Prometeo encadenado + Una libra de carne - Esquilo - E-Book

Prometeo encadenado + Una libra de carne E-Book

Esquilo

0,0

Beschreibung

Dos obras de teatro que desarrollan el controvertido tema de la Justicia. La mirada trágica de Esquilo cuestiona el castigo excesivo, y la satírica de Agustín Cuzzani denuncia la injusticia.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 139

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



Colección Generación Z

Realización: Letra Impresa

Autores: Esquilo y Agustín Cuzzani

Dirección de colección: Patricia Roggio

Edición: Elsa Pizzi

Diseño: Gaby Falgione COMUNICACIÓN VISUAL

Fotografía de tapa: Macarena Díaz Bradley

Esquilo Prometeo encadenado + Una libra de carne / Esquilo ; Agustín Cuzzani. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Letra Impresa Grupo Editor, 2020. Libro digital, EPUB. Archivo Digital: descarga y online. ISBN 978-987-4419-27-9 1. Material Auxiliar para la Enseñanza . I. Cuzzani, Agustín. II. Título. CDD 371.33

© Letra Impresa Grupo Editor, 2020 Guaminí 5007, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. Teléfono: +54-11-7501-126 Whatsapp +54-911-3056-9533contacto@letraimpresa.com.arwww.letraimpresa.com.ar Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción parcial o total, el registro o la transmisión por un sistema de recuperación de información en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin la autorización previa y escrita de la editorial.

En busca del equilibrio

¿Cuántas veces oímos a diario la palabra justicia? Leemos en los diarios o escuchamos en los noticieros: “Quien haya apostado por esta final del Mundial debe considerarse con justicia un adivino”, “La familia confía en que se haga justicia”, “Teniendo preso al asesino, consideramos que hubo justicia”, “En el conflicto con la papelera, intervino la Justicia”. En estos ejemplos vemos distintos usos de la palabra justicia y que se corresponden con las acepciones que el diccionario de la RAE brinda de ella: “Derecho, razón, equidad. // Aquello que debe hacerse según derecho o razón. // Pena o castigo público. // Poder judicial”.

Nuestra vida social está “atravesada” por situaciones en las que se invoca la justicia: cada vez que hay dos partes en conflicto y se necesita la intervención de un tercero para que decida cuál tiene razón. Una discusión entre hermanos, entre compañeros de escuela o entre estudiantes y profesores, una jugada dudosa en un partido de fútbol son ejemplos de circunstancias en las que se precisa de un mediador que evalúe los actos de las partes y dé un veredicto: los padres, el tutor del curso, el consejo de convivencia, el árbitro. Por lo general, en estos casos de la vida cotidiana, la decisión que toma el mediador es aceptada por las partes en conflicto, porque ambas creen que este actuó con equidad.

Pero no siempre ocurre así y más aún cuando los problemas se suscitan en el ámbito público. Todos estamos de acuerdo en que robar o matar es malo y que se hace justicia cuando se castiga al culpable. Sin embargo, no todos creen que es un acto de justicia el hecho de que un grupo corte una calle o una ruta en protesta por una situación que considera, paradójicamente, injusta. Cuando se vulnera un derecho, ¿es justo responder quebrantando otro? ¿Qué hace más daño a toda la sociedad? ¿Debe intervenir el Poder judicial y hacer valer el derecho al libre tránsito que asegura nuestra Constitución Nacional? Estas preguntas no son fáciles de responder o, en todo caso, no tienen una única respuesta.

Tampoco deja de haber controversia cuando, tratándose de delitos claros y objetivos, interviene necesariamente el Poder judicial y aplica las leyes. Pongamos, por caso, un robo y un acusado. El delito existió, pero no hay pruebas que demuestren la culpabilidad del detenido. El damnificado pide justicia y el acusado, también. Ambos se consideran víctimas de una situación injusta. El legítimo reclamo del damnificado choca con la legítima presunción de inocencia del acusado.

En una sociedad en la que las relaciones son complejas, en la que el prejuicio prevalece, en la que las sospechas aventajan a las pruebas, la tarea de la Justicia no es sencilla. Por eso se la simboliza con la figura de una mujer que tiene los ojos vendados (para no discriminar, juzgando por las apariencias) y sosteniendo una balanza (para no inclinarse por el poderoso) y restablecer el equilibrio perdido.

La Justicia: una señora ciega ¿y sorda?

En una entrevista concedida a la radio FM Jai, la hermana de un joven muerto en el atentado a la AMIA en 1994 afirmó: “Después de 16 años no hay justicia. Aquí hay un reclamo por el que hay que luchar, por el que hay que seguir estando de pie”. Si hacemos un relevamiento de las veces en que se menciona la palabra justicia en los medios, veremos que habitualmente aparece junto a “reclamo”.

Es que, a pesar de que desde siempre, los hombres han creído en la justicia, a menudo están convencidos de su ausencia. Y esto es así por variadas razones: puede suceder porque efectivamente no se llegó a una resolución, como en el caso del atentado a la AMIA. O también porque la sentencia dictada por el juez no dejó conforme a una de las partes involucradas, o porque el castigo se considera insuficiente en relación con el daño causado o, por el contrario, excesivo. Entonces, el reclamo sigue vigente porque el equilibrio no se ha restituido, la balanza continúa inclinada.

Y así, la falta de justicia en la sociedad impulsa a todos sus integrantes a movilizarse, en mayor o menor medida, en ámbitos más pequeños o más amplios, para hacerla prevalecer. El pedido de justicia siempre encuentra eco en la comunidad, porque todos sabemos que no hay convivencia posible sin equidad. Y como los parámetros con los que se mide van cambiando a medida que la humanidad evoluciona, siempre hay nuevas controversias acerca de qué es lo justo y qué no lo es.

Las obras que van a leer los desafían a reflexionar y a tomar posición frente a las situaciones que presentan. Una de ellas se escribió hace muchos siglos y sus personajes pertenecen a un tiempo mítico. La otra ubica su conflicto en una época reciente y su protagonista es fácilmente reconocible en nuestros días. Ambas discuten el modo implacable de administrar justicia, pero con algunas diferencias. En el caso de Prometeo encadenado, se trata de un cuestionamiento a lo excesivo del castigo, pero no a la condena. En cambio en Una libra de carne, se critica a la Justicia mostrando en escena un juicio injusto. Sus protagonistas no ven una salida a la situación en la que se encuentran, uno por soberbio y el otro por pasivo, y en ese comportamiento se evidencian dos de las conductas humanas posibles frente a los conflictos que se presentan en la vida. Por eso, después de leer estas obras, el debate queda abierto: ¿se hizo justicia?, ¿quién tuvo la culpa?, ¿merecen la condena?

Prometeo Encadenado

Personajes

El Poder La Violencia Hefesto Prometeo Océano Ío Hermes Coro de las Oceánidas

PRÓLOGO

En la cima de una montaña, cerca del mar. AparecenEl PoderyLa Violenciaconduciendo aPrometeo. Los sigue Hefesto, provisto de sus herramientas de herrero.

El Poder. –Ya estamos en el último confín de la Tierra, en la región escita [1], en un páramo inaccesible. A ti, Hefesto, te corresponde cumplir las órdenes que te dio el Padre [2]: en ese alto precipicio debes atar a este malhechor con irrompibles cadenas de hierro, porque robó tu preciado don, el brillante fuego, que es el origen de todas las artes, y se lo dio a los mortales. Es justo que pague a los dioses por esa falta y así, aprenderá a aceptar la autoridad de Zeus y a dejar de favorecer a los hombres.

Hefesto. –Poder y Violencia, ya han cumplido el mandato de Zeus y nada los retiene aquí. Pero yo no me atrevo a encadenar a un dios de mi propia sangre [3] en este precipicio azotado por las tormentas. Sin embargo, es preciso que encuentre el valor para hacerlo, ya que es muy grave desobedecer las órdenes del Padre. (A Prometeo.) Aunque a ambos nos pese, magnánimo hijo de la consejera Temis [4], voy a atarte con firmes lazos de hierro en esta inhóspita roca, donde no volverás a escuchar la voz ni podrás ver la figura de un mortal. Aquí, quemada por los ardientes rayos del sol, tu piel cambiará de color. Con alegría verás llegar la noche, que te ocultará la luz con su manto estrellado, pero el sol secará el rocío del amanecer y de nuevo te atormentará, pues todavía no ha nacido tu libertador. ¡Esto es lo que has ganado con tu afición de favorecer a los hombres! Tú, un dios que no teme la cólera de los dioses, les has otorgado inmerecidos honores a los mortales y, en pago, permanecerás atado a esta roca, montando dolorosa guardia, eternamente de pie, sin poder dormir, sin poder descansar. En vano te lamentarás y gemirás: el corazón de Zeus es inconmovible, pues siendo tirano nuevo [5], es impiadoso.

El Poder. –¡Basta! ¿Por qué vacilas y para qué te lamentas innecesariamente? ¿Cómo no detestas a este dios, el más aborrecido de los dioses, el que ha entregado el fuego a los mortales?

Hefesto. –¡Son tan poderosos los lazos de sangre y la amistad!

El Poder. –De acuerdo. Pero ¿cómo es posible que desobedezcas las órdenes del Padre? ¿No crees que eso es mucho más peligroso?

Hefesto. –¡Nunca tuviste misericordia y estás lleno de crueldad!

El Poder. –No te fatigues en vano, pues no ganas nada compadeciéndote de su desgracia.

Hefesto. –¡Oh, aborrecido oficio!

El Poder. –¿Por qué lo maldices? Tu oficio no tiene la culpa de su infortunio.

Hefesto. –Habría preferido que esta tarea le hubiera tocado en suerte a otro.

El Poder. –Todo oficio y toda tarea ya han quedado establecidas, excepto para Zeus; solo él es libre.

Hefesto. –Ya lo sé y nada tengo que objetar.

El Poder. –¿Entonces? ¿Qué esperas para encadenarlo? No vaya a ser que el Padre te vea dudar.

Hefesto. –¿No ves que ya tengo las esposas?

El Poder. –Tómalas, entonces, martíllalas junto a sus manos con toda tu fuerza y clávalas a la roca.

Hefesto. –Ya termino. No me apures.

El Poder. –Golpea más fuerte. Aprieta, para que nunca se aflojen. Este es muy diestro y encuentra salidas hasta en lo imposible.

Hefesto. –Este brazo ya está muy bien sujeto. No se puede escapar.

El Poder. –Y ahora ese otro. Encadénalo firmemente, para que aprenda que su astucia no puede compararse con la de Zeus.

Hefesto. –Salvo él, nadie podrá quejarse con razón de mi trabajo.

El Poder. –Ahora, clávale con fuerza esa cuña de hierro en medio del pecho.

Hefesto. –¡Oh, Prometeo, cuánto lo lamento!

El Poder. –¿Otra vez vacilas y gimes por el enemigo de Zeus? Ten cuidado, no vaya a ser que algún día debas compadecerte de ti mismo.

Hefesto. –Estás viendo un espectáculo horrendo. ¿No te conmueve?

El Poder. –Estoy viendo a alguien que recibe lo que merece. Así que rodea su cintura con una cadena.

Hefesto. –Debo hacerlo, no me des más órdenes.

El Poder. –No dejaré de dártelas. Desciende y átale las piernas.

Hefesto. –Ya está. He terminado con rapidez.

El Poder. –Ahora, golpea con fuerza los clavos de los grilletes. Mira que te vigilo atentamente.

Hefesto. –Tus palabras son tan duras como tu rostro.

El Poder. –Tú sé todo lo blando que quieras, pero a mí no me eches en cara mi arrogancia y la dureza de mi condición.

Hefesto. –Ya está encadenado. Marchémonos.

El Poder (A Prometeo.) –A ver, insolente, si ahora te atreves a robar a los dioses sus privilegios para dárselos a los seres de un día [6]. ¿Qué podrán hacer los mortales para aliviar tus penas, aunque sea un poco? En verdad se equivocan los dioses en llamarte Prometeo [7], pues tú mismo necesitas un Prometeo para saber cómo desenredar estas cadenas.

Salen El Poder, La Violencia y Hefesto.

COMMÓS

Prometeo.–¡Oh, divino éter [8] y vientos de alas rápidas! ¡Oh, fuentes de los ríos y perpetua risa de las olas marinas! ¡Oh Tierra, madre de todos, y tú, Sol, ojo que todo lo ve! ¡Yo los invoco! Miren lo que yo, siendo un dios, debo sufrir por obra de los dioses. Contemplen la humillación a la que he sido sometido y que deberé padecer durante infinitos años. Esta cadena es el indigno castigo que me ha impuesto el nuevo rey de los bienaventurados [9]. ¡Ay de mí! Lloro por los males presentes y también por los que me esperan en el futuro. ¿Cuándo llegará el fin de mis penas? Pero, ¿qué digo? ¡Si sé muy bien todo lo que sucederá y no vendrá ninguna desgracia que yo no haya previsto [10]! Es preciso, entonces, que acepte mi suerte, pues el Destino es invencible. Y, sin embargo, ¡ni puedo hablar de mis desventuras ni tampoco dejar de hacerlo! ¡Desdichado de mí! Por haber favorecido a los mortales, sufro ahora este suplicio. Un día, robé una chispa, madre del fuego, la puse en una caña hueca y se la llevé a los hombres. Y el fuego fue, para ellos, el maestro de toda industria. Por ese acto ahora pago la pena, encadenado y expuesto a las inclemencias del cielo. ¡Ay de mí! ¿Y ese rumor? ¿Qué es ese aroma invisible que me envuelve con sus alas? ¿Procede de un dios, de un mortal o semidios? ¿Acaso ha llegado hasta aquí, a los límites del mundo, para contemplar mis males o a qué vendrá? ¡Miren a un infeliz dios encadenado, a un enemigo de Zeus, a quien se ha ganado el odio de cuantos pisan su morada por haber amado demasiado a los hombres! ¡Ah! ¿Qué rumor de aves oigo otra vez cerca de mí? El aire susurra con el suave batir de sus alas. Todo lo que se me acerca me aterroriza.

EPISODIO I

Aparece el Coro de las Oceánidas[11] en un carro alado.

ESTROFA I

Coro de las Oceánidas. –No temas. Esta bandada que, con rápido aleteo ha llegado a esta roca, es amiga tuya. A duras penas logré persuadir al Padre, pero al fin las brisas veloces me han traído. El eco de los golpes sobre el hierro llegó hasta el fondo de mis cavernas, haciéndome vencer mi timidez y, descalza, corrí hasta aquí en este carro alado.

Prometeo. –¡Ay, hijas de la fecunda Tetis, hijas del padre Océano, cuyo incansable curso gira en torno de la Tierra! ¡Mírenme, aprisionado con cadenas en la cima de este precipicio y haciendo una guardia que nadie envidiaría!

ANTIESTROFA I

Coro de las Oceánidas. –Estoy viéndote, Prometeo, y una nube de temerosas lágrimas llena mis ojos al contemplar tu cuerpo consumido en esas rocas entre humillantes hierros. Nuevos mandos gobiernan el timón del Olimpo [12]; Zeus reina a su gusto con nuevas leyes, y los que ayer eran poderosos hoy ya no lo son.

Prometeo. –¡Ojalá, después de sujetarme con estas indestructibles cadenas, me hubiera arrojado a las entrañas de la Tierra, al oscuro hospedaje de los muertos, el impenetrable Tártaro [13]! De ese modo, ni un dios ni ningún otro ser se alegraría con mis males. Pero aquí estoy, desdichado de mí, como un juguete de los vientos, sufriendo miserablemente para regocijo de mis enemigos.

ESTROFA II

Coro de las Oceánidas. –¿Qué dios tendría el corazón tan duro como para deleitarse con tus padecimientos? ¿Quién no se apenaría de tus males? Solo Zeus, siempre furioso e insensible, que oprime a la estirpe celestial y que no cederá hasta que no se haya apaciguado su rencor, o hasta que alguien inesperadamente lo despoje de ese poder tan difícil de arrebatar.

Prometeo. –En verdad les digo que, aunque ahora me encuentro ultrajado por estas viles cadenas que amarran mis miembros, llegará el día en que el rey de los bienaventurados me necesitará, pues yo seré quien le advierta que si toma una resolución alguien lo despojará de su cetro y de sus honores [14]. Y no podrá ablandarme con frases encantadoras y melosas, ni tampoco hablaré por temor a las amenazas más terribles. Hasta que no me haya librado de estos ásperos hierros y acceda a compensar este ultraje, no le revelaré el secreto.

ANTIESTROFA II

Coro de las Oceánidas. –¡Qué atrevido eres! ¡Ni aun sufriendo amargamente hablas con prudencia! Temo por tu suerte y un profundo terror me invade. ¿Cuándo verás llegar el fin de tus desdichas? Mira que el hijo de Cronos tiene un carácter inflexible y es duro de corazón.

Prometeo. –Sé que es severo y que hace ley de sus caprichos. Pero llegará el día en que su corazón se ablande, cuando sea golpeado por la desdicha. Y entonces, abandonando su indomable orgullo, se acercará a mí y solicitará mi ayuda y amistad.

Coro de las Oceánidas. –Cuéntame qué delito cometiste para que Zeus te haya castigado de una manera tan infame y cruel. Habla, si tu relato no te causa pena.

Prometeo. –Me duele hablar de ello, pero también me duele callar. Cuando el odio nació en el corazón de los dioses y la discordia se levantó entre ellos, unos querían arrojar a Cronos de su trono y que reinara Zeus, y otros, por el contrario, peleaban por que Zeus no mandara jamás sobre los dioses. Yo traté en vano de persuadirlos con mis mejores consejos. Los Titanes, hijos de la Tierra y del Cielo [15], despreciando la cautela y el ingenio que yo les proponía, se jactaban de que solo por la fuerza alcanzarían su propósito. Pero mi madre, Temis o la Tierra [16]