La máquina del tiempo - H. G. Wells - E-Book

La máquina del tiempo E-Book

H G Wells

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Beschreibung

La máquina del tiempo es la primera novela de uno de los padres de la ciencia ficción, H.G. Wells. Este relato nos ofrece la posibilidad de movernos en el tiempo en una máquina con la que podemos avanzar y también retroceder minutos, horas, días, meses, años, siglos y milenios. Su autor nos lleva hasta el año 802.701, con el objetivo de hacer un análisis de la sociedad, que él bien conocía, proyectada hacia el futuro. Los logros de Wells solo se magnifican al saberlo defensor de la igualdad, algo que encontramos plenamente en su literatura.

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T{itulo original: The Time Machine

Traducción: Isabela Cantos Vallecilla

Primera edición en esta colección: mayo de 2023

© Sin Fronteras Grupo Editorial

ISBN: 978-628-7642-09-6

Coordinador editorial: Mauricio Duque Molano

Edición: Juana Restrepo Díaz

Diseño de colección y diagramación:

Paula Andrea Gutiérrez Roldán

Reservados todos los derechos. No se permite reproducir parte alguna de esta publicación, cualquiera que sea el medio empleado: impresión, fotocopia, etc, sin el permiso previo del editor.

Sin Fronteras, Grupo Editorial, apoya la protección de copyright.

Diseño epub:Hipertexto – Netizen Digital Solutions

CONTENIDO

CAPÍTULO I

CAPÍTULO II

CAPÍTULO III

CAPÍTULO IV

CAPÍTULO V

CAPÍTULO VI

CAPÍTULO VII

CAPÍTULO VIII

CAPÍTULO IX

CAPÍTULO X

CAPÍTULO XI

CAPÍTULO XII

EPÍLOGO

CAPÍTULO I

El Viajero del Tiempo (pues así será conveniente hablar de él) estaba explicándonos un asunto misterioso. Sus ojos grises brillaban y destelleaban y su rostro, usualmente pálido, se veía sonrojado y animado. El fuego ardía y fulguraba, y la suave radiancia de las luces incandescentes de las lámparas de plata en forma de lirios se reflejaba en las burbujas que aparecían y desaparecían en nuestras copas. Nuestras sillas, construidas según sus diseños, nos abrazaban y nos acariciaban en vez de limitarse a solo ser un objeto para sentarse. Y se sentía una atmósfera lujosa tras la cena, en la cual los pensamientos deambulan con gracia, libres de los obstáculos de la precisión. Y él nos la expuso de este modo, marcando cada uno de sus puntos con el dedo, mientras estábamos sentados y observábamos perezosamente su honestidad sobre esta nueva paradoja (como pensábamos que lo era) y su fecundidad.

—Deben seguir lo que digo con cuidado. Tendré que controvertir una o dos ideas que están casi que universalmente aceptadas. Por ejemplo, la geometría que les enseñan en la escuela está basada en una concepción errónea.

—¿No es eso algo demasiado grande con lo que empezar? —dijo Filby, una persona a la que le gustaba discutir y tenía el pelo rojo.

—No pretendo pedirles que acepten nada sin antes darles razones concretas para ello. Pronto admitirán todo lo que necesito de ustedes. Saben, por supuesto, que una línea matemática, una línea de grosor nulo, realmente no existe. ¿Les enseñaron eso? Tampoco existe el plano matemático. Estas cosas son puras abstracciones.

—Eso es cierto —dijo el Psicólogo.

—Tampoco teniendo solo longitud, anchura y espesor puede un cubo existir realmente.

—Ahí sí objeto —dijo Filby—. Por supuesto que un cuerpo sólido puede existir. Todas las cosas reales…

—Así piensa la mayoría de la gente. Pero espere un momento. ¿Puede existir un cubo instantáneo?

—No sé a qué se refiere —dijo Filby.

—¿Puede existir de alguna manera un cubo que no perdura por nada de tiempo? —Filby se quedó pensativo—. Claramente —prosiguió el Viajero del Tiempo—, cualquier cuerpo real debe tener una extensión en cuatro direcciones: debe tener Longitud, Amplitud, Grosor y Duración. Pero debido a una debilidad natural de la carne, la cual les explicaré en un momento, tenemos a pasar esto por alto. Realmente existen cuatro dimensiones, tres de las cuales llamamos los tres planos del Espacio y una cuarta que es el Tiempo. Existe, no obstante, una tendencia a crear una distinción entre las primeas tres dimensiones y la última, pues resulta que nuestra consciencia se mueve intermitentemente en una dirección a lo largo de la última desde el comienzo hasta el final de nuestras vidas.

—Eso —dijo un hombre muy joven, haciendo unos esfuerzos espasmódicos por volver a encender su cigarrillo con la lámpara—, eso… está muy claro, en efecto.

—Ahora, es muy impresionante que esto se pase por alto de una manera tan extensiva —continuó el Viajero del Tiempo con un arrebato ligero de felicidad—. En realidad a esto se refieren con la Cuarta Dimensión, aunque algunas personas que hablan acerca de la Cuarta Dimensión no saben que se refieren a ello. Es tan solo otra forma de ver el Tiempo. No existe ninguna diferencia entre el tiempo y cualquiera de las tres dimensiones del espacio, excepto que nuestras consciencias se mueven a lo largo de ello. Pero algunas personas necias se han aferrado a la parte errada de esa idea. ¿Todos han escuchado lo que tienen por decir sobre esta Cuarta Dimensión?

—Yo no —dijo el Corregidor.

—Es sencillamente así. Se habla del Espacio, como lo hacen nuestros matemáticos, como si tuviera tres dimensiones, que uno podría llamar Longitud, Amplitud y Grosor. Y siempre se puede definir en referencia a tres planos, cada uno ubicado en un ángulo recto del otro. Pero algunas personas filosóficas se han estado preguntando por qué tres dimensiones particularmente, ¿por qué no otra dirección en un ángulo recto con respecto a los otros tres? E incluso han intentado construir una geometría de Cuatro Dimensiones. El profesor Simon Newcomb le estaba explicando esto a la Sociedad Matemática de Nueva York hace tan solo alrededor de un mes. Ya saben cómo en una superficie plana, que solo tiene dos dimensiones, podemos representar la figura de un sólido tridimensional y, de la misma manera, piensan que con los modelos de las tres dimensiones podrían representar uno de cuatro… si tan solo pudieran dominar la perspectiva del objeto. ¿Lo ven?

—Creo que sí —murmuró el Corregidor y, frunciendo el ceño, se hundió en un estado pensativo, moviendo los labios como quien repite palabras místicas—. Sí, creo que lo veo ahora —dijo después de un tiempo, iluminándose de una manera bastante transitoria.

—Bien, no me importa decirles que he estado trabajando sobre esta geometría de las Cuatro Dimensiones por algún tiempo. Algunos de mis resultados son curiosos. Por ejemplo, aquí está un retrato de un hombre a la edad de ocho años, otro a la de quince, otro a la de diecisiete, otro a la de veintitrés, etcétera. Todas estas son, evidentemente, secciones. Es decir, representaciones Tridimensionales de este ser Cuatridimensional, el cual es una cosa fija e inalterable.

»Las personas de ciencia —procedió el Viajero del Tiempo después de la pausa requerida para la apropiada asimilación de aquello— saben bien que el Tiempo es solo una clase de Espacio. Aquí tengo un diagrama científico popular, un reporte del clima. Esta línea que sigo con el dedo muestra el movimiento del barómetro. Ayer estaba muy alto, pero ayer por la noche cayó. Luego esta mañana subió de nuevo y sigue subiendo gentilmente hasta aquí. Seguramente el mercurio no trazó esta línea en ninguna de las dimensiones del Espacio conocidas generalmente, ¿verdad? Pero con certeza trazó una línea así y esa línea, por lo tanto, podemos concluir que iba junto a la de la Dimensión del Tiempo.

—Pero —dijo el Médico, mirando fijamente uno de los carbones del fuego— si el Tiempo es en realidad solo una cuarta dimensión del Espacio, ¿por qué es y por qué siempre se ha visto como algo diferente? ¿Y por qué no nos podemos mover en el Tiempo como nos movemos en las otras dimensiones del Espacio?

El Viajero del Tiempo sonrió.

—¿Está seguro de que nos podemos mover libremente en el Espacio? Podemos ir a la derecha y a la izquierda, hacia adelante y hacia atrás con suficiente libertad, como los hombres siempre lo han hecho. Admito que nos movemos con libertad en dos dimensiones. Pero ¿y qué hay de arriba y abajo? La gravedad nos limita allí.

—No exactamente —dijo el Médico—. Hay globos.

—Pero antes de los globos, excepto por los saltos espasmódicos y las irregularidades de la superficie, los hombres no tenían la libertad de los movimientos verticales.

—Aun así podían moverse un poco hacia arriba y hacia abajo —dijo el Médico.

—Con mucha, mucha más facilidad hacia abajo que hacia arriba.

—Y uno no puede moverse en lo absoluto en el Tiempo, uno no puede alejarse del momento presente.

—Mi querido señor, es justo ahí en donde usted se equivoca. Es justo ahí en donde todo el mundo se ha equivocado. Siempre nos estamos alejando del momento presente. Nuestras existencias mentales, que son inmateriales y no tienen dimensiones, están avanzando en la Dimensión del Tiempo con una velocidad uniforme desde la cuna hasta la tumba. Tal como viajaríamos hacia abajo si empezáramos nuestra existencia ochenta kilómetros por encima de la superficie de la Tierra.

—Pero la gran dificultad es esta —lo interrumpió el Psicólogo—. Uno puede moverse en todas las direcciones del Espacio, pero uno no puede moverse en el Tiempo.

—Esa es la semilla de mi gran descubrimiento. Pero se equivoca al decir que no nos podemos mover en el Tiempo. Por ejemplo, si estoy recordando un incidente muy vívidamente, vuelvo al instante en el que ocurrió. Me quedo distraído, como se dice por ahí. Me voy hacia atrás por un momento. Por supuesto que no tenemos los medios de quedarnos atrás por un periodo de Tiempo, tal como un salvaje o un animal no puede flotar dos metros sobre el suelo. Pero un hombre civilizado tiene ventaja sobre el salvaje en este aspecto. Puede ir en contra de la gravedad con un globo, así que, ¿por qué no debería tener la esperanza de que, en algún momento, pudiera ser capaz de detener o acelerar su paso por la Dimensión del Tiempo o, incluso, darse la vuelta y viajar en la otra dirección?

—Oh, esto es… —empezó Filby—. Todo es…

—¿Por qué no? —dijo el Viajero del Tiempo.

—Va en contra de la razón —dijo Filby.

—¿Cuál razón? —dijo el Viajero del Tiempo.

—Usted podrá demostrar que el negro es blanco con argumentos —dijo Filby—, pero nunca me convencerá.

—Posiblemente no —dijo el Viajero del Tiempo—. Pero ahora empieza a ver el objeto de mis investigaciones sobre la geometría de las Cuatro Dimensiones. Hace mucho tiempo tuve la vaga idea de una máquina…

—¡Para viajar en el Tiempo! —exclamó el Joven.

—Que viajará sin distinciones en cualquier dirección del Espacio y el Tiempo, según lo determine el conductor.

Filby se rindió ante la risa.

—Pero tengo verificaciones experimentales —dijo el Viajero del Tiempo.

—Sería terriblemente útil para un historiador —sugirió el Psicólogo—. ¡Uno podría viajar hacia atrás y verificar la versión aceptada de la Batalla de Hastings, por ejemplo!

—¿No cree que atraería atención? —dijo el Médico—. Nuestros ancestros no tenían mucha tolerancia con los anacronismos.

—Uno podría aprender griego de los propios labios de Homero y Platón —reflexionó el Joven.

—En cuyo caso seguramente lo reprobarían desde el principio. Los académicos alemanes han mejorado mucho el griego.

—Entonces está el futuro —dijo el Joven—. ¡Tan solo piénselo! Uno podría invertir todo su dinero, dejarlo acumulando intereses ¡e irse rápido hacia adelante!

—Para descubrir una sociedad erigida estrictamente sobre bases comunistas —dije yo.

—¡De todas las teorías salvajes y extravagantes! —exclamó el Psicólogo.

—Sí, así me lo pareció, de modo que no hablé sobre esto hasta…

—¡Verificación experimental! —grité yo—. ¿Va a verificar eso?

—¡El experimento! —exclamó Filby, quien se estaba cansando mentalmente.

—Veamos su experimento de todas formas —dijo el Psicólogo—, aunque todo son tonterías, lo sabe.

El Viajero del Tiempo nos sonrió a todos. Entonces, aún sonriendo ligeramente y con las manos muy metidas en los bolsillos de su pantalón, caminó lento fuera de la habitación y escuchamos sus zapatos moviéndose por el largo pasillo hacia su laboratorio.

El Psicólogo nos miró.

—Me pregunto qué tendrá allí.

—Algún truco o engaño —dijo el Médico.

Y entonces Filby intentó contarnos acerca de un conjurador que había visto en Burslem, pero antes de que hubiera terminado con el prefacio, el Viajero del Tiempo volvió y la anécdota de Filby colapsó.

La cosa que el Viajero del Tiempo sostenía en la mano era un marco de metal brillante, apenas más grande que un pequeño reloj, que estaba exquisitamente construido. Había marfil en él y también una sustancia cristalina y transparente. Y ahora debo ser explícito, pues esto que sigue (a menos que se acepte su explicación) es algo absolutamente inenarrable. Él tomó una de las pequeñas mesas octogonales que estaban dispuestas por la habitación y la puso frente al fuego, con dos patas en la alfombra. Sobre la mesa ubicó el mecanismo. Luego acercó una silla y se sentó. El único objeto adicional en la mesa era una pequeña lámpara cubierta, cuya luz brillante caía sobre el modelo. Había quizás una docena de velas alrededor, dos en candelabros de cobre sobre el manto de la chimenea y varios más en apliques, de manera que la habitación estaba bastante iluminada. Yo estaba sentado en una poltrona baja muy cerca del fuego y me incliné tanto hacia adelante como para casi quedar entre el Viajero del Tiempo y la chimenea. Filby estaba sentado detrás de él, mirando por encima de su hombro. El Médico y el Corregidor lo miraban de perfil desde la derecha y el Psicólogo desde la izquierda. El Joven estaba de pie detrás del Psicólogo. Todos estábamos alertas. Me parece increíble que cualquier clase de truco, sin importar cuán sutilmente concebido, o cuán ingeniosamente desarrollado, pudiera habernos engañado bajo estas condiciones.

El Viajero del Tiempo nos miró a nosotros y luego al mecanismo.

—¿Y bien? —dijo el Psicólogo.

—Este pequeño artefacto —dijo el Viajero del Tiempo, apoyando los codos sobre la mesa y ubicando sus manos juntas sobre el aparato— es solo un modelo. Planeo tener una máquina que viaje a través del tiempo. Notarán que se ve singularmente torcido y que esta barra tiene una extraña apariencia brillante, como si fuera irreal de alguna manera. — Señaló la parte con su dedo—. Además, aquí hay una pequeña palanca blanca y aquí está otra.

El Médico se levantó de su silla y observó el objeto.

—Está hecho de una forma hermosa —dijo.

—Me tomó dos años construirlo —replicó el Viajero del Tiempo. Entonces, cuando todos hubimos imitado la acción del Médico, dijo—: Ahora quiero que entiendan claramente que esta palanca, cuando se activa, envía a la máquina deslizándose hacia el futuro. Y esta otra reversa el movimiento. Este sillín representa el asiento del viajero del tiempo. En este momento voy a bajar la palanca y la máquina se irá. Se esfumará, pasará al Tiempo futuro y desaparecerá. Mírenla muy bien. Miren la mesa también y queden satisfechos sabiendo que no existe ningún truco. No quiero desperdiciar este modelo para que luego me digan que estoy loco.

Hubo una pausa de un minuto, quizás. Me pareció que el Psicólogo estuvo a punto de hablarme, pero cambió de parecer. Luego el Viajero del Tiempo dirigió su dedo hacia la palanca.

—No —dijo de repente—. Présteme su mano.

Y, girándose hacia el Psicólogo, tomó la mano del individuo en las suyas y le pidió que sacara su dedo índice. De esa manera fue el Psicólogo mismo quien envió el modelo de la Máquina del Tiempo en su viaje interminable. Todos vimos cómo se movió la palanca. Estoy absolutamente seguro de que no hubo ningún truco. Hubo una brisa de viento y la llama de la lámpara creció. Una de las velas del manto de la chimenea se apagó y, de repente, la pequeña máquina dio una vuelta, se volvió indistinguible, fue vista como un fantasma quizás por un segundo, como una imagen débil del cobre y el marfil brillantes… y se fue, ¡se desvaneció! Excepto por la lámpara, no había nada en la mesa.

Todo el mundo se quedó en silencio por un minuto. Y luego Filby dijo que estaba condenado.

El Psicólogo se recuperó de su estupor e inmediatamente miró debajo de la mesa. En ese momento, el Viajero del Tiempo se rio con alegría.

—¿Y bien? —dijo, imitando al Psicólogo.

Luego, levantándose, fue hacia el tarro de tabaco sobre el manto de la chimenea y, de espaldas a nosotros, empezó a llenarse la pipa.

Todos nos miramos fijamente.

—Mire —dijo el Médico—, ¿es usted serio sobre esto? ¿De verdad cree que esa máquina ha viajado en el tiempo?

—Ciertamente —dijo el Viajero del Tiempo, deteniéndose para encender un cerillo en el fuego. Luego se giró, encendiendo su pipa, para mirar al Psicólogo a la cara. El Psicólogo, para demostrar que no estaba perturbado, tomó un cigarrillo e intentó encenderlo sin cortarlo—. Es más, tengo una máquina grande y casi terminada allí dentro. —Señaló el laboratorio—. Y cuando esté lista, pretendo viajar yo mismo.

—¿Quiere decir que esa máquina ha viajado hacia el futuro? —dijo Filby.

—Hacia el futuro o hacia el pasado, no sé con certeza a cuál de los dos.

Después de un intervalo, el Psicólogo se sintió inspirado.

—Debe haberse ido al pasado, si es que se fue a alguna parte —dijo.

—¿Por qué? —preguntó el Viajero del Tiempo.

—Porque presumo que no se ha movido en el espacio. Y si viajó al futuro, todavía estaría aquí durante todo este tiempo, dado que debe haber viajado a través de este tiempo.

—Pero —dije yo— si viajó hacia el pasado, debería haber sido visible cuando entramos a esta habitación por primera vez. Y el jueves pasado cuando estuvimos aquí. Y el jueves anterior a ese, ¡y de esa manera hacia atrás!

—Son unas objeciones serias —comentó el Corregidor con un aire de imparcialidad, girándose hacia el Viajero del Tiempo.

—En lo más mínimo —dijo el Viajero del Tiempo y luego le habló al Psicólogo—: Usted piensa. Usted puede explicar esto. Hay una presentación bajo el umbral, ya lo sabe, una presentación diluida.

—Por supuesto —dijo el Psicólogo y nos apaciguó—. Ese es un tema simple en la psicología. Debería haber pensado en ello. Es lo suficientemente sencillo y ayuda maravillosamente a esa paradoja. No podemos verlo y tampoco podemos apreciar la máquina mucho más de lo que podemos hablar de una rueda girando o una bala volando en el aire. Si está viajando a través del tiempo unas cincuenta o cien veces más rápido que nosotros, si atraviesa un minuto mientras nosotros atravesamos un segundo, por supuesto que la impresión que creará será solo la quincuagésima o centésima parte de la que crearía si no estuviera viajando en el tiempo. Eso es bastante sencillo. —Pasó su mano a través del lugar en el que la máquina había estado—. ¿Lo ven? —dijo, riéndose.

Nos sentamos y miramos fijamente la mesa vacía por un minuto, más o menos. Luego el Viajero del Tiempo nos preguntó qué pensábamos de todo aquello.

—Suena bastante plausible esta noche —dijo el Médico—, pero esperemos a mañana. Esperemos el sentido común del mañana.

—¿Le gustaría ver la Máquina del Tiempo? —preguntó el Viajero del Tiempo.

Y así, tomando la lámpara con la mano, guio el camino por el largo y fresco corredor hacia su laboratorio. Recuerdo vívidamente la luz parpadeante, su ancha y extraña cabeza como una silueta, el baile de las sombras, cómo todos lo seguimos, confundidos pero incrédulos, y cómo allí, en el laboratorio, vimos una versión más grande del pequeño mecanismo que habíamos visto desvanecerse con nuestros ojos. Unas partes eran de níquel, otras partes eran de marfil y otras partes claramente habían sido refinadas o sacadas de una roca cristalina. El objeto estaba completo en general, pero las barras torcidas cristalinas yacían sin terminar sobre una banca, junto a algunas hojas con bocetos. Tomé una para mirarla mejor. Parecían cuarzos.

—Mire —dijo el Médico—, ¿nos está hablando en serio? ¿O este es un truco, como el fantasma que nos mostró la Navidad pasada?

—Gracias a esa máquina —dijo el Viajero del Tiempo, sosteniendo la lámpara en alto— pretendo explorar el tiempo. ¿Está eso claro? Nunca hablé más en serio en mi vida.

Ninguno de nosotros supo cómo tomarse eso.

Miré a Filby por encima del hombro del Médico y él me guiñó el ojo con solemnidad.

CAPÍTULO II