La enseñanza de la filosofía como problema filosófico - Alejandro Cerletti - E-Book

La enseñanza de la filosofía como problema filosófico E-Book

Alejandro Cerletti

0,0
5,49 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

La cuestión de la enseñanza de la filosofía se ha reducido generalmente al desarrollo de estrategias didácticas que intentan facilitar la actividad docente. En este libro proponemos comenzar por un momento previo y reflexionar sobre qué se entiende por "enseñar filosofía", y cómo se podría transmitir aquello cuya caracterización es ya un problema filosófico. Se muestra que para llevar adelante la tarea de enseñar filosofía se deben adoptar una serie de decisiones filosóficas, y recién luego –y de manera coherente con ellas– elaborar los recursos más convenientes para hacer posible y significativa aquella tarea. Este planteo otorga a los profesores y profesoras un protagonismo central y los interpela no como eventuales ejecutores de recetas genéricas ofrecidas por especialistas, sino como filósofos que recrean su propia didáctica en función del contexto y las condiciones en que deben enseñar.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 124

Veröffentlichungsjahr: 2021

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Alejandro Cerletti

La enseñanza de la filosofía como problema filosófico

Alejandro Cerletti

La enseñanza de la filosofía como problema filosófico. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Libros del Zorzal, 2013. - (Formación docente. Filosofía; 2)

E-Book.

ISBN 978-987-599-325-9

1. Enseñanza de la Filosofía.

CDD 107

© Libros del Zorzal, 2008

Buenos Aires, Argentina

Printed in Argentina

Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de esta obra, escríbanos a:

<[email protected]>

Asimismo, puede consultar nuestra página web:

<www.delzorzal.com.ar>

Índice

Introducción | 5

Capítulo 1 | 9

¿Qué es enseñar filosofía? | 9

Capítulo 2 | 20

El preguntar filosófico y laactitud filosófica | 20

Capítulo 3 | 28

Repetición y creación en la filosofía y en su enseñanza | 28

Capítulo 4 | 38

Por qué enseñar filosofía | 38

Capítulo 5 | 51

La formación docente: entre profesores y filósofos | 51

Capítulo 6 | 61

Enseñanza de la filosofía, instituciones educativas y Estado | 61

Capítulo 7 | 73

Hacia una didáctica filosófica | 73

Conclusiones | 85

Bibliografía | 92

Introducción

Hay una demanda usual hacia la formación docente –por cierto común a casi todas las disciplinas– que podría graficarse, de manera simplificada, en algunos tópicos: “necesito ‘herramientas’ para dar clase”, “quiero ‘instrumentos’ para poder enseñar”, o incluso, en algunos casos, “yo ya he aprendido los conocimientos básicos de mi especialidad, lo que necesito es aprender a enseñarla”, etc. Si bien la preocupación es legítima, ya que un profesor va a enseñar, los supuestos que están detrás de estos reclamos merecerían un análisis detallado. Con más razón si quien va a enseñar, va a enseñar filosofía.

Podríamos preguntarnos, antes que nada, si es realmente posible enseñar filosofía sin una intervención filosófica sobre los contenidos y las formas de transmisión de los “saberes filosóficos”. O sin responder, unívocamente, ¿qué es filosofía? O, también, sin plantearse qué tipo de análisis social, institucional o filosófico político se requiere del contexto o las condiciones en que se llevará adelante esa enseñanza. Es evidente que no es lo mismo “dar clases” de filosofía en una escuela suburbana de una zona muy castigada socialmente, que en un colegio urbano de clase alta o en una escuela rural del interior del país, o en una carrera no filosófica o en una Licenciatura en Filosofía, etc. No porque consideremos que hay circunstancias en las que se puede enseñar mejor que en otras, sino porque, en función de esos contextos, no será lo mismo lo que se puede –o debe– hacer en nombre de la filosofía, en cada caso.

Tampoco es lo mismo la enseñanza de acuerdo a quién sea el que enseña. Y en esto influyen desde los conocimientos filosóficos y pedagógicos que se poseen, hasta el tipo de vínculo que mantiene quien enseña con la filosofía y con la enseñanza. Por ejemplo, será diferente que alguien haya tenido una formación inicial fuertemente filosófica y muy escasamente didáctica que, por el contrario, esa formación haya acentuado más la perspectiva didáctica que los contenidos filosóficos. Habrá diferencias entre aquel que asume que la filosofía es una “forma de vida” y el que la considera un campo técnico profesional como cualquier otro, etc. En todos los casos, el punto de partida y los supuestos filosóficos y pedagógicos son diferentes, y esto plantea vínculos distintos con el filosofar y el enseñar.

Este somero panorama, que podría ser completado con muchas otras condiciones o presupuestos, revela que no habría procedimientos para enseñar filosofía eficaces en cualquier circunstancia y reconocibles de antemano, sino que la enseñanza de la filosofía implica una actualización cotidiana de múltiples elementos, que involucra, de manera singular, a sus protagonistas (profesores y estudiantes), a la filosofía puesta en juego y al contexto en que tiene lugar esa enseñanza. En consecuencia, sostendremos –y ésta será la tesis central de libro– que la enseñanza de la filosofía es, básicamente, una construcción subjetiva, apoyada en una serie de elementos objetivos y coyunturales. Un buen profesor o una buena profesora de filosofía será quien pueda llevar adelante, de forma activa y creativa, esa construcción.

Enseñar implica asumir un compromiso y una responsabilidad muy grandes. Un buen docente será alguien que se sitúa a la altura de esa responsabilidad y problematiza, siempre, qué es lo que él o ella realiza en tanto enseñante y, en nuestro caso, qué sentido tiene hacerlo bajo la denominación “filosofía”. Los mejores profesores y profesoras serán aquellos que puedan enseñar en condiciones diversas, y no sólo porque tendrán que idear estrategias didácticas alternativas, sino porque deberán ser capaces de repensar, en el día a día, sus propios conocimientos, su relación con la filosofía y el marco en el que se pretende enseñarla. Se trata, mucho más que de ocasionales desafíos pedagógicos, de verdaderos cuestionamientos filosóficos y políticos. La docencia en filosofía convoca a los profesores y profesoras como pensadores y pensadoras, más que como transmisores acríticos de un saber que supuestamente dominan, o como técnicos que aplican estrategias didácticas ideadas por especialistas para ser empleadas por cualquiera en cualquier circunstancia.

Por cierto, los estudios sobre la enseñanza de la filosofía se han consagrado generalmente al diseño y a la implementación de algunos recursos didácticos que intentarían facilitar la actividad de los docentes. En este libro nos proponemos abordar esa cuestión enfocándola desde un momento previo. El punto de inicio será reflexionar sobre el problema que está en la base: qué se entiende por “enseñar filosofía”, y cómo se podría transmitir algo cuya identificación es ya un problema filosófico. Intentaremos mostrar que para llevar adelante la tarea de enseñar filosofía se deben adoptar una serie de decisiones que son, en primer lugar, filosóficas, y recién luego –y de manera coherente con ellas–, se podrán elaborar los recursos más convenientes para hacer posible y significativa aquella tarea. Este planteo pretende otorgar a los profesores y profesoras un protagonismo central, ya que los interpela no como eventuales ejecutores de recetas genéricas, sino como filósofos o filósofas que recrean su propia didáctica en función de las condiciones en que deben enseñar. Por ello, las páginas que siguen no ofrecerán “soluciones” a los problemas prácticos de la enseñanza de la filosofía, porque no se parte de la base de que todos compartan esos problemas, ni siquiera que hayan intervenido en su construcción. Quienes deben establecer cuáles son los problemas concretos de enseñar filosofía son quienes tienen que enfrentarse día a día con la situación de enseñar, ya que sólo ellos están en condiciones de ponderar con justeza todos los elementos intervinientes en cada situación puntual.

Se desprende de lo anterior una consecuencia cuya dimensión definirá el espíritu del trabajo: toda formación docente deberá ser, en sentido estricto, una constante auto-formación. Y toda autoformación supone, en última instancia, una trans-formación de sí. La sencilla aspiración de este libro es invitar al lector a reflexionar sobre algunas cuestiones conceptuales que hacen a la enseñanza de la filosofía, y acompañar de este modo, en la medida en que cada uno lo considere pertinente, el recorrido personal de su autoformación.

Capítulo 1

¿Qué es enseñar filosofía?

La pregunta “¿qué es enseñar filosofía?” podría admitir una respuesta inmediata, que se inscribe en uno de los lugares comunes que suelen guiar cualquier enseñanza. Enseñar filosofía sería la actividad en la que alguien transmite a otro un cierto contenido, en este caso, “de filosofía” o “filosófico”. Ahora bien, a poco de detenernos en esta, en apariencia, simple y clara descripción vemos que surgen algunos problemas. Por lo pronto, la pregunta no está respondida, ya que se ha trasladado la demanda, por un lado, al acto de “transmitir” (habría que explicar qué significaría esto en el caso de la filosofía), y, por otro, al contenido, la filosofía. Y, como sabemos, encontrar una respuesta unívoca a “¿qué es filosofía?” no sólo no es posible, sino que cada una de las eventuales respuestas podría dar lugar a concepciones diferentes de la filosofía y el filosofar, lo que influirá, a su vez, sobre el sentido del enseñar o transmitir filosofía. Dicho de manera sintética, constataríamos que si pretendemos apoyarnos en la transmisión, nos vemos obligados a delimitar el objeto “transmitido” (la filosofía) como algo identificable y, en cierta forma, manipulable, y si nos avocamos a definir la filosofía deberemos redefinir lo que significa enseñarla, ya que cada caracterización juzgaría la posibilidad de su transmisión.1 Si le sumamos a esto, que nos interesa pensar la enseñanza de la filosofía en un contexto educativo formal, es decir, en aquel en el que los contenidos están prescriptos o regulados por el Estado, el panorama se complejiza aun más.

La cuestión no sería más sencilla si se enfocara el interrogante “qué es aprender filosofía”, ya que la respuesta que se dé, como en el caso anterior, estará mediatizada por la concepción que se tenga de la filosofía o de sus rasgos característicos. Se podrá estimar que aprender filosofía es conocer su historia, adquirir una serie de habilidades argumentativas o cognitivas, desarrollar una actitud frente a la realidad o construir un mirada sobre el mundo. Estas opciones se podrán incrementar, combinar o modificar de la manera que se crea conveniente, pero se lo hará desde una concepción de la filosofía, se la explicite o no. En este trabajo nos va a interesar referir la posibilidad de un aprendizaje filosófico a circunstancias reconocibles como de “enseñanza”, más allá de que admitamos, por cierto, que se puede aprender filosofía sin que alguien formalmente la enseñe.

Las dificultades para construir un punto de partida para abordar los aspectos básicos de la enseñanza de la filosofía, lejos de presentársenos como un obstáculo insalvable, son, por el contrario, el motor y el estímulo que nos permiten avanzar sobre nuestro problema. Los intentos de aclarar esos inconvenientes conducen a formularnos preguntas de fondo, que ponen en evidencia que la situación de enseñar filosofía lleva a tener que asumir algunas decisiones teóricas. Ya sea que consideremos que es posible construir una “identidad” filosófica reconocible en cualquier expresión de la filosofía a lo largo del tiempo o que la filosofía se caracteriza más bien por la reinvención constante de su propia significación, la cuestión es elucidar qué se enseña en nombre de esa filosofía –y, de manera correlativa, cómo se lo hace–, lo cual es algo que no puede ser resuelto sólo didácticamente.

Desde sus comienzos, la actividad de enseñanza o transmisión de la filosofía ha estado estrechamente ligada a su desarrollo. Enseñar o transmitir una filosofía ha sido el objetivo originario de distintas escuelas filosóficas y también una ocupación en muchos filósofos. A partir de la modernidad y de las diversas formas de institucionalización de la enseñanza de la filosofía, la cuestión comienza a adquirir una fisonomía distintiva. La filosofía ingresa en los sistemas educativos y, por lo tanto, empieza a ocupar un lugar, de mayor o menor importancia, en los programas oficiales. La enseñanza de la filosofía adquiere, por lo tanto, una dimensión estatal. Los maestros o profesores ya no transmiten una filosofía –o su filosofía– sino que enseñan “Filosofía”, de acuerdo a los contenidos y criterios establecidos en los planes oficiales y en las instituciones habilitadas a tal efecto,2 más allá del grado de libertad que tengan para ejercer dicha actividad. El sentido de “enseñar filosofía” quedaría redefinido por el sentido institucional que se otorga a esa enseñanza. Nuestra pregunta inicial parece entonces quedar circunscrita a las condiciones prácticas de su implementación.

Ahora bien, incluso dentro del encuadre formal que supone una enseñanza institucionalizada de la filosofía, persisten diversas cuestiones fundamentales que es conveniente explorar.

Parecería obvio que si se trata de enseñar “filosofía” correspondería poder determinar, en primer lugar, qué es lo que se va a proponer bajo esa denominación. Pero, como se sabe, la pregunta “¿qué es filosofía?” constituye un tema propio y fundamental de la filosofía misma, y no admite una respuesta única ni mucho menos. Es más, cada filosofía (o cada filósofo) responde esa pregunta, explícita o implícitamente, desde su horizonte teórico, lo que muchas veces complica incluso un posible diálogo con otras respuestas ofrecidas a la misma pregunta desde referencias diferentes. El hecho de que pretender enseñar filosofía nos conduzca, como paso previo, a tener que ensayar una posible respuesta al interrogante sobre qué es filosofía, y que este intento suponga ya introducirse en la filosofía, muestra que el sustento de toda enseñanza de la filosofía es básicamente filosófico, más que didáctico o pedagógico. Las interrogaciones “¿qué es enseñar filosofía?” y “¿qué es filosofía?” mantienen entonces una relación directa que enlaza aspectos esenciales de la filosofía y del filosofar.

Las exigencias programáticas de la enseñanza institucionalizada de la filosofía hacen que, en el desarrollo de los cursos, la reflexión filosófica sobre el significado o el sentido de la filosofía suela ser abreviada en extremo o pospuesta casi indefinidamente, en favor de introducirse sin más en los contenidos “específicos” de la filosofía. Esta necesidad hace que la caracterización de la filosofía sea más o menos implícita, supuestamente reconocible en lo que se enseña como filosofía, o bien sea presentada con una o varias definiciones (con las que, dicho sea de paso, rara vez se suele ser consecuente durante la enseñanza). Esta misma razón, sesga también la reflexión sobre el enseñar filosofía, quedando generalmente muy simplificada la justificación de cómo llevar adelante esa tarea.

Pero en virtud de lo anterior, en definitiva, ¿qué se enseña?, y ¿cómo se enseña? La usual no-explicitación de la relación entre el “qué” y el “cómo” conduce a adoptar generalmente posiciones acríticas –o a veces ingenuas–­ en cuanto a la enseñanza. Habría una suerte de “sentido común” constituido alrededor del enseñar filosofía –por cierto, frecuente en la transmisión de cualquier conocimiento–, que tiene un supuesto pedagógico trivial: hay alguien que “sabe” algo y alguien que no; de alguna forma el que sabe “traspasa” (básicamente, le “explica”) al que no sabe ciertos “contenidos” de su saber y luego corrobora que ese pasaje haya sido efectivo, es decir, constata que el que no sabía haya “aprendido”. Y así, por etapas graduales y sucesivas, el alumno pasa del no saber al saber, con la ayuda de un maestro o un profesor.3 El “qué” se cubre con contenidos programáticos usuales y el “cómo” queda librado al buen sentido pedagógico del profesor, que será más o menos fundamentado de acuerdo a la formación docente inicial que haya tenido, a las diversas experiencias que haya recogido en su trabajo de enseñante o a las que haya acumulado en su etapa de estudiante.4

Por cierto, no es frecuente que sea observada alguna relación especial entre lo que es enseñado y la forma de hacerlo (distinción que ya de por sí es un posicionamiento frente al enseñar). El “cómo” se visualiza por lo general separado de aquello que se enseña, y la enseñanza quedaría suficientemente garantizada, para algunos, por el dominio de los conocimientos filosóficos del profesor; para otros, por el dominio de ciertos recursos didácticos. La mayor o menor incidencia de una o otra opción puede definir el perfil de la enseñanza, pero en ambos casos el presupuesto es el mismo: la filosofía y la didáctica transitan caminos separados que se yuxtaponen ocasionalmente, en virtud de la circunstancia de tener que “dar clase”.