La leyenda de Sleepy Hollow - Washington Irving - E-Book

La leyenda de Sleepy Hollow E-Book

Washington Irving

0,0
8,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.

Mehr erfahren.
Beschreibung

La leyenda de Sleepy Hollow es un relato corto de terror y romanticismo, escrito por Washington Irving en 1820, en su colección de ensayos e historias cortas The Sketch Book of Geoffrey Crayon. La historia se sitúa en 1784, en los alrededores del asentamiento neerlandés de Tarry Town (Tarrytown, Nueva York), en un apartado valle llamado Sleepy Hollow conocido por sus historias de fantasmas y el ambiente embrujado que impregna la imaginación de sus habitantes y visitantes. El espectro más infame del lugar es el Jinete sin Cabeza, de quien se dice que es el fantasma de un antiguo soldado hessiano al que alcanzó una bala de cañón en la cabeza durante «alguna batalla sin nombre» de la guerra de Independencia de Estados Unidos.

Das E-Book können Sie in Legimi-Apps oder einer beliebigen App lesen, die das folgende Format unterstützen:

EPUB
MOBI

Seitenzahl: 69

Veröffentlichungsjahr: 2023

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Hallado entre los papeles del difunto

Dietrich Knickerbocker

De una encantadora tierra adormecida se trataba,

de sueños que se dan ante los ojos entrecerrados;

y de alegres castillos en las nubes que pasaban,

para siempre arrebolándose en un cielo de verano.

EL CASTILLO DE LA INDOLENCIA.[1]

Al abrigo de una de esas espaciosas ensenadas que mellan la costa este del Hudson, en esa amplia expansión del río denominada Tappan Zee por los antiguos navegantes holandeses, quienes siempre, con prudencia, amainaban vela e imploraban la protección de san Nicolás mientras lo cruzaban, se encuentra una pequeña ciudad comercial, o puerto rural, que algunos llaman Greensburgh, aunque es comúnmente conocida por el más apropiado nombre de Tarry Town, o Villa de la Demora. Se cuenta que dicho nombre le fue dado, en tiempos antiguos, por parte de las buenas amas de casa de la región vecina, debido a la tendencia arraigada de sus maridos a demorarse en la taberna del pueblo los días de mercado. Sea como fuere, no puedo dar fe de este hecho, simplemente lo menciono, en aras de la precisión y la autenticidad. No muy lejos de esta ciudad, tal vez a unas dos millas, hay un pequeño valle o, más bien, una hondonada entre altas colinas, que es uno de los lugares más tranquilos del mundo entero. Lo atraviesa un riachuelo que produce el murmullo arrullador suficiente para invitar al descanso; y el ocasional silbido de una codorniz o el tamborileo de un pájaro carpintero son casi los únicos sonidos que irrumpen en esa uniforme tranquilidad.

Recuerdo que, de jovenzuelo, mi primera hazaña en la caza de ardillas se produjo en una arboleda de altos nogales que da sombra a una parte del valle. Había deambulado adentrándome en él al mediodía, cuando la naturaleza está particularmente silenciosa, y me sobresaltó el estruendo de mi propia arma, que rompió la quietud del domingo y se prolongó y retumbó en airados ecos. Si alguna vez deseara retirarme a algún lugar donde escapar del mundo y sus distracciones, y soñar tranquilamente, alejado de los recuerdos de una vida turbulenta, no conozco ninguno más prometedor que este pequeño valle.

Debido a la lánguida calma del sitio, y al peculiar carácter de sus habitantes, descendientes de los primeros colonos holandeses, este aislado valle se conoce desde hace mucho tiempo con el nombre de Sleepy Hollow,[2] y sus rústicos muchachos son conocidos como los chicos de Sleepy Hollow a lo largo y ancho de las tierras vecinas. Sobre la tierra parece flotar una esencia somnolienta y soñadora que impregna el propio ambiente. Hay quien dice que el lugar fue embrujado por un pomposo charlatán alemán, durante los primeros días del asentamiento; otros creen que un anciano jefe indio, profeta o mago de su tribu, convocaba allí sus powwows antes de que el capitán Hendrick Hudson descubriera la región. Lo cierto es que el lugar aún continúa bajo el influjo de algún tipo de brujería, que les sorbe el seso a las buenas gentes, haciéndolas caminar en un ensimismamiento continuo. Se entregan a todo tipo de creencias maravillosas, entran en trance y tienen visiones, y con frecuencia sufren extrañas alucinaciones, y oyen música y voces en el aire. En toda la vecindad abundan leyendas locales, lugares embrujados y supersticiones crepusculares; las estrellas brillan y los meteoritos destellan con más frecuencia a lo largo del valle que en cualquier otra parte, y la bestia de los sueños, acompañada de sus nueve diablos, parece convertir el lugar en el escenario favorito para sus danzas.

Sin embargo, el espíritu que domina y atormenta a esta región hechizada, y que parece comandar todos los poderes del aire, es una figura sin cabeza a lomos de un caballo. Algunos dicen que es el fantasma de un soldado hessiano cuya cabeza había sido arrancada por una bala de cañón en una batalla sin nombre durante la guerra de Independencia, y que es visto de vez en cuando por la gente del pueblo apresurándose en la penumbra de la noche, como llevado por el viento. Sus apariciones no se limitan al valle, sino que se extienden en ocasiones por los caminos adyacentes, especialmente por las inmediaciones de una iglesia, no muy lejos de ahí. De hecho, algunos de los historiadores más fieles de la región, cuidadosos al recopilar y cotejar la vaguedad de los hechos relacionados con este espectro, afirman que el cuerpo del soldado fue enterrado en el cementerio de la iglesia, y que el fantasma acude de noche al escenario de la batalla buscando su cabeza, y que la velocidad con la que atraviesa el valle, como una explosión a medianoche, se debe a su retraso, y a su prisa por regresar al cementerio antes del amanecer.

Esa es la idea general de esta superstición legendaria, que ha proporcionado material para muchas historias fascinantes en ese lugar de sombras. El espectro es conocido en todos los hogares de la zona por el nombre de «el Jinete sin Cabeza de Sleepy Hollow».

Es notable que la predisposición a esas visiones que he mencionado no se limita a los habitantes nativos del valle, sino que es inconscientemente absorbida por todos los que residen ahí por un tiempo. Sin importar lo despiertos que estuvieran antes de entrar en esa región adormecida, no hay duda de que en poco tiempo inhalan la influencia mágica del aire, y su imaginación se aviva, sufren pesadillas y tienen apariciones.

Menciono este apacible lugar con todos los elogios posibles porque es en estos valles holandeses tan pequeños y remotos, dispersos aquí y allá por el gran estado de Nueva York, donde la población, los usos y costumbres permanecieron invariables, mientras el gran torrente de migración y progreso, que está provocando incesantes cambios en otras partes de este inquieto país, pasa inadvertido para ellos. Son como esos remansos de agua tranquila que bordean una corriente rápida en el río, donde se pueden ver paja y burbujas flotando en calma a su alrededor, o revolviéndose lentamente en ondas que imitan el vaivén del agua, imperturbables por la prisa de la corriente que pasa de largo. Aunque han transcurrido muchos años desde que recorrí las umbrías somnolienta de Sleepy Hollow, todavía me pregunto si no me encontraría con los mismos árboles y las mismas familias vegetando, protegidas, en su refugio.

En ese curioso paraje habitaba, en un periodo remoto de la historia de los Estados Unidos de América, es decir, hace unos treinta años, un respetable individuo de nombre Ichabod Crane, quien residía, o, como él decía, «se alojaba temporalmente» en Sleepy Hollow, con el propósito de instruir a los niños de la vecindad. Era nativo de Connecticut, un estado que suministra a la Unión pioneros para el desarrollo cultural y forestal, y envía anualmente sus legiones de leñadores y maestros rurales. El apellido de Crane[3] le hacía justicia a su persona. Efectivamente, era como una grulla: alto pero extremadamente flaco, con hombros estrechos, piernas y brazos largos, y unas manos que pendían sobresaliendo exageradamente de las mangas. Los pies bien podrían servirle de palas y todo el cuerpo le colgaba deslavazado. Su cabeza era pequeña y plana en la parte superior, las orejas enormes, los ojos verdes grandes y vidriosos, y su nariz larga y afilada como el pico de una agachadiza. Parecía el gallo de una veleta posado sobre su cruz para indicar la dirección en que sopla el viento.