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Entre ambos existía una química que ninguno de los dos podía negar Jacinda había viajado a Australia para huir de un hombre, no para encontrar a otro. Pero no podía alejarse de Callan Woods, el guapísimo cowboy australiano. Una ex guionista de Los Ángeles y el propietario de una explotación ganadera… Jacinda sabía que no formaban la pareja ideal. Sin embargo, sabía que el amor de aquel hombre la ayudaría a superar cualquier cosa, pero ¿podría ella ayudarlo a él del mismo modo?
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Seitenzahl: 235
Veröffentlichungsjahr: 2017
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2006 Lilian Darcy
© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
La fugitiva y el ranchero, n.º 1644- septiembre 2017
Título original: The Runaway and the Cattleman
Publicada originalmente por Silhouette® Books.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-506-2
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Si te ha gustado este libro…
PARECÍA un vaquero contra el fondo rojizo del polvo del desierto interior australiano y el interminable cielo azul.
O, para ser más precisos, parecía la fantasía que toda mujer tenía sobre los vaqueros.
Llevaba un sombrero de ala ancha sobre la frente. Le ocultaba el rostro, de modo que el color de sus ojos resultaba imposible de descifrar, pero un vistazo a su perfil le indicaría a una mujer de sangre caliente todo lo que necesitaba saber. Mandíbula fuerte, boca firme, intensidad en el modo en que observaba el mundo.
Y su cuerpo era incluso más fuerte que la mandíbula, pero no era el tipo de hombre que necesitaba llevar las camisetas demasiado ceñidas para resaltar los abdominales como tablas de lavar y los bíceps voluminosos. Los músculos estaban ahí, inmóviles bajo los vaqueros viejos y el algodón de la camiseta. Había aprendido a conservar la energía para cuando la necesitara de verdad. En ese momento, estaba apoyado con los antebrazos bronceados sobre la barandilla que tenía delante, tal como lo habría hecho sobre la puerta de un corral de vacas.
Era un ganadero australiano, que sólo respondía ante su enorme extensión de tierra, sus animales y su familia.
Nueve de cada diez mujeres le echaban un buen vistazo al pasar a su lado. Ocho de cada diez quedaban impresionadas con lo que veían y les habría gustado averiguar más.
Pero si el ganadero notaba la atención femenina que recibía, no lo demostraba. Era como si los pensamientos de Callan Woods se hallaran a kilómetros de distancia.
—Míralo, Brant. ¿Qué vamos a hacer?
Branton Smith se sentía tan impotente como la pregunta de su amigo Dusty Tanner.
—Estar aquí para lo que necesite, supongo —respondió Brant.
No le sorprendió la risa burlona de Dusty.
—¡Suenas como una columna de consejos en una revista de adolescentes!
Cierto.
Los dos habían estado para Callan desde la muerte de su esposa Liz cuatro años atrás, y daba la impresión de que ese último año se había replegado aún más en sí mismo.
Los tres eran íntimos amigos desde que fueron a la escuela de Cliffside en Sydney hacía diecisiete años. En aquel entonces, habían sido tres jóvenes fuertes y tímidos del interior que salían de casa por primera vez para ir a un internado, en compañía de los hijos de agentes de bolsa, agentes de la propiedad inmobiliaria y magnates de automóviles.
En ese momento, eran socios; dueños de caballos de carrera, cinco animales hermosos y estilizados, de los cuales dos corrían ese día en la feria. Tres de sus caballos entrenaban en un lugar próximo a la extensa propiedad de ganado ovino de Brant, al oeste de las Montañas Nevadas, mientras que los dos que corrían ese día estaban a cargo de un entrenador en Queensland, cerca de la propiedad de Dusty.
Su briosa yegua de dos años, Surprise Bouquet, había realizado una participación razonable en su debut esa mañana. Había terminado quinta entre dieciséis participantes después de una mala salida, y en la próxima carrera mejoraría. Saltbush Bachelor era el caballo en el que depositaban verdaderas esperanzas para ese día.
Callan, Brant y Dusty no podían reunirse muy a menudo, dada la distancia que había entre sus propiedades, pero ese día de carreras era una tradición que mantenían siempre que podían. Callan había fallado un par de años durante la enfermedad de Liz. Ésta había muerto por esa época del año… a finales de septiembre.
Quizá ése era parte del problema de Callan. Las Carreras de Birdsville, septiembre y la muerte de Liz formaban un todo en su corazón.
—Tiene treinta y tres años —musitó Dusty—. No podemos dejar que siga pensando que su vida se acabó, Brant.
De pie junto a sus dos amigos, Callan no pensaba eso.
Sabía que sus amigos estaban preocupados por él, que creían que ya era hora de seguir adelante, de encontrar una nueva madre para sus hijos.
En algún momento, también él había pensado lo mismo.
Para ser precisos, hacía tres años, en esa misma carrera anual.
Aunque para él era como si hubiera sido el día anterior.
Todavía recordaba el pánico, la soledad, el apetito físico, el dolor de su propia pérdida y el dolor aún más duro por lo que sus hijos se iban a perder sin una madre, después de aquel interminable año sin Liz.
Pero, ¿en qué diablos había estado pensando aquel día? ¿De verdad había creído que una chica de ciudad, aficionada a las fiestas, de veintipocos años y con bonitas piernas, con una copa de champán en una mano y una guía de carreras en la otra, podría ayudarlo a seguir adelante?
Las pecas en la nariz no eran las de Liz. Su cabello no tenía la tonalidad rubia del de Liz. Sus curvas, su voz, no eran las correctas. Había estado buscando todas las cosas equivocadas y ni siquiera las había encontrado.
—Están en la barrera —informó Brant—. Parece que el caballo está deseando salir.
—Y Garrett tiene hambre de victoria —añadió Dusty—. Lo montará perfectamente.
Los dos hombres tenían unos prismáticos pegados a los ojos. No querían perderse ni un segundo de la carrera.
Callan se incorporó lo suficiente como para responderles:
—Sí, Mick Garrett es un buen jockey —pero no se llevó sus propios binoculares a los ojos y apenas notó la tensión que dominó a sus dos amigos a medida que avanzaba la carrera.
De hecho, pensó en sus hijos en Arakeela Creek con su abuela, en lo que tenía que hacer con el ganado la semana siguiente cuando regresara a casa, otra vez en lo sucedido tres años atrás en Birdsville y en aquel desastre de una mujer de piernas bonitas que ni en un millón de años podría haberse parecido en algo a Liz.
¡Odiaba recordar! Había estado tan desesperado por el dolor y la soledad… pero, ¿cómo había podido pensar que intimar con una desconocida podría sanarlo, y menos proporcionarles a él o a sus hijos un futuro mejor?
La carrera entró en la curva más alejada de la pista y los colores de los jockeys se tornaron borrosos. Desde ese ángulo, resultaba imposible ver cómo le iba a Saltbush Bachelor. Mientras no lo encerraran por el interior. Mientras Garnett no esperara demasiado para espolearlo.
El impulso de la carrera se incrementó cuando los caballos alcanzaron la recta final.
—¡Lo va a conseguir! —gritó Brant—. Está ahí. Va a ser una llegada muy cerrada. ¿Ves a Dusty? ¿Callan?
Éste no respondió.
Los caballos pasaron al galope, las patas casi un espejismo, los colores de las camisolas de los jockeys mezclados otra vez. Quedaron veinte metros, luego diez.
—Está ahí, está… no, no va a ganar, pero sí será segundo. Es… diablos, está perdiendo terreno, pero va a entrar… —Brant calló.
¿Segundo? Tendrían que esperar el resultado oficial. Brant oyó el sonido distorsionado del sistema de altavoces durante varios segundos y logró captar ganador y colocados. Contando con la distorsión, ninguno sonaba remotamente a Saltbush Bachelor. Su caballo había perdido el tercer puesto por un hocico.
A su lado, Callan ni siquiera reaccionó y Brant y Dusty se miraron.
—Habla con tu hermana, Brant —sugirió Dusty—. Quizá esto necesite un toque femenino. Nuala tiene una buena cabeza sobre los hombros.
—Una buena cabeza llena de ideas descabelladas —indicó Brant.
—Tal vez lo que necesitemos sea una idea loca.
—Sí, porque las normales no han funcionado, ¿verdad? De acuerdo, cuando vuelva hablaré con ella. Pero te lo advierto, quizá se trate de una idea que no queramos escuchar.
Dusty mostró una expresión obstinada.
—Si hay una posibilidad de ayudar a Callan, amigo, en este punto escucharé cualquier cosa.
CÓMO vamos a pagarle a Nuala por ocurrírsele este plan de ensueño? —le preguntó Dusty a Brant casi seis meses más tarde.
Las carreras de Birdsville se habían celebrado el primer fin de semana de septiembre. Y era un viernes de finales de febrero. Sus caballos habían disfrutado de un par de victorias prometedoras durante la temporada de primavera. La propiedad de Brant había recibido lluvia por encima de la media, mientras la de Dusty se había abrasado bajo el intenso calor estival de Queensland.
Y Kerry Woods, la madre de Callan, había vuelto a hablar con ambos acerca de lo preocupada que estaba por su hijo.
—Fuiste tú quien dijo que no le importaba lo descabellada que fuera la idea, y que mientras hubiera una oportunidad de ayudar a Callan, lo harías —le recordó Brant, un poco a la defensiva por su hermana, a pesar de que él mismo había tenido algunas fantasías en el último par de semanas, desde la aparición del número de febrero de la revista Today’s Woman.
—Y aquí estoy, ¿no? —replicó Dusty—. Lo hice. Di mi foto para esa condenada revista. Tuve que exponer mis aficiones y quién era, y… —con los dedos indicó que citaría—… lo que busco en una mujer y porque creo que el amor puede durar. Y luego la revista no empleó ni una cuarta parte de lo que dije.
—A ti te fue mejor que a mí con esas preguntas —comentó Brant.
Dusty se encogió de hombros y sonrió.
—Fui más sincero.
—¿Es que no tienes instinto de supervivencia?
—Mucho. Pero no miento bien. ¿Tu hermana realmente cree que Callan va a encontrar lo que busca de esta manera?
Los dos miraron alrededor de la sala. Eran pasadas las seis y el aire acondicionado en el elegante local portuario combatía el persistente calor de Sydney. Las playas estarían llenas de cuerpos bronceados y las calles atestadas de tráfico. Era un lugar atractivo para tomar unas copas, con vistas a Darling Harbour.
Se hallaba a años luz de los paisajes que rodeaban las casas de Brant, Dusty y Callan.
Brant calculó que tenía que haber unas cincuenta personas. Parecían consistir en veinte hombres solteros del interior y veinte mujeres solteras de la ciudad, al igual que algunos periodistas y fotógrafos de la revista y las personas encargadas del catering, que se movían con destreza con bandejas con copas y canapés.
—No encontrar lo que busca, sino averiguar qué busca, según palabras de Nuala —le aclaró a Dusty.
—Nuala, quien acaba de anunciar su compromiso con un hombre al que conoce desde los… ¿tres años? —señaló Dusty—. Oh, sí, es una verdadera experta en temas de pareja.
—Conseguir la ayuda de Nuala fue idea tuya. Y no sale con Chris desde los tres años —dijo Brant, defendiendo las credenciales de su hermana menor—. Al irse a la universidad, ni lo miraba. Fue a Europa durante tres años.
—¿Tuvo novios entonces?
—Aunque ha tachado los nombres de sus archivos personales, sí, tuvo algunos.
—¿Y de verdad cree…?
—¿Quieres que cite sus palabras textuales? «Esto hará que Callan se centre en lo que quiere y en lo que falta en su vida. Le recordará que aún hay algunas mujeres buenas en el mundo aunque ya no esté Liz. Le mostrará que no es el único cuyo corazón se ha…·»
Calló. Iba a decir «hecho pedazos», pero ya no estaban solos.
—¡Hola! ¿A quién tenemos aquí? Dustin, ¿verdad?
La entusiasta estadounidense consultó con discreción unas notas en un portapapeles, mientras un hombre que había a su lado sacaba unas fotos. Los dos eran de la revista.
El flash hizo que Dusty parpadeara.
—Llámame Dusty —dijo.
—Dusty… —la americana sonrió de forma artificial.
Parpadeó y apenas miró en su dirección. Tenía un cabello liso, boca ancha y un aire distraído. Mientras se apartaba de ellos, Brant vio que sus piernas eran bonitas. También Dusty las estudió con interés.
—Hoy has venido a conocer a Mandy, Dusty, ¡y aquí está! —exclamó la estadounidense.
Mandy avanzó. Mediría aproximadamente un metro sesenta y tenía unas piernas corrientes, pero poseía ojos oscuros y una sonrisa abierta.
Dusty pareció un poco desconcertado por la actitud de ella, pero cuando respondió a la pregunta que le había formulado y ella escuchó con esos ojos enormes clavados en su cara…
Hasta Brant habría sentido el ego reafirmado. Resultaba agradable disponer del interés sincero de una mujer. Fue a buscar una copa, preguntándose con cierta curiosidad cuál de las mujeres que había en el salón aún sin pareja le había sido reservada a él.
Al pasar junto a Callan, no pudo evitar notar que su amigo, el objeto de todo ese estrambótico ejercicio, mentalmente se hallaba a kilómetros de allí.
—¿Por qué estoy aquí? —musitó Jacinda Beale para sí misma.
Como siempre, había reaccionado a ese cóctel extravagante como un animal atrapado en un poderoso foco de luz. No conocía a nadie. Aún no le habían presentado al hombre al que se suponía que debía conocer.
La mujer que debía desempeñar esa tarea, daba vueltas alrededor con aspecto tan estresado como el de los invitados, muchos de los cuales evidentemente eran demasiado tímidos para mezclarse con facilidad.
«¿Qué haces aquí, Jac?»
«Adelante, elige una opción», fue el comentario cínico y asustado que le devolvió su cerebro. «Después de todo, eres guionista. Elegir entre diferentes motivaciones de los personajes es una de las habilidades de tu profesión».
Había varias opciones entre las que escoger, algunas más sinceras que otras.
«Porque cedí a un impulso demente y pensé que podría ser divertido».
«Porque la revista Today’s Woman publica una serie de artículos titulados «Se Busca: Esposas Ganaderas» y dio la casualidad de que primero, yo adiviné correctamente qué descripción encajaba con la foto del ganadero y segundo, escribí una carta lo bastante atractiva y ortográficamente correcta como para perfilar en trescientas palabras o menos por qué debería llegar a conocerlo».
Porque, se creyera o no, una invitación a ese cóctel estaba considerada una especie de recompensa.
«Porque estoy desesperada y pienso abrir cualquier puerta que tenga lo que parezca un pomo».
«Porque soy escritora, y considero esto una investigación».
Esa última la asustaba. Los escritores podían afirmar que, prácticamente, todo era una investigación, y en el pasado para ella, dicha afirmación había sido cierta. En nombre de la investigación, había probado joyas caras, hurgado en el cubo de la basura de un desconocido, subido a una montaña rusa realmente terrorífica, comido en dos o tres de los restaurantes más famosos de los Estados Unidos… La lista continuaba.
Pero, ¿seguía siendo una escritora?
La guionista jefe de Heartbreak Hotel, Elaine Hutchinson, todavía pensaba que lo era.
—Estás bloqueada, Jac —le había dicho hacía seis semanas—. Tienes buenos motivos para estarlo. Y necesitas un descanso. Llévate a esa hija preciosa que tienes, cruza el océano y no vuelvas en un mes. Por ese entonces, estarás loca por continuar y podré darte la parte de Reece y Naomi, porque eres la única en quien confío para lograr que su diálogo parezca remotamente creíble.
Sabía cuál había sido la intención de Elaine. Y había estado de acuerdo. Debía poner distancia entre Kurt y ella hasta ser más fuerte, hasta estar mejor equipada para seguir adelante.
Y el Océano Pacífico era el más grande, además de tener la fortuna de que rompiera en California, de modo que ahí estaba en su otro extremo, Australia, en el fondo del mundo, en el fondo de una copa, en un cóctel en el que no se divertía, como en ninguno de los innumerables cócteles a los que había asistido con Kurt.
Ni siquiera cuando habían estado enamorados.
El corazón le dio un vuelco.
Sí, en una ocasión había sido lo bastante ingenua como para amarlo.
Pero su matrimonio le había dado a Carly, su adorada hija, de modo que no había sido tan desastroso.
—¿Jacinda?
Era la voz de una mujer con acento estadounidense, como ella.
Se volvió y vio a la vivaz editora de la revista a la que había saludado al llegar.
Era el momento de las presentaciones.
Había un hombre ligeramente detrás de la editora. Más atractivo que en la foto, aunque también parecía bastante menos cómodo. La foto lo había mostrado en su elemento natural, con una pierna larga y enfundada en vaqueros apoyada en una roca rojiza y el polvoriento sombrero de fieltro perfilado contra un cielo del color más azul que había visto. Tenía los dedos cerrados sobre el pelaje de un gran perro pastor, de color rojizo también, y una sonrisa que le entrecerraba tanto los ojos, que ni se los podía ver.
Sin embargo, en ese momento pudo vérselos y eran increíbles. Azules, profundos, ahumados, con un abanico de emociones que treinta segundos antes habría considerado demasiado complejo para un ranchero australiano.
Today’s Woman no había dado pistas falsas. El cielo del interior, el perro pastor y el lagarto de aspecto temible en la roca, que su amiga australiana, Lucy, había identificado como un dragón barbudo, había sugerido que el hombre era Callan Woods, ganadero, no Brian Snow, con minas de ópalos, o Damian Peterson, petrolero, o cualquiera de los otros diecisiete buscadores de esposa, cuyas fotografías y detalles biográficos habían aparecido en el número de febrero de la revista.
Today’s Woman afirmaba que había muchos hombres solitarios en el interior australiano. Era un territorio enorme, donde esos hombres dirigían sus negocios y tenían problemas para encontrar a la mujer adecuada.
Jac sabía que no iba a ser eso.
No para ese hombre.
Pero no era ese el momento de decírselo.
—Callan, te presento a Jacinda —dijo con vivacidad la editora de la revista.
—Hola —fue todo lo que dijo él.
No parecía contento de estar ahí… lo que les proporcionaba al menos una cosa en común.
—¿Puedes creer cómo logró asociarte Jacinda con tu foto, Callan? —expuso Shay—. ¡Identificó la especie de lagarto que había en la roca! ¿Puedes creértelo?
—¿Sí? ¿El dragón barbudo?
Un destello de interés apareció en esos ojos increíbles cuando tardíamente extendió la mano para estrechar la suya. Tenía un apretón firme y seco, aunque breve, como si no quisiera que ella se hiciera una idea equivocada.
—El lagarto fue el motivo por el que te elegí para querer conocerte —confesó—. A mi hija le pareció muy atractivo.
Demasiado tarde, comprendió que no era un comentario muy diplomático. Se suponía que el atractivo tenía que ser Callan, no un reptil de la fauna autóctona del sitio donde él vivía.
Pero a Callan no pareció importarle el desliz.
—Sí, a mi hijo Lockie le encantan —los ojos se le iluminaron al mencionar al niño—. Tuvo uno como mascota, pero no pudo soportar que lo enjaularan.
—¿Así que tú también tienes hijos? —preguntó Jac. Podía llegar a ser el único tema de conversación que tuvieran—. Mi hija tiene cuatro años.
—Yo tengo dos niños. Lockie tiene diez años. Josh, ocho. Perdimos… —calló y respiró hondo—. Es decir, mi esposa murió hace cuatro años. Lo siento. Debía decírtelo desde el principio —bajó la voz y miró a Shay, quien ya se dirigía a su siguiente presentación.
—Está bien —aseveró Jac.
—En realidad, no soy… ¿cómo se dice?… Un Corazón Salvaje en Busca de Amor —parodió las palabras de la revista—. Un par de amigos querían tomar parte en esto y yo estoy aquí como apoyo.
Miró por encima del hombro y vio a dos hombres altos. Uno de ellos miraba a una morena pequeña colgada de su brazo. Los saludó para que se fijaran en Jacinda .
—Lo hago por ellos —continuó—. Por Brant y Dusty. No busco a nadie en serio. Quiero ser claro contigo al respecto.
Los amigos miraban a Callan.
Jac se fijó en la expresión ansiosa que mostraban sus rostros y el modo en que los evaluaban a los dos, y reconoció la verdad en el acto, una vez que ese hombre le había hablado de la pérdida sufrida.
¿Callan lo hacía por ellos?
No, era al revés. Brant y Dusty lo hacían por él.
—Está bien —le repitió con rapidez—. Es una situación muy artificial, ¿verdad? Cualquiera que albergara esperanzas serias de conocer a la persona adecuada, estaría loco. Pero no creo que eso lo convierta en un ejercicio inútil. Ya sabes, para conseguir un poco de práctica… o de ratificación, quizá. Yo estoy divorciada. Y fue un divorcio horrible —«ves, yo también tengo cicatrices»—. Me es imposible recordar cuándo fue la última vez que hablé con un hombre que no conozco, sólo por el placer de establecer cierto contacto.
Él asintió, pero no ofreció una respuesta directa.
Pasados unos momentos de silencio, dijo:
—No eres australiana.
—No. El acento me delata, ¿verdad? —sonrió, pero él no la imitó.
—¿Pero vives aquí? —preguntó Callan.
—No. Estoy de vacaciones. Me quedo con una amiga australiana que conocí hace unos años en California. Lucy. Es estupenda. Esta noche cuida de mi hija. Fue ella quien me sugirió esto, para divertirme. Y, sí, fue divertido encajar las fotos con las descripciones. No lamento haberlo hecho.
«¿De verdad?
«¿Desde cuándo?»
Había pasado los primeros veinte minutos en la fiesta lamentándolo. Pero, en algún punto reciente, eso había cambiado. ¿Los ojos azules? ¿El lagarto? ¿El hecho de que Callan Woods tampoco iba en serio?
—No —Callan convino—. Yo no lo habría hecho salvo por mis amigos, pero, hasta ahora, no ha resultado tan malo como había pensado. ¿Cuándo vuelves a casa? —añadió.
—El martes. Dentro de tres días. Llevamos un mes aquí y no puedo creer que el tiempo haya pasado tan deprisa. Tanto a Carly como a mí nos ha encantado.
—El martes —se relajó un poco más—. De modo que tú tampoco vas en serio acerca de lo de esta noche.
—No.
—¡Gracias al cielo que lo hemos dejado claro desde el principio!
Se sonrieron, tomaron un canapé de una bandeja y, de algún modo, continuaron hablando las siguientes dos horas sin notar la rapidez con la que se desarrollaba la fiesta.
—¿La mía? Una rencorosa de mucho cuidado —dijo Brant durante el almuerzo del día siguiente en una cafetería de moda—. Cuando le comenté que estar soltero no me molestaba, se comportó como si acabara de recibir un insulto. Respondió a todas mis preguntas de manera monosilábica y no fue capaz de aportar nada cuando le llegó el turno. Da gracias al cielo de que no te tocara a ti, Call.
—¿Por qué? —quiso saber éste.
Brant frunció el ceño.
—¿Por qué qué?
—¿Por qué está bien que no me tocara a mí? ¿Me consideras especialmente incapaz de tratar con mujeres rencorosas y sin conversación? ¿Por qué?
—La mía fue estupenda —intervino Dusty antes de que Brant pudiera contestar—. Una mujer auténtica y decente que sabe lo que quiere y a la que no le importa decirlo. Existen bastantes posibilidades de que permanezcamos en contacto. He de reconocer que resultó mucho mejor de lo que imaginaba. Y, ¿sabéis? Desde el principio pensé que era una idea prometedora, así…
Dusty tenía una expresión que Callan reconoció. Hablaba a las claras de lo mal mentiroso que era, pero, ¿sobre qué podía estar mintiendo?
Poco a poco, comenzó a poner las piezas del rompecabezas en su sitio a medida que hablaba:
—De modo que no te importa estar soltero, Brant, y de pronto finges que éste te pareció un modo prometedor para que un ganadero solitario del interior conociera a su futura esposa —observó las expresiones de culpabilidad en las caras de sus amigos—. ¿Alguno de vosotros puede darme el motivo verdadero por el que hemos pasado por esto?
En realidad, no necesitaba una respuesta.
Mientras ellos tartamudeaban en busca de algo que decir, pensó si estaba enfadado con sus amigos, en si quería estarlo o si tenía la energía.
Para sorpresa propia, al rato se encontró sonriendo. A fin de cuentas, eran sus mejores amigos. Sus intenciones eran buenas. Jamás lo defraudarían. Eran idiotas y los quería.
—Te tienes merecido que tu cita fuera un desastre, Branton Smith. Te tendrías merecido, Dustin Tanner, no volver a tener noticias de la tuya. A pesar de la trampa que me habéis tendido, yo, que no busco nada más allá de… sí… tener a mis hijos felices, lo pasé muy bien anoche charlando con Jacinda.
Sabía que no podría llegar a ninguna parte. Así lo quería él y también ella. Seguro que esa era la única razón por la que habían podido hablar el uno con el otro con tanta libertad… por la válvula de seguridad de la partida inminente y la horrible naturaleza de su pérdida y del divorcio de Jacinda.
No se parecía en nada a Liz, y eso era un gran plus también. Donde ésta había sido compacta y fuerte, Jacinda era larga y flexible. Tenía unos ojos grises grandes y luminosos, no unos sensatos ojos verdes. Su cabello oscuro era rebelde, en contraste con la sedosa cascada rubia de Liz, y una tez impecable y cetrina en vez de la blancura y las pecas. Voces, acentos, entornos, todo era diferente y, por lo tanto, mucho más seguro. Lo bastante como para sentir que Jacinda podía ser una amiga, en caso de que alguna vez necesitara una.
Así la veía esa mañana… alguien a quien poder recurrir en algún punto del futuro, en busca de consejos para sus hijos o para disponer de la perspectiva de una mujer de ciudad.
Incluso tenía la dirección de la amiga, Lucy, en Sydney, y el correo electrónico de Jacinda en los Estados Unidos, y ella los suyos, aunque no pensaba contarle eso a Brant y a Dusty. Les dedicó otra sonrisa y empezó a hablar de lo que podrían hacer ese día, antes de regresar al día siguiente a los ranchos, los animales y la familia.
Y se sintió mejor y más ligero de corazón que en mucho tiempo.
Sinceramente, Jac no había esperado ver otra vez a Callan, a pesar de que habían intercambiado direcciones.
Y el momento elegido por él tampoco era el mejor. Apareció a las siete de la tarde, cuando se hallaba en pleno proceso de acostar a su hija, cansada ya, lo bastante como para mostrarse molesta incluso por tener que salir de la bañera, a pesar de que ya tenía la piel arrugada, de modo que Jac tenía toda la parte delantera mojada al encontrar a Callan ante la puerta del apartamento de Lucy, que esa noche había salido.
Uno o dos minutos más tarde, Carly ya no estaba demasiado cansada como para desear investigar de inmediato el regalo que él le había llevado.
—Es una tontería —le dijo a Jac con voz queda, mientras Carly se sentaba en el suelo con su pijama a rayas y arrancaba el papel brillante. A Jac le había llevado flores… un ramo enorme y precioso de autóctonas flores australianas—. Es un equipo para pintar tu propio bumerang.
—No tenías que haberlo hecho —indicó ella en voz igualmente baja.
—Lo sé, pero desperté esta mañana y… —calló y volvió a intentarlo. Terminó con dos palabras—. Quise hacerlo.
—Despertaste esta mañana, pero ahora son las siete de la tarde. ¿Necesitaste todo el día para decidir qué querías hacer? —bromeó. La noche anterior había llegado a la conclusión de que tenía sentido del humor, pero quiso ponerlo a prueba bajo otra luz.
—Sí. Eso lo resume bien —los ojos le brillaron divertidos—. Supongo que se hace tarde, pero aún podríamos cenar en alguna parte, si te apetece.
Tuvo que contarle que Lucy había salido, que Carly necesitaba acostarse y que su hija y ella ya habían cenado.
Él asintió.
—Debería haber llamado. Tienes razón. Lo dejé hasta muy tarde.
Pensó en preguntarle si quería un café o una copa, pero se acobardó. No quería aprender de la forma más dura que no les quedaba nada por hablar después de las dos horas de conversación de la noche anterior.
—Gracias —dijo—. Las flores son preciosas, igual que el regalo para Carly. Y ahora he de prepararla para llevarla a la cama, en serio, o mañana va a estar terrible. Hoy se ha levantado antes de las seis.