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Dani Wade

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Beschreibung

¿Lograría resistirse a la tentación de su jefe? Ziara Divan había trabajado muy duro para ganarse un puesto en la firma de trajes de novia más prestigiosa de Atlanta, por lo que, cuando su nuevo jefe, Sloan Creighton, intentó seducirla, no lo aceptó, aunque este fuera irresistible. Sloan estaba acostumbrado a salirse con la suya. Pensaba recuperar el control de la empresa de su padre y conseguir a esa mujer pero, cuando sus planes empezaron a encajar, el pasado de Ziara amenazó con hacerlos fracasar.

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2013 Katherine Worsham. Todos los derechos reservados.

MÁXIMO PLACER, N.º 1952 - Diciembre 2013

Título original: His by Design

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

Publicada en español en 2013

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-3898-7

Editor responsable: Luis Pugni

Conversión ebook: MT Color & Diseño

Capítulo Uno

Así era como se suponía que no debía desarrollarse la mañana.

Ziara Divan avanzó a toda velocidad por el pasillo de Eternity Designs; llegaba tarde. Las mejillas le ardían por la carrera desde el garaje, enfundada en zapatos de tacón, la falda del traje se le había subido y las medias le estrangulaban las piernas.

Soltó el bolso debajo de su escritorio y sacó la tableta del cajón, encendiéndola mientras seguía pasillo abajo con más velocidad que decoro. Al girar por la esquina que daba al despacho de Vivian Creighton se detuvo en seco. La mesa de la asistente de Vivian estaba vacía.

«Respira, Ziara. Serénate».

Se alisó la ropa en un intento por recuperar su valiosa fachada profesional. Pero aún le palpitaba el pecho. No era perfecta, pero se aseguraba de estar muy cerca de serlo como asistente ejecutiva en prácticas, sin importar los minutos que pasara atascada en una interestatal de Georgia.

Mientras se afanaba por regular la respiración, oyó voces detrás de la puerta que daba al despacho principal. Al principio, no pudo asimilar que alguien estuviera gritando, ya que era el despacho de Vivian y esta no gritaba, eso iba en contra de las tradicionales reglas de conducta para de las damas del sur. Pero no cabía duda de que la voz de Vivian sonaba alzada. Se acercó un poco más.

La otra voz era de hombre, profunda.

–... no dejaré que arruines la empresa de mi padre...

«¡Oh!, no». Sloan Creighton. El hijastro de Vivian. Rara vez iba a la empresa, pero cuando lo hacía, arrastraba consigo un nivel de energía vertiginoso y le provocaba un hormigueo en la base de la columna vertebral. Aunque las escasas veces que se presentaba lo evitaba meticulosamente, siempre parecía localizarla. Y coquetear con ella. Haciendo que, por lo general, su sentido de la profesionalidad se trastocara. El mejor motivo para esquivarlo.

La voz de Vivian sonaba amortiguada, pero parte de las palabras de Sloan atravesaban la madera sólida.

–... nuestro mayor comprador rechazó todos los diseños...

Ziara sintió que el corazón se le caía al suelo. Se le aflojaron las rodillas y tuvo que agarrarse al marco de la puerta.

Había sospechado que la reunión de la semana anterior con la mayor vendedora al por menor no había ido según lo planeado, los pocos que habían asistido guardaban silencio. Perder la cuenta de esa clienta podría significar la ruina para Eternity Designs, algo que no quería. Le encantaba su trabajo; ese lugar y esas personas le habían aportado la estabilidad y aceptación que le habían faltado toda la vida.

–... no tienes elección...

Y tampoco Ziara. Tenía que cruzar esa puerta. Vivian le había dicho que se presentara en su despacho a las ocho en punto; ya eran las ocho y diecisiete.

Pero la idea de que Sloan y el modo en que su atractivo magnífico y natural, junto con su actitud seductora, le afectaran el cuerpo y la mente hicieron que deseara estar de vuelta en la carretera atestada.

Sin embargo, dar marcha atrás no era una opción. Respiró hondo para hacer acopio de fuerzas y atravesó el umbral.

Sloan se erguía en toda su altura por encima de Vivian y su voz resonó con claridad en la estancia.

–A partir de ahora, tendré más voz en Eternity Designs. Necesitaré los próximos tres meses. Si mi línea de otoño es un éxito, me entregarás la cantidad necesaria de tus acciones para que yo posea el cincuenta y cinco por ciento... y me delegarás el control creativo.

Ziara se detuvo más allá del umbral mientras absorbía esas palabras y Sloan y Vivian se miraban con ojos centelleantes. Durante un momento, el pánico que la invadió pudo con todo lo demás, hasta con la tentadora visión de los hombros fuertes y del firme trasero de Sloan.

A medida que la tensión crecía imparable, Ziara finalmente quebró el silencio.

–¿Quiere que vuelva luego, Vivian?

Vivian y Sloan se volvieron al unísono y la miraron. Primero observó los ojos de su jefa y mentora, los párpados entrecerrados y la boca apretada. Como si comprendiera el aspecto que debía mostrar, se irguió y se arregló los bucles elegantes y cortos.

–Buenos días, Ziara. Por favor, siéntate. Y ahora, Sloan –volvió a centrar su atención en él–, explícame por qué crees que iba a aceptar unas exigencias tan ridículas.

Sloan se mostró encantado de complacerla.

–Las comisiones han bajado, los acreedores cierran cuentas y tú no tienes ni idea de cómo salir de esta situación –la miró con seguridad–. Pero yo sí.

–Estoy segura de que podré encontrar a otra persona que logre lo mismo.

–¿Con la rapidez suficiente como para marcar alguna diferencia? No lo creo.

Reconoció el ultimátum de su hijastro reclinándose en el sillón, lo bastante sacudida como para juguetear con la alianza que aún agraciaba su mano izquierda.

Sloan dedicó ese momento para catalogar todo sobre Ziara. Con la mirada recorrió la extensión de su cuerpo hasta llegar a los pies y luego ascender otra vez con pausado gozo.

Envolviéndose con su propia compostura como si fuera una capa que le concediera invisibilidad, Ziara caminó con pasos medidos por la moqueta hasta una silla que había junto al escritorio de Vivian. Una mirada de reojo captó la mirada interesada de él clavándose en el escote de su chaqueta, donde se asomaba el decoroso encaje de la blusa. Con una gran fuerza de voluntad, se obligó a no arreglárselo y a quedarse quieta mientras los ojos de Sloan subían hasta su cuello vulnerable. La sonrisa afectada de ese hombre encendió su excitación por debajo de la irritación que la embargaba, lo que la confundió todavía más.

Lo maldijo para sus adentros. Comprendió por qué a Vivian le resultaba tan irritante... la conducta profesional parecía ser un concepto alienígena para ese hombre. Con anterioridad ya había visto esa chispa de interés, aunque no de forma tan descarada. Con el pelo rubio veteado por el sol que le llegaba hasta el cuello de la camisa, parecía más un surfero que un duro negociador. Pero la ropa perfecta y a medida, unida a su actitud, mostraban al verdadero hombre que llevaba dentro. Sus ojos, de un azul eléctrico, confirmaban las sospechas que tenía de que su núcleo era de acero puro.

Agradeció que volviera a centrarse en su madrastra.

–Estamos hablando del legado de mi padre, Vivian. Rescato los negocios de otras personas todos los días. Resucitar Eternity Designs encaja en mi especialidad –dijo.

–Sí –confirmó ella–. Tú... especialidad de reacondicionamiento.

–Podrías calificarla así. Yo la llamo un proceso muy lucrativo de convertir empresas deficitarias en máquinas de generar beneficios. Es una pena que no contactaras antes conmigo, pero entonces tendrías que haber reconocido tu fracaso.

El golpe que Vivian soltó sobre la mesa sobresaltó a Ziara. La observó con ojos muy abiertos, conmocionada por el veneno que afeaba su fachada, normalmente gentil.

–Tu padre no confiaba lo suficiente en ti como para dejarte todo su legado. ¿Por qué debería hacerlo yo?

Sloan se acercó y apoyó las manos en el escritorio, cerniéndose sobre su madrastra.

–¿Y de quién fue la culpa de eso? ¿Quién le llenó la cabeza con pensamientos venenosos desde el primer día, volviéndolo contra mí para que solo pudiera ser tuyo? Vivian, si no supiera la verdad, hasta podría creer que te inventaste el testamento. Fuiste tú quien lo convenció de que insistiera en que me sacara el máster en administración de empresas en vez de continuar con mis propios planes de diseño de moda, ¿verdad?

–No sé de qué hablas.

–Claro que sí. Después de todo, pasar de ser la asistente de papá a su esposa significaba que obtenías el control de su vida y no solo de su negocio.

Ziara sintió que los pulmones se le quedaban sin aire. La temprana participación de Vivian en Eternity Designs nunca se había puesto en duda. Había dado por hecho que había empezado a trabajar en la empresa en después de su boda con el señor Creighton.

Ese conocimiento la aturdió. ¿Cuántas veces la había reprendido Vivian diciéndole que solo las fulanas se involucraban con sus compañeros de trabajo? Desde la infancia, y debido a las burlas recibidas por la falta de moral de su madre, había evitado cualquier cosa que pudiera sugerir que ella era igual. Las lecciones de Vivian habían servido para reforzar su concentración en el profesionalismo y en el desarrollo de una reputación intachable.

A Vivian le tembló la mano al señalar a su hijastro.

–No me hables de esa manera, Sloan. Es irrespetuoso. Tu padre jamás aprobaría semejante tono.

–Pero no está aquí para reprenderme, ¿verdad? Si querías mi respeto, deberías haber intentado ganártelo hace tiempo. Ahora es demasiado tarde.

–Nunca es demasiado tarde para esperar que seas un caballero. Pero jamás conseguimos que te aprendieras esas lecciones.

Sloan soltó una carcajada y se dejó caer en el sillón. Ziara sintió como si presenciara un partido de tenis. Era evidente que Sloan era el ganador.

Vivian le concedía los puntos con mucha menos elegancia de la que jamás le había visto exhibir, aunque en los últimos diez minutos había aprendido bastantes cosas nuevas de su mentora. Vivian no siempre había sido una dama. La incredulidad aún le removía interiormente.

–Perfecto, Sloan. Haz lo que sea que te dediques a hacer –se obligó a soltar Vivian con los dientes apretados.

–Quiero eso por escrito –indicó él.

–Con lo exigente que eres, me sorprende que alguien trabaje contigo.

–Me las arreglaré –dijo con sonrisa arrogante.

–Bajo ningún concepto te dejaré solo. Lo último que necesito es que te muevas por la empresa sin nadie que te controle.

–Vivian, no sabía que te importara. Espera, si no te importa –soltó con fingida dulzura.

–Me importa Eternity Designs.

–Más vale que la persona con la que quieras estorbarme sepa lo que hace y acepte órdenes.

–Oh, no tengo ninguna duda de que trabajará francamente bien... y podrá mantenerte a raya.

A Ziara se le desbocó el corazón cuando la mano elegante y enjoyada de Vivian apuntó en su dirección. «No. No, no, no». El esfuerzo por ocultar el súbito pánico y dar la impresión de que retenía el control podría llegar a producirle un ataque al corazón.

La voz de Vivian quebró su concentración interior.

–Tu historia con las asistentes es bien conocida, Sloan. Babean por ti como abejas en la miel. Eso no sucederá con Ziara. La he entrenado bien. Sabe más que nadie de cómo llevamos los negocios aquí excepto mi propia asistente. Y su comportamiento es impecable... a diferencia del tuyo.

Qué era... ¿una esclava en una subasta?

–Vaya, Vivian, qué considerada –musitó él.

Ziara alzó la vista y vio que Sloan la observaba. Los ojos azules se veían helados y penetrantes, el cuerpo rígido, la mandíbula apretada. Pero en ese momento se relajó en el sillón y posó los codos en los apoyabrazos. Distraído, se frotó el labio superior, atrayendo su atención a la curva sensual de esa boca. De pronto, la expresión turbulenta se suavizó como hielo derritiéndose bajo una lámpara de calor.

Ziara empleó toda su fuerza de voluntad para permanecer impasible bajo ese escrutinio. Un hormigueo en los muslos la impulsaba a mover los pies, pero resistió. Contrajo los músculos y, sin éxito, intentó apagar el fuego que se extendía por ella. Sintió que los pezones chocaban contra el cautiverio de la blusa. Notaba como si él atravesara la armadura de profesionalidad hasta llegar a la mujer que guardaba debajo.

No entendía cómo una simple mirada podía despertarle semejante reacción. Como si le faltara algo que únicamente él podía proporcionarle.

Cuando con un movimiento sutil se ajustó la falda hasta cubrirse las rodillas, los ojos de él mostraron una satisfacción presumida. Lo había hecho a propósito. Sintiendo la necesidad de defenderse, alzó despacio la ceja izquierda.

Él sonrió, en absoluto intimidado por el desafío.

–Preséntate en mi despacho, lista para trabajar, a primera hora de la mañana.

Ziara. Su belleza clásica y su conducta serena lo distraían de la condescendencia de Vivian.

Estudiar a su nueva asistente lo encendía como hacía tiempo que no sentía algo parecido. La insistencia de Vivian de que Ziara no seguiría el camino de las anteriores asistentes que había tenido no le preocupaba. A pesar de lo irritante que había sido sustituir a tres empleadas en menos de dos años por la insistencia que mostraban de que estaban enamoradas de él, hacía que quizá tuviera que ser él quien sedujera a esa mujer. La fingida falta de interés que proyectaba era un desafío, pero hacer que cambiara de bando podría aportarle abundancia de municiones en esa guerra contra Vivian.

Era irónico que justo lo que había evitado en su vida profesional, una implicación emocional íntima con una empleada, pudiera proporcionarle una ventaja en esa situación. Ni siquiera era positivo pensar de esa manera, pero ganarse la lealtad de ella podría brindarle la libertad que quería sin tener que aguantar la interferencia de Vivian. Su madrastra era absolutamente inmune a sus encantos.

Ella consideraba que tanto el recuerdo de su padre como Eternity Designs le pertenecían y lo veía como una amenaza para a reinado. Su frustración ante esa situación había ido en aumento durante años y por una vez la manifestó.

–Necesitamos un cambio radical –dijo–. No podemos permitirnos el lujo de perder a nuestra clienta más importante porque nos da miedo abandonar el molde. La fe en la tradición no te está llevando a ninguna parte. Eternity Designs necesita un toque moderno, un diseñador nuevo, un portafolios modernizado. De inmediato.

Era justo lo que Vivian no quería oír.

–Tu padre se enorgullecía de la tradición inherente a esta empresa y sus diseños –repuso con ira elegantemente contenida–. Esta discusión demuestra con exactitud por qué me eligió a mí para continuar con el legado de Eternity Designs.

La firma de trajes de novia llevaba en su familia tres generaciones, si el cuarenta por ciento que poseía él contaba para algo. Con Vivian no era así. Pero las palabras del contable le habían indicado que ese era el momento de insistir en adquirir el control que ella le había negado durante tanto tiempo.

Toda la empresa se hundirá si no se hace algo de inmediato.

–Poseer el sesenta por ciento no te convierte en Dios –expuso, soslayando la sensación de traición–. Tienes suerte de que mi padre no esté vivo para ver cómo la has dejado caer.

Un rápido vistazo le mostró que Ziara se ponía rígida, aunque no supo si por la sorpresa o a la defensiva. Si supiera lo que esa postura le hacía a esos magnífico pechos, se encovaría el resto de la eternidad. Se puso a caminar de un lado a otro delante del escritorio de Vivian, su inquietud avivada por la excitación y la frustración.

Observar la reacción de Ziara y la pequeña lucha de Vivian lo fascinaban más que lo que habría imaginado. El cabello exótico y negro azabache de la primera le recordaban noches sensuales y fragantes. Se preguntó qué aspecto tendría con ese cabello suelto en torno a los hombros. Seducirla para que abandonara la lealtad a Vivian sería una diversión tan culpable.

Cuando su madrastra descubriera que Ziara había cambiado la fidelidad a la empresa por la indulgencia carnal, probablemente le costara un rápido despido, pero no podía permitir que eso lo detuviera. Para Ziara no era más que un trabajo; no tardaría en encontrar otro.

Para él, Eternity Designs era un legado.

–Esos métodos no convencionales son justo lo que necesita Eternity. Menos tradición, no más –se volvió a Ziara. Bien podía ponerla a prueba–. ¿Tú qué piensas? ¿El camino actual que sigue la empresa conduce al éxito?

–Yo... yo... –sus ojos almendrados oscilaron entre él y su mentora y el pánico le oscureció el color. Tras un momento, dijo–: Nuestros diseñadores crean patrones hermosos, lo bastante como para potenciar una clientela leal. Aquí vienen a encargar sus vestidos generaciones de familias. Nuestro lema ha construido un legado. No tengo prueba de lo contrario.

El primer test: fracaso.

Vivian continuó con las palabras de Ziara.

–En Eternity Designs es donde la tradición y el estilo se combinan para siempre.

Citar el lema de la empresa en su defensa le avivó la furia a Sloan.

Necesitaba salvar ese negocio. Su padre había trabajado duro para levantarlo. Lo amaba tanto como él. A pesar de las diferencias existentes entre ellos a la muerte de aquel, el cuarenta por ciento que le había legado le indicaba que había querido que participara en la herencia de la familia. Tenía que creerlo, creer que Vivian no había envenenado cada gramo del vínculo entre padre e hijo.

Las miró airado a las dos.

–Tal vez nuestro lema deba cambiar.

Ziara se quedó muy quieta. Pero Vivian suspiró con un toque melodramático. Ella lo habría llamado elegancia. Supo que no le gustaría lo que diría a continuación.

–He estado pensando en opciones para salir de este pequeño bache. Tengo unos amigos que podrían conocer a unos inversores potenciales. Eso nos estabilizaría hasta la primavera.

La sorpresa inmovilizó a Sloan un instante.

–No vamos a dejar que nadie de fuera compre participaciones en esta empresa.

–Haré lo que haga falta con tal de salvar Eternity.

–¿Salvo recurrir al hombre cuya pericia aportaría el cabo salvavidas? ¿De verdad piensas que me quedaría sentado, sin hacer nada, mientras tú dejas que la empresa escape al control de la familia? –se irguió y entró en juego el duro negociador–. Me conoces lo suficiente como para saber que no será así, Vivian.

La incertidumbre se manifestó en los ojos de la mujer.

–De verdad que no entiendo por qué te importaría.

Él movió la cabeza despacio y el pesar por el estado de la relación con su difunto padre se coló por debajo de su indignación.

–Eso demuestra con claridad lo poco que me conoces... o conocías a mi padre. Este lugar era su vida... –al final incluso más que su hijo– y lo único que quiero yo es que la obra de su vida siga adelante, demostrar ante su memoria que soy más que lo que tú le hiciste ver. Un trabajador infatigable capacitado para contribuir al sueño de la familia en vez del vago que únicamente piensa en sí mismo. Sigues considerándome un niño que sufre, Vivian. No el hombre en el que me he convertido, el hombre que mi padre vio en mí antes de morir.

Pero la expresión de ella le indicó que jamás lo vería de esa manera. Después de años de convencer al hombre con el que se había casado de que su único hijo era impulsivo y poco fiable, citando constantemente los caprichos de adolescente de que había hecho gala, su padre le había dejado a ella la mayoría de Eternity Designs. Y eso era lo único que le importaba a Vivian.

–Sloan, yo preferiría dejar la empresa dentro de los límites familiares, tal como está. Así que cumpliré mi palabra y te daré una oportunidad. Pero mientras tanto, trabajaré en un plan B.

No era un gran compromiso, pero aceptaría lo que pudiera obtener. Necesitaba carta blanca para la línea de otoño. Porque si Vivian conociera los planes que iban cobrando forma en su mente, lo descartaría en el acto.

Ella esbozó una sonrisa forzada.

–Pero que no se te olvide quién lleva las riendas aquí.

–No lo haré. Fingiremos que tienes el mando mientras yo me convierto en el punto de cohesión que mantiene todo unido.

Fue un golpe bajo, pero ya le importaba poco. Ella irguió los hombros y en sus ojos apareció una expresión calculadora que le advirtió de que iba a pagar por esa falta de respeto.