La hija de su rival - Charlene Sands - E-Book
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La hija de su rival E-Book

Charlene Sands

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Beschreibung

Se había acostado con la hija del enemigo La apasionada noche que Tagg Worth había pasado con Callie Sullivan fue una locura. Su recuerdo no dejaba de asaltarlo, pero el adinerado ranchero se había jurado no volver a cometer el error de acostarse con ella. La hija de Hawk Sullivan le estaba vedada; sobre todo, porque el principal objetivo de Hawk era acabar con él en el mundo de los negocios. Pero al saber que Callie estaba embarazada hizo lo que debía. No obstante, su nueva esposa despertó en él sentimientos que no se atrevía a reconocer…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2011 Charlene Swink.

Todos los derechos reservados.

LA HIJA DE SU RIVAL, N.º 1814 - octubre 2011

Título original: Carrying the Rancher's Heir

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicado en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios.

Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-007-3

Editor responsable: Luis Pugni

Epub: Publidisa

Inhalt

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Promoción

Capítulo Uno

El sonido de los cascos y los relinchos de los caballos, normalmente, hacían sonreír a Taggart Worth.

Pero no ese día.

Ese día, apoyado en la valla del corral bebiendo café mientras contemplaba sus premiadas yeguas trotando en el círculo de arena, sentía un nudo en el estómago. De nuevo, había competido con el rancho Big Hawk por un valioso trato de ganado vacuno y lo había perdido. Hawkins Sullivan les había superado en la oferta y había ganado.

Sullivan.

Era su vecino y una pesadilla. Aunque el rancho Worth podía competir con el rancho Big Hawk, a él no le gustaba perder. Además, le habían hecho creer que lo tenía en el bolsillo.

Tagg bebió un sorbo de café. El fuerte líquido estaba tan frío y tan amargo como sus sentimientos. Tiró el resto del café al suelo y dejó la taza vacía en el poste superior de la valla del corral. Sus pensamientos se desviaron a la noche que había pasado con la hija de Sullivan, Callie, hacía un mes en Reno. Hacía semanas que no dejaba de pensar en ella y eso no le convenía al director financiero de Worth Enterprises.

Todo el tiempo que debiera haber estado pensando en cómo ganarle la partida a El Halcón, como se conocía a Sullivan en el negocio de la ganadería aludiendo a su nombre de pila, Tagg había estado ocupado pensando en la hija de éste. Incluso había llegado a sospechar que Hawkins la había enviado a ese rodeo en Reno con el fin de distraerle. Sin embargo, aunque Sullivan tenía fama de despiadado en el mundo de los negocios, jamás recurriría a semejantes artimañas. No, no sacrificaría a su hija a cambio de un trato. Además, Callie no le parecía la clase de mujer que se dejara manipular… Aunque no sería la primera vez que se equivocaba respecto a las mujeres.

Conocía a Callie desde pequeña. Sus ranchos eran vecinos. Pero cuando Callie le obligó a levantarse del taburete del bar Cheatin Heart para arrastrarle a la pista de baile, hacía años que no la veía.

Había sido una noche desaforada.

–Baila conmigo, vaquero. Demuéstrame que sabes moverte –le había dicho ella al tiempo que le rodeaba el cuello con sus delgados brazos y se apretaba contra él, con la ondulada melena cayéndole por la espalda.

–¿Crees que podrás aguantar mis movimientos? –le había puesto las manos en las caderas y se la había pegado al cuerpo, deleitándose en su calor.

–Sí, claro que sí, Tagg. Puedo aguantar lo que tú quieras –con la respiración entrecortada, los labios de Callie casi le habían rozado los suyos.

Se le había insinuado con la mirada. «Tómame», le había dicho con los ojos, mermando su fuerza de voluntad.

Fue entonces cuando había perdido la razón. Llevaba meses sin estar con una mujer, y Callie parecía querer lo mismo que él: una noche loca de sexo.

Tagg le había agarrado una mano y se la había llevado a su hotel. Apenas habían cruzado la puerta cuando se desnudaron el uno al otro con frenesí.

–Es una joven muy bonita.

Tagg se volvió y encontró a su hermano mayor a tres metros de él. Sus dos hermanos y él eran los propietarios de treinta mil hectáreas de terreno para criar ganado en Red Ridge County, un terreno que llevaba varias generaciones en propiedad de su familia. Clay vivía en la casa principal; Jackson pasaba la mayor parte del tiempo en el ático; él, por su parte, se había construido una casa en lo que originalmente fue el hogar de la familia, una cabaña en las colinas.

–¿Te refieres a Trick? –Tagg asintió mirando a la más joven de las yeguas–. Sí, lo es. Las otras no han tenido problemas en aceptarla.

Se quedaron observando a los animales mientras éstos se dirigían al fondo del corral, con las dos yeguas más mayores flanqueando a Trick, protegiéndola.

–Hace mucho que no vienes a mi casa –Clay se echó el sombrero hacia atrás para mirarle directamente a los ojos–. Parecías muy pensativo… ¿te preocupa algo?

Tagg no era extrovertido. Se sentía culpable por no haberse despedido de Callie aquella mañana, por haberse marchado sigilosamente del hotel y haberle dejado una nota en la cama a modo de despedida. Pero no iba a hablar de ello con Clay ni tampoco iba a contarle que Sullivan le había ganado un contrato.

Era su problema y él se encargaría de ello.

A Tagg le gustaba estar solo y, gracias a los adelantos tecnológicos como ordenadores, Internet y teléfonos móviles, no tenía que moverse mucho para llevar el negocio. Clay se encargaba de los asuntos relacionados con los empleados del rancho, y Jackson estaba al frente de los otros intereses económicos de la familia en Phoenix. Y a ninguno de los tres les molestaba ensuciarse las manos y realizar trabajos manuales en el rancho.

–No, nada. Sólo que llevo tiempo con mucho papeleo. ¿Y tú, qué tal?

–Ocupado con Penny’s Song. El edificio está casi acabado. Los primeros jóvenes van a venir dentro de unas pocas semanas.

–Estupendo. Ya sabes que, en el momento en que lo necesites, no tienes más que decírmelo y os echaré una mano.

La idea de construir Penny’s Song había sido de Clay y su esposa, para conmemorar la muerte de una niña de diez años de la zona que había fallecido de una grave enfermedad. La familia Worth había construido un centro, un kilómetro y medio dentro de la propiedad, destinado al cuidado de niños en proceso de recuperación de enfermedades graves. La idea era ayudarles a recuperarse en el rancho, a base de vida sana.

–Contamos con tu ayuda.

–Me pasaré luego a ver cómo va.

Clay asintió y dio un paso en dirección a su camioneta; pero entonces, se volvió y miró a su hermano durante unos instantes.

Tagg arqueó las cejas y lanzó una curiosa mirada a Clay.

–¿Qué pasa?

–Hace ya cuatro años, Tagg.

Tagg respiró hondo. Contuvo las ganas de dar una mala contestación a su hermano debido a que sabía que sólo estaba preocupado por él.

–Sé cuánto tiempo hace, así que no hace falta que me lo recuerdes.

–Me parece que es hora de que te des un respiro.

Clay se dio media vuelta, se subió a la camioneta y se marchó, dejándole a solas con los recuerdos.

Justo lo que él quería. Como tenía que ser. Había perdido a su esposa, Heather, hacía cuatro años, y nada podría arreglarlo. No necesitaba un respiro.

Jamás.

Callie Sullivan estaba bajo la sombra de las montañas Red Ridge, a unos pasos de la puerta de la casa de Tagg. Le tembló el cuerpo entero. Estaba deseando verle otra vez, a pesar de que sabía que Tagg no se alegraría de verla. A pesar de que sabía que Tagg no le había llamado, no había tratado de ponerse en contacto con ella después de aquella noche juntos.

Subió los escalones del porche y se sacó del bolsillo de los vaqueros la nota que él le había dejado en el hotel. La había sacado del bolsillo y la había leído tantas veces que el papel estaba completamente desgastado. Pensó en cómo se había sentido al despertar a la mañana siguiente y descubrir que, en vez de Tagg, sólo había una nota a su lado en la cama. Se sabía de memoria las palabras de aquel papel, no necesitaba leerlas.

Callie:

Ha sido estupendo. Tengo que volver a casa. No quería despertarte.

Tagg.

No decía gran cosa. Tagg no era un hombre de muchas palabras; pero, en la cama, suplía con creces su falta de desenvoltura en lo relativo a las relaciones sociales. Ella no se arrepentía de lo ocurrido aquella noche. Se había sentido inquieta, frustrada y triste durante el viaje a Reno… hasta ver a Tagg en el taburete de la barra de aquel bar, solo. Algo, no sabía qué, le había hecho ir a por lo que quería. Y siempre había deseado a Tagg.

«Callie, ésta es tu oportunidad», se había dicho a sí misma.

Se había arriesgado y sus sueños se habían hecho realidad.

Llamó a la puerta después de meterse la nota en el bolsillo de los pantalones.

Silencio.

Volvió a llamar con los nudillos.

Nada.

Salió del porche y, haciéndose visera con una mano sobre los ojos para protegerse del sol, buscó con la mirada alguna indicación de que él estuviera allí.

La casa era de un solo piso y estaba asentada en lo alto de una colina con una vista panorámica a las montañas Red Ridge. El pintoresco paisaje le recordó por qué le gustaba tanto aquella parte de Arizona. A más de una hora en coche de la agitada ciudad de Phoenix, con su parte histórica, centros deportivos y tiendas de modas, la casa de campo de Tagg distaba mucho del tipo de vida de esa ciudad.

Así era como a él le gustaba, pensó Callie. Todo el mundo se sabía la historia de Tagg: el campeón de rodeos casado con la reina del rodeo. Un matrimonio perfecto. Un final de cuento de hadas.

«Y vivieron felices…».

Pero no había sido así. Porque Heather Benton Worth había muerto en un accidente de avioneta, en la pista de aterrizaje del rancho Worth, y eso a Tagg le había dejado destrozado. No se conocían muy bien los detalles del accidente, nadie hablaba de ello. Había sido el trágico final de una hermosa vida.

Y Tagg parecía haber muerto también en ese accidente. Había dejado el rodeo, a los amigos y su carrera, y se había construido una modesta casa en las colinas.

El padre de ella había llegado a decir que Clayton Worth había hecho a Tagg director financiero de la empresa con el fin de procurarle una distracción, y así había comenzado su solitaria vida en el rancho.

En la distancia, Callie divisó a un jinete. Se le aceleraron los latidos del corazón. Hacía cinco semanas que no veía a Tagg. Demasiado tiempo. Su corazón albergaba un secreto. Un secreto que aún no estaba dispuesta a compartir con él.

Además de ser un ejecutivo, Tagg era un auténtico vaquero, con sus chaparreras de cuero, camisa azul y gafas de sol. El corazón le dio un vuelco y el pulso se le aceleró mientras le veía acercándose sobre la yegua por el camino de tierra que conducía al establo.

Tagg no mostró sorpresa al verla cuando llegó hasta ella y se bajó del hermoso animal.

–Eres una chica preciosa –le dijo Callie a la yegua al tiempo que le ponía una mano sobre el sudoroso lomo.

Le encantaban los animales; sobre todo, los caballos. Y montaba muy bien.

Tagg la sobrepasaba en altura y Callie tuvo que alzar el rostro para ver el de él.

–Podría decir lo mismo de ti –dijo Tagg al tiempo que se cruzaba de brazos.

Callie no podía verle los ojos, pero estaba casi segura de que le había hecho un cumplido.

–Hola, Tagg.

–Hola, Callie –con los ojos escondidos detrás de los cristales de las gafas, Tagg la miró de arriba abajo, haciéndola arrepentirse de no haberse puesto ropa más femenina–. ¿Querías verme?

–Sí.

Tagg se frotó la nuca y dejó escapar un suspiro.

–Me alegro de que hayas venido…

–¿Que te alegras? –preguntó Callie sin poder disimular su sorpresa. Había temido que Tagg no quisiera volver a verla.

Tagg se quitó las gafas de sol y entrecerró los ojos azul grisáceos. Esos mismos ojos, mostrando admiración y deseo, la habían visto desnuda. Y ella jamás olvidaría el ardoroso brillo que habían adquirido y lo mucho que le había impactado.

De joven, su padre le había prohibido salir con ninguno de los chicos de la familia Worth. Al parecer, un Worth no tenía la clase suficiente para un Sullivan. Para su padre, nadie la merecía. Pero Tagg y ella habían ido al colegio juntos, después, le había visto por la ciudad y, con el tiempo, le había visto montar potros salvajes en los rodeos.

En realidad, Taggart Worth, el vecino de pronunciada mandíbula y oscuros cabellos con el que no le estaba permitido hablar, había sido el dueño de sus sueños durante la adolescencia.

Hacía seis meses que había vuelto de Boston para cuidar de su padre, que había sufrido un infarto. Y nada había cambiado, excepto que ya no era una niña sino una mujer y ahora su padre no podía prohibirle nada.

–Sí. He estado pensando en ti.

Callie, esperanzada, contuvo la respiración.

–¿En serio?

–Yo… siento lo que pasó en Reno. No debería haber ocurrido.

Callie se desinfló con la misma rapidez que un globo. Se le hizo un nudo en el estómago.

Había sido atrevida con Tagg y no se arrepentía de haber tomado lo que quería y de haberle dado a Tagg todo lo que tenía. Había entregado algo más que su cuerpo en Reno. Y ahora… ¿Tagg se estaba disculpando? ¿Le estaba diciendo que no debería haber ocurrido?

La desilusión dio paso a un enfado lleno de orgullo.

–No tengo por costumbre marcharme así, sin despedirme.

¿Con cuántas mujeres había pasado sólo una noche? Le habría gustado que se hubieran despertado abrazados y se hubiesen declarado amor eterno. Pero no era tan tonta como para creer que eso podría llegar a ocurrir.

–Dejaste una nota –le recordó ella, con un tono de voz que a Tagg le provocó una mueca.

Se sintió sobrecogida al ver la expresión de pesar de él. Tagg parecía arrepentirse de lo ocurrido, mientras que ella se aferraba al maravilloso recuerdo.

–Debería haberme quedado y haberte dado una explicación.

–No hay nada que explicar, Tagg. Los dos hicimos lo que quisimos.

Tagg sacudió la cabeza. No opinaba lo mismo.

Incapaz de soportar la situación un segundo más, Callie apartó la mirada y clavó los ojos en la yegua.

–¿No vas a cepillarla? Está respirando trabajosamente.

Antes de que él pudiera contestar, Callie agarró las riendas de la yegua y la llevó al establo.

Tagg la siguió.

Callie nunca se había sentido tan angustiada. Sin embargo, había ido allí para decirle a Tagg una cosa y no se marcharía hasta haberlo hecho.

Le quitó las riendas a la yegua mientras Tagg le quitaba la silla de montar.

–No es necesario que hagas eso –le espetó él.

Le había hecho enfadar. Mejor.

–Es algo natural en mí. Yo también me crié en un rancho –dijo, dedicándole una sonrisa.

–Es difícil olvidar a la competencia.

Callie dejó las riendas colgando de un gancho y agarró un cepillo.

–¿Te resulta un problema que yo sea la hija de El Halcón?

Tagg hizo una mueca.

–No.

Ella le dio el cepillo y sus dedos se rozaron. Brevemente. Durante una milésima de segundo. Una corriente eléctrica le recorrió el cuerpo. Vio un repentino brillo en los ojos de Tagg, un brillo que desapareció al instante para, de nuevo, dar paso a una expresión indescifrable.

–No esperaba flores ni bombones –dijo ella con voz queda.

–Recibiste menos de lo que te merecías –Tagg comenzó a cepillar a la yegua.

–Sabía lo que hacía, Tagg. Fue… increíble. ¿O es que vas a negarlo?

Tagg dejó de cepillar al animal, volvió el rostro para mirarla y lo hijo con expresión dura.

–No, no voy a negarlo. Pero no volverá a ocurrir jamás.

–Ni yo lo quiero –respondió ella rápidamente–. En fin, será mejor que te diga lo que he venido a decirte. Pensé que preferirías que te lo dijera yo a enterarte por tu hermano. Bueno, resulta que vas a verme con frecuencia por el rancho Worth de ahora en adelante. Me he ofrecido voluntaria para trabajar en el proyecto Penny’s Song. El proyecto me parece extraordinario y estoy deseando empezar a trabajar con los niños.

–¿Tú?

Tagg lanzó una maldición en silencio. Callie Sullivan era la última persona en el mundo a quien quería ver a diario en la propiedad Worth. Le costaba trabajo creer que hubiera ido a verle ese día. Llevaba semanas pensando en la noche en Reno, recordando lo maravilloso que había sido.

–Sí, yo.

–¿Por qué?

–Ya te lo he dicho, quiero trabajar con niños. Soy licenciada en psicología y sé que puedo ser de ayuda en el proyecto. A Clay le ha parecido fantástico, teniendo en cuenta que, además, se me dan bien los caballos.

¿Clay? Iba a tener que hablar con su hermano.

Tagg continuó cepillando la yegua. Clay no sabía que se había acostado con Callie en Reno y no pensaba decírselo. De enterarse, la familia entera trataría de emparejarlos. No sería la primera vez. Pero él no quería tener relaciones con nadie y lo había dejado muy claro.

–Bueno, gracias por decírmelo.

–Es una obra benéfica extraordinaria. Tu hermano es un buen hombre.

–Sí.

–Le dijo que, mientras estoy en vuestro rancho, olvidara que soy la hija de El Halcón. Mi único objetivo es ayudar a poner en marcha Penny’s Song.

–Estoy seguro de que te lo agradece.

Tagg acarició el lomo de la yegua y luego se volvió para llenar un cubo con cebada.

Antes de que le diera tiempo a dejar el cubo con la yegua, Callie se adelantó y le rozó el cuerpo. Al oler su perfume, los recuerdos acudieron a su memoria: un sensual baile en el bar, el largo y negro cabello de ella suelto, el sabor a sal de la piel de Callie cuando la besó en el bar…

–Apuesto a que le gusta más esto –Callie se metió una mano en el bolsillo del pantalón y sacó media docena de terrones de azúcar. Abrió la palma de la mano delante de la yegua y ésta sacó su rosada lengua para arrebatárselos. Entonces, Callie le acarició el testuz–. Somos amigas, ¿verdad, chica? Sí, claro que sí.

Entonces, se volvió a Tagg y le preguntó:

–¿Cómo se llama?

Tagg dejó el cubo delante del animal y se acercó a la pared para colgar el cepillo, alejándose de Callie y de su tentador aroma.

–Russet.

Callie sonrió y Tagg la dejó que continuara acariciando a la yegua. Callie llevaba vaqueros y una camisa de algodón, nada insinuante. Lo malo era que él sabía lo que se escondía debajo: una suave y cremosa piel, unas caderas pronunciadas y unos pechos perfectos.

Callie sabía de caballos. Sabía cómo hablarles y cómo tratarles. Lo que no le sorprendía y sí le agradaba. Se apoyó en la pared y se quedó observando, hasta que Callie se dio cuenta de lo que él estaba haciendo.

Callie arqueó las cejas con expresión interrogante.

–¿Por qué lo hiciste, Callie? Apenas nos conocemos. ¿Por qué yo?

Callie, pensativa, se lo quedó mirando. Y él se preguntó si le respondería con sinceridad. Tras unos instantes, Callie ladeó la cabeza ligeramente.

–Cuando te vi sentado en el taburete… la cara que tenías me pareció que era igual al modo como yo me sentía: solo, decepcionado, con ganas de que tu vida fuera distinta. Me pareció que nos necesitábamos, que quizá pudiéramos ayudarnos el uno al otro.

Tagg no había esperado una respuesta tan honesta. Callie se había dado cuenta de lo que había sentido. Él jamás hablaba de Heather con nadie, era como si no pronunciar las palabras en voz alta hiciera que no fueran verdad. Como si así sufriera menos. Pero ahora, con Callie, sentía la necesidad de explicarse, aunque sólo fuera por una vez.

–Era el aniversario de la muerte de mi esposa. Heather lo era todo para mí. Dije que tenía que ir a Reno por asunto de negocios, pero fue para olvidar.

Callie le miró a los ojos comprensiva.

–Lo siento.

–No tanto como yo –Tagg desvió la mirada al otro lado de las puertas del establo, a las tierras propiedad de la familia Worth pasadas de padres a hijos, y no vio nada. Hizo un esfuerzo por no revivir las imágenes de aquella avioneta partida en dos en la pista de aterrizaje. Entonces, volvió el rostro hacia Callie y la miró fijamente a los ojos–. Hablaba en serio al decir que lo de Reno no debiera haber ocurrido. No va a pasar nada, Callie. Lo mejor será que lo olvidemos.

–Estoy de acuerdo –respondió ella al instante, los ojos fijos en los de él–. Yo sólo he venido aquí para romper el hielo, por si nos vemos en Penny’s Worth. No me gustan las situaciones incómodas.

Tagg sonrió.

–A mí tampoco. No me desenvuelvo bien a nivel social.

Callie rió y asintió, mostrando su acuerdo. Y a él casi le sentó mal; pero entonces, Callie sonrió y dijo con voz suave:

–Lo compensas con otras cosas.