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La frescura de Lafuente es una comedia teatral del autor Pedro Muñoz Seca. Como es habitual en el autor, la pieza se articula en torno a una serie de malentendidos y situaciones de enredo contados con afilado ingenio y de forma satírica en torno a las convenciones sociales de su época. En este caso, la trama se articula en torno a la traición amorosa sufrida por un adinerado hidalgo mexicano, y su posterior venganza.
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Seitenzahl: 112
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Pedro Muñoz Seca
JUGUETE CÓMICO EN TRES ACTOS Estrenado en el TEATRO CERVANTES de Madrid, el 21 de Diciembre de 1916
Saga
La frescura de Lafuente Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1915, 2020 SAGA Egmont All rights reserved
ISBN: 9788726508208
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
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A “El Mentidero”, el periódico más gracioso de España.
Los Autores
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Especie de plazoleta en el jardín de un cementerio. En el fondo, espeso arbolado y alguna que otra lujosa estatua. En el lateral derecha y ocupando el segundo term í no, un trozo de la verja que circunda un panteón que no se ve. En el lateral izquierda, un macizo o verja que simula dar acceso a otro mausoleo que tampoco se ve. En escena, dos bancos rústicos. Es de d í a. La acción en Madrid. Epoca actual y en el mes de Mayo por más señas.
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(Al levantarse el telón, venancio, oficial de marmolista, en traje de faena, tumbado en el suelo, duerme ante el mausoleo de la derecha. matias, de igual oficio que Venancio, entra en escena desperezándose y bostezando. )
Mat. (Dando con el pie a Venancio v despertándole. ) ¡Venancio!... ¡Venancio!...
Ven. (Incorporándose. ) ¿Qué pasa? (Bosteza. )
Mat. Pero hombre, ¿te has dormido, con lo que tenemos que trabajar?
Ven. (Desperezándose. ) ¿Qué hora es, Matías?
Mat. (Sacando su reloj. ) ¿Quieres hora exacta?
Ven. Natural.
Mat. Pues verás: yo tengo las once y cuarenta y dos; de modo que son... (Piensa un instante. ) Las cinco y catorce.
Ven. ¿Oye, ese reloj es Longines, por un casual?
Mat. NO es Longines, pero por treinta céntimos que me costó, no querrás que me diesen el meridiano de París.
Ven. También es verdad.
Mat. Vamos anda, hombre, que todavía nos queda tarea.
Ven. ¡Voy. hombre, voy, que no lo dejais a uno ni tomar una bocaná dʼoxigeno!
Mat. ¡Cuidao que eres vago, Venancio!
Ven. Lo mismo me decía mi abuela y lo mismo me dirán mis nietos. Mira, yo leí en una hoja dʼalmanaque la siguiente tontería: «Cuanto menos trabajes, menos te cansarás.» Santa Bartola, Virgen y madre Abadesa.
Mat. No, si a ti, chirigoteo y vagancia no te faltarán.
Ven. Y oye ahora que no hacemos na y muchos años dure. ¿Tú sabes por qué estamos haciendo cisco el ornamento de este mausoleo?
Mat. ES toda una historia.
Ven. Caray, cuenta, hombre: y si no te sirve de molestia, hazme un cigarro.
Mat. A ver si viene el maestro y nos coge mano sobre mano.
Ven. Déjate de ñoñadas y relata.
Mat. (Haciéndole un cigarro a Venancio. ) Pues verás.
En este magnífico panteón yacían hace meses, los restos mortales de una señora, que, cómo sería de bonita, que había oztenido cinco premios de belleza en Copenhague, Budapest, Berlin, London y Alcázar de San Juan. (Dándole el cigarro sin pegar. ) Engoma.
Ven. Se agradece.
Mat. Pues como te digo, la aludida, que era una señora del vivir festivo y placentero, se alió con este don Pancho Zacatecas, que ya conoces y que es un mejicano que empieza a tirarte billetes de banco y antes de que se le acaben tiene la muñeca dislocada.
Ven. ¡Qué bruto!
Mat. Pues durante catorce años vivieron en una felicidad terrenal y observó la socia una conducta, que don Pancho enajenao de placer ideó casarse, pero de pronto y hallándose entrambos en Madriz, ¡zás! sucumbe la futura esposa y él, traspasao de pena, le erigió este monumento necrológico que le pasó de los veinte mil duros.
Ven. ¡Qué dolor!
Mat. Fin de la primera parte.
Ven. Continúa que eso es más interesante que los cinco antifaces de los cuarenta asesinos misteriosos.
Mat. Pues ahora verás. El tal don Pancho Zacatecas, pa mitigar su dolo, flota un yate, se hace a la mar, recorre el mundo, se detiene en San Francisco de California donde había conocido a aquella miniatura y se informa de que Nina Petterson, como reza esa lápida y como la tal decía denominarse, ni se llamaba Nina Petterson, ni había nacido en Escocia, como ella aseguraba, ni era hija de Petterson, el rey del bacalao, sino que se llamaba Paca Fe, y había nacido en Puerto Rico.
Ven. Me dejas como una estalactita
Mat. Y ahora viene lo gordo. Sospechando que la portorriqueña le había tomado el cuero capilar, se traslada el señor Zacatecas a su casa de Méjico, indaga, requisa, olfatea, rompe un secreter de ébano que tenía un secreto y se encuentra con un manojo de cartas amorosas dirigidas a Nina por un tal Equis y en las que ponía a don Pancho como para cogerlo con unos alicates.
Ven. ¡Chavó!
Mat. Bueno, pues don Pancho se vino a Madriz como pudo, porque él no sé qué cargo político ha tenido en Méjico. Trasladó a Puerto Rico los restos de Nina, buscó al señor Frías, nuestro maestro, le contó la historia que yo acabo de referirte y le dijo: «En muy pocos días tiene que quedar ese mausoleo cambiao por completo y en condiciones de que guarde algún día las cenizas de este cuerpo simple.
Ven. ¡Pobre hombre!
Mat. Y por eso estamos nosotros trabajando en la destrucción alegórica.
POLANCO (Guarda del cementerio, que ha entrado en escena por la izquierda. ) Bueno, eso de que estais trabajando se lo contais a un tonto porque yo que no hago otra cosa que pasearme por aquí os veo a todas horas, o echando una cabezada, o echando un cigarro.
Ven. ¿Pero lo dices en serio?
Pol. Fíjate en la cara.
Ven. Pero hombre, si tú eres más vago que un coche, que pa que ande tien que tirar de él.
Pol. Eso de vago me lo dirás porque hace diez días que vago por aquí y vago por allá.
Ven. Y vago por todas partes, nos ha fastidiao.
Pol. Quiero decir, para que entiendas el vocablo, que hace diez días discurro por estos alrededores a ver si me tropiezo con el sinvergüenza que me pela los macizos de ahí abajo y me lleva los pensamientos.
Mat. Pero quién va a venir tan lejos a por pensamientos. Tú deliras, Polanco.
Pol. Yo deliraré, pero a mí me se llevan los pensamientos y como pesque al ladrón, tengo el pensamiento de darle con esta vara de nardos, (Por una garrota que conduce. ) en mitad de los sesos. Bueno, no quiero interrumpir por más tiempo vuestro penoso trabajo: voy a seguir vagando. Hasta ahora. (Vase por la derecha. )
Mat. Adiós, hombre.
Ven. Supongo que no habrás creído lo del robo.
Mat. Vamos, quita. La verdad es que este oficio de guarda de una necrópolis, es un oficio descansao.
Ven. Figúrate, cuatro pesetas diarias y esperar la resurrección de la carne.
Mat. Bueno, tú, vamos a la obligación.
Ven. Aguarda, hombre, que tiempo hay. Escucha; ¿tú sabes si esta Nina Petterson...
Mat. Si tú fueras capaz de guardar un secreto, te haría yo un favor.
Ven. ¿Cuál?
Mat. El de enseñártela.
Ven. ¿Qué dices?
Mat. Que hace días, estando aquí don Pancho con el maestro, tiró de papeles y se le cayó esta tontería de platino. (Saca un retrato y lo enseña a Venancio. )
Ven. (Encandilado. ) ¡Mi madre, qué gachí!
Mat. Como que no se lo devuelvo. Esta calcomanía la clavo yo con cuatro tachuelas en la cabecera de mi cama, pa darme pisto.
Ven. Y está dedicao, tú. (Leyendo. ) «Para tí. Nina.»
Luisa Por aquí, Benita.
Mat. (Cogiendo el retrato y guardándoselo. ) Trae, que viene gente. (Por la derecha último término, entran en escena benita y luisa, monisimas doncellas de casa grande. Vienen enlutadas y conducen unos crespones y una cesta con flores. )
Ven. Vaya unos calamares pa después de un pollo.
Ben. (Advirtiendo la presencia de Venancio y Matías y saludando, seriamente. ) ¡Santas y fúnebres!
Luisa (Saludando también. ) ¡Buenas y cadavéricas!
Mat. ¡Qué guasonas!
Ven. (A Benita y Luisa. ) A dos vivas como ustedes hay que contestar con otros dos vivas: viva la gracia y viva el donaire.
Ben. (A Luisa. ) Anda, tú, deja la cesta. (Colocan la cesta y los crespones en uno de los bancos. )
Mat. Oiga joven; una pregunta y usted dispense. ¿Los restos mortales que esperaban para depositarlos en esa cripta funeraria, han llegao ya por un casual?
Ben. No señor; la tumba está vacía, los esperamos de mañana a pasado.
Mat. (A Venancio. ) Ya te decía yo que ese panteón estaba vacío. (A Benita. ) Oiga usted, ¿y traen desde muy lejos los despojos?
Ben. Desde Méjico.
Mat. ¡Arrea!
Ven. Otra pregunta y vuelva usted a dispensar.
¿Eso de Cabezón que reza ahí en la lápida, es apellido, mote o chunga?
Ben. ¿Le interesa a usted mucho el saberlo?
Ven. Estoy con fiebre.
Ben. Pues es apellido y bastante vulgar. ¡Apenas si hay Cabezones en el mundo!
Mat. Aquí tiene usted uno. (Le quita la gorra a venancio y hace que éste luzca una olla braquicéfala que mete miedo. )
Ven. Y a mucha honra.
Luisa ¡Caray, qué sandia! (Ríe.)
Ben. (Riendo también. ) ¡Pobre almohada!
Mat. Pues él, satisfechísimo.
Ven. Ya lo creo. Y eso que ahora con el desarrollo corporal se mʼha contenido un poco, pero de chico, ¡anda! Me hicieron una vez una gorra de marinero aprovechando la tela de un paraguas y me tuvieron que poner en la cinta... «Viva el arrojo y la bravura de los intrépidos marinos españoles», y pa completar me bordaron a cada lao un submarino. Total, tres mil pesetas.
Mat. Como que en el padrón le ponen los guardias... «El cabezota de familia.» (Rien )
Ven. (Recuperando su gorra. ) Dame acá el toldo. (Se cubre. )
Luisa (A Benita ) Bueno, chica, ¿qué hacemos?
Ben. Qué sé yo. La señora nos dijo que esperásemos. Tú verás.
Mat. Pues no tienen ustedes más que dos dilemas: u orar sobre las tumbas u conversar con estos dos gentiles hombres.
Ven. Y la elección no es dudosa, porque aquí la joven que no conoce a ninguno de los difuntos ¿qué ora?
Ben. Tiene usted razón.
Ven. De modo que tenga usted la bondad, pa matar el rato, de satisfacerme una curiosidaz que me tié que no duermo.
Ben. Usted dirá.
Ven. (Por la lápida ) ¿Ese Cabezón, fué el cabecilla que mataron en Méjico hace diez meses, cuando se levantó el general Puertas?
Ben. Sí, señor; el mismo. Murió como un héroe al pie del Castillo de Jalapa, cerca del Estado de Aguas Calientes.
Mat. Oiga usted, ¿cómo fué la tragedia?
Ben. Pues verá usted; el señorito Gabino y el general Puertas eran como hermanos y un buen día se levantó Puertas contra el presidente de la República y nombró a su amigo Cabezón, cabecilla. Entonces el presidente pregonó la cabeza de Cabezón y mandó contra él seis mil hombres. Se libró una batalla y el pobre señorito quedó muerto y mutilado cerca del castillo de Jalapa. Los contrarios le reconocieron por unos documentos que llevaba consigo. Le llevaron a Méjico, le enterraron, y la señora que le quería con ceguedad mandó construir ese panteón, para depositar sus restos, mandó erigir un monumento alegórico en el lugar en que fué hallado su cadáver y le ha levantado una estatua en Valdemorillo, su pueblo natal.
Ven. (Mirando hacia el lateral derecha. ) ¿Y ese busto es su retrato?
Luisa Ese. Dicen que tenía una barba y una cabellera rizada que eran un prodigio.
Mat. Tú, que me parece que viene ahí el señor Frías. vamos a trabajar.
Ven. Bueno, hombre. Con permiso de ustedes.
Ben. ¡Ah! ¿Pero trabajan ustedes en ese mausoleo?
Ven. Si, señora.
Luisa (A Benita. ) Estos nos pueden decir...
Ben. Entonces sabrán ustedes quién es el dueño.
Mat. Casi nadie; un tío que tiene cuarenta millones de pesetas y un yate.
Ven. Como si dijéramos un vagabundo. Pero ustedes son más ricas.
Ben. ¿De veras?
Ven. ¡Huy, qué ricas!...
Mat. (A Venancio. ) Anda (Se va por la izquierda. )
Ven. (Haciendo mutis tras Matías y desperezándose. ) Vamos a echar un ratito. (Vase. )
Luisa Escucha, Benita; cuarenta millones de pesetas, veintidós millones más que la señora. ¡Qué espanto!
Ben. Pues yo insisto en que esa levita que lleva, que parece que la ha heredado de Salamanca, no es de un hombre tan riquísimo.
Luisa Ni la chistera tampoco, pero es que los hay tan avaros, que lo único que gastan son las prendas.
Ben. Jesús, qué roña, hija.
Luisa Y tú sigues creyendo que la señora...
Ben. Mira, chica, para mí que desde que la señora se percató de que a ese mausoleo venía a llorar todas las tárdes el de la levita, redobló sus visitas al cementerio.