La falsa prometida - Catherine George - E-Book

La falsa prometida E-Book

CATHERINE GEORGE

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Beschreibung

Harriet estaba jugando a un juego muy peligroso: suplantar la personalidad de su amiga Rosa. Pero el rico Leo Fortinari pareció caer en el engaño y llegó, incluso, a sugerir que se comprometieran para agradar a su frágil abuela. Harriet no quería engañar a la anciana. Pero, ¿cómo decirle a Leo Fortinari la verdad? Leo sabía que Rosa no era inocente y, sin embargo, aquella mujer idéntica en apariencia a ella, era virgen...

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Catherine George

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La falsa prometida, n.º 1096- enero 2022

Título original: An Engagement of Convenience

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1105-540-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

AL ver cómo salía la maleta prestada con la que había viajado hasta allí, Harriet tuvo un deseo inminente de agarrarla y volverse al aeropuerto de Heathrow de donde venía. Pero cuando estaba a punto de alcanzarla, una mano masculina se le adelantó y cualquier posibilidad de huída se vio truncada.

—Rosa —dijo una voz profunda y grave con un inconfundible acento italiano.

Harriet se volvió, resignada, y se encontró con aquel rostro que había llegado a serle tan familiar. No obstante, las fotografías que había visto no le hacían justicia. Leonardo Fortinari iba vestido con un elegante traje y era mucho más alto de lo que ella se había imaginado.

Tenía los ojos y el pelo oscuros, igual que ella, y en las fotografías, que habían sido tomadas años atrás, ya resultaba un hombre atractivo. Sin embargo, la madurez lo había convertido en un hombre formidable.

—Vaya, Leo, me siento halagada por tu presencia —sonrió burlonamente para esconder el pánico—. Pensaba tomar el tren. No esperaba que nadie viniera a buscarme.

Y, menos aún podía esperar que el mismísimo Leo Fortinari se dignara a tal honor.

Él se encogió de hombros.

—Tenía ciertos asuntos que tratar en Pisa —le dijo, mientras la miraba de arriba abajo sin ningún pudor, con una mirada tan intensa que Harriet casi podía sentirla sobre la piel—. Te has convertido en una mujer muy hermosa, Rosa.

Harriet sintió que el corazón se le aceleraba bajo su cara chaqueta prestada.

—Gracias —respondió con determinación—. ¿Cómo está Nonna?

—Encantada con el regreso de la nieta pródiga. Vamos, te llevaré a la villa Catiglione. Está impaciente por verte.

Ya habían tomado la autopista, cuando Leo Fortinari se atrevió a hacer una pregunta personal.

—¿Ya has superado la tragedia, Rosa?

Harriet lo miró interrogante.

—Siento no haber podido ir al funeral.

—Gracias por tu carta —le dijo ella—. Fue muy amable por tu parte.

Realmente había sido una carta formal, escrita por alguien que se había sentido obligado a hacerlo.

El resto del trayecto transcurrió en un incómodo silencio. Leo Fortinari se comportaba educada pero distantemente. Por su modo de tratarla, parecía claro que no tenía intención alguna de perdonar a su joven prima. ¡Bien! Después de todo lo mejor que podía ocurrirle en aquellas circunstancias era que aquel hombre tan perturbador mantuviese las distancias. Harriet no había pensado en ningún momento que tendría que enfrentarse a él tan pronto, que el gran hombre fuera a dignarse a ir a buscarla al aeropuerto. Tal vez, habría esperado a alguno de los empleados de los Fortinari, pero jamás al gran Leonardo en persona. Por otro lado, era un alivio haber superado de inmediato una de las pruebas más difíciles por las que Harriet habría de pasar.

Ya sólo quedaba Nonna, la gran señora Fortinari, a la que tendría que ver aquella misma noche. El encuentro con el resto de la familia, incluyendo los otros dos primos de Rosa, Dante y Mirella, tendría lugar en la fiesta que se celebraría al día siguiente de su llegada. Si es que conseguía sobrevivir durante tanto tiempo.

Harriet se iba poniendo más nerviosa a medida que el encuentro con la señora Fortinari estaba más próximo. Salieron de la autopista y tomaron las pequeñas carreteras comarcales, cuyo paisaje estaba salpicado de antiguas granjas y grandes casas de campo, e iglesias con sus altas torres que destacaban sobre los campos de viñas y de olivos por la estilizada figura de sus cipreses. Sin embargo, para Harriet no existía nada de aquello. Según se acercaban a su destino lo único que ocupaba su pensamiento era encontrar el modo de sobrevivir a aquel fin de semana sin que nadie saliera perjudicado, incluida ella misma. Siempre había deseado poder volver a Italia, eso era cierto. Pero no estaba tan desesperada como para embarcarse en una empresa tan descabellada. Al menos no lo había estado hasta que cierta oferta la puso entre la espada y la pared, y perdió la posibilidad de negarse.

Harriet miró a su acompañante: por suerte, Leo Fortinari no tenía ninguna intención de conversar con la que él creía ser su prima Rosa.

Harriet apoyó la cabeza en el reposacabezas. Al instante, le vino a la memoria el encuentro con Rosa Mostyn en el hotel Chesterton, en aquella habitación repleta de mujeres que hablaban a voces de sus carreras y de sus maridos. Todas ellas procedían de la prestigiosa escuela de chicas Roedale, situada en Costwolds, a pocas millas de Pennington.

Harriet también había asistido a aquella misma escuela. Había tenido la suerte de conseguir una beca a los diez años, para una escuela sólo accesible a familias de muy buena posición social.

Hacía sólo unos días, la directora del colegio había llamado a Harriet para pedirle que atendiera a una reunión con madres, antiguas alumnas del colegio, a las que habría de contarles todos los cambios y modernizaciones que se habían hecho en el colegio. Harriet estaba a punto de convertirse en profesora de idiomas del colegio.

Cuando Rosa apareció, Harriet ya llevaba un rato relacionándose con las invitadas, bebiendo agua mineral con gas y preguntándose cuándo tendría oportunidad de escaparse de allí. Sin duda, la última persona a la que esperaba encontrarse allí era a Rosa Mostyn.

Después de ocho años, le resultó muy sorprendente volver a encontrarse cara a cara con alguien que podría haber sido su gemela. Rosa se quedó en el vano de la puerta, mirando de un lado a otro con sus grandes ojos negros. Llevaba el pelo suelto, que le caía hasta los hombros como una suave cascada de satén. Vestía un bonito traje, seguramente de diseño italiano, y un gran anillo de oro.

«Deslumbrante perfección», pensó Harriet, mientras la veía moverse entre las invitadas, saludando amigablemente a unas y educadamente a las que, obviamente, no recordaba de sus tiempos escolares. Por fin, se detuvo ante Harriet con una inusual sonrisa.

—Hola, ¿me recuerdas?

—¿Cómo podría haberte olvidado? —Harriet respondió con una sonrisa. De pronto, todas las cabezas se volvieron hacia ellas, y las antiguas alumnas primero se sorprendieron del parecido, luego recordaron a las dos compañeras y su curiosa afinidad y, finalmente, comentaron lo extraño del caso—. El camarero me confundió contigo cuando llegué.

—Lo siento —Rosa dudó un momento antes de hacer la pregunta—. ¿Has venido con alguien?

Harriet negó con la cabeza.

—No ha venido ninguna de mis antiguas amigas.

—¿Te importa que me quede contigo?

—No, claro que no.

Rosa sonrió y tomó la mano derecha de Harriet.

—Veo que no llevas anillo. Supongo que eso no significa nada. ¿Que es de tu vida, Harriet?

Harriet habría deseado, en aquel momento, poder decir que era la directora de una gran compañía, o la amante de un rico play-boy millonario, pero prefirió contarle la verdad.

—Soy profesora. De hecho voy a dar clases en Roedale. Enseñaré francés e italiano durante un trimestre. Pero de momento hago traducciones para una empresa local de exportaciones a Europa.

—Siempre fuiste muy buena en idiomas —Rosa llamó al camarero—. Por favor, tráigame vodka con tónica y algo para mi amiga.

A Harriet le sorprendió el calificativo de amiga. Rosa Mostyn y Harriet Foster nunca habían sido precisamente almas gemelas. Aparte de su accidental parecido físico, que las dos consideraban como una molestia, no había habido nunca nada que las uniera. Harriet había sido siempre una chica de pocos medios, que tenía que viajar cada día a la escuela en autobús, y lo peor, era muy inteligente. Rosa, sin embargo, era una chica de buena familia, que pagaba mensualmente los caros recibos de la escuela, más preocupada por resaltar su figura que por sacar sobresalientes.

Harriet aceptó la bebida y levantó la copa hacia Rosa, en un gesto de agradecimiento.

—La verdad, no esperaba verte aquí esta noche.

Rosa se encogió de hombros.

—No tenía intención alguna de venir. Pero, en el último momento recibí una llamada para anular mi cita de esta noche. Estaba toda dispuesta y preparada, así que pensé, ¿por qué no? El hotel Chesterton es de mi familia y tenía que pasarme por aquí. También tenía curiosidad por ver cómo había cambiado todo el mundo —añadió Rosa, mientras miraba de un lado a otro de la habitación.

—Tampoco ha venido ninguna de tus acólitas —comentó Harriet—. Recuerdo que en la escuela no se separaban de ti.

Rosa sonrió cínicamente.

—El dinero de los Mostyn era el que las atraía, no mi simpatía ni mi personalidad.

Las dos de quedaron en silencio durante unos segundos.

—Sentí mucho lo de tus padres —dijo Harriet después de un rato.

—Gracias —dijo Rosa—. Jamás habían viajado juntos en el mismo avión hasta el día del accidente.

Rosa se quedó en silencio y dio un sorbo a su bebida.

—Es una pena que tenga de conducir, porque me gustaría poder tomarme otra copa —continuó ella taciturna—. ¿Qué tal tu familia? Recuerdo a tu hermana Kitty, alta, rubia y fantástica en todo tipo deportes.

Harriet asintió.

—Se ha casado. Mi madre sigue viviendo en Pennington, pero mi padre murió cuando yo estaba en la universidad.

—Lo siento. Imagino cómo te sentiste —Rosa miró a Harriet con curiosidad—. Todavía estás soltera, ¿verdad? ¿No tienes novio?

—No —reconoció Harriet.

—Con tu físico —Rosa se rió de repente—. Bueno con nuestro físico, estoy segura de que hay hombres en tu vida.

—Ninguno de momento —dijo Harriet—. ¿Y tú?

La mirada de Rosa se iluminó.

—La verdad es que, por una vez, he conocido a un hombre al que no le interesa mi dinero. Después de un gran desengaño en mi época adolescente me juré a mí misma que jamás volvería a enamorarme. Pero conocí a Pascal hace pocas semanas, e, injustamente, me ocurrió lo que no quería que me ocurriera. No puedo comer, no puedo dormir. Tiene gracia, ¿no crees?

—¿Él siente lo mismo?

Rosa suspiró.

—Ojalá lo supiera. Lo conocí cuando estaba hospedado en el Hermitage, el hotel que regento yo, y que también es de mi familia. Él estaba allí en una conferencia. Pero nuestros encuentros son escasos, muy de vez en cuando. Es un corresponsal extranjero que trabaja para un periódico francés.

—Ya. ¿Es por eso que te ha fallado la citada de esta noche?

—Sí. Ha tenido que salir a cubrir una noticia. De otro modo, no estaría aquí, en un salón lleno de cotorras, entre las cuales no te incluyo a ti, claro está. Tú nunca te has reído como una cacatúa, muy al contrario, siempre has mantenido una impecable compostura.

Harriet sonrió.

—Quieres decir que era un tanto extraña. Sí, fui una adolescente muy difícil. Mi familia debió sentirse realmente aliviada cuando me marché a la escuela. Después de la universidad conseguí un puesto de profesora en Birmigham. Pero mi madre, últimamente, no se ha encontrado muy bien, así que he tenido que regresar a casa. Y lo cierto es que no está mal la convivencia con ella —Harriet miró al reloj—. Lo siento, Rosa, pero le prometí a la directora que trataría de convencer a todas las jóvenes madres que estudiaron en Roedale de que ésta es la escuela ideal para sus hijas.

Rosa hizo gesto de sorna.

—Bueno, prefiero que lo hagas tú, a tener que hacerlo yo —Rosa se quedó pensativa unos segundos—. Supongo que no te apetecerá cenar conmigo, ¿verdad?

Harriet se sorprendió ante la propuesta, pero se sorprendió aún más de que la idea le pareciera tan sugerente.

—¿Por qué no? Dame media hora.

Aquel encuentro fue el comienzo de todo. Harriet respiró profundamente, lo que llamó la atención de Leo Fortinari.

—¿Voy demasiado deprisa, Rosa? ¿Estás nerviosa?

Harriet sonrió.

—Sí. Pero no es por tu forma de conducir. Sólo me preguntaba cómo reaccionará Nonna cuando me vea —lo que era verdad, aunque sólo fuera una verdad parcial.

Estar sentada al lado de aquel poderoso hombre italiano tampoco la ayudaba a relajarse. Y sin duda, Leo Fortinari esperaba que así fuese. Según lo que Rosa decía, sus relaciones nunca habían sido cordiales.

Leo volvió a su atención a la carretera.

—Hay algo muy diferente en ti, Rosa. Tiempo atrás no te perturbada nada, nunca te ponías nerviosa. En cualquier caso, no creo que debas temer la reacción de Nonna. Ya te ha perdonado, te perdonó hace mucho. Llegaremos allí en media hora.

¡Sólo media hora!

 

 

Aquella cena con Rosa resultó sorprendentemente agradable para Harriet. De niñas, nunca habían tenido nada en común, pero de adultas sí sentían un fuerte vínculo que las unía. Después de aquel encuentro, comenzaron a salir juntas con regularidad. Cuando Rosa se sentía realmente triste por las constantes ausencias de Pascal, se presentaba a la puerta de Harriet y buscaba en casa de su idéntica amiga el consuelo que necesitaba.

—Realmente es extraordinario el parecido —dijo Claire Foster, la madre de Harriet, la primera vez que Rosa fue a su casa—. Te había visto en la escuela un par de veces, pero el parecido ha ido creciendo con la edad.

—Sólo que Harriet es un poco más baja y tiene el pelo rizado —dijo Rosa no sin cierta envidia. Acto seguido, invitó a la madre de su recién nombrada amiga a salir con ellas a cenar.

Claire le aseguró que estaba demasiado cansada para ir a ninguna parte, y Rosa, ni corta ni perezosa, agarró su Alfa Romeo y salió a comprar pescado y patatas en la tienda más cercana. Las tres se lo comieron gustosas y ruidosas, directamente del paquete de papel, mientras se reían como tres adolescentes.

Antes de que se dieran cuenta, las tres se habían convertido en amigas íntimas.

Sus compañeras de la infancia se habían trasladado a Londres o estaban casadas. Harriet pocas veces las veía, sólo de vez en cuando en una fiesta o en alguna boda.

Una de las noches que salieron juntas, Harriet le contó a Rosa la preocupación de su madre por la vieja casa en la que vivían. La mujer estaba, además, en lista de espera para que le hicieran una operación pequeña. Los ingresos de Harriet no podían cubrir todo.

—Mi madre no va a tener más remedio que vender la casa —le contó, mientras se tomaban un vino.

—La verdad es que debe de ser una situación difícil, especialmente si no se siente muy bien —dijo Rosa—. ¿Le importa mucho la casa?

—Sí, mucho. Ha pertenecido a su familia durante generaciones. La adora —Harriet, de pronto, se inclinó sobre Rosa y le susurró algo—. Esos hombres de ahí… ¿Los conoces?

Rosa los miró de soslayo y se volvió hacia Harriet.

—No son más que un par de Romeos a los que nuestro parecido ha encendido como a antorchas.

—¡Lo dudo! —dijo Harriet—. No creo que yo despierte pasiones con esta ropa de trabajo. Por cierto, ¿cómo haces tú para meterte en esos pantalones tan ajustados y para poder sentarte sin romperlos?

—Es el corte que tienen. Me costaron una fortuna —dijo Rosa y se ruborizó de repente—. ¡Lo siento! Nunca he tenido tacto para nada.

—No te preocupes —respondió Harriet, imperturbable.

Rosa bajó los ojos.

—La verdad es que últimamente es lo único que hago: preocuparme.

—¿Por Pascal?

—Sí, continuamente —le confesó ella, con un suspiro—. Pero cambiemos de tema. Si os mudáis de casa, ¿qué va a pasar con tu abuela?

—Pues que se vendrá con nosotras. Ahora mismo utiliza la planta de arriba. El resto es para mi madre y para mí. Pero, la verdad es que la idea de compartir un pequeño apartamento con ella es una verdadera pesadilla —Harriet se encogió de hombros—. Por algún motivo que desconozco, a mi abuela nunca le he gustado demasiado. Kitty era su niña. Yo siempre me he sentido culpable por mi incapacidad de quererla. Ni siquiera me gusta. Es una mujer muy difícil. Y te aseguro, Rosa, que no tiene nada que ver con la edad. Siempre fue así. Lo que sí es cierto es que los achaques de la edad han empeorado su estado de ánimo.

—Supongo que no le gustaría ir a una residencia.

—Mi madre no quiere ni oír hablar de eso.

—¡Tu madre es una verdadera santa! —dijo Rosa.

—No sabes hasta qué punto. No sabes la paciencia que tuvo conmigo cuando era adolescente.

—Yo tampoco era lo que se dice un ángel —respondió Rosa—. Pero, ¿qué era lo que te ocurría a ti?

Harriet hizo una mueca.

—Me da vergüenza hablar de ello. Jamás se lo conté a nadie, ni siquiera a Guy.

—¿Quién es Guy?

—Mi ex-novio.

—¿Ex?

—Sí. Era el aspirante a director de la escuela en la que estaba enseñando en Birmigham. Cuando dejé el trabajo, después de un año, me dijo que le parecía mal que diera preferencia a mi madre antes que a él.

—Así que le dejaste plantado. ¿Te arrepientes?

—Creo que al principio le echaba de menos. O al menos, sentía el vacío social que te causa no tener novio, y esas cosas.

—¿Era bueno en lo que tenía que ser? Ya sabes a qué me refiero —preguntó Rosa con una sonrisa burlona.

—¡Eso no es asunto tuyo!

—Lo que significa que no era bueno —le aseguró Rosa.

—¡Si había alguien que fallaba era yo!

—¡De eso nada! —le aseguró Rosa enfáticamente—. Era culpa suya, si no sabía tocar la campana. Y, a parte de Guy, ¿qué era lo que ibas a decirme que no te atrevías a decirme?

Harriet retorció el gesto.

—Cuando era adolescente me autoconvencí de que no era hija natural, de que era adoptada. Actué así hasta hacerles la vida completamente imposible a mis padres.

Los temores de la joven Harriet se habían visto agravados por los comentarios malintencionados de su hermana mayor.

Su padre, Alan Foster, era alto y rubio como un vikingo, y su hermana Kitty era su viva imagen. La madre tenía el pelo de color caoba y la piel muy blanca.

Luego estaba Harriet: pelo negro y tez tostada, y una cabeza más baja que el resto de los miembros de la familia.

—Mi hermana me lo decía con tanta frecuencia, que llegué a creérmelo.

—Pero no eres adoptada.

—No, claro que no. Aparte de los detalles que me ha dado siempre mi madre sobre mi nacimiento, tengo una partida de nacimiento que certifica mi pedigrí. Lo mío fue una mala pasada de la genética.

Rosa se quedó en silencio durante unos segundos.

—Sé que no es asunto mío —dijo finalmente—. Pero, ¿Kitty no puede ayudar con lo de la casa?

—No. Su marido acaba de abrir un negocio nuevo y está completamente hipotecado. Además, ella está embarazada y tendrá que dejar de trabajar —Harriet cambió de tema sutilmente—. Bueno, cuéntame tú algo de Pascal. ¿Sigues sin tener noticias?

Aquella temeraria pregunta fue, precisamente, la que la llevó al lugar en que se encontraba en aquel momento.

Pascal Tavernier había dejado a Rosa completamente plantada, sin tan siquiera tener la dignidad necesaria para decírselo a la cara.

—Desde la última llamada que recibí, diciéndome que se iba a Oriente Medio, no he sabido absolutamente nada más de él —le dijo Rosa desencajada—. Encima, mi abuela me ha mandado una carta, diciendo que quiere que asista a su ochenta cumpleaños en Toscana. Solía pasar allí mis vacaciones, pero no he vuelto desde hace años.

—¿Por qué? —preguntó Harriet curiosa.

Rosa suspiró.

—Estaba en mi etapa de rebelde sin causa, y Nonna es una autócrata de primera calidad. Me comporté mal, hice algo que ella consideraba imperdonable, así que me expulsaron del Edén. Me dijo que me fuera a casa y que no regresara hasta que no me hubiera arrepentido de todos mis pecados.

—¿Qué fue lo que hiciste?

Rosa se quedó en silencio un momento.

—La verdad es que no he sido totalmente sincera cuando te he contado mi historia con Pascal. En aquella época adolescente me quedé completamente fascinada con mi primo, Leo. Él fue mi desengaño. Yo soy medio galesa y medio italiana, y Leo es el vínculo italiano, un Fortinari, como mi madre. Controla las viñas de la familia.

—¿Y?

—Si pienso sobre eso ahora, me resulta realmente gracioso. Me pasaba todo el día detrás de él. Te aseguro que yo era bastante más terrible de lo que has podido llegar a ser tú nunca.

—No sé por qué intuyo que Leo Fortinari no te correspondía con el mismo entusiasmo.

—No. Y, por eso, precisamente, decidí ponerle celoso. Leo tenía entonces diez años más que yo y no le impresionaba en absoluto nada de lo que yo hiciera. La verdad es que me excedí un poco, y mi abuela me mandó a casa —Rosa se entristeció de repente—. Cuando mis padres murieron, mi abuela enfermó de dolor y no pudo ni venir al funeral. Pero desde entonces me escribe regularmente. Precisamente ahora, ha decidido que quiere que vuelva a Fortino.

Rosa suspiró y se apartó un mechón de pelo de la cara.

—Harriet, no puedes ni imaginarte lo que he esperado este momento. Pero, precisamente ahora, no puedo ir.

—¿Por qué no?

—No hasta que no sepa algo de Pascal —Rosa se puso repentinamente muy pálida—. Discúlpame un momento. Necesito ir al servicio.

Se levantó rápidamente y Harriet la siguió con la mirada, completamente atónita por su reacción.

Rosa tardó bastante en regresar y, cuando al fin lo hizo, seguía pálida y tenía una expresión desesperada.

Harriet se compadeció de ella y le tomó la mano.

—¿Qué pasa, Rosa? —le preguntó—. ¿Es por Pascal?

Rosa respiró profundamente y negó con la cabeza.

—No exactamente. Supongo que me lo he buscado. Desde lo que me pasó con Leo, siempre he mantenido las distancias con los hombres y he sido precavida. Pero esta vez, perdí los papeles y me dejé llevar.

Harriet le apretó la mano.

—Pues ahora ha llegado el momento de que te olvides de él, eso es todo.

—Es mucho más fácil de decir que de hacer —dijo Rosa con una sonrisa inquieta—. Pascal me ha dejado un bonito recuerdo.

Harriet la miró preocupada.

—¿Quieres decir…?

Rosa asintió desolada.