La amante seducida por el príncipe - Maisey Yates - E-Book

La amante seducida por el príncipe E-Book

Maisey Yates

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Beschreibung

El arrogante príncipe tendría que usar todos los trucos a su disposición para seducirla, someterla y convertirla en su princesa. «Estoy embarazada». Esas dos sencillas palabras amenazaban la secreta vida hedonista del príncipe Raphael de Santis, ponían en peligro a toda una nación y lo ataban de por vida a una camarera. Con objeto de evitar otro escándalo internacional después de su compromiso frustrado con una joven europea de alta alcurnia, Raphael no tendría más remedio que contraer matrimonio con su joven amante estadounidense. Pero la dolida Bailey Harper no estaba dispuesta a aceptar tal honor.

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Seitenzahl: 186

Veröffentlichungsjahr: 2017

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2016 Maisey Yates

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La amante seducida por el príncipe, n.º 2540 - abril 2017

Título original: The Prince’s Pregnant Mistress

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-9716-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

Había sido una noche tan hermosa, tan perfecta… Las luces navideñas que adornaban las fachadas de los edificios de Vail, Colorado, brillaban sobre la nieve como estrellas que hubieran caído del cielo para iluminar el camino.

Sí, la noche había sido perfecta y Raphael aún más. Pero siempre lo era.

Bailey no se podía creer que fuese real. Incluso después de ocho meses, no podía creérselo porque era como un cuento de hadas y ella jamás había creído en los finales felices.

Y entonces había conocido a Raphael.

Solo lo veía cada dos meses, cuando iba a Colorado por asuntos de negocios, y nunca se quedaba más que un fin de semana.

Había sido comedida durante toda su vida y muy cauta cuando se trataba de los hombres, pero con Raphael… había perdido la cautela. Se había entregado a él sin pensar en protegerse, sin pensar en nada más que en cuánto lo deseaba.

Era una mujer diferente con él, una mujer enamorada.

Todo era frenético cuando estaba allí y esa noche no era una excepción. Después de cenar habían paseado por la ciudad antes de volver al hotel, donde Raphael la había consumido con su pasión.

Pero esa noche parecía diferente, más intenso. Aunque no pensaba quejarse.

Bailey se estiró sobre las sábanas, flexionando los dedos de los pies. Aún estaba recuperándose, pensó mientras se tumbaba de lado, mirando hacia el cuarto de baño. La puerta estaba cerrada, pero una franja de luz era visible por debajo.

Bailey suspiró pesadamente, esperando que volviese a la cama.

Esperando con impaciencia porque esa noche era diferente y especial.

Lo amaba tanto que le dolía. Nunca se imaginó que pudiera sentir algo así por otra persona y tampoco que alguien pudiera sentir eso por ella.

Y quería más. Lo quería todo.

La puerta del baño se abrió y le dio un vuelco el corazón. Era ridículo lo atolondrada que se sentía cuando estaba con él… claro que nunca había tenido esa intimidad con otro hombre.

En su trabajo como camarera recibía ofertas masculinas todo el tiempo, pero no le afectaban. Se había desencantado de los hombres cuando se fue de su casa a los dieciséis años. Había visto demasiados gritos, demasiadas penas.

Por eso había querido hacer su propia vida, forjarse su propio futuro. Había llegado a los veintiún años siendo virgen porque estaba decidida a esperar al hombre adecuado, hasta que estuviese preparada.

Y entonces había conocido a Raphael.

Sus amigos no se creían que existiera. Había dejado de hablar sobre él porque cada vez que lo mencionaba recibía como respuesta ojos en blanco y bromas del tipo: «¿Raphael? Bailey, ¿estás saliendo con una tortuga ninja?».

No se los había presentado porque Raphael siempre estaba muy ocupado cuando iba a Colorado. Además, lo quería para ella sola. Sí, estaba aturdida y trastornada por su culpa. Y tenía la sensación de que siempre sería así.

–Bailey, ¿no deberías vestirte?

Ella frunció el ceño. No había esperado que dijera eso porque solían pasar la noche juntos cada vez que iba a Vail.

–Había pensado que… bueno –Bailey se pasó una mano por las desnudas curvas–. Aún no estoy satisfecha del todo.

–Me voy mañana a primera hora. Pensaba que te lo había dicho.

Estaba muy serio y esa seriedad atenazaba su garganta y llenaba su corazón de temor, aunque no sabría decir por qué.

–No, no me lo habías dicho –Bailey intentó sonreír porque no tenía sentido enfadarse si apenas tenían unos minutos para estar juntos–. ¿Tienes que volver a Europa?

–Sí –respondió él mientras se ponía el pantalón, ocultando su fabuloso cuerpo. El espectáculo de strip-tease al revés la excitaba, aunque tuviese un final más deprimente que la alternativa.

Observaba la curvatura de sus músculos con cada movimiento, los largos dedos masculinos mientras se abrochaba la camisa, recordándole lo eficientes que habían sido con ella.

–Bailey… –empezó a decir él, con tono vagamente irritado.

No recordaba haberlo visto irritado hasta ese momento.

–Estoy cómoda –dijo ella, suspirando mientras saltaba de la cama–. Bueno, ahora no. Espero que estés contento –añadió, acercándose mientras contoneaba las caderas–. Espero que el vestido haya sobrevivido –murmuró, recogiéndolo del suelo.

–Si no es así, te compraré otro.

–Me preocupa más qué voy a ponerme para ir a casa –respondió ella–. ¿Cuándo volverás?

–No voy a volver.

Bailey sintió como si todo el oxígeno escapase de sus pulmones. Se quedó inmóvil, parpadeando, totalmente sorprendida.

–¿Cómo que no piensas volver?

–Ya no tengo más asuntos pendientes en Colorado.

–Sí, pero… yo estoy aquí.

Él se rio entonces, un sonido seco, extraño. No se parecía nada al Raphael que ella conocía.

–Lo siento, cara, pero eso no es incentivo suficiente.

Bailey estaba atónita.

–No lo entiendo. Hemos tenido una cita preciosa y el mejor… yo no… no entiendo nada.

–Es un adiós. Has sido una diversión particularmente agradable, pero no puedes ser nada más. Tengo que volver a mi vida en Europa y es hora de sentar la cabeza.

–¿Sentar la cabeza? ¿Estás casado?

–A punto de casarme –respondió él, sin mirarla–. No puedo permitirme más distracciones.

–Estás comprometido y solo vienes a Vail cada dos meses para visitarme –murmuró ella, incrédula–. Qué tonta he sido –Bailey se cubrió la boca con la mano para contener un grito. Estaba demasiado furiosa como para sentirse humillada–. Yo era virgen y tú lo sabías –le espetó–. Te dije que era un gran paso para mí –añadió, dos lágrimas de rabia rodaban por sus mejillas.

–Y te agradezco el regalo, tesorina –respondió él con sequedad–. Hemos estado ocho meses juntos. No ha sido una aventura pasajera.

–¡Es una aventura si uno de los dos no se lo toma en serio! –gritó Bailey, temblando de arriba abajo–. Si uno de los dos sabía que terminaría porque se acostaba con otra persona –encolerizada, se inclinó para tomar un zapato del suelo y se lo tiró a la cabeza, pero él lo esquivó mascullando una palabrota en italiano.

Bailey tomó el otro zapato y se lo tiró, golpeándolo en el pecho. Raphael dio un paso adelante y la agarró por las muñecas.

–¡Ya está bien! –le espetó, soltándola de inmediato–. No te pongas en ridículo más de lo que ya lo has hecho.

–Eres tú quien debería sentirse ridículo –replicó ella, con voz temblorosa, mientras se ponía el vestido y recogía los zapatos del suelo–. Eres tú quien me ha mentido –añadió, conteniendo un sollozo mientras tomaba el abrigo.

–Nunca te he mentido. Tú has inventado la historia que querías creer.

Bailey dejó escapar un grito mientras pasaba a su lado en dirección a la puerta, sintiéndose como una prostituta saliendo de la habitación del hotel en medio de la noche, con los zapatos de tacón y el precioso vestido que tendría que quemar.

Cuando salió a la calle y el frío la envolvió se derrumbó del todo. Se dejó caer de rodillas sobre la nieve, llorando hasta que no le quedaron lágrimas.

Se sentía como si su vida hubiese terminado y en aquel momento no tenía fuerzas para levantarse y seguir adelante.

 

 

Tres meses después

 

«Lo siento, Bailey, pero no puedo dejar que una camarera se duerma en medio de su turno. Y especialmente si ha engordado».

Bailey recordaba la frase de su jefe una y otra vez mientras volvía a su apartamento. No había estado equivocada. Esa noche, tres meses antes, cuando Raphael rompió con ella su vida había terminado.

Iba tan retrasada en sus clases que seguramente no podría graduarse, ya no tenía trabajo y estaba tan enferma y cansada que todo le daba igual.

Tendría que decirle a Samantha que no podía pagar el alquiler. Bueno, aquel era el resumen de los últimos meses de humillación. Se había convertido en aquello que había odiado durante toda su vida.

Cuando se fue de casa le había dado un discurso a su madre sobre su deseo de tener una vida mejor, sin depender de los hombres. Se había ido, dejando atrás una vida de miseria, sin nadie que la quisiera de verdad. Resentida, había jurado forjarse un futuro mejor.

No le interesaban los hombres porque sabía lo que eran capaces de hacer y decir para acostarse con una mujer desde que era demasiado joven para saber tales cosas. Porque había escuchado a su madre hablar sin pausa del asunto cada vez que la dejaba alguno de sus novios.

Como resultado, se había creído inmunizada contra los hombres, pero la verdad era que no había conocido a ninguno que le hiciese perder la cabeza hasta que apareció Raphael. Y allí estaba, soltera, sin trabajo y embarazada. A los veintidós años.

Ese era el ciclo que había jurado orgullosamente no perpetuar, pero allí estaba. Se había convertido en una estadística; una triste estadística vagabundeando por la ciudad, sin ningún sitio a donde ir.

Se detuvo para mirar el escaparate de una pastelería. Necesitaba algo dulce, ya que no podía beber alcohol. Maldito embarazo.

Entró en la tienda y estaba tomando una chocolatina cuando se detuvo abruptamente al ver la portada de una revista de cotilleos.

El hombre de la portada era… demasiado familiar.

 

El príncipe Raphael de Santis abandonado por la heredera italiana Allegra Valenti dos semanas antes de la boda.

 

–Pero ¿qué es esto?

La gente de alrededor se sobresaltó al oírla gritar, pero Bailey no se dio cuenta. Nerviosa, tomó una revista y empezó a leer el artículo con el corazón en un puño.

Raphael. El príncipe Raphael.

Al parecer, el escándalo estaba sacudiendo los cimientos del principado de Santa Firenze, un diminuto país europeo del que nunca había oído hablar.

Era él, no había ninguna duda. Su rostro era tan atractivo como siempre y ese cuerpo increíble… ese cuerpo que mostraban unas fotografías robadas en la playa. Esos hombros anchos, esos abdominales marcados, esa piel morena…

Bailey conocía ese cuerpo mejor que el suyo propio.

–Dios mío… –murmuró, sacando un billete del bolso para dejarlo sobre el mostrador–. Quédese el cambio.

Salió de la pastelería con la revista en la mano, temblando de arriba abajo. ¿Qué broma era aquella?

Cuando llegó a su apartamento estaba a punto de vomitar, como le había ocurrido a menudo durante los últimos dos meses. Intentar retener la comida en el estómago era una tarea sobrehumana y, sin embargo, había engordado, como su exjefe había señalado tan delicadamente mientras estaba despidiéndola.

Todo era tan horrible que lo único que quería era tumbarse en la cama y dormir durante el resto del día, pero cuando entró en el cuarto de estar vio a Samantha mirándola con los ojos de par en par.

–¿Qué ocurre? –preguntó Bailey.

–Tienes una visita –respondió su compañera de piso.

–¿Quién?

Con su mala suerte, sería un empleado de Hacienda para decirle que tenía una deuda. O la policía para detenerla por multas atrasadas, algo horrible porque ese era el tema del día. El tema de los últimos meses, en realidad.

–Él está aquí –respondió Samantha, mirándola con una expresión muy extraña.

Solo un «él» podía hacer que una mujer pusiera esa cara, pero no podía ser. En ese momento oyó un ruido a su izquierda y cuando levantó la mirada se encontró con los ojos oscuros del príncipe Raphael de Santis, que salía del dormitorio.

Estaba allí, en su desvencijado apartamento, tan fuera de lugar como un león entre gatos.

Bailey se envolvió en el abrigo, intentando ocultar su ligeramente abultado abdomen.

–¿Qué haces aquí? –le espetó, sin soltar la revista con la fotografía de Raphael en la portada.

–He venido a decirte que quiero que volvamos a vernos –respondió él.

–¡Por favor! –fue su compañera de piso quien profirió tal exclamación porque la había visto llorar desconsoladamente durante semanas.

–Lo mismo digo –afirmó Bailey, cruzando los brazos sobre el pecho.

–¿Podríamos hablar a solas un momento? –Raphael miró a Samantha y luego, sin esperar respuesta, tomó a Bailey del brazo para llevarla al dormitorio.

Por un momento, se sintió perdida en él, en su fuerza, en su presencia, que parecía ocupar toda la habitación. Quería apoyar la cabeza en su sólido torso y olvidar todo el dolor, el miedo y el estrés que había soportado en los últimos meses.

Pero eso era imposible porque Raphael era un mentiroso.

–Mi compromiso se ha roto –empezó a decir él, como si no llevase en la mano la revista–. Y ya que es así, no veo ninguna razón por la que no podamos retomar nuestra aventura.

–Nuestra aventura –repitió ella–. Quieres venir a visitarme una vez cada dos meses para acostarte conmigo.

–Bailey… hay muchas expectativas puestas en mí y…

–¿Estas expectativas? –lo interrumpió ella, poniendo la revista frente a su cara–. ¿Eres un príncipe? ¿En qué extraño cuento de hadas he caído, Raphael? Dijiste que eras representante de una empresa farmacéutica.

–Tú dijiste que era representante de una farmacéutica, no yo.

–Yo…

Bailey lo recordaba todo sobre la noche que lo conoció. Cómo el mundo parecía haberse detenido cuando sus ojos se encontraron, lo fuera de lugar que parecía en el restaurante en el que trabajaba, Sweater Bunnies, donde las camareras llevaban jerséis escotados, pantalones cortos y zapatos de tacón.

Su avión se había retrasado por culpa del mal tiempo. Raphael estaba en la ciudad por un asunto de trabajo y habían charlado durante largo rato. Y después hizo algo que nunca antes había hecho: se había ido al hotel con él.

No hicieron el amor esa noche, pero la había besado y ella… bueno, ella había aprendido el significado de la palabra «deseo». Todo su cuerpo se había encendido con el roce de sus manos, de sus labios. Habían charlado un rato y luego, sin poder evitarlo, habían caído sobre la cama.

–Soy virgen –le había dicho.

–No necesito que lo seas –respondió él con voz ronca, enredando los dedos en su pelo–. No tenemos que jugar a ese juego.

–Lo soy, de verdad. Y nunca antes había hecho esto.

Raphael se había sentado sobre la cama.

–¿Nunca?

–Nunca, pero me gustas mucho. Y tal vez si mañana sigue nevando…

–¿Quieres esperar, pero podrías estar preparada mañana?

–No lo sé.

–Esperaremos –había dicho él, besándola en la mejilla.

No la había echado de la habitación; al contrario, le había servido un refresco y estuvieron charlando hasta la madrugada.

No lo había hecho esperar mucho después de eso. Al día siguiente lo había convertido en el primer hombre de su vida y ya estaba fantaseando con que fuese el único.

Entonces… bueno, entonces él se había convertido en una rana. Salvo que era un príncipe de verdad, lo cual era una locura.

–Yo no inventé que eras representante de una empresa farmacéutica –replicó Bailey, volviendo al presente.

–Tú me preguntaste: «No serás un representante farmacéutico o algo así, ¿verdad?». Y yo no te corregí, pero tampoco dije que lo fuera. Muchas de las cosas que creías saber sobre mí eran invenciones tuyas, Bailey.

–¿Estás diciendo que yo lo inventé todo? Ah, claro, crees que así volveré contigo. No como novia ni nada parecido, solo como tu chica de Colorado. Dime una cosa, Raphael, ¿dónde viven el resto de tus aventuras?

–Nunca te he visto de ese modo –respondió él con tono fiero–. Nunca.

–Me trataste como tal y sigues tratándome así. Vete de aquí –le espetó Bailey–. Alteza –añadió luego con tono burlón.

–No tengo por costumbre obedecer órdenes. Antes no me importaba seguirte el juego, pero ahora sabes que soy un príncipe, cara mia. Y, cuando quiero algo, lo consigo.

–Pues a mí no vas a conseguirme –replicó ella.

Raphael dio un paso adelante para tomarla por los brazos.

–No hablas en serio.

–Claro que sí –Bailey puso una mano sobre su torso con intención de empujarlo, pero al tocarlo… sintió algo. Como si todo lo que había sido brillante y perfecto se hubiera perdido mientras su vida estaba patas arriba.

Resultaba tan fácil olvidar que había sido él quien la puso patas arriba…

Raphael la tomó por la cintura y la apretó contra su torso… pero entonces frunció el ceño.

Y Bailey volvió a poner los pies en la tierra.

–No me toques –le espetó, apartándose y cerrando el abrigo con manos frenéticas.

No quería que viera que estaba embarazada porque se había resignado a su destino como madre soltera. Raphael iba a casarse con otra mujer y no había recibido respuesta al mensaje de texto que le envió diciéndole que tenían que hablar.

Pero allí estaba. Y era un príncipe, maldito fuera.

Su padre nunca se había ocupado de ella y su infancia había estado plagada de problemas económicos. Raphael podría cuidar de su hijo, podría ayudarla para que no tuviera que pasar por lo que había pasado ella de niña.

Bailey se desabrochó el primer botón del abrigo, con el corazón acelerado.

–No voy a ser tu amante, Raphael –dijo con voz temblorosa mientras seguía desabrochándose los botones, revelando la hinchazón de su abdomen bajo el estrecho jersey–. Pero quieras tú o no, eres el padre de mi hijo.

Capítulo 2

 

Era muy raro que el príncipe Raphael de Santis se quedase sin habla. Claro que para él era muy raro ser rechazado.

Y, sin embargo, eso le había pasado dos veces en la última semana.

Si fuese un hombre inseguro podría sentirse herido, pero era el príncipe de Santa Firenze, un hombre que había nacido con el mundo en sus manos y todas las ventajas. Un hombre que desde su nacimiento había sido adorado sencillamente por existir y se había pasado toda la vida intentando mantener la admiración de su pueblo.

Y, a pesar de todo eso, Bailey, una simple camarera, lo rechazaba. Y a pesar de haber revelado que esperaba un hijo suyo.

–¿Estás segura de que es hijo mío? –le preguntó. Sabía que esa pregunta le granjearía su odio, pero sentía como si todo pendiese de un hilo. Aquella mujer que lo miraba como si quisiera matarlo llevaba en su seno al heredero del trono de su país.

Bailey dio un paso atrás.

–¿Cómo te atreves a preguntar eso?

–Sería una negligencia por mi parte no hacerlo.

Raphael no quería que lo afectase el brillo de dolor de los ojos azules. Aquello lo cambiaba todo. Bailey había sido una diversión inesperada, pero se había dejado atrapar por ella para disfrutar de la ficción que había creado: no era un príncipe, sino un empresario que iba a Vail una vez cada dos meses para acudir a reuniones y para estar con ella. No parecía saber quién era, pero no le resultó extraño porque hacía lo imposible para no aparecer en las revistas de cotilleos. Algo en lo que había fracasado recientemente gracias a su exprometida, Allegra.

Pero todo había terminado tres meses antes porque no podía seguir con Bailey hasta el día de su matrimonio. Nunca había tocado a Allegra y no la amaba, pero había decidido ser un buen marido. O, al menos, dependiendo del acuerdo al que llegasen, uno discreto. Pero, cuando el compromiso se rompió, de inmediato pensó en volver con su amante.

La cancelación de su boda se había convertido en carnaza para las revistas de cotilleos, algo que no había ocurrido antes con la familia real de Santa Firenze. Su padre había despreciado siempre ese tipo de publicaciones porque un gobernante no podía ser noticia en las revistas del corazón cuando su obligación era formar parte de la historia.

Le había inculcado responsabilidad y sentido del deber. No había habido mimos en su infancia y Raphael sabía que era por su bien y el bien del país. De hecho, su matrimonio con Allegra reafirmaba ese arraigado sentido del deber. Había estado dispuesto a olvidar los deseos de su carne por el bien de su país.

Por mucho que la desease, Bailey no ofrecía ventaja alguna a Santa Firenze. Su matrimonio con Allegra, en cambio, hubiera creado una alianza con una de las familias italianas más antiguas, con gran influencia en el mundo de los negocios y la política.

Bailey le calentaba la sangre, pero era algo que no podía permitirse. No solo era una plebeya, sino también una distracción; la clase de distracción contra la que su padre siempre le había advertido.

Pero Bailey estaba esperando un hijo suyo, su heredero, y eso era algo que no podía ignorar.

No había previsto aquella complicación.

–Pues claro que es hijo tuyo. Era virgen antes de conocerte y tú lo sabes.

–Hace casi un año de eso, Bailey. Podrían haber ocurrido muchas cosas en ese tiempo y han pasado tres meses desde que me marché. Tal vez buscaste diversión con otro hombre.

–Sí, claro, ha sido una orgía ininterrumpida desde que me dejaste. Pensé, ¿por qué no voy a pasarlo bien? Después de todo, tu cetro real abrió el camino. Supongo que querías darles una oportunidad a los plebeyos.

–Ya está bien. No tienes por qué ser tan grosera, no va contigo.