La circulación de la sangre - Thomas Wright - E-Book

La circulación de la sangre E-Book

Thomas Wright

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Beschreibung

La teoría de William Harvey acerca del movimiento de la sangre y el funcionamiento del corazón es imprescindible para comprender el desarrollo de la ciencia occidental. Por ello, con base en numerosas fuentes, Thomas Wright relata en esta obra la biografía de esa idea y del hombre que la concibió. En la primera parte, narra la formación intelectual de Harvey, así como su ascenso social; mientras que en la segunda revisa la historia de su investigación, describiendo sus incontables experimentos con cadáveres humanos y animales vivos, así como el desarrollo de las principales líneas de su revolucionaria idea.

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BREVIARIOSdelFONDO DE CULTURA ECONÓMICA

 

 

Traducción

VIRGINIA AGUIRRE MUÑOZ

Thomas Wright

La circulaciónde la sangreLA REVOLUCIONARIA IDEADE WILLIAM HARVEY

Primera edición, en inglés, 2012Primera edición, en español, 2016Primera edición electrónica, 2016

Título original: Circulation. William Harvey’s Revolutionary Idea Copyright © Thomas Wright, 2012

Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit

D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

Comentarios:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-4225-7 (ePub)

Hecho en México - Made in Mexico

ÍNDICE GENERAL

Prefacio

Prólogo. Una nueva teoría (1636).“La sangre se mueve… en círculo, sin cesar”

Primera parte.LEVANTARSE DEL FONDO

I. Criado a la usanza de Kent (1578-1593).“Mitad granjero y mitad caballero”

II. Estudios en Cambridge, I (1593).“Hacer reverencias a los nobles”

III. Estudios en Cambridge, II (ca. 1593-1599).“Tenaz dedicación al estudio”

Ensayo 1. Galeno, Mondino y Vesalio: breve historia de la anatomía

IV. Estudios en Padua, I (1599-ca. 1600).“Hermosa Padua, semillero de las artes”

Ensayo 2. Una disección de corazones sagrados, corazones sensibles y corazones pensantes

V. Estudios en Padua, II (ca. 1600-1602).“La exposición de anatomía”

VI. Primeros años en Londres (ca. 1602-ca. 1610).“Abrirse camino”

VII. Avances (ca. 1610-ca. 1625).“Las buenas acciones dan buenos y abundantes frutos

Segunda parte.PONER LA CABEZA EN LAS ESTRELLAS

VIII. Una lección magistral (finales de la década de 1610).“Repugnante (compensado, empero, por su admirable variedad)”

IX. Investigación privada (finales de la década de 1610-década de 1620).“Un perro, una urraca, un milano, un cuervo… cualquier cosa para anatomizar”

Ensayo 3. Breve historia de la vivisección

X. El nacimiento de una teoría (finales de la década de 1610-década de 1620).“Y entonces empecé a cavilar”

Ensayo 4. Francis Bacon, experimento y empirismo

XI. Demostración (finales de la década de 1610-década de 1620).“En cuya virtud os invito a percibir y juzgar”

Ensayo 5. El paisaje de la imaginación de Harvey, I: microcosmos y macrocosmos

Ensayo 6. El paisaje de la imaginación de Harvey, II: círculos perfectos

Ensayo 7. Influencias cotidianas en la teoría de Harvey

XII. Publicación y recepción (1628-década de 1650).“Creían que había perdido el juicio”

XIII. Difusión y defensa (1628-1636).“¡Es un circulador!”

Ensayo 8. El universo mecánico de Descartes

XIV. Años de la Guerra Civil (década de 1640).“Anabaptistas, fanáticos, ladrones y asesinos”

XV. Últimos años (década de 1650).“Mierderos”

Bibliografía

Agradecimientos

Índice analítico

 

Para S. G., cor cordium

¿Uso de la facultad poética en la ciencia?

Recordemos que los antiguos griegos tenían previsiones místicas de casi todas las grandes verdades científicas modernas; en realidad el problema es qué lugar ocupan la imaginación y las emociones en la ciencia, y sobre todo recordemos que el hombre debe usar todas sus facultades en busca de la verdad. En esta era somos tan inductivos que nuestros hechos están rebasando nuestro conocimiento, hay tanta observación, tantos experimentos y tanto análisis, y tan pocas concepciones generales… queremos más ideas y [menos] hechos; las magníficas generalizaciones de Newton y Harvey no podrían haberse realizado nunca en esta edad moderna donde la mirada se dirige a la tierra y lo particular.

OSCAR WILDE, Oxford Notebooks

PREFACIO

En 1628 William Harvey publicó su revolucionaria teoría de la “circulación” acerca del movimiento de la sangre. Esta teoría echó por tierra siglos de ortodoxia anatómica y fisiológica e introdujo un concepto innovador del funcionamiento del cuerpo humano que tuvo profundas consecuencias culturales, pues influyó por igual en economistas, poetas y pensadores políticos. podría decirse que la repercusión que tuvo en lo que hoy conocemos como la “historia de la ciencia”, y en la cultura en general, fue tan importante como la teoría de la evolución de Darwin y la teoría de la gravedad de Newton.

Harvey fue uno de los grandes héroes del Renacimiento inglés. Iluminó Inglaterra con la llama del aprendizaje continental, tras forjar los cimientos de su visión intelectual en la Universidad de Padua. En el proceso, adquirió la fama entre sus contemporáneos ilustrados de ser el primer inglés con una profunda “curiosidad en la anatomía” y por hacer vivisecciones de “ranas, sapos y otros varios animales”. También se le reverenciaba por ser el único hombre en la historia que había logrado ver en vida una amplia aceptación de su revolucionaria idea.

Sin embargo, a pesar de todo ello, Harvey no es tan conocido como muchos otros “científicos” (para usar un término del siglo XIX) ingleses o, en realidad, como muchos otros ingleses e inglesas notables de su época. Su vida y el relato de su búsqueda para entender el movimiento de la sangre y el funcionamiento del corazón merecen ser más difundidos. La circulación de la sangre presenta ese relato: es, en la misma medida, la biografía de una idea y la de un hombre.

Descendiente de pequeños hacendados del condado de Kent, William Harvey abrigaba dos grandes ambiciones: la prosperidad terrenal y la inmortalidad intelectual. Consideraba, al igual que William Shakespeare, que estas metas guardaban una estrecha relación. Para estos dos hijos de la burguesía inglesa, los logros intelectuales constituían la única vía para el ascenso social. Las dos ambiciones de Harvey también se vinculaban en un sentido práctico: sólo alcanzando el éxito material y haciéndose de un nombre como médico podría ganar tiempo para sus investigaciones y adeptos para su teoría. Nadie habría prestado atención a sus ideas insólitas de no haber contado con el apoyo del presidente del Colegio de Médicos o de su amado benefactor, el rey Carlos I.

El ascenso profesional y social de Harvey establece el telón de fondo para mi relato de sus estudios anatómicos privados. En la primera parte pongo de relieve su progreso terrenal, junto con su formación intelectual. La historia de su búsqueda propiamente dicha comienza en la segunda parte, donde describo sus incontables “experimentos” (como los llamaremos) en cadáveres humanos y animales vivos, y trazo la evolución de su idea revolucionaria.

Los experimentos de Harvey —la disección y la observación— eran cruciales para su teoría. Sin embargo, pienso que su trabajo más importante no lo hacía con las manos y la mirada, sino con el cerebro. Debemos recordar que Harvey era un filósofo naturalista, embarcado en una empresa abiertamente filosófica, más que un prototipo del científico inductivo moderno; vestía jubón y medias, no una bata de laboratorio. Recordemos también que en su época la teoría de la circulación estaba lejos de ser evidente y no podía demostrarse por medio de los sentidos. Así como era imposible que la gente viera la sangre corriendo por las arterias y las venas, entrando en el corazón y saliendo de él, tampoco podía percibir que la tierra giraba sobre su eje. Además, la teoría no tenía en su favor el peso de los datos “empíricos” (en todo caso, los datos empíricos no eran la prueba irrefutable de la verdad en el siglo XVII). La teoría de Harvey nació, y habría de triunfar, como una idea filosófica.

El Harvey que recorre las páginas de este libro es un pensador; para ser más específicos, un pensador del siglo XVII. Poseía una mente increíblemente sensible al espíritu intelectual y cultural de su era, y sus ideas eran la expresión de ese espíritu. Por eso coloqué su obra en el contexto académico, cultural y social más amplio de su tiempo, en una serie de ensayos temáticos intercalados con los capítulos cronológicos. En algunos, comparo las ideas de Harvey con las de poetas, dramaturgos, economistas, alquimistas y predicadores de la época, y considero la influencia que tal vez tuvieron ellos en su teoría; en otros, abordo la manera en que Londres y la tecnología de esos años dieron forma a su pensamiento. En los ensayos, que evocan el mundo del Renacimiento tardío en el que vivió Harvey, se ofrece al lector la oportunidad de atisbar en una notable mente del siglo XVII y entablar un diálogo con una cultura rica y extraña.

Uno de los rasgos desconocidos de la cultura intelectual de aquel siglo es su homogeneidad: mientras que hoy la ciencia y las humanidades constituyen dos culturas distintas y muy especializadas, en aquella época un teólogo podía entender a un astrónomo sin mayor problema, y los estudiantes de leyes y los poetas asistían a lecciones de anatomía. Una gran afinidad, basada en un lenguaje compartido y un conjunto común de ideas y objetivos, conectaba todas las disciplinas entre sí. Estos conceptos y metáforas configuraron el paisaje de la imaginación de Harvey y determinaron los desplazamientos de su mente. Dieron forma y lugar a su teoría de la circulación, que nació orgánicamente, aunque no definida por completo, de la cultura del periodo.

Muchos de los documentos de investigación de Harvey fueron destruidos adrede en un acto de vandalismo político durante la Guerra Civil inglesa. Algunos de los manuscritos que compiló después se consumieron en las llamas del Gran Incendio de 1666, junto con su biblioteca personal. Sin embargo, hay muchas otras fuentes primarias disponibles, en las que fundamento mis conjeturas sobre sus investigaciones. ¿Usó Harvey a sus sirvientes como conejillos de Indias? No hay manera de saberlo, pero otros filósofos naturalistas contemporáneos sí lo hicieron (Robert Boyle llegó al grado de dar veneno a los suyos), de modo que mi planteamiento es que Harvey siguió la regla general. ¿Cómo era la sala de investigación privada de Harvey? Tampoco lo sabemos, pero he hecho una reconstrucción imaginaria a partir de referencias en sus escritos y las descripciones de las salas de otros filósofos naturalistas.

Para todos los episodios dramatizados de este libro recurrí a fuentes que han llegado hasta nosotros. Mi relato de la disección pública de Harvey, por ejemplo, está recreado a partir de las notas manuscritas para sus lecciones, sus obras publicadas, testimonios presenciales de disecciones de la época, varios manuales para anatomistas de los siglos XVIy XVII, y las cartas que intercambió con algunos de sus oyentes y con otros anatomistas. Ni en mi descripción de esa escena, ni en ninguna de las que aparecen en el libro, he inventado nada: cada detalle se apoya en datos de primera mano.

Un comentario final. Aunque en esta obra se relatan varios experimentos en animales vivos, ello no se debe interpretar de modo alguno como un respaldo general y personal a la práctica de las vivisecciones animales.

PrólogoUNA NUEVA TEORÍA (1636)“La sangre se mueve… en círculo, sin cesar”

En la primavera de 1636, William Harvey, médico de Carlos I de Inglaterra, recibió del rey la encomienda de ir al continente como parte de una misión diplomática que visitaría a Fernando II, emperador del Sacro Imperio Romano. Hacia finales de mayo, la comitiva inglesa llegó a Núremberg, una ciudad en la que el nombre de Harvey era conocido en los círculos médicos. Se dispuso que impartiera una lección de anatomía en la Universidad de Altdorf, cerca de ahí, para que pudiera demostrar su polémica teoría de la circulación de la sangre.

El 18 de mayo, el diminuto anatomista inglés, enfundado en una amplia toga blanca y con un bonete también blanco sobre su ancha cabeza, entró en el anfiteatro anatómico de la universidad. Cuando se dirigía a la mesa de disección de madera sus pasos eran cortos y un poco vacilantes, debido a que a menudo se veía aquejado por la gota. Había varios instrumentos anatómicos sobre la mesa y una silla detrás para el profesor invitado.

La multitud estaba de pie en filas, y el rector de la universidad y los profesores de mayor jerarquía se ubicaban al frente, mientras que el público general se apiñaba atrás. Harvey lanzó una mirada a los sombreros de plumas, las barbas, las gorras, las togas y los rostros expectantes.

Por su parte, los espectadores miraban al inglés de rostro redondo, bigote ralo y mentón afilado, apenas cubierto por una delgada barba en pico. El rostro de Harvey aún era terso y lozano; su talla y comportamiento enérgico también lo hacían parecer mucho menor que sus 58 años. Debajo del gran bonete, en un par de lugares se veía su cabello azabache, para entonces entreverado de canas, con un rizo que le caía sobre la oreja izquierda. También se alcanzaba a ver el extremo de la gran vena que palpitaba sobre su sien.

Harvey era de tez aceitunada; amigos suyos la comparaban con “el color del roble fino”. Sus mejillas se tornaban de un rojo profundo cuando cavilaba o cada vez que se encendían sus pasiones, lo que ocurría a menudo, pues era un hombre con fama de colérico “impetuoso”. Se apreciaban destellos de las emociones y de la mente sagaz de Harvey en sus “pequeños ojos”, que eran “redondos, muy negros, vivaces”.

El facultativo inglés era conocido entre sus oyentes como el autor del volumen en latín Exercitatio anatómica de motu cordis et sanguinis in animalibus, que se había publicado en 1628 (el título se tradujo como Ensayo anatómico sobre el movimiento del corazón y la sangre en los animales, al que en lo sucesivo nos referiremos como De motu cordis). Este breve tratado, en el que Harvey proponía su teoría del movimiento del corazón y la circulación de la sangre, había hecho de él una figura famosa y cismática en toda Europa. A pesar de que algunos anatomistas jóvenes se mostraban receptivos a sus ideas radicales e innovadoras, Harvey atrajo críticas hostiles de muchos miembros de los círculos médicos tradicionales. Su demostración en Altdorf formaba parte de una larga campaña para que su teoría ganara aceptación, al ser de especial importancia convencer a las universidades con prestigiosas facultades de medicina y anatomía.

Harvey se dirigió a su público de Altdorf en latín, que no sólo era la lengua franca en Europa, sino el idioma de los estudiosos. “Hoy os demostraré —anunció— cómo se envía la sangre desde el corazón a todo el cuerpo a través de la aorta mediante el latido cardiaco. Tras alimentar a las partes más remotas del cuerpo, la sangre, desde las arterias, fluye de vuelta hacia las venas y luego retorna a su origen: el corazón. La sangre se mueve en tal cantidad por el cuerpo y con un flujo tan vigoroso que sólo puede moverse en círculo, sin cesar. Se trata de una teoría totalmente nueva, pero, como ahora veréis, diversos argumentos y nuestros sentidos confirman su veracidad.”

FIGURA I. En este retrato, pintado unos años después de la demostración de Altdorf, los ojos como cuentas de Harvey aún brillaban. Los enmarcan unas espesas cejas, con su gesto acostumbrado de levantar más la ceja izquierda, lo que le daba una expresión permanentemente socarrona. Imagen: Royal College of Physicians, Londres.

Los hombres de las filas del frente, versados en anatomía, medicina y filosofía naturalista, sintieron toda la fuerza de la afirmación. Lo dicho por Harvey representaba una refutación directa, absoluta y sin precedentes de las ideas ortodoxas sobre la función del corazón y el movimiento de la sangre, que se habían establecido en tiempos de los romanos. De aceptarse, esa teoría constituiría el avance de mayor trascendencia en anatomía (el estudio de la estructura corporal de humanos y animales) y fisiología (el estudio de las funciones de los organismos vivos y sus partes) desde el siglo II d. C. Habría que reescribir los libros de texto y reconsiderar la terapia médica tradicional.

FIGURA 2. Ilustración de la vivisección de un perro (siglo XVII). De origen latino, la palabra vivisección, que significa “corte de lo vivo”, se acuñó en el siglo XVIII.

Mientras hablaba, unos mozos de la universidad metieron un perro al anfiteatro. Lo subieron a la mesa de disección y le amarraron el hocico con una cuerda para que no pudiera morder ni aullar. Después lo inmovilizaron poniéndolo boca arriba y le abrieron las patas, atándoselas a cuatro estacas sobre la mesa, de modo que yaciera con las patas extendidas.

“Obviamente es más fácil —comentó Harvey para explicar la llegada del perro— observar el movimiento y la función del corazón en animales vivos que en hombres muertos.” Acto seguido, tomó un cuchillo de la mesa, dio unos pasos al frente y se inclinó sobre el animal. Con determinación, hincó la hoja en el tórax del perro. Mientras hacía esto, sus mangas se iban salpicando de sangre y el perro se retorcía violentamente en medio de un dolor atroz.

Cuando logró dejar el corazón palpitante al descubierto, Harvey puso a un lado el cuchillo y tomó una vara. Con ella señaló el corazón en su movimiento ascendente y descendente. “Podéis ver —comentó— que la fase activa del corazón es la contracción: cuando expulsa la sangre cual impelida por una fuerza, como os demostraré ahora.” Colocó la vara en la mesa y tomó de nuevo el cuchillo: “Mientras el corazón del perro sigue latiendo —prosiguió—, veremos lo que pasa si se tapa o perfora una de las arterias cuando el corazón está en tensión”. Harvey sostuvo el cuchillo sobre la arteria pulmonar del perro, esperando a que el corazón se contrajera; entonces con un movimiento certero y rápido, cortó la arteria y dio un paso atrás.

La sangre del perro “brotó con mucha fuerza hacia adelante y salió disparada en un violento chorro” (en alguna ocasión llegó hasta a dos o tres metros del animal, bañando a los espectadores de la primera fila). En medio del revuelo que invariablemente se produciría a continuación, Harvey conservó la calma y pidió a los espectadores que observaran cómo la sangre seguía saliendo a borbotones del corazón del perro cuando se contraía. También les pidió que advirtieran la fuerza de la expulsión y la abundante cantidad de líquido expelida, añadiendo que aun siendo conservadores con respecto a la cantidad habría que multiplicar ese cálculo por 72 (el ritmo cardiaco promedio) y después por 60, para obtener el volumen de sangre bombeada por el corazón en una hora.

El alboroto del público finalmente amainó, junto con los estertores y convulsiones del perro. Harvey dejó a un lado su cuchillo antes de pronunciar su conclusión. “Los cálculos de la cantidad de sangre que sale del corazón y las demostraciones visuales de su fuerza confirman mi suposición; por consiguiente, me veo obligado a concluir que en los animales la sangre está impulsada en un circuito con un movimiento circular incesante y que ésta es una actividad o función del corazón, que lleva a cabo en virtud de su pulsación.” Dicho esto, el pequeño inglés se retiró a su asiento.

Puesto que ningún registro textual de la lección de Harvey en Altdorf sobrevivió, mi reconstrucción se basa en las siguientes fuentes: W. Harvey, The Anatomical Exercises of Dr. William Harvey y Lectures on the Whole of Anatomy, en especial su “Letter to Caspar Hofmann” [carta a Caspar Hofmann] con fecha de 20 de mayo de 1636, publicada en The Circulation of the Blood and Other Writings. También me he apoyado en descripciones de vivisecciones hechas por sus contemporáneos, como la de B. Hesler, Andreas Vesalius’ First Public Anatomy at Bologna, 1540. Entre las fuentes secundarias consultadas se incluyen R. K. French, William Harvey’s Natural Philosophy, y G. Whitteridge, William Harvey and the Circulation of the Blood. Mi descripción de la apariencia de Harvey se deriva de J. Aubrey, Aubrey’s Brief Lives. Mi relato de la misión diplomática inglesa viene de F. C. Springell, Connoisseur & Diplomat.

PRIMERA PARTELEVANTARSE DEL FONDO

I. CRIADO A LA USANZA DE KENT (1578-1593)“Mitad granjero y mitad caballero”

THOMAS HARVEY (1549-1623), padre de William, descendía de un largo linaje de criadores de ovejas prósperos y laboriosos, dueños de propiedades y tierras en los alrededores de Folkestone. Los Harvey se enorgullecían de su terruño y de su situación acomodada como hacendados. Los hombres de Kent, famosos por su valentía e independencia, formaban un grupo regional unido e inmediatamente identificable. Eran tan singulares que existía la creencia popular de que tenían cola (leyenda tal vez derivada de su heroica defensa de Inglaterra durante la invasión de Guillermo el conquistador, en la que, según se dice, arrastraron árboles y luego los levantaron sobre sus cabezas para amedrentar a los franceses). cuando el rico sonido nasal del acento de Kent, con su característica adición de una “o” a las palabras (para transformar my en moi, going en gooing, etc.), se escuchaba en las tabernas de la capital inglesa, los londinenses imitaban al hablante “de Kent de larga cola”.

Los pequeños hacendados, o yeomen, definidos oficialmente como “hombres libres nacidos ingleses” que vivían “de sus tierras libres con rentas anuales en cuantía de [al menos] cuarenta chelines”, constituían una clase no menos homogénea y reconocible. su atributo definitorio era la honradez, una combinación de integridad, franqueza, solidez e impasibilidad. El pan del yeoman, hecho de puro salvado autóctono, era quizá más rústico que el pan de fuera, pero más honesto, pues era sabroso y llenador. La honradez también denotaba diligencia: “Al ser un buen administrador —escribió un comentarista social— [el pequeño hacendado] es un hombre honrado; se levanta temprano por la mañana, y ya en pie, no para, se pasea por sus bosques de modo tan incesante que cuando duerme o se sienta, también paseándose está”. Como se consideraba que estas virtudes eran por excelencia inglesas, se llegó a ver a estos hombres como emblemas de la nación. Eran la “piedra de relleno” en el muro de la nación inglesa, la mismísima “quintaesencia del país”.

En esbozos sobre la personalidad de William Harvey escritos después por sus conocidos aristócratas, el doctor aparece como un yeoman de pura cepa. Un noble amigo suyo lo bautizó como “el pequeño Doctor Heruye en perpetuo movimiento”, por su energía inagotable y su deseo insaciable de “satisfacer su curiosidad”; Harvey, contaba su amigo, siempre estaba “yéndose de excursión a los bosques, donde era probable que se extraviara”, para hacer “observaciones de árboles, y plantas, y suelos extraños, etc.”. Ese mismo aristócrata también se refería al facultativo como el “pequeño y honrado Doctor Hervey” y no era el único cortesano en aludir a esta virtud de los yeomen. otro alababa su “porte discreto y honrado […] y sus padres y amigos son gente tan honrada que me atrevo (sin riesgo alguno) a poner las manos en el fuego por él”.

Los pequeños hacendados, se decía,

tienen cierta preeminencia, y más estima que [.] el vulgo [es decir] granjeros [arrendatarios], peones y la gente de clase más baja […] en su mayoría también cultivan tierras de caballeros, y con el pastoreo [y] la visita a los mercados […] llegan a acumular gran riqueza, tanto es así que muchos pueden y compran las tierras de caballeros manirrotos.

Aunque según el dicho popular era “mitad granjero y mitad caballero”, el pequeño hacendado de Kent no tenía grandes probabilidades de incorporarse alguna vez a las filas de la aristocracia.

De acuerdo con predicadores del siglo XVI, “Dios había asignado a cada hombre su jerarquía y oficio, dentro de cuyos límites era menester guardarse”. Muchos caballeros de la época sostenían que “[a]quellos que se vuelcan en profesiones y modos de vida que no empatan con su naturaleza no sólo se deshonran a sí mismos […] sino que distorsionan la armonía del mundo entero”. Los miembros conservadores de la clase dirigente querían restringir la movilidad social, proponiendo un límite para la cantidad de tierras que podían adquirir los pequeños hacendados, así como un tope al número de hijos de éstos a los que se daría acceso a los Inns of Court, la puerta de entrada a la abogacía.

Sin embargo, a pesar de estos esquemas, el siglo XVI fue una época propicia para la movilidad ascendente, al ofrecer numerosas oportunidades a los emprendedores; cuando había voluntad, a menudo se hallaba la manera. Como consecuencia del marcado crecimiento demográfico, los pequeños hacendados más ambiciosos y afortunados se beneficiaron explotando nuevos mercados a expensas de quienes se encontraban en un estrato social más bajo.

Los clérigos sostenían que el interés personal y el interés social eran incompatibles, por lo que condenaban como inmorales a los hombres que triunfaban por esfuerzo propio y amasaban una fortuna personal. Thomas Harvey, empero, no tenía reparos para seguir adelante. Aprovechando la cercanía de Folkestone con Europa continental y sus amplios lazos comerciales nacionales e internacionales, usó los recursos de la familia para fundar un servicio de mensajería que distribuía bienes y cartas en el sur de Inglaterra y Francia. Las utilidades de su empresa, junto con los ingresos que obtenía de las vastas tierras y propiedades de los Harvey, representaban una suma muy superior a los 40 chelines anuales que le otorgaban el derecho de ser un pequeño hacendado. Thomas ocupaba una posición elevada entre los de su clase, igual que muchos de sus paisanos de Kent, quienes según la creencia popular “tenían el toque de Midas entre todos los pequeños hacendados de Inglaterra”.

En 1575, a los 25 años, Thomas había acumulado suficiente dinero para asegurarse un excelente partido en el mercado matrimonial, casándose con Juliana Halke (o Hawke). Después de la repentina muerte de su esposa un año después, de inmediato formó una alianza con una de las primas de ella, Joan. Aunque no eran aristócratas, los Halke eran lo bastante ricos como para ameritar una placa de latón en su iglesia local, en Hasting-Leigh, adornada con su emblema familiar, el halcón.

Es posible que Thomas también asistiera al culto en Hasting-Leigh, donde el padre de Joan era coadjutor. Era obligatorio ir a la iglesia los domingos, so pena de una multa de 12 peniques, en virtud de las Leyes de Uniformidad y Supremacía de la reina Isabel de 1558. Esas leyes habían restablecido la Iglesia protestante de Inglaterra (fundada por el padre de Isabel, Enrique VIII) con el monarca como jefe supremo, después del reinado de cinco años de la reina María (1553-1558), en los que el país había vuelto a su “antigua fe”, el catolicismo. Parece ser que los Harvey sobrellevaron con éxito las violentas vicisitudes y hostilidades religiosas del periodo. Desde luego, Thomas no tuvo dificultad alguna para acomodarse al sistema isabelino, cuya ortodoxia tocante al siguiente mundo es un requisito para quienes desean prosperar en éste. No es que su actitud ante la religión fuera cínica: como todos los Harvey (William incluido), Thomas abrazaba con sinceridad las creencias cristianas generales de la época sobre la divina Providencia, el más allá, la creación y la guía permanente de Dios en el mundo natural. Es probable que escuchara con la debida atención, e incluso aprobación, los sermones oficiales que se pronunciaban desde el púlpito rural, habitualmente “contra la holgazanería”, “el desaseo” y “los excesos en el vestir”.

El 1o de abril de 1578 nació en Folkestone el primer hijo de Thomas y Joan, William, en una casa de “buena piedra” conocida como la casa de correos, que probablemente era el centro de los florecientes negocios de Thomas. La señora Harvey, una “devota e inocente mujer” y una “vecina apacible y caritativa” (de acuerdo con una placa de latón colocada en la parroquia a su muerte), era tan trabajadora como su marido e hizo honor a su reputación de “ama de casa previsora y diligente” al darle otros seis hijos y dos hijas.

Nada se sabe de la niñez de Harvey, pero es posible imaginar algunos aspectos de ella a partir de su vida posterior. De adulto vio la naturaleza con detalle microscópico y albergaba una curiosidad infinita sobre su funcionamiento, y en esos casos (cuyo ejemplo más famoso es Leonardo da Vinci) suele suceder que “el niño es el padre del hombre”. Miraba atentamente las arañas porque, en palabras de sus escritos, “las llevaba en el aire un hilo invisible producido por su cuerpo”; escuchaba el “relinchar de los caballos” y observaba cómo el “movimiento” concomitante “agitaba” su diafragma; les medía la lengua a los perros y se reía cuando éstos se “rodaban y rascaban”; le fascinaba la vivacidad de los animales en coito y le divertía verlos bastante “alicaídos” y “con el trasero flaco” después del acto. El fuerte olor del excremento de los animales lo atraía y repelía al mismo tiempo; sentía el impulso de meter la mano en el cadáver de un cerdo, para palpar la textura “mantecosa, aceitosa” de su grasa. Era un conocedor de los huevos de gallina y, luego de un paciente estudio, podía decir “qué gallina de una parvada había puesto cierto huevo”.

Observar estas maravillas en sus excursiones por las colinas ondulantes, los huertos colmados de cerezos y los campos de heno de Kent, con fama de ser el “jardín de Inglaterra”, debe haber hecho las delicias del joven William. Sin duda, también le atraían el mar y sus miles de criaturas, y aprendió a identificar los distintos moluscos que se adherían a las rocas de arenisca que poblaban la playa de Folkestone, y a “embaucar” a la “astuta” trucha para hacerla “sucumbir con el anzuelo”.

El Harvey maduro conservó el habla idiomática y pintoresca de un muchacho de campo, muchas veces lanzando maldiciones como “carajo”. “Su bebida habitual —decía un amigo—, de la que solía tomar mucho, era una agradable sidra ligera”, bebida clásica de los pequeños hacendados de Kent, elaborada por el propio Harvey.

Se necesita una fanega de camuesas —decía su receta— se cortan en rebanadas […] se hierven hasta que sueltan lo bueno en el agua […] se añade una pizca de levadura de cerveza, y se deja fermentar dos noches con sus días […] hasta que la levadura flota muerta […] Al cabo de quince días se puede beber de ella.

Aquí se alcanza a oír la voz de la niñez de Harvey, hablando con el idioma y la tradición de Kent.

El padre de Harvey tenía dos propósitos en la vida: ascender él mismo (y por consiguiente sus hijos) al rango de caballero y ver que sus muchachos hicieran una fortuna mayor que la suya y la de cualquiera de sus ancestros. En general, no era tarea fácil conseguir el título de caballero; primero debía cumplirse un requisito indispensable: que el gobierno otorgara oficialmente el derecho de ostentar un escudo de armas. De acuerdo con un comentarista, la adquisición de las armas

hace presa [del pequeño hacendado] como una fiebre […] irrumpe en [su] sueño, le arrebata el estómago y él no vuelve a hallar sosiego hasta que el heraldo le ha dado el cuclillo […] o algún otro emblema ridículo para sus armas. La crianza y el casamiento de su primogénito, que son causas de su aflicción tan pronto nace la criatura, y la esperanza de ver a su hijo llegar más alto [.] lo hacen adorar al niño en su cuna.

El hijo mayor llevó toda la carga de las expectativas de su padre. Mientras que sus hermanos estarían destinados a ser aprendices en el comercio, un paso que implicaba un gasto relativamente menor para la cabeza de la familia, William en cambio fue criado para aprender. La educación era costosa, pero Thomas estaba resuelto a que su primogénito avanzara en la vida y sabía que la mayor esperanza de lograrlo descansaba en el estudio. Enviar a los hijos mayores a la escuela era una estrategia característica de los pequeños hacendados que desafiaban el prejuicio común de que saber de labranza, y conocer las Escrituras, era más que suficiente para sus vástagos. Los caballeros y los predicadores despotricaban contra la fundación de escuelas de gramática, dirigidas a “la gente vulgar, que [solamente] debía sujetarse a la obediencia”.

No obstante, las escuelas de gramática florecieron en el siglo XVI, educando la mente de incontables “advenedizos” de la clase de los pequeños hacendados como William Shakespeare, que “proliferaban como hongos”.1 La escuela de gramática más próxima a Folkestone era la King’s School en Canterbury, establecida a mediados de siglo en beneficio de “cincuenta niños pobres, desprovistos de la ayuda de amigos y dotados de mentes nacidas y aptas para el aprendizaje”. “Dejad al hijo del hombre pobre —rezan los estatutos— entrar al aula”; William Harvey entró ahí en 1588, cuando tenía unos 10 años.

En esa escuela, Harvey aprendió un poco de griego y nociones de hebreo. La enseñanza se centraba en el latín, la lengua en la que se impartía la mayoría de las lecciones y en la que el estudiante debía responder en todo momento. La jornada escolar se iniciaba a las seis de la mañana, con prolongados rezos, seguidos por largas lecciones hasta las siete de la noche. Durante las clases, cualquier falta de atención se castigaba con una severa golpiza. “Si algún […] niño —decía el reglamento— se hace notar por una extraordinaria lentitud y simpleza [será] expulsado y sustituido por otro que no sea como un zángano que devora la miel de las abejas.” Las comidas ofrecían un bienvenido descanso, pero poco tenían que ver con el placer: la frugal dieta consistía en leche, huevos, pan, mantequilla y un poco de carne.

Es poco probable que William se quejase de las rigurosas exigencias académicas, la disciplina de la vida escolar o la comida; resulta imposible visualizarlo como el niño “quejumbroso” de Shakespeare arrastrándose “como un caracol de mala gana hacia la escuela”. Lo habían criado estrictamente y sin duda con la alimentación honesta de una hacienda. En todo caso, quejarse habría equivalido a desobedecer a su padre y lo que se esperaba de un hijo en el siglo XVI era que obedeciese en todo a su progenitor. Cuando se encontraba con su padre, ya fuera en público o en privado, William acostumbraba arrodillarse y pedirle la bendición.

Alentado por Thomas, y apoyado por una familia conocida en la comunidad por su solidaridad, Harvey descolló en la escuela. Convenció a los maestros (y, más importante aún, a su padre) de que poseía la capacidad y la inteligencia necesarias para emprender estudios universitarios, y podía justificar el gasto que esto representaba. A los 15 años, William fue el primer Harvey de Folkestone en asistir a la universidad.

Para los datos biográficos me he basado (en este capítulo y a lo largo de todo mi libro) en la exhaustiva biografía de Harvey que realizó G. Keynes, The Life of William Harvey, y, en menor medida, en L. Chauvois, William Harvey: His Life and Time; His Discoveries; His Methods; K. D. Keele, William Harvey: The Man, the Physician, and the Scientist, y D. Power, William Harvey.

Para delinear el contexto familiar de Harvey y para las descripciones de Kent, me he apoyado en T. Fuller, The History of the Worthies of England. Para el contexto social me he atenido a los recientes y útiles estudios de la época de R. E. Pritchard, Shakespeare’s England, y K. Thomas, The Ends of Life, que son fuente de la mayor parte de las citas de este capítulo. M. Campbell, The English Yeoman under Elizabeth and the Early Stuarts, es el estudio clásico del estatus y características de los hacendados ingleses de esa época y es la base de los comentarios que aquí hago al respecto.

Mi esbozo de la personalidad de Harvey se deriva de las cartas del conde de Arundel y el padrastro de Harvey, Lancelot Browne, las cuales se encuentran reproducidas en F. C. Springell, Connoisseur & Diplomat, y en G. Keynes, The Life of William Harvey. Las descripciones de Harvey de la naturaleza provienen de Anatomical Exercitations y Lectures on the Whole of Anatomy, y su receta de la sidra, de G. Keynes (op. cit.).

II. ESTUDIOS EN CAMBRIDGE, I (1593) “Hacer reverencias a los nobles”

William Harvey se paró ante la entrada del Colegio Gonville y Caius, ubicado en High Street, Cambridge, hacia finales de mayo de 1593. Era un arco simple, adornado con capiteles corintios, llamado Porta Humilitatis, o Puerta de la Humildad. Al cruzar ese umbral, el recién llegado enfrenaba una puerta mucho más imponente, la Porta Virtutis, o Puerta de la Virtud, la entrada a los patios y las cámaras de la universidad. Harvey arribó ahí por el Patio de los Árboles, una avenida de jóvenes árboles plantados tres décadas antes.

FIGURA 3. Colegio Caius, Cambridge (ca. 1690). A la derecha se ve el Patio de los Arboles; la Puerta de la Virtud está bajo la elevada torre central y da acceso a un espacioso patio interior, el Patio de Caius. Imagen: David Loggan, 1960; fotografía: Dan White.

FIGURA 4. Puerta de la Virtud, con sus dos esculturas de la diosa Fortuna: la de la izquierda sostiene una palma y una corona de laurel, lo que denota gloria, y la de la derecha, un cuerno de la abundancia y un saco de oro, como símbolo del éxito terrenal.

La fachada de la Puerta de la Virtud, en su lado este, está adornada con un conjunto de pilastras jónicas, corintias y combinadas. Al pasar bajo la puerta, y así entrar en el Patio de Caius, Harvey podía voltear a ver la cara oeste de la puerta, que es menos elaborada y lleva una inscripción latina dedicada a la sabiduría.

En el centro del Patio de Caius se levantaba una columna de piedra que servía de apoyo para una veleta en forma de Pegaso, el caballo alado que surgió del chorro de sangre de Medusa cuando la decapitaron. Engalanaban la columna 60 relojes de sol. Había otros seis relojes de sol en la torrecilla hexagonal de la más ornamentada de las puertas del colegio, la Puerta del Honor (Porta Honoris), en el lado sur del patio (visible en el primer plano del grabado de la figura 3). Diseñada con el estilo de un arco de triunfo del Alto Renacimiento, la puerta tiene pilastras y un frontón, y la adornan intrincados símbolos circulares.

La Puerta del Honor representaba la última etapa del viaje intelectual que se alentaba a concluir a cada uno de los estudiantes de Caius. Tras haber adoptado una actitud humilde frente a sus estudios al llegar al colegio y llevado vidas virtuosas y sabias durante su estancia allí, estaban listos para recibir el honor de un título universitario. Ese título se les conferiría en una elaborada ceremonia en las Antiguas Escuelas (para exámenes), justo pasando la Puerta del Honor. No se permitía que ningún estudiante pasara bajo esa puerta antes del día de su graduación.1

El trazo del colegio es una fantasía simbólica obra de su segundo fundador, el médico, anatomista y humanista John Caius (1510-1573). Establecido originalmente en 1348 como Residencia Gonville por el rector Edmund Gonville, el cuarto colegio más antiguo de Cambridge fue refundado por Caius, con el nombre de Gonville y Caius, en 1557. Cuando en 1559 se volvió director de la institución de Cambridge, comparativamente menor, Caius se dio a la tarea de elevar su categoría, confiriéndole 20 becas durante su mandato. Junto con las famosas puertas, Caius mandó construir el patio que lleva su nombre y en el que Harvey se detuvo en su primer día.

Salvo la Puerta del Honor, el lado sur del Patio de Caius quedó totalmente desprovisto de detalles arquitectónicos distintivos. La capilla se encuentra en el lado norte, hay habitaciones en el este y el oeste, pero el colegio decretó que ninguna edificación debía bloquear el sol, o evitar “la circulación de aire, lo que podría dañar la salud de los moradores [allí] y precipitar que sobreviniere la enfermedad y la muerte”. El aire que circulaba y la luz solar eran especialmente refrescantes en mayo, mes famoso por la dulzura de su aire, que según se creía hacía dichosos a los hombres.

Aquel día de mayo de 1593, cualquier dicha que Harvey hubiese sentido se habría mezclado con el agotamiento y el hambre. Tras el difícil viaje desde Kent, debió estar tan hambriento como el dramaturgo Christopher Marlowe (otro cantábrico que vio la luz en Kent y ex alumno de la King’s School de Canterbury), quien 30 años antes había completado el mismo recorrido. A su llegada al colegio, Marlowe devoró en la residencia una comida de un penique consistente en res, avena cocida y unos cuantos sorbos de cerveza.

En los días que siguieron a su arribo, William Harvey prestó el Juramento de Matriculación en latín en las Antiguas Escuelas: “El avance de la piedad y el buen aprendizaje habré de apoyar —prometió—. Para ello, ayudadme, Señor y Santos Evangelios del Señor”. Después registró su nombre en las Listas de Matrícula como “Will. Harvie” y también quedó inscrito en el Libro del Colegio Caius, un pesado volumen encuadernado en piel.2 “Will Harvey —reza el registro en latín—, hijo del pequeño hacendado Thomas Harvey, del poblado de Folkestone en el condado de Kent, educado en la Escuela de Canterbury, en su decimosexto año ha sido admitido como pensionarius minor para la ración colegial el último día de mayo de 1593 […] Paga por su ingreso al colegio tres chelines y cuatro peniques.”

Los pensionarii minores solían ser hijos de clérigos, profesionales, comerciantes, pequeños hacendados o agricultores; podían ser bachilleres, colegiales con beca o porcionistas sin ningún respaldo financiero. Harvey entró como porcionista, pero ascendió al rango de colegial en el otoño de 1593, cuando le fue otorgada la beca Matthew Parker, que representaba un considerable estipendio anual de tres libras y ocho peniques. Se trataba de una beca para medicina, la primera de su tipo en Inglaterra, de modo que Harvey ya debía haber mostrado cierto talento en ese campo. Esta beca sólo se concedía a ex alumnos de la King’s School de Canterbury y a naturales de Kent. El candidato acreedor debía demostrar que era “capaz, entendido y honorable”; también debía satisfacer los extraños criterios que exigía el colegio a sus colegiales: “que no fueran deformes, mudos, rengos, lisiados, mutilados, enfermos, inválidos o galeses”. Es posible que Thomas Harvey supiera de la beca Matthew Parker y enviara a su hijo a Caius con la encomienda de conseguirla.

La beca puso a Harvey en una posición más cómoda, tanto en el aspecto financiero como en lo que se refiere a la distancia social adicional que lo separaba de los sizars, considerados inferiores a los minores. Oficialmente, los sizars eran jóvenes que se matriculaban, hospedaban y aprendían gratis; costeaban sus estudios haciendo algunas tareas de criado para los miembros del colegio y los estudiantes aristócratas. La beca también colocaba a Harvey un poco más cerca de los caballeros del colegio, clasificados como pensionarii maiores. No obstante, seguía estando a cierta distancia de ese grupo, que incluía a los hijos de los nobles (condes, lores y barones) y los sirs.

A medida que avanzaba el siglo XVI, cada vez más caballeros entraban a la universidad, en buena medida gracias al patrocinio de la reina Isabel para con los universitarios. La reina ofrecía a los egresados importantes cargos en la iglesia, el Estado, las profesiones e incluso la corte; al final de su reinado más de la mitad de los miembros del Parlamento había asistido a Oxford o Cambridge. A muchos pensionarii minores les indignaba la presencia generalizada de caballeros en las universidades originalmente “erigidas por sus fundadores para los hijos de los pobres, cuyos padres no podían darles una instrucción […] Ahora son los menos beneficiados, porque los ricos las están invadiendo”.

La vida cotidiana del estudiante era invariable. Tras levantarse poco después de las cuatro de la mañana al sonar la campana del colegio, Harvey, junto con todos “los miembros del colegio, colegiales y estudiantes, que no habían llegado a los cuarenta [años]”, se preparaba para ir a la capilla, donde los rezos matutinos y el servicio religioso comenzaban a las cinco. La inasistencia se castigaba con una multa de cuando menos dos peniques. Conforme a los estatutos universitarios, el atuendo clerical de Harvey debía brindarle un aspecto “decente” y “respetable”; encima se ponía un sobrepelliz. En su ancha cabeza Harvey se colocaba su gorro “académico y cuadrado”.

Dentro de la capilla del colegio, del siglo XIV, cada quien tenía un lugar asignado de acuerdo con su categoría académica: los miembros del colegio en las sillas más altas, los estudiantes en las más bajas. Entre los estudiantes, la posición social determinaba el lugar. Se castigaba con una golpiza a cualquiera que se negara a “ceder el lugar” (a la vez que se descubría la cabeza) a un superior; en los estatutos se decretaba que “una modestia propia de cada rango debe cultivarse por doquier. Los rangos inferiores deben ceder el paso a los superiores y tratarlos con el debido respeto”.

El servicio matutino se celebraba con estricto apego a la liturgia de la Iglesia protestante inglesa, establecida por la reina Isabel. En 1558, el primer año de su reinado, Isabel había “inspeccionado y purgado nuestras Universidades, las fuentes primordiales de aprendizaje”, de modo que “se pudiera ahuyentar la superstición [es decir, el catolicismo], ruina de toda verdadera religión, y desterrar por completo la ignorancia”. Asimismo, a partir de esa fecha, quienquiera que deseara graduarse en Oxford o Cambridge debía reconocer a Isabel como cabeza de la Iglesia. La obediencia religiosa revestía particular importancia en aquel momento en que tantos vástagos de las familias inglesas más poderosas asistían a la universidad.

Después de ir a la capilla, exactamente a las seis de la mañana con 10 minutos, Harvey daba inicio a sus estudios, que continuaba hasta las 10, con apenas un breve receso para un pan y cerveza. A las 10, el sonido de una campana convocaba a Harvey a tomar los alimentos en la residencia, en el Patio de Gonville, un edificio con vigas de madera más bien pequeño considerando los parámetros de Cambridge. Los estudiantes se sentaban según su rango, los jóvenes de clase alta en mesas más cerca del fuego. Los caballeros ocupaban una mesa independiente atendidos por sus sizars. Los aristócratas más generosos daban a sus sirvientes “venia para comer” invitados por ellos cuando pasaban “penurias”, estado permanente para muchos sizars, que a menudo se veían en la necesidad de empeñar sus libros e incluso de mendigar en la vía pública. Tras recibir agradecido unas monedas de su patrón, el sizar hacía una reverencia y atravesaba a saltos la residencia para “dar un grito lamentable ante la grasienta ventanilla que comunicaba con la cocina, ‘¡Hey, Lancelot, un cuarto de pan y un cuarto de cerveza!’”

Mientras que los caballeros ordenaban espléndidos platillos, los pensionarii minores como Harvey compartían una pieza de carne de un penique entre cuatro, un potaje hecho con el caldo de la carne, un poco de avena y un vaso pequeño de cerveza. La beca de Harvey cubría los costos de la matrícula, el alojamiento y la comida, pero sólo le permitía comprar los alimentos más básicos. Después del almuerzo, los estudiantes podían dar una caminata a paso ligero por la ciudad o el campo de los alrededores para hacer la digestión. Siendo un muchacho de campo incansable, Harvey debió haber amado los paseos en los pantanos alrededor de Cambridge, a lo largo del plateado Cam y sus tributarios donde abundaban la perca y el lucio, sobre los puentes, en los huertos, atravesando los terrenos donde pastaban caballos, vacas, cerdos y jabalíes, pasando por campos llenos de ovejas y cabras.

FIGURA 5. Vista aérea de Cambridge, Richard Lynne (1574). El centro histórico de la ciudad parece un corazón, bordeado por el río Cam y la corriente de la acequia de Kinge. El Cam, parecido a una vena, llega del sur, pasa King’sy Clare, a cuyo lado vemos el Colegio Gunwell y Caius. Imagen: Fitzwilliam Museum, University of Cambridge, UK/Bridgeman Images.

Por las tardes, los alumnos estudiaban hasta las cinco, cuando se sentaban a tomar una frugal cena. Más lectura precedía el servicio vespertino en la capilla, a las siete, al que debían acudir obligatoriamente y tras lo cual seguían estudiando hasta las 9 o 10. Entonces, según palabras de un contemporáneo, los estudiantes “se solazaban caminando o corriendo de arriba abajo media hora, para calentarse los pies” antes de ir a la cama.

Para quienes se hartaban de las labores académicas, había tentaciones en el pueblo: “tabernas, dados, esgrima, juegos de azar, peleas de box, bolos, baile, peleas de osos y de gallos y similares”; “los similares” incluían representaciones teatrales y una vasta oferta de meretrices. Sin embargo, los castigos por permitirse estas recreaciones eran tan severos que probablemente disuadieron a Harvey, quien de cualquier modo era más bien afecto a los libros y de temperamento conformista.

No obstante, había actividades nefarias, sobre todo entre los caballeros, a quienes se les permitía comprar el privilegio de transgredir muchos preceptos universitarios. Un colegial como Harvey siempre vestía en público su traje de tela clerical, una capa de “color negro o apagado [es decir, oscuro]” y un gorro de tela áspera (los gorros de seda “por su suavidad o elegancia” estaban prohibidos); en privado, eran obligatorias una camisa lisa y unas calzas de material sencillo. En cambio, los caballeros podían pavonearse en los patios ataviados con jubones de terciopelo y llevar largos cabellos. También se entretenían en sus habitaciones y conseguían licencia para salir del colegio unas horas o incluso varios días. “Cazaban desde el alba hasta el anochecer —como describe un sizar las actividades de su patrón—, nunca estudiaban ni se entregaban a sus libros, sino [que iban] a escuelas de defensa [o sea, esgrima], a las escuelas de danza, a hurtar ciervos y conejos […] a cortejar mozas.”

Estas habilidades eran los atributos tradicionales de los caballeros, los ornamentos de un cortesano. La universidad servía como una especie de escuela de etiqueta, donde aprendían a montar, jugar tenis, dominar la cetrería. Un estudiante de alta cuna que rara vez se asomaba a sus libros era un personaje típico del que se hacía mofa en la literatura popular, aunque la caricatura ya se iba desgastando para la década de 1590. “De todas las cosas —se decía— si algo no tolera el joven caballero en la Universidad es que lo confundan con un colegial.” Los caballeros despreciaban a los colegiales por melancólicos, pedantes y de cuna humilde, carentes por completo de modales y civilidad; “honrados” tal vez, pero no sabían nada de honor o decoro, verdaderas virtudes porque eran sociales y no solitarias.

Al estar expuesto a esas actitudes, Harvey debe haberse percatado, en sus primeros meses en el colegio, de la gran dificultad de la misión que su padre le había encomendado: lograr riqueza y prestigio en un mundo dominado por caballeros. Ahora se le presentaban tres estrategias convencionales en su apuesta para ascender en la escala social.

Podía estudiar con ahínco y tratar de permanecer en Caius como miembro, aunque eso sólo representaría una victoria social parcial, porque los miembros del colegio no eran caballeros. O bien, podía observar de cerca a los aristócratas y aprender a imitar sus maneras. Ésa había sido la táctica de Christopher Marlowe, hijo de un zapatero de Canterbury, quien había suscitado comentarios en los patios vistiéndose de manera llamativa. En una de sus obras, Marlowe traza la estrategia, cuando un personaje recomienda a su amigo:

[…] dejad a un lado al escolar, y aprended a conduciros cual cortesano. No es vestir jubón negro y faja, y manteo con capucha de terciopelo y sarga al frente […] o hacer reverencias a los nobles, o bajar la mirada con ojos entornados y decir “Cierto es, si os place a Vuestra Merced”, lo que podrá granjearos el favor de los grandes. Debéis mostraros orgulloso, audaz, ameno, resuelto […]

Sin embargo, a diferencia de su paisano de Kent, Harvey carecía de la gracia social indispensable, así como de la apostura y la audacia para llevar adelante este plan.