2,14 €
La Historia del buen viejo y la bella Señorita (Il vecchione e la bella ragazza) es un relato breve, irónico y conmovedor de Italo Svevo que aborda temas como la vejez, el deseo, la ilusión y la desconexión entre el anhelo interior y la realidad exterior. La historia sigue a un anciano que se enamora de una mujer mucho más joven, buscando en su atención una forma de recuperar la vitalidad y el propósito. A medida que se sumerge en esta fantasía, el relato revela la tragedia silenciosa del autoengaño y la dolorosa brecha entre la juventud y la vejez. Svevo, conocido por su agudeza psicológica y su prosa sobria, retrata la experiencia del protagonista con empatía y crítica sutil. La historia pone en cuestión los ideales sociales sobre el amor y la vitalidad, mostrando cómo el apego a las ilusiones puede conducir a la desilusión emocional. Desde su publicación, el cuento ha sido reconocido por su delicado equilibrio entre melancolía e ironía. Su exploración de la vulnerabilidad humana y del temor a la irrelevancia sigue resonando, ofreciendo una reflexión atemporal sobre la complejidad del envejecimiento y la necesidad humana de conexión y sentido.
Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:
Seitenzahl: 91
Veröffentlichungsjahr: 2025
Italo Svevo
LA HISTORIA DEL BUEN VIEJO Y LA BELLA SEÑORITA
Título original:
“La novella del buon vecchio e della bella fanciulla”
Primera edición
PRESENTACIÓN
LA HISTORIA DEL BUEN VIEJO Y LA BELLA SEÑORITA
Italo Svevo
1861 — 1928
Italo Svevo fue un escritor y empresario italiano, conocido principalmente por su estilo literario innovador e introspectivo, que anticipó muchos elementos de la ficción modernista. Nacido como Ettore Schmitz en Trieste —entonces parte del Imperio austrohúngaro—, Svevo escribió principalmente en italiano y es ampliamente considerado una figura clave en el desarrollo de la narrativa psicológica y de la prosa introspectiva. A pesar del escaso reconocimiento durante sus primeros años, sus obras posteriores, especialmente La conciencia de Zeno, le aseguraron un lugar duradero en la historia literaria europea.
Vida temprana y formación
Italo Svevo nació en el seno de una familia judía de clase media, con raíces alemanas e italianas. Creció en un entorno multilingüe y fue educado tanto en Italia como en Alemania, donde desarrolló un profundo interés por la literatura y la filosofía. Adoptó su seudónimo (“Italo”, en referencia a su identidad italiana, y “Svevo”, como alusión a su origen germánico) al inicio de su carrera literaria. Aunque trabajó gran parte de su vida en la empresa de pinturas de su suegro, su pasión por la escritura persistió incluso durante largos periodos de anonimato literario.
Carrera y aportes
El reconocimiento literario de Svevo llegó tarde. Sus dos primeras novelas, Una vita (1892) y Senilità (1898), pasaron desapercibidas para el público y la crítica. Sin embargo, su destino cambió cuando comenzó a recibir clases de inglés del joven escritor irlandés James Joyce en Trieste. Joyce, al reconocer su talento, lo animó a seguir escribiendo y promovió su obra en círculos literarios.
En 1923, Svevo publicó su novela más célebre, La coscienza di Zeno (La conciencia de Zeno), una obra revolucionaria que explora el autoengaño, la neurosis y la complejidad de la mente humana. Escrita como una falsa memoria dirigida a un psicoanalista, la novela ofrece un relato satírico e introspectivo sobre la vida de Zeno Cosini, un hombre dominado por la indecisión, los deseos contradictorios y la ansiedad existencial. Esta obra rompió con las formas narrativas tradicionales e incorporó elementos del psicoanálisis freudiano, situando a Svevo como un precursor de la novela psicológica.
Impacto y legado
Hoy, la obra de Svevo es reconocida como un puente esencial entre el realismo del siglo XIX y el modernismo del siglo XX. Su estilo introspectivo, tono irónico y profundidad filosófica han influido en autores como Italo Calvino, Primo Levi y Samuel Beckett. La conciencia de Zeno, en particular, es valorada por su estructura narrativa compleja y por su representación sincera de las contradicciones humanas.
Aunque permaneció relativamente desconocido durante gran parte de su vida, el interés creciente por la literatura modernista tras la Primera Guerra Mundial llevó a una revalorización de su obra. Sus personajes imperfectos y profundamente humanos reflejan la identidad fragmentada y la ambigüedad moral que definirían gran parte de la literatura contemporánea.
Italo Svevo murió en 1928 a causa de un accidente automovilístico cerca de Trieste. En el momento de su fallecimiento, apenas comenzaba a recibir el reconocimiento literario que merecía. Hoy en día, se lo considera una figura fundamental de la literatura moderna europea. Su legado perdura gracias al uso pionero del monólogo interior, la introspección irónica y su profunda exploración de la psicología humana.
La influencia de Svevo traspasa fronteras, y La conciencia de Zeno es frecuentemente incluida en debates sobre las grandes obras del modernismo, junto a autores como Kafka, Proust y Joyce. Su perspectiva única —marcada por la dualidad cultural, las luchas personales y la reflexión filosófica— sigue tocando a lectores interesados en comprender las contradicciones de la condición humana.
Sobre la obra
"La Historia del buen viejo y la bella Señorita (Il vecchione e la bella ragazza) es un relato breve, irónico y conmovedor de Italo Svevo que aborda temas como la vejez, el deseo, la ilusión y la desconexión entre el anhelo interior y la realidad exterior. La historia sigue a un anciano que se enamora de una mujer mucho más joven, buscando en su atención una forma de recuperar la vitalidad y el propósito.
A medida que se sumerge en esta fantasía, el relato revela la tragedia silenciosa del autoengaño y la dolorosa brecha entre la juventud y la vejez. Svevo, conocido por su agudeza psicológica y su prosa sobria, retrata la experiencia del protagonista con empatía y crítica sutil. La historia pone en cuestión los ideales sociales sobre el amor y la vitalidad, mostrando cómo el apego a las ilusiones puede conducir a la desilusión emocional.
Desde su publicación, el cuento ha sido reconocido por su delicado equilibrio entre melancolía e ironía. Su exploración de la vulnerabilidad humana y del temor a la irrelevancia sigue resonando, ofreciendo una reflexión atemporal sobre la complejidad del envejecimiento y la necesidad humana de conexión y sentido.
Sin que el buen viejo pudiera darse cuenta, el preludio de su aventura había comenzado. En un momento de descanso debió recibir en su oficina a una anciana que le presentaba y recomendaba a una jovencita, su propia hija. Habían sido admitidas en su presencia gracias a una carta de presentación de un amigo suyo. El viejo, interrumpido abruptamente, no dejaba de pensar en sus asuntos mientras contemplaba atónito la carta, queriendo entenderla lo más rápido posible para librarse enseguida de la molestia.
La anciana no paraba de hablar, pero el viejo apenas pudo retener o comprender una breve frase: La jovencita es fuerte, inteligente y sabe leer y escribir, más leer que escribir. Luego, una frase que lo impresionó a causa de su extrañeza: "Mi hija acepta cualquier empleo de tiempo completo, siempre y cuando le garantice el poco tiempo que necesita para su baño diario". Finalmente la vieja dijo la frase que concluyó rápidamente la escena: "Ahora están contratando a mujeres para conducir y atender las taquillas del Tranvía".
Súbitamente, el viejo decidió escribir una carta de recomendación dirigida a la Dirección de la Sociedad de Tranvías y despidió a las dos mujeres. Inmerso de nuevo en sus asuntos, se interrumpió por un instante para pensar: "Quién sabe por qué aquella anciana quiso decirme que su hija se baña diariamente". Agitó la cabeza sonriendo con aire de superioridad. Esto prueba que los viejos son mucho más viejos cuando tienen cosas por hacer.
Un vagón de tranvía se deslizaba a lo largo de la avenida de Santa Andrea. La conductora, una bella muchacha de veinte años, con los ojos negros clavados sobre la calle ancha, polvorienta, llena de sol, se complacía en llevar el vehículo precipitadamente de manera que, con los cambios, las ruedas chirriaban y el vagón, cargado de gente, saltaba. La avenida estaba desierta. Aun así, la joven presionaba constantemente con su pie nervioso y pequeño la campanilla de alarma. Si lo hacía no era por prudencia sino porque ella era tan infantil que llegaba a convertir el trabajo en un juego, y se complacía en correr así y en hacer ruido con aquella ingeniosa maquinita. A todos los niños les encanta gritar cuando corren. Estaba vestida de coloridos harapos. Por su gran belleza parecía disfrazada. Una descolorida chaqueta roja le dejaba el cuello libre, fuerte en comparación con su carita un poco escuálida, y libre la cavidad perfecta que iba de los hombros al delicado pecho. La faldita azul era demasiado corta, quizá porque en el tercer año de la guerra escaseaban los tejidos. Los piececitos parecían desnudos dentro de sus zapatos de tela y el gorro azul le aplanaba unos rizos negros, no muy largos. Mirando sólo su cabeza hubiera podido confundirse con un jovencito, a no ser por una actitud que ya revelaba coquetería y vanidad.
Dentro del vagón, rodeando a la bella conductora, había tanta gente que maniobrar el freno era casi imposible. Ahí se encontraba también nuestro viejo. Él debía encorvarse para no ser arrojado sobre la conductora, ante los saltos cada vez más violentos del tranvía. Estaba cuidadosamente vestido, pero con la sobriedad propia de sus años. En verdad, una figurita señorial y agradable. Bien alimentado, entre toda aquella gente pálida y anémica, no representaba aún una ofensa para los viajantes pues no era muy gordo ni parecía demasiado próspero. Por el color de su cabello y sus cortos bigotes se deducía que su edad rondaba los sesenta años o un poco menos. No se manifestaba en él ningún esfuerzo por parecer más joven. La edad puede ser un obstáculo para el amor y él hacía mucho tiempo que había dejado de pensar en ello, pero favorecido en sus negocios portaba sus años con orgullo y, si así puede decirse, juvenilmente.
Su prudencia, en cambio, era acorde con su edad y no se hallaba a gusto en aquel vehículo mastodóntico llevado a toda prisa. La primera palabra que dirigió a la jovencita fue de reprimenda: "¡Señorita!".
Ante la afectuosa cortesía, la joven volvió hacia él sus bellos ojos, titubeantes, sin estar segura de que él hubiera querido hablarle. El buen viejo halló tanto placer en aquella mirada luminosa, que su angustia se disipó. Mudó la amonestación, que habría significado un reproche, por una broma: "No me interesa en absoluto llegar unos minutos antes al Tergesteo". Pareció sonreír ante su propia broma y así pudo creerlo la gente a su alrededor, pero en realidad su sonrisa iba dirigida a aquellos ojos, que encontraba pícaros e inocentes a la vez. Las mujeres bellas, al principio, siempre parecen inteligentes. Un bello color o una bella línea son, en efecto, la expresión de la inteligencia más absoluta.
Ella no escuchó sus palabras, pero quedó completamente tranquila con aquella sonrisa que no dejaba duda de la benévola disposición del viejo. Comprendió que se encontraba incómodo estando de pie, y le hizo lugar para que pudiera apoyarse junto a ella en la barandilla. Así continuaron en una vertiginosa carrera hasta Campo Marzio.
La muchacha, entonces, mirando al buen viejo como pidiéndole aprobación, suspiró: "Aquí comienza la parte más aburrida". El tranvía, en efecto, empezó a tambalear lenta y pesadamente sobre las calles.
Cuando un joven se enamora de verdad, a menudo el amor hace que su imaginación pronto se aparte de su deseo. ¡Cuántos jóvenes, que pudieran quedarse plácidamente en un lecho que los acoge, no tiran por la borda su propia casa creyendo que para irse a la cama con una mujer deben primero conquistar, crear o destruir! En cambio los viejos, de los que se dice que están mejor protegidos de las pasiones, se entregan con plena conciencia y entran al lecho de la culpa cuidándose sólo de los resfriados.
El amor no es fácil, ni siquiera para los viejos. Para ellos la complicación está en los motivos. Saben que deben disculparse. Nuestro viejo se dijo: