Erhalten Sie Zugang zu diesem und mehr als 300000 Büchern ab EUR 5,99 monatlich.
Tras la muerte de su hermana en el Kurdistán iraquí, María Pulardi decide averiguar lo que hay detrás del supuesto accidente que le ha costado la vida a su hermana. No tardará en descubrir una trama de financiación al Estado Islámico. Sin embargo, su descubrimiento podría costarle algo más que su propia vida: el destino de España entera.
Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:
Seitenzahl: 224
Veröffentlichungsjahr: 2023
Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:
Antonio Huertas Abolafia
Saga
La oscura llamada
Copyright © 2016, 2023 Antonio Huertas Abolafia and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728392652
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Para mi familia..., Cristina, Gloria y Marcos. Sin su apoyo no sería lo que soy. Han tenido la generosidad de apoyarme mientras escribía esta novela.
No sé muy bien cuáles son los motivos de escribir una novela. El principal es contar una historia y entretener. A medida que escribes vas dejando un poco de ti mismo. De lo que sientes, de tus sueños y esperanzas.
Luego, a veces, ocurren hechos externos que dan cierto sentido a lo que has escrito.
Y hubo un suceso lamentable. La muerte de Ignacio Echeverría. A quien quiero recodar. Acabé de escribir la novela unos días después de su trágica muerte. Y eso me lleva a mencionarle por su generosidad y valentía.
La novela me ha llevado un año de trabajo. En ella me planteo un tema, desgraciadamente, de actualidad. El Daesh. Durante el proceso de escritura se fue recrudeciendo la presencia de los yihadistas.
La novela es una ficción que la realidad deja chica. El protagonista de la novela se pregunta en uno de los capítulos finales qué se puede hacer ante esta amenaza. Da una respuesta que queda empequeñecida por la conducta de Ignacio Echeverría. La respuesta real que habría que dar es lo que hizo Ignacio Echeverría. Es posible que no podamos erradicar este fanatismo, pero sí nos hará mejores, si somos capaces de tener su arrojo y su generosidad.
Esta mención que hago, y estas líneas que le dedico es mi humilde homenaje. No sé el número de personas que se acercarán a estas páginas, pero quien lea esta novela, cuando la abra vea el nombre de Ignacio y lea estas líneas, recordará su gesta..., que le ha convertido en un héroe, una persona a la que todos nos gustaría parecernos.
La Basílica del Santo Spirito estaba abarrotada.
La iglesia es un antiguo convento de los agustinos situada en la plaza del mismo nombre, en el barrio de Oltrarno, en Florencia. Un sobrio edificio ideado por Brunelleschi. La fachada, de color albero, tiene tres puertas de madera. La central, de mayor tamaño, estaba totalmente abierta. La gente, que no cabía en el interior, la taponaba,intentando seguir la ceremonia. Dentro, el silencio era absoluto. Se oía un hilo de voz del oficiante, amortiguado por el ruido de la calle.
La gente estaba repartida en las tres naves del interior. Había grupos compactos en el transepto. Todos seguían atentos las pausadas maneras del sacerdote. En el primer banco de la izquierda la familia de Anne tenía la mirada fija en el altar. Por una petición de su padre, Roberto, estaba colgado el crucifijo de madera de Miguel Ángel. Sus madre, Gina, y sus hermanos, Maria y Mauricio mostraban entereza.
El entierro, fue la víspera. Temiendo una avalancha de gente como la que se había producido en el funeral, el sepelio se hizo de una manera íntima. Sólo asistió su familia más cercana y unos pocos, muy pocos, amigos. En el mismo cementerio de la Puerta Santa incineraron el cuerpo y lo depositaron en el mausoleo de la familia.
Acabó la ceremonia del funeral. Se formó una larga cola para dar el pésame. Pero Gina, no pudo aguantar los abrazos y los llantos de los que se acercaban. Roberto subió al altar. Expresó su agradecimiento a los amigos que habían acudido al funeral, y les pidió que se abstuvieran de acercarse. No eran capaces de sobreponerse a su aflicción. Estaban desmoronados.
Salieron de la Basílica. Se fueron a casa. Se reunieron en el piso de la Via Toscanella donde fueron arropados por algunos amigos de Anne. Uno de ellos, Francesco, había estado con ella pocos momentos antes de su muerte. Sus respuestas, a las preguntas de Roberto y María, aumentaban el dolor que sentían. Preguntas que pretendían cambiar lo irremediable.
—Sí, yo estuve con ella poco antes de que se fuera a la Cueva. Después, vino Assad, y nos dio la noticia. Se había despeñado. Ya no se podía hacer nada.
Francesco era compañero de Anne en la excavaciones de Erbil. Como ella se habían unido en Harvard al equipo del profesor Jason Ur para explorar Erbil, en el Kurdistan Iraquí.
—¿Y..., no os dijo Assad cómo ocurrió?, preguntó Roberto.
—Qué más da ya, papá. No te atormentes. Anne está mueta, —dijo María, con gesto de cansancio .
—Lo sé, María, es que no me lo puedo creer. ¿Cómo pudo despeñarse? Ella era ágil. Estaba acostumbrada a roquedales difíciles y no asumiría un riesgo innecesario.
—Eso pensamos nosotros —añadió Francesco, hablando despacio—. Era muy segura y no corría riesgos. Assad nos dijo que tuvo un traspiés. No pudo sujetarse. Él tampoco logró agarrarla. Todo..., debió de ocurrir muy rápido... —Y ¿cómo es que Assad no ha venido? Tú, María..., le viste, ¿no? —preguntó Roberto.
—No... Cuando llegué, no estaba.
Maria miraba a Francesco, que seguía explicando: —Assad estaba consternado. Él se encargó de que el cuerpo lo trajeran a Erbil. Pero no pudo estar mucho tiempo con nosotros. Recibió una llamada de su ministerio de Asuntos Exteriores, y tuvo que marcharse.
María había ido a Erbil para recoger el cadáver de su hermana, y repatriarlo. El Ministerio de Asuntos Exteriores italiano puso un avión a disposición de la familia Pullardi. Roberto era diplomático. Había estado destinado en Kuwait. Conocía ese entorno. María estudió Relaciones Internacionales en la Universidad de Dubai. Consiguió una plaza por oposición en la ONU, y luego fue rescatada por el Ministerio italiano de Asuntos Exteriores. Roberto influyó. Quería que siguiera el camino que él le estaba marcando.
—Yo intenté ponerme en contacto con él. No pude. No devolvió las llamadas —dijo María—. Tampoco ahora he podido hablar con él para comunicarle el entierro y el funeral. Ha desaparecido.
—Debe de estar muy afectado, —añadió Roberto, buscando una explicación.
Después de un escaso refrigerio, se marcharon a la villa que tenían en la campiña de la Toscana, cerca del Borgio de Colleolli.
En la imaginación de María había una laguna que no sabía cómo llenar. Nacían dudas, interrogantes, preguntas. No había respuestas.
Febrero
Rubén..., quiero referirte unos sucesos que me están pasando. Quiero saber qué piensas.
He leído algo sobre el coaching. No sé si es posible trasladar las sesiones a unos mails.
Sé que en las sesiones hay que prescindir de cualquier tipo de relación. A pesar de ello me dirijo a ti como amigo, abusando de tu experiencia de coach. En mi relato hay algunos detalles íntimos que me será más fácil narrarlos por escrito. Seguramente cuando los leas comprenderás mi timidez.
Veo el coaching como un medio, una vía que me permitirá aclarar mi confusa situación. Saber qué debo hacer..., en el futuro inmediato. ..
Quiero desembarazarme de la zozobra que siento, y decidir. Tengo que aclarar mis sentimientos...
No sé cómo empezar. Ya me conoces. Espero que podamos crear, aunque sea por este medio, el marco de confianza necesario. Nos moveremos en un contexto definido. Espero que nuestra amistad no sea perjudicial.
Lo más doloroso que me ha ocurrido, es uno de los motivos principales de estos mails, ha sido mi separación de Lucía. Ahí empezó mi desasosiego.
Digo uno de las razones, no la única, pero fue el principio de todo lo que me está pasando.
La separación ha sido amistosa. Me pongo en la piel de Lucía. No sé qué habría hecho yo si hubiera tenido que soportar lo que ella ha aguantado.
Al conocer las razones, los desacuerdos entre Lucia y yo, quizá pienses que Lucía es injusta. Pero vivir con una persona como yo, con mis secuelas, es duro. Difícil.
Como amigo ya tendrás, quizá, una opinión. Pero libérate de ese prejuicio. No debes dejar que el parecer, que ya tengas formado, te confunda. La convivencia con una persona con una grave discapacidad es delicada. No sé muy bien cómo calificarla para trasladarte lo difícil que puede llegar a ser.
Ya sabes lo que me pasó. Tuve un accidente. Fue un calco al de Schumacher. La misma pista, rescate en helicóptero, el hospital de Moutiers, y luego la Unidad de traumatología de Grenoble. Entre él y yo ha habido un cambio sustancial. Yo estuve 20 días en coma. Schumacher siete meses. Mi salida del coma debió de ser menos traumática que la de Schumacher.
Después vino la recuperación. Una andadura engorrosa y dura que tuve que arrostrar. Fue pesada. Cada mañana tenía que ir a la rehabilitación. Las tardes las dedicaba al logopeda, para aprender a hablar. Balbuceaba como un borracho. Una manera de hablar que cuando la veo, la oigo en otras personas siento vergüenza ajena, y pena. Me ayudó Lucía. Había oído que la autoestima a después del coma, y de un grave accidente puede quedar dañada mi autoestima no se quebrantó. Contribuyó Lucía.
Sigo viendo a Lucía. Está por medio nuestra hija Sara. Tiene 4 años. No quiero que me olvide. Si desaparezco acabará por olvidarme. No tengo problemas con Lucía para verla . Hemos acordado que yo la recoja cada quince días. Ahora vivo en Las Rozas. Esta zona me gusta y además me permite estar cerca de Sara. Y cuando Sara está conmigo, no está lejos de Lucía.
Con Lucía he tenido unas vivencias inolvidables. ¿Aventuras? Sí, han sido aventuras. Ella defiende unos valores que la hacen especial. Por ellos se embarca en lances arriesgados a los que yo me sumo. Y no me importa.
Mi vida profesional es una rutina, sigo con mi trabajo. Hastiado. Mis secuelas influyen en mis quehaceres . Mi discapacidad me perjudica.
Veo la ruindad de las personas. Antes esa malquerencia la veía en el cine, o la leía en las novelas. Ahora me afecta directamente. Los que se decían amigos míos me han dado la espalda.
¿Tengo resentimiento? No, creo que no. El rencor es una esclavitud. Siento más bien tristeza. Cuando acudo a trabajar, me despego de todos ellos.
Espero que lo que te cuento genere la confianza necesaria entre nosotros. Me estoy abriendo a ti. Esto te dará una idea de mi situación.
Mi vida, desde la separación, está siendo un desafío. Aun no sé dónde llegaré. Ni sé bien lo que quiero ser. Tengo que recomponer mi existencia. Pero solo, sin nadie. Me esfuerzo. No puedo renunciar a mis recuerdos de Lucía..., de Sara.
Lo que te voy a referir es una crónica que me afecta.
Te contaré el origen de todo.
Empezó hace unos días. Tenía una invitación para la presentación de la novela de un amigo. Jaime. Le conoces. El acto fue en el Hotel Catalonia, en la calle Goya. Estuve tentado de no asistir.
Jaime es amigo común, de Lucía y mío. Temí que ella fuera.
Había sido un día desalentador en la oficina. Tuve un enfrentamiento. Como te he dicho he descubierto la mezquindad en las personas. Ese desencuentro me dejó un mal sabor de boca.
Comí en casa. Estuve inquieto. Alrededor de las seis, miré el reloj. Aun tenía tiempo para ir a la presentación.
Cogí el coche y me acerqué al hotel Catalonia. Aparqué cerca. Entré. En la sala pegada al salón, habían dispuesto una mesa con ejemplares de la novela. Esperé un poco, y compré una novela. Leí la solapa Era un thriller sugerente.
El salón estaba lleno. Miré, buscando a Lucía. No la vi. Me alegré de que no estuviera.
Ver tanta gente sonriendo, expectante ante las palabras de Jaime en la presentación de su primera novela, fue un sedante. Jaime es un showman. Puede montar cualquier número para amenizar. Y así fue. Por una de esas genialidades que se le ocurren, conocí a María.
La gente que había era muy heterogénea. Los círculos en los que se mueve Jaime son muy variados. Conoce a personas muy distintas. Me moví, observando. Allí estaba. La vi. Una mujer de una belleza misteriosa, con un enorme atractivo. Alta, piernas delgadas, pantalón vaquero ajustado, realzando la forma de sus piernas. Pelo negro azabache ligeramente rizado. Ojos verdes acaramelados, rasgados, hermosos. La miré. No sé si ella se dio cuenta de mi fascinación. A la espera de los juegos que Jaime inventaría, me puse a su lado.
Pronto empezaron las ocurrencias de Jaime. Unos movimientos de manos. Un pequeño intercambio de información. Me enteré de que ella era italiana, florentina. Su nombre, María. No me dio tiempo a más.
Luego dimos unas vueltas al salón con las manos sobre los hombros del antecesor. Los giros fueron ganando velocidad y cambiando de dirección. En uno de los cambios de trayectoria, María tropezó y dio un traspiés. Conseguí sujetarla y evitar su caída.
Paramos. Nos quedamos juntos. Ella se sentó en una silla. Yo me apoyé en la pared, detrás de ella.
El comentario de Jaime sobre la novela fue breve y brillante. Al acabar, se formó una larga fila para que Jaime firmara la novela. María y yo nos acercamos para que Jaime nos dedicara el libro. Hablando, descubrí que era amiga de Jaime. La profesión de Jaime, su arte es el coaching. Lo desarrolla dentro y fuera de España. Es un verdadero artista en su oficio, y muy demandado. Estuvo en Roma. Ahí se conocieron, y empezó su amistad.
María me lo contó mientras esperábamos. Estaba destinada en la embajada italiana, como agregada cultural. Jaime y ella se veían con cierta frecuencia.
Estábamos un poco separados del tumulto que rodeaba a Jaime. No podía atendernos. La gente, su público, sus amigos lo cercaban. En ese momento hacia lo que más le podía gustar. Vender y firmar libros. Propuse a María cenar juntos.
—Bueno, —me contestó, mirando a Jaime que no paraba de firmar libros — vamos donde quieras. No tengo nada que hacer. Pensaba irme con Jaime, pero no creo que pueda. ¡Mira como está!.
—Aquí al lado está el restaurante La Paloma, ¿si quieres...? —Sí, me parece bien.
—He leído que el ambiente es más bien de gente carrocilla.
—Es..., ¿qué es?
—Que suele ir gente mayor.
María sonrió, y me miró de arriba abajo.
—Ya veo que no me tienes por joven, —dije, con tono burlón.
—Eres muy optimista, o tienes una visión engañosa de ti mismo, contestó divertida.
Me pareció una mujer franca. Me dejé llevar. Para mí era una situación nueva, ya olvidada. No había vuelto a coquetear desde..., desde hacía mucho tiempo.
Ahora sacudía mi monótona vida.
Febrero
No sé qué te habrán parecido mis primeras confidencias. Espero que hayan servido para que sepas cómo me siento.
Escribir sobre ello me da perspectiva, y cierta paz.
Acabé mi anterior mail yendo a cenar con María. Fuimos paseando hasta el restaurante La Paloma. Tenía buenas referencias de él.
Era aún pronto para cenar. Confié que no estaría muy lleno. Entramos y ya estaba casi al completo, a pesar de la hora. Apenas las ocho y media.
No sé si nos acercamos a los horarios internacionales, o había muchos turistas conocedores del restaurante. El encargado nos hizo un gesto, mirando las mesas. Yo interpreté que ya no quedaban mesas. Pero fijó la vista en una pequeña mesa, pegada a la pared, debajo de un cuadro abstracto. Hizo un guiño de asentimiento.
—Han tenido suerte. Tengo una mesa sin ocupar.
Nos acompañó, y dejó, encima de unos bonitos y decorados platos, unas cartas muy historiadas.
—Luego les digo qué hay fuera de carta.
Nos sentamos. Eché una ojeada al local. Me pareció bonito. Había en la pared cuadros colgados de diferentes estilos. Las mesas estaban rodeadas de plantas exóticas y naturales. Parecía un jardín interior, con un toque natural, que separaba los diferentes ambientes. La gente ..., eran personas de una edad madura y muy bien vestidas. Le hice una cabezada a María, señalando los comensales que teníamos a la vista.
—No son jóvenes, —le siseé, bajando la voz y alargando el cuello hacia ella.
—Bueno, tampoco tú lo eres. No desentonas, señaló riendo.
Esos comentarios rompieron los primeros titubeos, creando una complicidad entre nosotros.
—¿Qué te apetece tomar..., vino o cerveza?, pregunté.
—Empiezo..., empezamos con cerveza y luego, depende de lo que pidamos, tomamos vino, —contestó María, mientras miraba la carta de vinos.
—Bien.
Hice una seña a un camarero, próximo a nuestra mesa, y le pedí dos cervezas. Nos pusimos a ojear la carta. Era muy variada. Todo lo que había era apetecible. Propuse cenar ligeramente, de picoteo.
—Si quieres, —le dije, leyendo la carta y levantando la vista— podemos tomar unas tostas de arenques caramelizadas. Me han dicho que están riquísimas y luego un par de raciones o medias raciones para compartir.
—¡Muy buena idea!
—Erizos de mar y bacalao al pil pil con cokotxas
—Me gusta...
Se había roto ese difícil momento de silencio. La miraba mientras acercaba los labios a la copa de cerveza. Era preciosa. El verdor de sus ojos hechizaba. Recordé el título de una novela que Jaime había presentado: “La chica con los ojos del color de mi piscina”.
Se me agolpaban las preguntas sobre ella. Quise saciar mi curiosidad.
—¿Qué haces aquí, en Madrid?
—Soy italiana.
—Ya me lo has dicho antes.
La miraba intensamente.
—Me vas a gastar, dijo con un ademán picaresco.
—Estoy encajando tu perfil entre mi idea del tipo italiano...
—Y..., ¿me ajusto?
—Más que eso. Me sorprendes. Eres preciosa. —Gracias. Un bonito piropo.
Y ahí empezó todo. Se crearon sentimientos encontrados. El recuerdo de Lucía seguía ahí. No puedo expresar cómo la siento de cercana. También a mi hija Sara.
Poco a poco fuimos hablando de nosotros. Eran conversaciones cómplices que rasgaban la intimidad. No tenía una idea precisa de lo que buscaba con ella. Todo se iba desarrollando muy rápido. Fue María quien empezó las confidencias.
—Acabo de regresar de Florencia, del entierro de mi hermana, —dijo, con tristeza.
Era una revelación inesperada. Vino después de un silencio reflexivo. Estábamos probando los erizos, y bebiendo vino. Se había quedado callada. Noté un brillo en sus ojos. Hablaba de la muerte de su hermana.
—¿Cómo murió?
No sabía con qué actitud escucharla para que no se sintiera incómoda e incomprendida. Cuando contamos, o nos cuentan algo íntimo, pensamos a veces que lo que referimos, o lo que nos dicen, no cala lo suficiente.
—Estaba en Irak en una excavación arqueológica y cayó por un desnivel. Una caída absurda. Le ha costado la vida. Iba con su novio. Es..., era mi hermana menor.
Se me ocurrían tópicos. Dejé que se desahogara, y que me contara lo que quisiera. Yo era un confidente inesperado.
—Yo fui a Irak, a Erbil a por ella. Assad, su novio, ya se había marchado. No sé por qué no me esperó.
Hizo una pausa, reprimiendo un gesto.
—La vi. Su cuerpo sin vida. Le habían lavado las heridas. Fue terrible. Me quedé a solas con ella, pero estaba muerta.
—¿Te explicaron cómo ocurrió?
—El único que estaba cerca era Assad, y ya se había marchado cuando yo llegué. No sabían muy bien qué pasó. Cuando Assad informó del accidente, ya había muerto
—Tu hermana, ¿era arqueóloga?
—Sí. Se había unido a una expedición arqueológica de Harvard que está rescatando toda la zona de kurdistan irakí. Llevaba mucho tiempo con ellos. Estaba muy contenta.
Hizo otra pausa, entrecerrando los ojos. Aguantaba las lágrimas.
—Yo la había visto un mes antes. Volvió a Florencia y coincidimos. Hemos estado muy unidas. Así que ha sido un golpe terrible.
—¿Lo sabe Jaime?
—Sí. La invitación a la presentación ha sido para sacarme de casa.
—Y, ahora, ¿qué vas a hacer?
—Nada, seguir viviendo.
—¿Fue un accidente?
Me miró sorprendida. Respondió, rescatando una sospecha.
—¿Qué más pudo ser?, — preguntó, abriendo la espita de la duda.
—Allí, ¿no hay revueltas?
—Es un país en guerra. Sí hay revueltas, pero la zona en la que cayó es tranquila. Se despeñó. Fue un accidente. ¿Qué más pudo ser? —lo decía, queriendo auto —convencerse de que no había nada oscuro en la muerte de su hermana.
Yo no tenía idea precisa de la situación en Irak, sólo lo que leía en los periódicos. Quería que ella se sintiera escuchada y comprendida.
La cena continuó agradable. La llegada de otros platos sirvió para dar un giro a la conversación.
—Y tú, ¿qué haces?, —me preguntó, interesada.
—¿Yo...? Llevo una vida aburrida, monótona...
—Bueno, cuéntame algo.
¿Qué le contaba? ¿Separado con una hija? ¿Qué pretendía? Todo había sido un impulso. La vi. Guapísima. Y de pronto me encontraba cenando con ella e intercambiado confidencias. Opté por contarle mi vida, bueno los rasgos más manifiestos.
—Me acabo de separar.
María no me respondió inmediatamente. Me ponderó, de una manera distinta, evaluándome.
—Y, ¿cuál es la causa?, —me preguntó tímidamente— Si no quieres, no me respondas.
—No, no importa, te lo cuento. Quizá así pueda aclarar el motivo, los motivos. No es sólo uno.
Los rasgos de María se dulcificaron y me pareció que adoptaba una postura más atenta.
—Aquí no creo que haya un culpable, sino una serie de circunstancias que se han reunido, y la separación ha sido el resultado.
Tomé la copa de vino y di un largo trago. La vacié. De una manera intuitiva estaba recapitulando lo que le iba a contar. Quería referirle una serie de confidencias, que la aproximaran a mi.
—Yo creo que el nudo, por llamarlo de algún modo, ha sido mi accidente.
—¿Accidente...? No veo...
—Acabamos de conocernos. Un poco más de tiempo y te darás cuenta.
—Cuenta, ¿de qué...?
—¿ Has visto cómo hablo?
—A veces, te paras, pero no he notado nada más.
—Me cuesta hablar, sufrí un golpe en la parte de la cabeza que está el habla y tengo dificultades. Y más cosas.
—¡Bah! yo apenas lo noto.
Seguimos cenando. La conversación era fluida. Nos reímos al tomar los erizos de mar. Nos costó comerlos. Ya al final, después del postre, no sabía si proponerle tomar una copa. Había sido un rato agradable que no quería que terminara. Desde mi separación, no había salido.
—¿Qué hacemos, quieres tomar una copa?, —le propuse, sin saber bien qué esperaba.
—¿Aquí...?
—Si quieres, sí. No conozco esta zona y no sé qué hay por aquí.
—Estamos cerca de la Embajada, y no vivo lejos. Si me acompañas, te invito en casa.
Tomó el iPhone y miró la hora.
—Son apenas las once, y podemos tomar algo y seguir hablando, —dijo María, cogiendo su bolso y poniéndose de pie.
Salimos de la Paloma y fuimos hacia mi coche. Estaba aparcado en la calle Lagasca. Ella, María, había ido en taxi. Fue un paseo agradable. Íbamos muy próximos. En determinados momentos dejé vencer mi cuerpo para que rozara el suyo. No percibí rechazo. En el coche me indicó el camino. A esa hora el barrio de Salamanca está prácticamente desierto. Es un barrio muy comercial y con numerosas oficinas. Tiene mucha bulla durante el día, pero al caer la noche, con el cierre de todo, el barrio queda muerto. Fuimos por la calle Velázquez hasta la calle Juan Bravo. Me indicaba por dónde ir, y un poco antes de llegar al cruce con la calle General Pardiñas me señaló un hueco para dejar el coche.
—Para aquí, estamos al lado.
Tenía sensaciones contradictorias. No sabía muy bien qué era lo que pretendía. Fuimos andando por la calle General Pardiñas. Delante de un recio portal nos detuvimos.
—Aquí es.
Subimos al último piso. Un ático. María entró primero y fue encendiendo luces. Había un pequeño vestíbulo. Una puerta corredera de madera daba al salón. Y una pequeña puerta a la izquierda comunicaba con la cocina. Entramos en el salón. Era rectangular. Un enorme ventanal con salida a una terraza era uno de los laterales. En medio, una mesa de cristal con sillas de metacrilato. Delante de un sofá rojo había una chimenea de cuyo muro pendía una gran pantalla de televisión. Me acerqué al ventanal, y la negrura de la noche con luces titilando me envolvió. En ese momento, no sabía qué hacía allí. Tampoco tenía claras mis intenciones. Ni lo que María esperaba de mí. Me había dejado llevar. Me picaba el remordimiento. Me volví para decirle a María que me marchaba. Estaba plantada ante mi, ofreciéndome una copa de balón espumosa rebosante de hielo.
—Tu gin tonic, espero que te guste. La ginebra es Bombay Shappire. La tónica tiene un sabor amargo muy rico. Le he puesto unos aderezos personales.
Me quedé azorado, sin saber cómo reaccionar. Tomé la copa, y le di un sorbo.
—¡Muy bueno!
Volví la cabeza hacia el ventanal.
—Tienes una vista impresionante.
—Sí, y además está al lado de la embajada. Voy andando. Salimos a la terraza. El mes de febrero era de bajas temperaturas. Al deslizar la puerta me dio una bofetada de frío. Pero la visión de Madrid nocturno desde aquella terraza hacía soportable cualquier racha de frío. María estaba detrás de mí.
—Es una vista formidable. Aquí me siento aislada, lejos de todo.
Apoyó su brazo en mi hombro.
—A la vuelta de Florencia, ahora, después del entierro de Anne, me quedo aquí fuera, a oscuras, sintiendo el frío sobre mi cara, intentando explicarme lo absurdo de su muerte.
Permanecí en silencio. Se me ocurrían tópicos. Preferí estar callado. De repente estaba viviendo un momento mágico. No quería que desapareciera. Me di la vuelta. María seguía con el brazo apoyado en mi hombro, y la mirada perdida en la negrura del horizonte. Adivinaba sus facciones, cuyo dibujo destacaba en la oscuridad. Era una cara perfecta. Lentamente me giré. Acerqué mis labios a los suyos. Noté sorpresa. Después de ese inesperado gesto me ciñó sus labios, dejando que la lengua fuera explorando cada hueco que encontraba, y luchara con la mía. Así estuvimos unos segundos, sorprendidos, expectantes.
—¿Entramos?, — dijo María, yendo hacia el interior.
La seguí. ¿Adónde....?
Febrero
Cerca de mi casa, en la plaza del Auditorio, hay un restaurante, pequeño y agradable. “La batuta”. Me acerqué a él para comer. Cuando entré me saludaron unas madres de alumnos de la Escuela de Música. Yo llevaba a Sara a clase de música y coincidía con algunas. Después de cruzarnos tantas veces, nos acabamos conociendo, aunque ignoraba sus nombres.