La madre. Cabezas redondas y cabezas puntiagudas - Bertolt Brecht - E-Book

La madre. Cabezas redondas y cabezas puntiagudas E-Book

Bertolt Brecht

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Beschreibung

Si bien la obra de Bertolt Brecht (1898-1956) abarca muy diversos géneros, su legado literario ha ejercido una influencia decisiva sobre todo en el dominio del teatro. Después de un largo exilio forzado por el régimen nazi, a su regreso a Alemania fundó y dirigió la compañía Berliner Ensemble, donde llevó a la práctica, a través de sus múltiples experiencias innovadoras, su teoría del teatro épico, que postula sustituir la intensidad emocional ligada al teatro tradicional por el alejamiento reflexivo y la observación crítica a través del distanciamiento. Este volumen, correspondiente al quinto de la serie que recoge su «Teatro completo» y que ha venido publicando Alianza Editorial, incluye dos obras escritas entre 1931 y 1934: La madre -inspirada en la obra homónima de Gorki- y Cabezas redondas y cabezas puntiagudas, una parábola satírica contra los mecanismos del régimen nazi. Traducción de Miguel Sáenz

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Veröffentlichungsjahr: 2021

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Bertolt Brecht

La madre

Cabezas redondas y cabezas puntiagudas

(Teatro completo, 5)

Traducción de Miguel Sáenz

Índice

La madre

De «Observaciones a La madre»

Cabezas redondas y cabezas puntiagudas

Créditos

La madre

Vida de la revolucionaria

Pelagueia Vlasova de Tver

(según la novela de Máximo Gorki)

Colaboradores: S. Dudow, H. Eisler y G. Weisenborn

PERSONAJES

Pelagueia Vlasova. Pavel Vlasov, su hijo. Anton Rybin, Andrei Najodka, Iván Vesovchivok: obreros de la fábrica Sujlinov. Masha Jalatova, joven obrera. Policía. Comisario. El portero. Smilguin, un viejo obrero. El obrero Karpov. El policía de la fábrica. Nikolai Vesovchikov, el maestro. El parado Sigorski. Carcelero. Yegor Lushin, bracero. Dos esquiroles. El carnicero Vasil Yefimovich. La mujer del carnicero. La propietaria de la casa. Su sobrina del campo. La mujer pobre. Un funcionario. Una mujer enlutada. Una criada. Mujeres. Obreras y obreros.

1

LAS VLASOVAS DE TODOS LOS PAÍSES

Habitación de Pelagueia Vlasova en Tver.

PELAGUEIAVLASOVA. Casi me da vergüenza servir esta sopa a mi hijo. Pero no puedo añadirle nada de grasa, ni siquiera media cucharadita. Porque la semana pasada le rebajaron el salario en un kopek por hora y, por mucho que me esfuerce, no puedo recuperarlo. Sé que en su trabajo largo y duro necesita una comida más sustanciosa. Es terrible no poder darle a mi único hijo una sopa mejor; es joven y casi está creciendo aún. Y es muy distinto de como era su padre. Siempre está leyendo libros, y la comida nunca le parece bastante buena. Y ahora la sopa es peor aún. Por eso está cada vez más descontento.

Lleva a su hijo una tartera con sopa. Cuando vuelve, ve cómo él, sin levantar los ojos de su libro, levanta la tapa de la tartera y olfatea la sopa, volviendo luego a poner la tapa y apartando de sí la tartera.

Otra vez olfatea la sopa. No puedo darle otra mejor. Pronto se dará cuenta también de que ya no soy para él ninguna ayuda, sino una carga. ¿Por qué tengo que comer con él, vivir en su habitación y vestirme de lo que él gana? Terminará por marcharse. ¿Qué puedo hacer yo, Pelagueia Vlasova, viuda de obrero y madre de obrero? Doy mil vueltas a cada kopek. Pruebo de una forma y pruebo de otra. Unas veces ahorro en ropa y otras en leña. Pero no basta. No veo solución.

Su hijo Pavel Vlasov ha cogido su gorra y su tartera y se ha ido.

CORO

Cantado por los obreros revolucionarios a Vlasova.

¡Cepíllate la chaqueta,

cepíllatela dos veces!

Cuando la hayas cepillado

será un andrajo limpio.

¡Cocina con cuidado,

no escatimes esfuerzos!

Cuando el kopek falta

la sopa no es más que agua.

¡Trabaja, trabaja más,

ahorra, administra mejor,

calcula, calcula más exactamente!

Cuando el kopek falta

no puedes hacer nada.

Hagas lo que hagas,

no será bastante.

Tu situación es mala

y será peor aún.

Así no puedes seguir.

¿Pero cuál es la salida?

Como la corneja, que no puede

alimentar ya a su pichón

e, impotente contra la tempestad invernal,

no ve salida y se lamenta,

tampoco tú ves la salida

y te lamentas.

Hagas lo que hagas,

no será bastante.

Tu situación es mala

y será peor aún.

Así no puedes seguir.

¿Pero cuál es la salida?

2

PELAGUEIA VLASOVA VE CON INQUIETUD A SU HIJO EN COMPAÑÍA DE OBREROS REVOLUCIONARIOS

Habitación de Pelagueia Vlasova.

Tres obreros y una joven obrera llegan muy de mañana con un ciclostilo.

Anton Rybin. Cuando hace dos semanas te adheriste a nuestro movimiento, Pavel, nos ofreciste venir a tu casa si había algún trabajo especial que hacer. Tu casa es el lugar más seguro, porque nunca hemos trabajado aquí.

Pavel Vlasov. ¿Qué vais a hacer?

Andrei Najodka. Tenemos que imprimir octavillas para hoy. Las últimas rebajas de salarios han causado una gran irritación entre los obreros. Hace ya tres días que repartimos octavillas en la empresa. Hoy es el día decisivo. Esta noche, la asamblea de la fábrica decidirá si debemos permitir que nos quiten ese kopek o ir a la huelga.

Iván Vesovchikov. Hemos traído la multicopiadora y papel.

Pavel. Sentaos. Mi madre nos hará té.

Se dirigen a la mesa.

Iván, a Andrei: Espera afuera y vigila, por si viene la policía.

Sale Andrei.

Anton. ¿Dónde está Sidor?

Masha Jalatova. Mi hermano no ha venido. Ayer noche, al volver a casa, vio que lo seguía alguien con aspecto de policía. Por eso ha preferido ir hoy directamente a la fábrica.

Pavel. Hablad bajo. Es mejor que mi madre no os oiga. Hasta ahora no le he dicho nada de todo esto, ya no es joven y además no podría ayudarnos.

Anton. Aquí está el original.

Empiezan a trabajar. Uno de ellos ha colgado un paño grueso ante la ventana.

Pelagueia Vlasova, para sí: No me gusta ver a mi hijo Pavel con esa gente. Terminarán por echármelo a perder. Lo incitan y lo arrastrarán a hacer algo. A esa gente no le sirvo té. Se acerca a la mesa. Pavel, no puedo haceros té. Queda demasiado poco. No bastaría para hacer un buen té.

Pavel. Entonces haznos un té flojo, madre.

Pelagueia Vlasovaha vuelto y se ha sentado: Si no se lo hago, se darán cuenta de que no los soporto. No me gusta nada que estén aquí hablando tan bajo que no los puedo oír. Se acerca otra vez a la mesa. Pavel, ¡me resultaría muy desagradable que el propietario se diera cuenta de que aquí viene gente a las cinco de la mañana a imprimir algo! De todas formas, no podemos pagarle el alquiler.

Iván. Créanos, señora Vlasova, que no hay nada que nos interese más que su alquiler. En el fondo, no nos preocupa otra cosa, aunque no lo parezca.

Pelagueia Vlasova. No estoy tan segura.

Se vuelve a ir.

Anton. ¿No le gusta a tu madre que estemos aquí, Pavel?

Iván. Es muy difícil para tu madre comprender que tenemos que hacer esto para que ella pueda comprar té y pagar el alquiler.

Pelagueia Vlasova. ¡Qué cara más dura! Hacen como si no se dieran cuenta de nada. ¿Pero qué quieren de Pavel? Entró en la fábrica y estaba contento de tener trabajo. Ganaba poco y, el último año, cada vez menos. Antes de que le quiten otro kopek, sería mejor quedarse sin comer. Pero me inquieta ver que lee esos libros y me preocupa que, en lugar de descansar por las noches, vaya a esas reuniones, en donde sólo lo excitan. Terminará por perder su trabajo.

Mashacanta a Vlasova la «Canción de la salida»:

Canción de la salida

Cuando sopa ya no tengas,

¿cómo te defenderás?

De arriba abajo el Estado

entero trastocarás

hasta que tu sopa obtengas.

No espero que te contengas.

Cuando no tengas trabajo,

¡siempre te defenderás!

De arriba abajo el Estado

entero trastocarás

hasta que no estés ya abajo.

Y es que siempre hay un atajo.

Si por ser débil se ríen,

tiempo no debéis perder.

Tenéis que hacer que se unan

los débiles del ayer.

Cuando entonces desafíen,

veréis como no se ríen.

Andrei, entrando: ¡La policía!

Iván. ¡Esconded los papeles!

Andrei le quita a Pavel el ciclostilo y lo cuelga por fuera de la ventana. Anton se sienta sobre los papeles.

Pelagueia Vlasova. Ves, Pavel, ahora vienen los policías. ¿Pero qué has hecho, Pavel, qué pone en esos papeles?

Mashala lleva hasta la ventana y la hace sentarse en el diván: Siéntese aquí tranquila, señora Vlasova.

Entran un policía y un comisario.

Policía. ¡Alto! ¡Al que se mueva lo abraso! ¡Ésa es su madre, Excelencia, y ése es él!

Comisario. Pavel Vlasov, tengo que registrar tu casa. ¡En qué compañía tan mugrienta te encuentro!

Policía. Ahí está también la hermana de Sidor Jalatov, al que encarcelamos esta mañana. Son los que buscamos.

Masha. ¿Qué le ha pasado a mi hermano?

Comisario. Su hermano, que ahora está con nosotros, le manda muchos recuerdos. Está revolucionando a nuestras chinches, con gran éxito. Por desgracia, no tiene octavillas.

Los obreros se miran.

Todavía hay algunas celdas próximas. Por cierto, ¿no podrían facilitarnos algunas octavillas? Lamento mucho, mi querida señora Vlasova, tener que buscar octavillas precisamente en su casa. Va hacia el diván. Ya ve, Vlasova: ahora por ejemplo tendré que abrirle el diván. ¿Era realmente necesario? Lo abre de un tajo.

PAVEL. No hay rublos dentro, ¿verdad? Es que somos obreros y no ganamos mucho.

COMISARIO. ¿Y ese espejo de la pared? ¿Tendrá que ser también destrozado por la mano brutal de un policía? Lo hace pedazos. Es usted una mujer honrada, lo sé. Y en ese diván tampoco había nada que no fuera honrado. ¿Pero qué pasa con esa cómoda, con ese mueble viejo tan querido? La vuelca. Vaya, tampoco detrás hay nada. ¡Vlasova, Vlasova! La gente honesta no es astuta y ¿por qué habría de serlo usted? Y ahí está el puchero de manteca con su cucharita, ese conmovedor puchero de manteca. Lo coge del estante y lo deja caer. Ahora se me ha caído al suelo y ahora veo que tenía manteca.

PAVEL. Poca. Había poca manteca dentro, señor comisario. También en la panera hay poco pan y en la lata sólo un poco de té.

COMISARIO, al policía: O sea que es un puchero de manteca político. Vlasova, Vlasova, ¿por qué entrar a sus años en conflicto con nosotros, los sabuesos? Qué limpias tiene sus cortinas. Es raro encontrarlas así. Pero siempre gusta verlas. Las arranca.

IVÁN, a Anton, que se ha levantado de un salto porque teme por el ciclostilo: Quédate sentado o te matarán.

PAVEL, fuerte, para distraer al comisario: ¿Por qué tenía que tirar al suelo ese puchero?

ANDREI, al policía: ¡Coge ese puchero!

POLICÍA. Ése es Andrei Najodka, el ucraniano.

COMISARIO, acercándose a la mesa: Andrei Maximovich Najodka, ¿has estado alguna vez preso por delitos políticos?

ANDREI. Sí, en Rostov y Saratov, pero entonces la policía me hablaba de «usted».

COMISARIO, sacándose una octavilla del bolsillo: ¿Sabe usted quiénes son los canallas que reparten estas octavillas en la fábrica Sujlinov, incitando a alta traición?

PAVEL. Canallas no hemos visto hasta ahora.

COMISARIO. A ti, Pavel Vlasov, ya te ajustaremos las cuentas. ¡Siéntate bien cuando hablo contigo!

Pelagueia Vlasova. No grite tanto. Es usted joven aún y no ha conocido la miseria. Es un funcionario. Recibe regularmente su dinero por rajarme el diván y ver que en el puchero de la manteca no hay manteca.

COMISARIO. Lloras con demasiada facilidad, Vlasova, y vas a necesitar todas tus lágrimas. Será mejor que vigiles a tu hijo, que va por mal camino. A los obreros. Un día tampoco vuestra astucia os servirá de nada.

El comisario y el policía salen. Los obreros ponen orden.

ANTON. Señora Vlasova, tenemos que disculparnos. No creíamos que sospecharan ya de nosotros. Ahora le han destrozado la casa.

MASHA. ¿Se ha asustado mucho, señora Vlasova?

Pelagueia Vlasova. Sí, y veo que Pavel va por mal camino.

MASHA. ¿De modo que le parece bien que le destrocen la casa sólo porque su hijo defienda sus kopeks?

Pelagueia Vlasova. Ellos no han obrado bien, pero tampoco él obra bien.

IVÁN, otra vez junto a la mesa: ¿Y qué va a pasar ahora con el reparto de octavillas?

ANTON. Si no las repartimos hoy, sólo porque la policía ha empezado a actuar, no seremos más que unos lloricas. Hay que repartir esas octavillas.

ANDREI. ¿Cuántas son?

IVÁN. ¿Y quién va a repartirlas?

ANTON. Hoy le toca a Pavel.

Pelagueia Vlasova hace un gesto a Iván para que se acerque.

Pelagueia Vlasova. ¿Quién tiene que repartirlas?

IVÁN. Pavel. Tiene que hacerlo.

Pelagueia Vlasova. ¡Tiene que hacerlo! Todo empieza leyendo libros y llegando tarde a casa. Luego vienen los trabajos aquí con máquinas que hay que colgar por fuera de la ventana. Y por delante de la ventana hay que colgar un trapo. Y las discusiones se hacen en voz baja. ¡Que tiene que hacerlo! De repente llega a tu casa la policía y te trata como a una delincuente. Se levanta. Pavel, te prohíbo que repartas esas octavillas.

ANDREI. Tiene que hacerlo, señora Vlasova.

PAVEL, a Masha: Dile que hay que repartir las octavillas por Sidor, para que no lo acusen.

Los obreros se acercan a Pelagueia Vlasova. Pavel se queda junto a la mesa.

MASHA. Señora Vlasova, tiene que hacerlo también por mi hermano.

IVÁN. Si no, ya puede Sidor irse preparando para Siberia.

ANDREI. Si hoy no se reparten octavillas, sabrán que tuvo que ser Sidor quien las repartió ayer.

ANTON. Sólo por eso hace falta que hoy vuelvan a repartirse.

Pelagueia Vlasova. Ya veo que hay que hacerlo, para que ese joven al que habéis llevado a la cárcel no sea eliminado. ¿Pero qué le pasará a Pavel si lo detienen?

ANTON. No es tan peligroso.

Pelagueia Vlasova. De modo que no es tan peligroso. Vosotros habéis convencido a un hombre y lo habéis metido en un lío. Y ahora, para salvarlo, hay que hacer esto o aquello. No es peligroso, pero hay que hacerlo. Sospechan de nosotros, pero tenemos que repartir las octavillas. Hay que hacerlo, luego no es peligroso. Y así sucesivamente. Y al final irá un hombre en la horca: meterá la cabeza en el lazo, pero no será peligroso. Dadme las octavillas, iré yo a repartirlas en lugar de Pavel.

ANTON. ¿Pero cómo lo va a hacer usted?

Pelagueia Vlasova. No os preocupéis. Me las arreglaré mejor que vosotros. Mi amiga María Korsunova vende comida en la fábrica en la pausa del mediodía. Hoy lo haré yo por ella y envolveré la comida en las octavillas. Va a buscar su bolso de la compra.

MASHA. Pavel, tu madre se está ofreciendo a repartir las octavillas.

PAVEL. Pensad en los pros y los contras. Pero os ruego que no me hagáis opinar sobre esa oferta de mi madre.

ANTON. ¿Andrei?

ANDREI. Creo que puede lograrlo. Los obreros la conocen y la policía no sospecha de ella.

ANTON. ¿Iván?

IVÁN. Yo también lo creo.

ANTON. Aunque la cojan no puede pasarle mucho. No pertenece al movimiento y lo habrá hecho sólo por su hijo. Camarada Vlasov, teniendo en cuenta la situación especialmente difícil y el grave peligro que corre el camarada Sidor, somos partidarios de aceptar la oferta de tu madre.

IVÁN. Estamos convencidos de que será la que corra menos peligro.

PAVEL. Estoy de acuerdo.

Pelagueia Vlasova, para sí: Seguro que estoy colaborando en algo muy malo, pero tengo que mantener a Pavel apartado de esto.

ANTON. Señora Vlasova, le confiamos este paquete de octavillas.

ANDREI. Así que ahora luchará por nosotros, Pelagueia Vlasova.

Pelagueia Vlasova. ¿Luchar? Ya no soy joven y no soy luchadora. Estoy contenta cuando puedo reunir tres kopeks, que es ya bastante lucha.

ANDREI. ¿Sabe usted lo que pone en esas octavillas, señora Vlasova?

Pelagueia Vlasova. No, no sé leer.

3

KOPEKS PARA EL PANTANO

Patio de la fábrica.

PELAGUEIA vlasova, con un gran cesto, ante la puerta de la fábrica: Todo dependerá de qué clase de persona sea el portero: de si es un vago o un hombre estricto. Sólo tengo que conseguir que me dé un pase. Luego envolveré la comida con las octavillas. Si me cogen, diré sólo que me las han colado y que no sé leer. Observa al portero de la fábrica. Es gordo: vago. A ver qué hace cuando le ofrezca un pepino. A ésos les gusta tragar y no tienen nada. Va hacia la puerta y deja caer un paquete delante del portero. Oiga, se me ha caído el paquete. El portero mira a otro lado. Es curioso: me había olvidado por completo de que sólo tengo que dejar el cesto en el suelo para tener las manos libres. Y casi lo hubiera molestado. Al público: Es un cabezota. Hay que contarle cualquier cosa y hará lo que sea para que lo deje en paz. Va hacia la entrada y habla deprisa: Otra vez típico de Marsha Korsunova. Antes de ayer mismo le decía: ¡cualquier cosa menos mojarte los pies! ¿Pero cree que me hace caso? No. ¡Vuelve a ponerse a cavar patatas y se moja los pies! A la mañana siguiente se pone a dar de comer a las cabras. ¡Y vuelve a mojarse los pies! ¿Qué le parece? Naturalmente, enseguida tiene que meterse en la cama. Pero, en lugar de quedarse echada, por la noche vuelve a salir. Naturalmente llueve, ¿y qué le pasa? ¡Pues que se moja los pies!

EL portero. No puede entrar sin un permiso.

Pelagueia Vlasova. Es lo que yo le he dicho. Sabe usted, somos uña y carne, pero en mi vida he visto tanta testarudez. Vlasova, estoy enferma, tienes que ir a la fábrica en mi lugar y vender la comida. Lo ves, María, le digo yo, ahora estás ronca. ¿Y por qué estás ronca? Si me vuelves a hablar otra vez de pies mojados, me dice, y sólo sabe graznar, ¡te tiro esta taza a la cabezota! ¡Testaruda!

El portero, suspirando, la deja pasar.

Es verdad, sólo lo estoy entreteniendo.

Pausa del mediodía. Los obreros están sentados en cajones, etcétera, comiendo. Pelagueia Vlasova les ofrece comida. Iván Vesovchikov la ayuda a envolverla.

¡Pepinos, tabaco, té, empanadillas tiernas!

IVÁN. Y lo mejor es el papel de envolver.

Pelagueia Vlasova. ¡Pepinos, tabaco, té, empanadillas tiernas!

IVÁN. Y el papel de envolver es gratis.

UN obrero. ¿Tienes también pepinos?

Pelagueia Vlasova. Sí, aquí tienes pepinos.

IVÁN. Y el papel de envolver no se tira.

Pelagueia Vlasova. Pepinos, tabaco, té, empanadillas calientes.

UN obrero. Oye, ¿qué es lo que hay hoy de interesante en ese papel de envolver? Yo no sé leer.

OTRO obrero. ¿Cómo voy a saber lo que pone en tu papel de envolver?

EL primero. Pero hombre, si tú tienes el mismo en esa manaza.

EL segundo. Es verdad, aquí pone algo.

EL primero. ¿Qué pone?

SMILGUIN, un viejo obrero: Yo estoy en contra de que se repartan esas octavillas mientras se está negociando.

EL segundo. Tienen toda la razón, si nos ponemos a negociar, nos engañarán.

Pelagueia Vlasova, recorriendo el patio: Pepinos, tabaco, té, empanadillas tiernas.

TERCER obrero. Ahora tienen a la policía encima y el control de la fábrica se ha endurecido también, y sin embargo ahí están con otra octavilla. Son gente valiente y no hay quien los pare. Hay algo de justo en lo que pretenden.

EL primero. Tengo que decir que, cuando veo algo así, estoy con ellos.

PAVEL. Ahí viene por fin Karpov.

ANTON. Siento curiosidad por saber qué ha conseguido.

EL obrero Karpov, entrando: ¿Están todos los representantes?

En un rincón del patio de la fábrica se reúnen los representantes de la empresa, entre ellos Smilguin, Anton y Pavel.

¡Colegas, hemos negociado!

ANTON. ¿Y qué habéis conseguido?

KARPOV. Colegas, no volvemos con las manos vacías.

ANTON. ¿Habéis conseguido los kopeks?

KARPOV. Colegas, le hemos hecho ver al señor Sujlinov que deducir un kopek por hora de salario a 800 obreros supone 24.000 rublos al año. Esos 24.000 rublos irían a parar a los bolsillos del señor Sujlinov, y eso hay que evitarlo por todos los medios. Bueno, pues batallando durante cuatro horas lo hemos conseguido. No será así. Esos 24.000 rublos no irán a parar a los bolsillos del señor Sujlinov.

ANTON. Entonces, ¿habéis conseguido esos kopeks?

KARPOV. Colegas, siempre hemos insistido en que las condiciones sanitarias de la empresa son intolerables.

PAVEL. ¿Pero habéis conseguido los kopeks o no?

KARPOV. El pantano que hay ante la puerta este de la fábrica es una verdadera maldición.

ANTON. ¡Ah, ahora queréis arreglarlo con lo del pantano!

KARPOV. Pensad en las nubes de mosquitos que cada verano nos impiden estar al aire libre, en el elevado número de enfermos de paludismo, en el peligro continuo que representa para nuestros hijos. Colegas, por 24.000 rublos se puede desecar ese pantano. Y el señor Sujlinov estaría dispuesto a ello. En los terrenos ganados se iniciaría la ampliación de la fábrica, y eso significa más puestos de trabajo. Ya sabéis que si las cosas van bien para la fábrica, van bien también para vosotros. Colegas, la empresa no se encuentra en tan buena situación como pensábamos. No podemos ocultaros lo que nos ha dicho el señor Sujlinov, y es que van a cerrar la empresa gemela de Tver y 700 colegas estarán, desde mañana, en la calle. Nosotros creemos que hay que optar por el mal menor. Cualquiera que vea las cosas claras se dará cuenta, con preocupación, de que estamos ante una de las mayores crisis económicas que ha atravesado nuestro país.

ANTON. O sea, que el capitalismo está enfermo y tú eres su médico. ¿De modo que eres partidario de aceptar la reducción de salarios?

KARPOV. No hemos encontrado otra salida en las negociaciones.

ANTON. Entonces exigimos que se rompan esas negociaciones con la dirección, ya que no podéis impedir la bajada de salarios. Rechazamos que se utilicen esos kopeks para el pantano.

KARPOV. Os aconsejo que no rompáis las negociaciones con la dirección.

SMILGUIN. Tenéis que comprender también que eso significaría la huelga.

ANTON. En nuestra opinión, sólo la huelga puede salvar esos kopeks.

IVÁN. La cuestión que hay que plantear en la asamblea de hoy es simplemente ésta: ¿hay que desecar el pantano del señor Sujlinov o hay que conseguir esos kopeks? Tendremos que ir a la huelga, y tenemos que lograr que el primero de mayo, para el que sólo falta una semana, también las otras empresas en que se van a rebajar los salarios vayan a la huelga.

KARPOV. ¡Ya estáis advertidos!

Sirenas de fábrica. Los obreros se levantan para ir al trabajo. Volviendo la cabeza, cantan a Karpov y a Smilguin la «Canción del parche y la chaqueta».

Canción del parche y la chaqueta

Siempre que tenemos la chaqueta rota

venís corriendo y decís: esto no puede seguir así.

¡Hay que remediarlo por todos los medios!

Y corréis llenos de celo a los patrones

mientras nosotros, helados, esperamos.

Y luego volvéis, triunfantes,

y nos mostráis lo que habéis logrado:

un pequeño parche.

Muy bien, ahí está el parche.

¿Pero dónde se ha quedado

la chaqueta?

Siempre que nosotros aullamos de hambre

venís corriendo y decís: esto no puede seguir así.

Y corréis llenos de celo a los patrones

mientras nosotros, hambrientos, esperamos.

Y luego volvéis, triunfantes,

y nos mostráis lo que habéis logrado:

un pedacito de pan.

Muy bien, ahí está el pedacito.

¿Pero dónde se ha quedado

el resto del pan?

No sólo necesitamos un parche.

Necesitamos la chaqueta entera.

No necesitamos un pedacito de pan.

Necesitamos también el pan.

No necesitamos un puesto de trabajo.

Necesitamos la fábrica.

Y el carbón y el mineral

y el poder del Estado.

Eso es lo que necesitamos.

Pero vosotros

¿qué nos ofrecéis?

Salen los obreros, salvo Karpov y Smilguin.

KARPOV. ¡Entonces, la huelga!

Sale.

Vuelve Pelagueia Vlasova y se sienta a contar sus ingresos.

SMILGUIN, con una octavilla en la mano: ¿Así que reparte usted esto? ¿No sabe que esos papeles significan la huelga?

Pelagueia Vlasova. ¿La huelga? ¿Por qué?

SMILGUIN. Esas octavillas incitan a la huelga al personal de la fábrica Sujlinov.

Pelagueia Vlasova. De eso yo no sé nada.

SMILGUIN. Entonces, ¿por qué las reparte?

Pelagueia Vlasova. Tenemos nuestras razones. ¿Por qué metéis en la cárcel a nuestra gente?

SMILGUIN. ¿Sabe usted siquiera lo que pone ahí?

Pelagueia Vlasova. No, no sé leer.

SMILGUIN. Así nos agitan a la gente. Una huelga es mala cosa. Mañana por la mañana los obreros no irán a trabajar. ¿Y qué pasará mañana por la noche? ¿Y la semana próxima? A la empresa le da lo mismo si seguimos trabajando o no, pero para nosotros es vital. El policía de la fábrica llega corriendo con el portero. Anton Antonovich, ¿busca usted algo?

EL portero. Sí, han vuelto a repartir octavillas incitando a la huelga. No sé cómo han entrado. ¿Pero qué tiene ahí?

¡Smilguin trata de meterse la octavilla en el bolsillo.

EL policía de la fábrica. ¿Qué se ha metido en el bolsillo? Le saca la octavilla. ¡Una octavilla!

EL portero. ¿Lee usted estas octavillas, Smilguin?

SMILGUIN. Anton Antonovich, amigo mío, creo que podemos leer lo que queramos.

EL policía de la fábrica. ¿Ah sí? Cogiéndolo por el cuello y llevándoselo con él. ¡Yo te enseñaré a leer octavillas que incitan a la huelga en tu fábrica!

SMILGUIN. Yo no estoy a favor de la huelga, Karpov puede decirlo.

el policía de la fábrica. Entonces di de dónde has sacado esa octavilla.

SMILGUIN, tras una pausa: Estaba en el suelo.

el policía de la fábrica, golpeándolo: ¡Ahora sí que te voy a dar! ¡Octavillas!

El policía de la fábrica y el portero salen con Smilguin.

Pelagueia Vlasova. ¡Pero si no hizo más que comprar un pepino!

4

PELAGUEIA VLASOVA RECIBE SU PRIMERA LECCIÓN DE ECONOMÍA

Habitación de Pelagueia Vlasova.

Pelagueia Vlasova. Pavel, hoy he repartido por vosotros las octavillas que me disteis, para desviar las sospechas del joven al que metisteis en un lío. Cuando había terminado el reparto, pude ver con mis propios ojos cómo detenían a otro hombre, que no había hecho más que leer una octavilla. ¿Qué me habéis hecho hacer?

ANTON. Le damos las gracias, señora Vlasova, por su buen trabajo.

Pelagueia Vlasova. ¿De manera que a eso llamáis un buen trabajo? ¿Y qué pasa con Smilguin, al que he metido en la cárcel con mi buen trabajo?

ANDREI. Usted no ha metido a nadie en la cárcel. Por lo que sabemos, lo han metido los policías.

IVÁN. Y lo han vuelto a soltar, porque han podido comprobar que era uno de los pocos que habían votado contra la huelga. Pero ahora está a favor. Señora Vlasova, ha contribuido usted a la unión de los trabajadores de la fábrica Sujlinov. Como habrá sabido, se ha decidido la huelga casi por unanimidad.

Pelagueia Vlasova. Yo no quería que hubiera ninguna huelga, sino ayudar a un hombre. ¿Por qué meten en la cárcel a las personas que leen esas octavillas? ¿Qué pone en esa octavilla?

MASHA. Al repartirlas, ha ayudado usted mucho a una buena causa.

Pelagueia Vlasova. ¿Qué pone en esa octavilla?

PAVEL. ¿Qué crees tú que ponía?

Pelagueia Vlasova. Algo que no está bien.

ANTON. Es evidente, señora Vlasova, que le debemos una explicación.

PAVEL. Siéntate con nosotros, madre, y te lo explicaremos.

Ponen una tela sobre el diván, Iván cuelga un espejo nuevo de la pared y Masha deja otro cacharro con manteca sobre la mesa. Luego cogen sillas y se sientan en torno a Pelagueia Vlasova.

IVÁN. Mire, en esa octavilla decía que los trabajadores no debemos tolerar que el señor Sujlinov nos rebaje a su capricho el salario que nos paga.

Pelagueia Vlasova. Tonterías, ¿qué podéis hacer para evitarlo? ¿Por qué no va a poder rebajar el señor Sujlinov a su capricho el salario que os paga? ¿Es suya la fábrica o no lo es?

PAVEL. Es suya.

Pelagueia Vlasova. Ah. Esta mesa, por ejemplo, es mía. Y ahora os pregunto yo: ¿no puedo hacer con esta mesa lo que quiera?

ANDREI. Sí, señora Vlasova. Con esta mesa puede hacer usted lo que quiera.

Pelagueia Vlasova. Ah. ¿No puedo, por ejemplo, hacerla astillas?

ANTON. Sí, puede hacer astillas esta mesa si quiere.

Pelagueia Vlasova. ¡Ajá! Entonces, ¿no puede hacer el señor Sujlinov lo que quiera con su fábrica, que le pertenece lo mismo que a mí la mesa?

PAVEL. No.

Pelagueia Vlasova. ¿Por qué no?

PAVEL. Porque para su fábrica nos necesita, a los trabajadores.

PELAGUEIA Vlasova. ¿Y si ahora dice que no os necesita?

IVÁN. Mire, señora Vlasova, tiene que imaginárselo así: él puede necesitarnos unas veces y no necesitarnos otras.

ANTON. Exacto.

IVÁN. Cuando nos necesita, tenemos que estar allí, pero cuando no nos necesita, seguimos estando allí. Porque, ¿adónde vamos a ir? Y eso él lo sabe. Él no nos necesita siempre, pero nosotros lo necesitamos siempre a él. Y con eso cuenta. El señor Sujlinov tiene ahí sus máquinas. Pero esas máquinas son nuestras herramientas de trabajo. No tenemos otras. No tenemos telares, ni tornos, sino que utilizamos las máquinas del señor Sujlinov. Su fábrica le pertenece a él pero, si la cierra, nos quita nuestras herramientas de trabajo.

Pelagueia Vlasova. Porque vuestras herramientas de trabajo son suyas, lo mismo que es mía la mesa.

ANTON. Sí, pero ¿cree que es justo que nuestras herramientas de trabajo sean suyas?

Pelagueia Vlasova, fuerte: ¡No! Pero lo encuentre justo o no lo encuentre justo, la fábrica le pertenece. También puede ocurrir que alguien no encuentre justo que esta mesa sea mía.

ANDREI. Lo que nosotros decimos es que hay una diferencia entre tener una mesa o tener una fábrica.

MASHA. Naturalmente, una mesa puede ser suya y una silla también. Eso no hace daño a nadie. Si la sube al desván, ¿a quién hace daño? Pero si tiene usted una fábrica, puede hacer daño a muchos cientos de hombres.

IVÁN. Porque tiene usted sus herramientas de trabajo, y puede explotar a la gente.

Pelagueia Vlasova. Bueno, de manera que puede explotarnos. No importa, como si no me hubiera dado cuenta en estos cuarenta años. Pero de una cosa no me he dado cuenta aún, y es de que se pudiera hacer algo para evitarlo.

ANTON. Señora Vlasova, entonces estamos de acuerdo, en lo que se refiere a la propiedad del señor Sujlinov, en que esa propiedad es muy distinta de la de, por ejemplo, su mesa. Él puede explotar su propiedad para explotarnos.

IVÁN. Y su propiedad tiene otra cosa muy propia: si no nos explota con ella, para él no vale nada. Sólo mientras equivale a nuestras herramientas de producción, vale mucho para él. Si no, es un montón de chatarra. Así pues, él también depende de nosotros en lo que se refiere a su propiedad.

Pelagueia Vlasova. Bueno, pero ¿cómo vais a demostrarle que depende de vosotros?

ANDREI. Mire, si él, Pavel Vlasov, sube a ver al señor Sujlinov y le dice: señor Sujlinov, su fábrica, sin mí, es un montón de chatarra y por consiguiente no puede rebajarme el salario como le parezca, el señor Sujlinov se reirá y echará de su despacho a Vlasov. Pero si todos los Vlasovs de Tver, ochocientos Vlasovs, van allí y le dicen lo mismo, el señor Sujlinov dejará de reírse.

Pelagueia Vlasova. ¿Y eso es una huelga?

PAVEL. Sí, eso es nuestra huelga.

Pelagueia Vlasova. ¿Y eso es lo que pone en la octavilla?

PAVEL. Sí, eso es lo que pone en la octavilla.

Pelagueia Vlasova. Una huelga es mala cosa. ¿Con qué cocinaré y qué pasará con el alquiler? Mañana por la mañana no iréis al trabajo, pero ¿qué pasará por la noche? ¿Y qué la semana próxima? Está bien, nos arreglaremos de algún modo. Pero, si sólo ponía eso de la huelga, ¿por qué ha metido la policía a gente en la cárcel? ¿Qué tiene eso que ver con la policía?

Pavel. Sí, madre, eso te preguntamos a ti: ¿qué tiene que ver eso con la policía?

Pelagueia Vlasova. Si nosotros discutimos nuestra huelga con el señor Sujlinov, a la policía no le importa nada. Debéis de haberlo enfocado mal. Seguro que hay algún malentendido. Habrán pensado que querías hacer algo violento. Lo que tenéis que hacer es demostrar a toda la ciudad que vuestra disputa con la dirección es pacífica y justa. Eso hará mucha impresión.

Iván. Eso es precisamente lo que queremos hacer, señora Vlasova. El primero de mayo, día internacional de la lucha de los trabajadores, en el que todas las fábricas de Tver se manifestarán por la liberación de la clase trabajadora, llevaremos pancartas en las que exhortaremos a todas las fábricas de Tver a apoyar nuestra lucha por los kopeks.

Pelagueia Vlasova. Si desfiláis tranquilamente por las calles llevando sólo pancartas, nadie podrá oponerse.

Andrei. Nosotros creemos que el señor Sujlinov no lo tolerará.

Pelagueia Vlasova. Sí, tendrá que tolerarlo.

Iván. La policía disolverá probablemente la manifestación.

Pelagueia Vlasova. ¿Qué tiene que ver la policía con ese Sujlinov? La policía está por encima de vosotros, pero también por encima del señor Sujlinov.

Pavel. ¿Entonces crees, madre, que la policía no hará nada contra una manifestación pacífica?

Pelagueia Vlasova. Sí, lo creo. Eso no es nada violento. Si fuera algo violento, no nos pondríamos nunca de acuerdo. Tú sabes que yo creo que hay un Dios en el cielo. No quiero saber nada de la violencia. La he conocido durante cuarenta años y no he podido hacer nada contra la violencia. Pero cuando muera, quisiera al menos no haber hecho nada violento.

5

RELATO DEL 1.° DE MAYO DE 1905

Calle.

Pavel. Cuando los trabajadores de las fábricas Sujlinov, pasando por el mercado de la lana, nos encontramos con la comitiva de las otras fábricas, eran ya muchos miles. Llevábamos pancartas en las que se decía: ¡Trabajadores, apoyad nuestra lucha contra la rebaja de salarios! ¡Trabajadores, uníos!

Iván. Desfilábamos tranquilos y en orden. «Como cantos cantábamos»: «Arriba los pobres del mundo» y «Hermanos, hacia el sol, la libertad». Nuestra fábrica iba inmediatamente detrás de la gran bandera roja.

Andrei. A mi lado iba Pelagueia Vlasova, e inmediatamente detrás, su hijo. Cuando muy de mañana fuimos a buscarlo, ella salió de pronto de la cocina ya vestida y, cuando le preguntamos adónde iba, respondió:

Pelagueia Vlasova. Voy con vosotros.

Anton. Como ella vinieron muchos, porque el duro invierno, la rebaja de salarios en las fábricas y nuestra agitación los habían acercado a nosotros. Antes de llegar al bulevar del Salvador, vimos algunos policías aunque no soldados, pero en la esquina del bulevar del Salvador y la Tverskaya, de pronto había una doble fila de soldados. Cuando vieron nuestra bandera y nuestras pancartas, una voz nos gritó de repente: ¡Atención! ¡Dispersaos! Dispararemos. Y: ¡Fuera esa bandera!... Nuestra columna se detuvo.

PAVEL