La máquina del tiempo - H.G. Wells - E-Book

La máquina del tiempo E-Book

H G Wells

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Beschreibung

Cuando el intrépido científico conocido solo como el Viajero del Tiempo presenta su increíble invento, nadie imagina hasta dónde lo llevará. Lanzado miles de años hacia adelante, descubre un mundo dividido entre luz y sombra, belleza y peligro. Pero no todo es lo que parece, y el futuro guarda secretos que podrían cambiar el pasado para siempre. Prepárate para un viaje que no olvidarás.

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Seitenzahl: 167

Veröffentlichungsjahr: 2025

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H.G. Wells

La máquina del tiempo

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su almacenamiento en un sistema informático, ni su transmisión por cualquier procedimiento o medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro, o por otros medios, sin permiso previo y por escrito de los titulares del copyright.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra”.

© De la traducción: Ana Isabel Miranda Echevarría

© De la portada: Alina Kolesnyk

© Imaginaria Books, S.L. 2025

ISBN: 979-13-87722-14-2

Calle Pascual y Genís, 10

46002 - Valencia, España

(+34) 662 046 199

[email protected]

www.imaginariabooks.com

I

Introducción

El Viajero del tiempo (pues así convendrá referirse a él) nos estaba explicando un asunto bastante oscuro. Sus ojos de color gris claro brillaron y parpadearon, y su rostro, normalmente pálido, estaba enrojecido y animado. El fuego ardía radiantemente y el suave resplandor de las lámparas incandescentes, con formas de lirios de plata, atrapaba las burbujas que destellaban y atravesaban nuestras copas. Nuestras sillas, cuyos diseños eran de creación suya, nos abrazaban y acariciaban en vez de solo entregarse a que se sentaran en ellas. Había esa atmósfera lujosa tras la cena, momento en el cual el pensamiento deambula con gracia y libre de las ataduras de la precisión. Y, de esta manera, él nos propuso, mientras señalaba los puntos con su esbelto dedo índice, a la par que nos sentábamos y admirábamos perezosos su seriedad sobre esta nueva paradoja (como la percibíamos) y su fecundidad.

—Deben prestarme minuciosa atención. Deberé de contradecir una o dos ideas que son aceptadas casi universalmente. Por ejemplo, la geometría que les enseñaron en la escuela está fundamentada en una idea equivocada.

—¿Y no es mucho esperar que comencemos por ahí? —dijo Filby, una persona polemista de cabello rojo.

—No pretendo pedirles que acepten todo sin un motivo razonable para ello. Pronto admitirán tanto como necesito de ustedes. Por supuesto, saben que una línea matemática, una línea de espesor cero, no existe en realidad. ¿Les enseñaron eso? Tampoco existe el plano matemático. Estas cosas son simples abstracciones.

—Está bien —afirmó el Psicólogo.

—Solo si se tiene longitud, anchura y espesor, un cubo puede existir realmente.

—Ahí difiero —replicó Filby—. Claro que un cuerpo sólido puede existir. Todas las cosas reales...

—La mayoría de la gente piensa eso. Pero espere un momento. ¿Un cubo «instantáneo» puede existir?

—No lo sigo —dijo Filby.

—¿Un cubo que no dura nada en el tiempo puede realmente existir?

Filby se quedó pensativo.

—Claramente —prosiguió el Viajero del tiempo—, cualquier cuerpo real debe tener extensión en «cuatro» direcciones: debe tener longitud, anchura, espesor y... duración. Pero, a través de la debilidad natural de la carne, la cual les explicaré en un momento, nos inclinamos a pasar por alto este hecho. En realidad, hay cuatro dimensiones: tres a las que llamamos los tres planos del espacio y una cuarta, el tiempo. Sin embargo, hay una tendencia a establecer una distinción entre los tres planos anteriores y el último porque nuestra conciencia se mueve de forma intermitente en una dirección a lo largo del último, desde el principio hasta el fin de nuestras vidas.

—Eso —dijo un hombre muy joven que hacía esfuerzos espasmódicos para volver a encender su cigarro sobre la lámpara—, eso... está muy claro, en verdad.

—Ahora bien, es increíble que esto se pase ampliamente por alto —continuó el Viajero del tiempo, con el entusiasmo subiendo ligeramente—. Esto es lo que en realidad significa la cuarta dimensión, aunque algunos de los que hablan de la cuarta dimensión no saben que se refieren a ella. Es solo otra manera de ver el tiempo: «No hay diferencia entre el tiempo y cualquiera de las otras tres dimensiones del espacio, excepto que nuestra conciencia se mueve a lo largo de este». Pero algunas personas ingenuas se aferraron al lado equivocado de esa idea. ¿Todos han escuchado lo que tienen por decir sobre esta cuarta dimensión?

—Yo no —contestó el Alcalde provincial.

—Es simplemente esto. Según nuestros matemáticos, se dice que el espacio tiene tres dimensiones, las cuales podemos llamar longitud, anchura y espesor; y siempre se puede definir en referencia a tres planos, cada uno en ángulo recto con los otros. Algunos filósofos han estado preguntando por qué «tres» dimensiones particularmente, por qué no otra dirección en ángulo recto con las otras tres. E incluso han intentado construir una geometría cuatridimensional. El profesor Simon Newcomb estuvo exponiendo esto a la Sociedad Matemática de Nueva York hace más o menos un mes. Saben que, en una superficie plana que tiene solo dos dimensiones, podemos representar una figura de un sólido tridimensional. Ellos creen que, de manera similar, podrían representar un sólido de cuatro dimensiones en modelos tridimensionales si lograran dominar la perspectiva del objeto. ¿Lo comprende ahora?

—Eso creo —murmuró el Alcalde provincial y, con el ceño fruncido, entró en un estado de introspección a la par que sus labios se movían como quien repite palabras místicas—. Sí, creo que ahora lo entiendo —dijo al cabo de un rato, alegrándose de manera efímera.

—Bueno, no me molesta decirles que he estado trabajando por algún tiempo en la geometría cuatridimensional. He obtenido algunos resultados curiosos. Por ejemplo, aquí tengo un retrato de un hombre cuando tenía ocho años, otro de cuando tenía quince, otro a los diecisiete, otro a los veintitrés, etcétera. Evidentemente, todos ellos son secciones, por así decirlo. Representaciones tridimensionales de su ser cuatridimensional, el cual es fijo e inalterable.

»Los científicos —prosiguió el Viajero del tiempo tras la pausa requerida para la asimilación apropiada de lo dicho— saben muy bien que el tiempo es solamente un tipo de espacio. Este es un diagrama científico popular, un registro del clima. La línea que estoy trazando con mi dedo muestra el movimiento del barómetro. Ayer subió mucho y descendió en la noche. Luego, esta mañana subió de nuevo y ha ascendido suavemente hasta aquí. Desde luego, el mercurio no trazó esta línea en ninguna de las dimensiones del espacio mayormente reconocidas, ¿no es así? Pero es seguro que trazó esa línea y, por lo tanto, debemos concluir que esa línea se mueve a lo largo de la dimensión tiempo.

—Pero —dijo el Médico con la atención fija en el carbón que ardía en el fuego—, si el tiempo de verdad es solo una cuarta dimensión del espacio, ¿por qué es y se ha considerado siempre como algo diferente? ¿Y por qué no podemos movernos en el tiempo como nos movemos a través de las otras dimensiones del espacio?

El Viajero del tiempo sonrió.

—¿Estás seguro de que podemos movernos libremente en el espacio? Podemos ir a la derecha y a la izquierda, también vamos hacia adelante y hacia atrás con suficiente libertad, y las personas siempre lo han hecho. Admito que nos movemos libremente en dos dimensiones. ¿Pero qué hay de arriba y abajo? Ahí nos limita la gravedad.

—No exactamente —replicó el Médico—. Existen los globos.

—Pero, antes de los globos, salvo saltos espasmódicos e irregularidades en la superficie, la humanidad no tenía libertad vertical de movimiento.

—A pesar de eso, es posible moverte un poco hacia arriba y hacia abajo —respondió el Médico.

—Más fácil, mucho más fácil hacia abajo que hacia arriba.

—Y no puedes moverte en el tiempo en absoluto. No puedes alejarte del momento presente.

—Mi buen señor, es ahí donde se equivoca. Es ahí donde el mundo entero se ha equivocado. Siempre nos estamos alejando del momento presente. Nuestras existencias mentales, que son inmateriales y no tienen dimensiones, navegan por la dimensión tiempo con una velocidad uniforme desde la cuna hasta la tumba. Así como deberíamos viajar «hacia abajo» si empezáramos nuestra existencia ochenta kilómetros por encima de la superficie terrestre.

—Pero la gran dificultad radica aquí —interrumpió el Psicólogo—. «Puedes» moverte a través de todas las direcciones del espacio, pero no puedes moverte a través del tiempo.

—Ese es el germen de mi gran descubrimiento. Mas se equivoca al decir que no podemos movernos a través del tiempo. Por ejemplo, si estoy recordando un incidente muy vívidamente, regreso al instante en que ocurrió. Me distraigo, como dice usted. Retrocedo un momento. Claro que no tenemos medios para quedarnos atrás por un período de tiempo, como tampoco lo tiene un salvaje o un animal para mantenerse dos metros por encima de la superficie. Pero los humanos civilizados tienen más suerte que los salvajes en este aspecto. Ellos pueden desafiar la gravedad en un globo. ¿Y por qué no podría esperar que, a la larga, sean capaces de detener o acelerar su movimiento a través de la dimensión tiempo o incluso cambiar su rumbo e ir en dirección opuesta?

—¡Ah! «Esto» —comenzó Filby—, todo va...

—¿Por qué no? —dijo el Viajero del tiempo.

—Va en contra de la razón —contestó Filby.

—¿De qué razón? —cuestionó el Viajero del tiempo.

—Puedes mostrarme con argumentos que lo negro es blanco —contestó Filby—, pero nunca me convencerás.

—Tal vez no —admitió el Viajero del tiempo—. Pero ahora empezaste a conocer el objeto de mis investigaciones sobre las cuatro dimensiones. Hace tiempo, tenía una vaga noción de una máquina...

—¡Para viajar a través del tiempo! —exclamó el Hombre muy joven.

—Que viajará indiferentemente en cualquier dirección del espacio y el tiempo, según lo determine el conductor.

Filby se conformó con reírse.

—Y tengo verificación experimental —aclaró el Viajero del tiempo.

—Eso sería extraordinariamente conveniente para un historiador —sugirió el Psicólogo—. ¡Por ejemplo, podrías viajar al pasado y verificar la versión aceptada sobre la batalla de Hastings!

—¿No crees que llamarías la atención? —preguntó el Médico—. Nuestros ancestros no toleraban muy bien los anacronismos.

—Podrías aprender griego de los propios labios de Homero y Platón —pensó el Hombre muy joven.

—En cuyo caso, de seguro te reprobarían para los exámenes preliminares. Los académicos alemanes han mejorado mucho el griego.

—Entonces está el futuro —dijo el Hombre muy joven—. ¡Sólo piénsalo! ¡Podrías invertir todo tu dinero, dejarlo allí para que acumule intereses y saltar hacia adelante!

—Para descubrir una sociedad —dije yo— erigida en una base estrictamente comunista.

—¡Vaya teorías tan alocadas y extravagantes! —comenzó el Psicólogo.

—Sí, eso me parecía a mí y por eso nunca hablé de ello hasta...

—¡La verificación experimental! —grité—. ¿Vas a verificar «eso»?

—¡El experimento! —exclamó Filby, quien estaba mentalmente agotado.

—Veamos tu experimento, de todos modos —dijo el Psicólogo—, aunque todo sean disparates.

El Viajero del tiempo nos sonrió. Entonces, aún con una sonrisa tenue y sus manos en lo profundo de los bolsillos de sus pantalones, salió lentamente de la habitación y escuchamos sus zapatillas arrastrarse y bajar por el largo camino hacia su laboratorio.

El Psicólogo nos miró.

—Me pregunto qué habrá conseguido.

—Algún truco de prestidigitación o algo así —dijo el Médico.

Filby intentó contarnos sobre un conjurador que había visto en Burslem, pero antes de que hubiera terminado el prefacio de su historia, el Viajero del tiempo regresó y la anécdota de Filby se derrumbó.

II

La Máquina

Lo que el Viajero del tiempo tenía entre sus manos era un armazón metálico brillante, solo un poco más grande que un reloj pequeño, y hecho con gran delicadeza. Tenía mármol y algún tipo de sustancia transparente cristalina. Y ahora debo ser explícito porque lo que sigue, a menos que se acepte su explicación, es algo completamente inexplicable. Él tomó una de las pequeñas mesas octagonales que estaban esparcidas por la habitación y la puso frente al fuego, con dos de sus patas en la alfombrilla. Colocó el mecanismo en esa mesita. Luego acercó una silla y se sentó. El único otro objeto en esa mesa era una pequeña lámpara con pantalla, cuya brillante luz iluminaba el modelo. También había más o menos una docena de velas alrededor: dos en un candelabro de latón sobre el marco de la chimenea y varias en apliques; por lo que la habitación tenía una iluminación muy brillante. Me senté en un sillón bajo cerca del fuego y lo corrí hacia adelante para estar casi entre el Viajero del tiempo y la chimenea. Filby se sentó detrás de él, mirándolo por encima del hombro. El Médico y el Alcalde provincial lo observaban de perfil a la derecha, y el Psicólogo a la izquierda. El Hombre muy joven se paró detrás del Psicólogo. Todos estábamos en alerta. Me resulta increíble que, en estas condiciones, se podrían haber aprovechado de nosotros con cualquier tipo de truco, sin importar lo sutil de su concepción o lo hábil de su ejecución.

El Viajero del tiempo nos miró y luego al mecanismo.

—¿Y bien? —cuestionó el Psicólogo.

—Este pequeño objeto —comenzó el Viajero del tiempo al apoyar sus hombros sobre la mesa y entrelazando sus manos sobre el aparato— es solo un modelo. Es mi plano para una máquina que viaje a través del tiempo. Notarán que se ve particularmente doblada y que esta barra tiene una extraña apariencia centelleante, como si fuera de cierto modo irreal.

Señaló esa parte con su dedo.

»También, aquí hay una palanca blanca pequeña y aquí está otra.

El Médico se levantó de su asiento y se acercó para ver de cerca el objeto.

—Está muy bien hecho —dijo.

—Me tomó dos años hacerlo —reveló el Viajero del tiempo.

Después de que todos hubiéramos imitado la acción del Médico, agregó:

—Ahora, quiero que comprendan claramente que el halar esta palanca envía a la máquina planeando hacia el futuro, mientras estas otras reversan el movimiento. Este sillín representa el asiento de un viajero del tiempo. En breve, voy a halar la palanca y la máquina se pondrá en marcha. Se desvanecerá, viajará a un momento futuro y desaparecerá. Den un buen vistazo al objeto. Miren la mesa también y convénzanse de que no es ningún truco. No quiero desperdiciar este modelo y que luego me digan que soy un charlatán.

Hubo una pausa de un minuto, tal vez. El Psicólogo pareció a punto de decirme algo, pero cambió de parecer. Entonces, el Viajero del tiempo alzó su dedo hacia la palanca.

—No —dijo de repente—. Préstame tu mano.

Se giró hacia el Psicólogo y tomó la mano de este por su cuenta para luego decirle que extendiera su dedo índice. De modo que fuera el Psicólogo mismo quien enviara el modelo de la Máquina del tiempo en su interminable travesía. Todos vimos la palanca girar. Estoy absolutamente seguro de que no hubo ningún truco. Hubo una corriente de aire y la llama de la lámpara saltó. Una de las velas sobre el marco de la chimenea se apagó y, de repente, la pequeña máquina comenzó a girar con rapidez, se volvió borrosa, tal vez incluso asemejándose a un fantasma por un segundo, como un remolino de latón y marfil que brillaba tenuemente; y luego se esfumó. ¡Desapareció! Salvo por la lámpara, la mesita estaba vacía.

Todos nos quedamos en silencio un minuto. Luego Filby dijo que estaba condenado.

El Psicólogo se recuperó de su estupor y, de la nada, se agachó para revisar debajo de la mesa. En ese momento, el Viajero del tiempo se rio alegremente.

—¿Y bien? —preguntó de una manera que se asemejaba a la del Psicólogo antes.

Tras erguirse, fue por el frasco de tabacos en el marco de la chimenea y empezó a llenar su pipa de espaldas a nosotros. Nos miramos fijamente.

—Oye —dijo el Médico—. ¿Estás seguro de esto? ¿De verdad crees que esa máquina ha viajado a través del tiempo?

—Por supuesto —respondió el Viajero del tiempo mientras se inclinaba a encender una mecha en el fuego. Luego se volteó, encendiendo su pipa, para observar el rostro del Psicólogo.

(El Psicólogo, para mostrar que no había perdido el juicio, agarró un cigarrillo y trató de encenderlo sin cortarlo).

—Es más, tengo una máquina grande casi terminada allá dentro. —Señaló el laboratorio—. Cuando esté ensamblada, planeo hacer un viaje por mi propia cuenta.

—¿Estás diciendo que esa máquina viajó al futuro? —preguntó Filby.

—Al futuro o al pasado. No tengo certeza de cuál.

Después de un lapso, el Psicólogo tuvo una epifanía.

—Debió haber ido al pasado, si ha ido a alguna parte —expuso.

—¿Por qué? —cuestionó el Viajero del tiempo.

—Porque supongo que no se ha movido en el espacio y, si viaja al futuro, aún estaría aquí todo este tiempo, pues debió haber viajado a través de este tiempo.

—Pero —refuté—, si viajó al pasado, habría sido visible en el momento en que llegamos a esta habitación; y el jueves pasado cuando estábamos aquí. Y los jueves anteriores a eso. ¡Y así hacia atrás!

—Objeciones graves —resaltó el Alcalde provincial con aire imparcial y se giró hacia el Viajero del tiempo.

—En absoluto —replicó el Viajero del tiempo y luego se dirigió al Psicólogo:

—Crees que «tú» puedes explicar eso. Su presencia bajo el umbral. Ya sabes, su presencia diluida.

—Por supuesto —nos aseguró el Psicólogo—. Es un apartado simple de la psicología. Debí haber pensado en ello. Es lo suficientemente sencillo y ayuda a comprender la paradoja de maravilla. No podemos ver ni percibir esta máquina, así como no tampoco vemos el radio de una rueda mientras gira o una bala volando por los aires. Si está viajando a través del tiempo cincuenta o cien veces más rápido que nosotros, si supera un minuto, entretanto nosotros superamos un segundo; la marca que crea será, por supuesto, solo un quincuagésimo o un centésimo de la que dejaría si no estuviera viajando en el tiempo. Eso es lo suficientemente sencillo.

Pasó su mano por el espacio en el que la máquina había estado antes.

—¿Lo ven? —dijo riendo.

Nos sentamos y miramos fijamente la mesa vacía por un minuto o más. Entonces, el Viajero del tiempo nos preguntó qué pensábamos respecto a todo.

—Suena bastante creíble por esta noche —respondió el Médico—, pero espera a mañana. Espera el sentido común de la mañana.

—¿Quisieran ver la Máquina del tiempo por ustedes mismos? —propuso el Viajero del tiempo. Y, lámpara en mano, nos guió escaleras abajo por el largo y ventilado corredor que llevaba a su laboratorio. Recuerdo vívidamente la luz parpadeante, la silueta de su ancha y extraña cabeza, la danza de las sombras, cómo todos lo seguimos, perplejos pero incrédulos, y cómo, en ese laboratorio, contemplamos una versión más grande del pequeño mecanismo que habíamos visto esfumarse ante nuestros ojos. Algunas partes eran de níquel, otras de marfil, otras de seguro habían sido rellenadas con aserrado del cristal de roca. El objeto estaba terminado casi en su totalidad, pero las barras cristalinas dobladas yacían inacabadas sobre un banco, junto a unas hojas con dibujos. Tomé una para verla más de cerca. Parecía ser cuarzo.

—Oye, oye —dijo el Médico—. ¿Estás hablando en serio? ¿O es un truco, como el fantasma que nos mostraste la Navidad pasada?

—Sobre esa máquina —contestó el Viajero del tiempo con la lámpara en alto— pienso explorar el tiempo. ¿Suena muy simple? Nunca en mi vida he hablado más en serio.

Ninguno de nosotros sabía bien cómo tomarlo.

Crucé miradas con Filby sobre el hombro del Médico y me guiñó el ojo con solemnidad.

III

El Viajero del tiempo regresa

Creo que, en ese momento, ninguno de nosotros creía realmente que fuera una Máquina del tiempo. El hecho es que el Viajero del tiempo es una de esas personas que es demasiado lista para ser de fiar: te daba la sensación de nunca poder descifrarlo por completo; siempre quedabas con la sospecha de una especie de cautela sutil, una astucia oculta tras su franqueza lúcida. Si Filby nos hubiera mostrado el modelo y explicado el tema en las palabras del Viajero del tiempo, le habríamos mostrado a «él» mucho menos escepticismo, puesto que habríamos percibido su propósito: incluso un carnicero podría comprender a Filby. Pero el Viajero del tiempo tenía más que un toque de capricho dentro de su elemento y desconfiábamos de él. Cosas que habrían llevado a la fama a una persona menos inteligente parecían trucos en sus manos. Es un error hacer las cosas tan fácilmente. La gente seria que lo tomaba en serio nunca se sentía del todo segura sobre su comportamiento; de algún modo sabían que confiarles su reputación era como amoblar una guardería con porcelana china. Así que no creo que ninguno de nosotros dijera