La mente holotrópica - Stanislav Grof - E-Book

La mente holotrópica E-Book

Stanislav Grof

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Beschreibung

Aclamado por personalidades tan excepcionales como Joseph Campbell, Ken Wilber o Huston Smith, el asombroso trabajo de Stanislav Grof ha atraído la atención de todo el mundo. En La mente holotrópica, el descubrimiento de Grof de los tres niveles de la conciencia humana –el perinatal, el biográfico y el transpersonal– es conducido hasta sus consecuencias más prácticas. Se trata de que la totalidad de la historia de nuestra personalidad pueda aflorar a la conciencia y re-experimentarse. Se trata de alcanzar una transformación profunda y acceder a fuentes internas de satisfacción y plenitud inimaginables en la psicología tradicional. Profusamente ilustrado con casos reales, La mente holotrópica explica las fascinantes historias de individuos que han establecido conexiones curativas con su pasado, con el inconsciente junguiano y con el universo total.

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Stanislav Grof con la colaboración de Hal Zina Bennett

LA MENTE HOLOTRÓPICA

Los niveles de la conciencia humana

Título original: THE HOLOTROPIC MIND

Traducción: David González Raga

© 1992 Stanislav Grof, M.D.

© de la edición española:

1993 by Editorial Kairós, S.A.

www.editorialkairos.com

Primera edición en papel: Marzo 1994

Primera edición en digital: Julio 2023

ISBN-10: 84-7245-288-3

ISBN-13: 978-84-7245-288-6

ISBN epub: 978-84-1121-204-5

ISBN kindle: 978-84-1121-205-2

Composición: Pablo Barrio

Todos los derechos reservados.

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita algún fragmento de esta obra.

Sumario

AgradecimientosParte I: El desafío al universo newtoniano1. Una apertura a nuevas dimensiones de la concienciaParte II: Las matrices perinatales: Influencias que configuran la conciencia humana desde la vida prenatal y el momento del nacimiento2. La totalidad y el universo amniótico: MPB I3. La expulsión del paraíso: MPB II4. La batalla entre la muerte y el renacimiento: MPB III5. La experiencia de muerte-y-renacimiento: MPB IVParte III: El paradigma transpersonal6. Una visión global del paradigma transpersonal7. Más allá de las fronteras del espacio8. Más allá de las fronteras del tiempo9. Más allá de la realidad compartida10. Las experiencias de naturaleza psicoideParte IV: Hacia una nueva psicología del Ser11. Nuevas perspectivas sobre la realidad y la naturaleza humanaNotasLecturas recomendadas

A Christina,

a María –mi madre–

y a mi hermano Paul.

AGRADECIMIENTOS

Este libro está basado en la experiencia, la observación y la comprensión acumulada a lo largo de treinta y cinco años de investigación sistemática sobre los estados no ordinarios de conciencia. Durante todo este tiempo he contado con la generosa colaboración y el apoyo inestimable de personas que han desempeñado un papel muy importante en mi vida personal y profesional. Quisiera aprovechar esta oportunidad para reconocer públicamente mi agradecimiento a algunos de ellos.

Joseph Campbell, amigo y maestro durante tantos años, me enseñó la importancia de los mitos para la psicología, la religión y la vida humana en general. Su brillante inteligencia, su memoria enciclopédica y su sorprendente capacidad de síntesis creativa han contribuido a clarificar áreas del conocimiento que la ciencia, la religión y la filosofía ortodoxas no han alcanzado a comprender.

Gregory Bateson, el pensador más original que he conocido, un «generalista» cuya mente inquisitiva buscó el conocimiento en las más diversas disciplinas y con quien tuve el privilegio de mantener un contacto casi cotidiano durante los últimos dos años y medio de su vida, cuando ambos éramos residentes en el Instituto Esalen, de Big Sur, California. Su incisiva crítica de los errores y de la inadecuación del paradigma newtoniano-cartesiano contribuyó a aumentar la confianza en mis propios descubrimientos, a menudo contrapuestos a las afirmaciones de la psiquiatría y la ciencia tradicional de Occidente.

También debo agradecer el aliento y el apoyo de varios físicos a los que me une una estrecha amistad, que se han aventurado a investigar las implicaciones filosóficas de la física cuántico-relativista y han contribuido significativamente a la construcción de la nueva visión del mundo que está comenzando a ofrecernos la ciencia occidental. En este sentido, me siento especialmente agradecido por la amistad y cooperación desinteresada de Fritjof Capra y también tengo en gran estima las enseñanzas que he recibido de Fred Wolf, Nick Herbert, David Peat y Saul-Paul Siraque, entre otros.

Uno de los acontecimientos intelectuales más significativos de mi vida ha sido el descubrimiento de la holografía y del pensamiento holonómico científico, que proporciona un marco conceptual extraordinario para comprender muchos de los descubrimientos de la moderna investigación de la conciencia que, de otro modo, resultarían incomprensibles. En este sentido, me siento en deuda con Denis Gabor por el descubrimiento de los principios de la óptica holográfica, con David Bohm por su modelo holográfico del universo y por la teoría del holomovimiento y con Karl Pribram por su modelo holográfico del cerebro.

También guardo un cariñoso recuerdo de dos queridos amigos, Abraham Maslow y Anthony Sutich, los fundadores de la psicología humanista, con quienes participé, a finales de la década de los sesenta, en las sesiones de brainstorming que terminaron dando origen a la psicología transpersonal. El desarrollo de esta nueva disciplina, que trata de sintetizar la sabiduría antigua de los grandes sistemas espirituales del mundo con el pragmatismo de la ciencia moderna, se ha convertido en la pasión de mi vida.

El trabajo en el estimulante y controvertido campo de la psicología transpersonal y de la investigación de la conciencia jamás hubiera sido posible sin el apoyo emocional e intelectual de estos dos extraordinarios personajes. He sido muy afortunado al poder contar con la amistad personal de muchos de los pioneros de este nuevo abordaje psicológico. Estas personas tan especiales han sido durante muchos años una fuente de inspiración y aliento, tanto para mí como para mi esposa Christina y para muchos otros. Agradezco especialmente el papel que han desempeñado en nuestra vida Angeles Arrien, Michael y Sandy Harner, Jack y Liana Kornfield, John Perry, Ram Dass, Rick y Heather Tarnas, Frances Vaughan y Roger Walsh.

Reservo mi más profunda afecto hacia los miembros de mi familia a quienes he dedicado este libro: mi madre María y mi hermano Paul –psiquiatra que comparte muchos de mis intereses–, quienes han sido una fuente de apoyo emocional y moral continua durante toda mi vida, y mi esposa Christina que, en los últimos dieciséis años, ha sido mi más íntima amiga y la colega y colaboradora más estrecha de todas mis investigaciones. Los diversos altibajos por los que ha discurrido nuestra vida me han permitido apreciar el coraje y la entereza que ha demostrado durante su tormentoso viaje personal y, de ese modo, he aprendido las lecciones más extraordinarias e inestimables que sólo la vida puede proporcionar.

Quisiera también dar las gracias a Harper San Francisco Publishers, y especialmente a mi editor, Mark Salzwedel, por haber hecho posible la publicación de este libro. Por último –aunque no, por ello, en último lugar– doy también las gracias a Hal Zina Bennett, quien ha aportado a este proyecto un talento literario, una imaginación y una comprensión inusual de los estados no ordinarios de conciencia. Él fue quien me ayudó a describir los hallazgos de mi investigación en un lenguaje claro y comprensible que pudiera llegar a un amplio espectro de lectores. Sus cualidades inusuales han hecho que este trabajo compartido –una tarea especialmente difícil– se convirtiera en una experiencia sumamente gratificante que nos ha unido más, si cabe, todavía.

Hay muchas otras personas cuya contribución a este libro ha sido fundamental pero deben permanecer en el anonimato. Agradezco a los miles de personas de Europa, Norte y Sudamérica, Australia y Asia –clientes, formadores, amigos y participantes en los talleres y en los distintos proyectos de investigación– que han tenido el extraordinario coraje de explorar las alturas y las profundidades de su psiquismo y que han compartido conmigo el resultado de esta búsqueda tan poco convencional. Sin ellos este libro jamás hubiera podido salir a la luz.

STANISLAV GROF,

Mill Valley, agosto de 1991

PARTE I: EL DESAFÍO AL UNIVERSO NEWTONIANO

Lo que verdaderamente importa... no es el conjunto de objetos sólidos y estáticos que se extienden en el espacio sino la vida que se desarrolla en ese escenario. La realidad no es el escenario exterior sino la vida interna que la anima. La realidad es las cosas tal como son.

WALLACE STEVENS

1. UNA APERTURA A NUEVAS DIMENSIONES DE LA CONCIENCIA

Hay un espectáculo mayor que el mar y es el cielo. Hay un espectáculo mayor que el cielo y es el interior del alma.

VICTOR HUGO, «Fantine», Los miserables

Los descubrimientos realizados por la ciencia moderna durante las últimas tres décadas demuestran que el ser humano dispone de capacidades muy superiores a lo que anteriormente habíamos supuesto, y el esfuerzo colectivo de investigadores procedentes de diferentes disciplinas para dar respuesta a este reto nos ha proporcionado una nueva imagen de la existencia y, más concretamente, una nueva imagen de la naturaleza de la conciencia humana.

De la misma manera que el mundo copernicano se vio sacudido por el descubrimiento de que la Tierra no era el centro del universo, los recientes descubrimientos nos obligan a considerar con más detenimiento quiénes somos física, mental y espiritualmente. Estamos asistiendo a la emergencia de una nueva imagen del psiquismo y, con ella, a una extraordinaria visión del mundo que sintetiza la sabiduría de las antiguas tradiciones con los últimos descubrimientos de la ciencia. Al igual que ocurrió hace unos quinientos años con el descubrimiento de Copérnico, en la actualidad también nos vemos obligados a reconsiderar todos nuestros puntos de vista.

El universo como una máquina: Newton y la ciencia moderna

El núcleo fundamental del dramático cambio que ha tenido lugar en el curso del siglo XX radica en la revisión completa de nuestra comprensión del mundo físico. Antes de la aparición de la teoría de la relatividad de Einstein y de la física cuántica teníamos la firme convicción de que el universo estaba compuesto de materia sólida. Entonces creíamos que los átomos –a los que considerábamos compactos e indestructibles– constituían los ladrillos fundamentales del universo material, que se movían en un espacio tridimensional y que sus movimientos obedecían a determinadas leyes. Desde ese punto de vista, la materia evoluciona de una manera ordenada desde el pasado hacia el futuro pasando por el presente. Esa visión segura y determinista nos llevaba a considerar que el universo era una gigantesca máquina y confiábamos en la posibilidad de llegar a descubrir las leyes que lo gobernaban y que, cuando lo lográramos, todo estaría bajo nuestro control y podríamos reconstruir con exactitud lo que había sucedido en el pasado y predecir lo que ocurriría en el futuro. Había incluso quienes creían que un día llegaríamos a ser capaces de sintetizar la vida combinando adecuadamente determinadas sustancias químicas en el interior de un tubo de ensayo.

Desde la perspectiva newtoniana, la vida, la conciencia, los seres humanos y la inteligencia creativa no son más que el producto azaroso de una evolución que se inició en un océano primordial de materia. Este punto de vista simplifica la enorme complejidad de los seres humanos y los convierte en meros objetos materiales, poco más que animales altamente desarrollados o máquinas biológicas pensantes. Nuestras fronteras se hallan definidas por la superficie de nuestra piel, y la conciencia no es más que una simple secreción de ese órgano pensante que se conoce con el nombre de cerebro. Todo lo que pensamos, sentimos y sabemos depende de la información que recibimos a través de los sentidos. Según la lógica de ese modelo materialista, la conciencia, la inteligencia, la ética, el arte, la religión y la misma ciencia son simples subproductos de los procesos materiales que tienen lugar en el interior del cerebro humano.

La creencia de que la conciencia y todas sus creaciones se originan en el cerebro no es, por supuesto, totalmente arbitraria sino que se basa en muchas observaciones clínicas y experimentales que sugieren la existencia de una estrecha relación entre la conciencia y ciertas condiciones neurofisiológicas o patológicas. Las infecciones, los traumas, las intoxicaciones, los tumores y las contusiones se hallan íntimamente relacionados con cambios profundos de la conciencia. En el caso de un tumor cerebral, por ejemplo, el deterioro de ciertas funciones –la pérdida del habla, del control motor, etcétera– es tan específica que nos permite diagnosticar con suma precisión la región que ha sido lesionada.

Pero aunque estas observaciones demuestren, sin ningún género de dudas, que nuestras funciones mentales están ligadas a determinados procesos biológicos cerebrales, no constituyen, sin embargo, una demostración concluyente de que la conciencia se origine o sea un subproducto del cerebro. Es por ello que las conclusiones de la ciencia occidental no parecen apoyarse tanto en datos científicos como en una creencia metafísica y que sea posible encontrar otras interpretaciones alternativas a los mismos datos. Ilustremos esto con un sencillo ejemplo: Un técnico experto en electrónica puede identificar una determinada distorsión en la imagen o el sonido de un televisor y corregir el problema reemplazando el componente averiado. Nadie interpretaría esto, sin embargo, como una prueba definitiva de que el televisor sea el responsable de los programas que reproduce. Sin embargo, éste es precisamente el argumento que aduce la ciencia mecanicista en su intento de «demostrar» que la conciencia se origina en el cerebro.

Según la ciencia tradicional, la materia orgánica y la vida se originaron en el caldo primordial del océano primigenio como resultado de la interacción azarosa entre átomos y moléculas. De manera similar, también sostiene que el azar y la «selección natural» son los únicos responsables de la organización celular de la materia orgánica y de su evolución hasta llegar a constituir complejos organismos multicelulares dotados de sistema nervioso central. Este tipo de explicaciones es el que ha alimentado la creencia metafísica fundamental de la visión occidental del mundo, de que la conciencia es un subproducto de los procesos materiales que ocurren en el cerebro.

Pero a medida que la ciencia moderna ha ido descubriendo los profundos vínculos existentes entre la inteligencia creativa y todos los niveles de la realidad, esta imagen simplista del universo se ha ido tornando cada vez más insostenible. La probabilidad de que la conciencia humana y el compejo universo que nos rodea haya surgido de la interacción azarosa de la materia inerte ha sido comparada a la de un huracán que, soplando sobre un montón de chatarra, creara accidentalmente un Jumbo 747.

La ciencia newtoniana es responsable de habernos ofrecido una visión muy limitada de los seres humanos y de sus verdaderas potencialidades. Desde hace unos doscientos años se ha ocupado de dictar los criterios de lo que es una experiencia aceptable y de lo que es una experiencia inaceptable de la realidad. Desde su punto de vista, una persona «normal» es aquella que es capaz de reproducir exactamente el mundo objetivo externo descrito por la ciencia newtoniana. En consecuencia, desde esta perspectiva, nuestras funciones mentales se limitan a recibir la información que nos proporcionan los órganos sensoriales, almacenarla en los «bancos de memoria de nuestro computador mental» y recombinar los datos sensoriales para crear algo nuevo. Cualquier desviación significativa de esta percepción de la «realidad objetiva» –una realidad consensual que la población general considera como la única verdad– se interpreta como el producto de una imaginación desbocada o de un trastorno mental.

Sin embargo, la moderna investigación sobre la conciencia nos obliga a revisar y ampliar drásticamente esta visión limitada de la naturaleza y de las dimensiones del psiquismo humano. El principal objetivo de este libro consiste en explorar sus descubrimientos y sus profundas implicaciones en nuestra vida cotidiana. Es importante señalar que, aunque estos datos sean incompatibles con la ciencia newtoniana tradicional, no dejan de ser, sin embargo, totalmente congruentes con los revolucionarios hallazgos de la física moderna y otras disciplinas científicas afines, todos los cuales propician el surgimiento de una nueva y excitante visión del cosmos y de la naturaleza humana cuyas profundas implicaciones individuales y colectivas están transformando completamente la visión newtoniana del mundo que una vez dimos por definitiva.

La conciencia y el cosmos: La ciencia descubre la mente en la naturaleza

En la medida en que la física moderna se ocupó del estudio de lo muy pequeño y de lo muy grande –del reino subatómico del microcosmos y del reino astrofísico del macrocosmos– no tardó en comprender que algunos de los principios newtonianos fundamentales eran limitados o estaban equivocados. A mediados del siglo XX, la física descubrió que los átomos –definidos por la física newtoniana como los ladrillos elementales e indestructibles del mundo material– estaban compuestos de partículas más pequeñas y más elementales, los protones, los neutrones y los electrones, y esta misma línea de investigación ha terminado conduciendo a la identificación de cientos de partículas subatómicas.

Las partículas subatómicas gozaban de extrañas propiedades que desafiaban los principios newtonianos. En algunos experimentos se comportaban como si fueran entidades corpusculares, mientras que en otros, por el contrario, parecían exhibir propiedades ondiculares, un hecho que pronto se conoció con el nombre de «paradoja onda-partícula». De este modo, la vieja definición de materia fue reemplazada, a nivel subatómico, por la de probabilidad estadística, por la «tendencia a existir», una noción que, en los últimos tiempos, ha terminado disipándose detrás de lo que los físicos modernos denominan «vacío dinámico». Así pues, la exploración del microcosmos reveló que el universo de la vida cotidiana, aparentemente compuesto por objetos sólidos y discretos, es, en realidad, una compleja red de eventos y de relaciones. Desde esta nueva perspectiva, la conciencia no se limita a reflejar pasivamente el mundo material objetivo sino que desempeña un papel activo en la creación de la misma realidad.

Las investigaciones realizadas por los científicos en el campo de la astrofísica también nos han conducido a descubrimientos igualmente reveladores. Según la teoría de la relatividad de Einstein, por ejemplo, el espacio no es tridimensional y el tiempo no es lineal. Desde este punto de vista, el espacio y el tiempo no son entidades separadas sino que están integradas en un continuo tetradimensional conocido como «espacio-tiempo». Lo que una vez percibiéramos como fronteras entre objetos y distinciones entre materia y espacio vacío ha terminado siendo reemplazado por algo nuevo. Así, en lugar de hablar de objetos discretos y de espacios vacíos entre ellos, hoy en día se considera que el universo es un campo continuo de densidad variable. Según la física moderna, la materia es intercambiable con la energía, y la conciencia –que no se halla limitada a las actividades que tienen lugar en el interior de nuestro cráneo– forma parte del mismo tejido del universo.

Como dijo, hace ya unos sesenta años, el astrónomo británico James Jeans, el universo de la física moderna se asemeja más a un gran pensamiento que a una gigantesca supermáquina. El universo actual no se parece tanto a un conglomerado de objetos newtonianos como a un sistema extraordinariamente complejo de fenómenos vibratorios que presenta propiedades y posibilidades inimaginables para la ciencia newtoniana, destacando, entre todas ellas, la holografía.

La holografía y el orden implicado

La holografía es un proceso fotográfico que utiliza un rayo láser de luz coherente (de la misma longitud de onda) para construir imágenes tridimensionales en el espacio. Un holograma –al que podríamos comparar con la diapositiva que nos permite proyectar la imagen– es el registro de una pauta de interferencia entre dos mitades de un rayo láser. Después de que el haz de láser sea dispersado por un espejo parcialmente azogado, una parte de él (denominado haz de referencia) es dirigido hacia la emulsión del holograma y la otra mitad (denominada haz del objeto) se refleja hacia la película desde el objeto fotografiado. Lo curioso es que la información procedente de los dos rayos, indispensable para reproducir una imagen tridimensional, permanece «plegada» y distribuida por todo el holograma, y que podemos dividir el holograma en tantas partes como queramos y descubrir que, al iluminar cualquiera de los fragmentos, cada uno de ellos «despliega» una imagen tridimensional de la totalidad.

El descubrimiento de la holografía se ha convertido en un elemento fundamental de la visión científica del mundo. El eminente físico teórico David Bohm, por ejemplo, antiguo colaborador de Einstein, se inspiró en la holografía para crear un modelo del universo que englobara las múltiples paradojas de la física cuántica. Según Bohm, el mundo que percibimos a través de los sentidos y el sistema nervioso, con o sin ayuda de instrumentos científicos, sólo representa un pequeño fragmento de la realidad. Desde su punto de vista, lo que nosotros percibimos constituye el «orden desplegado» o «explicado», un aspecto parcial de una matriz mayor a la que denomina «orden implicado» o «plegado». En otras palabras, lo que nosotros percibimos como realidad es similar a la proyección de una imagen holográfica procedente de una matriz superior. Por consiguiente, la visión de Bohm del orden implicado (similar al holograma) describe un nivel de la realidad inaccesible a nuestros sentidos y al escrutinio directo de la ciencia.

Bohm dedica dos capítulos de su libro La totalidad y el orden implicado a la visión que nos ofrece la física moderna sobre las relaciones existentes entre la conciencia y la materia. Según Bohm, la realidad es una totalidad completa y coherente que está implicada en un proceso interminable de cambio denominado holomovimiento. Desde este punto de vista, todas las estructuras estables del universo no son más que meras abstracciones. Es por ello que, por más esfuerzos que dediquemos a describir los objetos, las entidades o los eventos, tendremos que terminar admitiendo que todos ellos se derivan de una totalidad indefinible e incognoscible. Así pues, en este mundo en el que todo está en un flujo incesante de cambio, la utilización de sustantivos para tratar de describir lo que ocurre no hace más que confundirnos.

Figura 1. Un holograma se produce dividiendo un rayo láser en dos haces separados. El primer rayo se dirige hacia el objeto fotografiado (en este caso una manzana). Luego, la convergencia del segundo rayo con la luz reflejada del primero crea una pauta de interferencia que se registra en la película.

Figura 2. A diferencia de lo que ocurre con una fotografía, cada fragmento de una placa holográfica contiene información sobre la totalidad. De este modo, si una placa holográfica se rompe en pedazos, cualquiera de los distintos fragmentos puede servir para reconstruir una imagen global de la totalidad.

Según Bohm, la teoría holográfica ilustra la idea de que la energía, la luz y la materia están compuestas por pautas de interferencia que portan información sobre todas las otras ondas de luz, energía y materia con las que, directa o indirectamente, han entrado en contacto. Así, cada fragmento de energía o de materia constituye un microcosmos que encierra a la totalidad. No deberíamos, pues, seguir considerando la vida en términos de materia inanimada. La materia y la vida –como la materia y la conciencia– son abstracciones del holomovimiento, es decir, abstracciones de una totalidad indivisa de la que nada puede separarse.

Bohm nos recuerda que hasta el mismo proceso de abstracción mediante el cual creamos la ilusión de separación de la totalidad es, en sí mismo, una expresión del holomovimiento. Cualquier percepción y cualquier conocimiento –incluido el quehacer científico– no constituyen una reconstrucción objetiva de la realidad sino una actividad creativa comparable a la expresión artística. No podemos medir la verdadera realidad porque la realidad es esencialmente inconmensurable.1

El modelo holográfico nos brinda una posibilidad revolucionaria para comprender las relaciones existentes entre las partes y el todo. Más allá de la lógica limitada del pensamiento tradicional, la parte deja de ser un fragmento de la totalidad para contener y reflejar –bajo ciertas circunstancias– la totalidad. Los seres humanos no somos entidades newtonianas insignificantes y aisladas sino campos integrales del holomovimiento, es decir, somos un microcosmos que contiene y refleja al macrocosmos. Si esto es cierto, cada ser humano tiene la posibilidad de expandir sus capacidades mucho más allá del alcance de sus sentidos y llegar a experimentar, de manera directa e inmediata, todas las facetas del universo.

Existen muchos paralelismos interesantes entre la visión de la física de David Bohm y la visión de la neurofisiología de Karl Pribram. Después de varias décadas de investigación y experimentación, esta neurociencia mundialmente reconocida ha llegado a la conclusión de que ciertas paradojas desconcertantes relacionadas con el funcionamiento cerebral sólo pueden explicarse recurriendo a los principios holográficos. El revolucionario modelo cerebral de Pribram y la teoría del holomovimiento de Bohm tiene profundas implicaciones para la nueva comprensión de la conciencia humana que recién estamos comenzando a trasladar al nivel personal.

En busca del orden oculto

La Naturaleza está llena de genios,

llena de divinidad.

Ni un solo copo de nieve

escapa de su mano.

HENRY DAVID THOREAU

Casi todas las diciplinas han descubierto las limitaciones de la ciencia newtoniana y la apremiante necesidad de una visión más amplia del mundo. Gregory Bateson, por ejemplo, uno de los más originales teóricos de nuestro tiempo, desafió al pensamiento tradicional demostrando que las separaciones son ilusorias y que el funcionamiento mental que atribuimos exclusivamente a los seres humanos impregna a toda la naturaleza, incluyendo los animales, las plantas e, incluso, los sistemas inorgánicos. Su extraordinaria síntesis creativa entre la cibernética, la informática, la teoría de sistemas, la antropología, la psicología y otros campos, demostró que la mente y la naturaleza constituyen una totalidad indivisible.

Desde otra perspectiva, el biólogo británico Rupert Sheldrake nos ha ofrecido una lúcida crítica de la ciencia tradicional que, en su opinión, ha dedicado todo su interés a la búsqueda de la «causación energética» de la naturaleza descuidando, sin embargo, el tema de la forma. Desde su punto de vista, el estudio minucioso de la materia jamás podrá explicarnos el orden, las pautas y el significado de la naturaleza por el mismo motivo que el análisis de los materiales con los que se ha construido una catedral, un castillo o una casa tampoco nos proporciona una explicación de las formas concretas que han terminado asumiendo estas estructuras arquitectónicas. Por más sofisticada que sea nuestra investigación sobre la materia jamás podremos explicar las fuerzas creativas que guían los designios de su estructura. Según Sheldrake, las formas de la naturaleza están gobernadas por «campos morfogenéticos» que la ciencia contemporánea no puede detectar ni medir, lo cual significa que todo el esfuerzo científico realizado en el pasado ha dejado completamente de lado una dimensión absolutamente fundamental para poder comprender la naturaleza de la realidad.2

Todas las teorías que nos ofrecen respuestas alternativas al pensamiento newtoniano consideran que la conciencia y la inteligencia creativa no emanan de la materia –más concretamente de la actividad neurofisiológica del cerebro–, sino que constituyen atributos primarios de la misma existencia. Es por ello que el estudio de la conciencia –hasta ahora el hermano pobre de las ciencias físicas– está convirtiéndose rápidamente en el centro de atención de la ciencia.

La revolución de la conciencia y la nueva visión científica del mundo

Nuestra conciencia vigílica normal, la denominada conciencia racional, no es más que un tipo especial de conciencia separada de otras formas de conciencia completamente diferentes por la más delgada de las películas... Ninguna descripción del universo en su totalidad que deje a esas otras formas de conciencia en el olvido podrá ser definitiva.

WILLIAM JAMES

La psicología profunda y la moderna investigación sobre la conciencia están en deuda con el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung. El trabajo clínico sistemático realizado por Jung a lo largo de su vida le llevó a la conclusión de que el modelo freudiano del psiquismo humano era demasiado estrecho y limitado. Jung nos ha ofrecido evidencia convincente de que para comprender la verdadera naturaleza del psiquismo debemos ir mucho más allá del inconsciente biográfico individual.

Una de las contribuciones más conocidas de Jung es la noción de «inconsciente colectivo», un inmenso almacén de información sobre la historia y la cultura humana que descansa en la profundidad del psiquismo de todo ser humano. Jung también identificó y describió los efectos sobre el individuo y la sociedad de ciertos modelos dinámicos fundamentales, una especie de principios organizativos primordiales del inconsciente colectivo y del universo en general, a los que denominó «arquetipos».

Las investigaciones de Jung sobre la sincronicidad –que más adelante estudiaremos en detalle– resultan especialmente interesantes. Jung descubrió la presencia de ciertas coincidencias significativas entre acontecimientos psicológicos individuales –como los sueños y las visiones, por ejemplo– y diversos aspectos de la realidad consensual. Estas coincidencias, que no pueden explicarse en términos de causa y efecto, sugieren que el psiquismo y el mundo material no son dos entidades separadas sino que, de algún modo, están estrechamente relacionadas. Las ideas de Jung no sólo constituyen un reto para la psicología sino también para la visión newtoniana de la realidad y para la filosofía de la ciencia occidental porque demuestran que la conciencia y la materia se hallan íntimamente unidas de un modo que el poeta William Butler Yeats debía tener en mente cuando decía que «no podemos separar al bailarín de la danza».

Los avances realizados en el campo de la física coincidieron con el descubrimiento del LSD, y la investigación con sustancias psicodélicas abrió caminos revolucionarios para el estudio de la conciencia humana. La década de los cincuenta y de los sesenta se vio convulsionada por el resurgimiento del interés por las filosofías y las prácticas orientales, el chamanismo, el misticismo, la psicoterapia existencial y la exploración de las profundidades del psiquismo humano.

Por otra parte, el estudio de la muerte y de los moribundos nos ha proporcionado datos excepcionalmente interesantes sobre la relación existente entre la conciencia y el cerebro. Ha renacido también el interés por la parapsicología, especialmente por la investigación sobre la percepción extrasensorial (PES), y también han aparecido nuevas técnicas de alteración de la conciencia, como la deprivación sensorial y el biofeedback, por ejemplo, que nos han ofrecido una gran cantidad de información sobre el psiquismo humano.

El denominador común de todas estas investigaciones fueron los estados no ordinarios de conciencia, un área desatendida no sólo por la ciencia sino también por toda la cultura occidental. Habíamos hecho hincapié en las dimensiones racionales y lógicas, habíamos sobrevalorado el estado sobrio de la mente pero, al mismo tiempo, habíamos relegado al campo de lo patológico a todos los demás estados de conciencia.

En este sentido, nuestra cultura ha desempeñado un papel único en el contexto de la historia de la humanidad. Las antiguas culturas preindustriales tenían en gran estima a los estados no ordinarios de conciencia, los consideraban instrumentos eficaces para conectarnos con las realidades sagradas, con la naturaleza y con los demás y, en consecuencia, los empleaban para detectar las enfermedades y para curarlas. Todas estas culturas han considerado que los estados alterados de conciencia constituyen una valiosa fuente de inspiración artística y una vía de acceso a la intuición y la percepción extrasensorial y, consecuentemente, todas ellas han invertido tiempo y esfuerzo en el desarrollo de técnicas para alterar la conciencia y las han utilizado ritualmente de manera regular.

Según Michael Harner, un famoso antropólogo que se inició chamánicamente en América del Sur, desde un punto de vista intercultural la visión occidental sobre el psiquismo humano está equivocada. En primer lugar, se trata de una visión etnocéntrica ya que los científicos consideran que su punto de vista sobre la realidad y los fenómenos psicológicos es superior y «ha sido demostrado sin el menor género de duda» y, por tanto, juzga a las visiones del mundo de otras culturas como inferiores, ingenuas y primitivas. En segundo lugar, según Harner la aproximación académica tradicional es cognicéntrica, es decir, sólo tiene en cuenta las observaciones y las experiencias que nos proporcionan los cinco sentidos en el estado de conciencia ordinario.3

El principal interés de este libro es el de describir y explorar los cambios radicales en nuestra comprensión de la conciencia, del psiquismo humano y la naturaleza de la realidad que ineludiblemente tienen lugar cuando prestamos atención –como han hecho otras culturas antes que nosotros– a estados no ordinarios de conciencia. Poco importa, para ello, que el detonante de esos estados sea la práctica de la meditación, una sesión de psicoterapia experiencial, una crisis psicoespiritual espontánea («emergencia espiritual»), un estado cercano a la muerte o la ingestión de sustancias psicodélicas. Los detalles concretos de estas técnicas y experiencias pueden diferir pero lo cierto es que todas ellas se refieren a un territorio profundo del psiquismo humano que todavía no ha sido cartografiado por la psicología tradicional, el territorio al que el tanatólogo Kenneth Ring se refiere cuando habla de experiencias Omega.

Nuestro interés es el de explorar las implicaciones que tiene la moderna investigación sobre la conciencia en nuestro autoconocimiento y en el conocimiento del universo en general. Es por ello que los ejemplos que vamos a presentar proceden de situaciones tan diversas como las sesiones de Respiración Holotrópica®, la terapia psicodélica, los rituales chamánicos, las regresiones hipnóticas, las experiencias cercanas a la muerte o los episodios espontáneos de crisis de emergencia espiritual. Todas estas situaciones suponen un desafío crítico a nuestra forma tradicional de pensar y sugieren la necesidad de transformar nuestra actitud con respecto a la realidad y a nosotros mismos.

El comienzo de la aventura: Abriendo de par en par las puertas que conducen más allá de la realidad cotidiana

Hay muchos caminos que conducen a esta nueva visión de la conciencia. El mío comenzó a finales de los años cuarenta en Praga, capital de Checoslovaquia, poco después de haber terminado la enseñanza secundaria. En esa época, un amigo me prestó las Conferencias introductorias al psicoanálisis, de Sigmund Freud, y quedé muy impresionado por su profundidad y por su talento para decodificar el enigmático lenguaje de la mente inconsciente. A los pocos días terminé de leer el libro con la determinación de estudiar medicina, requisito indispensable para llegar a ser psicoanalista.

Durante mis estudios universitarios participé en un pequeño grupo dirigido por tres miembros de la International Psychoanalytic Association y trabajé como voluntario en el departamento de psiquiatría de la Charles University School of Medicine. Posteriormente, emprendí mi análisis de formación con el primer presidente de la Asociación Psicoanalítica Checoslovaca.

Pero cuanto más iba familiarizándome con el psicoanálisis mayor era mi desencanto porque las convincentes explicaciones de Freud y sus seguidores sobre el funcionamiento de la mente no parecían, sin embargo, resultar muy eficaces en el campo clínico. No alcanzaba a comprender por qué este brillante sistema teórico no conseguía resultados prácticos igualmente brillantes. En la facultad de medicina me habían enseñado que para curar una enfermedad debía comprender sus causas o, en el caso de tratarse de una enfermedad incurable, debía tomar clara conciencia de mis limitaciones terapéuticas. Ahora, en cambio, estaba comenzando a darme cuenta de que la comprensión intelectual contribuía muy poco a la resolución de los problemas psicopatológicos.

En esa época llegó un paquete a mi departamento que procedía del laboratorio farmacéutico de Sandoz, en Basilea. Se trataba de varias muestras de una sustancia psicodélica, denominada LSD-25, que Sandoz estaba enviando a los investigadores psiquiátricos del mundo entero para que estudiaran sus efectos y su posible utilidad psiquiátrica. De este modo, en 1956 me convertí en uno de los primeros sujetos experimentales de esta droga.

Mi primera sesión con LSD-25 cambió completamente el rumbo de mi vida personal y profesional. Esa experiencia, durante la cual tropecé directamente con mi inconsciente, eclipsó de inmediato todo mi interés previo por el psicoanálisis freudiano. Ante mí se desplegó un fantástico desfile de coloridas visiones, unas abstractas y geométricas y otras plenas de significado simbólico. En esa ocasión experimenté tantas emociones y con tal intensidad que jamás antes hubiera siquiera soñado que fuera posible.

Esa primera experiencia con LSD-25 formaba parte también de un experimento que trataba de determinar el efecto de las luces destellantes en el cerebro. Acepté, pues, permanecer conectado a un electroencefalógrafo que registraba mis ondas cerebrales mientras centelleaban ante mí luces de diferentes frecuencias.

Durante esta fase del experimento me sentí sobrecogido por una luz semejante al epicentro de una explosión atómica, posiblemente la misma luz sobrenatural que aparece en el momento de la muerte de la que hablan las antiguas escrituras orientales. Esta luz me catapultó fuera de mi cuerpo y mi conciencia pareció expandirse hasta alcanzar dimensiones cósmicas y perdí toda noción del investigador, del laboratorio y de cualquier otro detalle relativo a mi vida como estudiante en Praga.

Súbitamente me encontré en medio de un drama cósmico que trascendía –con mucho– mis más descabelladas fantasías. Experimenté el Big Bang, atravesé agujeros negros y agujeros blancos ubicados en los confines del universo y mi conciencia se transformó en supernovas, pulsars, cuasars y todo tipo de fenómenos cósmicos.

No tenía la menor duda de que estaba experimentando algo muy similar a las experiencias de «conciencia cósmica» de las que hablan las grandes escrituras místicas del mundo. Los tratados de psiquiatría suelen calificar a estos estados como graves manifestaciones patológicas pero yo sabía que la experiencia no era el resultado de una psicosis inducida por la droga sino el vislumbre de un mundo que trascendía la realidad cotidiana.

Hasta en los momentos más dramáticos y contundentes de la experiencia me daba cuenta de la ironía y la paradoja de la situación. Lo divino se había manifestado en mi vida en el moderno laboratorio de un país comunista, en medio de un experimento con una sustancia sintetizada en el tubo de ensayo de un químico del siglo XX.

Salí de esta experiencia profundamente conmocionado. En esa época todavía ignoraba que cualquier ser humano tiene la posibilidad de acceder a la experiencia mística. En consecuencia, atribuí mi experiencia a los efectos de la droga. De lo que no tenía la menor duda era de que esa sustancia era «el camino real al inconsciente» y, por tanto, creí que podía salvar el abismo existente entre la brillantez teórica del psicoanálisis y su falta de eficacia terapéutica, y llegué a la conclusión de que el análisis combinado con el LSD podía profundizar, intensificar y acelerar el proceso terapéutico.

En los años siguientes comencé a trabajar en el Instituto de Investigaciones Psiquiátricas de Praga y pude dedicarme a estudiar los efectos del LSD en pacientes con diversos trastornos emocionales, en profesionales de la salud mental y en artistas, científicos y filósofos que estaban seriamente interesados en someterse a la experiencia. De este modo, la investigación profundizó mi comprensión sobre el psiquismo humano, aumentó mi creatividad y facilitó el proceso de solución de problemas.

Durante la primera fase de mi investigación, la exposición cotidiana a experiencias que resultaban inexplicables según mi viejo sistema de creencias fue socavando lentamente mi antigua visión del mundo y la contundente influencia de la experiencia fue transformando gradualmente mi visión atea del mundo en una actitud profundamente mística. De este modo, el examen minucioso de los datos de la investigación iba consolidando poco a poco los atisbos que había vislumbrado en mi propia experiencia de conciencia cósmica.

Las sesiones de psicoterapia asistida con LSD me permitieron advertir la presencia de una pauta sumamente singular. Con dosis medias o bajas los sujetos se limitaban a revivir las experiencias de su infancia y de su adolescencia. Sin embargo, cuando la dosis aumentaba o la sesión se repetía, todos los pacientes iban más allá del dominio biográfico propio del psicoanálisis freudiano y experimentaban fenómenos notablemente similares a los descritos en los antiguos textos espirituales de las tradiciones orientales. Esta situación resultaba particularmente curiosa porque la mayor parte de los sujetos carecían de todo conocimiento previo sobre las filosofías espirituales orientales y yo no les había anticipado, en modo alguno, que la experiencia podía facilitarles la posibilidad de acceder a tales dominios.

Mis clientes experimentaban la muerte y el renacimiento psicológico, la unidad con toda la humanidad, la naturaleza y el cosmos. Hablaban de visiones de deidades y demonios y visitaban reinos mitológicos procedentes de culturas diferentes a la suya. Algunos decían haber experimentado «vidas pasadas» cuya exactitud histórica fue confirmada posteriormente. En las sesiones más profundas veían personas, lugares y objetos con los que jamás podían haber estado en contacto, es decir, tenían ciertas experiencias que nunca antes habían leído, visto o escuchado.

Esta investigación fue una fuente inagotable de sorpresas. Yo había estudiado religiones comparadas y tenía cierto conocimiento intelectual de este tipo de experiencias. Sin embargo, jamás hubiera sospechado que los antiguos sistemas espirituales dispusieran de una cartografía tan desconcertantemente exacta de los diferentes niveles y tipos de experiencias que se manifiestan en los estados no ordinarios de conciencia. Estaba maravillado por su contundencia, por su autenticidad y por su capacidad para transformar la visión que las personas tenían sobre su vida. Hablando francamente, eran tiempos en los que me sentía incómodo y temía enfrentarme a hechos para los cuales carecía de explicación racional y que socavaban mi sistema de creencias y mi visión científica del mundo.

Pero a medida que iba familiarizándome con las experiencias, fui aceptando también que todo lo que ocurría eran manifestaciones normales y naturales de las regiones más profundas del psiquismo humano. Cuando el proceso trascendía el material biográfico procedente de la infancia y de la adolescencia y las experiencias comenzaban a penetrar en los dominios más profundos del psiquismo humano –con todos sus matices místicos– sus consecuencias terapéuticas excedían con mucho todo lo que yo conocía. En tales casos, síntomas que habían resistido meses, o incluso años, a otros tratamientos se desvanecían poco después de que los pacientes atravesaran una experiencia tal como la muerte y el renacimiento psicológico, una visión arquetípica o una secuencia de lo que ellos mismos describían como recuerdos de vidas anteriores.

En el límite

Después de tres décadas de investigación sistemática de la conciencia humana he llegado a una conclusión que la mayor parte de los psiquiatras y de los psicólogos tradicionales encontrarán poco verosímil, cuando no francamente increíble. En la actualidad, estoy plenamente convencido de que la conciencia es algo más que un mero subproducto accidental de los procesos neurofisiológicos y bioquímicos que tienen lugar en el cerebro humano. En mi opinión, la conciencia y el psiquismo humano son expresiones y reflejos de una inteligencia cósmica que impregna la totalidad del universo y la existencia entera. No sólo somos animales altamente evolucionados que disponemos de computadores biológicos alojados en el interior del cráneo sino que también somos campos de conciencia ilimitados que trascendemos el tiempo, el espacio, la materia y la causalidad lineal.

Después de presenciar miles de sesiones en las que las personas atraviesan por estados no ordinarios de conciencia, hoy en día estoy plenamente convencido de que nuestra conciencia individual no sólo se halla directamente relacionada con el entorno inmediato que nos rodea y con diversas épocas de nuestro pasado, sino que también nos conecta con acontecimientos que trascienden, con mucho, el alcance de nuestros sentidos físicos y que se extienden hasta llegar a abarcar otros períodos de la historia, la naturaleza y el cosmos. Hace ya tiempo que renuncié a seguir negando la evidencia de nuestra capacidad para liberar las emociones y las sensaciones físicas padecidas en nuestro paso por el canal del nacimiento y para revivir episodios intrauterinos. En los estados alterados de conciencia nuestro psiquismo puede reproducir esas situaciones de una manera sumamente vívida.

En ciertas ocasiones, podemos incluso retroceder todavía más en el tiempo y experimentar secuencias procedentes de la vida de nuestros ancestros humanos y animales y presenciar acontecimientos de la vida de otras personas, otras épocas y otras culturas a las que no nos une el menor vínculo genético. Nuestra conciencia puede trascender el tiempo y el espacio, cruzar la frontera que nos separa de otras especies animales, experimentar procesos propios de reinos vegetales y minerales e incluso adentrarse en realidades mitológicas que anteriormente ignorábamos. Todas estas experiencias terminan repercutiendo poderosamente sobre nuestra filosofía y nuestra visión del mundo hasta el punto de que cada vez nos resulta más difícil compartir el sistema de creencias sustentado por la cultura industrial y las creencias filosóficas de la ciencia occidental.

Así pues, si bien había comenzado mi investigación siendo un materialista y un ateo recalcitrante, pronto me vi obligado a aceptar el hecho de que las dimensiones espirituales constituyen un elemento clave del psiquismo humano y del esquema universal de las cosas. El cultivo y la toma de conciencia de estas dimensiones constituye una faceta esencial y positiva de nuestra existencia que podría, incluso, ser un factor decisivo para nuestra supervivencia en el planeta.

El estudio de los estados no ordinarios de conciencia me ha permitido aprender que muchas de las condiciones que la psiquiatría corriente considera extrañas y patológicas son, en realidad, manifestaciones perfectamente naturales de la dinámica profunda del psiquismo humano. En muchos casos, la emergencia de estos elementos en la conciencia puede deberse al esfuerzo efectuado por el organismo para liberarse de los vínculos y las limitaciones traumáticas, curarse a sí mismo y alcanzar un nivel de funcionamiento más armónico.

Pero, por encima de todo, la investigación sobre la conciencia realizada durante las últimas tres décadas me ha convencido de que nuestros modelos científicos habituales del psiquismo humano resultan inadecuados para explicar gran parte de los nuevos hechos y observaciones de la ciencia y suelen convertirse en una camisa de fuerza conceptual que hace inútiles –e incluso contraproducentes– muchos de nuestros esfuerzos teóricos y prácticos. La aceptación de los datos que desafían las creencias y los dogmas tradicionales siempre ha sido una característica fundamental de la buena ciencia y un motor del progreso. Los verdaderos científicos no confunden las teorías con la realidad y no intentan dictaminar cómo debe ser la naturaleza. No nos compete a nosotros decidir –en base a ciertas ideas preconcebidas– qué es lo que puede y qué es lo que no puede hacer el psiquismo humano. Para llegar a descubrir la mejor forma de colaborar con el psiquismo debemos comenzar prestando atención a su verdadera naturaleza.

No cabe la menor duda de que necesitamos una nueva psicología, una psicología que esté más en consonancia con los descubrimientos realizados por la nueva investigación sobre la conciencia, una psicología que nos permita profundizar la imagen del cosmos que nos proporcionan los últimos descubrimientos realizados por las ciencias físicas. Para investigar las nuevas fronteras de la conciencia es preciso ir más allá de los métodos exclusivamente verbales de recogida de datos psicológicos relevantes. En todas las épocas, la experiencia de los dominios más remotos del psiquismo ha sido calificada de «inefable» por la inadecuación de cualquier tipo de descripción verbal. Es por ello que nos vemos obligados a buscar enfoques alternativos que nos permitan acceder a los niveles más profundos del psiquismo sin tener que recurrir al lenguaje. Uno de los motivos que justifican esta necesidad descansa en el hecho de que muchas de las experiencias que ocurren en los rincones más profundos del psiquismo son intrínsecamente no verbales o tienen su origen en fases anteriores al desarrollo del lenguaje –en el útero, en el momento de nuestro nacimiento o en nuestra infancia más temprana–. Este hecho constituye un extraordinario acicate para el desarrollo de nuevos proyectos, intrumentos y metodologías de investigación que nos permitan llegar a desvelar la naturaleza profunda del psiquismo humano y de la realidad.

La información que presentamos en este libro está extraída de varios miles de experiencias no ordinarias de diferentes tipos. La mayor parte de ellas proceden de sesiones psicodélicas y holotrópicas que he dirigido y asistido en Estados Unidos y Checoslovaquia, de talleres de formación realizados en todo el mundo y de sesiones realizadas por colegas que compartieron conmigo sus observaciones. Por otra parte, también he trabajado con personas que estaban atravesando crisis psicoespirituales y, a lo largo de los años, he experimentado personalmente muchos estados no ordinarios de conciencia mediante la psicoterapia experiencial, las sesiones psicodélicas, los rituales chamánicos y la meditación. Los seminarios de un mes de duración que mi esposa Christina y yo hemos dirigido en el Instituto Esalen, en Big Sur, California, nos han permitido un intercambio excepcionalmente rico con antropólogos, parapsicólogos, tanatólogos, psíquicos, chamanes y maestros espirituales que han terminado convirtiéndose en verdaderos amigos. Agradezco a todos ellos la oportunidad que me han brindado para ubicar mis propios descubrimientos en el contexto interdisciplinar e intercultural más adecuado.

El enfoque experiencial que utilizamos actualmente para inducir estados alterados de conciencia y para acceder al psiquismo inconsciente y superconsciente es la Respiración Holotrópica,® una técnica que hemos desarrollado con Christina durante los últimos quince años. Este proceso aparentemente simple que combina la respiración, la música evocativa y otras formas de sonido, trabajo corporal y expresión artística, se ha revelado extraordinariamente eficaz para abrir las puertas a la exploración de todo el espectro del mundo interno. También hemos diseñado un programa de entrenamiento global que nos ha permitido formar a varios centenares de especialistas que hoy en día dirigen este tipo de talleres en diversas partes del mundo. Quienes estén interesados seriamente en recorrer los caminos descritos en este libro no tendrán, pues, dificultad alguna en encontrar la posibilidad de investigarlos experimentalmente en un contexto seguro y bajo la dirección de un guía experto.

El material que presentamos procede de unas veinte mil sesiones de Respiración Holotrópica® realizadas con personas procedentes de diferentes países y profesiones y de las más de cuatro mil sesiones de terapia psicodélica que dirigí durante las primeras fases de la investigación. El estudio sistemático de los estados no ordinarios de conciencia me ha demostrado más allá de toda duda que la comprensión tradicional de la personalidad humana –limitada a la biografía posnatal y el inconsciente individual freudiano– es lamentablemente estrecha y superficial. Para poder explicar los extraordinarios hallazgos que nos proporcionan la investigación es necesario partir de un modelo más amplio del psiquismo humano y utilizar una nueva forma de pensar sobre la salud y la enfermedad mental.

En los siguientes capítulos describiré las conclusiones de nuestro dilatado trabajo con los niveles no ordinarios de conciencia, una nueva cartografía del psiquismo humano que resulta muy provechosa para el trabajo cotidiano. Esta cartografía muestra los diferentes tipos y niveles de experiencia a los que se accede en ciertos estados especiales de la mente que parecen ser expresiones normales del psiquismo humano. De este modo, junto al nivel biográfico tradicional que contiene material procedente de nuestra niñez, infancia, adolescencia, etcétera, este mapa del espacio interno también incluye dos dominios adicionales importantes, 1) el nivel perinatal del psiquismo que, como su nombre indica, está relacionado con las experiencias asociadas al trauma del nacimiento biológico, y 2) el nivel transpersonal, que trasciende, con mucho, los límites ordinarios de nuestro cuerpo y de nuestro ego y conecta directamente nuestro psiquismo individual con el inconsciente colectivo junguiano y el universo en general.

Al comienzo de mis investigaciones con el LSD creí que estaba creando un nuevo mapa del psiquismo pero, a medida que proseguía mi trabajo, cada vez me resultaba más evidente que el nuevo mapa no era tan nuevo. Comprendí entonces que estaba redescubriendo un conocimento de la conciencia humana que nos había acompañado a lo largo de siglos e incluso milenios. Comencé entonces a descubrir sus extraordinarias similitudes con el chamanismo, las grandes filosofías espirituales de Oriente, las diversas escuelas budistas y taoístas, las ramas místicas del judaísmo, el cristianismo, el islam y muchas otras tradiciones esotéricas de todas las épocas.

La profunda relación existente entre mi investigación y el conocimiento que nos brindan las antiguas tradiciones espirituales me proporcionaron una convincente validación de esa visión atemporal que el filósofo y escritor Aldous Huxley denominara «filosofía perenne». Me di cuenta de que los nuevos descubrimientos obligaban a la ciencia occidental a revisar los prejuicios que hasta entonces la habían llevado a rechazar y a ridiculizar incluso –con su juvenil hybris– lo que los antiguos tenían que ofrecerle. Espero que la vieja/nueva cartografía descrita en este libro demuestre su utilidad como guía para quienes se decidan a atravesar las fronteras de la conciencia y emprender un viaje hacia los dominios más profundos del psiquismo humano. Los pormenores concretos de cada viaje interno son únicos pero todos comparten ciertos rasgos fundamentales. El hecho de que otras personas hayan atravesado sin riesgos territorios nuevos y potencialmente aterradores constituye una garantía nada desdeñable para quienes estén dispuestos a adentrarse en esta extraordinaria aventura.

Desvelando los misterios de la infancia y de la adolescencia

El primer dominio del psiquismo que suele aparecer en la terapia experiencial es el nivel biográfico o recordatorio, un nivel en el que nos encontramos con recuerdos procedentes de nuestra temprana infancia y de nuestra adolescencia. Según la moderna psicología científica, nuestra vida emocional actual ha sido modelada, en gran medida, por los acontecimientos que vivimos en el período «formativo», es decir, en los años que transcurrieron antes de que aprendiéramos a articular nuestros pensamientos y nuestros sentimientos. En este sentido, la calidad de los cuidados maternales, la dinámica de nuestra familia y las experiencias traumáticas y nutricias que vivimos en esa época desempeñan un papel muy importante en la configuración de nuestra personalidad.

El reino biográfico suele ser el dominio más accesible y, por tanto, más familiar, de nuestro psiquismo. No obstante, los métodos cotidianos del recuerdo no siempre nos permiten acceder a los acontecimientos importantes de nuestra vida temprana. Quizás nos resulte fácil recordar tiempos felices, pero los traumas y las raíces profundas de nuestros miedos y de nuestras dudas resultan extraordinariamente elusivos porque se hallan sepultados en una región del psiquismo conocida como «inconsciente individual», y permanecen ocultos mediante un proceso que Sigmund Freud denominó «represión». El trabajo pionero de Freud reveló la posibilidad de acceder al inconsciente y liberar, así, el material emocional reprimido gracias al análisis sistemático de los sueños, las fantasías, los síntomas neuróticos, los lapsus linguae, la conducta cotidiana y otros aspectos de nuestra vida.

Freud y sus seguidores demostraron la existencia de la mente inconsciente mediante la «asociación libre», una técnica, muy difundida en la actualidad, que consiste en comentar lo que nos venga a la mente y permitir que las palabras, las imágenes mentales y los recuerdos fluyan libremente sin ningún tipo de censura. Pero esta técnica, al igual que otras aproximaciones exclusivamente verbales, pronto demostró ser una herramienta de investigación relativamente débil. A mediados de este siglo surgió una nueva disciplina, denominada «psicología humanista», que recurría al «trabajo corporal» e invitaba a la expresión plena de las emociones dentro del marco seguro del encuadre terapéutico. Esta aproximación «experiencial» aumentó la eficacia del trabajo en el nivel biográfico. Sin embargo, al igual que ocurría con las técnicas verbales, estas nuevas aproximaciones también se llevaban a cabo en estados ordinarios de conciencia.

La utilización terapéutica de los estados no ordinarios de conciencia que vamos a explorar en este libro arroja nueva luz sobre el material biográfico. El trabajo con los estados no ordinarios de conciencia ratifica, por una parte, las afirmaciones de la psicoterapia tradicional y nos abre, por la otra, las puertas a nuevas posibilidades que nos proporcionan una información revolucionaria sobre la naturaleza de nuestra vida. Para el psicoanálisis y otras disciplinas afines, descubrir recuerdos reprimidos de la niñez y de la infancia puede suponer meses, o incluso años, de trabajo, pero la Respiración Holotrópica,® por su parte, nos permite acceder a estados no ordinarios de conciencia en los que el material biográfico significativo procedente de nuestra temprana infancia emerge a la superficie desde las primeras sesiones. De este modo, las personas no sólo tienen acceso a recuerdos procedentes de su niñez y de sus primeros años sino que también suelen conectar vívidamente con su nacimiento, la vida del feto e, incluso, aventurarse en dominios de la experiencia que se hallan todavía más allá de su vida intrauterina.

Este trabajo nos proporciona, además, una ventaja adicional. En lugar de limitarse a recordar los acontecimientos más tempranos de nuestra vida o de reconstruirlos a partir de pequeños fragmentos procedentes de nuestros sueños y de nuestros recuerdos, los estados no ordinarios de conciencia nos proporcionan la posibilidad de revivirlos. De este modo, podemos volver a tener dos meses –o menos todavía– y experimentar nuevamente todas las cualidades emocionales, sensoriales y físicas de la vivencia. En tal caso, experimentamos nuestro cuerpo como el cuerpo de un niño y nuestra percepción de la circunstancia que nos rodea es primitiva, ingenua e infantil. Todo es experimentado con una inusual viveza y claridad. Hay buenas razones para creer que estas experiencias se remontan incluso al nivel celular.

Durante las sesiones experienciales con Respiración Holotrópica,® es sorprendente ver la intensidad con la que las personas son capaces de acceder a las experiencias más tempranas de su vida. No es inusual verlos cambiar de apariencia y comportarse como si realmente tuvieran esa edad. Quienes regresan a la infancia adoptan expresiones faciales, posturas corporales, gestos y conductas de niños pequeños. Aunque las experiencias muy tempranas incluyen la salivación y los movimientos automáticos de succión, lo más notable, sin embargo, es la presencia de reflejos neurológicos propios de esa edad, reflejos de succión al más leve contacto con los labios y otros reflejos neurológicos axiales característicos de esa edad.

Uno de los hallazgos más dramáticos en personas que regresan a estadios muy tempranos de su infancia es la presencia del reflejo de Babinski. Para comprobar este reflejo –que forma parte de la batería de pruebas neurológicas de los pediatras– hay que presionar la planta del pie de los niños con un objeto punzante. Los más pequeños reaccionan extendiendo y abriendo los dedos ante este estímulo mientras que los mayores, por el contrario, los flexionan. Los mismos adultos que reaccionan positivamente a esta prueba en los momentos en que parecen estar reviviendo su infancia, reaccionan negativamente a ella, en cambio, cuando reviven períodos posteriores de su vida y, como es de esperar, presentan respuestas de Babinski normales cuando regresan al estado de conciencia ordinario.

Existe otra diferencia importante entre la exploración del psiquismo en estadios no ordinarios de conciencia y su exploración en condiciones normales. En los estados no ordinarios existe una selección automática del material inconsciente con mayor carga y relevancia emocional. Es como si una especie de «radar interno» escrutara el psiquismo y el cuerpo en busca de los elementos más importantes y los trajera a nuestra mente consciente. Este hecho tiene una importancia incalculable tanto para el terapeuta como para el cliente, ya que nos evita la tarea de tener que decidir qué temas son importantes y cuáles no. Este tipo de decisiones normalmente están sesgadas porque dependen de nuestro sistema de creencias particular, de nuestra formación o de nuestro acuerdo o desacuerdo con alguna de las distintas escuelas de psicoterapia.