La noche más silenciosa - Lucy Gordon - E-Book

La noche más silenciosa E-Book

Lucy Gordon

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Beschreibung

Cuando Julie Hallam decidió aceptar aquel trabajo en Roma y fijar su residencia allí, desde luego desconocía la identidad de su nuevo jefe... Ahora, estaba segura de que Rico Forza no la había contratado por su currículum; era bastante más probable que estuviera buscando venganza... Ocho años atrás, habían sido deliciosamente felices hasta el día en que Julie se marchó. Desde entonces, ella había mantenido en secreto la razón de su abandono... De cualquier manera y fueran cuales fueran las intenciones de Rico, la atracción que existía entre ellos seguía siendo tan intensa como siempre. Poco a poco, Julie empezó a comprender que, bajo aquel despiadado Rico, seguía vivo el hombre de corazón más tierno que ella había conocido. ¿Sería el momento de contarle la verdad?

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Seitenzahl: 220

Veröffentlichungsjahr: 2021

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 1999 Lucy Gordon

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La noche mas silenciosa, n.º 1477 - mayo 2021

Título original: Rico’s Secret Child

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.:978-84-1375-556-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

SIEMPRE había deseado ir a Italia, pero no así.

Cuando Julie Hallam abandonó el aeropuerto y tomó un taxi para llegar hasta el centro de Roma, de repente supo que había cometido un error terrible.

Desde fuera era como para ser envidiada: sofisticada, con éxito y llegando a la Ciudad Eterna con ocho maletas de piel a juego cargadas de lujosos trajes y joyas. Sus ropas eran caras, sus perfumes sofisticados y su atuendo inmaculado. Era una mujer que había recorrido el mundo y que había llegado a Roma por sus propios medios.

Pero mucho tiempo atrás, había soñado con haber llegado allí como la prometida de Rico Forza.

Intentó apartar aquella idea de su cabeza. Había sobrevivido aquellos años negándose a mirar atrás, pero en ese momento era como si todos los recuerdos que había reprimido hubieran roto las barreras por fin, recordándole que había un sitio donde él había prometido llevarla. Y ella lo vería, pero sin él.

–¿Está de vacaciones, señorita? –preguntó el taxista mirando con simpatía a sus espaldas.

–No, estoy por asuntos de trabajo –contestó Julie poniendo de forma automática su sonrisa más profesional–. Soy cantante y me han contratado en La Dolce Notte.

El hombre lanzó un silbido de admiración al escuchar el nombre del local más sofisticado de la noche.

–Entonces debe ser muy famosa.

–La verdad es que no –dijo ella riéndose.

–Pero La Dolce Notte sólo contrata a los mejores.

–¿Ha estado usted allí?

–No. Una cena me costaría más de lo que gano a la semana, pero he ido a recoger clientes a altas horas de la mañana. ¿Ha estado en Roma antes?

–No

«Sólo en mis sueños», podría haber añadido.

¿Y qué era un sueño? Algo que se desvanecía en la nada ante la fría luz del día y que te hacía desear no haber dormido nunca. En sus sueños, Rico la tomaba en sus brazos y le susurraba:

–Eres mía, amore y nadie nos separará nunca.

Pero siempre se despertaba en una fría y solitaria cama sabiendo que no volvería a verlo nunca.

–Normalmente contratan sólo a cantantes italianos –seguía conversando el taxista con amabilidad.

Julie no deseaba hablar, pero era mejor a escarbar en los recuerdos.

–Yo estaba cantando en un club de Londres y un hombre que estaba en primera fila me ofreció el contrato. Mi representante me dijo que era un gran honor y además voy a ganar mucho más dinero del que he ganado nunca.

El conductor lanzó un silbido de respeto.

–Deben haber estado muy ansiosos por asegurarla.

También a ella le parecía lo mismo y a la vez la sorprendía. Julie Hallam tenía éxito y era muy demandada en Inglaterra, pero sabía que no había llegado a las alturas en que se la rifaran para dar conciertos en el extranjero.

Y sin embargo allí estaba, a punto de empezar en uno de los mejores sitios de Roma. La Dolce Notte tenía fama de deliciosa decadencia y liberalidad mezclada con dinero. Allí se reunían estrellas de cine, ministros, ricos, famosos y todo el que se considerara alguien en la ciudad.

El director había estado tan ansioso por contratarla que hasta le había ofrecido alojamiento. Estaba cerca del club, lo que le venía bien si salía a altas horas de la mañana.

El taxi había llegado a la Via Veneto, una ancha avenida de tres carriles atestada de comercios caros y cafés con terrazas. A mitad de la calle, giraron hacia una lateral para detenerse frente a un lujoso edificio de apartamentos. El conductor metió sus maletas dentro, aceptó la propina con una sonrisa y partió.

El portero la condujo a un apartamento del segundo piso.

–¿Puede llamar al club para informar de su llegada? –pidió con una ligera reverencia.

Cuando se quedó a solas, Julie miró a su alrededor con asombro. Tenía un gran salón y habitación, ambos decorados con estilo palaciego. La gigantesca cama era tan lujosa como todo lo demás, incluyendo el cuarto de baño, pero aquel lujo la incomodaba. Iba a pasar en Roma tres meses y hubiera preferido alquilar un pequeño apartamento más acogedor. Aquella casa parecía más apropiada para una lujosa mujer mantenida.

Llamó al club y la pasaron con la secretaria del director.

–Me temo que el señor Vaneti está fuera –dijo la mujer–, pero le gustaría reunirse con usted en el club esta noche como invitada y también para presentarle a algunos miembros de la prensa. Pasará a buscarla un coche a las nueve y media.

Julie deshizo las maletas, se desvistió y se duchó intentando olvidar la inquietud que aquel entorno le producía. Ella no pertenecía a un ambiente tan opulento.

Tras la sofisticada fachada, aún tenía mucho en común con la inocente chica que se había enamorado de Rico Forza ocho años atrás. La chica se llamaba entones Patsy Brown y su ambición era convertirse en cantante. Había aceptado un trabajo en el Crown, un café londinense, de camarera y para recoger los vasos. Pero todas las tardes, había un momento para la música, en que ella se levantaba y cantaba acompañada del pianista. El piano necesitaba afinación y todo era muy poco profesional, pero ella podía soñar con convertirse en cantante.

Entonces había llegado Rico a trabajar al mismo café y ella había descubierto que la vida consistía en algo más que en cantar.

Él tenía veintitrés años, era italiano y estaba en Londres para mejorar su inglés. Ya hablaba con fluidez la lengua, pero trabajando en el Crown, enseguida se soltó y empezó a hablar el argot de la ciudad.

Era muy popular entre los otros empleados del bar y entre los clientes. Sus cómicos errores enternecían a cualquiera, así como su risa fácil y el mensaje que despedían sus brillantes ojos oscuros. Era alto y delgado, pero fuerte y fibroso, con una cara guapa y una boca muy sensual. Todas las chicas coqueteaban como locas con él y él les devolvía las coqueterías.

Con la única con que no coqueteaba era con Patsy. Cuando hablaba con ella, era siempre de forma grave y a veces sus ojos se posaban en ella con un mensaje silencioso y ardiente que la hacía turbarse. Ella empezó a notar que la contemplaba cuando cantaba, paralizado como si estuviera en trance. Y con el tiempo, se acabó olvidando de toda la audiencia menos de él.

Allí estaba ella, con la masa de pelo rubio enmarcando su cara como un halo y cantaba las canciones de la juventud y el primer amor, de esperanzas y sueños que duraban para siempre. Y Rico nunca apartaba la mirada de ella.

Otros hombres también la miraban, con ojos enrojecidos por el alcohol y miradas libidinosas y una noche, uno de ellos la estaba esperando a la salida. Su idea de bromear fue bloquearla el camino revoloteando a su alrededor de una forma que la puso enferma.

–Por favor, déjeme pasar –lo rogó ella con voz temblorosa.

–Todo a su momento. ¿Por qué no te quedas a hablar conmigo? –dijo con voz aguardentosa.

–Porque no quiere hacerlo –dijo una voz a sus espaldas desde la oscuridad.

El acosador se dio la vuelta a tiempo de ver el puño que conectó con su mandíbula. Lo que pasó después fue muy rápido, pero de repente su acosador estaba huyendo apretándose la nariz y Rico quedó allí soplándose los nudillos.

–¿Te encuentras bien? –le preguntó con delicadeza.

–Sí, estoy bien.

–Pues no lo pareces. Ven conmigo.

Le pasó la mano por el brazo y recorrió con ella unas cuantas calles hasta llegar a un restaurante de comida rápida de pescado y patatas.

–Ya que estoy en Inglaterra, tengo que acostumbrarme al pescado frito con patatas. ¿Bacalao o lenguado?

–Bacalao, por favor.

–Siéntate –ordenó él señalando una mesa junto a la ventana.

Rico llevó los dos platos de bacalao y patatas y dos largas tazas de té al que puso mucha azúcar.

–Yo no tomó azúcar –protestó ella con debilidad.

–Pues ahora la tomarás –dijo él con firmeza–. Acabas de pasar un susto. No deberías ir sola por la calle a estas horas. ¿Por qué te permite tu amante hacer algo así?

–Yo no tengo ningún amante –contestó ella con timidez.

–Eso es una infamia. Una chica preciosa debería siempre tener un amante. En mi país, tu soledad sería un reproche para todos los hombres.

–Y en mi país –replicó ella con espíritu–, a una chica le gusta ser algo más que un trofeo para el primer hombre que se encapriche con ella.

–No para el primer hombre –dijo él con suavidad–. Sólo para el hombre que te merezca.

–Y si yo tuviera un amante, no le pediría permiso para hacer lo que quisiera hacer.

–Pues si fuera un hombre de verdad, no le importaría que se lo pidieras o no. Si tú fueras mía, no te dejaría ir sola por las noches.

El silencio cayó entonces entre ellos. La conversación había abierto un campo de minas y ella no estaba segura de atreverse a cruzarlo. Para ocultar su turbación, dio un sorbo a su taza de té. Cuando alzó la mirada, lo encontró mirándola con una intensidad que nunca había visto antes y se sonrojó sintiendo el cuerpo arder como si un fuego la hubiera envuelto.

–¿Por… por qué me estás mirando así? –susurró.

–Estoy pensando en lo mucho que me gustaría hacer el amor contigo –contestó él sin rodeos.

Ella bajó la cabeza para que no pudiera notar su repentina timidez. Ningún hombre le había hablado con aquella franca intimidad antes.

–No debes decir eso –dijo ella sonrojándose con violencia.

–¿Por qué no?

–Porque… porque no nos conocemos. Apenas hemos hablado hasta ahora.

–¿Palabras? ¿Y qué son las palabras? Te he observado desde el primer día y cada vez que te he visto he deseado hacerte el amor. He pensado lo preciosos que son tus labios y cómo sería besarlos.

En cuanto las palabras salieron libres, ella supo que no deseaba en el mundo nada más que besarlo. Estaba segura de que su deseo debía ser evidente. Estaba completamente vulnerable, sin defensas contra él y la alarmó comprender que podría pedirle cualquier cosa y que ella no se la negaría, que ni siquiera lo intentaría.

Antes de eso, ella había sido una persona bien organizada, con toda su vida enfocada a su ambición. Pero ya todo estaba fuera de su control y estaba lanzada de cabeza a un destino desconocido. Podría salir corriendo o poner la mano en la de Rico y dejar que él la condujera allí.

Alzó la cabeza y le dirigió una mirada radiante y cargada de confianza.

Él vivía en un estudio en una calla lateral. Entraron en silencio y subieron apresurados. Rico tenía una sola habitación que servía de dormitorio y sala a la vez, con una cocina no más grande que un armario junto con el uso del cuarto de baño comunal. Todo estaba deteriorado, pero para ella fue un lugar encantado.

La cama era un poco pequeña para los dos, pero no les importó. Tenían la pasión y la belleza de la culminación.

Ella nunca había hecho el amor con un hombre antes, pero con Rico todo le pareció natural. Él la desvistió despacio y cuando estuvo desnuda, su mirada de adoración le dijo que la encontraba perfecta.

–¡Eres preciosa, carissima! –murmuró con la boca contra su suave piel–. Nunca había visto una belleza así. Quiero besarte en todas las partes.

Y eso fue lo que hizo, deslizando los labios despacio por su cuello, sus senos, la parte interior de sus muslos. Su timidez se desvaneció bajo las sensaciones que él estaba evocando. Patsy sintió que había sido creada para aquel momento.

Rico la amó despacio, dándole tiempo para superar su timidez y abandonándose a la belleza que ella le ofreció como un regalo perfecto. Donde quiera que sus labios y manos la tocaban, dejaban un rastro de placer.

–Rico –susurró ella–. Rico…

–Sss.. Confía en mío. Di que me perteneces.

–Te pertenezco –dijo ella impotente ante la creciente oleada de pasión–. ¡Rico… Rico… Oh, sí…!

Lo sintió buscarla y reclamarla. Ella nunca había sentido nada tan maravilloso como la sensación de él dentro de su cuerpo, amándola con pasión y ternura. Ni siquiera había soñado que pudiera existir tal júbilo y placer en el mundo.

Su cuerpo era maravilloso para ella: joven, fuerte y suave, con el poder de llevar su propia carne a una gloriosa plenitud. Lo amó por eso y por su delicadeza, pero sobre todo lo amaba por ser él mismo.

Después de aquella primera vez, nada volvió a ser igual. El mundo estaba bañado de nuevos colores más brillantes y resplandecientes. Ya sabía lo que un hombre y una mujer podían ser el uno para el otro, cómo la pasión podía transformarlos en nuevos seres y crear otro diferente con el amor de ambos.

Enseguida se fue a vivir con Rico y descubrió que era un hombre con muchas facetas. Estaba el joven que declaraba de forma arrogante:

–Si fueras mía, no te dejaría andar sola por las noches.

Pero también estaba el hombre humilde que la trataba con reverencia, agradecido de su amor.

Si él se despertaba antes, le preparaba el té y se lo llevaba a la cama, observando con ansiedad hasta que ella daba el primer sorbo y decía que estaba perfecto. Y por las noches se ofrecía a cocinar para ella y cuando Patsy protestaba de que hacía demasiado, solamente decía:

–Nada de lo que haga para ti es demasiado. Tú me lo has dado todo.

Rico hablaba muy poco de su vida en Italia aparte del hecho de que provenía de Roma. A ella le daba la impresión de que había crecido solo y privado de amor. Era uno de esos raros hombres que sabía valorar lo que una mujer podía darle, no sólo la pasión, sino el afecto. Él amaba su dedicación y su delicadeza.

Cuando pilló una gripe y ella lo hizo quedarse en la cama y lo cuidó solícita, Rico pareció abrumado por sus cuidados, como si nadie lo hubiera cuidado nunca antes.

Entonces su humor cambiaba y se ponía alegre y la enseñaba a cocinar diciendo que era un desastre en la cocina.

Patsy no había tenido a nadie que la enseñara a cocinar desde los doce años en que su madre se había ido de casa incapaz de soportar la vida con un marido que la trataba como a una esclava.

Y sólo había quedado ella para cuidar a su padre y a su hermano, que esperaban que los sirviera en todo. Su padre había sido un vago, cuyos ingresos provenían de engañar a la Seguridad Social y de algunos delitos menores, y que había enseñado a su hijo a hacer lo mismo. Ella apenas había visto nunca un penique porque los dos hombres se gastaban todo su dinero en el bar.

Patsy había soñado con escapar y la oportunidad le había llegado a los diecisiete años, cuando los dos habían tenido que pagar una corta pena en prisión. Patsy se había escabullido de la casa una noche, se había ido a la estación y había comprado un billete para el siguiente autobús para Londres.

Y a Rico le había contado su vida con total franqueza.

–Voy a hacerme mi propia vida –aseguró con fervor–. Me contratarán en los sitios más lujosos del mundo y ganaré montones de dinero y seré dueña de mí misma.

–¿No mía?

–¡Oh, Rico! –dijo pesarosa al instante–. Sabes que eso es diferente. Por supuesto que soy tuya. Es sólo que…

Pero no encontró palabras para describir la ambición que la conducía. Con la confianza de la juventud, había supuesto que todo saldría bien y que ella tendría su amor y su carrera. De momento, sólo disfrutaba jugando a las casitas, cuidando a su hombre y mimándolo de aquella forma que parecía significar tanto para él.

–¿Quién te enseñó a cocinar? –preguntó una tarde en que el había servido espaguetis a la carbonara–. ¿Tu madre?

Una extraña mirada había surcado su cara.

–No –contestó él después de un momento–. Fue nuestra… Fue Nonna.

–Tu abuela. ¿Eso significa Nonna, no?

Patsy se sonrojó por si él sospechaba que había estado estudiando italiano a escondidas.

–Sí. Bueno, no era realmente mi abuela, pero lo fue para mí. Cuando era pequeño, solía pasar mucho tiempo con ella en la cocina contándole mis problemas. Nonna me dijo que ya que estaba allí, debía ayudar, así que empecé a aprender a cortar verduras y a mezclar las cosas y cuando lo hacía mal, me gritaba. Y así aprendí a cocinar.

–¿Le contabas tus problemas y no era tu madre?

–Mis dos padres están muertos –dijo él sombrío–. Te traeré un poco más de té.

–No quiero más, gracias. Háblame de tu madre.

–En otro momento.

–¿Y por qué no ahora? Cariño, quiero saberlo todo de ti.

–¡Basta! –contestó él con brusquedad.

Ella lo miró asombrada. Rico había hablado con suavidad pero con una autoridad que la sorprendió. Por un momento, algo diferente brilló en sus ojos. ¿Cómo un pobre camarero poseía aquella instintiva autoridad, aquella orgullosa insistencia en que la obedecieran?

Y entonces, a la velocidad del rayo, volvió a ser él mismo, riéndose, haciendo bromas y besándola. Era como si nunca hubiera sucedido.

Pero aquella noche, recostada en sus brazos, sintiendo la calidez de su cuerpo y los suaves latidos de su corazón bajo su oído, recordó la situación de nuevo. ¡Por supuesto! Rico era italiano y, sin duda, la arrogancia era natural en los hombres de su país. Así intentó calmar la extraña oleada de aprensión que la advertía de que algo terrible había pasado en su vida.

Cuando se despertó, la aprensión había desaparecido bajo la cegadora luz de su propia felicidad. Había creído que sabía lo que era el amor, pero eso parecía haber sido hacía una eternidad en su ignorante adolescencia, antes de haber experimentado la delicia de compartir y amar al hombre que la reclamaba con apremio. Había sentimientos que no podían se descritos, como el ardiente placer que le producía al penetrarla y susurrar:

–Mio amore… sempre… per eternitá.

Su emoción era demasiado profunda para ponerla en palabras, pero su corazón repetía sus palabras: Mi amor, para siempre, hasta la eternidad. Patsy no pudo notar los cambios en sí misma ni las inflexiones más profundas en su voz cargadas de recuerdos de dar y tomar, de sentir su suave piel pegada a la de ella, de beber el embriagador aroma de la pasión masculina.

Pero aquellas cosas estaban claras para todo el que la escuchara cantar las canciones de amor. Su despertar sensual estaba insuflado en cada una de sus palabras y en cada inflexión de su voz, que hacía que su audiencia se callara y escuchara con acentuada atención y con repentina añoranza en el corazón.

Rico era un amante celoso y la miraba con ojos sombríos mientras actuaba, disgustado con los otros hombres que la miraban aunque supiera que sólo cantaba para él. Había una canción que ella le dedicaba a Rico con especial significado:

 

¿Qué le pasó a mi corazón?

Intenté mantenerlo a salvo

pero tú lo rompiste

y me lo robaste.

Cuídalo mucho

porque nunca tendré

otro corazón que darte.

 

Una vez, mientras estaban acostados con la cabeza de Rico reposando sobre sus senos, él susurró:

–Nunca me dejarás, ¿verdad, carissima?

–Nunca –murmuró ella.

–Tienes que prometérmelo –insistió él–. Quiero oír que nunca me dejarás mientras vivas.

–Nunca te dejaré mientras viva –repitió ella con todo sentimiento.

–Y nunca amarás a otro hombre.

–Nunca amaré a otro hombre. ¡Oh, Rico! ¿Cómo podría amar a nadie salvo a ti? Tú eres toda mi vida.

Lo besó entonces con fiereza y él respondió con un abandono en el que Patsy notó ciertas trazas de desesperación, como si tuviera miedo de algo…

Pero en aquel momento no lo pensó. Echada en sus brazos, con su joven cuerpo saciado, sólo pensó en el placer que sentía. Había sido mucho más tarde, cuando el mundo se había derrumbado y ellos estaban separados, cuando había comprendido el extraño tono de su voz.

Se tenían el uno al otro y la bendición de su amor y eso había sido suficiente hasta el día en que se enteraron de que alguien más iba a entrar en sus vidas.

–¡Un bebé! –había gritado Rico deleitado–. Nuestro propio bebé. Nuestro pequeño bambino.

Había salido en el acto y le había comprado un colgante con la imagen de una Madonna y su infante. Era una joya barata, pero para ella era puro oro y la atesoró con todo su corazón, sobre todo cuando él la retocó con un rotulador para que la cara de la virgen se pareciera más a la de ella.

Patsy había quedado encantada con su entusiasmo y la forma en que se le había abierto el corazón para dar la bienvenida a su hijo, pero su parte práctica no podía ser silenciada.

–Cariño, no tenemos ni sitio ni dinero para tener un bebé.

–Eso ya se solucionará. Lo que importa es que tendremos a nuestro propio hijo. Y lo querremos y nos amaremos y amaremos a todo el mundo de lo felices que seremos.

¿Había conocido ella a alguien tan feliz y cargado de ilusión? ¿Dónde se había ido todo?

Con terrible sincronización, su carrera había empezado a despegar en ese momento. El dueño del Ladybird, un club pequeño pero elegante, le había ofrecido un contrato. Pero Rico había insistido en que lo rechazara, lo que llevó a su primera pelea. Él la había acusado de no querer a su bebé porque interfería con su carrera.

Y eso no era verdad. Ella quería tener aquel bebé con desesperación, pero también quería ser una estrella. Y todavía era lo bastante joven como para confiar en que podría conseguirlo todo.

Se habían reconciliado uno en los brazos del otro y por una temporada todo había ido bien. Pero ya había aparecido la primera grieta.

Julie salió de su infeliz ensoñación para comprender que estaba mirando al vacío. ¡Tanta felicidad se había derrumbado en tan poco tiempo! ¡Y le había seguido tanta desdicha! Los años habían estado vacíos desde entonces.

Se sacudió para olvidar. Ya era su momento de triunfo y tenía que dar todo lo que tuviera. Y eso significaba olvidarse de Rico Forza y de lo que podía haber sido su vida junto a él.

Durmió un par de horas y se levantó con tiempo sobrado para arreglarse. Esa noche iba a estar bajo el ojo de la cámara, así que eligió un elegante traje azul oscuro que brillaba al moverse y se hizo un elaborado peinado en lo alto de la cabeza. Se aplicó el maquillaje con gran cuidado para parecer sofisticada pero discreta. Eso la ayudaba a pensar que estaba borrando a la joven Patsy que había amado y había perdido mientras ayudaba a aparecer a Julie Hallam, la famosa cantante.

A las nueve en punto, respondió a una llamada en su puerta. El botones le entregó un pequeño paquete y desapareció. Cuando Julie lo abrió, se quedó paralizada.

Dentro del estuche reposaba el juego de diamantes más magnífico que había visto en toda su vida: gargantilla, pendientes y pulsera y hasta un broche para el pelo, todos inmaculados y evidentemente auténticos.

La tarjeta decía sólo:

Con las felicitaciones de La Dolce Notte.

Julie se los puso despacio sintiéndose más intrigada e inquieta a cada momento. Aquellos diamantes debían valer una fortuna. No podrían ser un regalo.

Por supuesto, se los habían prestado para que los luciera y los devolviera al terminar la velada. Eso debía ser.

Exactamente a las nueve y media, la recepcionista llamó para decirle que su coche estaba en la puerta y Julie salió para encontrarse con una lujosa limusina, cuya puerta trasera le abrió el chófer uniformado. Había un hombre sentado en la parte trasera, pero lo único que pudo ver con claridad fue la mano que tendió para ayudarla a entrar. Julie la aceptó y se sentó. La puerta se cerró a sus espaldas, el chófer ocupó su asiento y salieron del hotel.

Julie se dio la vuelta para mirar al hombre que tenía al lado. Y entonces se quedó helada.

–Buon giorno, signorina –saludó Rico Forza.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

RICO –susurró.

Se sintió como si el corazón se le hubiera paralizado de la impresión. Entonces procuró recuperarse. Había estado pensando tanto en él que incluso estaba teniendo imaginaciones. El interior del coche estaba oscuro excepto por las esporádicas luces de las farolas de la calle e intentó escudriñar.

–Lo siento –dijo–. Por un momento pensé…