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Beschreibung

La Orestíada, Orestea u Orestía es una trilogía de obras dramáticas de la Grecia Antigua escrita por Esquilo, la única que se conserva del teatro griego antiguo. Trata del final de la maldición de la casa de Atreo.

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LA ORESTÍADA

ESQUILO

ARGUMENTO

Al partir Agamenón para Troya había prometido a Clitemnestra que le anunciaría por medio de hogueras la toma de la ciudad el mismo día que sucediese. Desde entonces Clitemnestra tenía puesto de atalaya a un siervo que debía estar en observación por si se veían las señales. El atalaya ve la hoguera, y corre a anunciarlo a su señora. La cual, con aquella nueva, viene a los ancianos que com-ponen el coro de esta tragedia y les comunica el feliz suceso. Poco después llega Taltibio, quien refiere todo lo acaecido en la expedición. Por último, aparece Agamenón en su carro de guerra, seguido de Casandra, que viene en otro carro, con todo el botín y los despojos tomados al enemigo. El Rey se retira a su palacio acompañado de Clitemnestra, y en tanto Casandra predice los crímenes que han de ensangrentar aquella regia morada: su muerte, la de Agamenón y el parricidio de Orestes. Acometida como de furor profético, arroja sus ínfulas de sacerdotisa y corre al lugar donde sabe que va a morir. Y aquí entra la parte de la acción más digna de admirarse, y más apta para causar en los espectadores terror y compasión. Esquilo hace verdadera-mente que Agamenón sea muerto en escena.

La muerte de Casandra se consuma en silencio; pero después el poeta hace que aparezca a la vista el cadáver de la infortunada. Y en conclusión, presenta a Clitemnestra y a Egisto haciendo alarde de haber tomado los dos venganza en una misma y única cabeza: ella, de la muerte de Ifigenia; él, de los males que causó Atreo a su padre Tiestes.

La tragedia fue representada el año se-gundo de la Olimpiada ochenta, bajo el ar-contado de Philocles. Obtuvo el premio Esquilo con Agamenón, Las Coéforas y Las Euménides, y con el Proteo, drama satírico. Tuvo el oficio de corega en esta representación Xono-cles Aphidneo.

PERSONAJES DE LA ACCIÓN

AGAMENÓN.

EGISTO.

TALTIBIO, mensajero.

EL VIGÍA.

CLITEMNESTRA.

CASANDRA.

EL CORO DE LOS ANCIANOS.

Agamenón

La escena en la plaza de Argos. En el fondo, el palacio de Agamenón.

EL VIGÍA

Pido a los Dioses que me libren de estas fatigas, de este velar sin fin que todo el año prolongo, como un perro, en el punto más alto del techo de los Atridas, contemplando las constelaciones de los Astros nocturnos, que traen a los vivos invierno y verano, reyes resplandecientes que en el Éter destellan, y se levantan y presentan ante mí. Y ahora espero la señal de la antorcha, el esplendor del fuego que ha de anunciar, desde Troya, la toma de la ciudad. He aquí lo que el corazón de la mujer imperiosa manda y desea. Aquí y allá, durante la noche, en mi lecho húmedo de rocío y no frecuentado por los Ensueños, la inquietud me mantiene en vela, y tiemblo por que el sueño me cierre los párpados. Alguna vez me pongo a cantar encontrando así un modo de no dormirme, y gimo por las desdichas de esta casa, tan menoscabada en su antigua prosperidad. ¡Acabe ya de llegar la venturosa liberación de mis fatigas! ¡Ojalá aparezca el fuego de la buena nueva en medio de las sombras!

¡Ah! ¡Salve, lucero nocturno, luz que traes un día feliz y fiestas a todo un pueblo, en Argos, por tal triunfo! ¡Oh, Dioses, Dioses!

Voy a decírselo todo a la esposa de Agamenón, para que, alzándose pronta de su lecho, salude a esa luz con gritos de júbilo, en las moradas, ya que la ciudad de Ilión ha caído, como lo anuncia esa luminaria brillante. Yo mismo voy a conducir el coro de la alegría y proclamar la feliz fortuna de mis señores, pues tuve tan propicia suerte de verla. ¡Séa-me concedido que el Rey de estas moradas una, al volver, su mano a mi mano! Lo demás callaré, un gran buey pesa sobre mi lengua.

Si esta casa tuviese voz, claramente hablaría.

Yo hablo de buen grado con los que saben; mas no con los que nada saben.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Este es el año decimonono después que los poderosos enemigos de Príamo, el rey Menelao y Agamenón, eximio par de Atridas, favorecidos por Zeus con trono y cetro dobles, arrastraron lejos de esta tierra las mil naves de la flota argiva, fuerza bélica, y pro-yectaron desde la profundidad de sus pechos inmenso ardor guerrero, como buitres que, al echar de menos amargamente a los polluelos que asomaban sobre sus nidos, vuelan en rápidos giros y agitan las alas como remos: porque los nidos, en vano vigilados, han sido despojados de sus hijuelos. Mas algún Dios oye al cabo, bien sea Apolo, Pan o Zeus, el agudo lamentar de las aves, y manda a la tardía Erinnis en persecución de los raptores.

Así Zeus, omnipotente y fiel a las leyes de la hospitalidad, impulsa a los hijos de Atreo contra Alejandro, a causa de una mujer que muchas veces se desposó. ¡Cuántas luchas feroces, infligidas a dánaos y troyanos, cuántos miembros quebrantados de fatiga, rodillas heridas contra el suelo, lanzas rotas en la vanguardia de las batallas! Ahora lo decretado hecho está, y la fatalidad se ha cumplido: y ya ni lamentos, ni libaciones, ni gemidos de dolor han de apaciguar la cólera de los dioses, faltos de la llama de los sacrificios. Nosotros, privados de engrosar la expedición, a causa de la vejez de nuestra carne agotada, permanecemos aquí, iguales en fuerza a los niños y apoyados en nuestros báculos: que el corazón que late en el pecho de un niño es semejante al del anciano, y Ares en ellos no reside. Cuando la ancianidad extrema con su follaje se mustia, camina sobre tres pies, sin más fuerza que la infancia, como espectro errante en pleno día.

Pero, ¡oh, tú, hija de Tíndaro, Reina Clitemnestra! ¿Qué sucede? ¿Qué novedad ocurre? ¿Qué has sabido, que así mandas preparar sacrificios por todas partes? Arden todos los altares, cargados de ofrendas, los altares de todos los Dioses, de los que frecuentan la Ciudad, de los Dioses supernos y de los Dioses subterráneos, y de los doce grandes Uranios. Por todas partes, hacia el Urano, as-ciende la llama atizada con el suave alimento del óleo sagrado, y traen las santas libaciones del fondo secreto de la regia morada.

Dinos lo que puedas y lo que te sea lícito decir. Mitiga la ansiedad, consiente a la esperanza dichosa, inspirada por estos sacrificios, que disipe la tristeza que me devora el corazón.

Estrofa.

Mas yo referiré el vigor de los príncipes que se alejaron con dichosos auspicios. Me convidan los Dioses a que lo celebre cantando y para ello tengo fuerza todavía; a que ensal-ce lo que sucedió cuando ambos tronos de los acayos, ambos jefes de la mocedad de Héla-de, por presagio irresistible marcharon contra la tierra de los troyanos, lanza en mano y prontos a la venganza. A los Reyes de las naves, dos reinas de las aves, negra una, de blanco lomo la otra, aparécense no lejos del palacio, por la parte de la mano que blande la lanza. Y estaban devorando, en las moradas resplandecientes, de los cielos, una liebre preñada y a una raza que no había podido salvarse en huida suprema. ¡Celébralo con lúgubre canto: mas todo acabe en victoria!

Antistrofa.

El sabio y prudente adivino del ejército; cuando hubo observado las aves, reconoció en ellas a los dos belicosos Atridas, jefes, príncipes, devoradores de liebres, y así les habló, interpretando el augurio: "Con el tiempo, esta hueste ha de conquistar la ciudad de Príamo, y serán devastadas violentamente las abundosas riquezas que los pueblos amontonaran en los recintos reales, con tal que la cólera divina no empañe el sólido freno forjado en este campamento para Troya. En efecto, la casa de los Atridas es odiosa a la casta Artemis, pues los alados Perros de su padre han devorado allí una liebre temblo-rosa, antes de que hubiese parido, y toda su cría. A Artemis le horrorizan banquetes de águilas." ¡Celébralo con lúgubre canto: mas todo acabe en victoria!

Épodo

"No lo dudéis, esta bella Diosa es bené-

vola para con los débiles cachorrillos de los leones salvajes, como para todos los hijuelos que crían los animales de los bosques, mas quiere que los augurios de las águilas, manifiestos a la diestra mano, se cumplan también, aunque infundan temores. Por eso invoco a Peán defensor, para que Artemis no mande a la flota de los dánaos el soplo de los vientos contrarios y las tardanzas de la nave-gación, o incluso un sacrificio horrible, ilegí-

timo, sin festín, causa cierta de cóleras y rencores contra un marido. ¡Sin duda ha de quedar aquí un terrible recuerdo doméstico, lleno de perfidias y venganza por los hijos!" Así, Calcas, luego de contemplar las Aves en el comienzo de la expedición, anunció las prosperidades y las desgracias fatídicas de las casas reales. ¡Celébralo con él, en lúgubre canto; mas todo acabe en victoria!

Estrofa I.

¡Oh, Zeus! Si te agrada con este nombre ser invocado, con este nombre yo te invoco.

Después de considerarlo, ninguno encuentro comparable a Zeus, si no es Zeus, para alige-rar el vano peso de las inquietudes.

Antistrofa I

El primero de todos, que fue grande, y a todos dominaba con su fortaleza juvenil, su vigor y su audacia, ¿qué pudiera, decaído tanto tiempo ha? El que vino después ha sucumbido, encontrándose con un vencedor; mas quien pío celebra a Zeus victorioso, llé-

vase de seguro la palma de la sabiduría.

Estrofa II

El que conduce a los hombres por el camino de la sabiduría y ha decretado que al-canzaran la ciencia en el dolor. El recuerdo amargo de nuestros males llueve en derredor de nuestros corazones durante el sueño, y, a nuestro pesar, la sabiduría llega. Y gracia tal nos la conceden los Demonios sentados en las alturas venerables.

Antistrofa II

Entonces, el Jefe de las naves argivas, el mayor de los Atridas, sin echar nada en cara al adivino, consintió en las calamidades posibles, en tanto que el ejército aqueo permanecía inerte, varado en la ribera frente a Calcis, en las tempestuosas corrientes de Aulide.

Estrofa III

Y los vientos contrarios que desde el Estrimón soplaban, trayendo la inacción, ago-tando los víveres, quebrantando de fatiga a los marinos, sin respetar las naves ni las ma-niobras, haciendo mayores los retrasos, consumían la flor de los Argivos. Y el adivino, a tan cruel tormenta, propuso, en nombre de Artemis, un remedio más terrible que el mal, y los Atridas, golpeando con sus cetros la tierra, no contuvieron sus lágrimas.

Antistrofa III

Entonces, el Jefe, el mayor de los Atridas, habló así: "Hay riesgo terrible sí hoy se me obedece, mas terrible es asimismo matar a esa niña, ornato de mi casa; mancillar mis manos paternas con sangre de la virgen degollada ante el altar. ¡Desgracias por una y otra parte! ¿Cómo pudiera abandonar la flota y mis aliados? Lícito es para ellos el desear que tal sacrificio, la sangre de una virgen, calme los vientos y la ira de la Diosa, pues todo sería para mejorar.

Estrofa IV

Cuando así hubo sentido sobre sí el yugo de la necesidad, mudando designio, sin compasión, furibundo, impío, resolvióse a obrar hasta el fin. Así la demencia, consejera miserable, fuente de discordia, da mayor audacia a los mortales. Atrevióse a ser el sacrificador de su hija, como primera víctima de la arma-da y en favor de una guerra que vengaría la afrenta de una mujer.

Antistrofa IV

Y los caudillos, ávidos de lucha, desoye-ron las preces de la virgen, y sus tiernas sú-

plicas al padre, y su juventud no los conmo-vió. Y el padre ordenó a los sacrificadores, después de la invocación, que tendiesen a la doncella en el ara, como a una cabra, envuelta en sus vestiduras y la cabeza colgando, y que oprimiesen su linda boca para sofocar las imprecaciones funestas contra los suyos.

Estrofa V

Mas, en tanto que dejaba caer en la tierra el velo rojo que cubría su frente, con un destello de sus ojos transió de lástima a los sacrificadores, hermosa como en las pinturas, y deseosa de hablarles, tal como a menudo encantara con suaves palabras los ricos festines paternos, cuando, casta y virgen, honra-ba con su voz la vida tres veces dichosa de su padre querido.

Antistrofa V

Lo que luego sucedió, ni lo he visto ni lo puedo decir; mas la ciencia de Calcas no era vana y la justicia muestra el porvenir a los que sufren. ¡Regocíjese aquel que prevé sus males! Es desesperar antes de tiempo. Lo que el oráculo anuncia se cumple manifiestamente. Sea la prosperidad, tal como lo desea esta que viene, el sostén único de la tierra de Apis.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Heme aquí, Clitemnestra, sumiso a tu potestad. Conviene honrar a la esposa del príncipe cuando éste ha dejado el trono va-cío. Bien hayas recibido nuevas felices, o, sin que te hayan llegado, dispongas estos sacrificios en la esperanza de recibirlas, con alegría te oiré, y no te haré reconvención alguna si callas.

CLITEMNESTRA

Como se ha dicho, ¡nazca la aurora feliz de la noche materna! Escucha, y una alegría tendrás mayor que tu esperanza: los argivos son dueños de la ciudad de Príamo.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Qué dices? Unas palabras has dicho, y apenas las creo.

CLITEMNESTRA

Digo que Troya es de los argivos. ¿No lo dije claro?

EL CORO DE LOS ANCIANOS

La alegría me colma y excita mis lágrimas.

CLITEMNESTRA

Ciertamente, tus ojos revelan tu bondad.

EL CORO DE LOS ANCIANOS.

Mas ¿tienes testimonio seguro de tal noticia?

CLITEMNESTRA

Lo tengo, en verdad, a no ser que algún Dios me engañe.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Acaso diste fácil crédito a una visión en sueños?

CLITEMNESTRA

Nunca tomara por verdades las ilusiones de mi mente dormida.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¿Qué flotante rumor no es causa de tu gozo?

CLITEMNESTRA

¿Dudarás por mucho tiempo de mi prudencia, cual si fuese yo una adolescente?

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Pues ¿cuándo se ha destruido la Ciudad?

CLITEMNESTRA

En la misma noche de la que ha nacido este día.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Y ¿qué mensajero ha podido llegarse con tal rapidez?

CLITEMNESTRA

Hefesto ha mandado brotar, en el monte Ida, una luz brillante. De lumbre en lumbre y por la carrera del fuego, aquí la ha enviado.

El Ida está frente al Hermayo, colina de Lem-nos. Desde esta isla, la gran fogata saltó al tercer lugar, al Atos, montaña de Zeus. El resplandor de la hoguera, jubilosa y rápida, se ha lanzado desde aquella cumbre sobre la espalda del mar, y como un Helios, ha de-rramado sus luces de oro en las cavernas del Macisto. Inmediatamente, sin dejarse vencer por el sueño, han trasmitido aquí la noticia. El fulgor, proyectándose a lo lejos hasta el Euri-po, ha llevado el mensaje a los vigías del Me-sapio; y éstos, a su vez, prendiendo un montón de helechos secos, han suscitado la llama y han hecho correr la noticia. Y la luz, activa y sin desfallecer, volando sobre las llanuras de Asopo, como la brillante Selene, hasta la cumbre del Citerón, ha hecho brotar en él otro fuego. Los vigías han acogido esa luz llegada de larga distancia y han encendido una pira más resplandeciente aún, cuyo esplendor, por encima de la laguna de Gorgo-pis, lanzándose hasta el monte Egiplaxto, ha instado a los vigías a que no descuidasen el fuego. Han desplegado con violencia un gran torbellino de llamas, que abrasa la ribera, más allá del estrecho de Sarónico, y se ex-tiende hasta el monte de Aracneo, próximo a la ciudad. Por último, esa luz que salió del Ida ha llegado a la casa de los Atridas. Tales son las señales que había yo dispuesto para que de una a otra se transmitiese la nueva. La primera ha vencido, y la última también. Tal es la prueba cierta de lo que te he contado.

Mi esposo me lo ha anunciado desde Troya.

EL CORO DE LOS ANCIANOS

¡Oh, mujer! Gracias daré a los Dioses más adelante, pues quisiera oír y admirar aún esas palabras si las repitieses, continuamente.

CLITEMNESTRA

Hoy los aqueos son los dueños de Troya.

Aun me parece oír los clamores opuestos que resuenan en la Ciudad. De igual modo, cuando se vierte vinagre y aceite en un mismo vaso, la discordia se interpone entre ambos y no se pueden unir. Así, también, vencedores y vencidos lanzan los gritos discordes de sus destinos contrarios. Aquí están abrazados a los cadáveres de mandos, hermanos, allegados, y los niños sobre los de los viejos. Los que padecen servidumbre lamentan el destino de los que tan caros les eran. Los vencedores, quebrantados por la fatiga del combate nocturno, y hambrientos, buscan en confu-sión los manjares que la Ciudad posee. Según la suerte, cada cual entra en las moradas cautivas de los troyanos, al abrigo de lluvias y rocíos, y como el que nada tiene, se va a dormir, sin guardas, la noche entera. Si res-petan a los Dioses de la Ciudad conquistada y sus templos, no serán los vencedores a su vez vencidos. No arrastre la codicia desde el primer momento al ejército a cometer acciones impías, en su deseo de botín. Pues es necesario que vuelvan a salvo a sus casas, deshaciendo el camino que peligrosamente recorrieron. Si el ejército dejase atrás Dioses ultrajados, la ruina de los vencidos fuera bas-tante para despertar la venganza, aun cuando no se hubiesen cometido otros crímenes.

Tales son las opiniones de una mujer. ¡Todo suceda manifiestamente para bien! ¡Concedi-da les sea toda prosperidad!

EL CORO DE LOS ANCIANOS

Mujer, hablaste con generosidad y como lo hubiese hecho un hombre prudente. No dudo de que cuanto me anunciaste es verdad, y voy a dar gracias por ello a los Dioses, pues de grandes trabajos digna recompensa han obtenido.

¡Oh, Rey Zeus! ¡y tú, Noche cara, que tan gran gloria nos diste, que tendiste una red espesísima sobre los muros de Troya para que nadie, hombre o niño, pudiera evadirse de las amplias mallas de la servidumbre!

Gracias doy a Zeus hospitalario que tal quiso y que ya de antes tendía el arco contra Alejandro, para que la flecha, lanzada antes del tiempo oportuno, no se perdiese más allá de los astros.

Estrofa I

Los heridos por la venganza de Zeus pueden relatarla, y se les permite seguirla del principio al fin. Si alguno dijere que los Dioses no se curan de los mortales que huellan el honor de las sacras leyes, no es varón piadoso. Verdad manifiesta es para los descendientes de aquellos que atizaban una guerra tanto más inicua cuanto mayores eran las riquezas que en sus casas abundaban. Para que mi vida se vea preservada de infortunio, básteme la sabiduría; pues las riquezas de nada sirven al hombre que, insolente, huella para su propia ruina el ara santa de la Justicia.

Antistrofa I

La persuasión del crimen, hija funesta de Até, le arrastra con violencia, y vano es todo remedio. La culpa no queda borrada, antes adquiere mayor brillo con horrible luz. [...]