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La muerte del dragón es un texto teatral del dramaturgo Pedro Muñoz Seca. A modo de cuento infantil, la obra adopta tropos de las fábulas clásicas para contar una historia de amor, sacrificio y generosidad.
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Seitenzahl: 95
Veröffentlichungsjahr: 2020
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Pedro Muñoz Seca
CUENTO EN TRES ACTOS
Saga
La muerte del dragon Pedro Muñoz SecaCover image: Shutterstock Copyright © 1923, 2020 SAGA Egmont All rights reserved ISBN: 9788726508185
1. e-book edition, 2020
Format: EPUB 3.0
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Queda hecho el depósito que marca la ley.
A mis hijos
soldados y muñecas
En el Reino de Dragonia, país imaginario, y en la fábrica de juguetes del sabio Crodegando, fábrica que se supone enclavada en lo más abrupto de una selva. En el foro, amplio ventanal, a través de cuyas vidrieras se verá un poco de cielo y otro poco de arbolado. En el lateral derecha, dos puertas, y a la izquierda, una galería que se pierde en el lateral. Hay en escena vitrinas con muñecos y muñecas de diferentes tamaños, estuches cerrados y colocados de pie, en los que puede caber una persona; muñecos y juguetes a medio hacer; cabezas sueltas, de tamaño natural, que ríen unas y otras miran siniestramente, etc., etc. Una mesa y unas sillas completan la decoración.
(Al levantarse el telón, la escena está casi a obscuras. Comienza a clarear muy débilmente. Por el ventanal del foro se ven aún en el cielo algunas estrellas. ANINA, mujer de cincuenta años, y BANDOLINO, muchacho enjuto y patiflaco, junto a la primera puerta de la derecha, miran por el ojo de la cerradura.)
Ani. ¿Duerme, Bandolino? (A media voz, como todolo que sigue.)
Band. No, al parecer continúa trabajando. Así está desde la prima noche, y ya ves que empieza a amanecer.
Ani. Sin duda prepara algún nuevo descubrimiento prodigioso, porque lleva muchos días que no sosiega, no descansa, no vive.
Band. ¡Quién sabe...!
Ani. El sabio Crodregando es el mejor ornament del reino de Dragonia.
Band. ¿Y para qué nos sirven las glorias de nuestro amo? Para vivir encerrados en el fondo de una selva, y tal vez muy pronto... (Suspira.)
Ani. ¿Eh...? También desde hace días noto una gran preocupación en ti. ¿Qué me ocultan ustedes? ¿Está relacionada vuestra preocupación con la llegada del Rey? Porque dicen que el Rey Capitón va a venir hoy a visitar a nuestro amo.
Band. Sí, va a venir; pero Crodegando, con toda su sabiduría, no podrá encontrar remedio a la desgracia de Su Majestad. El Rey Capitón sabe de sobra que su mal no tiene remedio humano. Este reino vive de la piedad del Dragón Medulfo, que podría destruirlo cuando quisiera y cuya cólera sólo se aplaca entregándole todos los años una doncella para que la devore... Este año le ha tocado en suerte ser la victima a la princesa Leonia, la única hija del Rey, la heredera del trono, y por fuerza tiene el Rey que resignarse. Digo, si no hay quien mate al Dragón.
Ani. ¿Y quién abriga esa esperanza? Tres siglos cuenta de vida, según las crónicas, y aún no se ha encontrado a nadie que se atreva a acometer la empresa.
Band. Sin embargo, Crodegando no conoce la palabra imposible. Para todo tiene recursos en su ciencia. Acuérdate de aquel pájaro que inventó, que volaba él solo con la dirección que se le mandaba desde la tierra, y de aquellas botas para caminar sobre el agua sin hundirse, y de aquella vestidura para burlar la ley de de la gravitación... Estos mismos muñecos son también portentosas figurillas, que bailan y cantan, y hablan, y calculan, y hasta piensan... Y ya ves que estos no son más que juguetes que construye en sus ratos de ocio, para quesirvan de distracción a su hija Adelia.
Ani. También necesita distracción la pobre... ¡Infeliz...! Haber llegado a los veinte años sin saber lo que es el mundo, ni haber salido jamás de la soledad de esta selva de Monterey, sin haber visto a más hombre que al viejo Enemundo y a ti...
Band. (Que ha vuelto a mirar por el ojo de la cerradura.) ¡Anina!
Ani. ¿Qué?
Band. ¡Mira! ¡Nuestro amo llora...!
Ani. (Después de mirar también.) ¡¡Llora...!! En tantos años que he permanecido a su lado, jamás le vi llorar.
Band. (Mirando hacia la derecha, segunda puerta.)¡Calla! Su hija se acerca.
Ade. (Entrando en escena por la puerta indicada.) ¿Y mi padre?
Ani. (Imponiéndole silencio.) ¡Chist...!
Ade. ¿Eh? ¿Continúa en el taller? ¿También ha velado esta noche? ¿Qué le sucede, Anina? ¿Lo sabes tú, Bandolino...? Dios mío, va a caer enfermo. Lleva muchas noches así. Tampoco yo he podido dormir en toda la noche, pensando en la llegada del Rey. Por fin voy a saber algo de lo mucho que ignoro, voy a saber lo que hay detrás de estos cedros y estos robles, que están siempre como una inmensa pantalla entre el mundo y yo, porque ayer me dió a entender mi padre claramente que tal vez hoy mismo saldría para siempre de estas soledades de Monterey.
Ani. ¿Es posible...?
Band. (Muy preocupado.) (¡Malo, malo!)
Ade. (Muy contenta.) Sí, Anina, sí; voy a saber lo que son las grandes ciudades, lo que es la corte, lo que son los placeres... lo que es el amor. Mis años de destierro van a tener al fin la más hermosa de las compensaciones... Estoy muy contenta... Pero... silencio, él sale... (En efecto, se abre la primera puerta de la derecha y entra en escena, pausadamente, Crodegando, anciano respetabilisimo.)
Ade. Buenos días, padre mío...
Ani. (Muy respetuosos.) Señor...
Band. (Muy respetuosos.) Señor...
Crod. ¿Estábais aquí...?
Ade. Esperando a que salieras. No hemos querido interrumpir tu trabajo.
Crod. Habéis hecho bien. ¿Y Enemundo, no ha vuelto?
Band. Aún no.
Crod. ¡Lleva quince días de ausencia...! ¡No hay esperanzas, Bandolino!
Band. ¡Señor...!
Ade. ¿Eh? ¿Esperanzas de qué...?
Crod. De nada, hija mía. Déjame ahora. Necesito hablar con Anina. Aguárdame en el taller, Bandolino. Tú, Adelia, sal al jardín y observa si vuelve Enemundo. ¡De su regreso depende mi vida! (Se va Bandolino por la derecha, primera puerta, y Adela hace mutis por la izquierda.)
Ani. Me sobrecogen tus palabras, señor.
Crod. Anina, no hay un solo instante que perder. Ahora mismo vas a partir de aquí con Adelia y a llevártela lejos, muy lejos.
Ani. ¿Llevármela...? ¿A dónde..?
Crod. Adonde quieras, con tal que nadie pueda descubrir el lugar en que os ocultáis.
Ani. ¿Qué dices, señor?¿Precisamente el día en que el Rey viene a honrar tu casa, quieres que salga de ella tu hija?
Crod. Desgraciada de ella y de todos si el Rey la encuentra aquí.
Ani. ¿Pero...?
Crod. Escucha, Anina, yo he contraído con el Rey de Dragonia un compromiso que no puedo cumplir, y como la garantía de ese compromiso es mi vida y la de mi familia, todos estamos en peligro igualmente. Por eso quiero poner en salvo a Adelia y quedarme solo a esperar el golpe de la cólera del Rey.
Ani. ¿Pero a qué te comprometistes con el Rey?
Crod. A salvar a su hija de las garras del Dragón.
Ani. (Horrorizada.) ¡Madre santa...! ¿Y cómo te atrevistes a ofrecer lo que sabes que es imposible...?
Crod. ¡Qué sé yo...! Mi soberbia, mi locura, no sé... Recordarás que hace unos meses fui llamado a la corte.
Ani. Sí.
Crod. El Rey me dijo: «Eres un sabio. Tu ciencia ha descubierto el secreto de construir hombres y mujeres artificiales que imitan a los verdaderos con absoluta perfección. Constrúyeme un guerrero que sepa manejar una lanza, para que digamos que es un hombre que va a luchar con Medulfo. Porque ese adversario que tú construyeras, ese muñeco sin corazón y, por tanto, sin miedo, sería el único capaz de vencerle...
Ani. ¿Y tú aceptastes el encargo del Rey?
Crod. Cometí esa ligereza.
Ani. ¡Y le has engañado...!
Crod. No le he engañado a él, me he engañado a mi mismo. Confié demasiado en mi habilidad... He trabajado durante meses y meses, y me he convencido al fin de que mis muñecos, aunque se parecen a los hombres, no son más que muñecos, y cuando el Rey los vea...
Ani. ¿De modo, que estamos perdidos irremisiblemente?
Crod. Una última esperanza me queda todavía. Enemundo, mi ayudante. El podría traernos aún la solución del problema; pero el que no este de vuelta ya, sabiendo que hoy es el día fijado para la visita del monarca, me indica que debo renunciar a esa ilusión. Quizá sea un bien, después de todo, porque era demasiado el precio que me exigía por el servicio...
Ani. ¿Eh...? ¿El precio...?
Crod. Me hizo prometerle que si me traía lo que iba a buscar le concedería la mano de Adelia.
Ani. ¡No! ¡Eso nunca! ¿Estás loco, señor? ¿Vas a cassar a tu hija con Enemundo?
Crod. Si él la salva antes la vida...
Ani. Aunque se la salvara. Un angel como Adelia no puede ser la esposa de un viejo sátiro como tu ayudante...
Crod. Ella no conoce el mundo...
Ani. ¿Y qué importa eso? Las mujeres tenemos el presentimiento del amor antes de que lo sintamos realmente, y tu hija, sin haber salido jamás de estas soledades, presiente ya lo que algún día puede ser su felicidad, su ventura...
Crod. Calla, calla... No me hagas sufrir...
Ani. ¿Pero que es lo que esperas de Enemundo?
Crod. La única salvación que ya es posible. Suya fué la idea. Substituir al juguete-hombre por el hombre-juguete.
Ani. No alcanzo a comprender...
Crod. Pues es bien fácil. En vista de que yo no he sabido construir un muñeco, que pareciera un hombre, él se ha echado por esos mundos en busca de un hombre que se preste a hacer de muñeco...
Ani. ¿Eh...?
Crod. En busca de un desesperado, cansado de vivir, que se decida a luchar con el Dragón. Si lo encuentra, haremos creer al Rey que es el hombre artificial ofrecido, y nos habremos salvado.
Ani. ¿Pero le encontrará...?
Crod. Lo dudo. Cuando ya no está aquí a estas horas...
Ade. (Entrando en escena, por la izquierda, precipitadamente.) Padre, padre. Enemundo ha vuelto...
Crod. ¿Viene solo o con otro hombre...?
Ade. Yo no sé si es hombre o muñeco el que le acompaña, pero, sea lo que quiera, es muy lindo; el más lindo que he visto en mi vida...
Crod.