La muerte recordada - Matthew McCullough - E-Book

La muerte recordada E-Book

Matthew McCullough

0,0

Beschreibung

«La meditación de Matt McCullough sobre la muerte es inquietante, profunda y conmovedora. Este libro nos recuerda por qué morimos y nos enseña cómo vivir.» THOMAS R. SCHREINER, Profesor James Buchanan Harrison de Interpretación del Nuevo Testamento, Seminario Teológico Bautista del Sur «Este es un libro brillante. McCullough demuestra poderosamente que para recordar bien a Cristo, debemos aprender a recordar bien la muerte.» MATTHEW LEVERING, Catedrático de Teología James N. y Mary D. Perry, Jr, Seminario Mundelein; autor de Dying and the Virtues «Con un estilo y un ojo ilustrativo de predicador, con el cuidado de un pastor por las personas preciosas y sus mayores temores, y con la comprensión de un teólogo del panorama general de la Biblia y el corazón del evangelio, Matthew McCullough escribe para superar nuestro desapego de la muerte y profundizar nuestro apego al Señor Jesucristo.» DAVID GIBSON, Ministro, Trinity Church, Aberdeen, Escocia; autor de Living Life Backward

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 316

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



«La meditación de Matt McCullough sobre la muerte es inquietante, profunda y conmovedora, y nos recuerda nuestra identidad y nuestro destino sin Jesucristo. La muerte proyecta una sombra sobre nuestras vidas, mostrándonos, como señala McCullough, que no somos el centro del universo. Los que viven rectamente y los que viven para siempre piensan a menudo en la muerte, pero al mismo tiempo viven con esperanza ya que Jesús es la resurrección y la vida. Este libro nos recuerda por qué morimos y nos enseña cómo vivir».

Thomas R. Schreiner, Profesor James Buchanan Harrison de Interpretación del Nuevo Testamento, Seminario Teológico Bautista del Sur

«Este es un libro brillante. McCullough, que defiende correctamente la ‘conciencia de la muerte’ pero no la ‘aceptación de la muerte’, demuestra poderosamente que para recordar bien a Cristo, debemos aprender a recordar bien la muerte. Este libro brilla con la verdad bíblica, derramando la luz de Cristo sobre nuestras vidas fugaces y llenas de temor».

Matthew Levering, Catedrático de Teología James N. y Mary D. Perry, Jr, Seminario Mundelein; autor de Dying and the Virtues [Morir y las virtudes]

«Este es un libro sumamente útil. Con un estilo y un ojo ilustrativo de predicador, con el cuidado de un pastor por las personas preciosas y sus mayores temores, y con la comprensión de un teólogo del panorama general de la Biblia y el corazón del evangelio, Matthew McCullough escribe para superar nuestro desapego de la muerte y profundizar nuestro apego al Señor Jesucristo. Estas páginas recompensarán un pensamiento cuidadoso y una reflexión meditativa sobre sus sorprendentes riquezas».

David Gibson, Ministro, Trinity Church, Aberdeen, Escocia; autor de Living Life Backward [Viviendo la vida al revés]; coeditor, From Heaven He Came and Sought Her [Del cielo vino y la buscó].

«¿Podemos enfrentar la muerte y encontrar esperanza? Según Matt McCullough, sí. Recuerda la muerte nos reorienta correctamente hacia la temporalidad de este mundo y la brevedad de nuestra vida, dando testimonio de la paradoja de que el dolor es necesario para la fe. Ricamente informado por las Escrituras y un festín de otras fuentes, este libro forma vívidamente nuestros anhelos por el mundo venidero. No puedo esperar para recomendarlo».

Jen Pollock Michel, autor, Teach Us to Want [Enséñanos a querer] y Keeping Place [Guarda el lugar]

«A través del lente de las Escrituras, McCullough mira la muerte directamente a los ojos y nos recuerda que no hay nada que temer. Para el cristiano, realmente ha perdido su aguijón. La Muerte Recordada es una conversación bienvenida en una cultura que no sabe cómo pensar sobre la mortalidad».

Andrew Peterson, cantante y compositor; autor de la serie, The Wingfeather Saga [La saga Wingfeather]; Fundador, The Rabbit Room [El cuarto del conejo]

Otros libros de Coalición por el Evangelio

15 Things Seminary Couldn’t Teach Me [15 cosas que el seminario no podría enseñarme], editado por Collin Hansen y Jeff Robinson Sr.

Coming Home: Essays on the New Heaven and New Earth [Viniendo a casa: ensayos sobre el cielo nuevo y tierra nueva], editado por D. A. Carson y Jeff Robinson Sr.

Don’t Call It a Comeback: The Old Faith for a New Day [No lo llames regreso: la antigua fe para un nuevo día], editado por Kevin DeYoung

Entrusted with the Gospel: Pastoral Expositions of 2 Timothy [Encomendado con el Evangelio: Exposiciones pastorales de 2 Timoteo], editado por D. A. Carson

Glory in the Ordinary: Why Your Work in the Home Matters to God [Gloria en lo ordinario: por qué tu trabajo en el hogar es importante para Dios], por Courtney Reissig

God’s Love Compels Us: Taking the Gospel to the World [El amor de Dios nos constriñe: Llevando el evangelio al mundo], editado por D. A. Carson y Kathleen B. Nielson

God’s Word, Our Story: Learning from the Book of Nehemiah [La Palabra de Dios, nuestra historia: Aprendiendo del libro de Nehemías], editado por D. A. Carson y Kathleen B. Nielson

The Gospel as Center: Renewing Our Faith and Reforming Our Ministry Practices [El Evangelio como centro: renovando nuestra fe y reformando nuestras prácticas ministeriales], editado por D. A. Carson y Timothy Keller

Gospel-Centered Youth Ministry: A Practical Guide [Ministerio juvenil centrado en el evangelio: una guía práctica], editado por Cameron Cole y Jon Nielson

Here Is Our God: God’s Revelation of Himself in Scripture [Aquí está nuestro Dios: la revelación de Dios de sí mismo en las Escrituras], editado por Kathleen B. Nielson y D. A. Carson

His Mission: Jesus in the Gospel of Luke [Su misión: Jesús en el Evangelio de Lucas], editado por D. A. Carson y Kathleen B. Nielson

The New City Catechism: 52 Questions and Answers for Our Hearts and Minds [El Catecismo de la Nueva Ciudad: 52 preguntas y respuestas para nuestros corazones y mentes]

The New City Catechism Devotional: God’s Truth for Our Hearts and Minds [El Catecismo de la Nueva Ciudad Devocional: la verdad de Dios para nuestros corazones y mentes]

The Pastor as Scholar and the Scholar as Pastor: Reflections on Life and Ministry [El pastor como erudito y el erudito como pastor: reflexiones sobre la vida y el ministerio], por John Piper y D. A. Carson, editado por David Mathis y Owen Strachan

Praying Together: The Priority and Privilege of Prayer: In Our Homes, Communities, and Churches [Orando juntos: la prioridad y el privilegio de la oración: en nuestros hogares, comunidades e iglesias], por Megan Hill

Pursuing Health in an Anxious Age [En busca de la salud en una época de ansiedad], por Bob Cutillo

Remember Death: The Surprising Path to Living Hope [Recuerda la muerte: el sorprendente camino hacia la esperanza viva], por Matthew McCullough

The Scriptures Testify about Me: Jesus and the Gospel in the Old Testament [Las Escrituras testifican de mí: Jesús y el Evangelio en el Antiguo Testamento], editado por D. A. Carson

Seasons of Waiting: Walking by Faith When Dreams Are Delayed [Temporadas de espera: caminando por fe cuando los sueños se retrasan], por Betsy Childs Howard

Word-Filled Women’s Ministry: Loving and Serving the Church [Ministerio de mujeres lleno de palabras: Ama y sirve a la iglesia], editado por Gloria Furman y Kathleen B. Nielson

Publicado por:Publicaciones Faro de GraciaP.O. Box 1043Graham, NC 27253www.farodegracia.orgISBN 978-1-629463-08-7

Remember Death: The Surprising Path to Living HopeCopyright © 2018 by Matthew McCullough, Published by Crosswaya publishing ministry of Good News Publishers.Wheaton, lllinois 60187, U.S.A. This edition published by arrangement with Crossway. All rights rcservcd.

Traducción al español por Publicaciones Faro de Gracia,© 2021. Todos los Derechos Reservados.Traducción al español realizada por Giancarlo Montemayor;edición de texto, diseño de la portada y las páginaspor Benjamin Hernandez.

Todos los Derechos Reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida, almacenada en un sistema de recuperación de datos o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio —electrónico, mecánico, fotocopiado, grabación o cualquier otro— excepto por breves citas en revistas impresas, sin permiso previo del editor

Las citas bíblicas son tomadas de la Versión Reina–Valera 1960, Sociedades Bíblicas en América Latina. renovada 1988, Sociedades Bíblicas Unidas, a menos que sea notado como otra versión. Utilizado con permiso.

Para mis hijos,Walter, Sam y Benjamin

Se escribirá esto para la generación venidera;Y el pueblo que está por nacer alabará a JAH,Porque miró desde lo alto de su santuario;Jehová miró desde los cielos a la tierra,Para oír el gemido de los presos,Para soltar a los sentenciados a muerte;Para que publique en Sion el nombre de Jehová,Y su alabanza en Jerusalén,Cuando los pueblos y los reinos se congreguenEn uno para servir a JehováSalmo 102:18–22

Prefacio por Russell Moore

Agradecimientos

Introducción

1. ¿Dónde está tu aguijón?

2. El problema de la identidad y la promesa de la unión con Cristo

3. El problema de la futilidad y la promesa del propósito

4. El problema de la pérdida y la promesa de la vida eterna

5. Los problemas de la vida y la promesa de gloria

6. Dolor con esperanza

Hace años, estaba conduciendo por una zona rural del oeste de Tennessee, de camino a una pequeña cabaña en la presa de Pickwick en el norte de Mississippi, donde me tomaría un par de días para escribir. Tenía muchas cosas en mi mente. Tenía grandes decisiones frente a mí, decisiones que darían forma al curso entero de mi futuro. Mi problema inmediato no era el curso de mi futuro, sino el curso de mi viaje actual en ese momento. Estaba perdido. Cada giro que daba parecía llevarme más adentro del bosque y más lejos de cualquier punto de referencia reconocible. Esto fue antes de la llegada de la tecnología de posicionamiento global, e incluso si fuera ahora, tal tecnología no me habría servido de mucho, ya que mi teléfono no podía acceder a una señal. Tomé la primera entrada que vi para revisar mi teléfono el tiempo suficiente, obtener una señal de celular y llamar a alguien que pudiera darme direcciones. Me tomó un momento o dos darme cuenta de que estaba en el cementerio de una iglesia y que mi teléfono seguía siendo la cosa más muerta allí.

A veces, no lo suficiente, siento un fuerte impulso de detener todo y orar. A veces, con demasiada frecuencia, ignoro esas indicaciones y concluyo que estoy demasiado ocupado para detenerme. Esta vez no tuve más remedio que detenerme. No tenía a donde ir. Me detuve y caminé por el cementerio y el jardín de la iglesia, orando para que Dios me concediera un poco de sabiduría y discernimiento sobre la gran decisión de vida que tenía frente a mí. Mientras deambulaba frente al pequeño edificio de la iglesia bautista, seguía orando, pero mis ojos escaneaban perezosamente el ladrillo rojo frente a mí. Me detuve mientras leía la piedra angular, grabada en algún momento de los años antes de mi nacimiento. La fecha estaba allí, y justo debajo: «Herman Russell Moore, pastor». Dejé de orar, sobresaltado. Herman Russell Moore era el nombre de mi abuelo paterno, que murió cuando yo tenía cinco años. Y mi abuelo fue pastor, sirviendo en muchas iglesias en Mississippi y Tennessee. Cuando mi teléfono finalmente tuvo servicio, mi primera llamada no fue a mi oficina, sino a mi abuela. Le di el nombre de la iglesia y le pregunté si alguna vez había oído hablar de ella. «Por supuesto», dijo. «Tu abuelo era pastor allí».

Estaba atónito, y me repetía a mí mismo: «¿Cuáles son las probabilidades?» Pero no quería desperdiciar la señal, sea lo que fuera que en la providencia de Dios me había dirigido allí. Así que seguí orando, caminando alrededor de las tumbas. Me pregunté por las personas allí, en el suelo debajo de mí. ¿Cuántos de ellos habían escuchado a mi abuelo predicar el evangelio? ¿Cuántos encontraron a Jesús en la iglesia detrás de mí? Cuántos habían orado con mi abuelo para recibir a Cristo, o en el funeral de un ser querido, o tal vez incluso, como yo entonces, cuando enfrentaban una decisión importante en la vida. Se habían ido ahora.

Pero luego pensé en quién en el suelo debajo de mí podría haber sido una espina en la carne para mi abuelo. ¿Cuántos habían criticado su predicación o cuestionado si visitaba el hospital con suficiente frecuencia? Tal vez alguien incluso, como es una práctica tristemente habitual en algunas iglesias, había iniciado una campaña de cartas anónimas para oponerse a la construcción de ese santuario. Ellos también se habían ido.

En ese momento, me di cuenta de que tal vez, como Tolkien dijo, «no todos los que vagan están perdidos». Quizás estaba allí solo por esta razón, para contemplar que sea lo que fuera que había llenado de gozo a mi abuelo durante su tiempo aquí, y lo que sea que lo mantuviera preocupado por la noche, mucho de eso estaba enterrado debajo de mí. El edificio, donde el evangelio, supuse, todavía era predicado, estaba allí. Pero incluso eso no sería permanente, sino que un día sería barrido por el tiempo, reemplazado por, ¿quién sabe?, una cadena de restaurantes o una clínica de meditación budista. Todo eso también sería barrido en los billones de años de tiempo cósmico que se extienden por delante de nosotros.

La decisión que estaba reflexionando me parecía muy importante en ese momento. Parecía tener una importancia existencial. Y aún así, mientras estaba en los terrenos del cementerio, fui recordado que algún día moriría. Yo, como esta iglesia, y como mi antepasado que la sirvió, pasaría como vapor (Santiago 4:14), como un tallo de hierba olvidado (Salmo 103:15-16). Mi decisión parecía, por un lado, aún más importante. Después de todo, el ministerio de mi abuelo aquí era parte de una cadena de decisiones, sin las cuales yo ni siquiera existiría para contemplar ese lugar. Por otro lado, mi decisión parecía mucho menos importante. Se me recordó, a pesar del hecho de que yo era, en ese momento, un joven en el torbellino del mejor momento de mi carrera, que solo era una criatura moribunda, que algún día sería olvidada, junto con todos mis grandes planes y mis miedos y ansiedades. En ese momento, el pensamiento de mi mortalidad no me dejó con una sensación de futilidad o pavor. El pensamiento era extrañamente liberador, liberándome, aunque solo fuera por un segundo, para reflexionar sobre lo que realmente importa: dar gracias a Dios por darme un evangelio para creer y personas para amar.

Eso es lo que ruego que este libro haga por ti. Oro para que salgas de un libro sobre la mortalidad con un sentido de claridad sobre lo que realmente importa, sobre quién realmente importa. Oro para que este libro, ya que te lleva a reflexionar sobre tu propia muerte venidera, te dé un sentido de gozo, de gratitud, de anhelo de ser parte de esa gran nube de testigos en el cielo. Oro para que este libro te sea útil, pero oro más para que este libro resulte ser un gasto de tu tiempo. Oro para que tú y yo nunca sucumbamos a la muerte, sino que, en cambio, seamos parte de la generación que ve los cielos del este explotar con la gloria del Rey de Israel que regresa, el Señor Jesucristo. Pero, incluso si es así, las lecciones de este libro valdrán la pena para que dejes de verte a ti mismo como un mesías o como un diablo, como un César o como un Judas. Vale la pena vivir tu vida, precisamente porque no es tu vida en absoluto. Tu vida, al menos en este marco moral, tiene un principio y un final. Pero tu vida, tu vida real, está escondida con Cristo (Colosenses 3:3). Eso entonces te da la libertad de perder tu vida en sacrificio a otros, en obediencia a Dios, para salvarla.

Desearía poder decir que mi visita accidental al cementerio de esa iglesia cambió mi vida de forma permanente. Ojalá pudiera escribir que ya no lucho con la ilusión de la inmortalidad ni la preocupación por el mañana. No puedo decir eso. Lo que sí puedo decir, sin embargo, es que a veces Dios nos permitirá perdernos un poco, para que miremos a nuestro alrededor y nos demos cuenta de que no somos un fénix resucitando de nuestras propias cenizas, sino ovejas, siguiendo la voz de un pastor, incluso a través del valle de sombra de muerte. Tal vez te llegue ese momento de claridad cuando te encuentres perdido en las verdades de este libro. Si es así, puede que te des cuenta de que no estás tan perdido como crees, sino que, en cambio, eres llevado a través del cementerio de tu propia vida caída, hacia tu hogar.

Primero quiero hablar a mis compañeros miembros de Trinity Church. Realmente no hay otro lugar por donde empezar. Todo lo útil de este libro surge de nuestra vida en común. Gracias, amigos, por abrirme sus vidas. Por trabajar conmigo para ver la relevancia de Jesús en lo que están enfrentando. Por ser tan pacientes conmigo mientras he aprendido a enseñarles la Biblia. Y por aguantar, posiblemente, más de su porción de sermones sobre muerte y resurrección.

Debo un agradecimiento especial a los ancianos y al personal que han llevado conmigo la carga del liderazgo y me han dado el espacio para trabajar en este libro: Matt Givens, Lane Hamilton, Will Harvey, Bill Heerman, Dave Hunt, Seth Jones, Laura Magness, Shaka Mitchell, Justin Myers, Drew Raines y Jason Tan. Gracias por darme el gozo de servir a nuestra iglesia con ustedes.

Collin Hansen es la razón por la que este libro ha salido a la luz. Por alguna razón se interesó cuando yo apenas tenía una idea. Me ha guiado paso a paso a través de territorios inexplorados desde entonces. Gracias, hermano, por compartir conmigo sabiduría, gracia y amistad. Y por presentarme a Justin Taylor y al maravilloso equipo de Crossway. Ha sido un honor trabajar con una editorial cuyos libros han sido una gran bendición para mí a lo largo de los años.

Escribí la mayor parte de un primer borrador durante un año sabático con mi familia en Tyndale House en Cambridge. Ese lugar es de otro mundo, en el buen sentido. Gracias a Peter Williams, al personal y a los compañeros que hicieron que mi tiempo allí fuera tan fructífero y agradable.

No podríamos haber hecho el viaje a Cambridge sin la hospitalidad de Bobby y Kristin Jamieson, quienes nos dieron el uso de su casa mientras estábamos allí. Como si eso no fuera suficiente, Bobby fue el primero en leer un borrador y sus cuidadosas sugerencias marcaron una gran diferencia.

Además de Collin y Bobby, varios otros amigos ofrecieron consejos oportunos sobre el manuscrito en un momento u otro. Estoy especialmente agradecido con Drew D’Agostino, Jonathan Leeman, Drew Raines (nuevamente), Amy Tan y Adrian Taylor. Todos ustedes afilaron el producto final y, en más de un par de lugares, me salvaron de mí mismo.

Mi padre, Mark, también ofreció valiosos comentarios en las primeras etapas. Pero mucho más que eso, fue el primero en modelar la perspectiva en el corazón de este libro. Gracias, papá, por enseñarme a amar las cosas buenas de la vida, a reconocer que están muriendo y a priorizar lo que perdura. Ningún hijo ha tenido un «explorador avanzado en el desierto del tiempo» más fiel.

Agradezco sobre todo a mi esposa e hijos. Lindsey, desde que éramos niños, me ha sorprendido que Dios me diera una amiga así. No hay palabras. Gracias por compartir estos días bajo el sol conmigo. Y por hacer más que nadie para prepararme para el interminable día que vendrá. Te amo.

Walter, Sam y Benjamin, han traído una alegría inimaginable a nuestras vidas. Verlos crecer ha hecho más que ninguna otra cosa para quebrantar mi corazón por el paso del tiempo y hacerme añorar cuando todas las cosas sean solo y siempre nuevas. Escribí este libro pensando en ustedes. Está dedicado a ustedes, con la oración que ofreceré mientras viva: que se aferren al único consuelo en la vida y en la muerte, Cristo en ustedes, la esperanza de gloria.

No conozco a nadie que haya sobrevivido a más experiencias cercanas a la muerte que el aviador de la Segunda Guerra Mundial Louis Zamperini. Después de ser voluntario para las Fuerzas Aéreas del Ejército, Zamperini sobrevivió meses de entrenamiento de vuelo cuando miles no lo hicieron. Sobrevivió a misiones de bombardeo bajo fuego intenso, una de las cuales dejó casi seiscientos agujeros de bala en el fuselaje de su B-24. Después de que una falla mecánica hizo que su avión se hundiera en el Océano Pacífico, sobrevivió al accidente. Y ahí fue cuando realmente comenzó su historia de supervivencia.

Vivió durante semanas en una pequeña balsa inflable, cocinada por el sol y sacudida por violentas tormentas. No tenía nada para beber salvo el agua de lluvia que pudiera recolectar. No tenía nada para comer excepto los peces y pájaros que pescaba con las manos y comía crudos. Luchó contra enjambres de tiburones que constantemente seguían su balsa y, a menudo, se lanzaban para tirarlo. Esquivó las balas de un avión japonés que esperaba que fuera su salvador.

Zamperini pasó cuarenta y siete días en esta balsa, más tiempo de lo que nadie había sobrevivido a la deriva en el mar. Luego, cuando finalmente llegó a tierra, fue capturado de inmediato. Pasó los dos años siguientes como prisionero de guerra, trasladado de un campo espantoso a otro, sufriendo implacablemente el trabajo forzado, el hambre, las enfermedades y la tortura despiadada. Cuando su campamento fue finalmente liberado, él era piel y huesos, apenas aferrándose a la vida. Más de uno de cada tres de sus compañeros prisioneros estadounidenses había muerto. Sin embargo, de alguna manera, sobrevivió.1

No es difícil ver por qué la biografía de Zamperini, Inquebrantable, ha vendido millones de copias. Es una historia cautivadora muy bien relatada. Y en cierto modo, tiene sentido que el subtítulo del libro lo llame una «historia de supervivencia». Lo es. O, mejor dicho, lo fue.

Casi setenta años después de su regreso de la guerra, Zamperini enfrentó lo que su familia llamó el mayor desafío de su vida: una batalla de cuarenta días contra la neumonía. Según los que estaban a su lado, «su valor indomable y su espíritu de lucha nunca fueron más evidentes». Pero a los noventa y siete años, su cuerpo estaba muy lejos del espécimen que compitió en los Juegos Olímpicos de 1936. Agotado por el tiempo, el hombre que luchó contra el hambre, los ataques de tiburones, la disentería mortal y los sádicos guardias de prisión finalmente entró en una batalla de la que no pudo sobrevivir. El 2 de julio de 2014 Louis Zamperini murió.2

El relato de Lauren Hillenbrand sobre la vida de Zamperini funciona como una historia de supervivencia porque el libro concluye en 2008. En un nivel, llamar a la historia de Zamperini o de cualquier otra persona una historia de supervivencia es como describir una caída de un edificio de treinta pisos una historia de supervivencia porque termina antes de que el sujeto toque el suelo.

Quizás mi punto sea un poco cliché, pero espero que al menos sea claro: puede que no sea la caída lo que te mata, pero algo siempre lo hace. Nadie sale vivo de la vida. Reducido un poco más, no existe algo tal como una historia de supervivencia.

Aún así, me pregunto: ¿cuándo fue la última vez que pensaste en el hecho de que morirías? ¿Cuándo fue la última vez que tuviste una conversación con alguien sobre el tema de la muerte? ¿Alguna vez has visto morir a alguien? ¿Alguna vez alguien ha muerto en tu casa? ¿Cuándo fue la última vez que caminaste por un cementerio o asististe a un funeral? ¿Has leído algún libro, visto alguna película, incluso escuchado algún sermón que trate con el problema de la muerte? No estoy hablando de muerte por violencia o por accidente o por una enfermedad rara y virulenta. Me refiero a la muerte como una experiencia humana básica, tan básica como el nacimiento, la alimentación y el sueño.

La muerte es una experiencia humana fundamental, que une a todos los seres humanos en el tiempo y el espacio, raza y clase. Pero en nuestro tiempo y lugar, la muerte no es algo en lo que pensamos muy a menudo, si es que pensamos en lo absoluto. En el capítulo 1, entraré en las razones de esta evasión, tanto en cómo podemos evitar el tema como por qué querríamos hacerlo. Pero, en resumen, los notables logros de la medicina moderna han hecho retroceder la muerte cada vez más en la vida promedio de la persona occidental. Disfrutamos de una mejor prevención de enfermedades, mejores tratamientos farmacéuticos y mejor atención de emergencia que cualquier otra sociedad en la historia. Esa es una bendición maravillosa, sin duda. Pero tiene un efecto secundario importante: muchos de nosotros podemos permitirnos vivir la mayor parte de nuestras vidas como si la muerte no fuera nuestro problema.

La muerte no es menos inevitable ahora, pero muchos de nosotros no tenemos que verla o siquiera pensar en ella como una presencia diaria en nuestras vidas. Cuando las personas mueren, es más probable que sea en un centro médico, acordonado lejos de donde vivimos, en un proceso higienizado, cuidadosamente administrado e incluso industrial que ocurre cuando los profesionales deciden dejar de brindar atención. La muerte sigue siendo inevitable, pero se ha vuelto extraña.

La muerte también se ha convertido en una especie de tabú, que no debe discutirse en compañía educada. Etiquetamos esa charla como «mórbida». Es un término peyorativo que se aplica a palabras o ideas inusualmente oscuras: distorsiones de la verdad tal como deseamos verla. Sacar a relucir el tema de la muerte es a menudo incómodo en el mejor de los casos, vergonzoso en el peor.

Pero por más que intentemos evitar el tema, todos experimentamos la sombra de la muerte todos los días. Se manifiesta en nuestras inseguridades sobre quiénes somos y por qué importamos. Se manifiesta en nuestra insatisfacción con las cosas que creemos que deberían hacernos felices. Y se manifiesta en nuestro dolor por la pérdida de todo lo bueno que no dura lo suficiente. No podemos evitar la muerte y sus efectos. Tampoco debemos evitar hablar de ella.

Nuestro desapego de la muerte nos pone fuera de línea con la perspectiva de la Biblia. A lo largo de sus páginas, ya sea ley o historia o poesía o profecía o evangelio o carta, la muerte es una fijación mucho más común que lo que es en nuestras vidas hoy. Para los autores bíblicos, la concientización de la muerte y sus implicaciones para la vida es crucial para una vida de sabiduría.

Considera, por ejemplo, la oración del Salmo 90: «Enséñanos de tal modo a contar nuestros días, Que traigamos al corazón sabiduría» (v. 12). Esa es una forma eufemística de decir «enséñanos a reconocer nuestra muerte». La oración viene como una especie de bisagra entre las dos partes del salmo. La primera parte se centra en las limitaciones humanas en comparación con la inmensidad de Dios. Para Dios, el tiempo no es nada. «Desde el siglo y hasta el siglo, tú eres Dios» (90:2). «Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche» (90:4). Pero para nosotros los humanos, bajo el pecado y el juicio, el tiempo destruye todo. Nuestras vidas son «como un sueño». Nuestras vidas son como la hierba: «En la mañana florece y crece; a la tarde es cortada, y se seca» (90:5-6). En el mejor de los casos, «Los días de nuestra edad son setenta años; y si en los más robustos son ochenta años, con todo, su fortaleza es molestia y trabajo, porque pronto pasan, y volamos» (90:10). La oración del salmista por recordar la muerte es una oración por una vida de humildad, una perspectiva que comprende nuestros límites y la insuperable diferencia entre Dios y nosotros.

Pero esta oración establece otro tema en la segunda parte del salmo. Inmediatamente después de orar para que Dios nos enseñe a contar nuestros días, el salmista ora para que Dios nos haga felices todos nuestros días con la riqueza de su amor: «De mañana sácianos de tu misericordia, Y cantaremos y nos alegraremos todos nuestros días» (Salmo 90:14).

Creo que esas dos oraciones van de la mano: enséñame a vivir con la realidad de mi muerte para que pueda vivir en la alegría de tu amor. Antes de que pueda quedarme asombrado por el amor de Dios, antes de que pueda ver la belleza de su amor con más claridad que los problemas de mi vida, debo ver mi desesperada necesidad de ello y mi absoluta indignidad. Cuando Dios nos enseña a contar nuestros días, nos protege del autoengaño orgulloso y nos permite vivir con un gozo genuino y realista.

Este es un libro sobre la muerte porque la sabiduría proviene de la honestidad con respecto al mundo tal como es. Quiero ayudarnos a contar nuestros días, a recordar la muerte, como una forma de disciplina espiritual. Quiero mostrar de la Biblia el poder iluminador de la conciencia de la muerte para las vidas que estamos viviendo ahora.3

No escribo principalmente a quienes se enfrentan a una muerte inminente ni a quienes están en duelo por la pérdida de un ser querido, aunque espero que mis observaciones los alienten.4 Escribo para convencer a quienes viven como inmortales de que en realidad no son inmortales, para ayudarlos a obtener la perspectiva realista que ya tienen los afligidos o los enfermos terminales.5

Les escribo a aquellos para quienes la muerte se siente remota e irreal, algo que les sucede a otros, para ayudarlos a ver cómo un conocimiento presente de la muerte es importante para las vidas que están viviendo ahora.

Este propósito coloca a mi libro dentro de una corriente de reflexión cristiana honrada por el tiempo llamada memento mori. Traducido a grandes rasgos, es el título de este libro: recuerda la muerte. El enfoque de esta tradición es reconocer la muerte, pensar en lo que significa para nosotros y dónde experimentamos sus efectos, para poder vivir una vida verdadera, fiel y gozosa mientras tanto.

Esta práctica me llamó la atención por primera vez en la escuela de posgrado, formándome como historiador de la iglesia, cuando por un tiempo estudié los ministerios de los puritanos en Inglaterra y América.6 Era difícil pasar por alto la disyunción. Lo que era fundamental para ellos ahora está mayormente ausente de la cultura occidental y de mi experiencia del cristianismo estadounidense.

Luego, en mis primeros años como pastor, predicando versículo por versículo a través de los libros de la Biblia, llegué a reconocer de una manera nueva la frecuencia con la que la Biblia habla de la muerte. Sabía de su enfoque en el problema del pecado y el problema del juicio eterno. Lo que me llamó la atención fue su enfoque en la muerte física, el hecho de que nuestras vidas en este mundo llegan a su fin. El problema de la muerte seguramente está conectado con el problema del pecado y el problema del juicio, como parte de los efectos de la rebelión humana en este mundo quebrantado. Pero la muerte es un aspecto de la condición humana que merece su propia atención, especialmente en una cultura que quiere negar su dominio.

Dicho todo esto, este no es realmente un libro sobre la muerte. Es un libro sobre Jesús y, por tanto, un libro sobre esperanza. He llegado a ver, como pastor de jóvenes prometedores, lo importante que puede ser la conciencia de la muerte para enfrentar un problema que creo que va de la mano con el evitar la muerte. Cuando la realidad de la muerte está lejos de nuestras mentes, las promesas de Jesús a menudo parecen desvinculadas de nuestras vidas. Estas promesas parecen abstractas, pertenecientes a un mundo diferente al que vivo, desconectadas de los problemas que dominan mi campo de visión.

Compara eso con lo que Pedro dice acerca de la relevancia de Jesús en 1 Pedro 1. Pedro describe a los cristianos como aquellos que son nacidos «para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos» (1 Pedro 1:3). Pedro asume que la resurrección de Jesús significa esperanza viva para quienes confían en él. Esta esperanza no es lejana ni de otro mundo, sino que se transmite en y para esta vida. Pero mira lo que dice sobre el objeto de esa esperanza: «una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros» (1:4).

Quizás tus ojos pasan rápidamente cuando lees palabras como esas. Quizás estas palabras incluso despierten algo de ira. ¿Incorruptible? ¿Incontaminado? ¿Inmarcesible? ¿Por qué debería importarme? No necesito una herencia guardada en el cielo. Necesito ayuda ahora, en este mundo. Tal vez te sientas así con respecto a muchas de las promesas de Jesús. ¿De qué sirve el sacrificio de sangre o la justificación cuando te enfrentas a un mercado laboral incierto o te preocupa no encontrar nunca un cónyuge? ¿Cómo puedo preocuparme por un cuerpo inmortal si me avergüenzo del que tengo ahora? ¿Y por qué Jesús habla tanto de la vida eterna? No solo necesito un camino a la tierra de la gloria. Necesito saber cómo afrontar las cosas difíciles hoy.

Si te sientes así acerca de las promesas de Jesús, creo que es porque no piensas lo suficiente en la muerte. Considera la forma en que Pedro concluye su gran capítulo sobre la esperanza. Al final del primer capítulo, volviendo de nuevo a un lenguaje como «renacido» e «incorruptible», Pedro cita Isaías 40:

«Toda carne es como hierba.Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba.

La hierba se seca,y la flor se cae;

Mas la palabra del Señor permanece para siempre».

Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada.

(1 Pedro 1:24–25)

¿Ves lo que está haciendo Pedro? Para llevar la esperanza imperecedera que sus lectores tienen en Cristo a la tierra, a su día a día, les está indicando por qué la necesitan tanto. Incorruptible. Incontaminado. Inmarcesible. Estos son términos relativos. Se definen por lo que no son. Solo tienen sentido cuando se comparan con lo que niegan. Corruptible. Contaminado. Marcesible. Es por eso que Pedro termina el capítulo recordando que todo lo que los rodea está pereciendo, como hierba recién brotada en el calor seco del verano. Nada dura, bueno o malo. Excepto por una cosa: la Palabra del Señor. El evangelio que se te ha predicado. Jesucristo crucificado y resucitado.

Antes de que anheles una vida incorruptible, debes aceptar que estás pereciendo junto con todos los que te importan. Debes reconocer que todo lo que puedas lograr o adquirir en este mundo ya se está desvaneciendo. Solo entonces anhelarás la gloria inmarcesible de lo que Jesús ha logrado y adquirido para ti. Y debes reconocer que vas a perder todo lo que amas en este mundo antes de esperar una herencia guardada en el cielo para ti.

Incluso si tu vida se desarrolla precisamente de la manera que la imaginas en tus sueños más locos, la muerte te robará todo lo que tienes y destruirá todo lo que logres. Mientras estemos consumidos por la búsqueda de más de esta vida, las promesas de Jesús siempre nos parecerán de otro mundo. Él no ofrece más de lo que la muerte solo nos robará al final. Él nos ofrece justicia, adopción, propósito que honra a Dios, vida eterna, cosas que nos saben dulces sólo cuando la muerte es una compañera habitual.

Si queremos ver la belleza de Jesús, primero debemos mirar con atención y honestidad a la muerte. Aprecio la forma en que Walter Wangerin capturó esta conexión en un maravilloso libro sobre la muerte y el gozo escrito hace más de veinticinco años:

Si el evangelio parece irrelevante para nuestra vida diaria, es culpa nuestra, no del evangelio. Porque si la muerte no es una realidad diaria, entonces el triunfo de Cristo sobre la muerte no es ni diario ni real. La adoración y la proclamación e incluso la fe misma adquieren un aire irreal y de ensueño, y Jesús se reduce a algo así como una póliza de seguro a largo plazo, archivada y olvidada, mientras que él puede ser nuestro aliado necesario, un amigo inmediato y continuo, el santo destructor de la muerte y del diablo, mi hermoso salvador.7

Al evitar la verdad sobre la muerte, estamos evitando la verdad sobre Jesús. Jesús no nos prometió muchas de las cosas que más queremos de la vida. Nos prometió la victoria sobre la muerte. Así que debemos aprender a ver la sombra de la muerte detrás de los problemas de la vida antes de que podamos reconocer la poderosa relevancia de Jesús para cada obstáculo que enfrentamos. Este es un libro sobre la muerte porque es un libro sobre Jesús.

Hay una capa más en mi tema. A medida que la esperanza cobra vida, a medida que se propaga a través de los entresijos y los giros y vueltas de tu vida, el fruto que produce es el gozo, un gozo que es resistente y realista, que no tiene que barrer las cosas difíciles debajo de la alfombra para sobrevivir (1 Pedro 1:6–8). La afirmación irónica en el corazón de este libro es que la mejor manera de disfrutar tu vida es ser honesto acerca de tu muerte.

Cuando la realidad de la muerte se desvanece en el trasfondo de nuestra conciencia, otros problemas que nos roban el gozo surgen rápidamente y llenan el vacío. El filósofo francés Blaise Pascal señaló este problema hace cuatrocientos años. Notó que la mayoría de las personas parecían indiferentes a «la pérdida de su ser» pero intensamente preocupadas por todo lo demás: «Temen las cosas más triviales, las prevén y las sienten; y el mismo hombre que pasa tantos días y noches en la furia y la desesperación por perder algún cargo o por alguna imaginaria afrenta a su honor es el mismo que sabe que lo va a perder todo por la muerte pero no siente ni ansiedad ni emoción. Es algo monstruoso ver a un mismo corazón a la vez tan sensible a las cosas menores y tan extrañamente insensible a las más grandes».8

La percepción de Pascal es quizás incluso más importante hoy: cuando la muerte es apartada de nuestro pensamiento, no es reemplazada por calidez, paz y felicidad. Es reemplazada por otros de los muchos rostros de la muerte. En cambio, nos concentramos en los síntomas comparativamente triviales de nuestro problema más profundo. Seguimos ansiosos, seguimos a la defensiva, seguimos inseguros, seguimos enojados e incluso desesperados. Nos separamos de la muerte para poder concentrar nuestro tiempo y energía en perseguir la felicidad. Pero ese desapego no ha cambiado el hecho de nuestra mortalidad y, en última instancia, no nos ha hecho más felices.