La Divina Comedia - Dante Alighieri - E-Book

La Divina Comedia E-Book

Dante Alighieri

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Beschreibung

La Divina Comedia es un poema escrito por Dante Alighieri. Se considera que fue escrito entre 1304 y 1321, fecha del fallecimiento del poeta. Es la creación más importante de su autor y una de las obras fundamentales de la transición del pensamiento medieval (teocentrista) al renacentista (antropocentrista). Es considerada la obra maestra de la literatura italiana y una de las cumbres de la literatura universal. Cada una de sus partes, o cánticas (Infierno, Purgatorio y Paraíso), está dividida en cantos, cada parte consta de treinta y tres cantos, más el canto introductorio suman 100 cantos en total. Cada canto fue compuesto por estrofas de tres versos endecasílabos o terza rima, que se dice él mismo inventó (tercetos).El poema se ordena en función del simbolismo del número tres, que evoca la Santísima Trinidad (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo), el equilibrio y la estabilidad, y el triángulo, las tres proposiciones que componen el silogismo, se sumaba al cuatro, que representaba los cuatro elementos: Tierra, aire, fuego y agua, dando como resultado el número siete, como siete son los pecados capitales. Finalmente, el Infierno está dividido en nueve círculos, el Purgatorio en siete y el Paraíso queda formado por nueve esferas que giran como los planetas en torno al sol.Toda la obra está llena de símbolos que remiten al conocimiento y al pensamiento medievales; religión, astronomía, filosofía, matemáticas, óptica, etc; encarnan en personajes, lugares y acciones.

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Dante Alighieri

La Divina Comedia

Traducción en verso ajustada al original

Título: La Divina Comedia

Autor: Dante Alighieri

Título original: Divina Commedia

Traducción: Bartolomé Mitre

Editorial: AMA Audiolibros

© De esta edición: 2019 AMA Audiolibros

Audiolibro de esta versión disponible en tiendas digitales.

Todos los derechos reservados, prohibida la reproducción total o parcial de la obra, salvo excepción prevista por la ley.

ÍNDICE

ÍNDICE

INTRODUCCIÓN

PRÓLOGO:DESCRIPCIÓN GENERAL DE LA OBRA

PRIMERA PARTE: EL INFIERNO

CANTO I

CANTO II

CANTO III

CANTO IV

CANTO V

CANTO VI

CANTO VII

CANTO VIII

CANTO IX

CANTO X

CANTO XI

CANTO XII

CANTO XIII

CANTO XIV

CANTO XV

CANTO XVI

CANTO XVII

CANTO XVIII

CANTO XIX

CANTO XX

CANTO XXI

CANTO XXII

CANTO XXIII

CANTO XXIV

CANTO XXV

CANTO XXVI

CANTO XXVII

CANTO XXVIII

CANTO XXIX

CANTO XXX

CANTO XXXI

CANTO XXXII

CANTO XXXIII

CANTO XXXIV

SEGUNDA PARTE: ELPURGATORIO

CANTO I

CANTO II

CANTO III

CANTO IV

CANTO V

CANTO VI

CANTO VII

CANTO VIII

CANTO IX

CANTO X

CANTO XI

CANTO XII

CANTO XIII

CANTO XIV

CANTO XV

CANTO XVI

CANTO XVII

CANTO XVIII

CANTO XIX

CANTO XX

CANTO XXI

CANTO XXII

CANTO XXIII

CANTO XXIV

CANTO XXV

CANTO XXVI

CANTO XXVII

CANTO XXVIII

CANTO XXIX

CANTO XXX

CANTO XXXI

CANTO XXXII

CANTO XXXIII

TERCERA PARTE: EL PARAÍSO

CANTO I

CANTO II

CANTO III

CANTO IV

CANTO V

CANTO VI

CANTO VII

CANTO VIII

CANTO IX

CANTO X

CANTO XI

CANTO XII

CANTO XIII

CANTO XIV

CANTO XV

CANTO XVI

CANTO XVII

CANTO XVIII

CANTO XIX

CANTO XX

CANTO XXI

CANTO XXII

CANTO XXIII

CANTO XXIV

CANTO XXV

CANTO XXVI

CANTO XXVII

CANTO XXVIIII

CANTO XXIX

CANTO XXX

CANTO XXXI

CANTO XXXII

CANTO XXXIII

INTRODUCCIÓN

Dante Alighieri fue un poeta italiano. La fecha exacta de su nacimiento se desconoce aunque generalmente se cree que fue alrededor de 1265 y murió en Rávena en 1321. Apodado “Il Sommo Poeta (El Poeta Supremo)” se le considera el “padre del idioma italiano”. La Divina Comedia está considerada como una de las obras maestras de la literatura italiana y mundial. Escrita entre 1304 y 1321 refleja la transición del pensamiento medieval al renacentista. Está compuesta por más de 14.000 versos distribuidos en 100 cantos. Relata el viaje de Dante por el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, guiado por el poeta Virgilio. El objetivo de dicho viaje es redimir los pecados que ha cometido en el mundo terrenal para obtener la gloria divina. Esta obra es un fiel reflejo del conocimiento medieval dónde se entrelazan temas como la fe en Dios, la ética y la moral. En un primer momento, Dante, tituló su obra: Commedia. El título definitivo llegó de la mano de Giovanni Boccaccio (autor de El Decamerón) que le añadió Divina por ser un poema que cantaba a la divinidad.

La obra recoge diversas referencias al mundo clásico, un lenguaje lleno de simbolismos, personajes históricos, personajes mitológicos e incluso sus propias convicciones filosóficas y morales. Según los expertos, el Paraíso representa el Saber y la Ciencia Divina. El Infierno representa al Ser Humano frente a sus pecados y las consecuencias de los mismos y el Purgatorio representa el proceso de purificación hasta la liberación de todas las culpas. El poema está compuesto siguiendo la simbología del número 3, que evoca la Trinidad Sagrada: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Dante también recurre al número 10 a través de los 100 cantos que conforman la comedia y los 10 niveles del Infierno. El objetivo de esta obra fue el de inducir a la humanidad a meditar seriamente sobre el pecado y sobre el modo de librarse de él, a fin de poder gozar de la paz del alma en la tierra y ser digno de la beatitud en el cielo.

Presentamos este audiolibro a partir de la traducción de Bartolomé Mitre por su valor histórico y literario. Bartolomé Mitre nació en Buenos Aires en 1821 y murió también en Buenos Aires en 1906. Fue periodista, militar, historiador, escritor, bibliófilo, numismático, traductor, académico de la Real Academia Española, ministro, gobernador y presidente de la República Argentina. La traducción de la Divina Comedia de Dante se publicó en 1891.

PRÓLOGODESCRIPCIÓN GENERAL DE LA OBRA

La Divina Comedia es un poema alegórico que consta de tres partes: Infierno, Purgatorio y Paraíso. Para llegar a la felicidad humana y religiosa, el Paraíso, es preciso seguir un camino que obliga a pasar por el rechazo del pecado, el Infierno, y la purificación del arrepentimiento, el Purgatorio. Dante, acompañado por el poeta romano Virgilio, el cuál simboliza la razón y el amor humanos, y, posteriormente, por Beatriz (la amada del poeta), la cual simboliza la Divina Sabiduría y el Amor Divino, realiza este peregrinaje por los distintos círculos del Infierno y Purgatorio hasta llegar al Paraíso dónde se encuentran todos los bienaventurados para alabar eternamente al Creador y gozar de su revelación plena. En la primera sección, el Infierno, el espíritu del poeta Virgilio, guía al Peregrino (Alter Ego de Dante) a través de los círculos del Infierno, donde serán testigos de los terribles castigos que deben soportar los pecadores debido a sus vidas libertarias. En la segunda sección, el Purgatorio, el Peregrino conocerá las almas de aquellos que esperan para ascender al cielo. Aquí, las almas de los que serán salvados, hacen penitencia por sus pecados. Para poder entrar por las puertas del cielo tendrán que limpiar primero sus impurezas.

En la tercera sección, el Paraíso, el Peregrino llega al cielo. En su camino hasta allí, viaja por el espacio y ve los planetas dónde se encuentran las almas bienaventuradas. Al ser testigo de la majestad de Dios en su verdadera gloria, el Peregrino regresa a la Tierra para escribir este poema. Al inicio de cada canto se realiza una breve descripción del mismo para facilitar su situación y comprensión.

PRIMERA PARTEEl Infierno

EL INFIERNOPROEMIO GENERAL: LA SELVA OSCURA

CANTO IEL EXTRAVÍO - LA FALSA VÍA Y EL GUÍA SEGURO

La selva oscura. El poeta se extravía en ella en medio de la noche. Al amanecer sale a un valle y llega al pie de un monte iluminado por el sol. Se atraviesan en su camino tres animales simbólicos. Retrocede y se le aparece la sombra de Virgilio, que lo conforta, y le ofrece llevarlo al linde del paraíso al través del infierno y del purgatorio. Los dos poetas prosiguen su camino.

En medio del camino de la vida,

errante me encontré por selva oscura,

en que la recta vía era perdida.

¡Ay, qué decir lo que era, es cosa dura,

esta selva salvaje, áspera y fuerte,

que en la mente renueva la pavura!

iTan amarga es, que es poco más la muerte!

Mas al tratar del bien que allí encontrara,

otras cosas diré que vi por suerte.

No podría explicar cómo allí entrara,

tan soñoliento estaba en el instante

en que el cierto camino abandonara.

Llegué al pie de un collado dominante,

donde aquel valle lóbrego termina,

de pavores el pecho zozobrante;

miré hacia arriba, y vi a la colina

vestida con los rayos del planeta,

que por doquier a todos encamina.

Entonces, la pavura un poco quieta,

del corazón al lago, serenado,

pasó la angustia de la noche inquieta.

Y como quien, con hálito afanado

sale fuera del piélago a la riba,

y vuelve atrás la vista, aún azorado;

así mi alma también, aun fugitiva,

volvió a mirar el temeroso paso

del que nunca salió persona viva.

Cuando hube reposado el cuerpo laso,

volví a seguir por la región desierta,

el pie más firme siempre en más retraso.

Y aquí, al comienzo de subida incierta,

una móvil pantera hacia mí vino,

que de piel maculosa era cubierta;

como no se apartase del camino

y continuar la marcha me impedía,

a veces hube de tornar sin tino.

Era la hora en que apuntaba el día,

el sol subía al par de las estrellas,

como el divino amor, en armonía

movió al nacer estas creaciones bellas;

y hacíanme esperar suerte propicia,

de la pantera las pintadas huellas,

la hora y dulce estación con su caricia:

cuando un león que apareció violento,

trocó en pavor esta feliz primicia.

Venía en contra el animal, hambriento,

rabioso, alta la testa, y parecía,

hacer temblar el aire con su aliento.

Y una loba asomó; que se diría,

de apetitos repleta en su flacura,

que hace a muchos vivir en agonía.

De sus ardientes ojos la bravura,

de tal modo turbó mi alma afligida,

que perdí la esperanza de la altura.

Y como aquel que gana de seguida,

se regocija, y al perder desmaya,

y queda con la mente entristecida,

así la bestia, me tenía a raya,

y poco a poco, en contra, repelía

hacia la parte donde el sol se calla.

Mientras que al hondo valle descendía,

me encontré con un ser tan silencioso,

que mudo en su silencio parecía.

Al divisarlo en el desierto umbroso,

« ¡Miserere de mí! clamé afligido,

«hombre seas o espectro vagaroso.»

Y respondió: «Hombre no soy: lo he sido;

Mantua mi patria fue, y Lombardía

la tierra de mis padres. Fui nacido,

«Sub Julio, aunque lo fuera en tardo día,

y a Roma vi, bajo del buen Augusto,

en tiempo de los dioses de falsía.

«Poeta fui; canté aquel héroe justo,

hijo de Anquises, que de Troya vino,

cuando el soberbio Ilion quedó combusto.

« ¿Mas tú, por qué tornar al mal camino,

y no subes al monte refulgente,

principio y fin del goce peregrino?»

«¡Tú eres Virgilio, la perenne fuente

que expande el gran raudal de su oratoria!»

le interrumpí con ruborosa frente,

«¡Oh! de poetas, luminar y gloria,

¡válgame el largo estudio y grande afecto

que consagré a tu libro, y tu memoria!

«¡Oh mi autor y maestro predilecto!

de ti aprendí tan sólo el bello estilo,

que tanto honor ha dado a mi intelecto.

«Esa bestia me espanta, y yo vacilo:

¡de ella defiéndeme, sabio famoso,

que hace latir mis venas, intranquilo!»

Al verme tan turbado y tan lloroso,

«Te conviene tomar», dijo, «otra vía,

para salir de sitio tan fragoso.

«La bestia que tu marcha contraría,

no permite pasar por su apretura

sino al que se le rinde en agonía.

«Es tan maligna, empero su magrura,

que de apetitos y de cebo henchida,

hambrea más cuanto es mayor su hartura.

«Con muchos animales hace vida,

y muchos más serán, hasta que encuentre

al Lebrel que la inmole dolorida.

«Este no vivirá de tierra y güeltre,

sino de amor, de virtud, sabiduría,

y su nación, será entre Feltre y Feltre.

«El salvará la humilde Italia, un día,

por quien murió Camila y Euríalo,

y Niso y Turno, heridos en porfía;

«perseguirá do quier sin intervalo

esa bestia feroz, hasta el infierno,

que de la envidia fue el engendro malo.

«Mejor que tú, por tí pienso y discierno;

sigue, seré tu guía en la partida,

hasta llevarte a otro lugar eterno.

«Oirás allí la grita dolorida,

y verás los espíritus dolientes,

que claman por perder segunda vida.

«Después verás, en llamas siempre ardientes

vivir contentos, llenos de esperanza,

los que suspensos sufren penitentes,

«porque esperan gozar la bienandanza;

y si quieres subir, alma más digna,

te llevará a celeste lontananza;

«pues el Emperador que allá domina,

porque desconocí su ley eterna,

me veda acceso a su ciudad divina.

«El universo desde allí gobierna:

ese es su trono y elevado asiento:

¡Feliz el que a sus plantas se prosterna!»

«Poeta», dije, en suplicante acento:

«por el dios que te fue desconocido,

sálvame de este mal y de otro evento.

«Llévame donde tú me has ofrecido,

de san Pedro a la puerta luminosa,

al través de ese mundo dolorido.»

Marchó y seguí su planta cautelosa.

EL INFIERNOPROEMIO DEL INFIERNO: EL VIAJE PAVOROSO

CANTO IITERROR HUMANO Y CONSUELO DIVINO - LAS TRES MUJERES BENDITAS

El camino del infierno. El poeta hace examen de conciencia. Sobrecogido, vacila en proseguir el viaje. Virgilio le dice que es enviado por Beatriz para salvarlo. Le relata la aparición de Beatriz en el limbo. El poeta se decide a seguirlo al través de las regiones infernales.

Íbase el día, envuelto en aire bruno,

aliviando a los seres de la tierra

de su fatiga diaria, y yo, solo, uno,

me apercibía a sostener la guerra,

en un camino de penar sin cuento,

que trazará la mente, que no yerra.

¡Oh musas! ¡oh alto ingenio, dadme aliento!

¡Oh mente, que escribiste mis visiones,

muestra de tu nobleza el nacimiento!

«¡Oh poeta, que guías mis acciones!»

prorrumpí, «mide bien mi resistencia,

antes de conducirme a esas regiones.

«Si el gran padre de Silvio, en existencia

de hombre carnal, bajo feliz auspicio,

de este siglo inmortal palpó la esencia;

«si el adversario al mal, le fue propicio,

fue sin duda, midiendo el gran efecto

de sus altos destinos, según juicio,

«que no se oculta al hombre de intelecto;

que alma de Roma y de su vasto imperio,

en el empíreo fue por padre electo;

«la que y el cual (según vero criterio)

se destinó a los altos sucesores

del gran Pedro, en su sacro ministerio.

«En ese viaje, digno de loores,

púdose presentir la gran victoria,

que cubre papal manto de esplendores.

«Pablo, vaso de dicha promisoria,

al cielo fue a buscar la fe del pecho,

principio de una vida meritoria.

«No soy Pablo ni Eneas. ¿Qué es lo que he hecho

para que pueda merecer tal gracia?

Menos que nadie tengo ese derecho.

«Si te siguiera, acaso por desgracia,

presiento, que es demencia mi aventura;

bien lo alcanza tu sabia perspicacia.»

Y como el que anhelando una ventura,

por contrarios deseos trabajado,

abandona su intento en la premura,

así al tocar el límite buscado,

reflexionando bien, retrocedía

ante la empresa que empecé animado.

La gran sombra me habló con valentía:

«si bien he comprendido, tu alma es presa

de un acceso de nimia cobardía,

«que a los hombres retrae de noble empresa,

como bestia que ve torcidamente,

y se encabrita llena de sorpresa.

«Disiparé el temor que tu alma siente,

diciéndote, cómo hasta aquí he venido

cuando supe tu trance, condoliente.

«Me encontraba en el limbo detenido,

y una mujer angélica y hermosa,

así llamóme y me sentí rendido.

«Cada ojo era una estrella fulgorosa;

y así me habló con celestial acento,

dulce y suave en su habla melodiosa:

«Alma noble de Mantua, cuyo aliento

«con el renombre que aun el mundo llena,

«durará cual su largo movimiento:

«mi amigo—no de dichas, sí de pena,—

«sólo se encuentra en playa desolada

«y desanda el camino que lo apena.

«Temo se pierda, en senda abandonada,

«si tarde ya para salvarlo acorro,

«según, allá en el cielo, fui avisada.

«Por eso ansiosa en tu demanda corro;

«sálvalo con tu ingenio en su conflicto;

«¡consuélame prestándole socorro!

«Yo soy Beatriz, que a noble acción te incito:

«vengo de lo alto do tornar anhelo:

«amor me mueve, y en su hablar palpito;

«mi gratitud, cuando retorne al cielo,

«hará que a Dios, en tu loor demande.»

Callóse, y comencé lleno de celo:

«alma virtud, que sola hace más grande

al hombre sobre todos los nacidos,

en la esfera menor en que se expande,

«tus mandatos, son tan agradecidos,

que obedecer me tarda con afecto;

y no me digas más, serán cumplidos.

«Mas dime, ¿cómo y por qué raro efecto

has descendido hasta este bajo centro,

del amplio sitio para ti dilecto?»

«Pues penetrar pretendes tan adentro,»

respondió: «te diré muy brevemente,

«por qué sin miedo alguno aquí me encuentro.

«Toda cosa se teme solamente,

«por su potencia de dañar dotada:

«cuando no hay daño, miedo no se siente.

«Por la gracia de Dios, estoy formada,

«que ni me alcanza la miseria ajena,

«ni me quema esta ardiente llamarada.

«Virgen del cielo, de bondades llena,

«del trance de mi amigo condolida,

«del duro fallo obtuvo gracia plena.

«Llamó a Lucía, y dijo enternecida:

«tu fiel adepto, tu asistencia espera:

«yo lo encomiendo a tu bondad cumplida.

«Lucía, de la gracia mensajera,

«vino do tengo, allá donde me encielo,

«a la antigua Raquel por compañera.

«Beatriz,—dijo,—alabanza de este cielo,

«acorre al hombre que elevaste tanto,

«y que mucho te amará allá en el suelo.

«¿No oyes acaso su angustioso llanto?

«¿No ves la amarga muerte lastimosa,

«en río que ni al mar desciende un tanto?

«Nadie en el mundo fue tan apremiosa,

«cual yo lo fuera, a contrastar el daño,

«después de oír aquella voz piadosa.

«Y vine aquí, desde mi excelso escaño,

«confiada en tu elocuente hablar honesto,

«honor tuyo, y honor a nadie extraño.»

«Después que grata díjome todo esto,

volvió hacia mí su rostro lagrimoso,

lo que me hizo venir mucho más presto.

«Cumpliendo su deseo afectuoso,

te he precavido de la bestia horrenda

que te cerraba el paso al monte hermoso.

«¿Por qué, pues, te detienes en tu senda?

¿Por qué tu fortaleza así quebrantas?

¿Por qué no sueltas al valor la rienda,

«cuando te amparan tres mujeres santas

que allá en el cielo tienen su morada,

y cuando te prometo dichas tantas?»

Cual florecilla, que nocturna helada

dobla y marchita, y luego brilla erguida

sobre su tallo, por el sol bañada,

así se reanimó mi alma abatida:

súbito ardor el corazón recorre,

y prorrumpo con voz estremecida:

«¡Bendita la que pía me socorre!

¡gracias a ti, que, fiel a su mandato,

con la verdad a la aflicción acorre!

«Me ha llenado de bríos tu relato;

siento mi corazón fortalecido:

vuelvo a mi empresa, y tu palabra acato;

«voy a tu misma voluntad unido,

sé mi maestro, mi señor, mi guía.»

así dije, y seguile decidido,

por la silvestre y encumbrada vía.

EL INFIERNOVESTÍBULO: COBARDÍA Y PEREZA

CANTO IIILA PUERTA INFERNAL - EL VESTÍBULO DE LOS COBARDES Y EL PASO DEL AQUERONTE

Llega el poeta a la puerta del infierno y lee en ella una inscripción pavorosa. Confortado por Virgilio, penetran en las sombras de los condenados. Encuentran a la entrada a los cobardes que de nada sirvieron en la vida. Siguen los dos poetas su camino, y llegan al Aqueronte. Caronte, el barquero infernal, transporta las almas al lugar de su suplicio a la otra margen del Aqueronte. Un terremoto estremece el campo de las lágrimas y un relámpago rojizo surca las tinieblas. El poeta cae desfallecido en profundo letargo.

Por mí se va, a la ciudad doliente;

por mí se va, al eternal tormento;

por mí se va, tras la maldita gente.

Movió a mi Autor el justiciero aliento:

hízome la divina gobernanza,

el primo amor, el alto pensamiento.

Antes de mí, no hubo jamás crianza,

sino lo eterno: yo por siempre duro:

¡Oh, los que entráis, dejad toda esperanza!

Esta leyenda de color oscuro,

que vide inscripta en lo alto de una puerta,

me hizo exclamar: «¡Cual su sentido es duro!»

Habló el maestro, cual persona experta:

«Todo temor deseche tu prudencia;

Toda flaqueza debe aquí ser muerta.

«Es el sitio de que hice ya advertencia,

donde verás las gentes dolorosas

que perdieron el don de inteligencia.»

Y tendiendo sus manos cariñosas,

me confortó con rostro placentero,

y me hizo entrar en las secretas cosas.

Llantos, suspiros, aúllo plañidero,

llenaban aquel aire sin estrellas,

que me bañó de llanto lastimero.

Lenguas diversas, hórridas querellas,

voces altas y bajas en son de ira,

con golpeos de manos a par de ellas,

como un tumulto, en aire tinto gira

siempre, por tiempo eterno, cual la arena

que en el turbión remolinear se mira.

De incertidumbres la cabeza llena,

pregunté: «¿Quién con voz tan dolorosa

parece así vencido por la pena?»

El maestro: «Es la suerte ignominiosa

de las míseras almas que vivieron,

sin infamia ni aplauso, vida ociosa.

«En el coro infernal se confundieron

con los míseros ángeles mezclados,

que fieles ni rebeldes, a Dios fueron;

«los que del alto cielo desterrados,

perdida su belleza rutilante,

son por el mismo infierno desechados.»

Y yo: «Maestro, ¿qué aguijón punzante,

les hace rebramar queja tan fuerte?»

Y él respondió: «Te lo diré al instante.

«No tienen ni esperanza de la muerte,

y es su ciega existencia tan escasa,

que envidian de otros réprobos la suerte.

«No hay memoria en el mundo de su raza:

caridad y justicia los desdeña;

¡no hablemos de ellos; pero mira y pasa!»

Entonces vide una movible enseña,

revolotear tan temblorosamente,

que de quietud no parecía dueña.

Detrás de ella, venía tal torrente

de muertos, que a no haberlo contemplado,

no creyera a la muerte tan potente.

Luego que algunos hube señalado,

la sombra vi, del que cobardemente,

la gran renuncia hiciera de su estado;

y comprendí de luego, ciertamente,

era la triste secta, renegada

por Dios y su enemigo, juntamente.

Esta turba, que en vida no fue nada,

desnuda va, por nubes incesantes,

de tábanos y avispas, hostigada,

que regaban de sangre sus semblantes,

y a sus pies con sus lágrimas caía,

chupándola gusanos repugnantes.

A otro lado tendí la vista mía,

y vi gente a la orilla de un gran río

que en tropel a su margen acudía.

«¿Puedo saber, por qué tanto gentío,»

interroguéle, «al paso se apresura

según columbro en este sitio umbrío?»

Y él: «Lo sabrás, cuando la orilla oscura

del Aqueronte triste, la ribera

pisemos con la planta bien segura.»

Temiendo que mi hablar molesto fuera,

bajé los ojos, y calladamente

seguimos hasta el río la carrera.

Y en una barca, vimos de repente,

un viejo, blanco con antiguo pelo,

que así gritaba: «¡Guay! ¡Maldita gente!

«¡No esperéis más volver a ver el cielo:

vengo a llevaros a la opuesta riba,

a la eterna tiniebla, al fuego, al hielo!

«Y tú, que aquí has venido, ánima viva,

vete; no es tu lugar entre los muertos.»

Y viendo que suspenso no me iba,

dijo: «Por otra playa y otros puertos

encontrarás esquife más liviano,

que te conduzca por caminos ciertos.»

Y el guía a él: «Caronte, no así en vano,

te encolerices, ni preguntes nada:

lo quiere allá quien manda soberano.»

Y la lanosa faz quedó aquietada,

del nauta de la lívida laguna,

con dos cercos de fuego su mirada.

Pero las almas lasas que él aduna,

pálidas y desnudas, baten dientes,

al escuchar su acento, cada una.

Blasfeman de su Dios, de sus parientes,

del tiempo, del lugar y su crianza,

y de la especie humana y sus simientes.

Y amontonada, aquella grey se avanza,

gimiendo, a la ribera maldecida,

que espera al que en su Dios no tuvo fianza.

Caronte, de ojos de ascua enrojecida,

da la señal, y al río las arroja

con el remo, si atardan la partida.

Como vuelve el otoño hoja tras hoja

sus despojos al suelo, cuando rasa

el mustio gajo que al final despoja,

así de Adán la pervertida raza

obedece la voz de su barquero,

como el ave al reclamo de la caza;

y así las sombras van en hervidero,

por las oscuras ondas, y al momento

las reemplaza en la orilla otro reguero.

«Hijo mío,» prorrumpe el maestro atento,

«los que la ira de Dios señala en muerte,

acuden en continuo movimiento,

«para vadear el río de esta suerte:

la justiciera espuela los desfrena,

el temor convirtiendo en ansia fuerte.

«Por aquí nunca pasa ánima buena,

y si a Caronte irrita tu venida,

ya sabes tú lo que su dicho suena.»

Y aquí, la negra tierra estremecida

tembló con furia tal, que hasta ahora siento

baña el sudor mi mente espavorida.

La tierra lacrimosa sopló un viento,

que hizo relampaguear una luz roja,

que me postró, y caí sin sentimiento,

cual hombre a quien el sueño lo acongoja.

EL INFIERNOCÍRCULO PRIMERO: LIMBO

CANTO IVPÁRVULOS INOCENTES - PATRIARCAS Y HOMBRES ILUSTRES

Un trueno despierta al poeta de su letargo. Sigue el viaje con su guía y desciende al limbo, que es el primer círculo del infierno. Encuentra allí las almas que vivieron virtuosamente, pero que están excluidas del paraíso por no haber recibido el agua del bautismo. Los grandes poetas antiguos. Los espíritus magnos. Después, desciende al segundo círculo.

Rompió mi sueño un trueno estrepitoso,

que sacudió con fuerza mi cabeza,

y desperté, mi cuerpo tembloroso;

y el ojo reposado, con sorpresa,

me levanté, miré en contorno mío,

por conocer el sitio con fijeza;

y vi, que estaba en el veril sombrío,

del valle del abismo doloroso,

y ayes sin fin subían del bajío:

era oscuro, profundo y nebuloso,

que aun hundiendo de fijo la mirada,

no alcanzaba su fondo tenebroso.

Mi guía, con la faz amortajada,

dijo: «Bajemos a ese mundo ciego :

primero yo: tú, sigue mi pisada.»

Yo, que su palidez vi desde luego,

respondí: «Si el bajar a ti te espanta,

¿Quién a mi pecho infundirá sosiego!»

«Es la angustia,» dijo él, «por pena tanta,

y la piedad pintada en mi semblante;

no pienses que es temor que me quebranta.

«Vamos: el trecho es largo y apremiante.»

Y entramos en el círculo primero,

que ceñía el abismo colindante.

Aquí volvía el grito lastimero,

de suspiros sin fin, más no de llanto,

que en aire eterno tiembla plañidero.

Era rumor de pena, sin quebranto,

de hombres, niños, mujeres, numerosos,

que en turba iban girando, sin espanto.

«Quiero sepas, que espíritus llorosos,

son esos que tú ves,» el maestro dijo,

«antes de ir a otros antros tenebrosos.

«No pecaron, ni el cielo los maldijo;

pero el bautismo, nunca recibieron,

puerta segura que tu fe predijo.

«Antes del cristianismo, ellos nacieron;

no adoraron al dios omnipotente,

y uno soy yo de los que así murieron.

«Por tal culpa aquí yacen solamente,

y el castigo, es desear sin esperanza,

piadosa remisión del inocente.»

Un gran dolor al pecho se abalanza,

al hallar en el limbo tanta gente,

digna de la celeste bienandanza.

«Dime, maestro, dime ciertamente,»

pregunté, para estar más cerciorado,

de la fe que el error vence potente:

«¿Salió de esta mansión algún penado,

por méritos que el cielo le abonaba?»

Y comprendido el razonar velado,

me respondió: «Apenas aquí entraba,

cuando miré venir un prepotente,

que el signo de victoria coronaba.

«Sacó la sombra del primer viviente,

de su hijo Abel, y de Noé el del Arca,

y de Moisés, que legisló obediente;

«con la de Isaac y la de Abraham, patriarca;

y a Jacob con Raquel, por la que hizo

tanto, y su prole; y a David monarca;

«y muchos más, a quienes dio el bautizo;

que hasta entonces, jamás alma nacida,

subió de esta región al paraíso.»

Sin parar nuestra marcha de seguida,

íbamos al través de selva espesa,

digo, selva de gente dolorida.

Casi vencida la primera empresa,

un fuego vi, que en forma de hemisferio

vencía de la sombra la oscureza.

Sin comprender de lejos el misterio,

bien pude discernir, siquiera en parte,

que era de noble gente cautiverio.

«¡Oh tú! que honras la ciencia a par del arte,

¿Quiénes tienen tal honra, y en qué nombre

de las almas la vida así se parte?»

Y respondióme: «El caso no te asombre;

la fama que publica tu planeta

se propicia en el cielo con renombre.»

«iHonremos al altísimo poeta!

Su sombra vuelve a hacernos compañía»

Clamó una voz, y se calló discreta.

Al expirar la voz, que así decía,

vi cuatro grandes sombras por delante,

que ni dolor mostraban ni alegría.

«¡Míralos en su gloria fulgurante!»

Dijo el maestro: «El que la espada en mano,

se adelanta a los otros arrogante,

«es Homero, el poeta soberano:

el otro Horacio: Ovidio es el tercero;

y el que les sigue, se llamó Lucano.

«Como cada uno cree merecedero,

el nombre que me dio la voz aislada,

me honran con sentimiento placentero.»

Así, la bella escuela vi adunada,

del genio superior del alto canto,

águila sobre todos encumbrada.

Luego que hubieron departido un tanto,

hacia mí se volvieron placenteros,

y el maestro sonrióse con encanto.

Mayor honor me hicieron lisonjeros;

y dándome un lugar en compañía,

el sexto fui, contado entre primeros.

Y así seguimos, hasta ver del día

la dulce luz, en cuento razonado,

que es bien callar, y allí muy bien venía.

Un castillo encontramos, rodeado

con siete muros de soberbia altura,

de un hermoso arroyuelo circundado.

Paso el arroyo dio cual tierra dura;

siete puertas pasamos y seguimos,

hasta pisar de un prado la verdura.

Gentes de tardos ojos allí vimos,

de grande autoridad en su semblante,

y que muy bajo hablaban, percibimos.

Montamos una altura dominante,

que campo luminoso dilataba,

y que a todos mostraba por delante;

y en el prado, que todo lo esmaltaba

los espíritus vi del genio magno,

y de sólo mirarlos, me exaltaba.

A Electra vi en un grupo soberano:

y a Héctor reconocí, y al justo Enea;

y armado, César, de ojos de milano.

Y vi a Camila, y vi a Pentisilea,

a la otra parte; y vide el rey Latino

que con su hija Lavinia se parea.

Y vide a Bruto, que expelió a Tarquino;

Lucrecia y Julia y Marcia, y a Cornelia;

y solo, aparte, estaba Saladino.

Y ante la luz, que mi mirada auxilia,

vi al maestro, que el saber derrama,

sentado, en filosófica familia:

todos lo admiran, lo honran, se le aclama,

de Platón y de Sócrates cercado,

y de Zenón, y otros de excelsa fama:

Demócrito, que al caso todo ha dado:

Diógenes y Anaxágoras, y Tales,

y Heráclito, de Empédocles al lado;

Dioscórides, en ciencias naturales,

el gran observador; y vide a Orfeo,

y a Tulio y Livio y Séneca, morales:

al sabio Euclídes, cabe a Tolomeo;

Hipócrates, Galeno y Avizena,

y Averroes, de la ciencia corifeo.

Mas a todos nombrar fuera gran pena,

y así, debo dejar interrumpido,

este discurso, que no todo llena.

Quedó a dos nuestro grupo reducido:

por otra senda me llevó mi guía,

del aura quieta al aire estremecido,

para volver a la región sombría.

EL INFIERNOCÍRCULO SEGUNDO: LUJURIA

CANTO VNIÑOS - PECADORES CARNALES - FRANCESCA DE RÍMINI

Segundo círculo del infierno. Minos examina las culpas a la entrada, y señala a cada alma condenada el sitio de su suplicio. Círculo de los Lujuriosos donde comienza la serie de los siete pecados capitales. Francesca de Rímini.

Así bajé del círculo primero,

al segundo, en que en trecho más cerrado,

más gran dolor, aúlla plañidero.

Allí, Minos, horrible, gruñe airado;

examina las culpas a la entrada:

juzga y manda, según ciñe el pecado.

Digo, que cuando el alma malhadada,

ante su faz, desnuda se confiesa,

aquel conocedor de la culpada,

ve de que sitio del infierno es presa,

y cíñese la cola, y cada vuelta,

marca el grado a que abajo la endereza.

Presente hay siempre, multitud revuelta:

cada alma se declara ante su juicio;

la escucha, y al abismo baja vuelta.

«¿Qué buscas del dolor en el hospicio?»

Gritó Minos, mirando de hito en hito,

y suspendiendo su severo oficio.

«¡Guay de quien fías, y no seas cuito!

iNo te engañe la anchura de la entrada!»

Y mi guía le dijo: «¿A qué ese grito?

«No le interrumpas su fatal jornada:

lo quiere así, quien puede y ha podido

lo que se quiere. ¡No preguntes nada!»

Ora comienza el grito dolorido

a resonar en la mansión del llanto,

y el corazón golpea y el oído.

Era un lugar mudo de luz, en tanto

que mugía cual mar embravecida,

por encontrados vientos, con espanto.

La borrasca infernal, siempre movida,

los espíritus lleva en remolino,

y los vuelca y lastima a su caída.

Y en el negro confín del torbellino,

se oyen hondos sollozos y lamentos,

que niegan de virtud el don divino.

Eran los condenados a tormentos,

los pecadores, de la carne presa,

que a instintos abajaron pensamientos.

Cual estorninos, que en bandada espesa,

en tiempo frío, el ala inerte estiran,

así van ellos en bandada opresa.

De aquí, de allá, de arriba, abajo, giran,

sin esperanza de ningún consuelo:

ni a menos pena ni al descanso aspiran.

Como las grullas, que en tendido vuelo

hienden el aire, al son de su cantiga,

así van, arrastrados en su duelo,

por aquel, huracán que los fustiga.

«¿Quiénes son,» pregunté, «qué en giro eterno,

el aire negro con furor castiga?»

«La primera que ves en este infierno,»

me dijo, «emperatriz fue de naciones

de muchas lenguas, con poder supremo:

«Rota fue de lujuria, y sus pasiones

en leyes convirtió, y así la afrenta

quiso en vida borrar de sus acciones:

«la Semíramis fue, de quien se cuenta,

dio de mamar a Nino y fue su esposa,

donde hoy el trono de Soldán se asienta.

«La otra que ves, se suicidó amorosa,

infiel a las cenizas de Siqueo:

la otra es Cleopatra, reina lujuriosa.»

Y a Helena vi, causa y fatal trofeo

de larga lucha; y víctima de amores,

al grande Aquiles, hijo de Peleo;

y a Paris y a Tristán, y de amadores,

las sombras mil, por el amor heridas,

que dejaron su vida en sus ardores.

Luego que supe las antiguas vidas,

sentí de la piedad el soplo interno,

desmarrido por tantas sacudidas.

«Hablar quisiera con lenguaje tierno,»

dije, «a esas sombras que ayuntadas vuelan,

tan leves como el aire en este infierno.»

Y díjome: «Por el amor que anhelan,

pídeles que se acerquen, y a tu ruego

vendrán, cuando los vientos las impelan.»

Y cuando el viento nos las trajo luego,

interpelé a las almas desoladas:

«Venid a mí, y habladme con sosiego.»

Cual dos palomas por amor llevadas,

con ala abierta vuelan hacia el nido,

por una misma voluntad aunadas,

así, del grupo donde estaba Dido,

cruzaron por el aire malignoso,

tan simpático fue nuestro pedido.

Y exclamaron: «¡Oh, ser tan bondadoso,

que buscas al través del aire impío,

las víctimas de un mundo sanguinoso!

«Si Dios escucha nuestro ruego pío.

por tu paz rogaremos en buen hora,

pues que te apiada nuestro mal sombrío.

«Y pues oír y hablar tu voz implora

te hablaremos prestándote el oído,

mientras el viento calla, como ahora.

«Se halla la tierra donde yo he nacido

en la marina donde el Po desciende,

en paz con sus secuaces confundido.

«Amor, que alma gentil súbito prende

a este prendó de la gentil persona,

que me quitó la herida que aún me ofende.

«Amor, que a nadie amado, amar perdona,

me ató a sus brazos, con placer tan fuerte,

que como ves, ni aun muerta me abandona.

«Amor llevonos a la misma muerte,

Caina, espera al matador en vida.»

Las dos sombras me hablaron de esta suerte.

Al escuchar aquella ánima herida,

bajé la frente, y el poeta amado,

«¿Qué piensas?» preguntóme, y dolorida,

salió mi voz del pecho atribulado:

«¡Qué deseos, qué dulce pensamiento,

les trajeron un fin tan malhadado!»

Y volviéndome a ellos al momento,

díjeles: «¡Oh Francesca! ¡tu martirio,

me hace llorar con pío sentimiento!

«Mas, del dulce suspiro en el delirio,

¿Cómo te dio el Amor tímido acuerdo,

que abrió al deseo de tu seno el lirio?»

i ella: «¡Nada es más triste que el recuerdo

de la ventura, en medio a la desgracia!

¡Muy bien lo sabe tu maestro cuerdo!

«Pero si tu bondad aún no se sacia,

te contaré, como quien habla y llora,

de nuestro amor la primitiva gracia.

«Leíamos un día, en grata hora,

del tierno Lanceloto la ventura,

solos, y sin sospecha turbadora.

«Nuestros ojos, durante la lectura

se encontraron: ¡perdimos los colores,

y una página fue la desventura!

«Al leer que el amante, con amores

la anhelada sonrisa besó amante,

este, por siempre unido a mis dolores,

«la boca me besó, todo tremante...

¡El libro y el autor... Galeoto han sido...!

¡Ese día no leímos adelante!»

Así habló él un espíritu dolido,

mientras lloraba el otro; y cuasi yerto,

de piedad, me sentí desfallecido,

y caí, como cae un cuerpo muerto.

EL INFIERNOCÍRCULO TERCERO: GULA

CANTO VICERBERO - CIACCO Y SU PROFECÍA

Tercer círculo del infierno. Tormentos de los glotones, en un pantano infecto, azotados eternamente por una lluvia helada. El cancerbero. El florentino Ciacco. Reseña de algunos florentinos famosos. Ciacco predice al profeta las desgracias de Florencia y su destierro. El juicio final, la vida futura, las penas infernales y la perfectibilidad humana en el bien y en el mal. Los dos poetas descienden al cuarto círculo.

Al retornar a la razón, perdida

de los tristes amantes al lamento,

que de piedad llenó mi alma transida,

nuevos atormentados y tormento,

miro en contorno, sea que me mueva,

o me revuelva o busque abrigamiento.

Era el círculo tercio; fría greva,

de eterna lluvia, habitación maldita,

dónde ninguna vida se renueva.

Grueso granizo allí se precipita,

y nieve y agua negra, en aire turbio,

pudre la tierra y todo lo marchita.

El Cerbero, animal feroz y gurvio,

por sus tres fauces ladra de continuo,

y es de los anegados el disturbio.

De negro hocico y ojo purpurino,

de vientre obeso y manos unguladas,

muerde a las almas con furor canino.

Las sombras, por las lluvias maceradas,

ladran también cual can, y se resguardan,

unas contra las otras apiñadas,

cuando el ataque del Cerbero aguardan;

y al verle abrir la boca sanguinosa,

temblorosas se esconden, y acobardan.

El maestro, con mano cautelosa,

cogió la tierra del suelo, y arrojóla

del Cerbero en la boca espumajosa.

Y cual perro que ansioso por la gola,

sólo a tragar el alimento es dado,

y acalla su camino batahola,

así quedó el Cerbero endemoniado,

que las almas aturde, con ladridos,

que sordo ser quisiera el condenado.

Pasamos sobre las sombras de afligidos,

que marchita la lluvia, y nuestra planta,

hollando vanas formas de dolidos.

Del suelo, allí ninguno se levanta,

y uno tan sólo se incorpora incierto,

al notar que mi paso se adelanta.

«¡Oh, tú, que cruzas este infierno yerto!»

me dijo, «reconóceme, yo era

después de tú nacido, triste muerto.»

Y yo a él: «Tu angustia lastimera,

quizá te desfigura, de tal suerte,

que estás de mi memoria al pronto, fuera.

«Dime quién eres y porqué la muerte

a este sitio te trajo de la pena,

y si a la culpa cabe otra más fuerte.»

Y respondió: «La tu ciudad, que llena

de vil envidia ya colmó su saco,

me vio vivir allí, vida serena.

«Los ciudadanos me llamaban Ciacco:

por la dañosa culpa de la gula,

aquí me ves, bajo la lluvia, flaco:

«mas no aquí sola mi alma se atribula,

que todos estos igual pena lloran,

por culpa igual que a pena se acumula.»

Le repuse: «Tus voces que me imploran,

me hacen, Ciacco, llorar con simpatía;

mas di, ¿sabes qué espera a los que moran,

en la ciudad que parte la porfía;

si un justo tiene, y cual la causa sea

de su discordia y tanta bandería?»

Y él a mí: «Tras de larga y cruel pelea,

los Blancos triunfarán por varias veces,

proscribiendo de Negros la ralea.

«Tres soles pasarán, y entre reveses,

los Negros subirán, con los adeptos

que los halaguen; y con nuevas creces

«por largo tiempo, de mandar repletos,

al abatido oprimirán por ende,

con dolor y censura de discretos.

«Sólo hay dos justos, que ninguno atiende:

la envidia, la soberbia y la avaricia,

son las tres teas que la furia enciende.»

Calló la voz llorosa, sin caricia,

y yo dije: «Si quieres ser benigno,

bríndame tu palabra, y da noticia

«de Arrigo, y de Teguiao de fama digno;

de Rusticucio, Mosca y Farinata,

y otros, que bien obrar fuera el destino.

«Dime si yacen en mansión ingrata;

házmelos conocer, pues mucho anhelo,

saber si el cielo con bondad los trata.»

«Se hallan», dijo, «con almas sin consuelo,

por grandes culpas todas condenadas:

abajo las verás en hondo duelo.

«Cuando pises las playas anheladas

del dulce mundo, piensa en mí, contrito;

y no te digo más.» Y con miradas

siniestras, me miró muy de hito en hito:

cayó en el fango, doblegó la frente,

y entre los ciegos se perdió el maldito.

Y el guía díjome: «Tan solamente,

cuando suene la angélica trompeta,

despertarán ante su juez potente;

«encontrarán su triste tumba quieta;

revestirán su carne y su figura,

y el fallo eterno, oirán con alma inquieta.»

Dejando atrás esta infernal mixtura,

de lluvia y sombras, con el paso lento,

nos ocupó tratar vida futura:

«Maestro», dije, «¿este infernal tormento,

se aumentará, tras de la gran sentencia?

¿Será menor, o acaso más violento?»

Y respondió: «Pregúntalo a tu ciencia,

que quiere, que los seres más perfectos,

sientan mejor el bien, más la dolencia.

«Estos réprobos, antes imperfectos,

si la alta perfección no han alcanzado,

esperan mejorar cual los electos.»

Recorrimos el cerco condenado,

hablando de otras cosas que no digo;

y descendimos hasta el cuarto grado:

Pluto está allí, del hombre el enemigo.

EL INFIERNOCÍRCULO CUARTO: AVARICIA Y PRODIGALIDAD

CANTO VIIPLUTO - PENA DE LOS AVAROS Y PRÓDIGOS - LA FORTUNA - SUPLICIO DE LOS IRACUNDOS

Cuarto círculo del Infierno dantesco, presidido por Pluto. Virgilio y Pluto. La avaricia castigada. Los avaros y los pródigos hacen rodar pesadas masas en el pecho. Razonamiento de Virgilio sobre la fortuna y los agentes celestes en la tierra. Los dos poetas descienden al quinto círculo. La laguna Estigia, donde yacen sumidos en el fango los iracundos. El himno de los tristes.

«¡Pape Satán, pape Satán aleppe!»

grita Pluto con voz estropajosa;

y el grande sabio, sin que en voz discrepe,

me conforta diciendo: «No medrosa

tu alma se turbe, porque no le es dado

impedir que desciendas a esta fosa.»

Y al demonio feroz de labio hinchado,

le grita: «Calla, lobo maldecido,

y devora tu rabia, atragantando.

«No sin razón el viaje está emprendido:

se quiere en lo alto, do Miguel glorioso,

tomó vindicta del estupro infido.»

Cual vela inflada de aire tormentoso,

revuelta cae del mástil que ha flanqueado,

así cayó en el suelo aquel furioso.

Y descendimos hasta el cuarto grado,

adentro del abismo doloroso,

que todo el mal del mundo se ha tragado.

iOh, Dios, que en tu justicia, poderoso,

amontonas cual vi, tanta tortura!

¿Por qué el fallo es aquí más riguroso?

Cual de Seyla y Carybdis a la altura,

onda con onda, choca procelosa,

tal se choca esta gente en apretura.

Aquí una turba, hallé más numerosa,

que de una y otra parte, en sus revueltas,

con el pecho empujaba clamorosa,

pesos enormes; y en continuas vueltas,

volvían hacia atrás, cuando chocaban,

gritando: ¿por qué agarras? ¿por qué sueltas?

Así en el cerco tétrico giraban,

del uno y otro lado retornando,

y las mismas injurias se gritaban.

Y luego, el medio cerco contorneando,

se chocaban de nuevo. Yo afligido

sentí el pecho, la lucha contemplando.

Dije al maestro: «Por favor te pido,

me digas, si las sombras tonsuradas

sacerdotes en vida acaso han sido.»

«Son viscas, como ves, tan desmentadas,

cual fueron», dijo, «en vida torticeras,

y en gastar su peculio inmoderadas.

«Claro lo ladran sus palabras fieras;

y al venir de los dos puntos postremos,

su opuesta culpa lleva a sus esferas.

«Esos sin pelo, que de un lado vemos,

fueron clérigos, papas, cardenales,

que la avaricia llevó a sus extremos.»

Y pregunté al maestro: «Entre estos tales,

¿puedo quizá reconocer alguno,

de los manchados con inmundos males?»

Y él: «No podrás reconocer ninguno:

su mala vida, si antes fueron albos,

los cubre a todos con su tinte bruno.

«Eternamente chocarán no salvos,

Y aun en la tumba apretarán el puño

los unos, y los otros serán calvos.

«Mal dar y mal tener, sin dar terruño,

quitan el cielo, en riñas tan procaces,

que no merecen de palabra el cuño.

«Así puedes ver, hijo, cuan fugaces

son los bienes que alarga la fortuna,

y de que son les hombres tan rapaces.

«Todo el oro que está bajo la luna,

y el que esa grey de sombras retenía,

la paz no le dará, siquiera a una.»

Y yo insistí: «Mas dime todavía:

Esa fortuna de que tanto me hablas,

¿Cómo aferra del mundo la cuantía?»

Y él, sonriendo «¡Qué cuestión entablas!

Quiero hacerte mamar una sentencia,

iOh ignorante! y apúntala en tus tablas.

«El Sapiente, con su vasta trascendencia,

hizo el cielo, y nombróle su regente,

que en todo resplandece su alta ciencia.

«Distribuyó las luces igualmente,

y así alta potestad a los mundanos,

esplendores que también dio providente.

«Ella, permuta vuestros bienes vanos

de gente en gente, y quita o los conserva,

maguer la presión de los humanos.

«A unos abate, y a otros los preserva,

según la voluntad que yace oculta,

cual silenciosa sierpe entre la yerba.

«No toma en cuenta vuestra ciencia estulta,

cuando juzga, dispone, da o cercena,

como deidad que sólo a sí consulta.

«Ninguna tregua su carrera enfrena:

necesidad su marcha multiplica,

pues cada instante, nueva cosa ordena.

«De mala fama el mundo la sindica,

cuando debiera tributarle culto,

y el vulgo la maldice y crucifica.

«Pero ella es buena, y sorda al torpe insulto,

leda con la criatura primitiva,

gira su rueda en medio del tumulto.

«Entramos a región más aflictiva:

ya bajan las estrellas que alumbraban,

y la jornada debe ser activa.»

Cruzamos los ribazos, que cerraban

los dos cercos, y hallamos una fuente

de hirvientes aguas turbias que bajaban

por un barranco abierto en la pendiente:

orillando su margen enfangada,

descendimos por vía diferente.

Esta triste corriente, despeñada,

forma en oscura playa maldecida,

la laguna de Estigia nominada.

Yo miraba con vista prevenida,

y vi gente fangosa en el pantano,

desnuda y con la faz de ira encendida.

Golpeábanse entre sí, no con la mano,

mas con los pies, el pecho y la cabeza,

y se mordían con furor insano.

El buen maestro, dijo: «Aquí está presa

la grey de poseídos por la ira:

pero quiero que sepas con certeza,

«que bajo el agua hay gente que suspira,

y la hace pulular, cual ahora vimos,

por donde quiera que la vista gira.

«Fita en el limo, dicen: ¡Tristes fuimos,

bajo del sol que el aire dulce alegra!

¡De humo acidioso nuestro ser henchimos!

«¡Ora lloramos en la charca negra!»

Este himno balbuceado en voz traposa,

con el acento del dolor se integra.

Por el contorno de la inmunda poza,

un arco recorriendo, así giramos,

viendo la turba, que en el fango goza;

y hasta el pie de una torre al fin llegamos.

EL INFIERNOCIRCULO QUINTO: IRA

CANTO VIIIFLEGIAS – ARGENTI - MURO Y PUERTA DE DITE - OPOSICIÓN A LOS DEMONIOS

Los dos poetas divisan a lo lejos una torre elevada, y ven brillar en ella una luz de señal a que responde otra lejana. Flegias acude con su barca, para transportar por la Estigia a la ciudad infernal de Dite. En el tránsito encuentran a Felipe Argenti enfangado. Los demonios de la ciudad maldita se oponen furiosos a su entrada. El maestro asegura que saldrá triunfante de la prueba, porque el auxilio divino está cercano.

Digo, que prosiguiendo la jornada,

luego que de la torre al pie vinimos,

fijamos en su cima la mirada.

Dos lucecillas encenderse vimos,

y otra que a ellas al punto respondía,

tan lejana, que apenas distinguimos.

Y a aquel mar de total sabiduría,

interrogué: «¿Con quiénes corresponde

esta luz? ¿quién las otras encendía?»

«Ya puedes ver,» mi guía me responde,

«lo que aquí nos separa, si ese velo,

de brumas del pantano, no lo esconde.»

Como el arco despide flecha a vuelo,

que el aire hiende toda estremecida,

miré venir un frágil barquichuelo,

surcando la laguna corrompida,

bajo el solo gobierno de un remero,

que gritaba: «¡Llegaste alma perdida!»

«¡Flegias! ¡Flegias! en vano, vocinglero,

serás por esta vez;» le dijo el guía

«Nos pasarás tan sólo al surgidero.»

Como quien engañado se creía,

burlado, Flegias al tocar la orilla,

sofocaba el furor que en sí tenía.

Descendió mi maestro a la barquilla,

y me hizo entrar después junto a su lado,

mas sólo con mi carga hundió la quilla:

así que el leño hubimos ocupado,

fue por la antigua proa el agua abierta,

con surco más profundo y nunca usado.

Mientras cruzaba por el agua muerta,

«¿Quién eres tú, que vienes antes de hora?:

Un lleno de fango, clamó alerta.

Yo repuse: «si vengo, es" sin demora;

¿Mas tú, quién eres, ser embrutecido?»

Y él: «¡Mírame! ¡yo soy uno que llora!»

Y yo a él: «En luto, maldecido,

quédate con tus llantos inhumanos;

te conozco, aún de barro ennegrecido.»

De la barca se asió con ambas manos,

y el guía dijo, pronto en el rechazo:

«¡Vete, do están los perros, tus hermanos!»

Luego ciñó mi cuello, en un abrazo,

y me besó, diciendo: «¡Alma briosa,

bendita sea quien te dio el regazo!

«Esa que ves, un alma fue orgullosa,

sin la bondad que abona la memoria;

por eso vagas así, sombra furiosa.

«¡Cuántos reyes de necia vanagloria,

como cerdos que buscan el sustento,

vendrán aquí, dejando vil escoria!»

«Maestro», dije, «fuera gran contento,

hundirse verle en el inmundo cieno,

antes de que alcancemos salvamento.»

«Antes que toques puerto más sereno,»

me dijo, «quedarás bien complacido;

tu deseo será del todo lleno.»

Poco después, vi al ente maldecido,

despedazado por fangosa gente.

¡Momento que por mí fue bendecido!

Gritaban todos: «¡a Felipe Argente!»

y el florentino espíritu, furioso,

en sí propio clavaba el fiero diente.

Lo dejamos; y hablar de él es ocioso;

mas un clamor golpeábame el oído,

y abrí los ojos, y miré anheloso.

Y el maestro me dijo: «Hijo querido,

es la ciudad de Dite; en insosiego

la habita inmenso pueblo maldecido.

«Ya veo sus mezquitas», dije luego,

«en el fondo del valle, enrojecidas,

cual si salieran del ardiente fuego.»

Y él respondió: «Están así encendidas,

por los eternos fuegos tormentosos,

que afocan sus entrañas maldecidas.»

Cuando alcanzamos los profundos fosos,

que cierran esta tierra desolada,

creí de fierro sus muros poderosos.

No sin andar aun larga jornada,

llegamos do el remero gritó, alerto:

«¡Vamos! ¡Afuera! ¡Estamos en la entrada!»

Como llovidas desde cielo abierto,

vide almas mil, gritar airadamente:

«¿quién es aquel, que así sin estar muerto,

«va por el reino de la muerta gente?»

Y mi guía, sereno en el empeño,

hizo señal de hablar secretamente.

Y gritaron, despuesto un tanto el ceño:

«ven tú solo. Quien tuvo la osadía

de entrar vivo a este reino, sea dueño,

«de retornar por la extraviada vía,

si es que lo puede; y tú que lo has guiado,

quédate siempre en la mansión sombría.»

Piensa como quedé desconsolado,

"¡Oh lector, al oír esta sentencia!

¡Pensé no ver ya más el suelo amado!

«¡Oh mi guía! que has sido providencia,

al través de este mundo pavoroso,

del peligro salvando mi impotencia,

«¡No me abandones!» díjele afanoso,

«y si avanzar no fuese permitido,

vuelve hacia atrás con paso presuroso.»

Y él, que aparte me había conducido,

me dijo: «nada temas, nuestro paso

no puede ser por malos impedido.

«Espera aquí: reposa el cuerpo laso;

tu ánimo fortalezca la esperanza;

no pienses te abandone así al acaso.»

Y fuese el dulce padre con bonanza,

y yo quedé en soledad sombría,

entre el sí y entre el no de la confianza.

No pude oír qué cosa les decía,

pero temí de pronto algún siniestro,

al ver que aquella gente se escondía.

Las puertas le cerraron al maestro,

sobre el pecho, con golpe estrepitoso;

y a mí volviendo, con el paso indiestro,

con mirar abatido, no orgulloso,

al suspirar, exclama ensimismado:

«¿Quién me arroja del antro doloroso?»

Y díjome.- «Aunque me veas airado,

no temas nada; venceré esta prueba,

sea quien fuere el que se oponga osado.

«Esta arrogancia, para mí no es nueva:

me la mostraron en la entrada umbrosa

que cerradura para mí no lleva.

«Viste allí la leyenda pavorosa,

de muerte. Viene, el que abrirá la puerta,

bajando solo a esta región sombrosa.

«Sigue: la fortaleza será abierta.»

EL INFIERNOPUERTAS DE DITE: LA ENTRADA A LA CIUDAD

CANTO IXANGUSTIA - LAS TRES FURIAS - EL MENSAJERO CELESTE- LA REGIÓN DE LOS HERESIARCAS Y SUS SECUACES

Virgilio narra a Dante su anterior bajada a los infiernos, y le explica los cuatro grados más que hay que descender. Aparición de las furias en lo alto de la torre de Dite, que llaman a Medusa. Virgilio tapa los ojos de Dante para preservarlo de la vista maléfica de la Gorgona. Aparición de un ángel que interviene en favor de los poetas y abre con un golpe de su vara las puertas cerradas de Dite. Bajada de los poetas al sexto círculo. Los incrédulos y los heresiarcas. Tumbas ardientes con las tapas levantadas, donde yacen los sectarios del error.

Mi palidez que el miedo reflejaba,

al ver que mi maestro se volvía,

contuvo la expresión, que lo turbaba.

Como quien oye y mira, así tendía

su mirada, no larga en el alcance,

en niebla espesa y en la noche umbría.

«Pues vencer es forzoso en este lance...

a menos que...» prorrumpe; «está ofrecido...

¡mucho tarda el auxilio en este trance!»

Bien comprendí que estaba confundido,

pues sus vagas palabras encerraban,

doble contradicción en su sentido;

pero, ellas, por lo mismo, me alarmaban,

y yo les di un sentido temeroso,

peor tal vez, que el peligro que ocultaban.

«¿Al fondo de este abismo misterioso,

alguno descendió del primer grado,

sin otra pena que esperar dudoso?

«¿Y quién es?» El maestro interrogado,

respondió: «Pocas veces, como ahora,

hemos este camino transitado.

«Verdad, que alguna vez, y en otra hora,

bajé al conjuro de la Ericto cruda,

de sombras a sus cuerpos llamadora.

«Mi alma estaba de carne ya desnuda,

cuando ella me hizo traspasar el muro,

buscando un alma en la mansión de Juda.

«Es el cerco más bajo y más oscuro,

el más lejano de los altos cielos;

mas conozco el camino: está seguro.

«Este pantano, con inmundos velos,

envuelve en torno la mansión doliente,

donde no se penetra sin desvelos.»

Si algo más dijo, no lo tengo en mente,

pues de mis ojos la atención llamaban,

los resplandores de la torre ardiente;

y tres Furias, que súbito se alzaban,

tintas en sangre; formas espantosas

de miembros femeniles semejaban:

ceñido el vientre de hidras muy verdosas,

y en las sienes, cual sueltas cabelleras,

cerastos y serpientes venenosas.

Y él, que reconoció las mensajeras,

de la que es reina del eterno llanto,

díjome: «¡Guarda! ¡Las Erinis fieras!

«Esa es Megera, de siniestro canto;

Alecto es la otra, que a la diestra llora;

y en medio, Tisifone». Calla en tanto.

Laceraban con uña torcedora,

sus pechos, y con furia tal gritando,

que me acogí a mi sombra protectora.

«i Venga Medusa!» grítanos, mirando :

«¡Será de dura piedra frío bulto,

de Teseo el asalto vindicando!»

«Vuelve a la diestra, con el rostro oculto;

porque si viene, y ves a la Gorgona,

de este lugar no subirás exulto.»

Así mi guía habló, y mi persona,

hace girar, me coge de la mano,

y mis ojos cerrados precauciona.

¡Oh, los que sois de entendimiento sano,

comprended la doctrina que se encierra

de mi velado verso en el arcano!

Sordo rumor, que el corazón aterra,

las ondas turbias puso en movimiento,

y estremeciose con fragor la tierra:

no de otro modo el encontrado viento,

que del verano mueven los ardores,

sacude el bosque en soplo turbulento;

los gajos troncha, lleno de furores,

y en polvareda los arrastra envueltos,

haciendo huir a fieras y pastores.

Dejóme entonces ambos ojos sueltos,

mi guía, y dijo: «ve la espuma antigua,

en esos humores densos y revueltos.»

Como las ranas, cuando ven contigua,

a la serpiente que se avanza astuta,

en fango ocultan su cabeza exigua,

así también, toda la turba hirsuta

huyó delante de uno que avanzaba,

marchando por la Estigia a planta enjuta.

Del rostro, el aire espeso se apartaba,

con la siniestra mano hacia adelante,

y al parecer, sólo esto le cansaba.

Comprendí que del cielo era anunciante,

y el maestro, al mirarlo, me hizo seña

de quedo estar, y me incliné tremante.

En torno suyo todo lo desdeña:

llega a la puerta, y con varilla leve,

la abre al instante, y del umbral se adueña.

«¡Desterrados del cielo! ¡raza aleve!»

así exclamó, sobre el umbral terrible,

«¿Qué loco intento esta arrogancia mueve?

«La voluntad de Dios es invencible:

¿Por qué ponéis, vuestro destino a prueba,

ante el que mide hasta la pena horrible?

«¿Quién contra su alto fallo se subleva?

Recordad, que pelado todavía

cuello y hocico el Cancerbero lleva.»

Y retornose por la inmunda vía,

sin fijarse en nosotros, con semblante

que un cuidado más íntimo mordía

que el presente que estaba por delante.

Nos dirigimos a la ignota tierra,

fiados en su palabra dominante,

adonde entramos sin señal de guerra;

y yo, anhelando conocer el centro,

y lo que aquella fortaleza encierra,

al encontrarme de sus puertas dentro,

giro los ojos, y una gran campaña,

llena de duelo y de tormento encuentro.

Como en Arles, do el Ródano se encaña,

y en Pola de Quarnaro, se relevan,

en el confín que a Italia cierra y baña,

viejos sepulcros, que el terreno elevan,

tal en ella sepulcros se elevaban;

pero de más crueldad señales llevan.

Las llamas, de uno a otro serpenteaban,

y en fuegos más intensos abrasados,

que los que el hierro funden, se inflamaban.

Los sepulcros estaban destapados,

y del fondo salían, clamorosos,

los lamentos de tristes torturados.

Pregunté: «¿Quiénes son los dolorosos,

que sepultados en ardientes arcas,

hacen oír gemidos tan penosos?»

Y me dijo: «ahí están los heresiarcas,

y turba de secuaces blasfemante,

y que son más de los que en mente abarcas.

«Ahí están, semejante y semejante;

sus tumbas más o menos son ardientes.»

Y girando a la diestra, fue adelante

entre muros y tristes penitentes.

EL INFIERNOCÍRCULO SEXTO: HEREJÍA

CANTO XFARINATA - CAVALCANTE CAVALCANTI - FEDERICO II - EL CARDENAL

Siguen los dos poetas su camino entre los muros y los sepulcros. Dante manifiesta el deseo de hablar con uno de los sepultados allí. Una sombra que se alza de uno de los sepulcros ardientes lo llama. La aparición de Farinata degli Uberti. Mientras habla Farinata con Dante, aparece la sombra de Cavalcante Cavalcanti, que pregunta por su hijo, amigo de Dante. Vuelve a hundirse en el sepulcro pensando que su hijo hubiese muerto. Sigue el diálogo entre Dante y Farinata, en que éste predice oscuramente su próximo destierro al primero.

Ora el maestro, sigue estrecha calle,

y yo sigo a su, espalda con retraso,

entre el muro y los mártires del valle.

«Suma virtud», prorrumpo, «que mi paso

guías en cerco impío, cual te place,

responde a mí deseo en este caso.

«¿Puede verse la gente que aquí yace?

cada tapa se encuentra levantada,

y nadie guardia a los sepulcros hace.»

Y él: «Cada tumba quedará cerrada,

cuando del Josafat el cuerpo yerto,

vuelva a buscar el alma abandonada.

«Yacen aquí los que creyeron cierto,

con Epicuro y todos sus secuaces,

que el alma muere con el cuerpo muerto.

«En cuanto a la pregunta que tú me haces,

y aun a la que me callas, prontamente,

satisfarán las tumbas, cuando pases.»

Y yo: «Te abro mi pecho plenamente:

si acaso soy conciso en mi discurso,

en esto sigo tu lección prudente.»

«i Oh Toscano, que sigues vivo el curso,

de esta mansión de fuego, tan discreto,

detén en este sitio tu trascurso!

«Tu locuela me dice tu secreto:

has nacido en la tierra bien querida,

de que tal vez de males hice objeto.»

De súbito, de un arca encandecida,

salió esta voz, y yo, tímidamente,

junto a mi guía procuré guarida.

Él me dijo: «Retorna diligente;

contempla a Farinata levantado:

entero está mostrando cinto y frente.»

Yo, mi rostro tenía en él fijado:

él erguía su pecho y su cabeza,

como en desprecio del infierno airado.

El maestro, me impele con presteza

hacia la tumba, y dice cauteloso:

«¡en tus palabras pon gran sutileza!»

Al llegar a su tumba, presuroso,

demandó: «¿quiénes fueron tus abuelos»

mirándome con gesto desdeñoso.

Yo, que de obedecer tenía anhelos,

no le oculté lo que saber deseaba,

y él contrajo las cejas con recelos.

Luego me dijo: «Cuando yo bregaba,

fueron tus padres fieros adversarios:

tu familia por mí fue desterrada.»

«Si fueron exilados por contrarios»,

le respondí, «volvieron del destierro:

este arte no aprendieron tus sectarios.»

Surgió del borde de aquel duro encierro,

otra sombra mostrando la cabeza,

y estaba arrodillada si no, yerro,

cual si esperase ver, de duda presa,

algún otro mortal; y defraudado