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Amy Durrant muere ahogada mientras nadaba en compañía de su empleadora, la señora Burton, durante sus vacaciones en las islas Canarias. Un mes más tarde, la propia señora se suicida adentrándose en el mar. Agatha Christie plantea un interesante misterio que Miss Marple resolverá demostrando de qué modo curioso las apariencias engañan.
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Seitenzahl: 31
Veröffentlichungsjahr: 2024
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—Y usted, doctor Lloyd —dijo la señorita Helier—, ¿no conoce alguna historia espeluznante?
Sonrió con aquella sonrisa que cada noche hechizaba al público que iba al teatro. Se decía que Jane Helier era la mujer más hermosa de Inglaterra y algunas de sus compañeras de profesión, celosas, solían rumorear: “Por supuesto que Jane no es una artista. No sabe actuar, si sabes de qué hablo... ¡son esos ojos!”
Y en aquel momento esos ojos miraban suplicantes al canoso, anciano y solterón doctor que durante los cinco últimos años había atendido todos los padecimientos de St. Mary Mead.
Con un gesto inconsciente, el médico tiró hacia abajo de las puntas de su chaleco (que últimamente empezaba a quedarle incómodamente ajustado) y se devanó los sesos por no decepcionar a la encantadora criatura que se dirigía a él con tanta confianza.
—Me gustaría hundirme en el crimen esta noche —dijo Jane soñadoramente.
—Espléndido —exclamó su anfitrión, el coronel Bantry—. Espléndido, espléndido.
Y lanzó una potente y cordial carcajada militar.
—¿No te parece, Dolly?
Su esposa, reclamada tan bruscamente por las exigencias de la vida social estaba planeando mentalmente qué flores plantaría la próxima primavera, afirmó con entusiasmo:
—Claro que es espléndido —intentó mostrarse convencida, aunque ni siquiera sabía de qué se trataba—. Siempre lo he pensado.
—¿De verdad, querida? —preguntó Miss Marple parpadeando rápidamente.
—En St. Mary Mead no tenernos muchos casos espeluznantes… y menos en el terreno criminal, señorita Helier —observó el doctor Lloyd.
—Me sorprende —dijo Sir Henry Clithering, ex comisionado de Scotland Yard, girando su cabeza hacia Miss Marple—. Siempre he pensado, por lo que oí decir a nuestra amiga, que St. Mary Mead era un verdadero nido de crímenes y perversión.
—¡Ay, Sir Henry! —protestó la anciana mientras sus mejillas enrojecían—. Estoy segura de no haber dicho nunca semejante cosa. Lo único que dije es que la naturaleza humana es igual en un pueblo que en cualquier otra parte, sólo que aquí uno tiene oportunidad y tiempo para estudiarla más de cerca.
—Pero usted no ha vivido siempre aquí —dijo Jane Helier dirigiéndose al médico—. Ha visitado todo tipo de sitios extraños y en varios lugares del mundo, lugares donde sí ocurren cosas.
—Eso es así, por supuesto —respondió el doctor Lloyd pensando desesperadamente—. Sí claro, sí… ¡Ah! ¡Ya lo tengo!
Y se reclinó con un suspiro de alivio.
—De esto hace ya algunos años, casi lo había olvidado. Pero los hechos fueron muy extraños, muy extraños de verdad. Y también la coincidencia que me ayudó a descubrir la pista definitiva.
La señorita Helier acercó su silla un poco más, se maquilló los labios y esperó impaciente. Los demás también giraron sus rostros hacia el doctor.
—No sé si alguno de ustedes conoce las Islas Canarias —empezó a relatar el médico.
—Deben de ser maravillosas —acotó Jane Helier—. Están en los mares del Sur, ¿no? ¿O es el Mediterráneo?
—Yo las visité camino de Sudáfrica —dijo el coronel—. Es muy hermosa la vista del Teide, en Tenerife, iluminado por el sol poniente.
—El incidente que voy a contar ocurrió en la isla de Gran Canaria, no en Tenerife —continuó el médico—. Hace ya muchos años. Mi salud no era muy buena y me vi obligado a dejar mi trabajo en Inglaterra y marcharme al extranjero. Estuve ejerciendo en Las Palmas, que es la capital de Gran Canaria. En cierto sentido disfruté mucho allí. El clima es suave y soleado, excelente playa, soy un bañista entusiasta, y la vida del puerto me atraía enormemente. En Las Palmas atracan barcos de todo el mundo. Yo acostumbraba a pasear por el muelle cada mañana, más interesado que una dama que pasara por una calle de sombrererías.