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¿El único hombre que la tienta es... un príncipe? Jenna Beals dejó a un lado el amor y trabajó mucho para alcanzar su sueño de ser periodista de moda. Por eso, cuando empezó una abrasadora aventura con el impresionante príncipe Dimitri, supo que tenía fecha de caducidad; ¡ella no quería ser princesa! La misión de Dimitri, descubrir quién estaba filtrando secretos del palacio, lo llevó hasta Jenna, pero el encuentro apasionado le mostró a alguien que veía más allá de su título real. A medida que la relación se hacía más profunda, ¿podría la verdad privarle de la única mujer que podía llegar a ser suya de verdad?
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Seitenzahl: 208
Veröffentlichungsjahr: 2022
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Avenida de Burgos, 8B - Planta 18
28036 Madrid
© 2022 Lucy Monroe
© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La aventura del príncipe, n.º 189 - julio 2022
Título original: The Cost of Their Royal Fling
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1141-038-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
EL PRÍNCIPE Dimitri estaba concentrado en el contrato de United Mining hasta que oyó a Frank Sinatra cantando A mi manera. Era la operación más importante de su trayectoria profesional y no iba a permitir que hubiera ni una frase mal redactada en las treinta y dos páginas.
Tocó la pantalla del teléfono para aceptar la videollamada.
–¿No es un poco pronto para ti? –le saludó Dimitri a su hermano.
Konstantin y su esposa vivían en Seattle y eso significaba que eran tres horas más temprano que en Nueva York, donde vivía él.
–Allí son las siete y media –su hermano resopló con incredulidad–, pero ya estás en la oficina.
–¿Y? Me imaginaba que seguirías en la cama con tu encantadora esposa.
Él no tenía ni una esposa ni unos hijos que lo retuvieran en su ático para desayunar o quedarse en la cama. Había llegado a la oficina a las seis de la mañana y se quedaría hasta las seis de la tarde. Su director general y su equipo llegarían a las ocho.
–Necesitas algún tipo de vida al margen del trabajo –le regañó su hermano.
Dimitri se dejó caer en el respaldo para desentumecer el cuello.
–Que seas mayor que yo no quiere decir que tengas que ser mi consejero sentimental.
–No soy el consejero sentimental de nadie, pero soy tu hermano mayor y deberías hacerme caso. Tienes que hacer algo además de trabajar.
–Voy al gimnasio seis días a la semana y participo en triatlones.
–Si estuvieras en un equipo, eso podría significar algo, pero compites tú solo.
–Pero es algo al margen del trabajo.
–Eras un chico muy simpático, pero te has aislado.
–Todos acabamos creciendo.
Había disfrutado con su papel de hermano pequeño y príncipe, hacía amigos con facilidad y era mucho más sociable, hasta que entró en el Ejército. Él, al revés que sus hermanos mayores, había entrado en combate, y eso le había cambiado. Había perdido a su mejor amigo y a otros compañeros en la guerra. Había perdido a la mujer con la creyó que se casaría. Le lección que empezó a aprender a los seis años, cuando su madre murió de cáncer, se confirmó a los veintitantos. La vida era una pérdida constante. Cuantas más personas entraban en su vida, más personas perdía. Así de sencillo. Ya no dejaba que entrara nadie más y las posibilidades de que le hicieran daño se habían reducido al mínimo.
–¿Qué tal los chicos? –siguió Dimitri.
Su sobrino Valentin era seis años y medio menor que su hermano Mikhail, que tenía nueve. El hijo de Konstantin era tan buen hermano mayor como su padre lo había sido con Dimitri, que había tenido mucha suerte con sus dos hermanos mayores aunque no pensaba reconocérselo a ninguno.
–Mishka es aterradoramente maduro para su edad y Valentin es feliz cuando van de expedición –Konstantin no pudo disimular el orgullo–. Los dos echan de menos a su tío.
–Pronto programaré un viaje a Seattle.
–Esperemos.
–No puedo creerme que hayas dejado a Emma en la cama para cerciorarte de que iré a visitar a mis sobrinos.
–Crecer no significa que tengas que privarte del placer de la amistad y esas cosas.
–Has estado hablando con papá –replicó Dimitri oliéndoselo.
–Quiere verte feliz.
Su padre tenía demasiado tiempo libre desde que había abdicado el título de rey en Nikolai.
–Soy feliz.
–¿De verdad? –preguntó Konstantin con incredulidad.
Sin embargo, Dimitri se negó a entrar en esa conversación. Tenía momentos de soledad, pero no iba a hablarlo ni con su padre ni con sus hermanos. Eran una familia unida. Aunque eso no significaba que quisiera tener una conversación tan cargada de sentimientos con su hermano. Sus conversaciones eran de la empresa o sarcásticas y quería que siguieran así.
–Sí.
–Podrías ser más feliz.
–¿De verdad? –repitió Dimitri mirándolo con incredulidad–. Quién fue a decirlo…
–Pero no me he levantado a estas horas y me he escabullido para hacer una llamada por esto.
–¿Te has escabullido? Parece grave.
Pero era más grave todavía que su hermano hubiese postergado el verdadero motivo de la llamada. Fuera lo que fuese, Konstantin no quería hablar de eso y eso le alarmaba.
–No me imagino a Emma controlando tus llamadas –añadió Dimitri en broma.
–No, pero no quiero que oiga esta. En este momento, está tan unida a Jenna como lo está Nataliya, son como tres hermanas de madres distintas.
–¿Y?
¿Qué pintaba ahí la sexy mejor amiga de su cuñada, la reina de Mirrus?
–¿Le pasa algo a Nataliya? –añadió él.
Su cuñada había perdido un hijo, con riesgo para su vida, después de que él hubiese vuelto del Ejército. Ni siquiera había sabido que estuviese embarazada. Como solo llevaba tres meses, ni Nikolai ni ella habían dicho nada. Quizá, menos a Jenna, la periodista de moda que era como una hermana para Nataliya y ahora, al parecer, para Emma, la esposa de Kon. Él no se había dado cuenta de que las tres estaban tan unidas, pero tenía la oficina en la otra punta del continente y de Mirrus y no pasaba tanto tiempo con la familia como le gustaría a su padre.
Sin embargo, el trabajo lo mantenía ocupado. Estaba decidido a garantizar la estabilidad de Mirrus Global y, de paso, del país del que era príncipe, era un honor y su deber.
–Está embarazada otra vez –contestó Konstantin con una expresión de preocupación.
–Es una buena noticia…
–Claro, pero, después de lo que pasó, no puede tener el más mínimo estrés.
–¿Crees que puedo hacer algo para mitigar ese estrés?
–Sí.
–No sé qué… Aunque, naturalmente, haré lo que pueda.
–No esperaba menos.
Como era normal. A los tres hermanos les habían inculcado un profundo sentido del deber y el tiempo que había pasado él en combate le había aumentado el sentido de la responsabilidad. Ser el oficial del que dependían vidas le había enseñado que cometer el más mínimo error de juicio podía resultar muy caro.
–Alguien cercano a la familia está filtrando información confidencial a la prensa –siguió Kon.
Dimitri se incorporó y tuvo que hacer un esfuerzo para no levantarse. Intentaba que no se le notara lo que pensaba o sentía y lo hacía de una forma natural hasta con su familia.
–¿Personal o de la empresa? –le preguntó a Konstantin en un tono neutro.
No le había preguntado cómo había llegado a esa conclusión, le bastaba saber que había llegado.
–De las dos.
–¿Y no sabes quién es? –preguntó Dimitri después de soltar un improperio muy elocuente.
Lo había planteado como una pregunta aunque sabía la respuesta. Si Konstantin hubiese sabido quién era, habría dicho su nombre.
–No, no del todo.
–¿Qué quieres decir?
–Las filtraciones se produjeron después de que Jenna hubiese ido a visitar a Nataliya.
Algo le atenazó dolorosamente por dentro. Todos habían aceptado a Jenna en el círculo más íntimo de la familia. Si los hubiese traicionado, no solo Nataliya quedaría desolada. Su padre consideraba a esa preciosa periodista de moda como a su hija, como hacía con Nataliya.
Jenna había sido una visitante habitual del palacio desde que Nataliya y Nikolai se prometieron.
Ella y el padre de él tenían la misma afición por los reality shows, algo que tenía desconcertado a todo el mundo. Dimitri había llegado a pensar que estaba burlándose del exrey, hasta que se dio cuenta que la vida de esos desconocidos le interesaban tanto como a su padre.
–Imposible –replicó Dimitri después de pensarlo–. Jenna no traicionaría a su querida Nataliya.
Jenna había demostrado su lealtad infinidad de veces. Había expresado lo mucho que le honraba formar parte de la familia real, pero también había dejado claro que no quería ser una de ellos. Era muy feminista yo no le interesaba ser princesa.
–Yo también habría dicho que es imposible –Kon suspiró–, pero no puede negarse la coincidencia en el tiempo y ha pasado demasiadas veces para que sea una casualidad.
–O está filtrándolo ella… –murmuró Dimitri sin convencimiento– o está haciéndolo alguien en quien ella confía lo bastante como para hablar de nosotros.
–Es lo mismo que he pensado yo.
–¿Se lo has preguntado?
–¿Estás de broma? ¿Qué crees que sería lo primero que haría?
–Llamaría a Nataliya –y angustiaría a la reina–. ¿De verdad crees que Jenna le haría algo así?
–Es posible que no intencionadamente, pero ¿no crees que angustiaría a nuestra cuñada aunque se limite a insinuar que sospechamos de ella?
–Desde luego. Pero no creo que alguien tan inteligente y considerado como Jenna insinuaría algo así cuando sabe que podría perjudicar a la salud de Nataliya por el estrés.
–Si no a Nataliya, entonces a mi esposa…
Dimitri comprendió que eso sería un estrés agobiante para Konstantin.
–Sigo sin creer que Jenna haya filtrado nada o que haya hablado de nosotros con alguien de su confianza –insistió Dimitri–. Es espabilada, es periodista…
–El momento elegido, Dima.
Tantas coincidencias no podían ser casualidad y eso no podía ser casualidad, como el momento elegido para la filtración.
–Estoy en medio de una negociación importante para unir a distintos países pequeños en una empresa conjunta –le comunicó Dimitri a su hermano.
–¿Por qué no me han dicho nada?
–Porque todavía estoy reuniendo la información para entregárosla a Nikolai y a ti.
–Hay muchos motivos para que una filtración sea perjudicial, pero añadiré ese.
–De acuerdo. Aparte, ¿qué es exactamente lo que quieres de mí? –le preguntó Dimitri.
–Que te enteres de si es Jenna y si no, quién es.
–Me parece un cometido para un especialista en seguridad.
–Nikolai quiere que todo quede entre nosotros. Si es Jenna, él no quiere que se sepa.
Su hermano, el rey, quería proteger los sentimientos de su esposa por encima de todo. Dimitri admiraba lo considerado que era su hermano con su esposa, pero también se alegraba de no tener que serlo y así poder ser despiadado cuando perseguía un objetivo.
–Tú vives en Seattle, ¿por qué voy a tener que ocuparme yo?
–He hecho todo lo posible para saber la verdad, pero mi esposa va a acabar sospechando de mí.
–¿Y no crees que Jenna sospechará si me presento en su casa para interrogarla?
–Estoy seguro de que puedes ser mucho más sutil.
–¿Quieres que salga con ella?
–¿Sería un sacrificio muy grande?
Dimitri intentó disimular la reacción. Acostarse con esa mujer tan hermosa no sería un sacrificio, pero él no salía con las mujeres, no tenía esa relación… y eso sería algo muy rastrero. Era implacable, pero el honor también le ponía ciertos límites, aunque no hacía falta que se lo contara a su hermano.
–Mira, Dima, me da igual si sales con ella o la invitas a un triatlón, pero acércate lo bastante para saber si es la fuente de las filtraciones.
–No es triatleta.
–Corre y nada, enséñale a montar en bicicleta para una competición.
–Iré a Seattle a finales de semana.
Sin embargo, llevaría el asunto como le pareciera mejor.
Jenna Beals dejó el teléfono tan emocionada como preocupada por su amiga. Nataliya, reina de Mirrus, estaba embarazada otra vez. Su último embarazo se había malogrado y la hemorragia había estado a punto de costarle la vida, y Jenna había dado por supuesto que no intentaría quedarse embarazada otra vez… aunque se había equivocado.
Aunque Nataliya había dado a luz a la heredera, Anna Yelena, de seis años, y al segundón, Daniil, de tres, a la reina le encantaba ser madre y quería tener más hijos, en plural.
No se había sabido por qué había perdido el anterior hijo ni el motivo de la hemorragia, por lo que había las misma posibilidades de que se repitiera como de que no.
Eso le preocupaba, pero también estaba muy contenta por su amiga… y Nataliya estaba feliz.
Tendría que ir pronto a Mirrus para cerciorarse de que su amiga estaba tan bien como decía. El corazón se le aceleró un poco solo de pensar que vería a otro integrante de la familia real, a Dima, el príncipe Dimitri. El más joven de los tres príncipes y, en su opinión el más sexy. Tenía un cuerpo de triatleta impresionante, pelo castaño y unos preciosos ojos grises. Era su tipo, pero también era cinco años menor que ella y el cuñado de su mejor amiga… además de príncipe.
No llegaría a su altura ni en el ascensor de un rascacielos… y no pensaba tomarlo.
Dejó de pensar en él y se concentró en el artículo sobre moda sostenible que iba a publicar su revista. La modelo de tallas grandes que le había abierto su guardarropa para la sesión de fotos tenía una legión de seguidores que había aumentado cuando había captado la atención de un ídolo del pop. La entrevista y las fotos podrían ser al artículo más visto hasta la fecha, más incluso que los que había escrito sobre la boda e idilio de Nataliya.
–Hola, Jenna, hay alguien que quiere verte.
Ella levantó la mirada para preguntar quién era y se encontró con esos ojos grises que veía en sueños… unos sueños que la dejaban ardiendo y sin aliento.
–¡Dima! –exclamó ella–. ¿Qué haces aquí?
Era como si sus pensamientos hubiesen llamado al único hombre al que no podía aspirar.
Llevaba un traje de verano sin corbata, muy informal para ser él, y parecía relajado.
–Kon me ha pedido que venga a ver a sus hijos.
Sus escoltas estarían en el pasillo, aunque, conociéndolo, también podrían estar en el vestíbulo. Era mucho menos rígido en ese sentido que sus hermanos.
–Me refiero a mi oficina, no a Seattle.
Aunque Dima no iba por la Costa Oeste tanto como le gustaría a su familia, tampoco era ninguna sorpresa que estuviese en la ciudad.
–Tenía algo de tiempo…
–¿Y has venido aquí?
Él esbozó esa sonrisa que tanto salía en las revistas, aunque ella se había dado cuenta de que no se le reflejaba en los ojos desde que estuvo en el ejército. Al parecer, nadie de la familia real se había dado cuenta de lo mucho que había cambiado Dima… aunque Nataliya, sí.
Le gustaría preguntarle sobre eso, pero sabía que los uniría más… y era algo que no podía permitirse con esa ridícula fijación sexual que tenía con él.
–¿Y has venido aquí cuando deberías estar viendo a los chicos? –añadió ella.
–Están en el colegio y Kon y Emma están trabajando.
Parecía lo más natural del mundo, pero tenía que haber algo más.
–¿Y por qué no estás trabajando tú?
Esa vez, la sonrisa se le reflejó en los ojos con un brillo burlón, a costa de ella.
–A lo mejor no te has dado cuenta, pero es la hora del almuerzo.
Ella miró la pantalla del ordenador y, efectivamente, eran las doce y media.
–A lo mejor no almuerzo hasta la una…
–Seguro que no almuerzas y te quedas pegada al ordenador con una barrita energética.
Jenna se acordó de que tenían público. Skylar, la ayudante de redacción que le había llevado a Dima sin previo aviso, habría sido una recepcionista desastrosa…
–Por cierto, ¿dónde está Rose?
La recepcionista defendía su mostrador y todo lo que había detrás con uñas y dientes.
–Está almorzando –contestó su ayudante en un tono casi suplicante.
–Como deberías estar haciendo tú.
Dima sería el menor de los tres, pero dominaba la arrogancia principesca.
–¿Has venido para ocuparte de que coma? –le preguntó ella con sorna.
–Me parece que alguien debería hacerlo –Dima miró a Skylar con complicidad–. ¿Barritas energéticas…?
–Algunos podemos vivir sin un cocinero personal.
Era posible que hubiese resultado un poco despectiva, pero el sarcasmo le salía de forma natural y nunca le había ofendido a Dima… y, a juzgar por la curva de sus labios, tampoco le había ofendido ahora.
–¿Cuánto puedes tardar en cerrarlo todo?
–Estás dando por supuesto que voy a ir a almorzar contigo.
–No inmediatamente –replicó él como si esperara que diera saltos de alegría.
–Menudo elemento, alteza.
–Prefiero que me llames Dima.
–¿Desde cuándo?
Ella empleaba el tratamiento como una barrera entre los dos, como un recordatorio de la diferencia de edad y de su relación familiar con Nataliya.
–Desde que te lo oigo decir en ese tono desdeñoso. Parece más el nombre de un perro que una referencia a mi papel como el menor de mi familia.
Ella se quedó pasmada por su sinceridad y se dio cuenta de que había conseguido lo contrario de lo que se había propuesto.
–¿Tenéis algo…? –preguntó Skylar sin disimular la curiosidad.
Dima le dirigió una mirada que podría haber congelado el cemento.
–¿Trabajas para una revista de moda o para un periodicucho de cotilleos?
–Algunas veces son lo mismo –contestó la joven con una sonrisa coqueta.
–No en esta revista –intervino Jenna–. No practicamos el cotilleo y no deberías ni insinuarlo.
Jenna, que había perdido la esperanza de trabajar algo hasta que hubiese almorzado con Dima, apagó el ordenador y se levantó.
–Para tu información, su alteza y yo no estamos saliendo juntos, no nos acostamos y si oigo que alguien dice lo contrario, sabré a quién echarle la bronca.
Jenna no solía echar la bronca a nadie, pero esperaba que Skylar tomara nota. La joven la miró con incredulidad, pero no atemorizada.
–No creo que sea la única que no ha salido a almorzar y que está pensando lo mismo.
–¿No tienes instinto de conservación? –le preguntó Dima.
–Jenna no es el tipo de jefa que me castigaría con tareas insoportables solo porque la he enojado.
A Jenna no le importaba constatar que tenía fama de ser ecuánime y pragmática, pero tampoco le gustaba saber que su ayudante de redacción creyera que no podía descargar toda su ira sobre ella porque lo haría.
–Me alegro de saberlo, pero yo soy un hombre que se toma muy en serio su intimidad y no soy tan indulgente –replicó Dima.
Jenna sabía que podía confiarle su vida a Dima, pero no le habría gustado ser el objetivo de esa mirada. Era el príncipe implacable que habían conocido muy pocos, pero quienes sí lo conocían, aunque fuese remotamente, sabían que se ocultaba detrás de su mesurada superficie. No habría podido llevar a cabo las operaciones que había llevado a cabo desde que se hizo cargo de la delegación de Mirrus Global en Nueva York si no supiera ser implacable.
–No voy a ir difundiendo rumores –se apresuró a aclarar Skylar–. Solo era curiosidad.
Dima no se quedó muy convencido y Jenna tampoco. Esa redactora en concreto era famosa por su afición a los cotilleos. Aunque, en ese caso, tragó saliva, sonrió levemente y se marchó.
–Creo que la has atemorizado –comentó Jenna mientras tomaba el bolso y una chaqueta.
–Soy un príncipe. Debería haberlo estado desde que me vio.
–No sé si lo dices en serio o no.
–¿Por qué no iba a decirlo en serio? La realeza impresiona a la mayoría de las personas.
–Supongo que ese es el enésimo motivo para que me alegre de que la reina lo sea mi mejor amiga y no yo.
–Eres única, Jenna –comentó él con un brillo de satisfacción en los ojos–. Mi familia no te ha impresionado nunca. Todavía me acuerdo de cuando llamabas rey bombón a mi hermano.
Jenna se rio. Todavía se lo llamaba algunas veces para tomarle el pelo a Nataliya, para tomarle el pelo a un rey que se tomaba la vida más en serio a medida que se hacía mayor.
Entraron en un restaurante de cocina fusión con una estrella Michelin.
–He oído maravillas de este sitio –comentó Jenna.
–Me alegra saberlo, pero me extraña que no hayas venido antes.
Jenna sonrió y sacudió la cabeza. Seguramente, ese almuerzo costaría más que la letra de su coche, por no decir nada de los meses de lista de espera… Entonces, ¿cómo había conseguido sitio para un almuerzo improvisado?
–Has tenido que reservar… –comentó ella.
–El chef es un viejo amigo y reserva esta mesa para sus invitados.
La mesa estaba cerca de la cocina, pero muy bien situada, como todas las mesas.
–¿Tienes viejos amigos? –bromeó ella–. Casi no tienes ni treinta años.
–¿Eso es como estar casi embarazada? –preguntó él con sorna–. Lo estás o no lo estás. Tengo treinta años y tú estuviste comiendo aquella ridícula tarta que Nataliya se empeñó en hacer.
Nataliya había organizado una fiesta para el caduco, una fiesta en broma porque cumplir treinta años no era ser caduco y era el menor de los hermanos.
–La tarta era amorfa y parecía estiércol –añadió él.
Aunque ese desastre clamoroso había sido una de las partes más divertidas.
–Sin embargo, estaba muy buena.
Él rodeó discretamente al maître y le separó la silla.
–No sabía como parecía y creo que debería estar agradecido.
–Ella quería darle una oportunidad a un pastelero nuevo.
Jenna sonrió a Dima y se sentó. El maître le dejó la servilleta y en el regazo y ella se lo agradeció con un murmullo.
–Pues no creo que ese pastelero recibiera muchos encargos después de aquella monstruosidad.
–Entonces, eres muy corto de miras –replicó Jenna–. Nataliya me contó que había recibido un montón de encargos después de que las fotos de la fiesta se vieran por todos lados.
–Hay gente para todo.
–Qué esnob puedes ser –comentó ella entre risas.
–¿Porque no quiero comer algo que parece ya digerido?
–No seas desagradable. Me gustaría comer sin tener esa imagen en la cabeza.
–Perdóname, no quería quitarte el apetito.
–No te preocupes –Jenna se rio–, tengo el apetito de un cocodrilo.
–A mí no me lo pareces… –replicó él con un brillo malicioso en los ojos.
–No me mires así, eres casi como mi hermano.
–Otra vez igual. Lo eres o no lo eres –le corrigió él con ironía–. Tú y yo no tenemos ningún vínculo de sangre ni ninguna relación legal.
–Eres el cuñado pequeño de mi mejor amiga.
Llevaba toda la vida contándose eso para disuadir, pero él volvió a dirigirle una mirada muy adulta.
–No tan pequeño…
–Vaya, estás lanzado –y estaba dándole resultado porque ya le vibraba todo el cuerpo–, pero ¿por qué?
–¿Por qué te miro como si fueras una mujer hermosa? Porque lo eres. ¿Por qué te miro como si te deseara? Porque te deseo.
–¿Qué? –ella miró alrededor, pero nadie estaba mirándolos–. No puedes soltar ese tipo de cosas.
–¿Por qué?
–Porque no.
–Te faltan muchas palabras para ser periodista…
–No tendría que decírtelo. ¿No te ha parecido suficiente la reacción de Skylar? Digamos lo que digamos, los rumores de que estamos saliendo ya circularán por todos lados antes de que lleguemos a casa.
–¿Y?
–¡No estamos saliendo!
–Pero podríamos…
–¿Qué? ¿Quieres salir conmigo?
–No te preocupes, no he dicho que quiera cortejarte, sé muy bien cuánto te espanta ser princesa. Podemos salir… –él hizo una pausa mientras la tensión sexual brotaba entre ellos– y otras cosas si queremos. Tú no tienes pareja y yo tampoco tengo compromisos de ese tipo. Ninguno de los dos pretende casarse ni tener un compromiso duradero.
–¿No? –ella lo preguntó porque él estaba dando muchas cosas por supuesto–. ¿Por qué? ¿Porque no soy noble?