La nuera del embajador - Sandra Bocci - E-Book

La nuera del embajador E-Book

Sandra Bocci

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Beschreibung

Esta historia toma los puntos centrales de la vida real de una mujer y los teje en una trama de amor, desencuentro, crisis políticas, diplomacia, violencia, enfermedad, pérdidas y dolor, con un profundo espíritu resiliente que transforma el drama en posibilidad. La crudeza de la realidad se viste de reflexión y piadoso paso del tiempo en esta novela que se lee sin respirar, para tomar una enorme bocanada al final y seguir con una fuerza renovada.

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Sobre este libro

Esta historia toma los puntos centrales de la vida real de una mujer y los teje en una trama de amor, desencuentro, crisis políticas, diplomacia, violencia, enfermedad, pérdidas y dolor, con un profundo espíritu resiliente que transforma el drama en posibilidad.

La autora, con un comprometido conocimiento de la psicología humana, rescata con delicada certeza, los pasajes de una vida de altos contrastes y recapitula el camino que la llevó a un hoy calmo, pleno y esperanzado que le permite ejercer su vocación y, desde lo vivido, ayudar a los demás.

La crudeza de la realidad se viste de reflexión y piadoso paso del tiempo en esta novela que se lee sin respirar, para tomar una enorme bocanada al final y seguir con una fuerza renovada.

Índice

Sobre este libro

Hoy

El inicio

Mi primera infancia

Creciendo

La adolescencia

Mi primer amor

Y fue un final

Asuntos complejos

Mi segundo compromiso

El disfrute

El casamiento

Mi primer matrimonio

Otro americano en Argentina

Un adiós y unainesperada llegada

Una oportunidad en Washington

Aquellos días enBaltimore

Un nuevo final

Mi matrimonio actual

Adiós a mamá

Las vueltas de la vida

Sobre la autora

Bocci, Sandra

La nuera del embajador / Sandra Bocci. - 1a ed. - Buenos Aires : LID Editorial Empresarial, 2021.

Libro digital, PDF - (Historias de resiliencia / 1)

Archivo Digital: online

ISBN 978-987-4467-19-5

1. Narrativa Argentina. 2. Resiliencia. 3. Política. I. Título.

CDD A863

Fecha de catalogación: Abril de 2021

Los hechos aquí narrados y sus protagonistas son ficticios. Cualquier similitud con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia.

© Sandra Bocci

© LID Editorial Empresarial SRL 2021

LID Editorial Empresarial, S.R.L.

A. Magariños Cervantes 1592 – CABA – Argentina

argentina@lidbusinessmedcom

Instagram: @lideditorialarg

Twitter: LID Editorial Arg

Facebook: LID Editorial Argentina

Dirección general: Lía Sottanis

Dirección editorial: María Laura Caruso

Edición: MLC Servicios Editoriales

Corrección: Pablo Di Julio

Diseño: Cecilia Ricci

Ilustración de tapa: Ana Mac Donagh

Conversión a eBook: Daniel Maldonado

Se imprimió en el mes de marzo de 2021 en Selectus SRL

Queda hecho el depósito que establece la Ley 11.723.

Libro de edición argentina.

No se permite la reproducción total o parcial, el almacenamiento, el alquiler, la transmisión o la transformación de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrónico o mecánico, mediante fotocopias, digitalización u otros métodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infracción está penada por las leyes 11.723 y 25.446.

Editorial y patrocinadores respetan íntegramente los textos de los autores, sin que ello suponga compartir lo expresado en ellos.

Te escuchamos. Escríbenos con tus sugerencias, dudas, errores que veas o lo que tú quieras. Te contestaremos, seguro: [email protected]

Hoy

“Hay tres cosas extremadamente duras: el acero, los diamantes y el conocerse a uno mismo”.

Benjamin Franklin

Es verdad, es duro. Pero es necesario y gracias a ello estoy entera.

Camino las tres cuadras que me separan de mi lugar en el mundo a paso relajado, con la sonrisa calma y la carcajada contenida. La frente en alto, como me enseñó la vida. Dicen que soy elegante y aún atraigo miradas, pero el orgullo de mi caminar viene de saberme la más temeraria de las sobrevivientes, de una belleza que solo yo conozco, una belleza que nada tiene que ver con lo físico, sino con la posibilidad de reír sin límites, a pesar de los pesares. Soy más guerrera que princesa, aunque más de una vez debí calzar zapatos de cristal y no me arrepiento.

El sordo tronar de las llaves en la puerta son la contraseña de bienvenida. Sigue el ahogo del viejo ascensor con puertas tijeras y el breve recorrido silencioso hasta el ingreso a mi paraíso. Hoy me di cuenta de que recorro ese trayecto sin respirar, como cuando uno se zambulle a una piscina y la adrenalina te lleva a hacer un metro y otro más antes de salir a la superficie. Abro esta segunda puerta y por fin respiro, por fin saco la cabeza y abro, realmente, los ojos. Cada mañana tengo un segundo amanecer.

Mi rincón preferido es chico y coqueto. Como gran parte de mi vida, se encuentra en el barrio más tradicional de Buenos Aires. Sus paredes son claras. Sus formas, concretas. La agobiante claridad que se despliega cuando al fin levanto esa persiana de sólida madera, se calma en tramos de colores suaves, gracias a unas pinturas exquisitas heredadas y delicados pero suntuosos tapizados de un buen gusto también en parte heredado, en parte entrenado. La concreción del buen gusto es absolutamente mía. Compré sillas y sillones en un remate y los restauré a mi gusto. Este espacio es realmente mío. Muy distinto a la casa museo donde vivo, donde todos los muebles, o casi todos, son veneración del pasado de mi familia política. No me molesta particularmente, pero no me pertenece del todo.

Mi escritorio es de vidrio y metal, sólido y transparente como me siento. Recorro los pocos espacios como agradeciendo cada metro cuadrado de esta satisfacción tardía y preparo mi café con un poco de leche para sentarme un momento, del lado del paciente, a contar las hojas del árbol de enfrente y redescubrir entre sus huecos las sombras de alumnos que jugaron una vez en ese ruidoso patio que protege. A veces me dejo llevar e invento historias para esos fantasmas. Historias felices que quise vivir, historias de angustias que necesito expiar.

Estoy entera. Respiro mi vida y ahí sí, sale mi furiosa carcajada: ¡¿cómo es que estoy viva?! Esa risa visceral me define, es mi sello, mi madre amaba mi risa... Y tras la carcajada me llueve el alma y la dejo llover. No intento secar ese dolor tan mío, lo protejo, lo arrullo... me convierto en madre de mi dolor, como lo soy de los momentos de felicidad que he diseñado.

Soy psicóloga. Eso ayuda. Me recibí siendo ya grande. Aunque siempre supe lo que quería, mis accesos nunca fueron directos. Papá no quería que estudie esa carrera, tal vez porque temía que lo diagnostique o que desarrolle herramientas que me liberen de él. Papá quería que estudie un secretariado y lo asista, cosa que tampoco hice pues, siempre fui algo rebelde.

Este estar entera de hoy me impulsa a una recapitulación, a un contarme para sanar, a un decir para soltar, a un llorar para perdonar -aunque sé que algunas cosas no perdonaré y no me lo reprocho-, a un parar para seguir, a un narrar para conocerme. Necesito saldar las cuentas viejas. Necesito contarme a mi misma esta vida para reconstruirme, para unir los pedazos que he ido dejando cual migas de Hansel para volver, cuando sea el momento, a casa.

Me propuse esta mañana de otoño repasar mi vida de un tirón, me perdonaré ser algo selectiva con mis recuerdos, pero tengo solo unas cuantas horas antes de que mi primer paciente toque la puerta y no quiero dejar inconcluso mi autorelato.

Antes de ir al inicio, declaro tener tres amorosos hijos, diferentes entre sí y cada uno muy especial, mis dos nietas, un buen compañero, una profesión que me enorgullece y una capacidad de seguir digna de mi propia admiración, y no me sonrojo al decirlo. Mi historia me llevó a un hoy del que no reniego. ¿Soy todo lo feliz que pudiera? Por ahora evito preguntarlo... pero, ¿acaso alguien lo es?

Estoy casada con mi segundo marido hace casi veinticinco años, él es un hombre bueno. Los trece años que me lleva, que eran tan atractivos cuando yo era muy joven, hoy me angustian, pues me acercan a la posibilidad de una nueva pérdida. Aunque cuando lo pienso con calma, la vida es frágil e incierta para todos. Más allá de que estamos viviendo etapas diferentes de la vida, es mi compañero leal. Yo me siento en una época de generación, de producción y de actividad y él se ha retirado ya de sus prácticas profesionales y elije la calma. Su carácter es poco expresivo y muy estructurado, su profesión de ingeniero lo define. A su lado me siento segura.

Yo me mantengo activa, bailo, me capacito, estudio para atender a mis pacientes, participo en lo político... soy un alma inquieta y, seguramente, eso me ha salvado en el pasado y lo hace hoy nuevamente.

Estar entera no significa estar plena, he tenido varias depresiones -seguramente por lealtad con mi madre que también las tuvo y por las cuales estuvo medicada-. La depresión es lazo familiar, cadena. Mi bisabuelo se había suicidado, un secreto familiar bien guardado del que luego hablaré. De él heredé, no la idea de la muerte, sino una tozudez y una dignidad loables, que me mantienen atada a la vida, a pesar de los pesares...

Y sí, también fui nuera de un embajador.

El inicio

“Mi nacimiento fue mi primera desgracia”.

Jean-Jacques Rousseau

No lo creo del todo, pero me resuena el mismo dolor. Mamá nunca fue una mujer con mucha salud, mi embarazo lo padeció y el parto fue peor.

Nací ochomesina en la Capital, en una clínica privada de Barrio Norte. Yo no estaba bien colocada y en lugar de hacer una cesárea, me dieron vuelta dentro de ella. La desgarraron. El trauma de nacer fue más trauma pues del otro lado no me esperaba la sonrisa edulcorada de una madre que al ver a su bebé se olvida del sufrimiento, sino una tibia mueca por un dolor que no podía disimular, aunque estoy segura de que quería hacerlo. Esa escena me la pinté yo con lo que fui escuchando. Mamá era buena e intentaba ser alegre, solo que a veces sufría profundamente y esa pena traspasaba su mirada, por más que ella intentara muecas de sonrisa. Porque mamá intentaba. Ella lo hacía.

Claro que no recuerdo el momento de mi nacimiento, claro que me lo contaron, claro que yo no había diseñado la manera de llegar al mundo. Nadie en la familia tuvo el instinto de decorar el recuerdo, simplemente me lo contaron.

-¡Pobre tu madre! Lo que sufrió esa mujer cuando naciste...

-Ay, si... pobre. ¡Tan frágil y aguantó tanto dolor!

-La desgarraron... literalmente la rompieron por dentro.

-Si uno hubiera sabido que la iba a pasar tan mal... ¡qué desgracia!

-Porque el embarazo también fue un desastre. ¡Cómo no va a estar enferma!

Hay frases que son dagas y en eso, mi familia era experta.

Nací chiquita pero no frágil, nací con 1,800 kilogramos que pelearían por sobrevivir.

Llegué al seno de un mal matrimonio, si no hubiera sido por el anuncio de mi llegada, mis padres se hubieran separado o al menos eso me instalaron en la conciencia, una segunda gran culpa en un solo acto involuntario. Lo cierto es que nunca sabremos el resultado real de los “y si...”.

Tal vez esta situación fue el germen del encono y reproche que había en la relación de mi padre conmigo. Aparentemente fui el ancla a una realidad que no deseaba. Pero así como no elegí mi tortuosa llegada, tampoco pedí nacer, como nadie lo hace. Esta terrible verdad no la imaginé, si bien podía haberla deducido sola con los años, fue una tía la que pensó que era bueno decírmelo sin atenuantes. Mi tía era una de esas personas que dicen “no soy mala, soy honesta” y van por ahí destruyendo con sus “verdades” por el solo hecho de disimular su falta de vida, su imposibilidad de ser feliz. Hay quienes por no sentirse tan únicos en su desdicha, van plantando penas en los otros.

Fue en una siesta, las siestas en algunas familias tienen algo siniestro. Mis padres se habían retirado a descansar, yo estaba colaborando con la recogida de la mesa. Y ahí fue que me llamó con un gesto casi amable y muy grandilocuente.

-Mi querida... viste que tu tía nunca miente, que siempre prefiere la verdad por dura que sea.

-Si tía, ya lo sé... ¿qué pasa ahora?

-No, no es nada nuevo, solo que no quiero llevarme este peso a la tumba.

-¿Otro secreto familiar?

-Bueno... secreto, secreto no, pero seguro necesitás entender porqué tu papá no te mira como a tu hermana.

-No, realmente no necesito saberlo, no quiero hablar de eso...

-¡Querida! La verdad libera...

-Te liberará a vos, que te morís por hablar...

-¡Qué injusta! Yo solo quiero que dejes de culpar a tu padre, cuando fue tu madre la que lo “enganchó” con tu llegada. Si no fuera por vos, él hubiera vivido su vida más feliz.

-Solo te sacaste las ganas de ser indiscreta, a mi no me cambiaste la vida...

-¡Impertinente! Tu padre tiene razón...

-¡Y mi mamá también!

Le solté solo para enloquecerla de intriga y me fui rápido, con la cara alta, como ofendida, pero estaba rota y me tiré en mi cama a llorar muy en silencio. Desarrollé una habilidad de llorar muy bajito, sigilosamente. Eso me define un poco, mi llanto es mudo y mi carcajada estrepitosa.

Nunca pude enfrentar a mi padre con este tema, no quise, sentí que no valía la pena. Mi padre, entre otras cosas, era un cobarde.

Papá era norteamericano. La conoció a mamá a través de la que sería mi madrina. Él vino a traerle una carta del novio y en esa ocasión los presentaron. Hubo una simpatía inmediata, comenzaron una relación y se casaron en apenas seis meses, tal vez fue la posguerra que instaló en el mundo la necesidad de inmediatez. Mi madre era una mujer muy fina y mi padre tenía la hombría de un militar. En algún punto era lógica esa primera atracción, pero la precipitación no dio lugar a averiguar si el enamoramiento era amor... y no lo fue, al menos no uno sano. De todas maneras, el tiempo nos enseña a ser más compasivos con la realidad en la confrontación con los sueños y a entender que cada uno hace lo que puede. Tal vez, a su manera y por momentos, se quisieron.

Mamá se enteraría a destiempo de algunas cualidades de mi padre... una de las más irritantes fue la de ser muy mujeriego. Para una hija es difícil decirlo. Entiendo la profunda amargura de mamá. Todas fantaseamos con amores sanos, plenos, amorosos, tiernamente apasionados, protectores, cómplices... pero entre las fantasías susurradas a la almohada en las oscuras noches y la realidad que ronca del otro lado de la cama hay un abismo tejido de lágrimas y sueños rotos. Mamá lo descubrió demasiado pronto. 

Papá había estado en la Segunda Guerra Mundial. Como toda guerra, dejó profundas huellas y en él se transformaron en violencia, en perversión. Los frentes lo entrenaron para dañar mirando a los ojos, luego ya no pudo empatizar con nadie, ya no había culpa que lo salve de su propia crueldad. Algo de él se quedó en las batallas. No era ya un hombre pleno. Con cada enfrentamiento murió un poco. Lo que me apena es sentir que en algún momento supo vivir, porque eso es lo que le permitía aparentar. Él sabía aparentar muy bien. Era un gran simulador social.

Mi madre, por su lado, venia de familia inglesa y criolla. Mi abuelo había estudiado en Cambridge. Era un adelantado a su época, tenía títulos de ingeniero agrónomo y de administración de campos que nadie poseía en esos años por aquí. Fue con esos títulos que asumió administrar importantes campos en la Provincia de Buenos Aires.

Mi madre se crió en el campo con institutrices y maestras que le daban clases en la casa, por lo que desarrolló una personalidad algo alegre, cariñosa, apegada y llena de vida por estar cerca de sus padres. La vida la fue apagando de a poco, pero hubo un tiempo en que fue plena y feliz. Descubrir esa chispa interna en algunos gestos me daba la ternura y confianza necesarias para enfrentarlo todo. Educación secundaria mamá no hizo, en esa época era considerado innecesario para las mujeres, ellas solo debían ser buenas hijas, esposas y madres.

Mi tío, en cambio, fue al colegio Saint George. Ese privilegio nunca le gustó. Hubiera preferido quedarse en el campo con la familia. Pero así como no había espacio para mujeres eruditas, tampoco lo había para hombres apegados. Fue una excelente persona a la que quise enormemente, era un hombre amoroso y generoso en todo sentido. Era también mi padrino y en ello sentí un gran alivio.