») y Jung (con su «simbólico») usan por todas partes.
¿Me permite comentar otro pasaje en relación con esto? Me refiero a cuando usted en la p. 8 habla de los caminos «para aproximarnos al conocimiento del narcisismo», y menciona la enfermedad orgánica y la hipocondría – ambas caracterizadas además por la enorme tensión displacentera del órgano en cuestión, demasiado sensible y demasiado erógeno, mediante lo cual el interés se desprende del mundo exterior y da lugar a un «repliegue narcisista de las posiciones libidinales hacia la propia persona». Sólo que me parece que en estos casos, al interior de nuestra actitud narcisística habitual, tanto para con nuestro cuerpo como para con nosotros mismos, se produce en simultáneo una modificación fundamental que de pronto nos confronta concientemente a nuestro cuerpo como objeto, presentándolo como un fragmento que ya no guarda identidad con nosotros – como un «por fuera de»; a la más mínima partecita del cuerpo que nos duela enseguida la percibimos como un cuerpo extraño, nos diferenciamos de ella con total indignación, igual que lo haríamos de una cosa enemiga. Todo esto es libido, no cabe duda, sólo que bajo la forma del fastidio, del «odio», que es como se presenta la libido de signo positivo cuando ha sufrido desengaños e inhibiciones, y hay que llamarla narcisista porque es referida a sí misma por la persona. Sin embargo, esta libido implica un narcisismo cuyas circunstancias internas lo despojan de lo más característico: porque hace una distinción contradictoria entre el sujeto y aquello que es objeto al interior de sí mismo – o sea, porque enfatiza el sí mismo corporal (o una parte de él) como algo per se, como una otredad perturbadora que actúa en oposición al yo. Por lo tanto, esto contrastaría con el bienestar narcisista de sentirnos uno solo con el propio cuerpo – igual que (aunque no de la misma forma) contrastan el narcisismo inocente antes mencionado, que se considera idéntico a toda omnipotencia exterior, y el infatuado, que se convierte concientemente en su objeto de amor.
Ahora bien, en la p. 4 usted menciona un paradigma de las tensiones displacenteras de condicionamiento orgánico o hipocondríaco que se originan en el placer libidinal positivo y que, no obstante, también aspiran como meta a la liberación del estado corporal que las oprime: la excitación genital. Pero entonces, ¿no debería ser considerado el mero proceso corporal por sí solo, en tanto proporciona, en efecto, una analogía con los estados de tipo patológico en los que, a partir de los genitales, todos los demás órganos ven afectada su actividad específica por sustancias que pugnan hacia afuera? El hecho de que esta tensión genere a la vez tanto placer, constituye una contradicción que en realidad procede del estado psíquico de la libido: a saber, un estado que pretende mucho más que una simple distensión, un estado que quisiera volver a experimentar una unidad con su objeto sexual escandalosamente sobrevalorado, tal como quizás gozó de ella dentro del vientre materno en la identidad con el entorno. ¿No será acaso esto mismo el gran problema de lo sexual, digo, que no sólo quiera apagar la sed sino que su esencia misma sea anhelarla18?, ¿que el estado alcanzado de distensión corporal, de saciedad, sea a la vez una decepción porque aminora la tensión, la sed, mientras que la enfermedad y también el estar enfermo a causa de sustancias sexuales opresivas para el cuerpo se proponen justamente eso?
Siempre me parece que nuestro cuerpo, al tener que desempeñar dos roles simultáneos —por un lado, ser «nosotros mismos» y por el otro, ser la porción de realidad exterior más próxima que tenemos y respecto de la cual estamos obligados de múltiples maneras a posicionarnos, al igual que respecto de todo lo demás— sólo es capaz de acompañar por un breve trayecto nuestro comportamiento narcisista; si se lo enfatiza más allá de esto («sobreerogeniza») reacciona con tensión displacentera, expulsa el excedente de esa libido, es decir, deja de comportarse como idéntico a nosotros mismos, empieza a llevarse mal con nosotros. Dentro de lo «psíquico» ocurre justo a la inversa, quiero decir, dentro de ese terreno donde somos netamente «nosotros mismos», por antonomasia, lo psíquico como aquello para lo cual ningún énfasis es demasiado, aquello que cuanto más se expande más afirmamos, y frente a cuyas intenciones aparecen una y otra vez la sed y la nostalgia por un más indicándonos el camino: porque, al fin y al cabo, de ahí proviene que hayamos primero aprendido a delimitarnos gradualmente como conciencias individuales aisladas.
Me gustaría también comentarle hasta qué punto creo que esto no parece contradecir su concepción de los motivos por los cuales la libido pasa a las investiduras de objeto – pero no, porque si lo hiciera la carta no terminaría nunca. Lo que pasa es que sigo leyendo y releyendo su texto, que, aunque breve, para mí es como un libro enorme y robusto que se va llenado de contenido.
Espero que haya estado bien todo este tiempo y sin tantas preocupaciones por sus seres queridos. Mis más cordiales deseos de año nuevo para usted y su familia
su Lou Andreas
A raíz de la desesperación que me genera la humanidad en guerra, ahora tengo un perro. (Y usted, ¿un gato?)
Viena, IX, Berggasse 19
Estimada señora
Usted es inquebrantable. No parece haber sucumbido a la actual inhibición generalizada que nos ha arrebatado la fuerza creadora a todos los demás. No tomaré sus comentarios sobre el narcisismo como objeciones, sino como instrucciones para intentar nuevos esclarecimientos conceptuales y prácticos. Concuerdo con usted, pero sin poder solucionar los problemas planteados. Admito también la ventaja de Adler, es la ventaja propia de una construcción sistemática impuesta a las cosas contra una observación que se empeña tímidamente en hacerles justicia. Me vale de consuelo el hecho de que simplificar el mundo no sea tarea de la ciencia, no al menos su tarea más inmediata.
Con respecto al tema en sí quisiera comentar que mi exposición del narcisismo es, antes que nada, una exposición que algún día describiré como «metapsicológica», es decir, sin ninguna consideración por los procesos de conciencia, sólo determinada por factores tópico-dinámicos. Los casos a los que usted les dedica su interés se refieren más que nada a circunstancias bajo las cuales dicho proceso se hace conciente, cosa que debe estarle vedada al narcisismo genuino e inocente. Algunas voces de advertencia por las que siempre me dejo guiar me llevaron a abstenerme de seguir estos problemas sin que previamente se iluminaran otras oscuridades. Prescindir de las relaciones de conciencia, aparte de empatizar con el modo metapsicológico de pensamiento, es tan difícil como indispensable.
Sé que el tema del narcisismo le es cercano por la participación que tuvo en los trabajos de Tausk. Pero el caso es que Tausk tiene unas concepciones que a mí me resultaron totalmente inentendibles. El interés suyo por él hizo que me impusiera a mí mismo un gran esfuerzo psíquico para entenderlo, pero no hubo caso.
Tampoco adquirí ni perro ni gato, todavía tengo suficiente feminidad en casa; es una suerte que las mujeres no sean llamadas a prestar servicio. Mi hijo mayor ya se encuentra en una trinchera en Galitzia.
Nuestros diarios no se van a suspender, al contrario, hasta aceptan contribuciones. Todos pensamos con cierta timidez en lo que traerá la primavera. Una vez más habrá ilusiones destrozadas. En fin.
Le mando un saludo cordial y gracias por la discusión, tan pertinente y estimulante.
Su devoto Freud
Múnich, Finkenstr. 2
en lo de R. M. Rilke
Querido profesor:
Su carta de hace un par de meses me produjo una alegría tan grande que me hubiera encantado contestársela enseguida, pero después entendí que no funciona de ese modo. Así que lo que vengo haciendo es responder muchas cosas mentalmente y, a la par, sigo leyendo su texto y añadiendo toda clase de trabajo al problema tratado – hasta que de todo ello vuelva a surgir una carta extensa. Pero por hoy, nada más que un agradecimiento tardío y una pregunta: me gustaría saber si usted y su familia se encuentran bien. Es que cuando estuve en Berlín, antes de venirme a Múnich, el Dr. Abraham me comentó preocupado que hacía más tiempo de lo habitual que no recibía noticias suyas. Por eso disculpe si se las pido yo: envíeme aunque sea unas palabras, así puedo pensar tranquila en usted en estos tiempos funestos.
¡Saludos cordiales!
Lou Andreas
Estimado profesor Freud: todavía no fui a Viena desde nuestro encuentro19; pero envíele un cordial saludo a su hijo si está en casa, y para usted toda mi devoción.
su R. M. Rilke
Viena, IX, Berggasse 19
Estimada señora
Tomaré su carta con el amable mensaje de su anfitrión como la ocasión para permitirme un rato placentero que, de lo contrario, entre la tensión y la preocupación de hoy en día, quizás no tendría.
Me alegra mucho saber que se dedica tanto a los problemas surgidos porque anudo a ello la esperanza de que pueda resultar algo más que una carta dirigida a mí. Yo también sigo trabajando en el tema, a mi manera. Usted sabe, yo me enfoco en lo particular y espero que de ahí se desprenda por sí solo lo general. Por eso me parecen realmente útiles los aspectos del narcisismo en la indagación de la melancolía y de otros estados hasta ahora oscuros. Bajo los siguientes tres títulos: Sobre las pulsiones y los destinos de la pulsión – Represión – Inconsciente, en los próximos números de la revista irá apareciendo una especie de síntesis psicológica de varias de las concepciones hechas hasta el momento, desde luego que incompleta, como todo lo que hago, pero no sin nuevo contenido. Más que nada el texto sobre lo Icc, ahí aparecerá una nueva determinación del mismo, que en realidad equivale a un reconocimiento20. Llegado el momento (¡dentro de 6 meses!) osaré pedirle su parecer. ¡Esperemos que para entonces ya reine la paz!
El Dr. Abraham está ahora en Deutsch Eylau (Prusia occidental). Mi hijo mayor está en el frente desde hace 2 meses, probablemente en Galitzia; se queja de los parásitos y de las enfermedades artificiales que aparecen por la vacunación. Otro hijo mío está esperando en Klagenfurt hasta que lo necesiten.
Coméntele al señor R. M. Rilke que también tengo una hija de 19 años21 que conoce sus poemas, que sabe recitar algunos de memoria y que está envidiosa por el saludo que le mandó al hermano.
Saludos y deseos cordiales
su Freud
Querido profesor:
muchísimas gracias por el envío de las dos separatas22, le comento que antes de reaparecer con una carta extensa ya estuve extrayendo y disfrutando mucho de su riqueza y conversando mentalmente con usted al respecto. En «Pulsiones y destinos de la pulsión» me pareció una innovación —en extremo esclarecedora— que (98, 99) amor y odio no deriven de «la escisión de un algo originariamente común»: hasta ahora, considerado como simple amor en negativo y ligado a la condición de una represión previa, al odio como tal siempre se le había imputado algo patológico que ahora más parecería resultar de un entrelazamiento regresivo de la pulsión del yo y la función sexual. También es nueva la expresión «yo-real» (96, 97) como distinción del «yo-placer purificado» que se contrapone al mundo exterior como un algo ya aparte, según la unidad narcisista sujeto-objeto. Por qué me gusta tanto esta palabra y si no estaré poniendo demasiado en ella son cosas que me encantaría conversar en detalle, si no fuera porque me gana el hecho de poder hacerlo por carta. Creo que en todas estas cuestiones lo sigo a usted en el pensamiento
