La Eme - Pedro Muñoz Seca - E-Book

La Eme E-Book

Pedro Muñoz Seca

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Beschreibung

La Eme es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, la trama se articula en torno a dos sinvergüenzas que pretenden escaparse sin pagar del hotel donostiarra en el que se alojan.

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Seitenzahl: 128

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Pedro Muñoz Seca

La Eme

JUGUETE CÓMICO EN TRES ACTOS

Saga

La Eme Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1934, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508239

 

1. e-book edition, 2020

Format: EPUB 3.0

 

All rights reserved. No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

SAGA Egmont www.saga-books.com – a part of Egmont, www.egmont.com

Estrenado en Barcelona (Teatro Barcelona),

el 5 de junio de 1934, y en Madrid (Teatro

María Isabel), el 21 de septiembre del mismo año

REPARTO 1

Personajes Actores LUMBITA Isabel Garcés. GRATA Adela Carbone. ESPERANZA Gaudiosa Salcedo. RITA Julia Lajos. OBDULIA Mercedes M. Sampedro. CHICHARRONA Adela González. PARAITA Conchita Fernández. RAIMUNDA Carmen Pradillo. SERAFIN Rafael L. Somoza. ROMAN Alfonso Tudela. ARREGOITIA Femando Vallejo. PEPE José Soria. CURRO Fernando de Granada. TOCON Rafael Ragel. MARIO Luis Prendes. BORDONES Casimiro Hurtado. GAÑOTE Miguel Armario.

ACTO PRIMERO

Saloncito central de un departamento en un hotel de viajeros de San Sebastián. La puerta de entrada, en el foro, y en cada lateral, otra puerta. Cerca de la del foro, un montón de baúles, maletas y sombrereras. Sobre una silla, una maleta a medio cerrar. Es de día. En el mes de septiembre. Epoca actual.

 

(Están en escena al levantarse el telón ROMAN y PEPE, huéspedes del departamento, con batines o chaquetillas de pijamas. PEPE, más joven que ROMAN, tumbado en una “chaisse-longue”, ríe, divertidísimo, de los insultos que le dirige su entrañable amigo.)

 

Román . (Furioso de verdad.) ¡Te lo digo yo! ¡Yo! ¡Y en tu cara! ¡Mírame! ¡Así! ¡¡Eres un sinvergüenza!! ¡Ya está! ¿Qué pasa? ¿Pasa algo? ¡Ah! ¡Creí! ¡Malhaya sea la hora en que vinimos a San Sebastián!

Pepe . ¡Pero criatura!...

Román . Sí, hombre; lo que tú has hecho conmigo es una villanía, una canallada.

Pepe . (Revolcándose de risa.) ¡Ja, ja, ja!...

Román . Además, ¿no comprendes que ese equipaje ahí nos está delatando?

Pepe . Pero si yo no oculto que nos vamos a largar esta tarde, idiota.

Román . (Asombrado.) ¿Eh?

Pepe . Sí, hombre, sí; no pongas esa cara de estúpido. Acabo de pedir la cuenta.

Román . ¿Para decir que no puedes pagarla?

Pepe . (Levantándose de un salto.) ¡Baja la voz, imbécil!

Román . (En tono más bajo, pero con igual furia..) ¿Vas a decirle al dueño del hotel que nos quedan siete duros por todo capital? ¡Pues bueno es el tal Arregoitia!

Pepe . Calla, hombre, no digas sandeces. Tienes la lerdez del burro. Me das lástima. Hay que ver cómo te pones ante la más pequeña contrariedad.

Román . Porque tengo vergüenza, que es lo que tú no tienes.

Pepe . ¿Qué vergüenza, hombre? Lo que tú tienes es miedo.

Román . Bueno, sí, ¿y qué? Tengo miedo. ¿Qué pasa? ¿No es un miedo justo, lógico y legítimo?

Pepe . No hay que adamarse, criatura.

Román . La persona que delinque y teme que le echen en cara su delito, si tiene dignidad, como la tengo yo, se adama, se amadama, se afemina y se ahembra. ¿Nos queda algo que empeñar?

Pepe . La ropa; pero eso no resuelve nada. Por buena que sea, la aprecian en poco, y no íbamos a conseguir otra cosa que perjudicarnos, sin salir del apuro.

Román . ¿Y Lumbita y su tía no podrán devolverte los cuarenta mil francos que les prestastes en Biarritz?

Pepe . No; ya les he preguntado, y no han recibido aún dinero de Cuba.

Román . Total, que estamos perdidos, ¿no es eso? (Desesperadamente.) ¡Maldita sea mi vida!...

Pepe . Vamos, hombre, tranquilízate. Ya verás cómo todo se arregla. Acabo de saber que está en San Sebastián Currito Landa, un gran amigo mío, y le he mandado llamar para que nos asesore.

Román . ¿Es persona de dinero?

Pepe . De ingenio, que vale más que el dinero. Ya verás cómo nos da un buen consejo.

Román . ¿Un consejo? ¿Consejos a esta hora, Pepe?

¡Maldita sea!... ¡Me has perdido, Pepe!... ¡Con lo feliz que yo era!... ¡Porque yo era feliz, Dios mío! (PEPE, conteniendo siempre la risa, se tumba en la “chaisselongue”.) ¡Yo estaba en mi empleo, si no como el pez en el agua, como el náufrago en el tablón! (PEPE se tumba boca abajo y muerde un cojín.) ¡Yo tenía dos mil pesetas ahorradas para un apuro cualquiera!

Pepe . (Que no puede más.) ¡Ay!

Román . ¡Yo había guardado mi título de Barón, y era para todo el mundo Román Sapatero, y nada más que Román Sapatero! Yo vivía con la conciencia limpia y el corazón tranquilo, y estaba tan conforme con mi insignificancia que hasta me entretenía la radio.

Pepe . (Con un ataque nervioso de risa.) ¡Ay Dios mío! ¡Ay, que no puedo más! ¡Ja, ja, ja, ja!... (Materialmente se retuerce de tanto reír.)

Román . (Lívido.) ¿Pero qué es esto? ¿Es que vas a seguir riéndote de mis angustias? (Cogiendo un jarrón para tirárselo.) ¡Ea, pues no! ¡Mírame, Pepe! ¡¡Mírame!! ¡¡Me gusta agredir cara a cara!!

Pepe . ¿Eh? (Llaman con los nudillos a la puerta.)

Serafín . (Dentro.) ¿Se puede?

Román . (Dejando el jarrón.) ¿Qué?

Pepe . (Levantándose.) Calla. El andaluz.

Román . ¡La hiena!

Serafín . (Como antes.) ¿Se puede?

Pepe . Adelante.

Román . Me sobrecoge a mí este hombre.

Serafín . (Entrando.) Con su permiso. (Es andaluz, como se ha dicho. Viste de “smoking” y es un tío mal encarado.)

Pepe . (Displicente.) ¿Qué traes?

Serafín . Una carta, aquí, para don Ramón.

Román . ¡Román!

Serafín . Da lo mismo. Y la fartura que pidió usté esta mañana.

Román . ¿A ver?... No; la carta nada más. La factura no es cosa mía. Yo no tengo que pagar nada; yo no soy más que un invitado. (Por la carta que acaba de darle SERAFIN.) ¡¡De la oficina!! (Tembloroso se seca el sudor. Luego rasga el sobre y lee.)

Pepe . Deja ahí la factura, Serafín, que luego la repasaré...

Serafín . ¿Mandan arguna cosa...?

Pepe . Hombre, sí; a ver si puedes cerrar esa maleta. Nosotros, por más esfuerzos que hemos hecho, no hemos logrado que encaje.

Serafín . Vamos a vé. (Se enreda con la maleta que está a medio cerrar.)

Román . (Demudado.)(¡La cesantía!)(Aparte a PEPE, mostrándole la carta.) ¡La cesantía!

Pepe . (Con la mayor naturalidad.) ¡Claro!

Román . (Casi con el aliento.) ¡¡Canalla!!

Serafín . (Cerrando la maleta de un golpetazo.) ¡Fermé ¡A mí a maña podrá ganarme alguno, pero a fuerza y a mala intención, no ha nacido. (Por la maleta.) ¡Ahí está eso! Yo m’avinagro y d’un empujón cierro en Madrí la Puerta de Arcalá.

Román . Gracias, hombre.

Pepe . Qué: parece que comienza a largarse la gente, ¿no? En cuanto declina septiembre y comienzan las lluvias.

Serafín . No m’hable usté de las lluvias, que me tienen a mí las lluvias, don José, que me sabe la boca a nirtrato de plata. Como yo soy de una tierra aonde no llueve más que en invierno, que es lo naturá, y he caído en este pueblo, que es muy bonito, pero que, malas puñalás le den, cada ve que me veo vestío asín y con la ropa húmeda, me dan calambres hasta en el corazón.

Román . Prefiere usted el calor, ¿no?

Serafín . ¡Prefiero er fuego, mardita sea mi sangre, que ajolá se derritan las estatuas de bronse y..., ¡horror, tumba y sacrilegio!... (Conteniéndose.) Bueno, perdonen ustedes er desahogo; pero cuando me se viene el ásido ar paladá..., ¡mardita sea!...

Román . Desahógate todo lo que quieras, hombre. ¡Pues a buena parte vienes! ¡Para ácido, el mío!

Serafín . (Gratamente sorprendido.) ¿Pero usté le tiene hincha a la humanidá? Que yo me entere.

Román . ¿Hincha? Eso de hincha huele a chunga, hombre. Lo mío es odio reconcentrado: superodio, ira de fiera acorralada...

Serafín . (Como antes y admirándole.) ¡Ole!

Román . Quisiera que el cielo fuera de hierro y tener yo brazos y fuerzas para coger el cielo con esta mano y con esta otra la tierra y... (Acción de acercarlos poco a poco hasta hacerlos chocar con furia.)

Serafín . (Entusiasmado, temblando de emoción.) ¡¡Huy qué acordeón más bueno!!

Román . ¿Acordeón? ¿Pero crees tú que esto mío iba a ser música? (Como si tocara el acordeón.) ¡Que me estrujan! ¡Salvado! ¡Que me estrujan! ¡Salvado! ¡No, hombre, no! (Furioso y mirando a PEPE, que está ya mordiendo un cojín para no soltar la carcajada.) ¡Yo apretaría, trituraría, laminaría y maldita sea quien se ría!

Serafín . (En el colmo del entusiasmo, arrojándolea los pies la servilleta.) ¡Písela usté y viva su madre d’usté, que debió sé una leona!

Román . ¡Oye, tú!

Serafín . ¡Y vamos a ponerle al sielo unas púas pa que al apretá hagan más daño! ¿Conformes?

Román . ¡Envenenadas!

Serafín . (Por la servilleta.) ¡Písela usté, que con ella voy a limpiá hoy tos los platos de la fonda!

Román . Sí, señor. (Pisotea la servilleta con furia. PEPE, silenciosamente, se retuerce de risa.)

Serafín . (En el colmo del entusiasmo.) ¡Pero si es de los míos!... ¡¡De los míos!! ¡Ya encontré un hombre! (Recogiendo la servilleta del suelo y besándola.) ¡¡Muá!!

Román . ¿Eh?

Serafín . (Como un tigre que ventea la sangre.) ¡La mardá es lo único que a mí me tira, don Ramón! ¡La mardá perversa, sin entrañas! ¡Hasé daño es la ilusión de mi vida! Claro que uno, en su pequeñé de uno, ¿qué va a podé uno?... ¡Pero cuando se tersia!... Cuando se tersia, don Ramón de mi arma, horror, tumba y sacrilegio! Miren ustede: en er mes de junio intentó un fransé irse sin pagá y... ¡¡Ay!! (ROMAN y PEPE le escuchan con las carnes abiertas.) ¡Qué mañana, qué tarde y qué noche tan a gusto pasé! ¡Lo úrtimo que l’arranqué de un bocao fué er deo chico! En un tarro lo tengo con la oreja de un alemán, el ojo d’un cubano y la narí d’uno de Peñarroya, que ése ha sido er bocao más exquisito que yo he tirao en mi vida. ¡Qué tarro! ¡Cuándo querrá Dió que lo vea lleno! ¡Ay si yo pudiera!... (Se estremece y como en un rapto de locura pega, muerde y patea a un ser imaginario.)

Román . ¿Y así estás tú desde que suprimieron las propinas?

Serafín . ¿Qué propinas ni qué me importan a mí las propinas si dentro de na, pum, chin, cataplum, pan, horror, tumba y sacrilegio? Esto que a mí me ocurre es de nasión.

Pepe . ¿De nasimiento?

Serafín . ¿Qué nasimiento, hombre? ¡De nasión! Indiosincrasia, como disen los médico. Porque este coló siruela que yo tengo no es quemao der só ni heredao de mi madre, que era de Marchena. Esto es indiosincrasia; vamos, que mi padre nasió en Bombay.

Román . ¿Indio?

Serafín . Indio. Er padre de Gandhy y er mío, primos hermano. ¡A mi padre le llamaban “Gandinga” en Sevilla! Porque él vino a España vendiendo pieles de gatos de los bosques, barras de vainillas y alefantes de ébano; pero después... (Suena un timbre dentro.) Eso es que me llaman. Con su permiso d’ustede.

Pepe . Sí, hombre.

Serafín . (Desde la puerta del foro.) ¡Don Ramón!

Román . ¡Román!

Serafín . Da lo mismo. ¡Que cormigo pué usté contá pa to! ¡Usté es un hombre y yo soy otro! A mí me dise usté “¡ju!”, y ya está. ¡Horror, tumba y sacrilegio! Se continuará. (Mutis.)

Román . (Aterrado.) ¡¡Pepe!!

Pepe . (Idem.) ¡Ramón!... Digo, ¡Román!...

Román . ¿Qué te parece?

Pepe . Que esta vez llena el tarro.

Román . ¿Eh? ¿Pero es que vas a echarlo a broma?

Pepe . ¿Qué bromas ni qué narices? (Se las toca, preocupado.)

Román . (Por la carta que ha recibido.) ¿Y de esto otro te has percatado bien? ¡Me han dejado cesante por abandono del destino! ¡Ahora ya no tengo más porvenir que la vía del tren, el tajo de Urgull o el camión que pasa!

Pepe . (Que está examinando la factura que dejó Serafín.) ¡Tres mil seiscientas pesetas! ¡Qué barbaridad!

Román . Claro, hombre; si has hecho el buey, y el mulo, y el pelícano. Ahí estarán el champán del domingo, y la excursión del lunes, y los convites del martes, y...

Pepe . ¿Un pantalón de franela? ¿Te has comprado tú un pantalón de franela?

Román . Sí, en Derby; sesenta pesetas. ¿Qué pasa?

Pepe . ¿Y dijiste que lo pagaran abajo? ¡Pues sí que!...

Román . (Saltando.) ¿Eh? ¿Pero va a ser ésa la única partida que te moleste? ¿No te importan tus despilfarros y te van a importar mis pantalones de franela? (Como loco.) ¡Ea, pues te los vas a comer! (Arrojándose sobre la maleta que cerró SERAFIN.) ¡Vas a mascar franela hasta que yo te diga! (Intentando inútilmente abrir la maleta, en tanto que PEPE reprime la risa.) ¡Aum!... ¡Porque ya me rebosa a mí la copa, maldita sea hasta!... (Tirando.) ¡¡Aum!!

Pepe . (Mordiendo el consabido cojín, muerto de risa.) ¡¡Aiumm!!

Román . (Sudando.) No se puede.

Serafín . (Asomando.) ¿Se puede.

Román . No; no se puede.

Pepe . (A SERAFIN.) Sí se puede.

Román . (Volviéndose.) ¡Inténtalo!

Pepe . Si le digo a éste.

Serafín . (A PEPE.) Que si puede usté resibí a don Francisco Landa.

Pepe . Hombre, sí, que pase en seguida.

Román . (A SERAFIN, por la maleta.) La cerró usted de una forma que no hay quien la abra.

Serafín . Eso es que al apretujón se l’han roto los tirantes a los muelles. Si es así, no hay más que una manera de abrirla: por el cuero.

Román . ¿Cómo?

Serafín . Rajándolo. Si quiere usté mi pincha tripas... (Saca una navaja imponente y la abre.)

Pepe . ¡Vaya un arregla cuestiones!

Serafín . ¡Na más que dos veces he podido hundirla hasta er mango! ¡Un tío mío, sacerdote!... (Por la tetilla izquierda.) ¡Por aquí le entró y tuve la suerte de que no cogiera güeso!... Y luego un primo de mi mujé... ¡Cosas de familia! ¡Er día que yo pueda muchequeá con ella a mi gusto!...

Pepe . Bueno; dile a ese señor que pase.

Serafín . Sí, señó. (A ROMAN, por la navaja.) ¡Que ésta es pa usté, don Román!

Román . (Asustado.) ¿Cómo? ¿Qué?

Serafín . ¡Que ésta está a su mandao! A mí me dise usté: “Duro con ésos, que son leones”, y yo... (Cerrando la navaja.) ¡Pim, pam, plum!, me cargo al mundo. ¡Ya está! (Tropieza con el equipaje, se asusta y abre la navaja, diciendo.) ¿A mí? ¡Quién! ¡Cuidao! ¡Ah! ¡Creí!... (Cerrando la navaja de nuevo.) Nada, no ha sido nada. Se continuará. (Se va.)

Román . ¡Caray, qué susto, Pepe!

Pepe . Siento que no puedas sacar esos pantalones, porque te van a hacer falta.

Román . (Digno.) ¡Pepe! (Comienza a pasear, levantando mucho las rodillas al andar,)

Pepe . (Extrañado.) ¿Qué haces, hombre?

Román . Que cuando me asusto y me pongo nervioso me entra una cosa que... no lo puedo remediar.

Pepe . Parece que braceas a la alta escuela.

Curro . (En la puerta del foro.) ¿Se puede?... (Es un muchacho elegante y simpático.)

Pepe . ¡Curro!

Curro . ¡Pepeíllo! (Se abrazan.)

Pepe . (Durante el abrazo.) ¡Te veo, Curro, con la alegría que el náufrago a la vela remota!

Curro . ¡Bonito, Pepeíllo! Pero, mira, cierra la puerta y baja la diapasonería. Sé, por tu extensa carta, a lo que vengo, y hay que tener muchísimo pupilamen.

Pepe . Sí. (Cierra la puerta del foro.)

Curro . (A ROMAN.) ¿Usted es el tío ese tan gracioso de quien me habla Pepe?

Román . (Agresivo.) ¿Cómo dice?

Curro . Ese que está tan desesperao.

Román . Sí, señor.

Curro . (Alargándole la mano.) Pues a chocarla, y amigo mío desde ahora. Curro Landa y Cazares: con zeta. ¡Ojo!

Román . Román Sapatero, con ese: Barón de Arriba.

Curro . ¿Nada más?

Román . (Agresivísimo.) ¿Qué?...

Curro . Que si nada más estamos los tres.

Pepe . Nada más. Podemos hablar con entera franqueza. Siéntate, Currillo.

Curro . (Sentándose.)