La novia y sus secretos - Marcella Bell - E-Book

La novia y sus secretos E-Book

Marcella Bell

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Beschreibung

Miniserie Bianca 193 Su pacto matrimonial: ni amor, ni pasión, ni herederos... ¿Qué se decía cuando un príncipe le pedía que se casara con él nada más conocerse? Rita Bajwa, un genio de la ingeniería, no lo sabía. Sí sabía que tenía el corazón encerrado bajo siete llaves desde que su familia renegó de ella, pero Jahangir no le ofrecía amor, solo le ofrecía el anillo y una oportunidad para su carrera profesional que no podía rechazar... Una vez en el increíble reino del desierto, su sintonía hizo que el pacto ardiera en llamas. Rita sabía que el reservado Jag se casaba con ella para vengarse de su padre, entonces, ¿cómo podía decirle que estaban unidos para siempre por los gemelos que estaba esperando?

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Seitenzahl: 224

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Marcella Bell

© 2022 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

La novia y sus secretos, n.º 193 - noviembre 2022

Título original: His Bride with Two Royal Secrets

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-221-6

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

Jag entró en el luminoso y enorme garaje justo cuando una mujer con un espantoso mono color verde lima pasaba una mano por su Ferrari GTO de época. El Ferrari, de un resplandeciente color azul metalizado, estaba sobre una plataforma circular e iluminado por un foco. La mujer lo acariciaba con delicadeza, como si fuera la cadera de su amado. Sintió algo muy intenso y desconocido al verlo, pero se quedó donde estaba. Le daba igual que el contacto fuera brusco o delicado, no tenía permiso para tocar su coche.

–Mmm… –murmuró ella con la misma sensualidad que lo acariciaba–. Prácticamente perfecto en todos los sentidos. Es indignante que no seas todo mío, solo yo sabría ocuparme de algo tan valioso y único como tú.

Lo dijo con la respiración algo entrecortada y en un tono erótico, como si el coche y ella vivieran en un mundo exclusivo de ellos dos.

Jag trago saliva y apretó un puño al costado para no levantar la mano y aceptar una invitación que, naturalmente, no iba dirigida a él.

Aunque, ¿lo sería indirectamente?

Borró esa disparatada idea de la cabeza, parpadeó lentamente y abrió la mano.

Era completamente absurdo que estuviese allí, en el extremo occidental de Estados Unidos, en vez de estar ocupado con alguno de los muchos quehaceres que tenía como príncipe heredero del emirato independiente de Hayat.

Era espantoso haber llegado justo a tiempo para ver que una desconocida tocaba su valiosa joya, pero era igual de intolerable que ese coche fuese lo único que le quedaba en su mundo para que pudieran manipularlo. Si bien NECTAR no controlaba directamente eso, él se había ocupado de que todo el mundo supiera que era verdad.

Naturalmente, eso era lo que más le ofendía.

Lo que más detestaba en el mundo eran las manipulaciones mediante el corazón.

Había hablado muy poco de los resultados de su amor y había creído, desde hacía mucho tiempo, que se había curado completamente de esa debilidad.

Sin embargo, su decisión de desplazarse hasta allí para darse el pequeño placer de recuperar lo que le pertenecía había sido inamovible, en contra de lo que sus asesores y él mismo opinaban.

Lo que era más grave, lo había hecho porque lo había exigido alguien que, literalmente, no había conocido nadie. Nadie podía describirlo físicamente y, en ese momento, él era el único que sabía dónde estaba. Bueno, él y su equipo de seguridad. Naturalmente, no había ido a un punto desconocido de Estados Unidos sin un plan de contingencia. Habría sido una irresponsabilidad.

Sin embargo esa belleza que resplandecía ante él se lo merecía, aunque se recordó que era una belleza de cuatro ruedas.

Aunque seguía de espaldas a él, podía darse cuenta de que la mujer también era bella, que el trasero redondeado, los muslos bien formados y las pantorrillas eran cautivadores. Sin embargo, no tenía tiempo para ella, estaba allí por el coche.

Aunque le encantaba parecer frívolo y despreocupado con las pocas personas a las que quería y resultar un seductor irresistible cuando tenía que aliviar tensión, había renunciado firmemente a ser el príncipe playboy desde que adoptó el papel de príncipe heredero y puso en marcha el plan para acabar con su padre.

Su pueblo quería que su príncipe formara una familia modélica y él, en la medida de lo posible, daría a su pueblo lo que le pedía porque un buen líder anteponía las necesidades de su pueblo a las propias y porque tenía que ser popular si quería derrocar a su padre sin derramamiento de sangre.

Jag volvió a dejar de mirar a la exuberante mujer que tenía delante y se fijó otra vez en la preciosidad de cuatro ruedas. Contuvo la respiración y no la soltó hasta que se acercó.

Era un coche único, seguramente, uno de los objetos más increíbles que había visto… y tendría mucho tiempo para admirarlo, como a esa mujer, cuando volviera a Hayat. Sin embargo, tenía que organizar el acto internacional más importante que se había celebrado en Hayat e iniciar la última fase del plan para destronar a su padre y no le quedaría mucho tiempo para charlar con genios del motor.

Sencillamente, se jugaba demasiado.

Aunque fuese verdad que NECTAR no había hablado directamente con ningún cliente, ni siquiera con él, hasta que exigió verlo cara a cara.

Sin embargo, el éxito de su exposición dependía de ese coche y el éxito de su golpe de Estado dependía del éxito de la exposición. Por eso estaba esperando a NECTAR mientras una desconocida manoseaba su trofeo.

Sin embargo, el tiempo pasaba y, la verdad, tanto el coche como él tenían preocupaciones más acuciantes que algunas huellas dactilares… y había llegado el momento de hacerles frente.

Se aclaró la garganta y, a pesar de la tensión que se le había acumulado mientras observaba el coche, consiguió decir que tuviera cuidado en un tono delicado y amenazante a la vez.

–Estoy seguro de que a su empleador no le gustaría que lo manchara –añadió él con más desdén del que había querido expresar.

Sin embargo, esa mujer, en vez de dar un respingo y de retirar la mano como si la hubiese sorprendido in fraganti, se quedó muy quieta y sin retirar la mano del costado del vehículo.

Entonces, cuando se dio la vuelta para mirarlo, tuvo que reconocer que era un peligro de los mayores y más ancestrales.

Era impresionante.

Tenía un pelo oscuro, resplandeciente y tupido. La piel era de un tono ambarino, sedosa, delicada y cálida.

Los labios, rosa oscuro, entonaban con el resto de su belleza, la nariz era recta y del tamaño exacto y los ojos, muy grandes, tenían un precioso brillo marrón.

Si no fuera vestida como una mecánica, parecería la princesa de un cuento de hadas.

Se miraron a los ojos.

Ella frunció el ceño y apretó los carnosos labios.

Además, a juzgar por el brillo de sus ojos marrón oscuro, tenía la osadía de sentirse ofendida por él cuando había estado toqueteando su coche.

–Supongo que es el príncipe Jahangir.

Ella lo comentó como si no tuvieran que hablar de lo que le pertenecía y su título fuese un adjetivo superfluo. No había ni rastro de una disculpa, de una explicación o del más mínimo arrepentimiento.

Si acaso, parecía como si estuviese decepcionada por el comportamiento de él, o consigo misma por haber esperado algo de él.

Hacía tanto tiempo que nadie se dirigía a él en ese tono que tardó en reconocerlo.

Solo su madre le había hablado así. Sin embargo, ¿de dónde había salido esa idea? Sacudió la cabeza y borró el recuerdo antes de que se asentara.

–Efectivamente –replicó él–. He venido para llevarme el coche… a petición de NECTAR.

La risa de la mujer se abrió paso entre la irritación que se reflejaba en su rostro. Arrugó los ojos y pareció como si irradiara una luz propia, Él, sin embargo, sabía que eso era imposible, que tenía que ser porque estaba al lado del coche.

Jag la miró fijamente sin conseguir adaptarse al voltaje de su sonrisa y aturdido por la situación general. Si no estaba equivocado, ella estaba riéndose de él.

–Yo soy NECTAR –replicó ella sin dejar de sonreír–. Aunque la gente suele llamarme Rita.

–¿Es NECTAR? –preguntó él como si no le diera vueltas todo.

La mujer lo miró a los ojos, algo que no hacía casi nadie desde hacía mucho tiempo.

–Eso espero. Si no, habría pagado mucho dinero por este coche a la persona equivocada y habría confiado un coche que vale su peso en oro a la persona equivocada.

Jag parpadeó y asintió con la cabeza como si esa fuese la información que esperaba, cuando no lo era, ni mucho menos.

NECTAR era una mujer.

NECTAR era una mujer hermosa. La mujer más hermosa que había conocido, y estaba regañándole.

Entonces, se dio cuenta de que debería haberse dado cuenta cuando había sido la única persona que había visto, aparte del conductor que había ido a recogerlo al aeropuerto, y cuando había estado tocando un coche que no habrían tocado la mayoría de reyes y reinas.

Además, él no la había intimidado lo más mínimo.

¿Por qué iba a haberla intimidado? Él sería un príncipe, pero también lo eran la mayoría de sus clientes. Además, había conseguido que él saliera corriendo cuando había querido ella.

–Yo supongo que ese es mi coche –comentó él.

Ella se humedeció los carnosos labios.

–Es el único Ferrari GTO de 1962 que ha pasado por mi garaje.

Unos decían que era el coche más singular del mundo y los puristas lo criticaban por haber ordenado que lo reconvirtieran. No obstante, los dos sabían que ella había convertido un unicornio en una leyenda.

–Me alegro de que aprecie su singularidad –replicó él sin poder evitar un tono ligeramente burlón–. Sin embargo, me imagino que me habrá llamado por algo más. Si no, me temo que tengo que llevármelo ya.

Para pasmo de él, ella levantó las manos.

–No –replicó ella en tono tajante.

–¿Cómo dice?

Jag lo preguntó como si todavía pudiera sorprenderlo cuando ya había dejado muy claro que no tenía pelos en la lengua.

–Espere…

–No puedo.

Él lo lamentaba sinceramente, pero le importaba más su reino que las mujeres cautivadoras. Era inevitable cuando la vida cotidiana de su pueblo dependía de él en gran medida.

–Es un honor poseer uno de los coches más preciados del mundo, y más ahora, después del trabajo de una ingeniera tan prestigiosa como usted. No obstante, no puedo quedarme ni ofrecerle nada aparte de mi agradecimiento, mi enhorabuena y la considerable cantidad de dinero que ya le he pagado por ese privilegio.

Sin embargo, ella replicó para dejarle muy claro que no estaba buscando más dinero.

–Lléveme con usted –le pidió ella atropelladamente–. He oído hablar de la exposición y sé lo que está pensando hacer, y me necesita para cerciorarse de que salga bien. Si quiere que salga bien, el coche tiene que estar impecable en todo momento y yo soy la única que puede conseguirlo.

Jag se quedó helado. Ella no tenía ni idea de lo que estaba pensando hacer con la exposición. Seguramente, habría leído la información oficial sobre la exposición y creería que solo se trataba de coches.

–¿Y qué saca usted? –preguntó él en voz baja.

–Tengo que estar allí. Es el escaparate perfecto para mi trabajo y mi talento y podría establecer los contactos que necesito para conseguir mis objetivos a largo plazo. Las marcas más importantes de vehículos eléctricos estarán allí y yo también tengo que estar. Esos contactos… Usted ni siquiera tendría que hacerme caso, solo quiero estar en la sala donde suceda todo.

Tenía sentido. Era la ingeniera puntera cuando se trataba de vehículos eléctricos.

Sin embargo, esa exposición no se trataba solo del porvenir de los vehículos eléctricos y ella no sabía los peligros y las intrigas que se cocían debajo de la superficie.

Solo sus amigos íntimos, y podía contarlos con los dedos de una mano, sabían lo que tenía pensado y no había ningún motivo para, además, tener que ocuparse de una seductora desconocida.

Aunque tenía razón en lo referente al coche.

Tenía que estar perfecto en todo momento durante le exposición. No solo en la carrera, también durante su exhibición y en los actos para la prensa.

En condiciones ideales, ya era muy complicado mantener en perfecto estado los coches de época y los reconvertidos. Una exposición de una semana para mostrar las posibilidades de los vehículos eléctricos, y protagonizada por un coche que nació el mismo año que su difunta madre, no eran las condiciones ideales ni mucho menos.

NECTAR garantizaba un servicio de asistencia para toda la vida de los vehículos que habían pasado por sus manos, pero ese servicio exigía un transporte internacional de ida y vuelta y acababa suponiendo unos tiempos de espera insoportables.

La oferta de ella era muy sensata, pero, aun así, Jag la rechazó.

–Ni hablar.

Tenía que protegerla aunque fuera de su propia temeridad.

Sinceramente, ¿qué estaba pensando?

Ella no sabía absolutamente nada de Hayat, no hablaba el idioma y, sobre todo, no tenía ni idea de lo que estaba pidiendo. ¿Acaso no tenía instinto de supervivencia?

Seguramente, no. Ella, como la mayoría de los estadounidenses, creería que el mundo era como un espíritu libre lleno de soñadores.

En Hayat, ella sería una persona más de la que tendría que ocuparse mientras llevaba a cabo un golpe de Estado.

Sin embargo, maldita fuera, tenía razón en cuanto a lo del coche.

La miró a los ojos. La expresión de ella era impenetrable y tomó una bocanada de aire. Transmitía una firmeza inflexible.

–Dejaré que elija un coche de mi flota personal si me permite ir.

Jag parpadeó.

Era hermosa, ingenua y enigmática, pero no tenía tiempo para ocuparse de ella mientras se ocupaba de su padre.

Sin embargo, eso fue antes de que le ofreciera un coche de su flota personal…

Además, se había ofrecido para mantenerle el Ferrari en perfecto estado y era una de las mayores especialistas mundiales en coches eléctricos. Podría encontrarle un hueco en sus planes incluso a esas alturas.

Entonces, una idea se le fue formando en la cabeza.

Sus asesores le habían dicho infinidad de veces que su popularidad aumentaría muchísimo si se casaba. Sin embargo, se resistía a dar ese paso aunque sí quería que dejaran de atribuirle aventuras amorosas porque no había querido arriesgarse a convertir a ninguna mujer en su novia.

Un matrimonio de conveniencia con una mujer de su categoría, fortuna y relaciones era un riesgo demasiado grande si se tenían en cuenta sus planes.

Cualquier mujer dispuesta a prestarse a ese juego llevaría consigo una hipocresía muy poco conveniente cuando tenía pensado dar un golpe de Estado.

Eso solo le dejaba la alternativa de cortejar y conquistar a una mujer, pero no tenía tiempo ni era tan falso. No se presentaría como un enamorado sincero cuando sabía que no lo sería nunca.

Había aprendido hacía mucho tiempo, al tener un padre como el que tenía, que el amor, el cariño y el apego conllevaban una responsabilidad. No conquistaría un corazón que no pensaba cuidar y conservar.

Además, no podía olvidarse de la promesa que él y los tres hombres a los que consideraba sus amigos se habían hecho mientras estaban en un internado de Inglaterra.

Jag y sus amigos habían hecho todo lo posible para contraatacar a cada paso e, incluso, habían hecho planes para el futuro. Por ejemplo, se habían prometido que cuando llegara el momento, elegirían a la esposa menos adecuada.

Era posible que Vin, Rafael y Zeus hubiesen desvirtuado un poco la promesa al enamorarse de sus novias inadecuadas, pero también la habían cumplido sin perjudicar a sus pueblos.

Él no podía ser menos, sobre todo, cuando se le había presentado una oportunidad hermosa y sobresaliente.

Se acarició la barba mientras pensaba en Rita, también conocida como NECTAR. Era tan famosa como misteriosa.

Tenía gusto para el diseño y los detalles y cabeza para la ingeniería y los sistemas complejos. Además, se había mostrado osada y temeraria al plantear exigencias a un hombre poderoso al que no conocía casi.

Era rica, a juzgar por la facturas que cobraba y sus posesiones, y atractiva. A ella le apasionaban los coches, como a él, y era líder en medios de transporte eléctricos cuando él estaba convirtiendo a Hayat en un país puntero de las energías limpias.

Ella tenía el sentido que no tenía el absurdo plan que estaba formándose en su cabeza.

Además, tenía el cuerpo apropiado para el rostro de una criatura celestial. Desechó sin contemplaciones esa idea. Su cuerpo y su rostro daban igual para el futuro de su relación.

No estaba planteándose esa idea disparatada porque la deseara. Estaba planteándosela porque como no era ni una mujer implacable de la alta sociedad ni una mujer a la que tuviera que engatusar, no tenía peligro introducirla en su círculo, no hacía falta que fuese atractiva.

Tenía que ser una mujer que no avergonzara a su país y su pueblo y que tampoco fuese una amenaza para sus planes ni supusiera un peligro de relación sentimental.

Era una desconocida encantadora con sus propios privilegios, transparente como el cristal y, aunque fuese un genio, en el fondo era una mecánica.

Era perfecta.

Ella sacaría en limpio lo que quisiera sacar de la exposición y él ganaría popularidad sin problemas, riesgos o pérdidas de tiempo.

Si ella estaba dispuesta a aceptar sus condiciones, ella conseguiría lo que quería y él recuperaría su coche, ganaría respaldo popular y cumpliría el trato que había hecho con sus amigos íntimos cuando solo eran un boceto de los hombres que eran en ese momento.

Esbozó media sonrisa maliciosa antes de replicar.

–Un coche, aunque sea de la famosa flota personal de NECTAR, no compensa, ni mucho menos, todas las molestias que estás pidiéndome. No obstante, te llevaría a condición de una cosa.

Ella tragó saliva, pero no apartó la mirada y habló con firmeza y seriedad cuando le prometió lo que quisiera sin saber lo que decía.

–Lo que sea.

–Cásate conmigo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

Qué…? –balbució Rita sin poder respirar–. ¿Por qué…?

Ella le había ofrecido un coche y él le había pedido la mano, pero no estaban en un mercado callejero y no eran un vendedor y un comprador regateando el precio de las cosas.

Era la vida real.

La sonrisa maliciosa de él se ensanchó y su tono no se alteró, como si estuviesen hablando del tiempo y no del matrimonio.

–Yo necesito una esposa muy especial y tú cumples los requisitos. A cambio, tú quieres ir a Hayat. Será un acuerdo comercial.

¿Un acuerdo comercial? Las palabras le retumbaron en la cabeza. ¿Quería ella que el matrimonio fuese un acuerdo comercial?

Entonces, se acordó de lo que le había dicho su madre hacía mucho tiempo.

«El matrimonio siempre es un acuerdo. Es un acuerdo en el que dos personas tienen que despertarse y trabajar todos los días juntos para vivir una vida aceptable. El acuerdo es el mismo independientemente de cómo empiece y, aunque sea doloroso, se desmorona tantas veces como no, haya amor o no».

Llevaba años sin pensar en esa conversación y hasta ese momento no había sabido que se acordaba de ella. Estaba planteándose el matrimonio otra vez, pero esa vez era un acuerdo comercial.

Además, después de todo, su padre se había equivocado. Un hombre le había pedido que se casara con él y no era un hombre cualquiera, era un príncipe de verdad.

Si no fuese también un cliente al que acababa de conocer y con el que no había pasado ni una hora en toda su vida, la situación parecería sacada de un cuento de hadas.

–¿De qué tipo de acuerdo estamos hablando? –le preguntó ella con cautela.

Él apretó los labios y se los humedeció tan seductoramente como si se hubiese pasado la lengua.

–Estrictamente comercial. No habrá nada físico, solo tendremos que dar la imagen de una pareja feliz en público.

El hombre que acababa de pedirle que se casara con él era, con mucha diferencia, el hombre más cautivador que había visto en su vida.

La nariz era completamente recta y tenía unas cejas tan negras y tupidas como la melena y la barba primorosamente recortada que le enmarcaba el rostro. En ese momento, sus ojos tenían un brillo color ámbar que le impedía apartar la mirada.

Solo sus ojos tenían un voltaje suficiente para darle energía a todo su organismo.

Eso, sin tener en cuenta el imponente cuerpo que resaltaba el corte de un traje impecable.

¿Había empleado alguna vez la palabra «impecable» para referirse a la ropa de un hombre? No.

Mientras ella intentaba recomponerse por dentro, él la miraba a los ojos como un cazador que se agazapaba en la noche.

Sus impresionantes ojos tenían un intenso color ámbar con algunas manchas de un marrón más oscuro. Su resplandor era como un recordatorio de que si bien tenía un cuerpo capaz albergar toda esa energía, también anhelaba liberarse al sentirse enjaulada.

Además, a todos los efectos, acababa de pedirle que se casara con él.

Sin embargo, ¿por qué se lo había pedido? Si solo iba a ser un acuerdo comercial, ¿qué tenía ella de singular para ser su esposa? ¿Acaso importaba la respuesta?

–¿Cuál es el truco? –preguntó Rita.

Él tragó saliva y ella se dio cuenta de que estaba tan cautivado por su mirada como lo estaba ella.

–Para algunas mujeres, casarse con un desconocido ya es bastante truco.

–Algunas mujeres se casarían con un príncipe guapo y misterioso sin pensárselo dos veces.

Sus ojos dejaron escapar un destello burlón, pero él se limitó a reírse en voz baja.

–Y no te olvides de que es inmensamente rico.

Esa vez, Rita fue la que tragó saliva y no solo porque esa consciencia de su propio poder tuviera algo magnético.

Le había ido bien como NECTAR y ya se había olvidado de los años de penurias, pero no vivía una vida sin límites, ni mucho menos, y tampoco estaba segura de haber sabido alguna vez lo que significaba eso.

–Tiene que tener truco –insistió ella.

Él inclinó la cabeza con respeto.

–Además de casarte con un desconocido, tendrás un suegro que es un tirano despiadado. Estarás a salvo por ser mi esposa, pero, desgraciadamente, él seguirá existiendo.

Rita sabía muy bien lo que era un padre tiránico y complicado.

–¿Y no buscas nada físico? –preguntó ella.

–En realidad, rechazo categóricamente cualquier relación física. Una relación física tiraría por tierra lo que hace que sea un acuerdo tan bueno.

–Creo que no sé bien qué hace que sea un acuerdo tan bueno.

–Mi pueblo quiere verme casado, pero yo no quiero ni una pareja para toda la vida ni una confidente. Ser franco en ese sentido podría evitar que se produjeran falsas esperanzas. Además, sería hipócrita fingir que me interesa una esposa cuando, en realidad, solo la necesito. Sin embargo, me parece que una conocida con aficiones comunes y una vida propia podría ser una solución. Una solución que solo saldría bien si tenemos presente que todo es una farsa, y las relaciones sexuales podrían complicar que lo recordáramos. Por eso te reitero que no hay nada romántico en nuestro acuerdo ni lo habría nunca. Este acuerdo podría ser ventajoso para los dos por distintos motivos, pero una aventura amorosa no sería uno de ellos.

–Puedo entender que casarse con un desconocido facilite mantener las distancias –reflexionó ella en voz alta–. ¿Estás proponiendo que pasemos el resto de nuestras vidas casados y todo lo alejados que podamos?

Los ojos del príncipe volvieron a dejar escapar un brillo burlón.

–No –contestó él con naturalidad–. Solo espero unos años, después podemos divorciarnos como cualquier integrante de la realeza moderna.

Algo se estremeció en ella al oírlo, pero intentó convencerse de que podría sobrellevar el estigma de estar divorciada como había sobrellevado el de que hubiesen renegado de ella.

Sin embargo, no se aprovecharían de ella por el camino.

–¿Habrá un contrato prematrimonial?

El príncipe entrecerró los ojos y su mirada se enfrió ligeramente, pero contestó sin inmutarse.

–Te aseguro que protegeré mi patrimonio. Aunque no te había considerado alguien de quien tuviera que protegerme. ¿Tengo que replantearme esa opinión?

Rita se rio y negó con la cabeza. Solo le importaban sus coches y, según su familia, eran lo único que le habían importado en toda su vida.

Sin embargo, si el príncipe y ella iban a casarse con fecha de caducidad, constaría por escrito que sus hijos se quedarían con ella cuando llegara el momento.

–Mi flota privada es una colección de coches únicos y que no tienen precio. ¿Cómo puedo saber que todo esto no es una trama para quitármelos?

Que fuera inmensamente rico y de la realeza no quería decir que no fuera un maquinador.

Ella llevaba años trabajando con los ricos y famosos y había visto todo tipo de intentos de llevarse más de lo que les correspondía. Incluso, y lo que era peor todavía, habían intentado robárselo. Aunque no quería pensar mal de la gente que conocía, ella, una joven innovadora que trabajaba en un mundo dominado por los hombres, había comprobado que la inmensa mayoría de los hombres poderosos que se encontraría por el camino querrían, como mínimo, intimidarla y que la única manera de combatirlo era no hacer caso de sus fachadas, hablar con claridad y firmeza y no dar su brazo a torcer.

El recelo dejó de reflejarse en los ojos del príncipe y recobraron cierta calidez.

–Si quieres, haré que redacten uno inmediatamente para que todos y cada uno de tus vehículos, menos el Ferrari y el que tan generosamente me has ofrecido, sigan siendo tuyos.

Rita frunció el ceño, pero no le sorprendió que él no renunciara a la oferta de ella aunque él hubiese elevado la oferta hasta ese punto de osadía.

–Tengo que seguir trabajando –comentó ella.