La heredera engañada - Dani Wade - E-Book

La heredera engañada E-Book

Dani Wade

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Beschreibung

Él tenía motivos ocultos… pero ella no lo sabía. Contratado de forma secreta para desacreditar a la viuda de un filántropo millonario, el investigador Rhett Brannon se enfrentaba a un difícil encargo. Trinity Hyatt, una mujer vulnerable y dedicada en cuerpo y alma a mantener el legado de su esposo, no encajaba en su concepto de cazafortunas. De todos modos, estaba resuelto a descubrir la verdad. Pero la atracción creciente que sentía hacia ella, ¿no acabaría destruyendo aquello por lo que ambos luchaban?

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2020 Katherine Worsham

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La heredera engañada, n.º 2136 - abril 2020

Título original: Entangled with the Heiress

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-345-0

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

Trinity Hyatt recorrió el pasillo del museo sin hacer ruido, como si fuera una niña intentando salir sin que sus padres se dieran cuenta, aunque el ruido de la gala que se celebraba en el ala oeste del edificio ayudaba a su escapada.

Necesitaba alejarse unos segundos de las miradas y las preguntas indiscretas para poder respirar .Volvió a pensar en el titular que había visto esa mañana al encender el ordenador.

Matrimonio sospechoso amenaza empleos locales.

«Aquella maldita bloguera…». Su madre le había inculcado que solo las personas maleducadas blasfemaban, pero a Trinity le satisfacía hacerlo de vez en cuando.

¿No veía aquella columnista anónima el daño que hacían sus palabras? Por no hablar de la fotografía que acompañaba el artículo, que le había hecho revivir los momentos al lado de la tumba de Michael, mientras medio país la contemplaba y juzgaba. ¿Por qué su torturadora informática no observaba el dolor de su rostro? ¿Por qué no veía que sus lágrimas eran genuinas?

Trinity apartó el recuerdo de los dolorosos susurros y las miradas inquisitivas durante la gala benéfica de esa noche y trató de disfrutar de su momentánea soledad en uno de sus lugares preferidos de Nueva Orleans.

En su mente se agolparon recuerdos relacionados con el Museo ASTRA. Recordaba cuando entraba agarrada de la mano de su madre, sin temer que alguien fuera a gritarles o a ordenarles que se fueran porque su pobreza desentonaba en aquel lugar. El museo era gratis los sábados. Solían ir a pasar unas horas lejos de su padre, que se pasaba la vida chillando, a contemplar los cuadros y esculturas y a apreciar su belleza, a pesar de no saber nada de arte.

Después había sido Michael quien recorría las salas con ella mientras le contaba historias de los artistas y de los viajes, a veces terribles, que algunas de las piezas habían realizado antes de ser expuestas al sur de Estados Unidos.

Ni su madre ni Michael estaban ya, lo cual le causaba un inconsolable dolor. Pero Michael le había encargado un importante trabajo, e iba a hacerlo. Volvería a la gala con la cabeza alta en representación de su mejor amigo y de todo lo que había construido con tanto esfuerzo.

Sintió una punzada de culpa al pensar en su esposo, aunque le seguía resultando difícil considerarlo así. Michael Hyatt, diez años mayor que ella, había sido su amigo y mentor mucho tiempo. Habían estado casados una semana. Le costaba aceptar que se hubiera ido. Su helicóptero se había estrellado hacía un mes y medio.

El dolor de su pérdida le pesaba día y noche.

Se detuvo ante un cuadro de una campesina con su hijo en brazos. Se le nubló la vista. Pero intentó controlar el dolor que le provocaba el cuadro. Los hijos eran otro doloroso aspecto de su vida en el que no quería pensar. Una lágrima se le deslizó por la mejilla.

–Parece feliz… En paz, ¿no cree? A pesar de que las circunstancias de su vida debían de ser duras.

Sobresaltada, se volvió. Alguien se le había acercado sin que se percatara. Era un hombre, y la dejó sin respiración. Su negro cabello estaba prematuramente plateado en las sienes. El color hacía juego con el gris de sus ojos. Tenía un porte distinguido. Era mucho más alto que ella y su esmoquin dejaba adivinar un cuerpo musculoso, pero no en exceso.

Él le miró la mejilla y ella, fingiendo despreocupación, se secó la lágrima. Él no hizo comentario alguno.

Su aspecto la fascinaba más que los cuadros. Transcurrieron unos embarazosos segundos hasta que pudo tomar aire y asentir.

–Sí, a mí también me lo parece.

El rostro de él adoptó una breve expresión de sorpresa. Trinity se puso tensa. No se le había ocurrido que pudiera ser periodista. Como los sabuesos de la prensa se habían tragado la historia de que se había criado en un entorno rural y muy religioso, no esperaban que tuviera un acento culto ni que empleara palabras inteligentes. Al fin y al cabo, ella tenía por fuerza que ser una cazafortunas salida de la oscuridad para heredar la fortuna de Hyatt. Esa era la imagen que la familia de Michael había difundido. Y la prensa no había querido indagar y buscar la verdad de quién era ella.

La expresión del rostro del hombre desapareció y le recorrió el vestido azul zafiro con la mirada. Era uno de los que Michael había elegido personalmente. Por una vez, no se sintió vulnerable ni expuesta, sino que la invadió una inesperada oleada de calor.

–¿Necesitaba descansar un rato de la fiesta? –preguntó él en voz baja.

–Estas reuniones a veces son un poco agobiantes.

–Estoy de acuerdo.

La sonrisa masculina le llegó al corazón, algo que nunca había experimentado y que la incomodó. El hombre dejó de mirarla y comenzó a contemplar los cuadros de la sala.

–Esto no es solo tranquilo, sino único. Maravilloso.

–¿No había estado aquí antes?

A una parte de ella le desagradaba que aquel hombre la hubiera interrumpido; otra parte se sentía fascinada de forma inesperada y no deseada.

–No, es la primera vez. En realidad, la primera vez que vengo a Nueva Orleans –le tendió la mano–. Me llamo Rhett Butler. Encantado de conocerla.

Trinity lo miró boquiabierta; se llamaba como el protagonista de Lo que el viento se llevó.

–¿En serio?

–No –contestó él sonriendo–. Me llamo Rhett Brannon, pero como estamos en el sur…

–Menos mal. Comenzaba a pensar que sus padres tenían un extraño sentido del humor.

La mano tendida le pareció una peligrosa serpiente: le producía miedo y fascinación a la vez. No podía arriesgarse a dar un paso en falso en el juego al que Michael le había pedido que jugara.

–Trinity… Hyatt.

Vaciló. Al cabo de casi dos meses, le seguía resultando difícil aceptar que su apellido había cambiado y que era fundamental que se presentara como la esposa de Michael. Debía hacer lo correcto.

–¿Trinity? –dijo él sin dar señales de reconocer quién era. ¿Fingía o verdaderamente no lo sabía?–. Es un nombre interesante.

–Mi madre era muy religiosa. Me pregunto si me lo puso para que no me olvidara del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

–¿Y lo ha hecho?

–Hay días que son más difíciles que otros.

–Así es –dijo él con una sonrisa que las fascinó más de lo que debería.

Se produjo un incómodo silencio y él siguió recorriendo la sala. Al menos no tenía que mirarlo directamente a los seductores ojos.

–¿Qué le trae a Nueva Orleans?

–Negocios. Y unos compañeros de trabajo me han traído esta noche aquí.

–Muy generosos por su parte.

–¿Ha venido con su esposo?

Ella se quedó sorprendida hasta percatarse de que él observaba su alianza matrimonial de diamantes y esmeraldas.

–No –murmuró–. Soy viuda.

Le seguía resultando extraño decirlo en voz alta. Le seguía resultando extraño que Michael y ella se hubieran casado. Para ella había sido una propuesta de negocios, con infinitos beneficios, considerando la fortuna que heredaría; y un favor al hombre que había sido su mejor amigo, a pesar de que era el trabajo más difícil al que se había enfrentado.

Y ahora debía hacerlo sola.

–Mi esposo, Michael Hyatt, falleció hace poco en un accidente.

–Sí, algo he oído. En un helicóptero, ¿verdad? Qué pena.

Claro que tenía que haber oído hablar de ello. Michael había sido el dueño de la organización benéfica que ella dirigía y un hombre de negocios multimillonario. La pregunta era: ¿qué más había oído decir?

–La acompaño sinceramente en el sentimiento –dijo él mirándola a los ojos.

Ella se sintió atrapada por su mirada y sus palabras.

–Gracias –se limitó a decir.

–De nada –sonrió levemente, pero con el mismo encanto.

Durante unos segundos, Trinity deseó no ser la viuda de Michael ni la persona de quien más se hablaba en Nueva Orleans, sino sencillamente una mujer que pudiera responder a aquella sonrisa sin preocuparse de nada.

Se dio cuenta de que el tiempo pasaba y que alguien podía darse cuenta de su ausencia.

–Tengo que volver –seguramente, ya la estarían echando de menos, sobre todo los tíos de Michael. No se perdían ninguno de sus movimientos.

Tampoco lo hacía la prensa.

Se sintió derrotada al recordar el artículo que había leído en el blog Secretos y escándalos de Nueva Orleans ese día. Las insinuaciones sobre una viuda sedienta de dinero que amenazaba el sustento de innumerables familias le dieron una idea de la información que había conseguido la autora, pero no de cuándo publicaría la historia completa. Como si no estuviera ya bastante estresada…

¿No entendían que ella compartía las preguntas y el miedo sobre cómo la muerte de su esposo, y el pleito que sus tíos habían iniciado para conseguir su patrimonio, afectarían a las empresas en las que trabajaban cincuenta mil personas en todo el mundo?

Se repetía una y otra vez que estaba cumpliendo los deseos de Michael, pero se preguntaba en qué estaba pensando al dejar un imperio global y la suerte de tanta gente en manos de la directora de un programa solidario como ella.

Aunque la pregunta la asaltaba noche tras noche, estaba resuelta a hacer lo mejor para todos. Pero esa preocupación no era nada comparada con los nervios que le atenazaban el estómago y el calor desconocido que le producía el hombre que estaba a su lado.

–Sí, decididamente tengo que volver.

–Pero si estamos empezando a conocernos.

Trinity aceleró el paso y se pisó el vestido sin querer. Tropezó y extendió la mano para buscar apoyo.

Y se encontró envuelta en un aroma a almizcle y un calor masculinos. Su cuerpo se quedó inmóvil, pero su instinto supo perfectamente lo que deseaba. Tomó aire e inhaló el olor a colonia de él.

Inmediatamente se sintió culpable. Lo empujó para librarse de sus brazos, pero él no la soltó hasta que hubo recuperado el equilibrio.

–Suélteme, por favor –dijo ella al percatarse de su reacción. La atracción por un hombre del que nada sabía era lo último que necesitaba.

Rhett enarcó una ceja al tiempo que la soltaba.

–He supuesto por nuestra conversación que no le gustan las multitudes.

–No –dijo ella, desconcertada.

–Pues si hubiera golpeado ahí con la mano –su mirada se dirigió al marco de uno de los famosos retratos de la sala–, habría saltado la alarma, y habría aparecido un montón de gente corriendo.

Y se hubiera producido una escena épica al hallarla en brazos de un hombre, seis semanas después de la muerte de su esposo. ¡Qué pesadilla!

–Gracias –dijo, incapaz de mirarlo a los ojos.

Pero él le levantó la barbilla y le acarició el labio inferior con el pulgar. Ella sintió una descarga. Él la miró a los ojos larga y profundamente, y ella sintió un escalofrío.

–No hay de qué –musitó él. Y se marchó.

 

 

–Así que ha conocido a nuestra cazafortunas.

La voz de Richard Hyatt siempre le producía a Rhett la misma sensación que la de las uñas arañando una pizarra. Hizo un esfuerzo para no estremecerse. Se volvió hacia el obeso hombre que estaba detrás de él. Años de excesos se reflejaban en su rostro pálido e hinchado. Su esposa se hallaba a su lado y su aspecto era totalmente opuesto. Patricia Hyatt estaba muy delgada y su expresión siempre era dura.

Rhett no se imaginaba a la joven vulnerable que había conocido en el museo casándose con alguien cuya familia estaba formada por aquella gente, pero las apariencias engañaban. Y él lo sabía mejor que nadie. Poseía la capacidad de ver lo que subyacía a un hermoso rostro y hallar su oculta fealdad, y eso lo convertía en un maestro en su oficio.

Él prefería considerarlo una auténtica vocación.

Trinity parecía realmente inocente, con sus grandes ojos castaños y la emoción que había expresado su rostro cuando creía que estaba a solas. Había una pureza en su belleza que lo atraía y lo llevaba a creer que había sido una verdadera esposa para el sobrino de Richard, y no una estafadora. Asimismo, había algo en ella que despertaba en él sensaciones que no formaban parte habitual de sus investigaciones.

¿Se trataba de una gran actriz que se había aprovechado de Michael Hyatt y se había visto en posesión de una fortuna inesperada, tras su repentina muerte? ¿Se había ganado su confianza para metérsele en la cama y que testara a su favor? Por lo que le habían dicho, su seductora inocencia era mentira, y Rhett tenía el encargo de demostrarlo.

Pero había algo que no cuadraba. El instinto de Rhett solía dar en el clavo en cuanto conocía a alguien. Pero, en el caso de Trinity, la señal era intermitente.

–¿Crees que es acertado que hable conmigo esta noche? –preguntó antes de dar un sorbo de whisky. No solía beber mientras trabajaba, pero tenía que formar parte de la multitud. Pasar desapercibido y desempeñar un papel era algo que se le daba muy bien. Miró a su alrededor y vio que Trinity no había vuelto.

–Solo será una breve conversación –dijo Richard. Le tendió la mano–. Supongo que sabrá aparentar que nos acabamos de conocer.

Rhett reprimió un suspiro antes de estrechársela. Trabajar con novatos que creían saberlo todo era un verdadero fastidio.

–Desde luego. Encantado de conocerlo, señor Hyatt. He tenido el placer de conocer a Trinity Hyatt hace unos minutos.

Richard sonrió, como si le complaciera que Rhett le hubiera hecho caso, pero Patricia dijo bruscamente:

–No la llame así. No reconozco el matrimonio de esa mujer con mi sobrino.

Que ella no lo hiciera, no implicaba que no lo hiciera la ley. Rhett no se molestó en explicarle la diferencia. Eso era asunto de su abogado.

–Nuestro encuentro ha sido muy satisfactorio. No veo que haya impedimento alguno para proseguir.

Richard y Patricia sonrieron con satisfacción. Aunque su evidente deseo de hacerse con el patrimonio de su sobrino producía mal sabor de boca a Rhett, no podía negar que sus sospechas tenían una base real. Trinity Romero se había convertido en Trinity Hyatt una semana antes de que su esposo muriera al estrellarse su helicóptero, por lo que ella se había convertido en una rica viuda. La familia de él la había demandado. Ella tenía una copia escrita del testamento de su esposo, pero el abogado de la familia afirmaba que la copia oficial la llevaba él en el helicóptero cuando murió, camino del despacho de su abogado.

Muy oportuno.

–Sabía que era el hombre adecuado para el trabajo –dijo Richard–. Nuestro abogado sabía a quién recurrir. Un hombre como usted conseguirá que le diga la verdad en una semana.

–Puede que en menos –murmuró su esposa.

–Y así tendremos pruebas que presentar a la justicia y acabar con esta debacle.

–Recuerde, señor Hyatt, que no le puedo asegurar que solo tarde ese tiempo.

–Tengo plena confianza en usted –afirmó Richard palmeándole la espalda, lo cual incomodó a Rhett–. Y parece que se nos están uniendo otros.

Rhett ya sabía a lo que se refería, pero preguntó:

–¿Qué quiere decir?

–Parece que una bloguera anónima de la ciudad, de esas que se dedican a sacar toda la porquería, ha comenzado a investigar los secretos de Trinity, lo cual contribuirá a nuestra causa. Nuestro abogado le mandará un enlace antes de la reunión de mañana.

Rhett siguió sin manifestar que ya conocía el blog. Era concienzudo y no dejaba nada al azar. Secretos y escándalos de Nueva Orleans era muy famoso en la ciudad. En menos de tres meses, la página de Instagram conectada al blog había conseguido más de cien mil seguidores.

Rhett deseó haber enviado a su socio, Chris, en su lugar. Pero Chris tenía entre manos el caso de un gigoló que pretendía quedarse con la fortuna de una anciana. El trabajo de Chris consistía en seducirla y quitársela al otro para que los nietos de la anciana recibieran la herencia que les correspondía.

Aparentemente, lo que hacía la agencia de Rhett era sucio y rastrero, pero no era así. Aunque a veces susurrasen palabras dulces o abrazaran a alguien con mas fuerza de lo adecuado, había una línea que no cruzaban, una línea que él nunca había querido cruzar. Ya había soportado suficientes traiciones en su vida para ponerse deliberadamente en una situación que solo podía acabar mal. Él, desde luego, podía hacer el trabajo que le habían encargado los Ryatt. La belleza de Trinity compensaba la incomodidad que le causaban sus parientes. Solo con pensar en las sutiles maniobras que tendría que llevar a cabo para sacarle la información necesaria para desautorizar cualquier reclamación sobre los bienes de su esposo se le aceleraba el corazón.

Aunque tendría que hacer caso omiso de los otros aspectos de ella que también se lo aceleraban.

Sus clientes se alejaron y Rhett se dirigió tranquilamente hacia donde se hallaba Trinity, a la que había detectado en cuanto había vuelto a entrar en el salón de baile. La miró a los ojos y alzó el vaso en su dirección. Con independencia de lo que dijeran sus parientes, de lo que la sociedad susurrara o de lo que su propia conciencia condenara, que Trinity y él se relacionaran sería un auténtico placer.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Trinity se esforzó por no alarmarse ante la cantidad de gente sentada alrededor de la mesa en aquella reunión de emergencia de la junta directiva de Hyatt Heights, Inc.

Había abogados y hombres de negocios; unos conocidos y amables; otros, no tanto. También estaban Richard y Patricia, que no habían sido amables con nadie desde que los conocía. No habían fingido querer a Michael, a pesar de que era su único sobrino. Se dedicaban a quejarse de que Hyatt Heights perdía dinero y que la Maison du Jardin era un derroche. Se trataba de un hogar para mujeres y niños maltratados que se había convertido en la pasión de Michael, después de que sus padres se mataran en un accidente de coche cuando él tenía veinticinco años. Fue entonces cuando comenzó la amistad entre Trinity y él. Los dos se enfrentaban a la pérdida de sus familiares, aunque de diferente manera. Trinity, como víctima de la violencia, había hallado refugio, con su madre, en la Maison du Jardin; Michael, como su salvador, las había acogido y ofrecido un futuro.

Trinity volvió al presente. Debía centrarse, ya que no se convocaba una reunión de emergencia porque sí.

–¿Todo bien, Trinity? –le preguntó Bill LeBlanc, sentado a su derecha.

Ella le sonrió, contenta de que estuviera sentado a su lado el abogado de Michael, que estaba haciendo todo lo posible para ayudarla a cumplir los deseos de su cliente y amigo.

–No estoy preparada –musitó ella. No quería que nadie más la oyera, ya que algunos de los presentes se aprovecharían de cualquier debilidad que mostrase.

Necesitaba una estrategia. Era esencial que la junta directiva la considerara una persona fuerte. Si heredaba el cargo de Michael, sería la consejera delegada de la compañía y la mayor accionista, pero necesitaba que la junta estuviera de su lado.

Se había nombrado un director temporal de la junta mientras el caso estaba en los tribunales. Trinity se encargaba del resto de los negocios de Michael y de todo aquello que le pidiera el director temporal. Si no demostraba su valía, podría perder el cargo de consejera delegada, aunque las acciones seguirían siendo suyas por herencia.

Sabía que debía centrarse en que nadie se diera cuenta de lo perdida que estaba. Era una mujer inteligente, pero el curso intensivo de negocios de millones de dólares que había recibido en los dos meses anteriores había sido duro. Además, la noche anterior, su descanso se había visto interrumpido varias veces por la imagen de unos ojos grises, lo que la había provocado una inquietud que nunca había experimentado.

–Todo irá bien –le aseguró Bill.