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Tocaban a animas las campanas de la ciudad de Sevilla, y muchos corazones religiosos se alzaban al cielo en aquella hora dedicada por la Iglesia a recordar a los muertos. Todo yacía frío, silencioso y triste en la invadiente oscuridad de una noche de Diciembre; una espesa cortina de nubes cubría las estrellas, que son, según dice un poeta, los ojos con que mira el cielo a la tierra.
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Fernán Caballero
¿Est-ce vrai? -Oui: mais qu'importe?
Balzac.
Tocaban a ánimas las campanas de la ciudad de Sevilla, y muchos corazones religiosos se alzaban al cielo en aquella hora dedicada por la Iglesia a recordar a los muertos. Todo yacía frío, silencioso y triste en la invadiente oscuridad de una noche de Diciembre; una espesa cortina de nubes cubría las estrellas, que son, según dice un poeta, los ojos con que mira el cielo a la tierra.
En la sala de una de las hermosas casas de Sevilla, que los extranjeros llaman pala-cios, frente a una chimenea en que ardía y daba luz como una antorcha la alegre leña del olivo, estaba sentada una señora, sumida en los pensamientos graves y tristes que infundían la hora y lo lóbrego de la noche. No se oía sino el gemido del viento, que daba tor-mento a los naranjos del jardín, y que pene-trando por el cañón de la chimenea, caía sobre la llama a la cual abatía temblorosa, es-parciendo ráfagas de vacilante luz por la es-tancia. Parecía que la soledad la abrumase, y cual si un genio benéfico se ocupase en pre-venir sus deseos, abriose la puerta, apare-ciendo en el umbral una persona cuya vista debió serle grata, puesto que al verla, hizo la señora un ademán y exclamación de alegría, y se levantó para ir a su encuentro.
La recién entrada era una señora de edad, bajita, trigueña, cuyos ademanes animados y cuyos ojos vivos y alegres denotaban que los años habían pasado por aquella naturaleza juvenil y activa sin doblegarla y sin que su dueña los notase.
-Vaya, marquesa -dijo la recién llegada-, que para venir desde donde yo vivo hasta tu casa se necesitan amor y coche.
-Te ha bastado el amor. ¡Y cuánto te lo agradezco! Ahora conozco la verdad que en-cierra este refrán: «Amor con amor se paga.»
¡Salir en una noche como ésta!
-Hija mía, no había otra -repuso la amiga-.
¿Sabes -añadió- que te he estado mirando por los cristales, y he visto que tienes un aire de languidez, según dicen los poetas del día, que maldito si te sienta bien? Si te hubiese visto tu amigo el barón de Saint-Preux, diría que, echada como estás en tu sillón ante la chimenea, parecías la estatua de la Lealtad llorando ante la hoguera de un trono.
-Por fortuna -repuso riendo la marquesa-, el trono que arde aquí lo fue siempre de un jilguero.
-Si te viese Joaquín Becker, le servirías de modelo para algún cuadro de la Viuda de Pa-dilla -prosiguió la que había entrado.