La farsa del amor - Melanie Milburne - E-Book

La farsa del amor E-Book

Melanie Milburne

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Beschreibung

Para redimirlo de su notoria reputación… ¡ella aceptó su anillo de compromiso! Cuando en las redes sociales se publicó equivocadamente el compromiso de Holly Frost, florista, y Zack Knight, famoso abogado de divorcios, ella se quedó atónita. Aunque el gran carisma de él le hiciera arder la sangre, había dejado de creer en los cuentos de hadas. Sin embargo, Zack estaba resuelto a aprovechar el escándalo, y la innegable química que había entre ellos, en beneficio mutuo. Se llevó a Holly a París, donde ella tuvo que recordar que su alianza solo era temporal, a pesar de que llevara un anillo de compromiso.

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Seitenzahl: 185

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2018 Melanie Milburne

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La farsa del amor, n.º 2949 - agosto 2022

Título original: Claimed for the Billionaire’s Convenience

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-009-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

CADA vez que Holly Frost miraba la invitación a la fiesta de compromiso matrimonial de su hermana, le daban ganas de emigrar a Siberia. Y no porque no quisiera a su hermana Belinda. Quería a sus tres hermanas: Katie, Meg y Belinda eran maravillosas.

También quería a sus padres y abuelos. Había tenido suerte con la familia que le había tocado, a diferencia de algunas amigas suyas, cuyas familias podían protagonizar una novela negra. La suya la apoyaba y la quería. Katie y Meg estaban felizmente casadas y Belinda iba a imitarlas; ella era la excepción.

Una vez más.

Su hermana pequeña se iba a casar, lo que implicaba que todos preguntarían a Holly cuándo iba a buscar esposo. Como si necesitara otro hombre en su vida, después de que la hubieran abandonado, no una, sino dos veces.

¿Cómo iba a soportar otra reunión familiar sin acompañante? ¿Cómo sufrir las miradas y preguntas capciosas sobre su falta de vida amorosa? Su familia creía que una mujer que se acercaba a la treintena debería tener esposo o perspectivas de tenerlo, sobre todo si era florista especializada en bodas y estaba rodeada de novias felices y dichosas todos los días, incluidos los fines de semana.

Holly era la florista de Londres a la que se debía acudir cuando te ibas a casar. Obsesionada por todo lo relativo a las bodas desde la infancia, se había dedicado a la flores. También trabajaba para funerales, fiestas, empresas, etc., pero su fama se debía a las bodas, porque hacía cuatro años había trabajado para una celebridad televisiva que tenía más seguidores en las redes sociales que las hermanas Kardashian.

Su tienda era su vida. No tenía tiempo para nada más. Triunfar profesionalmente la compensaba por no haberlo hecho personalmente.

Que su familia creyera que no se podía ser feliz estando soltera era una fuente constante de frustración. Mucha gente era feliz así. No todos querían vivir un cuento de hadas, sobre todo cuando el príncipe se largaba con otra mujer la semana antes de la boda. Y mucho menos cuando el segundo príncipe, ya que ¿por qué no probar si a la segunda iba la vencida?, también te dejaba plantada, esa vez el día antes de la boda, por su entrenadora personal.

Holly había escarmentado y ya no soñaba con cuentos de hadas.

Ni lo haría nunca.

–¿Vas a encargarte de las flores para la boda de tu hermana? –le preguntó Jane, su ayudante, al entrar con un ramo de rosas blancas.

Holly hizo sitio en el banco de trabajo para las rosas.

–Sí, y vuelvo a ser la dama de honor.

–Es la tercera vez. Me alegro de que seas tú, no yo. ¿No te preocupa arruinar tus posibilidades de…?

–No, porque no quiero casarme.

–¿No deseas volver a intentarlo para ver si esta vez…?

–No.

Jane observó la invitación, que estaba en el escritorio.

–¿Quién te va a acompañar a la boda de Belinda?

–Nadie.

–¿Vas a ir sola? ¿A una de las fiestas de tu familia? ¿No es algo arriesgado, después de la última vez?

Holly apretó los labios con fuerza.

–Le he dicho claramente a mi madre que no me tienda trampas con obsesos por la tecnología, de esos que se emborrachan porque les da miedo conocer a una mujer de carne y hueso, en vez de un avatar en la pantalla del ordenador. Estoy bien como estoy. Que todos en mi familia tengan pareja no significa que yo quiera tenerla.

–Hablando de no tener pareja… –Jane le dio la copia impresa de un encargo que les había llegado esa noche a través de la web–. Quieren que te encargues de las flores de una fiesta de divorcio. Es la primera vez, ¿no?

Holly frunció el ceño y leyó el encargo.

–Es de Kendra Hutchinson, una novia para la que trabajé hace cuatro años, antes de que empezaras a trabajar aquí. Fue una boda por todo lo alto. Con lo que me pagaron cubrí el descubierto de mi cuenta bancaria. Tuve que pasarme dos noches seguidas preparando las flores. Yo sabía que era un error que se fuera a casar con aquel hombre. Ella se había enterado de que él se acostaba con una de las damas de honor, pero siguió adelante con la boda. La cegaba tanto el amor que habría necesitado un perro guía; mejor dicho, dos y un bastón blanco.

–Una boda es cara de anular en el último momento.

Holly hizo una mueca.

–Y que lo digas –«y muy vergonzoso», pensó.

–¿Sabes quién lleva el divorcio de Kendra? –preguntó Jane–. Zack Knight, el famoso abogado que se ha hecho millonario encargándose de divorciar a las parejas. Puede que lo conozcas en la fiesta.

Holly esbozó la sonrisa de un cadáver.

–Me muero de ganas.

Jane adoptó una expresión algo sombría al volver a mirar el encargo.

–Espero que de ahora en adelante no vayamos a dedicarnos solo a fiestas de divorcio y funerales. Holly notó un nudo en el estómago.

La semana anterior, tres de sus mejores clientas habían anulado su reserva sin ninguna explicación. Era la primera vez que sucedía, e intentaba no preocuparse. Pero tenía que pagar la hipoteca y las caras reformas que había hecho en su nueva casa.

–Todo irá bien. En todas las empresas hay periodos en que disminuyen los beneficios. Las cosas se animarán ahora que estamos en primavera, aunque nadie lo diría, por el tiempo que hace.

Jane se mordió el labio inferior.

–La terapia de mi sobrino autista es muy cara. No podría enfrentarme a una reducción de jornada ni, peor aún, a un despido.

Holly preferiría vivir en la calle a que Jane no tuviera dinero para la terapia de su sobrino. Le tomó la mano.

–No vas a perder el empleo. No puedo llevar el negocio sin ti –le soltó la mano para que Jane fuera a por las tijeras de podar–. De todos modos, las fiestas de divorcio son un buen negocio, hoy en día.

–Pero las bodas son nuestra especialidad. Todo el mundo sabe que te encanta todo lo relacionado con las bodas. ¿Crees que se debe a que estás en contra de los hombres?

–¿Y eso qué tiene que ver?

–No es un secreto que crees que los hombres son unos canallas. Algunos de tus comentarios en las redes sociales han sido negativos y llevas sin salir con un hombre desde hace… ¿dos años y medio? ¿Y si eso desanima a posibles clientes?

Holly cortó el tallo de una rosa con las tijeras de podar

–No veo que mi opinión sobre los hombres tenga que ver con llevar bien una floristería. No necesito a ningún hombre. Así estoy perfectamente.

–Si no consigues más trabajo en bodas, estarás acabada –dijo Jane en tono sombrío–. Hay otras floristas en Londres. La competencia es feroz. Necesitas renovar tu imagen. O a un hombre. O las dos cosas.

Holly dejó las tijeras.

–¿A qué viene esa obsesión porque busque pareja? ¿Por qué se cree que a una mujer le falta algo si no hay un hombre en su vida?

El ordenador pitó para indicar que acababa de entrar un correo electrónico. Jane se acercó a la pantalla para leerlo y suspiró.

–Ahí va otra. Los Mackie han anulado la reserva de junio.

Holly se inclinó a leer el correo y le pareció que se había tragado cientos de espinas. Como en el caso de las otras tres anulaciones, no había explicación.

¿Era culpa suya? ¿Había sido demasiado explícita en sus afirmaciones críticas sobre los hombres? Se irguió.

–Muy bien. Dejaré de publicar en las redes sociales lo mucho que odio a los hombres traicioneros.

Jane tamborileó en el banco.

–Oye, tengo una idea. Hazte una foto en la fiesta al lado de Zack Knight. Que te la saque Kendra. Tiene millones de seguidores. Una foto de vosotros dos flirteando se hará viral. Y problema resuelto.

–Una idea brillante, Jane, pero, en mi opinión, flirtear está tan mal como hacer otras cosas con un hombre. De todos modos, hace tiempo que no me dedico a eso.

Holly agarró las tijeras y deseó que estuvieran presentes sus dos exprometidos para cortarles la parte más preciada de su anatomía.

–Ya ni siquiera sabría cómo.

«Y aunque lo supiera, no lo haría».

 

 

La fiesta de divorcio se celebraba en un elegante hotel del centro de Londres. El champán fluía como el agua de una fuente, pero el animado ambiente no mejoró el estado de ánimo de Holly. Seguía teniendo miedo. ¿Y si no podía hacer frente a sus compromisos económicos? ¿Y si el negocio quebraba?

¿Y si fracasaba?

Se disponía a tomarse su segundo trozo de tarta de queso, cuando llegó Zack Knight. Supo que era Zack porque las invitadas ahogaron un grito de admiración. Holly habría hecho lo mismo, pero tenía la boca llena. Le encantaba la tarta de queso. Era su debilidad, o una de ellas.

Había visto fotos de Zack en las revistas, pero no lo conocía en persona. Las fotos no le hacían justicia. No había visto a un hombre tan guapo en su vida.

Su altura superaba la de todos los presentes. Llevaba el negro cabello peinado de modo informal, como si se hubiera acabado de levantar después de haber tenido sexo salvaje.

Iba afeitado, pero la barba comenzaba a asomarle con una urgencia sexy que indicaba que no carecía de potentes hormones masculinas. Su piel aceitunada presentaba un ligero bronceado que subrayaba la sana energía vital que lo rodeaba como un aura.

Holly notó la energía que irradiaba por toda la habitación. Era como si su cuerpo emitiera señales de radio y el de ella lo respondiera. Se le puso la carne de gallina y algo que se hallaba aletargado en su vientre revivió y se estiró como un gato.

La boca de Zack estaba hecha para sonreír, pero no de cualquier forma, sino de un modo que derretiría la más férrea fuerza de voluntad femenina, como una antorcha fundiría un bloque de hielo.

Él recorrió la estancia con la mirada y, de repente, se detuvo en Holly. Enarcó las cejas levemente como si se preguntara si la conocía, lo que hizo que el gato en el vientre de Holly comenzara a ronronear. Notó las vibraciones en su interior que se transformaron en calor entre los muslos.

Él le miró la boca y después evaluó su figura. Y ella se estremeció como si la hubiera acariciado.

Holly no entendía por qué el corazón le latía desbocado. Se le había acelerado la respiración como si hubiera subido corriendo las escaleras. Tenía la piel caliente, tirante y tan sensible que notaba cada fibra de la ropa.

No recordaba haber visto a un hombre más atractivo. Aunque los hombres se hubieran terminado para ella y se hubiera convertido en una consumada célibe, no era totalmente inmune a semejante despliegue de masculinidad. Él tenía el cuerpo tonificado por el ejercicio o por naturaleza. O por ambas cosas. O tal vez por la sesiones sexuales maratonianas con sus numerosas amantes.

Holly entendió por qué a las mujeres les resultaba irresistible. Desde el otro lado de la habitación notaba su magnética atracción.

Él volvió a mirarla y esbozó una sonrisa confiada. Cruzó la habitación para acercarse a ella. Su paso poderoso confirmó a Holly lo que sabía de él. Era un oponente mortal en un tribunal de justicia. Se decía que había que contratar sus servicios, a pesar de lo caros que eran, antes que lo hiciera tu expareja.

Hacía horas extras para sus clientes y siempre cumplía. Había intervenido en algunos de los más desagradables divorcios de famosos del país y se aseguraba de que sus clientes siempre salieran victoriosos.

Holly se percató de que estaba conteniendo la respiración cuando comenzó a marearse. O tal vez fueran las dos copas de champán que se había tomado. El champán era otra de sus debilidades. La bebida de las celebraciones, aunque ella no tuviera nada que celebrar ni con quien hacerlo.

O tal vez fuera porque Zack Knight se hallaba a medio metro de ella y las células de su cuerpo daban saltos de alegría.

–Creo que es usted la encargada de la decoración floral de esta noche –tenía una voz de barítono. La miró y añadió–: Muy hermosa.

Holly estaba tan embelesada mirándole el color de los ojos que no le salió la voz. Eran de color azul ahumado, con destellos más oscuros en el iris. Ella alzó la barbilla.

–No me parece que sea usted un hombre que se haya detenido a oler las rosas.

Los ojos de él brillaron y se echó a reír.

–No hay nada que me guste más que una rosa con espinas. Cuantas más, mejor.

Holly intentó no mirarle la boca, pero su sonrisa la hizo pensar en lo que sentiría si esos labios se movieran tentadores y apasionados sobre los suyos. Sus labios eran de tamaño similar, firmes y bien definidos, muy sensuales y atractivos.

Como estaba tan cerca de ella, observó la barba incipiente en la mandíbula y alrededor de la nariz y la boca. Llevaba más de dos años sin acariciar un rostro masculino. Hacía tanto tiempo que no la besaba un hombre que ya no recordaba cómo era.

Zack le tendió la mano.

–Zack Knight.

Holly se la estrechó y notó una descarga eléctrica que le llegó hasta el centro de su feminidad. Debía pensar seriamente en salir más. Se estaba comportando como una solterona hambrienta de sexo, que desde luego lo era, pero, de todos modos…

La mano de él era grande y cálida. Sus dedos se cerraron en torno a los de ella, que pensó en cómo se sentiría si le acariciaran los senos, el vientre y aún más abajo.

–Holly Frost –se aseguró de volver a utilizar el tono de «nada de tonterías conmigo», pero Zack esbozó una sonrisa burlona, como si supiera el esfuerzo que debía hacer para que no se le cayera la baba.

Él fue el primero en retirar la mano, lo que la molestó porque parecía que ella no quería soltarlo. Pero observó que él abría y cerraba la mano un par de veces, como si el contacto le hubiera producido el mismo efecto que a ella, que no podía dejar de mirarlo.

El aroma a cítricos y madera de su loción para después del afeitado la embriagaba tanto como su presencia. Llevaba un traje azul que hacía resaltar aún más el color de sus ojos, y la camisa blanca, con los dos primeros botones desabrochados, dejaba al descubierto su poderoso cuello bronceado.

–¿Quiere tomar algo? –preguntó Zack.

A Holly no le convenía beber más alcohol. Se mareaba solo con mirarlo.

–No, gracias. Ya me he tomado las dos copas de esta noche.

–¿Tiene que conducir?

–No, tomaré un taxi.

–¿Me deja que la tiente a saltarte esa norma de solo dos copas?

Holly alzó la barbilla.

–No, no puede tentarme.

Zack sonrió como si pensara «eso ya lo veremos».

–¿Ha venido acompañada?

–No, he venido sola.

–¿Suele hacerlo? –algo en el tono de su voz la hizo preguntarse si hablaban de si tenía pareja o de algo más íntimo. Pensar en tener sexo frente a un hombre tan masculino como Zack era como estar frente a un charco de gasolina con una cerilla encendida.

Peligroso.

Una imprudencia peligrosa y estúpida.

Holly notó calor en las mejillas y un cosquilleo en todo el cuerpo. Su determinación comenzó a flaquear. Esbozó una tensa sonrisa.

–No quiero impedirle que hable con otros invitados.

–No me interesan. Me interesa usted –afirmó él mirándola con tanta fijeza como si fuera un tirador y ella el blanco.

–No sé qué le puede interesar de mí –se maldijo por dar semejante contestación, ya que parecía que estaba flirteando.

–¡Zack! –Kendra Hutchinson se les acercó pronunciando su nombre con voz estridente–. Veo que has conocido a Holly –Kendra le sonrió–. Le he contado a Zack todo sobre ti. Espero que no te importe.

Holly sonrió educadamente con los dientes apretados.

–¿Por qué iba a importarme? Si el señor Knight necesita flores para su boda, soy la persona a la que recurrir.

Kendra rio y se dirigió a Zack.

–¿No es preciosa? Sabía que congeniaríais.

–Preciosa, sin lugar a dudas –Zack le lanzó una mirada como la del cazador que ha escogido la presa.

–Holly lleva dos años y medio sin salir con un hombre –dijo Kendra a Zack–. ¿No te parece increíble?

Lo que a Holly se lo pareció fue que se contuviera para no quitarle a Kendra uno de sus tacones y clavárselo en las mejillas tratadas con colágeno y, ya puesta, arrancarle un par de dientes. Aunque de vez en cuando hubiera proclamado su furia contra los hombres en su cuenta de Facebook, no había especificado cuánto tiempo llevaba sin salir con ninguno. No era asunto de nadie.

¿Con quién habría hablado Kendra? ¿Con Jane? ¿O con Sabrina, su mejor amiga y su socia en el negocio?

–Veamos si consigo que cambie de idea –dijo Zack volviendo a sonreír.

Holly alzó la barbilla y lo fulminó con la mirada.

–Va a perder el tiempo.

–Es mío y lo malgasto como quiero.

Kendra sacó el móvil y lo levantó para sacarles una foto.

–Sonreíd.

Holly frunció el ceño.

–No, espera, no quiero que…

Demasiado tarde. Holly se imaginó lo que se avecinaba. Cientos, miles, posiblemente millones de personas la verían en las redes sociales junto a Zack, con la boca abierta como si fuera una adolescente en un concierto de su banda preferida.

Kendra comprobó que la foto había salido bien y sonrió. Se despidió agitando un dedo y fue a reunirse con otros invitados.

Holly miró a Zack con cara de pocos amigos.

–Debería habérselo impedido. Dentro de unos minutos, la foto estará en Instagram o en Twitter. Va a emparejarnos, antes de que se dé usted cuenta.

Él se encogió de hombros con despreocupación.

–¿Quién va a creérselo? No soy de los que se comprometen a largo plazo.

Holly se preguntó por qué. ¿Había algún motivo para que saliera con mujeres y las abandonara inmediatamente? ¿Acaso una mujer lo había rechazado y lo había dejado marcado para siempre? ¿Por eso rechazaba el compromiso emocional?

Zack agarró dos copas de la bandeja de un camarero que pasó a su lado y se volvió hacia ella.

–¿Sigue sin querer que la tiente?

Ella agarró la copa de champán tratando de no rozarle los dedos. Si se ponía muy pesado, podía lanzársela al rostro.

–Yo tampoco soy de las que se comprometen. Supongo que Kendra ya se lo habrá dicho.

Él dio un sorbo de la copa y volvió a mirarla.

–Me ha dicho que le han partido el corazón dos veces.

¡Vaya! ¿Por qué, dos años y medio después, se continuaba hablando de su maldita vida amorosa? Era lamentable. Y vergonzoso.

–Eso no es del todo correcto. Yo diría que me lo magullaron.

–Una magulladura también duele.

–¿Habla la voz de la experiencia o es pura observación?

Él alzó la copa como si fuera a brindar.

–Es difícil llegar a los treinta y cuatro sin daños colaterales.

¿Qué le producía ese brillo cínico en los ojos y esa sonrisa burlona?

–¿Por qué estudió Derecho de Familia y no otra especialidad?

Él siguió mirándola fijamente.

–¿Por qué es usted florista?

–Me encantan las flores.

–Pero ¿por qué las flores de boda?

Holly notó que las mejillas le ardían al pensar en lo obsesionada que había estado con todo lo relacionado con las bodas. En las paredes de su habitación no tenía carteles de actores o cantantes, sino de novias. Y en clase no garabateaba nombres de chicos, sino que dibujaba ramos de novia.

–Aunque ya no quiera casarme, no por eso han dejado de gustarme las bodas. Son acontecimientos felices donde las familias se reúnen para celebrar el compromiso de una pareja a la que conocen y quieren. Me encanta formar parte de eso. Ayudar a la novia a elegir lo que desea, averiguar cómo concibe ese día especial y contribuir a que así sea. Me encanta ver la iglesia, el jardín o el lugar donde se celebre la boda decorado con mis diseños. Y la idea de que la novia lleve un ramo que he compuesto especialmente para ella me satisface mucho, y no solo desde el punto de vista económico.

Holly se interrumpió para tomar aire y se dio cuenta de lo mucho que le había contado y de que él sabía escuchar.

–No ha contestado a mi pregunta: ¿por qué Derecho de Familia?

–Paga las facturas.

Holly observó el traje que llevaba.

–Y parece que muy bien.

Zach sonrió. ¿Cómo podía ser tan atractivo?

–La regla de oro para triunfar en tu profesión es no infravalorarte. Si se te da bien lo que haces, tus honorarios deben reflejarlo.

–¿No hay una línea muy fina entre cobrar por un servicio y explotar a alguien en un periodo de vulnerabilidad? –preguntó ella enarcando las cejas.

–No exploto a mis clientes, sino que les ofrezco aquello por lo que pagan: un servicio excelente.

Holly sonrió forzadamente.

–Así que, si alguna vez me divorcio, parece que debo acudir a usted.

A él le brillaron de nuevo los ojos y a ella se le hizo un nudo en el estómago.

–Lo mismo digo con respecto a las flores de boda.

«Flirteas con él».

«No».

«Sí, y te encanta».

Holly dio un sorbo de champán.

–No quiero entretenerle y evitar que lo haga.

–¿El qué?

Ella señaló a los invitados.

–Que conozca a una mujer y tenga con ella una aventura sexual de una noche.